SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA: Jesús se muestra en las tempestades de la vida, para
darnos su presencia y con ella fuerza y esperanza.
Primera lectura:
Hechos de los Apóstoles 6,1-7: 1 En aquellos días, debido a que el grupo de los discípulos era muy
grande, los creyentes de origen helenista murmuraron contra los de origen
judío, porque sus viudas no eran bien atendidas en el suministro cotidiano. 2
Los Doce convocaron al grupo de los discípulos y les dijeron:
— No está bien que nosotros
dejemos de anunciar la Palabra de Dios para dedicarnos al
servicio de las mesas. 3 Por tanto, elegid de entre vosotros, hermanos, siete
hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los
cuales encomendaremos este servicio 4 para que nosotros podamos dedicarnos a la
oración y al ministerio de la Palabra.
5 La proposición agradó a todos,
y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe,
Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. 6 Los
presentaron ante los apóstoles, y ellos, después de orar, les impusieron las
manos.
7 La
Palabra de Dios se extendía, el número de discípulos aumentaba mucho en
Jerusalén e incluso muchos sacerdotes se adherían a la fe.
Salmo
Responsorial: 32,1-2, 4-5, 18-19: 1 Justos, alabad al Señor, la alabanza es
propia de los rectos; 2 dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor
con el arpa de diez cuerdas; 4 pues la palabra del Señor es eficaz, y sus obras
demuestran su lealtad; 5 Él ama la justicia y el derecho, la tierra está llena
del amor del Señor. 18 Pero el Señor se
cuida de sus fieles, de los que confían en su misericordia, 19 para librarlos
de la muerte y sostenerlos en tiempos de hambre.
"Que tu misericordia,
Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti."
Evangelio: Juan
6,16-21 (también se lee en el 5º domingo de Pascua (A)): 16 A la caída de la tarde, los
discípulos bajaron al lago, 17 subieron a una barca y emprendieron la travesía
hacia Cafarnaum. Era ya de noche y Jesús no había llegado. 18 De pronto se
levantó un viento fuerte que alborotó el lago. 19 Habían avanzado unos cinco
kilómetros cuando vieron a Jesús, que se acercaba a la barca caminando sobre el
lago, y les entró mucho miedo. 20 Jesús les dijo:
- Soy yo. No tengáis miedo.
21 Entonces quisieron subirlo a
bordo y, al instante, la barca tocó tierra en el lugar al que se dirigían.
Comentario: 1. Los recién llegados, los de una
cultura nueva, se sentían cristianos de segunda clase respecto a los judíos «de
origen». Son problemas humanos, que también vemos en la Iglesia: los “antiguos”
y sus “privilegios”, ante la actitud que ha de ser siempre abierta y acogedora
a los recién llegados. Tensiones que en diversas épocas pueden ser distintas,
estar más a gusto con unos u otros, o de acuerdo.
a) -“No conviene que abandonemos
la Palabra de Dios por servir a las mesas”. Había banquete, es una idea que
sugiere regocijo, fiesta, comunión humana que termina con la comunión del mismo
Cristo.
-“Buscad entre vosotros unos
hermanos... y los pondremos al frente de este cargo. Mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio
de la Palabra”. De este incidente
humano, sale una nueva organización de la Iglesia. La Iglesia “inventa” este
«ministerio» nuevo, porque hay de él necesidad; de la necesidad surgen cosas
nuevas (Noel Quesson). Son siete los elegidos, un número que recuerda los 70
jueces que elige Moisés para que le ayuden a administrar justicia (Ex 18,
13-27; Nm 11, 16-17) o los 70 miembros del Sanedrín. La elección de los siete
abre un nuevo apartado de los Hechos de los Apóstoles, en el que ocupan el
primer plano cristianos procedentes de mundo griego. A partir de ahora, los
cristianos se llamarán “discípulos” en los Hechos. Veremos, de entre los
escogidos, destacar Esteban. Los Apóstoles dicen: «nosotros nos dedicaremos a
la oración y al servicio de la Palabra ». Es todo un programa de
apostolado. Sin vida interior, sin oración, no es posible una verdadera
evangelización. Así lo ve San Agustín: «Al hablar haga cuanto esté de su parte,
para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de
que, si logra algo y en la medida en que lo logre, es más por la piedad de sus
oraciones que por sus dotes oratorias. Por tanto, orando por aquellos a quienes
ha de hablar, sea antes varón de oración, que de peroración y cuando se acerque
la hora de hablar, antes de comenzar a proferir palabras, eleve a Dios su alma
sedienta, para derramar de lo que bebió y exhalar de lo que se llenó». Y
también: «Si no arde el ministro de la
Palabra , no enciende al que predica».
La primera comunidad de
Jerusalén, al crecer, también conoció dificultades internas, además de las
externas: problemas en la convivencia. La razonable descentralización y
división de funciones entre los apóstoles y los diáconos surgió de la
necesidad, de la vida: así las leyes surgen de la experiencia. Nos puede ayudar esta manera positiva
de resolver problemas, cuando en nuestra comunidad, ya sea la familiar o
eclesial o social, aparezcan problemas de convivencia y casos de
discriminación, que pueden dar lugar a momentos de tensión y contestación entre
unos y otros (hombres y mujeres, jóvenes y mayores, nativos y emigrantes). No
pararse en lo que divide, y dedicarse a la expansión del Reino: «la
Palabra de Dios iba cundiendo, y en Jerusalén crecía mucho el número de
discípulos». La unidad fraterna es la que posibilita el trabajo misionero. El
signo que más creíble hace lo que se predica, es la caridad: la caridad hacia
dentro y hacia fuera. ¿Resolvemos en
nuestra comunidad los problemas que van surgiendo con este espíritu de diálogo
y sinceridad?; ¿no podría ser la falta de unidad interna la razón de la poca
eficacia en nuestro apostolado hacia fuera? (J. Aldazábal).
2. –Jesús resucitado es signo manifiesto de que
Dios quiere salvarnos de todo lo que es negativo en nuestra vida. Se nos exige
una confianza absoluta en la misericordia del Señor. Así nos lo dice el Salmo
32: «Que la misericordia del Señor venga sobre nosotros, como lo esperamos de
Él». Es un himno a la providencia de Dios: “dividido en 22 versículos, tantos
cuantas letras hay en el alfabeto hebraico, es un canto de alabanza al Señor
del universo y de la historia. Está impregnado de alegría desde sus primeras
palabras: "Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los
buenos. Dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez
cuerdas; cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones"
(vv. 1-3). Por tanto, esta aclamación (tern'ah) va acompañada de música y es expresión
de una voz interior de fe y esperanza, de felicidad y confianza. El cántico es
"nuevo", no sólo porque renueva la certeza en la presencia divina
dentro de la creación y de las situaciones humanas, sino también porque
anticipa la alabanza perfecta que se entonará el día de la salvación
definitiva, cuando el reino de Dios llegue a su realización gloriosa” (Juan
Pablo II). Nuevo por la alegría y que las palabras sirvan para expresar lo que
lleva el corazón (s. Agustín). "Habitualmente se llama "nuevo" a
lo insólito o a lo que acaba de nacer. Si piensas en el modo de la encarnación
del Señor, admirable y superior a cualquier imaginación, cantas necesariamente
un cántico nuevo e insólito. Y si repasas con la mente la regeneración y la
renovación de toda la humanidad, envejecida por el pecado, y anuncias los
misterios de la resurrección, también entonces cantas un cántico nuevo e
insólito" (San Basilio). Y sigue diciendo el Papa: “En resumidas cuentas,
según san Basilio, la invitación del salmista, que dice: "Cantad al Señor
un cántico nuevo", para los creyentes en Cristo significa: "Honrad a
Dios, no según la costumbre antigua de la "letra", sino según la
novedad del "espíritu". En efecto, quien no valora la Ley exteriormente, sino que
reconoce su "espíritu", canta un "cántico nuevo""
(ib.)…
En el libro bíblico de los
Proverbios se afirma sintéticamente: "Muchos proyectos hay en el corazón
del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza" (Pr 19, 21). De modo
semejante, el salmista nos recuerda que Dios, desde el cielo, su morada
trascendente, sigue todos los itinerarios de la humanidad, incluso los
insensatos y absurdos, e intuye todos los secretos del corazón humano.
"Dondequiera que vayas,
hagas lo que hagas, tanto en las tinieblas como a la luz del día, el ojo de
Dios te mira", comenta san Basilio. Feliz será el pueblo que, acogiendo la
revelación divina, siga sus indicaciones de vida, avanzando por sus senderos en
el camino de la historia. Al final sólo queda una cosa: "El plan del Señor
subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad" (Sal
32, 11)”.
Es el señorío de Dios sobre la
historia humana. Los ojos de Dios velan por los que le son fieles (v. 18); a su
divino auxilio debemos la vida y la fidelidad y la misericordia divinas nos
cuidan (vv. 4-5). "La humildad de los que sirven a Dios -explica también
san Basilio- muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía
en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como
única esperanza de salvación la misericordia de Dios". El Salmo concluye
con una antífona que es también el final del conocido himno Te Deum: "Que
tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti" (v.
22). “La gracia divina y la esperanza humana se encuentran y se abrazan. Más
aún, la fidelidad amorosa de Dios (según el valor del vocablo hebraico original
usado aquí, hésed), como un manto, nos envuelve, calienta y protege,
ofreciéndonos serenidad y proporcionando un fundamento seguro a nuestra fe y a
nuestra esperanza”.
3. Narra
el Evangelio de la Misa que los Apóstoles navegaban
hacia Cafarnaum cuando ya había oscurecido. El mar estaba agitado por el fuerte
viento, y la barca estaba batida por las olas. La tradición ha visto en esta
barca la imagen de la Iglesia , zarandeada a lo largo de los
siglos por el oleaje de las persecuciones, de las herejías y de las
infidelidades. Siempre, desde el principio sufrió contradicciones, y hoy como
ayer se sigue combatiendo a la Iglesia. Eso nos hace sufrir, pero a la vez
nos da una inmensa seguridad y una gran paz, que Cristo mismo esté dentro de la
barca; vive para siempre en la Iglesia , y por eso, las puertas del
infierno no prevalecerán contra Ella (Mateo 16, 18); durará hasta el final de
los tiempos. No nos dejemos impresionar porque ha arreciado la tempestad contra
nuestra Madre, porque perderíamos la paz, la serenidad y la visión
sobrenatural. Cristo está siempre cerca de nosotros, de cada uno, y nos pide
confianza.
La indefectibilidad de la
Iglesia significa que ésta tiene carácter imperecedero, es decir, que durará
hasta el fin del mundo, e igualmente que no habrá cambio sustancial en su
doctrina, en su constitución o en su culto. La razón de la permanencia de la
Iglesia está en su íntima unión con Cristo, que es su Cabeza y Señor. Después
de subir a los cielos envió a los suyos el Espíritu Santo para que les enseñe
toda la verdad (Juan 14, 16), y cuando les encargó predicar el Evangelio a
todas las gentes, les aseguró que Él estaría siempre con ellos hasta el final
del mundo (Mateo 28, 20). La fe nos atestigua que esta firmeza en su
constitución y en su doctrina durará siempre, hasta que Él venga. Los ataques a
la Iglesia , los malos ejemplos, los
escándalos, nos llevarán a amarla más, a rezar por esas personas y a
desagraviar. Permanezcamos siempre en comunión con Ella, fieles a su doctrina,
unidos a sus sacramentos, y dóciles a la jerarquía.
Inmediatamente después de la
multiplicación de los panes, san Juan nos trae este relato de una acción
misteriosa de Jesús: alcanza a sus discípulos, a media noche, caminando sobre
las aguas del lago en medio de las cuales ellos bregan contra la tempestad. En
el momento de alcanzarlos, cuando ellos, asustados, quieren hacerlo subir a
bordo, la barca toca tierra. Es uno de los llamados “milagros sobre la
naturaleza”, diferentes de las curaciones y los exorcismos y mucho menos
numerosos. Jesús acaba de manifestarse como el Profeta, como Moisés o Eliseo,
que alimenta al pueblo en el desierto (Ex 16, 9-16; 2Re 4, 42-44), de forma
generosa y milagrosa. Ahora, caminando sobre las aguas del lago, no puede ser
otro que el Señor del universo, creador y ordenador de las fuerzas del mundo
que, como tantas veces es descrito en el AT, domina las aguas del caos (Gn 1,
6-10), envía la lluvia a la tierra (Sal 65, 10-11), hace pasar a su pueblo, sin
mojarse los pies, a través del Mar Rojo (Ex 14, 15-31). El mismo que se sienta
por encima de la tormenta (Sal 29, 10) y cuyos caballos pisotean el océano sin
dejar rastro de sus huellas (Sal 77, 17-20). Por eso la palabra de Jesús para
calmar a sus discípulos es muy significativa: “Yo soy, no tengan miedo”. El “Yo
soy” nos remite al nombre mismo de Dios tal y como lo reveló a Moisés al pie de
la zarza (Ex 3, 13-14). Esto significa que los cristianos entre los cuales se
formó y difundió inicialmente el evangelio de san Juan, afirmaban la divinidad
de Jesucristo, parangonable a Dios, el Padre, partícipe de sus atributos. Y
esto gracias a la fe en la resurrección por la cual Dios había exaltado a Jesús
manifestándolo como su hijo muy amado.
Jesús llega inesperadamente
caminando sobre las aguas, para auxiliar a los Apóstoles que se encontraban
llenos de pavor, para robustecer su fe débil y para darles ánimos en medio de
la tempestad. En nuestra vida personal no faltarán tempestades. Con el Señor,
mediante la oración y los sacramentos, las tormentas interiores se tornan en
ocasiones de crecer en fe, en esperanza, en caridad y fortaleza. Con el tiempo
comprenderemos el sentido de estas dificultades. Siempre contaremos con la
ayuda de nuestra Madre del Cielo, especialmente cuando lo pasamos mal. No
dejemos de acudir a Ella” (Francisco Fernández Carvajal-Tere Correa).
b) "No tengáis miedo... Soy
Yo". Juan Pablo II comentó mucho esta expresión del Señor: “Cristo dirigió
muchas veces esta invitación a los hombres con que se encontraba. Esto dijo el
Ángel a María: "No tengas miedo" (cfr. Lucas 1,30). Y esto mismo a
José: "No tengas miedo" (cfr. Mateo 1,20). Cristo lo dijo a los
Apóstoles, y a Pedro, en varias ocasiones, y especialmente después de su
Resurrección, e insistía: "¡No tengáis miedo!"; se daba cuenta de que
tenían miedo porque no estaban seguros de si Aquel que veían era el mismo
Cristo que ellos habían conocido. Tuvieron miedo cuando fue apresado, y
tuvieron aún más miedo cuando, Resucitado, se les apareció. Esas palabras
pronunciadas por Cristo las repite la
Iglesia. Y con la Iglesia las repite también el Papa. Lo
ha hecho desde la primera homilía en la plaza de San Pedro: "¡No tengáis
miedo!" No son palabras dichas porque sí, están profundamente enraizadas
en el Evangelio; son, sencillamente, las palabras del mismo Cristo.
¿De qué no debemos tener miedo?
No debemos temer a la verdad de nosotros mismos. Pedro tuvo conciencia de ella,
un día, con especial viveza, y dijo a Jesús: "¡Apártate de mí, Señor, que
soy un hombre pecador!" (Lucas 5,8). Pienso que no fue sólo Pedro quien
tuvo conciencia de esta verdad. Todo hombre la advierte. La advierte todo
Sucesor de Pedro. La advierte de modo particularmente claro el que, ahora, le
está respondiendo. Todos nosotros le estamos agradecidos a Pedro por lo que
dijo aquel día: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador!"
Cristo le respondió: "No temas; desde ahora serás pescador de
hombres" (Lucas 5,10). ¡No tengas miedo de los hombres! El hombre es
siempre igual; los sistemas que crea son siempre imperfectos, y tanto más
imperfectos cuanto más seguro está de sí mismo. ¿Y esto de dónde proviene? Esto
viene del corazón del hombre, nuestro corazón está inquieto; Cristo mismo conoce
mejor que nadie su angustia, porque "Él sabe lo que hay dentro de cada
hombre" (cfr. Juan 2,25)”. Así lo decía también en el último encuentro de
los jóvenes: “¡Queridos jóvenes! Cada vez más me doy más
cuenta de cómo fue providencial y profético el que este día, Domingo de Ramos y
de la Pasión del Señor, se convirtiera en vuestra jornada. Esta fiesta contiene una
gracia especial, la de la alegría unida a la Cruz ,
sintetiza el misterio cristiano. Os digo hoy: continuad sin cansaros el camino
emprendido el camino emprendido para ser por doquier testigos de la Cruz
gloriosa de Cristo. ¡No tengáis miedo! Que la alegría del Señor, crucificado y resucitado, sea
vuestra fuerza, y que María Santísima esté siempre a vuestro lado”.
¡Qué
poca fe la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos
impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de
fortuna, contradicciones del ambiente. Olvidamos que Jesucristo es, siempre,
nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios
humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos” (Santa
Teresa). Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega,
aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena
confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial
serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas,
Él no te dejará” (J. Escrivà). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “ Cuando imaginamos que todos se hunde
ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres,
Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo
demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio,
nosotros, en Dios, somos lo permanente” (Id.) Esta es la medicina para barrer,
de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades. En toda nuestra vida, en lo
humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso”, nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina.
Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de
que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser.
Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un
Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos
siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad.
Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las
circunstancias más adversas.
“Soy yo, no tengáis miedo”,
hemos de sentir esa palabra de Jesús que nos da confianza. “¿Quién no ha pasado
por una situación idéntica? Se ha cerrado la noche, el viento nos es contrario,
el mar de la vida se encrespa y todo parecen ser dificultades, y cuando aparece
el fantasma resulta que el susto se transforma en el encuentro esperado, que
nos descubre que todo está en su sitio, y que ya llegamos a la meta de la que
nos parecía estar tan lejos... Situaciones de noche cerrada y mar contrario… El
ser humano es un ser que no puede caminar por la vida a la fuerza, contra el
viento y contra el mar, en noche cerrada... Eso sólo en algunos momentos. No se
puede convivir con los fantasmas de la noche... Confianza en la vida, en la
gente, en sí mismo (autoestima) y también en Él, el único fantasma que nos
puede decir insinuantemente: «Soy yo»... Cuando el sinsentido, la mala suerte,
el absurdo, o la culpa nos cierran el paso y nos parece estar perdidos, como
aquellos discípulos, es bueno descubrir que tras esos fantasmas muchas veces es
Dios mismo quien nos prueba, y quien llegado el momento nos mira con amor y nos
dice «Soy yo, no temas» (Juan Mateos-Jesús Peláez; “Diario Bíblico”).
c)
Esta noche fatídica
del pánico por la mar encrespada y, además, por la visión de Jesús que se les
acerca caminando sobre las aguas, es motivo para pensar en nuestros miedos y
oír las palabras tranquilizadoras: «soy yo, no temáis». Como en el caso de las
pescas milagrosas, cuando no está Jesús con ellos, es inútil su esfuerzo y no
tienen paz. Cuando se acerca Jesús, vuelve la calma y el trabajo resulta
plenamente eficaz. Cuando se hace de
noche en todos los sentidos, cuando arrecia el viento contrario y se encrespan
los acontecimientos, cuando se nos junta todo en contra y perdemos los ánimos y
a Jesús no lo tenemos a bordo -porque estamos nosotros distraídos o porque Él
nos esconde su presencia- no es extraño que perdamos la paz y el rumbo de la
travesía. Si a pesar de todo, supiéramos reconocer la cercanía del Señor en
nuestra historia, sea pacífica o turbulenta, nos resultaría bastante más fácil mantener
o recobrar la calma. Cada vez que
celebramos la Eucaristía , el Resucitado se nos hace
presente en la comunidad reunida, se nos da como Palabra salvadora, y -lo que
es el colmo de la cercanía y de la donación- Él mismo se nos da como alimento
para nuestro camino. Es verdad que su presencia es siempre misteriosa,
inaferrable, como para los discípulos de entonces. Pero por la fe tenemos que
saber oír la frase que tantas veces se repite con sus variaciones en la
Biblia : «soy yo, no temáis». Llegaríamos a la playa con tranquilidad, y de
cada Misa sacaríamos ánimos y convicción para el resto de la jornada, porque el
Señor nos acompaña, aunque no le veamos con los ojos humanos (J. Aldazábal).
d) «Tú has querido hacernos
hijos tuyos: míranos siempre con amor de padre”, para que “alcancemos la
libertad verdadera y la herencia eterna» (oración), y «que esta Eucaristía nos
haga progresar en el amor» (comunión), en medio de la oscuridad de la noche:
"En el mar trazaste tu camino, tu paso en las aguas profundas, y nadie
pudo reconocer tus huellas" (Sal 77, 20). El mar, símbolo de las potencias
malignas, es vencido por Jesús, como fue vencido antes por Dios en la creación
(Is 51, 9s), en el éxodo (Ex 14-15), en el combate escatológico (Dan 7, 2-7; León-Dufour).
Él nos hará llegar rápida y seguramente al puerto” (“Diario Bíblico”). Este es
el motivo de los milagros que Jesús realiza, afianzar nuestra fe: «Mas Jesús
llevaba, por los milagros que hacía, a los que contemplaban aquel hermoso
espectáculo a que mejorasen en sus costumbres. ¿Cómo no pensar entonces en que
se ofrecía a sí mismo como ejemplo de la vida más santa, no sólo ante sus
auténticos discípulos, sino también ante los otros? Ante sus discípulos, para
moverlos a enseñar a los hombres conforme a la voluntad de Dios; ante los
otros, para que enseñados a la par por la doctrina, vida y milagros cómo habían de vivir, todo lo
hicieran con intención de agradar a Dios sumo» (Orígenes). “El miedo llamó a mi
puerta; / la fe fue a abrir / y no había nadie” (Juan Carlos Martos). “Jesús no
es un fantasma, ni la figura de un Dios que venga a causarnos terror. Él es el
Dios que se hace cercanía a nosotros siempre; y en los momentos más difíciles
de nuestra vida no podemos espantarnos pensando que el Señor se nos ha acercado
para castigarnos a causa de nuestros pecados. Dios se acerca constantemente a
nosotros, especialmente, de un modo culminante, en la
Eucaristía. Su paz es nuestra paz; ojalá no perdamos la paz a causa de volver a
desviar nuestros caminos de Él. El Señor nos alimenta con su Palabra y con su
Pan de Vida eterna. Nosotros nos alegramos porque, a pesar de que muchas veces
vivimos lejos de Él, ahora nos recibe en su casa para perdonarnos y para
sentarnos a su mesa. Pero el Señor al llenarnos de su Vida y al hacernos
partícipes de su salvación, nos quiere comprometidos con nuestro mundo para
manifestarle el rostro amoroso de Dios, que se acerca para socorrer a los
necesitados y para remediar los males de los que sufren. Por eso nuestra
Eucaristía se convierte para nosotros en un auténtico compromiso que nos ha de
llevar a cumplir con la misma Misión que el Padre Dios encomendó a su Hijo y
que el Hijo nos encomendó a nosotros. También nosotros hemos de llevar esta
presencia. Nosotros, por voluntad de Dios, hemos de ser la cercanía amorosa de
Dios para nuestro prójimo (www.homiliacatolica.com).
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