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domingo, 1 de abril de 2012

Domingo de Ramos, ciclo B: la entrada triunfal en Jerusalén es como el pórtico para ese templo edificado en el cuerpo de Jesús, la nueva alianza, ofre

Domingo de Ramos, ciclo B: la entrada triunfal en Jerusalén es como el pórtico para ese templo edificado en el cuerpo de Jesús, la nueva alianza, ofrecida en su amor extremo, como leemos en el relato de la Pasión

Evangelio de la procesión, según San Marcos 11,1-10: Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto. Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: -¿Por qué tenéis que desatar el borrico? Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: -Viva, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David. ¡Viva el Altísimo!

Lectura del Profeta Isaías 50,4-7: Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24: R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme se burlan de mí, / hacen visajes, menean la cabeza: / «Acudió al Señor, que le ponga a salvo; / que lo libre si tanto lo quiere.»
Me acorrala una jauría de mastines, / me cerca una banda de malhechores: / me taladran las manos y los pies, / puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa, / echan a suerte mi túnica. / Pero Tú, Señor, no te quedes lejos; / fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Contaré tu fama a mis hermanos, / en medio de la asamblea te alabaré. / Fieles del Señor, alabadlo, / linaje de Jacob, glorificadlo, / temedlo, linaje de Israel.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2,6-11: Hermanos: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: « ¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.

Evangelio de Marcos 14,1-15,47. [Faltaban dos días para la Pascua y los Ácimos. Los sumos sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
S. -No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:

S. -¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.

C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:

+ -Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. A1 oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

S. -¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?

C. -Él envió a dos discípulos diciéndoles:

+ -Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?»

Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arregladla con divanes. Preparadnos allí la cena.

C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:

+ -Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.

C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

S. -¿Seré yo?

C. Respondió:

+ -Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del Hombre se va, como está escrito, pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!

C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:

+ -Tomad, esto es mi cuerpo.

C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.

Y les dijo:

+ -Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.

C. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo:

+ -Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.»

Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.

C. Pedro replicó:

S. -Aunque todos caigan, yo no.

C. Jesús le contestó:

+ -Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.

C. Pero él insistía:

S. -Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.

C. -Y los demás decían lo mismo.

C. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

+ -Sentaos aquí mientras voy a orar.

C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

+ -Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.

C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:

+ -¡Abba! (Padre): Tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres.

C. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

+ -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.

C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:

+ -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

S. -Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.

C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:

S. -¡Maestro!

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

+ -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.

C. Y todos lo abandonaron y huyeron.

Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:

S. -Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.»

C. Pero ni en esto concordaban los testimonios.

El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

S. -¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?

C. Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo preguntándole:

S. -¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?

C. Jesús contestó:

+ -Sí lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:

S. -¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirlo, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

S. -Haz de profeta.

C. Y los criados le daban bofetadas.

Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:

S. -También tú andabas con Jesús el Nazareno.

C. Él lo negó diciendo:

S. -Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.

C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó.

La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S. -Este es uno de ellos.

C. Y él lo volvió a negar.

Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:

S. -Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S. -No conozco a ese hombre que decís.

C. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.]

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Pilato le preguntó:

S. -¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Él respondió:

+ -Tú lo dices.

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.

Pilato le preguntó de nuevo:

S. -¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.

Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.

Pilato les contestó:

S. -¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia.

Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. -¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. -Crucifícalo.

C. Pilato les dijo:

S. -Pues ¿qué mal ha hecho?

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. -Crucifícalo.

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. -¡Salve, rey de los judíos!

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante Él.

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.

Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.

Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:- «Lo consideraron como un malhechor.»

Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. -¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.

C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de Él diciendo:

S. -A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.

C. También los que estaban crucificados con Él lo insultaban.

Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

+ -Eloí, Eloí, lamá sabaktaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. -Mira, está llamando a Elías.

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:

S. -Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.

C. Y Jesús, dando un fuerte grito expiró.

El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. -Realmente este hombre era Hijo de Dios.

[C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé, que cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.

Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el Reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.

Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.

Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.

María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde lo ponían.]

Comentario: Procesión: Comenzamos la Cuaresma con aquel lema “Conviértete y cree en el Evangelio”. En el pórtico de la Pascua, la fiesta más importante para los cristianos, al término de los 40 días en los que hemos acompañado a Jesús en el desierto –al recordar los 40 años de peregrinación del pueblo hebreo hasta llegar a la Tierra Prometida-, en el que hemos procurado entender la primacía de la oración, para que no nos pasara como a aquel maestro que invitó al gobernador a practicar la oración, y éste le dijo que estaba muy ocupado. La respuesta del maestro fue: «Me recuerdas a un hombre que caminaba por la jungla con los ojos vendados...y que estaba demasiado ocupado para quitarse las vendas». Cuando el gobernador alegó su falta de tiempo, el maestro le dijo: «Es un error creer que la oración no puede practicarse por falta de tiempo. El verdadero motivo es la agitación de la mente». La oración es la que nos abre los ojos –también mediante la oración del cuerpo, la disciplina del ayuno, el negarse de uno mismo- al amor, la caridad: Por la calle vi una niña aterida y tiritando de frío dentro de su ligero vestidito y con pocas perspectivas de conseguir una comida decente. Me encolericé y le dije a Dios: ¿Por qué permites estas cosa? ¿Por qué no haces nada para solucionarlo? Durante un rato, Dios guardó silencio. Pero aquella noche, de improviso, me respondió: «Ciertamente que he hecho algo. Te hice a ti». Dios pone en nuestra mano la solución a todo, por el amor: «Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe ... Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada” (1 Cor 13,1-3). «El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4, 20). «Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto reconocerán que son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 14, 34-35). Jesús esta semana nos enseña la práctica del amor, llevado al extremo (Ricardo Stirparo y Horacio Prado).
Semana Santa, «tiempo de vacaciones», desde el domingo de «ramos» al de Resurrección, antes llamada «semana mayor» o «semana grande», es la semana que conmemora la Pasión de Cristo. Se compone de dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año, y por eso ha calado tan hondamente en el catolicismo popular.
A nivel sacramental, tenemos la celebración de la Noche Pascual. El Triduo-Pascual nació en torno a la celebración gozosa del «día en que actuó el Señor», mediante el memorial de la gran liberación realizada por Dios en Jesucristo. Pronto precedió a la celebración eucarística un prolongado ayuno de uno o dos días, en señal de duelo por la crucifixión del Salvador. Un segundo paso fue el de la incorporación bautismal. Los nuevos cristianos pertenecían a la comunidad creyente cuando por el baño de regeneración asimilaban la muerte y resurrección del Señor en la Vigilia Pascual. La Pascua era plenitud bautismal y eucarística, a la que precedía una Cuaresma de corte estrictamente catecumenal.
A nivel psicológico, la «procesión de ramos» del Domingo de Pasión, el lavatorio de pies del Jueves y la adoración de la cruz del Viernes Santo marcan las únicas dramatizaciones litúrgicas oficiales con sello popular.
A nivel funcional, tenemos una serie de ritos, preparatorios de algunas celebraciones, como la bendición de los ramos, el monumento del jueves o la consagración de los óleos. Y la Vigilia Pascual es un ceremonial bien cargado.
A nivel popular, tenemos procesiones y pasos, visitas a los «monumentos», hora santa, sermón de las siete palabras, viacrucis, representaciones teatrales y actos de hermandades. Cuando la liturgia se clericalizó y pasó a celebrarse en latín, lengua muerta, el pueblo abandonó el culto oficial y construyó su propia liturgia. De este modo, la celebración pascual popular salió de los templos a las plazas, calles y campos enarbolando símbolos más accesibles, como han sido y siguen siendo los «pasos» de las procesiones.
1. Mc 11, 01-10. "El Señor necesita el asno", esta necesidad no es otra que la de llevar a cabo el viejo texto de Zacarías: “Aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando…” Así, indica S. Agustín que aquel asno somos nosotros: “No te avergüences de ser jumento para el Señor. Llevarás a Cristo, no errarás la marcha por el camino: sobre ti va sentado el Camino. ¿Os acordáis de aquel asno presentado al Señor? Nadie sienta vergüenza: aquel asno somos nosotros. Vaya sentado sobre nosotros el Señor y llámenos para llevarle a donde Él quiera. Somos su jumento y vamos a Jerusalén. Siendo Él quien va sentado, no nos sentimos oprimidos, sino elevados. Teniéndole a Él por guía, no erramos: vamos a Él por Él; no perecemos”.
Ese humilde animal no ha sido aún montado por nadie, como dirán luego que "pusieron a Jesús" en "un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía" (Lc 23,53; Jn 19,41. Esto nos sugiere una renovación interior, para estar para el Señor (Louis Monloubou). El señor tiene necesidad de ti. Tiene necesidad de un borrico para unas horas. Nada más que esto. Si estuviéramos convencidos, estaríamos siempre disponibles, sin tomarnos demasiado en serio y sin darnos aires de importancia. Aquel borrico debería entrar con todo derecho en un tratado sobre la humildad. Ser el borrico que está allí, dispuesto a ser utilizado como, cuando y cuanto quiera Él, y después devuelto, porque ya no sirve más, y está contento pues el triunfo es de otro, él vuelve a su puesto, "junto a la puerta", no pretende el primer plano de la televisión, un borrico sin importancia, pero siempre dispuesto en el caso de que volviera a ser requisado, siempre para un servicio y no para un premio. Un borrico que entre otras cosas tiene el gran mérito de estar callado. Debemos meternos en la cabeza que el Señor tiene necesidad sólo de un borrico por horas. Mientras que nosotros no podemos prescindir de Él ni un instante (Alessandro Pronzato).
“Sobre un jumentillo, cría de un asna... Hará desaparecer los carros de Efraím y los caballos de Jerusalén; el arco de guerra será destruido, anunciará paz a los gentiles" (Za 9,9-10), profecía dicha entre el 520-518 a.C., al retorno de los judíos de la cautividad. En 536 a.C. empezaron los trabajos de reconstrucción del templo (comentarios edic. Marova). Aquí Jesús está instaurando el nuevo templo que es su cuerpo que va a ofrecer esta semana para edificarlo, y la gente aclama a Jesús a su paso, proclamando proféticamente al Mesías que había de liberar al pueblo; el "Bendito el que viene..." es un grito propio de una entronización del rey davídico, que en la tradición más antigua (la de Marcos) no se personaliza en Jesús sino en el "reino que viene", el reino del que Jesús es mensajero, mientras que después la tradición habló directamente del "rey de Israel", personalizado en Jesús. Aceptando ser aclamado como Mesías, Jesús muestra simbólicamente cuál será su mesianismo: entrará montado en un borrico, significando normalidad, abajamiento y deseos de paz, contra lo que el caballo significaba de supremacía y poder guerrero. Es un signo similar al del lavatorio de los pies del Jueves Santo (Josep Lligadas).
2. Is 50, 4-7: La fidelidad a Dios y a los hombres -a la misión recibida en su favor- hace que el Siervo de Yahvé permanezca firme en el sufrimiento, en la ignominia, en el aparente fracaso. Atento discípulo de la Palabra de Dios, profeta y maestro de sabiduría con el pueblo, con su suerte prefigura la de Cristo, el humilde que no opuso resistencia a la voluntad del Padre ni se sustrajo a la maldad de los hombres, seguro -hasta la hora suprema del abandono en la cruz- de que el designio de Dios es don de salvación que se ofrece a todos (v 7; cf. Mc 15,34 y Lc 23,43.46). La unidad de este tercer canto del siervo (50, 4-9) está en las cuatro proposiciones que tiene al Señor por sujeto ("mi Señor me...": vs. 4.5.7.9). La persona del siervo, así como su ministerio, son interpretados de forma profética: vocación o misión, sufrimientos que conlleva su ministerio, así como su total confianza en Dios. - Como el profeta, el siervo escucha y predica el mensaje divino, pero esta misión resulta imposible de llevar a cabo a no ser que el Señor le dé "lengua de iniciado" o le abra el oído para entender (vs. 4-5, la misión siempre nace de una vocación). Él está convencido de que es Dios el que ha obrado esta maravilla. El mensaje que proclama de parte del Señor no es de denuncia profética sino de esperanza, y es que su palabra se dirige a hombres concretos con su problemática específica; los profetas pre-exílicos anunciaron el castigo a unos hombres sin conciencia que se enriquecieron a costa de los pobres, pero la situación actual del pueblo es muy diversa ya que la larga duración del destierro ha provocado la desesperación de la gente (40, 27). Al abatido es necesario reanimarle, dirigirle una palabra de consuelo, de esperanza en el Señor (v. 4a; cfr. 40, 28 ss). - A la vocación e invitación el siervo responde con prontitud (por contraposición a Moisés y Jeremías que se rebelan: Ex. 3; Jr. 1..., la vocación no conlleva la pérdida de la propia personalidad). Sabe que su tarea es amarga y así lo confiesa en este relato que se asemeja a las confesiones de Jeremías. Intenta suscitar esperanza en el pueblo y sólo recibe escepticismo por la tardanza de la liberación. Como Ezequiel (2, 8) abre su boca para comer el mensaje divino, pero éste no es dulce sino que le acarrea un gran sufrimiento: le apalean, le mesan la barba (v. 6; en el A.T. son signos inequívocos de ultraje y desprecio: II Sam. 10, 4ss). Los ultrajes el siervo los acepta y afronta con decisión, sin intentar vengarse; al insulto responde con fría calma (v. 6) y es tan testarudo en hacer el bien como los malvados en su maldad; está convencido de que su vida no es un camino de rosas, pero sabe que este es su camino; cree con total firmeza que el Señor está a su lado (le nombra insistentemente: vs. 4.5.7.7.9) y por eso espera contra toda esperanza sabiendo que al final el triunfo es suyo. - El que "dice al abatido una palabra de consuelo" es un incomprendido, y en consecuencia acepta su misión entregando su espalda a los que le flagelan.
-Esta fue la suerte que corrió el siervo y también Jesús. Transmitió el mensaje de su Padre (Jn. 8, 28.40), dio respiro, esperanza... a los agobiados y maltrechos (Mt. 11, 28)... y acabó recibiendo ultrajes: le mesaron la barba, le flagelaron... Y Jesús afrontó, sin vengarse, su pasión entregando sus espaldas a los que le apaleaban (MC. 15, 19). También Él es sabedor de que su Padre le hará justicia (Jn. 8, 29. 50). - ¿Es así también nuestra actuación en el gran teatro de la vida? Muchas veces nuestras palabras en lugar de consolar sólo sirven para abatir y herir, y ante la primera dificultad o incomprensión nos revolvemos como víboras. Nos queda mucho por aprender de esta figura del siervo y de Jesús (A. Gil Modrego).
3. Este salmo es una historia. La historia de un hombre que está en las últimas. Y explota en grito de angustiosa protesta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (v. 2). El salmo es siempre actual. Como es actual el sufrimiento de los hombres. Como es actual el grito de quien está roto de cuerpo y espíritu. Por eso el salmo 22 es recitado continuamente en la tierra. No hay que esforzarse mucho para encontrar personas que recitan este salmo con un timbre de dolorosa autenticidad. Basta pensar en un torturado. En un enfermo después de una operación. En una familia donde todo se ha derrumbado. En quien se tortura con la soledad más fría. En el preso con la cabeza apoyada entre los barrotes de la celda, pulidos por años de remordimientos. Todavía tengo en los oídos el grito lacerante que una chica de 20 años, recluida en un manicomio, lanzaba en su «lúcida» locura, como una obsesionante letanía: «¿Por qué el Señor me ha hecho esto?»… Cristo ha experimentado en su propia carne la situación de millones de hombres que han estado en las últimas. Incluso se ha sentido abandonado por su propio Padre: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». Y esta frase debe haberla repetido varias veces antes de llegar al monte de la calavera. Por ejemplo, en el momento en que Pilato «le entregó a la voluntad de ellos» (Lc 23,25). Se puede decir —según la estupenda expresión de Paul Claudel— que realmente Cristo ha cargado sobre si la paga de nuestras miserias...
Al final, se abre con un grito al triunfo. Ha llegado la liberación esperada: «Contaré tu fama a mis hermanos» (v. 23). Al llegar aquí el salmista siente necesidad de contar en medio de la asamblea la salvación que le ha sido regalada por el Señor. El «público» que poco antes le despreciaba, ahora le escucha alabar al Señor. Son «hermanos» invitados a celebrar esta «acción de gracias». Y nos encontramos con la visión de un banquete en el que participan pobres y ricos. Se han roto todos los confines y son convocados todos los pueblos de la tierra a este banquete en el que «los desvalidos comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan» (v. 27). Esta última parte del salmo 22 contiene los elementos esenciales de nuestra liturgia, especialmente de la eucaristía. Un banquete en el que participan todos sin distinciones y donde existe una única mesa para todos los hermanos. Es memorial, es decir, conmemoración de los acontecimientos que tienen como protagonista al Señor, que toma partido por la gente humillada, indefensa, pisoteada. Que interviene para salvar y liberar. Es acción de gracias, que es mucho más que un simple agradecer. Es el tomar conciencia de la gracia en acción aquí y ahora. Los acontecimientos que son rememorados, contados, no hacen referencia sólo al pasado. También afectan al hombre de hoy. Su conmemoración les hace actuales, no sólo en la memoria, sino sobre todo en su acción real, en sus efectos. Es un recuerdo «eficaz». Por eso podemos decir que la liturgia actualiza la historia de la salvación. La liturgia, por tanto, traspasa el tiempo. Gracias a ella las acciones que pertenecen al pasado me afectan hoy —de este modo me convierto en testigo, actor y beneficiario de las «maravillas» de Dios— y prefiguran lo que llegará mañana, en la plenitud de los tiempos. Por tanto es una conmemoración, actualmente eficaz y signo del futuro. El protagonista es siempre Él, el Dios que «actúa», no un Dios lejano ni ausente. El que recita ininterrumpidamente este salmo: Un hombre que está en las últimas y ha gritado la profundidad de su angustia. Millones de hombres están en las últimas, a punto de desesperarse y de su boca salen las mismas expresiones del salmista (Alessandro Pronzato). Las últimas palabras de este salmo son las que le dan su sentido esencial: aunque parezca paradójico, se trata de un salmo de acción de gracias. El salmista canta la acción de gracias de Israel resucitado a la vuelta del exilio. Lo que más llama la atención, es que este poeta describe la liberación de su pueblo, bajo el «ropaje» de un «crucificado vuelto a la vida». El ritmo de este salmo nos permite llegar a lo profundo del alma de Jesús a lo largo de esta semana santa: «Por qué me has abandonado...» Esta oración la podemos hacer nuestra. Pero vayamos hasta el final y digamos: «¡los que buscan al Señor le alabarán... a vosotros, vida y felicidad... Yo vivo para Él... He ahí la obra de Dios!» (Noel Quesson).
"El misterio de la cruz, escándalo o locura, aparecía a la luz del salmo 21 como el misterio de la fuerza de Dios" (Scheifler). Cristo en la cruz ora con el salmo 21. Toda su vida ha orado, como buen israelita, con los salmos de la Biblia. Él los ha constituido en alimento de su alma. Los ha hecho suyos, se ha identificado con ellos, les ha dado cumplimiento. Y así no es de extrañar que en el momento de su agonía vengan, diríamos espontáneamente, a su mente y a sus labios, las oraciones sálmicas más apropiadas. Concretamente el salmo 21, que es uno de los más conmovedores del salterio. Con un vivo realismo describe este salmo la situación límite del justo doliente, cubierto de toda clase de males, físicos y morales, hundido en su espíritu no menos que maltratado en su cuerpo. Con voz profética ha ido anunciando los dolores indecibles que arrollarían a Aquél que sería más tarde el Salvador de su pueblo. Nuestro salmo tiene, en el Antiguo Testamento, un paralelo impresionante, también muy conocido del pueblo cristiano: el canto del Siervo de Yahvé, del profeta Isaías (52,13—53,12). Son dos textos muy afines. El texto de Isaías es más bien una profecía mesiánica sobre lo que sufriría el Siervo de Yahvé para la redención de los hombres. El profeta contempla al Mesías en su aspecto doliente y redentor. El salmo 21, aun siendo también una profecía mesiánica, expresa la realidad de un hombre justo, el salmista, que ha vivido en carne propia las amargas experiencias que describe. Leemos en Isaías: "No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiéramos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y conocedor de todos los quebrantos, como uno ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas" (Is 53 2-5). El salmo 21 se expresa en primera persona. Es el mismo hombre que sufre el que describe su dolor. Su descripción es algo vivencial, que sufre en carne viva. Algo existencial que afecta a todo su ser. Y lo primero que manifiesta es el sentimiento de ser abandonado de Dios. El silencio de Dios: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? A pesar de mis gritos, mi oración no te alcanza. Dios mío, de día te grito, y no respondes". El salmista se siente desamparado, como olvidado de Dios. Y esto le hunde en un abismo de tristeza y de angustia: "Mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas". Experimenta la lejanía de Dios, el trauma de la separación de aquel Dios que tanto había amado, el desengaño de no ser escuchado por Aquél que siempre lo había socorrido, como antes había ayudado a su pueblo. ¿Por qué él será distinto? ¿Por qué Dios no le atiende? Juntamente con la angustia del corazón viene la aflicción moral, la humillación psicológica, los desprecios y las burlas de sus enemigos que le zahieren cínicamente con sarcasmos. Él se considera tan humillado, se siente tan hundido que se tiene como un gusano despreciable, como nada. Y por si fuera poco, el mal físico. Un mal intenso y extendido por todo su cuerpo consumido por la fiebre, abrasado de sed, con los huesos descoyuntados; se siente como ajusticiado, con las manos y los pies ligados (o taladrados). En una palabra, se siente perdido, anonadado. Se ve en las puertas de la muerte. El realismo más expresivo ha llenado esta descripción, fiel reflejo de un dolor total, abrumador. Así sufría el salmista. Así sufrió el Siervo de Yahvé, el Mesías.
El alma del salmista: Con todo, en esta situación dolorosa y angustiosa, el salmista no ha perdido la confianza en Dios. El Dios en el que él siempre había creído y en el que siempre había esperado, continúa siendo el Dios de su vida. A pesar de las tinieblas, espera la luz; a pesar de que todo parece perdido, él confía en Dios. Este hombre sufre lo indecible, pero no pierde la paz interior. Su fe le ayuda a no desesperar. Es un hombre creyente y justo. En su oscuridad acude a Dios y le suplica con humildad y confianza. No se rebela, no recrimina, no prorrumpe en imprecaciones de ira o de rencor. A pesar de su dolor vivísimo se mantiene sereno. No se desata en maldiciones contra sus enemigos o contra su destino. Ninguna venganza, ningún resquemor ofuscan la bondad de aquel corazón que no llega a considerar ni siquiera sus sufrimientos como consecuencia del pecado. "Ningún otro salmo nos presenta un alma tan bella, tan pura, tan cercana al Mesías, como la que aquí expresa sus desgracias" (A. Feuillet). Por esto, no sólo por sus sufrimientos, por los detalles impresionantes de paralelismo con los dolores de Cristo en la cruz, sino también por la transparencia del alma de este justo que sufre, por su fe y su confianza, este salmo resume magníficamente la situación existencial de Jesús clavado en la cruz, y ha sido leído en la Iglesia a la luz de su pasión. Con la lectura cristiana se ha cambiado el proceso: si antes se leía el salmo pensando en el Mesías, Siervo doliente de Yahvé, ahora la historia de la pasión del Mesías es como profecía cumplida de este salmo incomparable.
Aspecto literario: Literariamente este salmo 21 es un poema perfecto. La belleza de sus imágenes, la profundidad de su pensamiento teológico, la emoción que vibra en toda la descripción de sus males hacen de él una obra maestra. Con alegorías fácilmente comprensibles (la mención de los animales) y con un lirismo acabado (descripción de su espíritu angustiado), el salmista nos va llevando a la comprensión perfecta del drama que desgarra su vida, que lo lleva a la muerte.
Dios nunca falla. Siempre responde. A veces se hace esperar, pero jamás desoye la súplica de sus fieles. Dios prueba la fe de los suyos, como la de Abraham. Pero nunca defrauda y luego da una espléndida recompensa que supera en mucho el dolor o la aflicción de la prueba. Cristo tendría también la sensación de ser desoído, cuando en Getsemaní pidió al Padre que alejara de Él el cáliz. Y Cristo bebe el cáliz de la amargura. En la cruz se siente desamparado, solo. Pero no pierde la confianza. Reza. Y luego aparece la respuesta magnífica del Padre: la Resurrección, la gloria, la salvación de todo el mundo. Sorprendente salmo 21, profecía de Cristo crucificado, escuela de fe y de confianza, drama con un final feliz. Cristo lo ha vivido y lo ha hecho suyo. Oración de nuestra vida, de nuestras pruebas, de nuestras oscuridades. Refuerza nuestra fe y nuestra confianza, porque Dios nunca abandona. Cristo nos lo dice (J. M. Vernet).
4. Flp 2. 6-11: Himno a la Kenosis y la glorificación del Señor de origen probablemente prepaulino. Con mucha probabilidad estos versículos son un himno procedente de una comunidad prepaulina que el Apóstol adoptó, insertó y retocó en este lugar de la carta. El primer tema del himno -aunque no el más importante en su estructura- es la preexistencia de Cristo. Quiere indicar que la existencia total de Jesús no comienza con su aparición en el mundo, sino tiene una "prehistoria". Dicho de otro modo: la preexistencia es una forma de expresar la trascendencia en términos temporales. Cristo-Jesús es el Hijo de Dios desde siempre, igual al Padre.
El segundo punto es el vaciamiento. No se trata de afirmaciones ontológicas sobre un imposible abandono de la naturaleza divina por parte del Hijo, sino de insistir en su solidaridad con el hombre, compartiendo el destino de ésta aun en sus lados más oscuros y negativos. Indica una actitud contrastante con la de Adán, que quiso ser lo que no podía. El Hijo, en cambio, no vive como podía, sino como nosotros, haciendo una suerte de milagro por puro amor gratuito.
Tercer punto: Jesús es hombre, pero, además, tal hombre. Muere, pero muere tal muerte, la de cruz -probablemente retoque personal paulino del himno original-. Lleva a cabo su misión de predicar el Reino asumiendo las consecuencias de su vida, de su acción concreta de predicar la justicia y el amor en un mundo donde ello a menudo no se admite. Con ello corre el riesgo, al ser pobre, desamparado y pacífico, de morir injustamente. Ello sucede de hecho.
Por último: el proceso no termina en lo negativo, sino en la exaltación, como indica la segunda parte del himno. Se trata de Jesús en su destino final, definitivo y glorioso, de su proclamación como Señor de todo, o sea, de reconocimiento de cuanto era de hecho, pero disimulado a lo largo de su vida mortal. Comenzado todo ello en su Resurrección (Federico Pastor). Pablo utiliza con frecuencia himnos de la comunidad primitiva (cf. Ef 5, 14; 1 Tim 3, 16), en este hay dos partes, el primero el de humildad y abajamiento, más bien se anonadó (se vació de sí mismo, en contraposición al que se hincha con un honor aparente). Y no es que Cristo dejara de ser por un solo instante el Hijo de Dios, sino que aceptó voluntariamente la humilde condición humana y no hizo ostentación de su categoría divina. Cristo quiso acreditarse como verdadero hombre y vivir como uno de tantos. Por su obediencia al Padre, por su condescendencia con los hombres y por su solidaridad con todos los pecadores, Cristo se anonadó hasta el límite: hasta la muerte y muerte de cruz. Luego la segunda parte es de ascensión, alzarse hasta la gloria desde el abismo de la cruz adonde descendió porque quiso, Dios lo ensalzó para darle un "nombre" que está por encima de todo nombre. El nombre es para los hebreos la expresión del propio ser, la proclamación de lo que uno es; al recibir Jesús el "nombre-sobre-todo-nombre" se expresa lo que Él es por encima de toda criatura. Jesús es el Señor. El nombre significa también la misión que uno ha de cumplir en el mundo, la misión de Cristo es la más excelsa. Al Señor, a Jesús exaltado como Señor, le compete el culto supremo de adoración, la exaltación de Cristo es la proclamación de la gloria de Dios Padre (“Eucaristía 1975”). No podemos leer este texto sin sentir una gran emoción, una fuerte sacudida, una iluminación sobre el misterio de Cristo. Este himno cristológico es una joya por lo antiguo, por lo bello, por lo conciso, por lo inspirado. No pretende solamente dar una lección moral -«tener los mismos sentimientos de Cristo»-, sino una exposición profunda y poética del misterio de Cristo en su encarnación, su pasión y su exaltación. Hay toda una dramática realidad de anonadamiento que da vértigo, que parece no terminar nunca.
5. Mc 14,1-15,47 (par: Mt 26,1-13;Lc 22,1-12; Jn 12,2-11): El relato de la pasión y muerte de Jesús, que constituye, al parecer, la parte más antigua de la tradición evangélica, fue contado primero y escrito después, desde la fe de los testigos y para la fe de la iglesia. Por lo cual no debemos leerlo como un informe de los hechos desnudos, sino más bien como la interpretación de estos hechos a la luz de la experiencia pascual y del anuncio de los profetas del AT. Ni la tradición formulada ya sustancialmente en la predicación apostólica, ni los evangelistas que la recibieron, pretenden hacer una llamada al sentimiento o a la admiración, presentando patéticamente al "héroe" de la tragedia que sufre en silencio. No; hacen, eso sí, una apelación a la fe, a nuestra fe. Su interés, eminentemente teológico, se centra en el significado de la pasión de Jesús como acto supremo de la historia de salvación. Si la cruz es para los "griegos" una necedad y un escándalo para los "judíos", es para los creyentes la revelación de la misma sabiduría y de la fuerza de Dios.
V.1.- El sanedrín, tribunal supremo de los judíos, tenía varias razones para entregar a Jesús a los romanos: En primer lugar, el sanedrín, aunque podía sentenciar la pena de muerte, no podía ejecutarla sin que fuera confirmada por el procurador romano, y esto era evidentemente lo que deseaba. En segundo lugar, si conseguía implicar a los romanos en el proceso, podría contar también con su guarnición militar para hacer frente a la eventual oposición del pueblo. Por último, si Jesús moría ajusticiado por los romanos, sería clavado en una cruz; esto contribuiría en gran manera a desfigurar la imagen del Nazareno: todos verían en el crucificado a un hombre que había sido antes arrojado de la comunidad de Israel y ahora padecía, bajo el poder de los romanos, la muerte que éstos solían dar a los esclavos. Por estas razones, apenas despuntó el día, cuando comenzaba, según el derecho romano, el tiempo hábil para administrar justicia, el sanedrín llevó a Jesús ante Pilato.
V.3.- Los mismos jueces que habían condenado a Jesús por blasfemo, según ordenaba que se hiciera la Ley de Moisés, lo denuncian ahora ante Pilato por hacerse llamar "Rey de los judíos". La pregunta de Pilato supone tal acusación. Conociendo la proverbial liberalidad de los romanos en cuestión religiosa y el desprecio que Pilato sentía por las convicciones judías, era de esperar la maniobra del sanedrín. Y si éste le había condenado ya por blasfemo, también era de esperar que Pilato lo condenara por ir contra el César. Y aunque Jesús no era ni blasfemo ni agitador político, lo cierto es que murió por ambas causas. Por eso y porque era inocente, la muerte de Jesús en la cruz es la denuncia y la condena tanto de la institución religiosa como del poder político.
V.5.- Jesús no se defiende. Jesús calla porque sabe que ha llegado su "hora" y que tiene que morir para que se cumpla la voluntad del Padre. Jesús calla para que todo suceda conforme a lo que habían anunciado los profetas del Siervo de Yahvé (Is 53, 7). Pero Pilato, que no conoce ni la "hora" ni la voluntad de Dios, se extraña.
V.8.- Pilato quiere desembarazarse de todo este asunto, pero elige un mal camino: abandona el terreno de la estricta justicia y entra en el de las negociaciones con la gente soliviantada y manipulada por la mala voluntad de los sumos sacerdotes. Marcos supone que un grupo de zelotes, aprovechando el indulto que solía concederse con ocasión de la pascua, había acudido al pretorio para pedir la libertad de Barrabás. Este no era un vulgar ladrón, sino un preso político, un zelote o nacionalista exaltado que había matado a un hombre en una revuelta contra los romanos. Los otros dos "ladrones" que serían crucificados con Jesús eran también probablemente zelotes, pues sabemos que el historiador judío Flavio Josefo llama así a todos los zelotes. "Barrabás" quiere decir "hijo del padre", y su nombre completo era Jesús Barrabás. Pilato propone a Jesús de Nazaret como candidato para el indulto pascual, pero el pueblo elige al otro Jesús. Sustitución significativa: Jesús, el hijo amado del Padre, muere en lugar de Barrabás. Por otra parte, Jesús, que era inocente, no hubiera aceptado un indulto; pero es que además convenía que el Inocente muriera por todos los culpables y en solidaridad con todos aquellos que padecen persecución por su amor a la justicia. Vemos cómo el proceso de Jesús, quizás indebida pero inevitablemente, se politiza. Hasta el punto que el título o la causa de su condena será: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos".
v.19.- Después de haber azotado a Jesús, la soldadesca se divierte con Él haciendo gala de su corto ingenio y de su gran brutalidad. El gobernador romano lo había presentado al pueblo como Rey de los judíos: los soldados encuentran en ello un buen motivo para mofarse de Jesús y de los judíos. Los excesos de estos mercenarios en un rincón del pretorio están en la misma línea que las torturas que se perpetran en tantas comisarías contra todos los derechos humanos.
V.21.- El único que ayudó a Jesús a llevar la cruz fue un hombre que venía del campo, un campesino que se llamaba Simón. Este era padre de Alejandro y Rufo. Aunque este dato no añade para nosotros nada importante, tiene sentido si pensamos que Marcos escribió su evangelio en Roma y para los fieles romanos, entre los cuales vivía Rufo con su madre (Rm. 16, 13). El encuentro de Simón con Jesús, camino del Calvario, fue para él y toda su familia una hora de gracia.
V.23.- La mezcla de vino con mirra se daba a los ajusticiados, y era una especie de analgésico. Jesús, que estaba dispuesto a beber hasta la última gota del cáliz que el Padre le había preparado, no quiere disminuir en nada su conciencia en aquella hora suprema. Por eso rechaza el vino mezclado con mirra.
V.32.- Cuando levantaron a Jesús, clavaron en la cabecera de la cruz el letrero de la acusación, que hasta ese momento había llevado colgado al cuello. Entonces empezaron a desfilar sus enemigos en son de triunfo y, meneando la cabeza, unos le recordaban su amenaza al templo y otros lo denunciaban como falso Mesías. Se repite, pues, la doble acusación: de blasfemo y de sedicioso político.
V.33.- Los profetas ven en el oscurecimiento del sol una señal que acompaña siempre al juicio de Dios (Am 8, 9; Is 13, 10; 50,3; Jer 15, 9; Jl 2, 10; 3, 4; 4, 15). Según esto se trataría aquí de la manifestación de la ira de Dios contra la ciudad y el pueblo que asesina al Mesías que le ha sido enviado.
V.34.- Con estas palabras comienza el salmo 22 (21), que tiene un sentido mesiánico. En su contexto original no implican ninguna duda, ni hay por qué suponerla en la situación de Jesús. Pero son aquí la expresión de aquella inmensa soledad, en la que sólo puede encontrarse el que se ha hecho responsable de todo y en favor de todos delante de Dios. V.36.- Uno de los soldados tiene un gesto de condolencia, le ofrece a Jesús una esponja empapada con agua y vinagre. Las palabras con las que acompaña su gesto son desconcertantes. Mateo las pone en boca de los otros soldados (27, 49).
V.37.- Según Lucas no se trataría de un grito inarticulado, sino de estas palabras: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46; cfr. Sal 31, 6).
V.38.- El sentido salvador de la muerte de Jesús se muestra inmediatamente, y el que parecía vencido comienza a dar señales de victoria: el velo del templo se rasga. Se acabó el viejo culto y los privilegios de los sacerdotes; ahora todos tienen acceso a la presencia de Dios en Jesucristo (cfr. Jn 4, 21-24; Heb 5, 19s; 9, 8; 10, 19s).
V.39.- Durante cuatro horas, este capitán que comanda el piquete de cuatro soldados que custodian a los reos, ha podido ver el comportamiento de Jesús durante su agonía. Ha visto también lo que ha sucedido en el momento de su muerte, cuando se ha oscurecido el sol. Y aunque este fenómeno pudo ser causado naturalmente por el viento siroco, el capitán, valorando todos los hechos y acordándose del proceso y de lo que en él se dijo, confiesa: "Realmente este hombre era Hijo de Dios". Con ello quiere decir que el ajusticiado era inocente y que no era un embaucador, también que no era sin más un hombre cualquiera. El grano de trigo ha caído en tierra, ha muerto, y ahora comienza a brotar la espiga. La muerte no acaba con Jesús ni con la causa de Jesús (“Eucaristía 1985”).

miércoles, 22 de febrero de 2012

Jueves después de Ceniza: primer anuncio de la Pasión para Jesús y sus discípulos

Jueves después de Ceniza: primer anuncio de la Pasión para Jesús y sus discípulos

Deuteronomio 30,15-20. Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar y vas a postrarte ante otros dioses para servirlos, yo les anuncio hoy que ustedes se perderán irremediablemente, y no vivirán mucho tiempo en la tierra que vas a poseer después de cruzar el Jordán. Hoy tomo por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra; yo he puesto delante de ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás, tú y tus descendientes, con tal que ames al Señor, tu Dios, escuches su voz y le seas fiel. Porque de ello depende tu vida y tu larga permanencia en la tierra que el Señor juró dar a tus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob.

Salmo 1,1-4.6. ¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche! El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.

Texto del Evangelio (Lc 9,22-25; paralelos: Mt 16,21-27; Mc 8,31-38): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?».
Comentario: 1. Moisés dirige a su pueblo un discurso, cuyo resumen leemos hoy. Les dice que les vendrá toda clase de bendiciones si son fieles a Dios. Pero si no lo son les esperan desgracias de las que ellos mismos tendrán la culpa. Se lo plantea como una alternativa ante una encrucijada en el camino. Si siguen la voluntad de Dios, van hacia la vida; si se dejan arrastrar por las tentaciones y adoran a dioses extraños, están eligiendo la muerte. Es lo mismo que dice el salmo responsorial, esta vez con la comparación de un árbol que florece y prospera si sabe estar cerca del agua: «dichoso el que ha puesto su confianza en el Señor, que no entra por la senda de los pecadores... será como árbol plantado al borde de la acequia», «no así los impíos, no así: serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal».
La Cuaresma es tiempo de opciones. Nos invita a revisar cada año nuestra dirección en la vida. Desde la Pascua anterior seguro que nos ha crecido más el hombre viejo que el nuevo. Tendemos más a desviarnos que a seguir por el recto camino. En el camino de la Pascua no podemos conformarnos con lo que ya somos y cómo vivimos. Esa palabrita «hoy», que la la lectura repite varias veces, nos sitúa bien: para nosotros el «hoy» es esta Cuaresma que acabamos de iniciar. Nosotros hoy, este año concreto, somos invitados a hacer la opción: el camino del bien o el de la dejadez, la marcha contra corriente o la cuesta abajo. Si Moisés podía urgir a los israelitas ante esta alternativa, mucho más nosotros, que hemos experimentado la salvación de Cristo Jesús, tenemos que reavivar una y otra vez -cada año, en la Pascua- la opción que hemos hecho por él y decidirnos a seguir sus caminos. También a nosotros nos va en ello la vida o la muerte, nuestro crecimiento espiritual o nuestra debilidad creciente. Ahí está nuestra libertad ante la encrucijada, una libertad responsable, siempre a renovar: como los religiosos renuevan cada año sus votos, como los cristianos renuevan cada año en Pascua sus compromisos bautismales. Todos tenemos la experiencia de que el bien nos llena a la larga de felicidad, nos conduce a la vida y nos hace sentir las bendiciones de Dios. Y de que cuando hemos sido flojos y hemos cedido a las varias idolatrías que nos acechan, a la corta o a la larga nos tenemos que arrepentir, nos queda el regusto del remordimiento y padecemos muchas veces en nuestra propia piel el empobrecimiento que supone abandonar a Dios.
El tema de los dos caminos, el de la vida y el de la muerte, es muy típico de las literaturas religiosas de la antigüedad. La vida y la felicidad dependen de la obediencia a los mandamientos del Señor. El camino de la muerte y de la desgracia parte del corazón desviado, de la idolatría. La llamada de Dios es una opción que coloca al hombre ante el dilema de la bendición o la maldición divinas. El Señor exhorta amablemente a escoger la senda buena (Misa dominical 1990).
En el evangelio de hoy, Jesús propone la cruz como un camino, una vía hacia la plenitud de la "vida": es preciso que el Hijo del hombre padezca mucho para entrar en su gloria: "muerte» que conduce a "resurrección".
–“Yo te propongo HOY vida y felicidad, muerte y desgracia”. Escucho, Señor, tu palabra, pronunciada ya por Moisés. La repito en mi interior, como si la oyera directamente de Ti, HOY. Tú respetas mi libertad. Propones la vida y la felicidad... o bien me abandonas a mi muerte y a mi desgracia. No te impones. Pero queda claro que lo que Tú deseas para nosotros es la vida y la felicidad. Estoy ante mi jornada de HOY. Que no deje para mañana esa decisión, esa elección por hacer. ¿Escojo la vida y la felicidad, sí o no?
-“Si escuchas... al Señor, vivirás”. Si amas... Si tu corazón se desvía... perecerás. Si no escuchas... Escuchar a Dios, será el esfuerzo de toda mi cuaresma, será la elección de la vida y la felicidad. De ese modo, la cuaresma, a pesar de ciertas apariencias y de ciertos hábitos, no está orientada primordialmente hacia el sacrificio... sino hacia "la vida y la felicidad". Es un tiempo de vitalidad, de expansión humana y cristiana... y de ningún modo es un tiempo de morosidad y de tristeza. Pascua está ya al final del camino: ¡vivirás!
Pero, Señor, escucho también la segunda frase, la frase de amenaza. Sé que nos tomas en serio, y que tendrás en cuenta mi elección. Me pedirás cuentas de mi rechazo: «Si no me escuchas, perecerás». Más allá del castigo exterior, en el hecho mismo del rechazo de Dios está inscrito una especie de castigo. Ayúdame, ayúdanos, Señor, a nunca jamás desviarnos voluntariamente de ti. Sería perecer.
-“Te propongo la vida o la muerte, la bendición o la maldición: ¡escoge pues la vida! a fin que vivas amando al Señor, tu Dios”. Lo que Dios quiere, lo que preferiría que eligiéramos... está muy claro: ¡es la vida! Te doy gracias, Señor, por repetirme tan a menudo, y tan fuertemente esas cosas, la Salvación, la Liberación, la Redención... Tu voluntad es darnos la vida y la felicidad. Jesús ha venido sólo para esto. ¿Qué debo hacer, para que así sea? Escuchar los mandamientos de Dios, vivir unido a El, caminar según sus sendas, amar al Señor.
-“Dichoso el hombre que medita la Ley del Señor. Es como un árbol cuyo follaje no se mustia jamás y que da el fruto a su tiempo”. Son palabras del Salmo 1 que leemos hoy. Hay que leerlo entero, y llevarlo a la oración. Dios hizo al hombre para la "vida", para «no mustiarse», para «dar fruto sabroso». La cuaresma también... (Noel Quesson).
2. Sal. 1. El salterio, dedicado especialmente a exaltar la Ley del Señor y a alabar a quienes la cumplen, y a maldecir a quienes la transgreden, se abre con este Salmo en el que se nos habla del camino del justo y del camino del malvado. Para el que ama la Ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos: la dicha y el éxito; para el malvado la maldición que lo hará desaparecer como la paja barrida por el viento. Por medio de Cristo Jesús se nos ha abierto el Camino que nos conduce al Padre. Vamos hacia Él no como esclavos, sino como hijos. Tratemos de corregir nuestros caminos, que muchas veces pudieron desviarse hacia la maldad. Aprovechemos este tiempo de gracia para humillarnos ante el Señor y pedirle perdón; y Él tendrá compasión de nosotros.
3. También Jesús nos pone ante la alternativa. El camino que propone es el mismo que él va a seguir. Ya desde el inicio de la Cuaresma se nos propone la Pascua completa: la muerte y la nueva vida de Jesús. Ese es el camino que lleva a la salvación. Jesús va poniendo unas antítesis dialécticas que son en verdad paradójicas: el discípulo que quiera «salvar su vida» ya sabe qué tiene que hacer, «que se niegue a si mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo». Mientras que si alguien se distrae por el camino con otras apetencias, «se pierde y se perjudica a sí mismo». «El que quiera salvar su vida, la perderá. El que pierda su vida por mi causa, la salvará».No olvidemos que la Cuaresma es camino hacia la Pascua. Este misterio de muerte y vida llega a la existencia íntima del cristiano. El discípulo de JC debe abrazarse a la cruz para encontrar la vida. De nada sirve ganar el mundo si uno se pierde. Únicamente muriendo a nosotros mismos tendremos la senda de la libertad y de la alegría verdaderas (Misa dominical 1990).
“Si alguno quiere venir en pos de mi…” Jesús no es masoquista, no le gusta el dolor, no propone la mortificación como fin en sí mismo. Juan Pablo II nos indicaba pistas para entender mejor el mensaje: “En realidad, «negarse a sí mismo» y «tomar la cruz» equivale a asumir hasta el fondo la propia responsabilidad ante Dios y el prójimo. El Hijo de Dios ha sido fiel a la misión que le confió el Padre hasta derramar su propia sangre por nuestra salvación. A sus seguidores, les pide que hagan lo mismo, entregándose sin reservas a Dios y a los hermanos. Al acoger estas palabras, descubrimos cómo la Cuaresma es un tiempo de fecunda profundización en la fe. La Cuaresma tiene un elevado valor educativo, de manera particular, para los jóvenes, llamados a orientar con claridad su vida. A cada uno, Cristo les repite: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame». Cristo es exigente: “Quienes se ponen a la escucha del divino Maestro abrazan con amor su Cruz, que conduce a la plenitud de la vida y de la felicidad”.
Claro que el camino que nos propone Jesús -el que siguió él- no es precisamente fácil. Es más bien paradójico: la vida a través de la muerte. Es un camino exigente, que incluye la subida a Jerusalén, la cruz y la negación de sí mismo: saber amar, perdonar, ofrecerse servicialmente a los demás, crucificar nuestra propia voluntad: «los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias» (Ga 5,24). Pero es el camino que vale la pena, el que siguió él. La Pascua está llena de alegría, pero también está muy arriba: es una subida hasta la cruz de Jerusalén. Lo que vale, cuesta. Todo amor supone renuncias. En el fondo, para nosotros Cristo mismo es el camino: «yo soy el camino y la verdad y la vida». Celebrar la Eucaristía es una de las mejores maneras, no sólo de expresar nuestra opción por Cristo Jesús, sino de alimentarnos para el camino que hemos elegido. La Eucaristía nos da fuerza para nuestra lucha contra el mal. Es auténtico «viático», alimento para el camino. Y nos recuerda continuamente cuál es la opción que hemos hecho y la meta a la que nos dirigimos. «Que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras» (oración)… «Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renúevame por dentro» (comunión; J. Aldazábal).
La salvación del género humano culmina en la Cruz, hacia la que Cristo encamina toda su vida en la tierra. Y es en la Cruz donde el alma alcanza la plenitud de la identificación con Cristo. Ese es el sentido más profundo que tienen los actos de mortificación y penitencia. Para ser discípulo del Señor es preciso seguir su consejo. No es posible seguir al Señor sin la Cruz. Unida al Señor, la mortificación voluntaria y las mortificaciones pasivas adquieren su más hondo sentido. No son algo dirigido a la propia perfección, o una manera de sobrellevar con paciencia las contrariedades de esta vida, sino participación en el misterio de la Redención. La mortificación puede parecer a algunos locura o necedad, y también puede ser signo de contradicción o piedra de escándalo para aquellos olvidados de Dios. Pero no nos debe extrañar, pues ni los mismos Apóstoles no siguen a Cristo hasta el Calvario, pues aún, por no haber recibido al Espíritu Santo, eran débiles.
En este primer anuncio de la pasión choca con un mundo que pretende bienestar y no sacrificio, rosas y no espinas; pero el camino cristiano no es de satisfacción casi animal, como aquella a la que aspiraba el necio de la parábola que se decía: descansa, come, bebe, pásalo bien (Lc. 12,19). Jesús nos convoca en el Calvario, para que nos entreguemos con El. Este es el único camino para alcanzar la felicidad en el Cielo y en la tierra, pues el que pierda su vida por mí -promete el Señor-, la encontrará (Mt. 16, 25). La mortificación está muy relacionada con la alegría, y cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás. La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no es del Señor, no santifica. En alguna ocasión encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido. Sin embargo, lo normal será que encontremos la cruz de cada día en pequeñas contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un imprevisto que no contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de trabajo que se estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de una persona con la que convivimos. Hemos de recibir estas contrariedades con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos: nos ayudará a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Además experimentaremos una profunda paz y gozo. Además de aceptar la cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Unas nos facilitarán el trabajo, otras nos ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean cosas más grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor de Dios. Digámosle a Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
Decía San Josemaría, después de experiencias duras, al meditarlas al cabo de los años: “Tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo, y, por eso, ser hijo de Dios (...). Vale la pena clavarse en la Cruz, porque es entrar en la Vida, embriagarse en la Vida de Cristo”. Y escribía en su epacta: “in laetitia, nulla dies sine cruce! –¡con alegría, ningún día sin cruz!”. Rezan unos versos: "Corazón de Jesús, que me iluminas, / hoy digo que mi Amor y mi Bien eres, / hoy me has dado tu Cruz y tus espinas / hoy digo que me quieres". Jesús bendice con su cruz, pero la ayuda a llevar: "Me has dicho: Padre, lo estoy pasando muy mal. Y te he respondido al oído: toma sobre tus hombros una partecica de esa cruz, sólo una parte pequeña. Y si ni siquiera así puedes con ella... déjala toda entera sobre los hombros fuertes de Cristo. Y ya desde ahora, repite conmigo: Señor, Dios mío: en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. Y quédate tranquilo".
Antes de cargar con nuestra “cruz”, lo primero, es seguir a Cristo. No se sufre y luego se sigue a Cristo... A Cristo se le sigue desde el Amor, y es desde ahí desde donde se comprende el sacrificio, la negación personal: «Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 25). Es el amor y la misericordia lo que conduce al sacrificio. Todo amor verdadero engendra sacrificio de una u otra forma, pero no todo sacrificio engendra amor. Dios no es sacrificio; Dios es Amor, y sólo desde esta perspectiva cobra sentido el dolor, el cansancio y las cruces de nuestra existencia tras el modelo de hombre que el Padre nos revela en Cristo. San Agustín sentenció: «En aquello que se ama, o no se sufre, o el mismo sufrimiento es amado».
En el devenir de nuestra vida, no busquemos un origen divino para los sacrificios y las penurias: «¿Por qué Dios me manda esto?», sino que tratemos de encontrar un “uso divino” para ello: «¿Cómo podré hacer de esto un acto de fe y de amor?». Es desde esta posición como seguimos a Cristo y como —a buen seguro— nos hacemos merecedores de la mirada misericordiosa del Padre. La misma mirada con la que contemplaba a su Hijo en la Cruz.
“Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará”. Como a san Pedro –a quien el Señor tuvo que reprender por no entender estas palabras- también a nosotros nos cuesta entender esta paradoja de la cruz, de perder la vida: los planes de salvación muchas veces aparecen oscuros a nuestra inteligencia, son planes subversivos a nuestro podo de pensar, a la lógica del mundo y de la vida a la que tendemos en nuestra comodidad, pero es necesaria esta reacción sobrenatural, esta corrección del ángulo, de la perspectiva de todo lo creado, para alcanzar el corazón de Dios, no son anti-naturales los planes divinos sino pobres nuestros esquemas humanos, es un riesgo acogernos a la fe en Jesús, pero él vuelca la situación: ese morir es en realidad un camino a la vida auténtica, aquí en la tierra, y también camino a la a la felicidad del cielo para siempre. ¡Cuántos calvarios hay en el mundo, por no querer tomar el suave yugo de la cruz! Seguir a Cristo no es fácil, pues es encontrarse con su cruz, su propuesta pide entrega, correspondencia, sacrificios…
Como siempre, son los ejemplos los que mejor muestran el misterio, como el de Tomás Moro. En determinadas ocasiones ser coherente con la propia conciencia puede ser algo heroico. La etapa histórica que le tocó vivir en la Inglaterra del siglo XVI fue dura: someterse a las presiones del rey Enrique VIII (respecto a la aprobación del divorcio con su mujer Catalina de Aragón y aceptar un nuevo matrimonio real con Ana Bolena), o morir. Muchos eclesiásticos ingleses cedieron. La propia familia de Tomás Moro intentó persuadirle de que diera su consentimiento para salvar la vida. Moro, ex- Lord Canciller de Inglaterra, intentó primero no opinar, pero su silencio era acusación para el rey, por eso le pusieron entre la espada y la pared, hasta que dijera su pensamiento. Su palabra era más fuerte que la de todos, querían doblegarle o matarle. Es una imagen de Jesús, un mártir. En la película “Un hombre para la eternidad” se relata bien la grandeza de su conciencia, que no se doblega ante ningún poder humano, siempre abierta a Dios. Hemos podido ver también al Papa Juan Pablo II como un heraldo de la Verdad, el que Dios ha puesto en un mundo fracturado y atribulado, para hacer resplandecer el sentido de Dios, como quien da auténtico sentido al hombre.
La paradoja del seguimiento de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?» (Lc 9,25). Palabras que hicieron santo a Francisco Javier, «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». Lo confiamos al Señor desde la antífona e entrada: «Cuando invoqué al Señor, Él escuchó mi voz, rescató mi alma de la guerra que me hacían. Encomienda a Dios tus afanes, que Él te sustentará» (cf. Sal 54,17-20.23). Colecta (del Misal anterior, antes Gregoriano): «Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en Ti como en su fuente, y tienda siempre a Ti como a su fin». Postcomunión: «Favorecidos con el don del Cielo te pedimos, Dios Todopoderoso, que esta Eucaristía se haga viva realidad en nosotros y nos alcance la salvación».
San León Magno nos dice: «Es necesario, amadísimos, para adherirnos inseparablemente a este misterio [el de la cruz de Cristo] hacer los mayores esfuerzos del alma y del cuerpo; porque, si es malo permanecer ajeno a la solemnidad pascual, es aún peor asociarse a la comunidad de los fieles sin haber participado antes en los sufrimientos de Cristo. El Señor ha dicho: “quien no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí” (Mt 10,38). «Y añade San Pablo: “si participamos en sus sufrimientos, también participaremos en su Reino” (Rom 8,17; 1 Tim 2,12). Así, pues, el mejor modo de honrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo es sufrir, morir y resucitar con Él... Por eso, cuando alguien se da cuenta que sobrepasa los límites de las disciplina cristiana y que sus deseos van hacia lo que le haría desviar del camino recto, que recurra a la cruz del Señor y clave en ella lo que le lleva a la perdición».
La cercanía del amor a la cruz es esencial a la vida cristiana. Jesús amor, en medio de un mundo de pecado, origina la oposición y el rechazo. Toda la razón de ser de Jesús es amar, su misión es amar y dar la vida a los hombres. Pero el pecado de los hombres unirá esta misión a la muerte. Dios quiere que su Hijo sufra; pues quiere que ame y dé la vida por todos (Is 53.) La muerte de Jesús no es la meta, es sólo el paso para la "Vida". Como Jesús, los discípulos deben amar, vivir para los demás, en medio del egoísmo del mundo. Esto es dar la vida, enterrarse cada día en el don teniendo como apoyo la esperanza. Dar la vida, morir, es vivir para el cristiano. Es realizarse en el don total, enterrarse en el surco, en la esperanza de una primavera que está más allá de nuestra muerte. Este vivir en la muerte es duro cuando se piensa en el camino de los triunfalismos. Es más fácil destruir a los otros que construirlos, cuando la condición para ello es la propia muerte. El vivir cristiano es una continua cercanía a la cruz. Morir es vivir, ganar el mundo es perderlo, amar la propia vida es odiarse. Sólo el que se abraza con la muerte por el amor a los otros pasa más allá de la muerte y entra en la vida de Aquél que venció a la muerte (“Comentarios bíblicos).
Este pasaje, íntimamente ligado al anuncio de la Pasión, contiene el enunciado de las condiciones para seguir a Jesús por el nuevo camino que se prepara a recorrer. Jesús no se ha limitado a mostrar la necesidad escatológica de sus propios sufrimientos; ha preparado también a los discípulos para aceptar de la misma forma una vida de pruebas. Para ilustrar estas enseñanzas, Lucas ha compuesto en torno a este tema una especie de antología, un tanto artificial, de sentencias de Cristo. Los verbos renunciar, cargar con la cruz, seguir a Cristo son sinónimos. Designan, cada uno a su manera, en qué consiste lo esencial de la vida cristiana. Hay que renunciar a toda seguridad personal y aceptar los consejos del Maestro (sentido rabínico de la expresión: "seguir a alguien"), no sólo en teoría sino en la práctica de la vida ("llevar su cruz"). Esa solidaridad con Jesús implicará una participación activa en su resurrección y en su reino escatológico. Así termina para todo cristiano el misterio pascual: lo que Cristo vive muriendo y resucitando se convierte en condición de todos sus discípulos, que han de portar su cruz para vivir con Él en la gloria (Maertens-Frisque).
Seguir a Jesús se identifica con perder la vida. En un lenguaje evidentemente cristiano, la iglesia representa simbólicamente esa actitud con la exigencia de cargar la cruz de cada día. El gesto de Jesús que sube con su cruz hacia el Calvario y muere aplastado por su peso se convierte en la verdad universal, el principio de interpretación en que se basa toda nuestra historia. Los modelos de las viejas religiones de la tierra ya no sirven. Por eso la grandeza del hombre no consiste en trascender la finitud de la materia, subiendo hasta la altura del ser de lo divino (mística oriental) ni consiste en identificarnos sacramentalmente con las fuerzas de la vida que laten en la hondura radical del cosmos (religión de los misterios) ni es perfecto quien cumple la ley hasta el final (fariseísmo) ni el que pretende escaparse del abismo de miseria del mundo, en la esperanza de la meta que se acerca (apocalíptica)... Frente a todos los posibles caminos de la historia de los hombres, Jesús nos ha trazado su camino: "El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo". Cargar la cruz de Jesús significa escuchar su mensaje del reino, adoptar su manera de ser y cumplir hasta el final la urgencia de su ejemplo: ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte. Desde esta exigencia, la iglesia se definirá como el conjunto de los hombres que se mantienen unidos en el recuerdo de Jesús y han tomado su gesto personal como la norma de conducta. En esta perspectiva es imposible dictar unas leyes de moral objetiva a la que todos deban someterse. La verdadera ley (la norma final) es siempre el Cristo: su mensaje de evangelio y su camino de amor hasta la muerte. Sobre ese fondo, la ley de Jesús se puede traducir de la siguiente forma: se gana en realidad aquello que se pierde, es decir, lo que se ofrece a los demás, aquello que se sacrifica en bien del otro. Por el contrario, todo aquello que los hombres retienen para sí de una manera cerrada y egoísta lo han perdido. La concreción de esta manera de vida es el "Calvario": resucita lo que ha muerto en bien del otro. No olvidemos que toda esta ley de la existencia cristiana se formula y tiene sentido como expansión de la verdad de Cristo. Sin su muerte y resurrección todas estas palabras no serían más que un sueño sin sentido (Edic. Marova).
La cruz es el camino hacia la plenitud de la vida, y la condición indispensable para seguir a Jesús. -Jesús decía a sus discípulos: "Es preciso que el Hijo del Hombre padezca mucho y que sea rechazado por los ancianos, y por los príncipes de los sacerdotes, y por los escribas y sea muerto y resucite al tercer día. Desde el segundo día de cuaresma, la liturgia nos sitúa delante de lo esencial de la cuaresma: es una subida hacia la Pascua... una marcha hacia la vida en plenitud... una ascensión hacia las cumbres de la alegría, del gozo... Dios se propone que tengamos vida, felicidad... Pascua está al final del camino. Yo voy hacia la Pascua. Pero el camino es la cruz, es el sufrimiento y la renuncia. Un solo modelo, un solo principio, un solo esfuerzo cuaresmal: imitar a Jesús, seguir el camino que El siguió. De ahí la importancia primordial de la oración, de la meditación, para poner realmente a Cristo ante nuestros ojos, en nuestros corazones y en nuestras vidas.
-“Si alguno quiere venir en pos de mí...” Tú has sido el primero en pasar por ello, Señor. Quisiera vivir esos cuarenta días a tu lado, contigo "siguiéndote". Imagino que me dies: -"En verdad ¿quieres acompañarme? -Bien lo quisiera, Señor. Dame ánimo y valor para ello. -Niéguese a sí mismo... -Es verdad, paso demasiado tiempo "pensando en mí"; y sin embargo sé muy bien que esa postura es contraria al amor. Amar es olvidarse... no pensar más en sí mismo... ser y vivir para los demás. Dios es amor. Por esto renunció a sí mismo, por amor nuestro. "No hay amor mayor que el de dar la vida por aquellos que ama". "Siendo de condición divina no quiso ávidamente mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó...". Jesús es el hombre que de una manera total, definitiva e infinitamente, ha renunciado a sí mismo... para estar total, definitiva e infinitamente vuelto hacia los demás.
Jesús vuelto hacia el Padre. Jesús vuelto hacia sus hermanos. -Tome cada día su cruz... Amar es crucificante... pero es también expansionante. Paradoja de la cruz. Vivir según el evangelio no es una vida "en agua de rosas": es una vida que requiere valentía, energía, vigor, ascesis. -Y me siga..¡Tú caminas delante, Señor! Tú, el primero, has renunciado a ti mismo. -Tú me dices: "No es en broma que Yo te he amado." -Lo sé. Y yo ¿qué seré capaz de hacer, en cambio? -Quien quisiere salvar su vida la perderá; Pero quien perdiere su vida por amor a mí, la salvará. ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si él se pierde y se condena? El sacrificio no es pues un valor en sí mismo. No se trata de renunciar por el placer de renunciarse. La renuncia es negativa. Su finalidad es positiva: se trata de "salvarse"...El hombre no se expansiona sino dándose, renunciando a sí mismo, pero la renuncia conduce a la expansión, en plenitud (Noel Quesson).
Hemos comenzado el tiempo de gracia que es la Cuaresma. La Iglesia, Madre y Maestra, nos va preparando para la Pascua. Con el Evangelio de hoy nos habla de dos temas complementarios: nuestra cruz de cada día y su fruto, es decir, la Vida en mayúscula, sobrenatural y eterna.
Nos ponemos de pie para escuchar el Santo Evangelio, como signo de querer seguir sus enseñanzas. Jesús nos dice que nos neguemos a nosotros mismos, expresión clara de no seguir «el gusto de los caprichos» —como menciona el salmo— o de apartar «las riquezas engañosas», como dice san Pablo. Tomar la propia cruz es aceptar las pequeñas mortificaciones que cada día encontramos por el camino.
Nos puede ayudar a ello la frase que Jesús dijo en el sermón sacerdotal en el Cenáculo: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto» (Jn 15,1-2). ¡Un labrador ilusionado mimando el racimo para que alcance mucho grado! ¡Sí, queremos seguir al Señor! Sí, somos conscientes de que el Padre nos puede ayudar para dar fruto abundante en nuestra vida terrenal y después gozar en la vida eterna.
Jesús, el Mesías e Hijo de Dios, no es reconocido como tal sino cuando, después de padecer por nosotros, se levantó victorioso sobre la muerte. Sólo hasta entonces hemos conocido el amor que Dios nos tiene, pues, siendo pecadores, nos envió a su propio Hijo para que, quienes creamos en Él, en Él obtengamos la reconciliación que nos salva. Pero no basta reconocer con la mente que Jesús es nuestro Dios y Salvador. Es necesario tomar nuestra cruz de cada día e ir tras sus huellas. El Señor quiere hacernos partícipes de la Gloria que, como a Hijo unigénito, le pertenece. Pero no podemos quedarnos sentados gozando egoístamente la Salvación que de Dios hemos recibido. El Señor nos ha enviado a proclamar la Buena Nueva de salvación a todos los pueblos; y para eso es necesario hacer nuestras las angustias, tristezas, miserias, pobrezas y pecados de los demás para esforzarnos, con la Fuerza del Espíritu Santo que habita en nosotros, en trabajar para que el Reino de Dios vaya haciendo de nuestro mundo un mundo más libre de todas esas esclavitudes, y, por tanto, un verdadero inicio del Reino de Dios entre nosotros. Dios no nos llamó para la muerte, sino para la vida. Sabiendo que el salario del pecado es la muerte, Dios nos envió a su propio Hijo para rescatarnos del pecado y de la muerte. En esto se ha manifestado el gran amor que Dios nos tiene. Hoy nos reunimos para celebrar este misterio de su amor por nosotros. El Memorial de su Muerte y Resurrección nos recuerda que el Señor con su muerte nos perdonó nuestros pecados, y con su resurrección nos dio nueva vida. Participar de la Eucaristía nos debe llevar a aceptar, con gran amor, esta oferta de salvación que Dios nos hace. Quienes hemos venido a entrar en comunión de vida con el Señor no podremos volver a nuestras actividades diarias cargados de pecado, ni generando signos de muerte. Si el Espíritu de Dios está con nosotros, si su Vida es nuestra vida, seamos portadores de vida y trabajemos esforzadamente para que el amor de Dios llegue a todos y para que también en ellos se haga realidad el Plan de Salvación de Dios. En la vida nos encontramos con dos realidades bien definidas: El camino de la vida, por el que todos aspiramos; y el camino de la muerte, contra el que todos luchamos. Contemplamos nuestra realidad, tal vez con algunos, o con muchos lados oscuros a causa del egoísmo del ser humano. Contemplamos nuestro futuro realizado como un lugar de paz, de fraternidad, de luz nacida de un auténtico amor. Queremos encaminar hacia él nuestros pasos. Sin embargo, ante el deseo de paz y de felicidad, somos conscientes de que mentes guiadas por ansias de un mayor poder económico, han tratado de trastocar el auténtico anhelo de felicidad que anida en el corazón del hombre. Muchos han confundido, así, la felicidad con el poseer lo pasajero, y se han vuelto en compradores compulsivos de cosas que, finalmente les continúan dejando el corazón vacío. Jesucristo nos ha enseñado, no sólo con palabras, sino con su propio ejemplo, que el camino de la felicidad, el camino de la vida se encuentra en la capacidad de relacionarnos con los demás y de vivir fraternalmente unidos por el amor. Por eso hemos de aprender a ir tras las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día. Quien vaya por un camino diferente al del amor que Cristo nos ha mostrado, en lugar de dar vida dará muerte; se convertirá en un destructor, a pesar de que ore al Señor, pues una oración sin compromiso con la realidad, es una oración inútil. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con amor la fe que en Él hemos depositado. Que nos fortalezca para que, guiados por su Espíritu, nuestros pasos se encaminen siempre por el camino del bien, de la verdad, del amor y de la paz (www.homiliacatolica.com). San Ignacio guiaba a san Francisco Javier con las palabras del texto de hoy: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida?» (Mc 8,36). Así llegó a ser el patrón de las Misiones. Con la misma tónica, leemos el último canon del Código de Derecho Canónico (n. 1752): «(...) teniendo en cuenta la salvación de las almas, que ha de ser siempre la ley suprema de la Iglesia». San Agustín tiene la famosa lección: «Animam salvasti tuam predestinasti», que el adagio popular ha traducido así: «Quien la salvación de un alma procura, ya tiene la suya segura». La invitación es evidente. María, la Madre de la Divina Gracia, nos da la mano para avanzar en este camino (muchos textos están tomados de mercaba.org).

viernes, 22 de abril de 2011

Semana santa, Viernes: la Pasión, camino para nuestra redención y felicidad

Semana santa, Viernes: la Pasión, camino para nuestra redención y felicidad

Lectura del Profeta Isaías 52,13-53,12: Mirad, mi siervo tendrá éxito, / subirá y crecerá mucho. / Como muchos se espantaron de Él, / porque desfigurado no parecía hombre, / ni tenía aspecto humano; / así asombrará a muchos pueblos: / ante Él los reyes cerrarán la boca, / al ver algo inenarrable / y contemplar algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio? / ¿A quién se reveló el brazo del Señor? / Creció en su presencia como un brote, / como raíz en tierra árida, / sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, / despreciado y evitado por los hombres, / como un hombre de dolores, / acostumbrado a sufrimientos, / ante el cual se ocultan los rostros; / despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos / y aguantó nuestros dolores; / nosotros lo estimamos leproso, / herido de Dios y humillado, / traspasado por nuestras rebeliones, / triturado por nuestros crímenes. / Nuestro castigo saludable vino sobre Él, / sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas, / cada uno siguiendo su camino, / y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. / Maltratado, / voluntariamente se humillaba / y no abría la boca; / como un cordero llevado al matadero, / como oveja ante el esquilador, / enmudecía y no abría la boca. / Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron. / ¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, / por los pecados de mi pueblo lo hirieron. / Le dieron sepultura con los malhechores; / porque murió con los malvados, / aunque no había cometido crímenes, / ni hubo engaño en su boca. / El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. / Cuando entregue su vida como expiación, / verá su descendencia, prolongará sus años; / lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. / A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos. / Por eso le daré una parte entre los grandes, / con los poderosos tendrá parte en los despojos; porque expuso su vida a la muerte / y fue contado entre los pecadores, / y Él tomó el pecado de muchos / e intercedió por los pecadores.

Sal 30,2 y 6. 12-13. 15-16. 17 y 25: R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
A ti, Señor, me acojo: / no quede yo nunca defraudado; / Tú que eres justo, ponme a salvo. / A tus manos encomiendo mi espíritu: / Tú, el Dios leal, me librarás. / Soy la burla de todos mis enemigos, / la irrisión de mis vecinos, / el espanto de mis conocidos; / me ven por la calle y escapan de mí. / Me han olvidado como a un muerto, / me han desechado como a un cacharro inútil. / Pero yo confío en ti, Señor, / te digo: «Tú eres mi Dios.» / En tu mano están mis azares; / líbrame de los enemigos que me persiguen.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor.

Lectura de la carta a los Hebreos 4,14-16; 5,7-9. Hermanos: Tenemos un Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús el Hijo de Dios-. Mantengamos firmes la fe que profesamos.
Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en el tiempo oportuno.
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna.

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Juan 18,1-19,42:
C. En aquel tiempo Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre Él, se adelantó y les dijo:

+ -¿A quién buscáis?

C. Le contestaron:

S. -A Jesús el Nazareno.

C. Les dijo Jesús:

+ -Yo soy.

C. Estaba también con ellos Judas el traidor. Al decirles «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+ -¿A quién buscáis?

C. Ellos dijeron:

S. -A Jesús el Nazareno.

C. Jesús contestó:

+ -Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.

C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+ -Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año, el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Ese discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera, a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro:

S. -¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?

C. Él dijo:

S. -No lo soy.

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:

+ -Yo he hablado abiertamente al mundo: yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. -¿Así contestas al sumo sacerdote?

C. Jesús respondió:

-Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?

C. Entonces Anás lo envió a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:

S. -¿No eres tú también de sus discípulos?

C. Él lo negó diciendo:

S. -No lo soy.

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. -¿No te he visto yo con Él en el huerto?

C. Pedro volvió a negar, y en seguida cantó un gallo. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era el amanecer y ellos no entraron en el Pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos y dijo:

S. -¿Qué acusación presentáis contra este hombre?

C. Le contestaron:

S. -Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.

C. Pilato les dijo:

S. -Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.

C. Los judíos le dijeron:

S. -No estamos autorizados para dar muerte a nadie.

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. -¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Jesús le contestó:

+-¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

C. Pilato replicó:

S. -¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?

C. Jesús le contestó:

+ -Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

C. Pilato le dijo:

S. -Conque, ¿tú eres rey?

C. Jesús le contestó:

+ -Tú lo dices: Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

C. Pilato le dijo:

S. -Y, ¿qué es la verdad?

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. -Yo no encuentro en Él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?

C. Volvieron a gritar:

S. -A ése no, a Barrabás.

Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a Él, le decían:

S. -¡Salve, rey de los judíos!

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. -Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en Él ninguna culpa.

- C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. -Aquí lo tenéis.

C. Cuando lo vieron los sacerdotes y los guardias gritaron:

S. -¡Crucifícalo, crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S.-Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en Él.

C. Los judíos le contestaron:

S. -Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el Pretorio, dijo a Jesús:

S. -¿De dónde eres tú?

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. -¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?

C. Jesús le contestó:

+ -No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. -Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal en el sitio que llaman «El Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.

Y dijo Pilato a los judíos:

S. -Aquí tenéis a vuestro Rey.

C. Ellos gritaron:

S. -¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Pilato les dijo:

S. -¿A vuestro rey voy a crucificar?

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. -No tenemos más rey que al César.

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Tomaron a Jesús, y Él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con Él a otros dos, uno a cada lado, y en medio Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDÍOS. Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:

S. -No escribas «El rey de los judíos», sino «Este ha dicho: Soy rey de los judíos.

C. Pilato les contestó:

S. -Lo escrito, escrito está.

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:

S. -No la rasguemos, sino echemos a suertes a ver a quién le toca.

C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica.» Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre María la de Cleofás, y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

+ -Mujer, ahí tienes a tu hijo.

C. Luego dijo al discípulo:

+ -Ahí tienes a tu madre.

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+ -Tengo sed.

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre dijo:

+ -Está cumplido.

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.» Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Comentario: El Viernes Santo es la jornada que recuerda la pasión, crucifixión y muerte de Jesús. “En este día, comentaba Benedicto XVI- la liturgia de la Iglesia no prevé la celebración de la santa misa, pero la asamblea cristiana se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad, para recorrer, a la luz de la Palabra de Dios y ayudada por conmovedores gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal. Después de haber escuchado la narración de la pasión de Cristo, la comunidad reza por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo, adora a la Cruz y se acerca a la Eucaristía, consumando las especies conservadas de la misa en la Cena del Señor del día precedente. Como invitación ulterior a meditar en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de piedad popular, procesiones y representaciones sagradas, que buscan imprimir cada vez más profundamente en el espíritu de los fieles sentimientos de auténtica participación en el sacrificio redentor de Cristo. Entre éstos, destaca el Vía Crucis, ejercicio de piedad que con el paso de los años se ha ido enriqueciendo con diferentes expresiones espirituales y artísticas ligadas a la sensibilidad de las diferentes culturas. De este modo han surgido en muchos países santuarios con el nombre de «calvarios» hasta los que se llega a través de una salida empinada, que recuerda el camino doloroso de la Pasión, permitiendo a los fieles participar en la subida del Señor al Monte de la Cruz, el Monte del Amor llevado hasta el final”.
Se trata de contemplar -como recomienda San Ignacio "como si presente me hallare"- el misterio de la muerte en cruz del Hijo de Dios, de Jesús, hermano y redentor nuestro. Un misterio, lleno de sentido salvador para cada hombre, que no requiere hoy tanto exhortaciones sentimentales ni explicaciones doctrinales, como hondura de fe. Misterio a contemplar, misterio para vivir.
1. Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él. “Las dos primeras lecturas y el salmo responsorial constituyen prácticamente textos paralelos. Los tres contienen la descripción del misterio de la muerte gloriosa: "El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años: lo que el Señor quiere prosperará por sus manos" (primera lectura). "A tus manos encomiendo mi espíritu... Haz brillar tu rostro sobre tu siervo..." (salmo). "Experimentó la obediencia, y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (segunda lectura).
La idea que atraviesa esas lecturas es sobre todo que el Siervo, con su muerte, salva: Él es el sacerdote que ofrece su propia sangre. Él ha mantenido la fidelidad al Amor de modo total, y no se ha echado atrás por temor a ser destrozado por el pecado que domina el mundo: así, ha abierto en medio de la historia de los hombres un camino que es camino de Dios. Todo esto resuena de modo especial en la celebración con la solemne aclamación antes de la pasión: "Cristo, por nosotros..."”. La figura del siervo “es lo más exquisito y misterioso del mensaje consolador. Encarna todo el sufrimiento humano incluido el de la muerte afrentosa. Pero en esa figura el dolor se redime, porque es aceptado, es inocente, es por otros y termina en victoria. Reúne y hermana dos suertes, al parecer irreconciliables: la humillación y la elevación, el sufrimiento y el triunfo, la muerte y la vida. Dios y los hombres testifican con el siervo que el dolor inocente es redimido y redime”.
a) La Pasión de san Juan es la pasión que describe la obra del sexto día: la formación del hombre nuevo, a través de los sufrimientos del Hombre: "¡Ecce homo!" (Jn 19,5). Jesús es el Hombre, el hombre definitivamente realizado, porque ha vivido totalmente lo que hace que los hombres seamos verdaderamente hombres: el Amor, es decir, la vida de Dios. Cuando Jesús se da cuenta de que todo lo que decía la Escritura se ha realizado (el nuevo pueblo de Dios está iniciado en las personas de María y el discípulo) sólo le queda proclamar la continuación de esta obra "entregando el Espíritu", y el agua y la sangre (J. Lligadas).
“Hoy celebramos ya la Pascua, en su primer momento, el de la Muerte. La Pascua abarca un doble movimiento, descendente y ascendente, y es un único acontecimiento: muerte y resurrección del Señor. Los tres días se celebran como un único día, y tiene una única Eucaristía, la de la Vigilia, punto culminante del Triduo, donde no se recordará sólo el aspecto glorioso, sino toda la "inmolación del Cordero Pascual". Pascua no es sólo la resurrección: antes es la Muerte. No podemos quedarnos en celebrar sólo la Muerte, pero tampoco sólo en la glorificación. Por eso, la celebración de hoy con un tono de fe pascual y esperanza, tiene con todo un clima de sobriedad y admiración contenida por el gran acontecimiento de la entrega del Siervo hasta la muerte” (J. Aldazábal).
b) El libro de los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40) nos presenta a un funcionario etíope leyendo el volumen de Isaías. Y a partir de un fragmento del "cuarto cántico del Siervo" Felipe le anuncia la Buena Nueva de Jesús, lo que conducirá al etíope a pedir el bautismo. El hecho quiere decir que muy pronto los cristianos encontraron en este último "cántico del Siervo" suficientes elementos como para poder aplicarlo a lo que había sucedido con Jesús de Nazaret.
“El "cántico" está muy bien construido. Con una simplicidad aparente, consigue implicar al lector-oyente en la contemplación del Siervo. Con una descripción penetrante, pero alejada del sentimentalismo barato, nos lleva a sentirnos formando parte del "nosotros" que ocupa la sección central del "cántico". En efecto, al inicio y al final es Dios quien habla de su Siervo, que "tendrá éxito, y subirá y crecerá mucho" porque "cargó sobre él todos nuestros crímenes", y así, "intercedió por los pecadores". Pero en el resto del "cántico" hablan unos "nosotros" que, al contemplar todo lo que le ha sucedido al Siervo de Dios, confiesan el propio pecado, por el cual el propio Siervo ha padecido hasta morir. La imagen del cordero que, sin abrir la boca, es conducido al matadero, llevará a Juan a hablar, en su evangelio, de Jesús como el Cordero de Dios que quita (toma sobre sí y destruye) el pecado del mundo. El libro del Apocalipsis se referirá a menudo a Jesús victorioso de la muerte mediante la figura del Cordero que ha sido degollado pero que vive por siempre. Hay que destacar también la pregunta: "¿quién puede creer lo que hemos oído?" Realmente la biografía del "Siervo" es increíble. Llega a la glorificación máxima a través de la humillación más total, a través de aquel sufrimiento que desfigura al hombre, que desdibuja la imagen de Dios hasta el punto de convertirse en repugnante y menospreciable. En un momento en que fácilmente los cristianos tenemos la tentación de dejarnos arrastrar por el culto a la "imagen", es bueno recordar que este "cuarto cántico del Siervo" lo aplicamos a Jesús y, de rebote, estamos diciendo que es modelo para nosotros” (J. M. Grané).
“Este cuarto cántico del Siervo prolonga el anterior, ofreciéndonos reflexiones mucho más profundas sobre su destino: a pesar de su inocencia, es condenado, pero al fin obtiene la glorificación después de su gran humillación. La disposición del material de este cuarto poema es muy sencilla, dejándose oír varias voces a lo largo de sus versículos.
-Comienza el cántico con un oráculo divino (52, 13-15), en el que se anuncia de antemano el éxito de su siervo. Éxito obtenido no por cálculos humanos, sino por su docilidad al Señor. El desfigurado por su dolor hasta causar espanto es admirado por reyes y pueblos después de su exaltación. "Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo; al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza..." (Sal 22, 07ss). Y los que antes se espantaron de su figura, ahora deben permanecer callados en señal de admiración. Algo inaudito ha ocurrido en la historia de la salvación.
-En el cuerpo del relato (53, 1-11a), un grupo anónimo nos habla del nacimiento, sufrimiento, muerte, sepultura y glorificación del Siervo.
El mensaje de este cántico es tan inaudito que los oyentes no se lo creen (v. 1); y esta incredulidad nace ante la humana debilidad de la que nos hablan los vs. 2-9 (cf 2 Cor 12,9). El nacimiento y crecimiento del siervo es oscuro como raíz en tierra árida (v. 2). Hombre desfigurado por el dolor, por el sufrimiento y abandonado por los otros hombres, dejado de lado por la sociedad como lo son todos los insignificantes de este mundo. Soledad, ostracismo, al que son condenados por esta sociedad llamada civilizada. Este grupo anónimo considera su dolor como castigo por sus pecados (v. 3). Y aquí surge su sorpresa; ante su exaltación se pregunta: ¿No será Él justo y nosotros los criminales? El pueblo se confiesa reconociendo que el sufrimiento del siervo tiene un valor salvífico para los demás; sus cicatrices tienen un valor curativo. Él sufre, pero nosotros somos los pecadores (vs. 4-6). Un juicio y una condena injusta acaban con Él en la sepultura (vs. 8-9) y la suma ironía consiste en reconocer su inocencia después de su muerte. Pero su muerte no ha sido inútil y el profeta presenta al siervo superviviendo de alguna manera (vs. 10-11a). Afirmar la resurrección sería forzar el texto, pero su muerte no ha sido algo inútil; el fracaso ha conducido al éxito, la muerte no es el punto final, sino que conduce a la vida.
-El oráculo divino de los vs. 11b-12 cierra el poema recordándonos que el siervo recibe el premio de sus sufrimientos, de su abnegación. El vive y dará la vida a una gran multitud. Debilidad y fuerza, inocencia y persecución, sufrimiento y paciencia, humillación y exaltación, constituyen una parte importante de la vida de Jesús. El desfigurado en su pasión y su muerte en la cruz es reconocido como el justo (Hech. 3, 13 ss). Su silencio impresiona a Pilatos; es humillado y acepta la humillación; después de muerto, el centurión reconocerá su inocencia. Dios lo exaltará a su derecha y le dará en herencia una multitud inmensa entre la que nosotros nos contamos” (Dabar).
2. Este salmo 30 se canta el Viernes Santo, ya que Jesús en la cruz, tomó de él, su "última palabra" antes de morir: "En tus manos, Señor, encomiendo mi Espíritu" (Lucas 23,46). Recitado por Jesús en la cruz, ahí se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.
a) Jesús se lo apropia en su oración personal, es una doble oración:
-El comienzo es la súplica de un acusado inocente, de un enfermo, de un moribundo, expuesto a la persecución: es un maldito, excluido de la comunidad, y "que produce miedo en sus amigos" porque se lo considera como embrujado por malos espíritus... Se huye de él como de un apestado.. . ¿Será su mal contagioso?
-Pero la parte final del salmo es la dulce oración de intimidad de un huésped de Yahvé: a pesar de las acusaciones injustas de que es objeto este moribundo, continúa cantando la felicidad de su vida de intimidad con Dios: "Me confío en Ti, Señor... Mis días están en tus manos... Tu amor ha hecho para mí maravillas... ¡Tú colmas a aquellos que confían en Ti!" (www.mercaba.org).
b) "Soy el hazmerreír de mis adversarios...". Fariseos, escribas, bribones... se burlaban de Él. No se contentaron con matarlo, se ensañaron y lo envilecieron, entregándolo a los ultrajes humillantes de la soldadesca... El motivo mismo de la condenación era una burla de desprecio, escrita en tres idiomas: "Jesús Nazareno, ¡Rey de los judíos!".
"Huyen de Mi... Mis amigos me tienen miedo...". A pocas horas de la Última Cena tomada con ellos, los apóstoles todos huyeron en el momento del arresto en Getsemaní...
"Oigo las burlas de la gente; se ponen de acuerdo para quitarme la vida...". Escuchamos a las multitudes excitadas por sus jefes pedir su muerte: "¡que lo crucifiquen! ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!". La muerte que deseamos para nuestros seres queridos, para nosotros mismos es la muerte apacible, rodeados por aquellos que nos aman. ¡Qué fortuna para un moribundo, cuyos últimos instantes transcurren mano sobre mano con la persona amada! Jesús, por el contrario, estuvo rodeado de rostros airados.
"Me han olvidado como a un muerto, como a un cacharro inútil...". Expresiones de una violencia inaudita. No, la muerte de Jesús no fue una muerte "natural"... Fue una muerte "de desprecio", la muerte de los esclavos y de los condenados, "como una cosa"... que se puede, si se quiere, "clavar". "Sin embargo, confío en Ti, Señor, y digo: ¡Tú eres mi Dios!".
"En tu mano está mi destino... En tus manos encomiendo mi espíritu". Estas palabras del salmo afloraron espontáneamente en sus labios... Antes de entrar en el "sueño de la muerte". Y la Iglesia en el oficio de "Completas", nos sugiere repetirlo cada tarde, antes de acostarnos: ponernos en las manos del Padre.
"Sálvame por tu amor... Bendito sea Dios, su amor ha hecho en mi maravillas...". En el texto hebreo, aparece la famosa palabra "Hessed", el amor. La resurrección está próxima, Jesús lo sabe. ¿Cómo podría olvidarlo en este instante?
"Sed fuertes y valientes de corazón todos cuantos esperáis en el Señor..." Jesús tenía conciencia de que no moriría para Él solo. Se dirige a todos. Él es "el icono" de todo hombre que muere: "ánimo", nos dice.
c) Habiendo puesto este salmo "en labios" de Jesús, hay que ponerlo "en nuestros propios labios", repetirlo por cuenta nuestra, y para el mundo de hoy. ¡Hay tantos enfermos, en los hogares y en los hospitales! ¡Tantos perseguidos, tantos despreciados, tantas personas consideradas como "cosas"! ¡Tantos aislados, abandonados! Pero vayamos hasta el fin del salmo, y repitamos también la acción de gracias (Noel Quesson).
“A las personas que tienen dificultad para relajarse, se les aconseja tensarse muscularmente, hasta la máxima tesitura, y luego soltarse de golpe. Es el mismo procedimiento que se utiliza en el método psicoanalítico: se hace dolorosamente consciente lo que es dolorosamente inconsciente, sea en el área del miedo, de la desesperación, etc.; y cuando se ha llegado precisamente al punto más álgido y doloroso, ahí mismo se inicia la curva descendente de la liberación. Lo mismo sucede en el salmo 31. Percibimos en el alma del salmista un gran movimiento, con diferentes temperaturas y niveles. Comienza el salmista con un cierto grado de ansiedad (vv. 2-5), pero pronto pasa a la confianza-seguridad (vv. 6-9). Retorna a una desesperación mucho más profunda, casi al borde de límite (vv. 10-14), y, a partir de esta cúspide, salta el salmista, en una transición bastante brusca, a la paz más profunda y definitiva (vv. 15-24), de tal manera que no parece la misma persona en las distintas situaciones, como si hubiera habido un desdoblamiento de personalidad”.
El hombre está al comienzo del salmo atrapado en sus propias redes. “En-si-mismado. Y este ensimismamiento es una cárcel, una prisión; el salmista está preso de sí mismo; y en un calabozo no hay sino sombras y fantasmas. Por eso vemos al salmista asustado. Una fantasía encerrada y asustada ve sombras por todas partes, percibe como reales las cosas inexistentes, o los hechos reales los reviste de dimensiones desmesuradas; todo queda magnificado por el miedo”. Esta es la situación de las personas que tienen tendencias subjetivas, como obsesiones, complejos de inferioridad, manías persecutorias, inclinaciones pesimistas... “Estos sujetos, que no son pocos, no viven, sino agonizan: viven entre suposiciones, presuposiciones, interpretaciones, obsesiones, «hijas» todas ellas del en-si-mismamiento: fulano no me escribe, ¿qué le habrán dicho de mí?; aquella amiga no me ha mirado, ¿por qué será?; aquí ya nadie me quiere, están pensando mal de mí, etc. ¡Cómo sufre la gente, y tan sin motivo! La explicación de fondo, repetimos, es que estas personas están encerradas en sí mismas como en una prisión.
Cuando el hombre se encuentra consigo mismo, en sí mismo, se siente tan inseguro, tan precario y tan infeliz que es difícil evitar el asalto de miedo, el cual, a su vez, engendra los fantasmas.
En el versículo 6, el salmista despierta, ¡gran verbo de liberación! Toma conciencia de su situación de encierro, y sale ¡otro verbo de liberación! Toda liberación es siempre una salida. El salmista se suelta de sí mismo -estaba preso de sí- y salta a otra órbita, a un Tú. «A tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 6). Y, al colocarse en ese otro «mundo», en ese otro «espacio», como por arte de magia se derrumban los muros de la cárcel, se ensanchan los horizontes y desaparecen las sombras. Amaneció la libertad.
«Tú, el Dios leal, me librarás» (v. 6). Me librarás, ¿de qué? De los enemigos. ¿Qué enemigos? De aquellos que fundamentalmente eran «hijos» del miedo. Y, aun cuando antes hubieran sido objetivos, el mal del enemigo es el miedo del enemigo, o mejor, es el miedo el que constituye y declara como enemigos a las cosas adversas. Pero, al situarse el hombre en el «espacio» divino, al experimentar a Dios como roca y fuerza, se esfuma el miedo y, como consecuencia, desaparecen los enemigos. He ahí el itinerario de la libertad”.
Realmente es difícil sintetizar, en tan pocos versículos (vv. 10-14), tan espeluznante descripción: los enemigos se burlan, los vecinos se ríen de él, los conocidos evitan cruzarse en su camino (v. 12), se le deja olvidado como a un muerto, se le desecha como a un trasto viejo (v. 13)… “Puros fantasmas y engendros subjetivos, fruto de la recaída en el ensimismamiento. El salmista está viviendo escenas de horror, lo mismo que en una pesadilla nocturna: una persona, en el primer sueño, protagoniza un episodio tan horrible que despierta con taquicardia, y con todos los síntomas de haber librado una batalla de muerte. Despierta, y... ¡qué alivio!, ¡todo fue un sueño! En estos versículos, el salmista está realmente dormido en la mazmorra de un ensimismamiento, enclaustrado, perseguido por las sombras, girando en torno a alucinantes espectros. Al despertar (v. 15), comprobará la mendacidad de tales aprensiones.
Quisiera resalta aquí otra lección de vida: ¿cómo se explica esta recaída? Acababa el salmista de hacer una magnífica descripción de su liberación: se sentía libre, seguro, gozoso. Y ahora, de nuevo esta tempestad tan repentina. Tal es la condición humana. Hay personas que son especialmente versátiles e inestables. Pero, aquí, no nos referimos expresamente a ellas. Los estados de ánimo, aun de personas normalmente estables, son oscilantes, suben y bajan, no de otra manera que las alteraciones atmosféricas: ahora la persona está inquieta; horas más tarde, despreocupada; al mediodía, vacilante, al anochecer, resuelta... Hay que comenzar por aceptar con paz esta condición oscilante de la naturaleza, sin asustarse ni alarmarse. La estabilidad, el poder total, la libertad completa vienen llegando después de mil combates y mil heridas, después de muchas caídas y recaídas.
Como dijimos, la nueva y deplorable situación del salmista se debe a la nueva encerrona en el presidio de sí mismo. Necesita salvarse de sí mismo para poder salvarse de sus enemigos. Y esta liberación será fruto, una vez más, de un acto de fe, que es una salida, o, si se quiere, de un acto de adoración, que es siempre el gran éxodo.
En efecto, con la conjunción adversativa pero el salmista sale y, en un salto acrobático, se arroja en el seno de Dios, como diciendo: todos están en contra de mí, «pero yo confío en ti, Señor; yo te digo: tú eres mi Dios» (v. 15). ¡Increíble! Con este acto de adoración, y con el consiguiente olvido de sí mismo, caen los muros opresores, se dilatan los horizontes, la luz inunda los espacios, nace de nuevo la libertad, esta vez definitivamente, y vuelve a brillar la alegría.
Al sumergirse en el mar de Dios, el salmista participa de su misma solidez y seguridad. En adelante, hasta el versículo final, tendrá buen cuidado de no volverse sobre sí mismo, porque ya sabe por experiencia que ahí está la raíz de sus más íntimas desventuras; sabe también que mientras mantenga su atención fija en los ojos del Señor, no retornarán los sobresaltos, y el miedo no volverá a rondar su morada.
El liberador es Dios, pero la liberación no se consumará mágicamente. Mientras el hombre se mantenga centrado en sí mismo, encerrado en los muros del egoísmo, será víctima fatal de sus propios enredos y obsesiones, y no habrá liberación posible. El problema consiste siempre en confiar, en depositar en sus manos las inquietudes, y en descargar las tensiones en su corazón. Efectivamente, el salmista reclina la cabeza en el regazo del Padre, coloca en sus manos las tareas y los azares (v. 16), como quien extiende un cheque en blanco.
La libertad profunda, esa libertad tejida de alegría y seguridad, consiste en que «brille tu rostro sobre tu siervo» (v. 17), en «caminar a la luz de su rostro» (Sal 89), en experimentar que Dios es mi Dios. Entonces, las angustias se las lleva el viento, y los enemigos rinden sus armas por el poder de «su misericordia» (v. 17), ya que los enemigos se albergan en el corazón del hombre: son enemigos en tanto en cuanto se los teme; y el temor tiene su asiento en el interior del hombre, pero el Señor nos libra del temor (…) En los versículos finales, el salmista avanza jubilosamente, de victoria en victoria, hasta clavar en la cumbre más prominente este enorme grito de esperanza: «Sed fuertes y valientes los que esperáis en el Señor» (v. 25).
Los que se saltaron sus estrechos márgenes y abandonaron sus oscuras concavidades, y, en alas de la fe, remontaron el vuelo hacia los «espacios» abiertos de Dios, y confiando en Él, le entregaron las llaves de sus propias moradas, todos éstos participarán de la libertad, fortaleza y audacia de Dios (“salmos para la vida”, Claret).
3. Cristo es el auténtico Sacerdote del Nuevo Testamento. Sin embargo, esta condición suya no implicaba ninguna clase de privilegio: pasó por todo como cualquier mortal, e incluso no fue escuchado en su petición -condicionada a la voluntad del Padre- de ser liberado de aquella muerte. He aquí, pues, la imagen de los ministros del Evangelio.
4. Los títulos que se dan a Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde Él reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia Él la mirada.
La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como Él, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda. La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Último testamento de Jesús. Última dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.
El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta de que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.
En la Pasión según San Juan se dice que las últimas palabras pronunciadas por Jesús fueron: «Está cumplido.» Los hombres tienen encomendada por Dios una tarea a realizar. A veces esta tarea es paradójica; solamente se puede comprender a través de la fe. Pero realmente lo que puede dar sentido a la vida es acabarla con esta gran afirmación: «Está cumplido.»
a) “El relato de la pasión según san Juan coincide en gran parte con los sinópticos, pero hay diferencias muy claras. La característica especial de Juan es el punto de vista teológico desde el que enfoca todo el evangelio: la revelación de la gloria de Jesús, la llegada de su exaltación. Para él también en la pasión se revela la gloria del Hijo de Dios. Juan no presenta la pasión y muerte de Jesús desde la reacción natural psicológica, sino que trata de dar el sentido espiritual de la misma. La muerte de Jesús es su glorificación.
El relato histórico y la forma literaria están en función de unos temas doctrinales que explican la originalidad y las diferencias de la narración de Juan en relación con los otros evangelios.
Presenta la pasión en cuatro cuadros: Getsemaní (18,1-11); ante Anás (18,16-27); ante Pilato (18,28-19,15); en el Calvario (19,19-37). En cada uno de estos cuadros hay un rasgo característico, un tema principal y una declaración importante.
Un tema clave es la libertad de Jesús ante la muerte. Jesús va a la muerte con pleno conocimiento de lo que le espera: conociendo todo lo que iba a acontecer (18,4), consciente de que todo está cumplido (19,28). Como pastor de las ovejas entrega su vida por ellas (10,17-18). Nadie le quita la vida. La da. Conoce la intención de Judas. Prohíbe a Pedro que le defienda. Se entrega cuando quiere.
En las escenas de la pasión aparece siempre dueño de sí mismo y de sus enemigos. Él lleva la cruz y con ella se aparece como rey vencedor. Juan presenta la pasión como la epifanía de Cristo Rey.
Es la hora de la exaltación y glorificación. Para resaltar esta idea Juan abrevia y omite toda descripción encaminada a relatar los sufrimientos físicos y las circunstancias que podrían sobreexcitar la sensibilidad. En cambio ofrece desde otro aspecto una larga descripción del arresto en Getsemaní, del proceso ante Anás y ante Pilato. Pero omite o reduce otros episodios que ha puesto en otro contexto: el complot de los judíos (11,47-53); la unción de Betania (12,1-8); la agonía (12,27); y sobre todo la última cena con el discurso de despedida, la denuncia de la traición y el abandono (12,1-2.21-32.36-38; 14,13). La brevedad de la escena ante Caifás se explica porque el juicio se había realizado ya durante la vida - cc. 5 y 7-9-. La escena ante Pilato adquiere un tono majestuoso en el que casi no se sabe quién es el juez. Le bastan unas palabras para describir la subida al Calvario y la crucifixión. Para Juan es la marcha de Jesús para tomar posesión de su trono. Elimina todos los demás acontecimientos (Simón de Cirene, las mujeres...) para mantener la atención fija en Jesús y en su cruz. Jesús crucificado en medio de los dos ladrones es su exaltación y la expresión de su poder de salvación.
Juan a lo largo del evangelio se ha preguntado repetidas veces quién era Jesús: cuando los sacerdotes (1,19); la Samaritana (4,11.29); la muchedumbre (6,2.26); las autoridades judías (7,27; 8,13; 9,29); durante la pasión se hace la pregunta dos veces (18, 4.7; 19,9). La respuesta ha sido: Jesús es el Hijo de Dios. Para facilitar esta aceptación de Jesús, como Hijo de Dios, pone de relieve los indicios de su divinidad. Nadie podía juzgar a Jesús.
Para expresar esta verdad Juan presenta el juicio ante el mundo y el imperio (19,15). La sentencia se da en las tres lenguas universales (19,20) a fin de atraer a todos los hombres en torno a la cruz.
Por la muerte Jesús llega a la glorificación. La pasión es la hora de la misteriosa glorificación del Hijo del Hombre. Isaías sitúa esta elevación después de la muerte del siervo (Is 52,13; 53,11). Pablo la identifica con la resurrección y la ascensión (Flp 2,8s). Juan la ve en lo más profundo de la pasión. Para recordar y explicar este aspecto Juan hace coincidir la muerte de Jesús con la hora de la inmolación del cordero pascual. Es la hora en la que la humanidad entra en comunión de vida con Dios.
Juan, como Lucas, ve en la pasión el combate con el poder de las tinieblas y subraya el carácter voluntario de la entrega de Jesús. En Juan, como en Mateo, Jesús es rechazado por Israel no sólo porque ha preferido a Barrabás, sino porque ha elegido al César. El poder de Jesús no es sólo afirmado, sino que se manifiesta en forma visible en el huerto de Getsemaní y se impone en los interrogatorios ante Anás y Pilato. Como en Marcos su relato conserva el carácter de testimonio vivido no por el joven que huye en la oscuridad, sino por el discípulo amado que testifica oficialmente los hechos (Jn 19,26.35).
La pasión según san Juan no es sólo una invitación a un acto de fe como en Marcos, o de adoración como en Mateo, o a la participación como en Lucas; sino que es sentirse comprometido en el camino que lleva a la cruz” (P. Franquesa).
b) S. Agustín comenta este relato en el sentido de poner nuestra confianza y nuestra gloria en la muerte del Señor: “La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es para nosotros un ejemplo de paciencia, a la vez que seguridad de alcanzar la gloria (…) ¿Quién dudará de que Él ha de donarles su vida, si les donó incluso su muerte? ¿Por qué duda la fragilidad humana en creer que será una realidad el que los hombres vivan algún día en compañía de Dios? Mucho más increíble es lo que ya ha tenido lugar: que Dios haya muerto por los hombres”.
“Sí. Es la hora de la más densa oscuridad. En pleno mediodía nada puede verse. Es el eclipse total de la razón. Son los esquemas humanos, nuestras ideas sobre Dios engullidas por la oscuridad. La razón tropieza y se despeña y desaparece en el vacío del escándalo de la cruz. Y en el instante de más impenetrable oscuridad brota la chispa inesperada. Cuando el alarido atroz del condenado se apaga en un silencio de muerte, he aquí que es nuevamente desgarrado por una voz: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,39). Por fin alguien ha arrancado de las tinieblas la silueta auténtica de Cristo. El "reconocimiento" sucede en la oscuridad. La luz depende de nosotros. Debe estar en nuestra mirada. No es que el centurión romano -de cuya boca salió esa confesión de fe que marca el momento cumbre del evangelio de Marcos- poseyera una mirada más penetrante que los demás. El Espíritu le había encendido algo dentro. Algo que le permitió ver claro, identificar al ajusticiado. La fe que nos posibilita la reconstrucción de la silueta del hombre, colgado en la cruz, que nos permite superar el escándalo de la cruz, más aún, que precisamente mediante el escándalo, el tropiezo, el extravío, nos hace permanecer en pie, gritando nuestro descubrimiento, es un don y sólo un don (como el relámpago genial del artista). De todos modos, ahora y sólo ahora es posible decir quién es Jesús” (Alessandro Pronzato).
c) la misericordia divina se ha vertido completamente sobre la tierra, sobre las generaciones: “La vena conductora del amor de Dios a través de la historia ha llegado a su cenit. Ayer, este amor "hasta el extremo" lo celebrábamos en el memorial eucarístico. Esta tarde, lo celebramos en el hecho histórico, sangriento y trascendente de la pasión y muerte de Jesús. Fue un viernes antes de la jornada solemnísima de la Pascua de los judíos. "Porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano... Mi siervo justificará a muchos porque cargó con los crímenes de ellos". Lo hemos escuchado en la profecía de Isaías, en la primera lectura. Ante la pasión de Jesús no son necesarios muchos discursos. Es la hora de la admiración y la comunión de sentimientos; por tanto, hemos de limitarnos a ayudar a contemplar, solidarios con el alma de María, quien, como en Belén, "conservaba todo esto en su corazón". "Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia".
Jesús clavado en la cruz es transparencia "de quién es Dios", de "cómo es Dios". La fidelidad se encuentra en el corazón de la cruz. El misterio de la cruz no se descubre como quien resuelve un problema. La única clave es el amor gratuito hasta el final. "Uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua". Las últimas gotas de vida. Una vida liberada de los estímulos de poder y de estrategias humanas. Hacía un año que, en el desierto, después de la multiplicación de los panes, querían hacerle rey y huyó a la montaña. Pocos días antes, había entrado en la ciudad santa en medio del entusiasmo popular, ciertamente, pero montado en un borrico. Sería el hazmerreír de la gente sensata. En la cruz, liberado de todo falseamiento humano, cobran pleno sentido las palabras que un día dijo en el atrio del templo: "Si alguno tiene sed, que venga a mí, y que beba. Como dice la Escritura, nacerán ríos de agua viva del interior de los que creen en mí". Decía eso refiriéndose al espíritu que habrían de recibir los que creerían en Él.
Un misterio de fidelidad. La fuerza de Jesús durante la pasión se descubre en la Resurrección. La pasión, la muerte y la resurrección de Jesús son diferentes facetas de una gesta de fidelidad. La Resurrección no es un premio, sino el estallido de la fidelidad del Padre. El silencio total durante la pasión había de ser lo más doloroso para Jesús. Incomprensiblemente era signo de la presencia del Padre. Se adivina esta presencia muda en la valentía de Jesús, cuando en el huerto se presenta con la cabeza bien erguida a los enviados por los sacerdotes y fariseos. En la certeza de la fidelidad del Padre, dice a Pedro cuando desenvaina la espada para defenderlo: "Mete la espada en la vaina". Y responderá a Pilato con serena fortaleza, aunque prevea la tormenta que se le viene encima: "Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para ser testigo de la verdad". En un vacío total pone su último aliento en las manos del Padre, seguro de su fidelidad.
Nadie podrá decir: "Nadie ha bajado a mi soledad". Siguiendo la misión confiada por el Padre, Jesús penetra hasta el fondo de la soledad del hombre. Al aceptar morir entre los malvados y sin Dios, manifiesta que la nueva relación de Dios con los hombres llega hasta donde todo clama su ausencia; y baja hasta allá con una gratuidad absoluta. Nadie, por alejado y solo que se encuentre, podrá decir nunca: "En donde me encuentro yo, Jesús no ha bajado". Jesús en la cruz es la persona más unida a Dios y la más unida a los hombres y mujeres de cada tiempo. Da Dios mismo a la humanidad y la humanidad a Dios. En adelante, la cruz es el gran misterio sepultado en la humanidad. Con los ojos iluminados por la contemplación de la cruz, nos ponemos frente al mundo para contemplarlo "como quien ve -en Él- al invisible" y escuchar la voz que nos llama: "Tengo sed".
Después de unos momentos de silencio y animados por el Espíritu que brota de la cruz, oraremos por las necesidades de todos los hombres y mujeres contemporáneos nuestros. Hoy más que nunca, las peticiones de los cristianos no pueden tener fronteras. Después, veneraremos la cruz. Contemplada con ojos de bautizado, ojos de resurrección, se convierte en signo de la fidelidad de Dios en medio del mundo. Y confesaremos la fe del centurión, que es la fe de la Iglesia: "Realmente este hombre era Hijo de Dios" (Jaume Camprodon).
d) Desde 1955, cuando lo decidió Pío XII en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces - sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo. Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su "Cuerpo entregado por nosotros". Transcribo aquí un poema escrito por una carmelita descalza de Igualada (Cataluña, España), que ha llenado de consuelo a más de una persona enferma, y que puede servirnos a todos, pues describe la trayectoria de la vida, con momentos de luces y de sombras, pero que al final todo encuentra un sentido en los planes de Dios. Me limitaré a algunos comentarios, entre paréntesis. En la primera parte, habla de sueños y de infancia, de imaginación y de ganas de vivir, sin codicia que la distraiga del deseo de cumplir la voluntad de Dios, que va naciendo en su alma y que cultivará día a día, pues la vida cristiana puede resumirse en docilidad en dejarse llevar por el Espíritu de Dios:

“Pues, he aquí que una vez, / una gotita de agua / en lo profundo del mar / vivía con sus hermanas.
Era feliz la gotita… / libre y rápida bogaba / por los espacios inmensos / del mar de tranquilas aguas / trenzando rayos de sol / con blondas de espuma blanca.
¡Qué contenta se sentía, / pobre gotita de agua, / de ser humilde y pequeña, / de vivir allí olvidada / sin que nadie lo supiera, / sin que nadie lo notara!
Era feliz la gotita… / ni envidiosa ni envidiada, / sólo un deseo tenía, / sólo un anhelo expresaba…
En la calma de la noche / y al despertar la alborada / con su voz hecha murmullo / al Buen Dios así rezaba: / “Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa; / yo quiero lo que Tú quieras, / haz de mi cuanto te plazca”… / y escuchando esta oración, / Dios sonreía… y callaba.
Una tarde veraniega / durmióse la mar, cansada, / soñando que era un espejo / de fina y de bruñida / un sol de fuego lanzaba / sus besos más ardorosos.
Era feliz la gotita / al sentirse así besada… / el sol, con tiernas caricias, / la atraía y elevaba / hacia él y, en un momento, / transformóla en nube blanda.
Se reía la gotita / al ver cuan alto volaba, / y, dichosa, repetía / su oración acostumbrada: / “Cúmplase, Señor, en mí / siempre tu voluntad santa”… / al escucharla el Señor / se sonreía… y callaba.
(Son momentos de subir, de goce, de sentir entusiasmada que todo se ve de color rosa, que todos los sueños se harán realidad)
Mas, llegado el crudo invierno / la humilde gota de agua, / estremecida de frío, / notó que se congelaba / y, dejando de ser nube, / fue copo de nieve blanca.
Era feliz la gotita / cuando, volando, tornaba / a la tierra, revestida / de túnica inmaculada / y en lo más alto de un monte / posaba su leve planta.
Al verse tan pura y bella / llena de gozo rezaba: / “Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa”… / y allá, en lo alto del cielo / Dios sonreía… y callaba….
(Aquí veo referencias a la vocación al Carmelo –monte- vestida ya del hábito -túnica inmaculada-. Una vez vencido el afán de independencia, la entrega a Dios da un gozo de auténtica libertad. Sin embargo, la vocación de cada uno es la importante, lo que quiere Dios es que cumplamos su voluntad, manifestada en primer lugar en los mandamientos, pero –como siguió diciendo Jesús al joven rico- seguirle en las circunstancias en las que nos llama, y decirle que sí. Por tanto no se trata de un “estado de perfección” al que nos subimos y ya está hecho, sino de la “perfección en el propio estado”, ahí dejarse llevar por lo que Dios quiere, en docilidad manifestada en las cosas de cada día, como sigue diciendo la poesía...)
Y llegó la primavera / de mil galas ataviada; / al beso dulce del sol / fundióse la nieve blanca / que, en arroyo convertida, / saltando alegre cantaba / al descender de la altura / cual hilo de fina plata.
Era feliz la gotita… / ¡cuánto reía y gozaba / cruzando prados y bosques / en su acelerada marcha! / y a su Dios esta oración / suavemente murmuraba: / “En el cielo y en el mar, / en el prado o la montaña, / sólo deseo, Señor, / cumplir tu voluntad santa”… / y Dios, al verla tan fiel, / se sonreía…y callaba…
(No es difícil esta oración, cuando todo va según el entusiasmo de esta segunda juventud, en el entusiasmo que da el seguimiento del Amor auténtico... pero llega la cruz, y ahí se demuestra que la santidad no es sólo decir “Señor, Señor” sino cumplir su Voluntad...)
Pero un día la gotita / contempló, aterrorizada, / la oscura boca de un túnel / que engullirla amenazaba, / trató de huir, mas en vano, / allí quedó encarcelada / en tenebrosa mazmorra / musitando en su desgracia / aquella misma oración / que antes, dichosa, rezaba: / “Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa… / en esta noche tan negra, / en esta noche tan larga / en que me encuentro perdida / Tú sabes lo que me aguarda, / yo quiero lo Tú quieras, / haz de mí cuanto te plazca”… / mirándola complacido / Dios sonreía… y callaba…
(En esos momentos de oscuridad, cuando llega la noche, el sufrimiento, la cruz que no esperábamos, la perseverancia junto al Señor, con paciencia, da paz. Y, cuando más negra es la noche, amanece Dios: no hay pena que mil años dure, ni Dios nos prueba por encima de nuestras fuerzas, sino que cuando nos manda una prueba también nos da la gracia para llevarla...)
Pasaron día y noches / y pasaron las semanas, / pasaron, lentos, los meses / y la gota, aprisionada / en aquel túnel tan triste / iba avanzado en su marcha / y… fue feliz la gotita, / porque cuando a Dios oraba, / sentía una paz muy honda / y de sí misma olvidada, / vivía para cumplir / de Dios la voluntad santa.
Mas, he aquí que, de pronto, / quedó como deslumbrada, / había vuelto a la luz / y se encontró colocada / en una linda jarrita / que una monjita descalza / depositó con amor / sobre el ara consagrada.
Presa de dulce emoción / la pobre gota temblaba / diciendo: “Yo no soy digna / de vivir en esta casa, / que es la casa de mi Dios / y de sus esposas castas”. / El Señor que la vio humilde / Sonreía… y se acercaba.
(En esta parte final, vemos nuestra participación en el sacrificio de la Cruz de Jesús, cuando ponemos todo en la ofrenda y nuestra vida se convierte en sacri-ficio: de “sacra”, sagrado; y “facio”, hacer: hacer sagradas las cosas, introducirlas en Dios, que como decía san Josemaría Escrivá, no hacemos sólo lo que el mito del rey Midas que transformaba todo lo que tocaba en oro, sino que transformamos todo en gloria.)
Empezó la Eucaristía, / la gotita que, admirada, / los ritos iba siguiendo, / sintió que la trasladaban / desde la bella jarrita / hasta la copa dorada / del cáliz de salvación / y, con el vino mezclada, / en puro arrobo de amor / repetía su plegaria: / “Señor que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa”… / y sonreía el Señor, / sonreía… y se acercaba…
Llegado ya el gran momento, / resonaron las palabras / más sublimes que en la tierra / pudieron ser pronunciadas, / y el altar se hizo Belén / en el Vino y la Hostia santa. / Y…¿qué fue de la gotita ?... / ¡Feliz gotita de agua!... / Sintió el abrazo divino / que hacia Sí la arrebataba / mientras, por última vez / mansamente suspiraba: / “Señor, que se cumpla en mí / siempre tu voluntad santa”… / y, al escucharla su Dios / sonreía…y la besaba / con un beso tan ardiente / que el “Todo” absorbió a la “nada” / y en la sangre de Jesús / la dejó transubstanciada…
Esta es la pequeña historia / de una gotita de agua / que quiso siempre cumplir / de Dios la voluntad santa.
(Cuando nos unimos al sacrificio de Jesús y hacemos del día una Misa... es el “Todo” que nos asume y nos perdemos en Él, nos hacemos Cristo, para la Vida de todos...)

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