martes, 12 de noviembre de 2013

Martes de la 32ª semana (impar): el servicio a Dios no nos lleva al engreimiento, sino a la humildad de sentirnos instrumentos para ayudar a Dios y a los demás, 

“En aquel tiempo, dijo el Señor: -«Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lucas 17,7-10).  

1. “-Jesús decía: «Cuando un criado vuestro, labrador o pastor, vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dirá: "Ven enseguida a la mesa?" No, más bien le decís: «Prepárame de cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como y bebo. Después comerás y beberás tú.» Jesús no justifica esa situación de desnivel social, sino que la constata. A partir del cap. 14, el evangelista nos pone en aviso contra los fariseos y los ricos, especialmente. Los fariseos creen tener derechos sobre Dios, y quizá lo que censuras, Señor, sea eso, más que a los discípulos, que no tienen esa costumbre de tiranizar a los sirvientes que ya han trabajado todo el día.
-“¿Se tendrá que estar agradecido al criado porque ha hecho lo que se le ha mandado?” El relato va hacia el consejo de «hacer todo lo que Dios ha mandado». Hemos de ver esa parábola en el contexto de un Dios «padre» amante y servicial que se desvivirá por sus servidores: «¿Qué hará el dueño de la casa? Yo os lo digo, se pondrá en actitud de servicio, hará que se coloquen a la mesa, y, pasando junto a ellos, los servirá» (Lc 12,37).
Pero aquí se subraya nuestra actitud de humildad; hemos de decir: «Somos servidores inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.» Jesús, pienso que quieres destruir la arrogancia de los fariseos, que a fuerza de buenas obras, pensaban que adquirían unos derechos sobre Dios, por sus propios méritos. Otras veces nos decías: no os gloriéis de vuestras obras ante Dios... y ahora lo dices de otro modo. Santa Teresa de Lisieux había comprendido muy bien esa lección capital cuando decía que se presentaría ante Dios con «las manos vacías». Señor, quiero hacer las cosas gratuitamente, por ti, por amor: sin esperar recompensa. Concédenos, Señor, estar a tu servicio desinteresadamente (Noel Quesson).
Dice un dicho popular: "Nadie es necesario, pero todos podemos ser útiles". A veces pensamos que somos imprescindibles, que nuestra aportación es irremplazable. Pero en realidad, indispensable solo es el Señor. Y también podemos verlo al revés: si tenemos a Jesús, lo tenemos todo; mientras él no falte, todo va bien. Los ministerios, en la Iglesia, no son para crecimiento personal, sino para el crecimiento de la comunidad.
Jesús, veo que lo que esperas de nosotros es que estemos siempre dispuestos, como el Buen Pastor, a cuidar de los tuyos, que son nuestros también. No podemos sentarnos a la mesa mientras no lo sirvamos en los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados.
Decía uno: “Siempre llamó mi atención aquella gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla, que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas. Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.
¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa gente, a saber de su vida! Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que finalmente algo nos de la excusa para descalificar.
Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!
Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón”. Nuestro orgullo lo complica todo, queremos controlarlo todo. “Y que difícil es la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre? Cuanta soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre jamás podrá llegar”.
Cuando alguien ha de ejercer su autoridad, muchas veces se cubre de apariencia, por ejemplo un profesor intentará disimular lo que no sabe, para explicar las cosas dando la impresión de que controla toda su especialidad, porque necesita dar esa imagen de persona que sabe más de lo que sabe. En cambio, el sencillo es el que no quiere dar más imagen que mostrarse como es, sin aparentar, y qué mezcla más fascinante, cuando un sabio es sencillo y puede responder cuando algo no lo sabe con un sencillo “no lo sé”. Se llega así a superar una prueba importante, la de la apariencia, así los pastores nos enseñan el camino a Belén: “Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que él nos permite ver, de Su maravilloso Reino.
Se me ocurre que una buena petición es: "Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti. Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a Ti" (S. Nicolás de Flüe). Te pido, Señor, lo que necesite para ser buen instrumentos tuyo: "De que tú y yo nos portemos como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes" (J. Escrivá, Camino 755).
Para ser buen instrumento he de ver como don divino las cualidades que tengo, y usar esos talentos. También se necesita humildad, una perfecta subordinación a la voluntad divina, y una unión con el artista, como el barro en manos del alfarero, como el pincel en manos del pintor, y para esto necesito vida interior y obediencia (más que decir o pensar, hacer las cosas). “Las obras de Dios son perfectas” (Dt 32,4), y cuando Dios nos da unos dones, también nos da los medios para usarlos dignamente” (s. Tomás de Aquino). Es lo que se dice en la ordenación en palabras de S. Pablo: el que ha comenzado la buena obra en ti la llevará a término.
Dame, Señor, la rectitud de intención y humildad en todas mis obras. “Soli Deo honor et gloria”, “sólo para Dios el honor y la gloria” (1 Tim 1,17). Esa humildad de instrumentos arraigará en mi corazón, si procuro la unión con la Voluntad de Dios en lo cotidiano. El modelo es la Virgen: “Illum oportet crescere, me autem minui” (conviene que Él crezca, y yo disminuya: Jn 3,30).

2. –“Dios creó al hombre para una existencia imperecedera, le hizo imagen de su misma naturaleza. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo”. Admirable expresión, con conceptos griegos de tipo abstracto, de una verdad tradicional de toda la Biblia; recordemos el relato concreto del Génesis que dice lo mismo. Dios creó al hombre para la vida, para la "¡existencia!", ¡para «existir»! Pues Dios «en Sí-Mismo» es el gran viviente, el gran Existente. Y el hombre participa de esa realidad de Dios, es "imagen de Dios". ¡La muerte no es normal! es un incidente de tránsito. Y el autor se atreve a escribir que no es Dios quien ha previsto y querido la muerte. Para aceptar estas Palabras hay que admitir que "la vida humana no se destruye, sino que se transforma" por ese momento que llamamos "la muerte". Ayúdanos, Señor, a creer. Nuestros difuntos están en una "existencia imperecedera".
-“La vida de los justos está en la mano de Dios. Ningún tormento puede alcanzarles”. No hay que tratar de imaginar esas cosas. Hay que recibirlas sencillamente tal como se nos dicen. A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto, su partida de este mundo se tuvo como una desgracia, se los creía destruidos, pero ellos están en la paz. Aunque a los ojos de los hombres hayan sufrido castigo por su esperanza poseen ya la inmortalidad. No se trata de "muertos", sino de "vivos": han partido, nos han dejado... Humanamente hablando es una desgracia, es como un aniquilamiento. Y así es. Sin embargo, «están en la paz», "tienen ya la inmortalidad". El evangelio lo dirá de manera sublime.
-“Por una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de Él”. Se comprende que los mártires, los perseguidos, puedan hallar en esta certeza, un estímulo para su modo de morir.
-“Como un sacrificio ofrecido sin reserva, los «acogió»”... El cristiano puede pues ir a la muerte con confianza y remitirse a Dios. La muerte es un «pasaje hacia Dios». La muerte no es un caer en el vacío, en la nada, se nos «acoge»... Y podemos hacer de la muerte un acto libre y voluntario, una ofrenda, un sacrificio, un don de sí a Dios. Si nuestra fe en esas Palabras divinas fuese muy viva no tendríamos miedo alguno. No acaba todo con la muerte. Todo empieza. Todo continúa. En el fondo se trata de que, durante nuestra vida, vivamos ya en estado de ofrenda y de sacrificio a Dios. En este caso, la muerte es la consagración de la vida (Noel Quesson).
3. “Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloria en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren”. Esa alabanza sale del corazón, gloriándose de la relación que le une a Dios, de su interés en él y de lo que espera de él: «En Yahweh se gloriará mi alma.»
Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria”.
Dios ha prometido librar a los justos de todas sus angustias y los salvará: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos”.


                Llucià Pou Sabaté

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