Martes
de la 32ª semana (impar): el servicio a Dios no nos lleva al engreimiento,
sino a la humildad de sentirnos instrumentos para ayudar a Dios y a los
demás,
“En aquel tiempo, dijo el
Señor: -«Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor;
cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: "En seguida, ven y
ponte a la mesa"? ¿No le diréis: "Prepárame de cenar, cíñete y
sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú"? ¿Tenéis que
estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros:
Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: "Somos unos pobres siervos,
hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lucas 17,7-10).
1. “-Jesús decía: «Cuando un criado
vuestro, labrador o pastor, vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dirá:
"Ven enseguida a la mesa?" No, más bien le decís: «Prepárame de
cenar, ponte el delantal y sírveme mientras yo como y bebo. Después comerás y
beberás tú.» Jesús no
justifica esa situación de desnivel social, sino que la constata. A partir del
cap. 14, el evangelista nos pone en aviso contra los fariseos y los ricos,
especialmente. Los fariseos creen tener derechos sobre Dios, y quizá lo que
censuras, Señor, sea eso, más que a los discípulos, que no tienen esa costumbre
de tiranizar a los sirvientes que ya han trabajado todo el día.
-“¿Se
tendrá que estar agradecido al criado porque ha hecho lo que se le ha mandado?”
El relato va hacia el consejo de «hacer todo lo que Dios ha mandado». Hemos de
ver esa parábola en el contexto de un Dios «padre» amante y servicial que se
desvivirá por sus servidores: «¿Qué hará el dueño de la casa? Yo os lo digo, se
pondrá en actitud de servicio, hará que se coloquen a la mesa, y, pasando junto
a ellos, los servirá» (Lc 12,37).
Pero aquí se subraya nuestra actitud de
humildad; hemos de decir: «Somos
servidores inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer.» Jesús, pienso que
quieres destruir la arrogancia de los fariseos, que a fuerza de buenas obras, pensaban
que adquirían unos derechos sobre Dios, por sus propios méritos. Otras veces
nos decías: no os gloriéis de vuestras
obras ante Dios... y ahora lo dices de otro modo. Santa Teresa de Lisieux
había comprendido muy bien esa lección capital cuando decía que se presentaría
ante Dios con «las manos vacías». Señor, quiero hacer las cosas gratuitamente,
por ti, por amor: sin esperar recompensa. Concédenos, Señor, estar a tu
servicio desinteresadamente (Noel Quesson).
Dice un dicho popular: "Nadie es
necesario, pero todos podemos ser útiles". A veces pensamos que somos
imprescindibles, que nuestra aportación es irremplazable. Pero en realidad, indispensable
solo es el Señor. Y también podemos verlo al revés: si tenemos a Jesús, lo
tenemos todo; mientras él no falte, todo va bien. Los ministerios, en la
Iglesia, no son para crecimiento personal, sino para el crecimiento de la
comunidad.
Jesús, veo que lo que esperas de nosotros es
que estemos siempre dispuestos, como el Buen Pastor, a cuidar de los tuyos, que
son nuestros también. No podemos sentarnos a la mesa mientras no lo sirvamos en
los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados.
Decía uno: “Siempre llamó mi atención aquella
gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo
sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de
cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar
al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas
personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla,
que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas.
Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.
¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa
gente, a saber de su vida! Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de
la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en
la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de
buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar
las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que
finalmente algo nos de la excusa para descalificar.
Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo
complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo
de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor.
Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino
sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y
nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o
saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!
Esta actitud, la de creer, proviene de un
corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de
que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy
difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón”.
Nuestro orgullo lo complica todo, queremos controlarlo todo. “Y que difícil es
la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una
educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor
de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en
estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre? Cuanta
soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la
piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco
espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque
pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre
jamás podrá llegar”.
Cuando alguien ha de ejercer su autoridad,
muchas veces se cubre de apariencia, por ejemplo un profesor intentará
disimular lo que no sabe, para explicar las cosas dando la impresión de que
controla toda su especialidad, porque necesita dar esa imagen de persona que
sabe más de lo que sabe. En cambio, el sencillo es el que no quiere dar más
imagen que mostrarse como es, sin aparentar, y qué mezcla más fascinante,
cuando un sabio es sencillo y puede responder cuando algo no lo sabe con un
sencillo “no lo sé”. Se llega así a superar una prueba importante, la de la
apariencia, así los pastores nos enseñan el camino a Belén: “Sólo aceptar,
orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que él nos permite
ver, de Su maravilloso Reino.
Se me ocurre que una buena petición es:
"Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de Ti. Señor mío y
Dios mío, dame todo lo que me acerca a Ti. Señor mío y Dios mío, despójame de
mí mismo para darme todo a Ti" (S. Nicolás de Flüe). Te pido, Señor, lo
que necesite para ser buen instrumentos tuyo: "De que tú y yo nos portemos
como Dios quiere —no lo olvides— dependen muchas cosas grandes" (J.
Escrivá, Camino 755).
Para ser buen instrumento he de ver como don
divino las cualidades que tengo, y usar esos talentos. También se necesita
humildad, una perfecta subordinación a la voluntad divina, y una unión con el
artista, como el barro en manos del alfarero, como el pincel en manos del pintor,
y para esto necesito vida interior y obediencia (más que decir o pensar, hacer
las cosas). “Las obras de Dios son perfectas” (Dt 32,4), y cuando Dios nos da
unos dones, también nos da los medios para usarlos dignamente” (s. Tomás de
Aquino). Es lo que se dice en la ordenación en palabras de S. Pablo: el que ha comenzado la buena obra en ti la
llevará a término.
Dame, Señor, la rectitud de intención y
humildad en todas mis obras. “Soli Deo honor et gloria”, “sólo para Dios el
honor y la gloria” (1 Tim 1,17). Esa humildad de instrumentos arraigará en mi
corazón, si procuro la unión con la Voluntad de Dios en lo cotidiano. El modelo
es la Virgen: “Illum oportet crescere,
me autem minui” (conviene que Él crezca, y yo disminuya: Jn 3,30).
2. –“Dios
creó al hombre para una existencia imperecedera, le hizo imagen de su misma
naturaleza. La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo”.
Admirable expresión, con conceptos griegos de tipo abstracto, de una verdad
tradicional de toda la Biblia; recordemos el relato concreto del Génesis que
dice lo mismo. Dios creó al hombre para la vida, para la
"¡existencia!", ¡para «existir»! Pues Dios «en Sí-Mismo» es el gran
viviente, el gran Existente. Y el hombre participa de esa realidad de Dios, es
"imagen de Dios". ¡La muerte no es normal! es un incidente de
tránsito. Y el autor se atreve a escribir que no es Dios quien ha previsto y
querido la muerte. Para aceptar estas Palabras hay que admitir que "la vida humana no se destruye, sino que se
transforma" por ese momento que llamamos "la muerte".
Ayúdanos, Señor, a creer. Nuestros difuntos están en una "existencia
imperecedera".
-“La
vida de los justos está en la mano de Dios. Ningún tormento puede alcanzarles”.
No hay que tratar de imaginar esas cosas. Hay que recibirlas sencillamente tal
como se nos dicen. A los ojos de los
insensatos pareció que habían muerto, su partida de este mundo se tuvo como una
desgracia, se los creía destruidos, pero ellos están en la paz. Aunque a
los ojos de los hombres hayan sufrido castigo por su esperanza poseen ya la
inmortalidad. No se trata de "muertos", sino de "vivos":
han partido, nos han dejado... Humanamente hablando es una desgracia, es como
un aniquilamiento. Y así es. Sin embargo, «están en la paz», "tienen ya la
inmortalidad". El evangelio lo dirá de manera sublime.
-“Por
una corta corrección recibirán largos beneficios, pues Dios los sometió a
prueba y los halló dignos de Él”. Se comprende que los mártires, los
perseguidos, puedan hallar en esta certeza, un estímulo para su modo de morir.
-“Como
un sacrificio ofrecido sin reserva, los «acogió»”... El cristiano puede
pues ir a la muerte con confianza y remitirse a Dios. La muerte es un «pasaje
hacia Dios». La muerte no es un caer en el vacío, en la nada, se nos «acoge»...
Y podemos hacer de la muerte un acto libre y voluntario, una ofrenda, un
sacrificio, un don de sí a Dios. Si nuestra fe en esas Palabras divinas fuese
muy viva no tendríamos miedo alguno. No acaba todo con la muerte. Todo empieza.
Todo continúa. En el fondo se trata de que, durante nuestra vida, vivamos ya en
estado de ofrenda y de sacrificio a Dios. En este caso, la muerte es la
consagración de la vida (Noel Quesson).
3. “Bendigo
al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se
gloria en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren”. Esa
alabanza sale del corazón, gloriándose de la relación que le une a Dios, de su
interés en él y de lo que espera de él: «En Yahweh se gloriará mi alma.»
“Los
ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor
se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria”.
Dios ha prometido librar a los justos de
todas sus angustias y los salvará: “Cuando
uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias; el Señor está cerca
de los atribulados, salva a los abatidos”.
Llucià Pou Sabaté
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