Miércoles de la 32ª
semana (impar). Estamos invitados por la misericordia divina a la salvación;
y para eso también nosotros hemos de procurar ser benévolos
“Yendo
Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar
en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos
y a gritos le decían: -«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos,
les dijo: -«ld a presentaros a los sacerdotes.» Y, mientras iban de camino,
quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a
Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole
gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: -«¿No han
quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que
este extranjero para dar gloria a Dios? » Y le dijo: -«Levántate, vete; tu fe
te ha salvado»”
(Lucas 17,11-19).
1. –“Yendo
camino de Jerusalén, atravesó Jesús Samaría”... Jesús, en camino. Es su
último viaje. Va «hacia Jerusalén» donde matan a los profetas (cf Lucas 13,33).
El camino de cruz ha comenzado desde hace ya mucho tiempo. Va Jesús subiendo
hacia Jerusalén, libremente, conscientemente, voluntariamente.
-“Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron hacia Él diez leprosos. Le
pararon a distancia y le gritaron...” están marginados y han de avisar al
que se le acerca gritando: «¡impuro!, ¡impuro!» (Levítico 13,45). Despreciables,
estaban proscritos y aislados. Comían lo que los peregrinos les arrojaban. Eran
considerados impuros y no aptos para vivir en sociedad. Jesús permite que un
grupo de leprosos se le acerque. -«¡Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros!» Uno de los grandes clamores de toda
humanidad sufriente. Una plegaria que repetimos, con frecuencia en la misa.
«¡Señor, piedad!» Que no tenga yo jamás miedo de clamar al Señor, de apelar a
su misericordia. En la Biblia, la lepra es a menudo el símbolo del pecado, el
mal que desfigura. No es inútil apelar a esa imagen que afecta nuestra
sensibilidad, para mejor comprender lo que es el pecado, para Dios.
Rompe Jesús con este gesto la
mentalidad segregacionista que divide el mundo en puros e impuros, sacros y
profanos. Jesús afronta solo la escena. La petición de los leprosos es simple:
haz algo por nosotros. Jesús los remite a los sacerdotes, que era la
institución encargada de decidir quién es puro y quién impuro: -“Al verlos, Jesús les dijo: «Id a
presentaros a los sacerdotes.»” Era también la Ley (Levítico 14,2). De
paso, es un hermoso ejemplo de sumisión de Jesús a las autoridades de su país. “Mientras iban de camino quedaron limpios.
Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a voces. Se
echó, el rostro contra el suelo, a los pies de Jesús, dándole las gracias”.
De camino, todos quedan curados,
pero únicamente uno regresa. El extranjero vuelve a dar gracias a Jesús.
Nosotros empezamos nuestra celebración eucarística con una súplica parecida a
la de los leprosos: "Señor, ten piedad". Y hacemos bien, porque somos
débiles y pecadores, y sufrimos diversas clases de lepra. La oración de súplica
nos sale bastante espontánea. Pero ¿sabemos también rezar y cantar dando
gracias? Los varios himnos de alabanza en la misa -el Gloria, el Santo- y
tantos salmos de alegría y acción de gracias, ¿nos salen desde dentro, reconociendo
los signos de amor con que Dios nos ha enriquecido?, ¿sólo sabemos pedir, o
también admirar y agradecer? Hay personas que nos parecen alejadas y que
nos dan lecciones, porque saben reconocer la cercanía de Dios, mientras que
nosotros, tal vez por la familiaridad y la rutina de los sacramentos -por
ejemplo del perdón que Dios nos concede en la Reconciliación- no sabemos
asombrarnos y alegrarnos de la curación que Jesús nos concede. Debemos cultivar
en nosotros un corazón que sepa agradecer, a las personas que nos rodean y que
seguramente nos llenan de sus favores, y sobre todo a Dios (J. Aldazábal).
«Alabar a Dios a voces» «Darle
gracias» Actitud esencial del que ha sido «salvado». Actitud principal del que
participa en la «eucaristía», en griego «acción de gracias». Ayúdame, Señor, a saber
reconocer tus beneficios... Ayúdame a orar con mis alegrías, mis horas felices,
con las gracias que recibo de ti. Cada noche, examinar cómo he pasado el día
para darte las gracias. Ir a la eucaristía con el corazón rebosante de gozo por
las maravillas de Dios. Y estar dispuesto, durante el acto litúrgico, a
glorificar a Dios «de viva voz». Me imagino al leproso curado, sus gritos de
alegría, sus gestos...
-“Ahora bien, era un «samaritano»”... Una vez más -según la parábola
del buen samaritano (Lucas 10,30)- Jesús
pone como ejemplo a los que eran mal vistos por los judíos fieles. Algunos
paganos, por sus cualidades humanas auténticas, pueden estar más cerca de Dios
que algunos fieles. A través de esos hechos evangélicos, adivinamos la apertura
del Evangelio a naciones y países hasta aquí apartadas del pueblo de Dios.
-“¿Y los otros nueve? ¿Sólo este extranjero ha vuelto para dar gracias a
Dios?” La lección que da Jesús va dirigida a sus paisanos: los del pueblo
elegido son, a veces, los que menos saben agradecer los favores de Dios,
mientras que hay extranjeros que tienen un corazón más abierto a la fe. Ruego
por todos los «samaritanos», los extraños a nuestra fe... y también por todos
los fieles que no saben alabar a Dios (Noel Quesson).
A Lucas le encanta subrayar la
"vuelta" de sus personajes (el hijo pródigo, los discípulos de Emaús,
el leproso curado)? En estas "vueltas" veo representadas las
experiencias mías y de muchos. Alejamiento y vuelta: "Jesús, maestro, ten compasión de mí".
En este Evangelio vemos las claves
de lo que debe ser la vida del cristiano, resumida en tres sencillas palabras:
misericordia, fe y agradecimiento. Jesús, ¡qué grande es tu misericordia, ante
los necesitados y enfermos especialmente! Tu piedad no rebaja sino que libera,
levanta a las personas. Siente como tuyo el dolor o el sufrimiento de la
persona que tiene ante sí. Esta compasión ayuda a quien te mira a tener fe, y
así tú puedes hacer milagros con él. Y así puede quien es por ti curado vivir el
agradecimiento siendo a su vez misericordioso con los que le rodean.
Pienso que vemos este rostro de
Dios cuando nos encontramos a alguien que se detiene en su camino para
ayudarnos cuando estamos necesitados, en la carretera por ejemplo, si nuestro
coche se ha averiado. Pero también en los pequeños detalles, cuando nos ceden
el paso en medio del tráfico, nos sonríen amablemente en el trabajo los lunes
por la mañana. Cito una noticia de periódico: Montse está viva gracias a que una mujer que viajaba con ella en un bus
urbano de Barcelona a principios de año identificó en su cara unas señales
sintomáticas de un tumor. Hoy, operada y recuperada, busca a su 'ángel de la
guarda' a través de la prensa catalana para darle las gracias. Después de
los análisis que su ángel le aconsejó, y operarse, ella busca a la mujer que la
ayudó en el bus. Quiere darle las gracias por salvarle la vida.
Ángeles que Dios pone en nuestro
camino… “¿Qué cosa mejor podemos traer en el corazón, pronunciar con la boca,
escribir con la pluma, que estas palabras: ¡gracias
a Dios!? No hay cosa que se pueda decir con mayor brevedad, ni oír con
mayor alegría, ni sentirse con mayor elevación, ni hacer con mayor utilidad”
(San Agustín).
2. –“Oíd, oh reyes, y entended; aprended, soberanos de la tierra. Estad
atentos los que gobernáis multitudes y estáis orgullosos de mandar”... Dios es muy riguroso con los gobernantes,
por su responsabilidad, pero extremadamente benigno con los humildes, a los que
ensalza (cf Fil 2,6-11). Los que mandan necesitan sabiduría para tomar
decisiones justas, y el juicio sobre su actuación será más exigente que para
los demás.
-“El Señor es quien os ha dado el poder”... ¡toda autoridad tiene el
poder venido de Dios! –“Dios examinará
vuestra conducta y escrutará vuestras intenciones”. Ayuda, Señor, a todo
hombre a responder de lo que Tú esperas. Ayúdame a «aceptar mis
responsabilidades» bajo tu mirada, pensando que las decisiones que tomaré te
interesan, que las examinas y que me pedirás cuenta de ellas. Te ruego, Señor,
especialmente, por todos aquellos que tienen responsabilidades más graves:
jefes de todo tipo.
-“Si no habéis gobernado rectamente, ni observado la ley, ni caminado
siguiendo la voluntad de Dios, terrible y repentino se presentará ante vosotros”.
Los «dominadores» tendrán un juicio implacable. Los "humildes", en
efecto, merecen excusa y compasión, pero los «poderosos» serán juzgados
«poderosamente».
-“El Señor de todos, ante nadie retrocede; no hay grandeza que se le
imponga”. Es verdad que la gran tentación de los jefes es creer que son
amos absolutos y ¡que no tienen a nadie por encima de ellos! Manejan a los
súbditos de modo despótico, pero darán cuenta a Dios (Noel Quesson).
San Agustín, en su Sermón sobre
los pastores, nos dice: Por una parte soy cristiano y por otra soy obispo. El
ser cristiano se me ha dado como un don propio; el ser obispo, en cambio, lo he
recibido para vuestro bien. Consiguientemente, por mi condición de cristiano
debo pensar en mi salvación, en cambio, por mi condición de obispo debo
ocuparme de la vuestra. Hoy el Señor en su Palabra se dirige a quienes se les
ha confiado el poder en cualquier nivel para que lo ejerzan escuchando la
Palabra de aquel que los escogió para ese ministerio. Entonces, en el día del
juicio no serán condenados, pues realizaron el bien y condujeron a los demás,
no conforme a los propios criterios, sino conforme a los criterios de Dios. El
nivel más cercano del ejercicio de la autoridad es el de los padres respecto a
sus hijos en la familia. Ojalá y no se les descuide sino se les oriente y
eduque para que, desde la familia, pueda surgir un mundo más integrado, más
fraterno y más justo.
3. En el salmo Dios pide a los
gobernantes que "protejan al
desvalido y al huérfano, que hagan justicia al humilde y al necesitado".
Si no lo hacen, si cometen o consienten injusticias, no escaparán del juicio de
Dios: "aunque seáis dioses,
moriréis como cualquier hombre; caeréis, príncipes, como uno de tantos".
Llucià Pou Sabaté
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