lunes, 18 de noviembre de 2013

Martes de la 33ª semana (impar): Jesús salva a un pecador publicano: “El Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.”

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.» Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»” (Lucas 19,1-10).

1. Lucas es el único evangelista que nos cuenta la famosa escena de la conversión de Zaqueo. Estamos en Jericó, primer bastión de la tierra prometida, símbolo de las luchas de Israel. El evangelista de la misericordia y del perdón nos habla hoy de ese publicano -recaudador de impuestos, y además para la potencia ocupante, los romanos-, despreciado y con negocios un tanto dudosos. Dirigía el grupo de cobradores de impuestos de la comarca.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Zaqueo, jefe de publicanos y rico, como no podía ver a Jesús entre la gente por ser bajo, se subió a una higuera, para verlo. Las búsquedas de Zaqueo lo conducen a Jesús, superando todos los obstáculos que se le presentan en su camino. Soluciona su falta de estatura encaramándose a un sicomoro.
“Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: -«Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento”. Zaqueo tendrá una conversión radical, consecuente, llevada hasta sus consecuencias materiales y sociales. Jesús busca a todos y que a todos les predica una Noticia. La conversión será paulatina: comienza con el deseo de conocer a Jesús de cerca; luego Jesús le habla, y él lo acoge en su casa.
Jesús, Tú que conoces el interior de las almas no te haces esperar; y una vez más, pagas con creces insospechadas la generosidad del corazón humano: él buscaba verte, y Tú vas a hospedarte en su casa. Zaqueo bajó rápido y lo recibió con gozo. No puede ser de otra manera. Si acudimos continuamente a ponernos en la presencia del Señor, se acrecentará nuestra confianza, al comprobar que su Amor y su llamada permanecen actuales: Dios no se cansa de amarnos. La esperanza nos demuestra que, sin Él, no logramos realizar ni el más pequeño deber; y con él, con su gracia, cicatrizarán nuestras heridas; nos revestiremos con su fortaleza para resistir los ataques del enemigo, y mejoraremos. En resumen: la conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús (Josemaría Escrivá, Amigos de Dios).
“Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: -«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»” Jesús, tu presencia remueve a Zaqueo y le lleva a la conversión.
“Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: -«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.»” Es el momento de la decisión, de la luz, de la esperanza, la conversión.
Jesús le contestó: -«Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido»” Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Todo empezó por aquel deseo de conocerte que le llevó a poner los medios que hiciera falta para verte pasar. Señor, yo también necesito que vengas a mi casa: a mi vida, a mi alma. Tengo tantas heridas que necesitan cicatrizar, tantas flaquezas que necesitan de tu fortaleza divina, tantos egoísmos que me impiden ser feliz. A veces pienso que no puedo... lléname de esperanza: “¡No desesperéis nunca! Os lo diré en todos mis discursos, en todas mis conversaciones; y si me hacéis caso, sanaréis. Nuestra salvación tiene dos enemigos mortales: la presunción cuando las cosas van bien y la desesperación después de la caída; este segundo es con mucho el más terrible” (San Juan Crisóstomo).
Jesús, que la conciencia de mi poquedad y mi fragilidad no me lleve a la desconfianza ni a la desesperación. La conciencia de que estamos hechos de barro de botijo nos ha de servir, sobre todo, para afirmar nuestra esperanza en Cristo Jesús. Y si alguna vez me rompo en mil pedazos, que siempre sepa volver a Ti, especialmente a través del Sacramento de la Penitencia, dándome cuenta de que el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido (Pablo Cardona).
Jesús, provocas el encuentro… el resultado es la alegría, la salvación. “Elige a un jefe de publicanos, ¿quién deseperará de sí mismo cuando éste alcanza la gracia?” (S. Ambrosio). En Zaqueo vemos la búsqueda de Dios, sin miedo… “convéncete de que el ridículo no existe para quien hace lo mejor” (S. Josemaría Escrivá, Camino 392).
Al final, su correspondencia a la gracia, propósitos de devolver… “Que aprendan los ricos que no consiste el mal en tener riquezas, sino en no usar bien de ellas; porque así como las riquezas son un impedimento para los malos, son también un medio de virtud para los buenos” (S. Ambrosio). Jesús llamó a la puerta de Zaqueo y él oyó-subió-abrió, con el esfuerzo que supone querer oír, alzarse y abrir. Jesús entró y comieron juntos. Y la salvación iluminó la casa de un pecador que deseaba oír-ver, quería levantarse y anhelaba abrir la puerta. La salvación entró en casa de alguien que, sabiéndose necesitado de ella, aguzó el oído (Luis Ángel de las Heras).
También de este pasaje aprendo a tener confianza a todos, como hacías tú, Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser "pequeños de estatura", como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de "ver a Jesús", y pueden llegar a ser auténticos "hijos de Abrahán". ¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados?, ¿tenemos corazón de buen pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo?, ¿o nos encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos, intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino "a buscar y a salvar lo que estaba perdido", ¿quiénes somos nosotros para desesperar de nadie? "Hoy voy a comer en tu casa". "Hoy ha sido la salvación de esta casa". Cada vez que celebramos la Eucaristía, que es algo más que recibir la visita del Señor, debería notarse que ha entrado la alegría en nuestra vida y que cambia nuestra actitud con los demás (J. Aldazábal).

2. El anciano Eleazar, que se mantiene firme en su fe a pesar de las promesas y de las amenazas de los enemigos de Israel, es en verdad admirable y aleccionador para sus contemporáneos y para nosotros. El buen anciano quiere dar a todos un ejemplo de fidelidad a la Alianza: "si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo". "De esta manera terminó su vida, dejando no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud".
“El recuerdo de Eleazar enseña que la fidelidad a la ley de Dios es el valor supremo para el hombre justo, y que el ejemplo dado por personas de relevancia social tiene consecuencias de enorme importancia. San Gregorio Nacianceno llama a Eleazar ‘primicia de aquellos que sufrieron antes de Cristo; así como Esteban lo es de aquellos que sufrieron después de Cristo’. En la tradición ascética ha quedado como un modelo de fortaleza” (Biblia de Navarra). “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…): aquel anciano, Eleazar, que prefiere morir antes que quebrantar la ley de Dios. Animosamente entregaré la vida y me mostraré digno de mi vejez, dejando a los jóvenes un ejemplo noble, para morir valiente y generosamente por nuestras venerables y santas leyes” (S. Josemaría Escrivá).

3. “Señor, cuántos son mis enemigos, cuántos se levantan contra mí; cuántos dicen de mí: «Ya no lo protege Dios.» Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. Si grito invocando al Señor, él me escucha desde su monte santo”. “El Señor escucha siempre la plegaria que se le dirige en el Templo de Jerusalén (cf 1 R 8,30). El sueño del que, gracias al Señor, se despierta el salmista simboliza el sueño de la muerte del que despertó Jesucristo por el poder de Dios que le resucitó de entre los muertos (cf Rm 1,4)” (Biblia de Navarra) y Jesús nos recordará que lo que pidamos en su nombre nos lo concederá Dios.
Puedo acostarme y dormir y despertar: el Señor me sostiene. No temeré al pueblo innumerable que acampa a mi alrededor”.

Llucià Pou Sabaté

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