Viernes
la 28ª semana (impar). La misericordia y el perdón divinos nos hacen vivir sin
miedo, con amor, con sinceridad.
“En aquel tiempo, miles y miles
de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros. Jesús empezó a hablar,
dirigiéndose primero a sus discípulos: -«Cuidado con la levadura de los
fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis
de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se
pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a
los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién
tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al
infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones
por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra
cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre
vosotros y los gorriones»” (Lucas 12,1-7).
1.
Sigue diciéndonos Jesús que seamos auténticos:
-“En
esto habiéndose reunido miles y miles de personas, hasta pisarse uno a otros”...
Jesús empezó a hablar, dirigiéndose en
primer lugar a sus discípulos: "Guardaos de la levadura de los fariseos
que es la hipocresía"” Ante la gente que se agolpa a su alrededor,
Jesús hace una serie de recomendaciones, la primera es que tengan "cuidado con la levadura de los fariseos, o
sea, con su hipocresía"; la levadura hace fermentar a toda la masa;
puede ser buena, como en el pan y en la repostería, y entonces todo queda
beneficiado; pero si es mala, todo queda corrompido.
La hipocresía es el pecado típico del
fariseo. El discípulo de Jesús debe proceder sin disimulo, sin doblez, sin
mentira. Su conducta debe ser siempre franca, como quien obra a la luz del día,
como en plena plaza. Toda su acción, toda palabra suya será un día testimonio
público. El discípulo es el amigo de Jesús, el que recibe sus confidencia, el
hombre de la intimidad. Farisaicos somos cuando pensamos que no tenemos pecado,
que no necesitamos del perdón. Farisaico es preferir las tinieblas, en la
oscura nube de lo puramente humano -¡cuan pronto se torna incluso animal-! y de
lo puramente natural, que en seguida se vuelve hasta contra naturaleza.
El cáliz de la cruz está junto a nuestros
labios, igual que el beso del esposo en los de la esposa. La cruz va unida al
amor. Es fariseo el que no cree en el amor, el que no bebe el amor, el que no
retorna amor por amor. Y no puede pasar al más allá con Cristo quien muere en
su pecado. ¿Somos acaso nosotros los fariseos? (Emiliana Löhr).
Algunos fariseos eran los notables de
entonces, hombres relevantes... observadores minuciosos de la Ley...
conocedores, sabios expertos en cuestiones religiosas. Jesús no les reprocha
sus cualidades. Pero no soporta su orgullo ni su desprecio de los pequeños.
Nuevas formas de hipocresía las tenemos cuando queremos exigir lo que nosotros
no nos exigimos. Aparecer como superiores, disimulando nuestras carencias
interiores. Recuerdo que hablaba con un amigo, profesor, del encanto que supone
decir cuando nos preguntan algo que no sabemos: “no lo sé, lo estudiaré…”, la
vulnerabilidad hace a la persona más atrayente, y no tiene que pasarlo mal
disimulando al ir con la verdad por delante. Me respondió el profesor: “esto me
atrevo a hacerlo ahora, cuando ya tengo un nombre, prestigio…” Y es que estamos
en un mundo de apariencias… Desconfía de ti mismo si te crees perfecto, si,
para ti ¡la verdad eres tú!
-“Nada
hay encubierto que no deba descubrirse, ni nada escondido que no deba saberse,
porque lo que dijisteis de noche se escuchará en pleno día, y lo que dijisteis
al oído en un rincón de la casa, se pregonará desde las azoteas”. Nos invitas, Jesús, a hablar francamente, sin tener
en cuenta las opiniones demasiado humanas; como tú lo hiciste y nos aconsejaste:
"no temáis a los que matan el cuerpo".
-“¿No
se venden cinco gorriones por cuatro cuartos? Y, sin embargo, ni de uno solo de
ellos se olvida Dios. No tengáis miedo: valéis mas que todos los gorriones
juntos”. Dios se ocupa de las más pequeñas de sus criaturas, contempla los
pajarillos, se interesa por todo lo que no tiene la menor apariencia de
grandeza. Todo lo lleva en su corazón. ¡Mayormente a los hombres! Señor, yo creo
que estoy "ante tu mirada" (Noel Quesson).
Con este convencimiento, ¿cómo puedo tener
miedo? Le decía S. Tomás Moro a su hija: “Finalmente, mi querida Margarita, de
lo que estoy cierto es de que Dios no me abandonará sin culpa mía. Por esto, me
pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y confianza. Si a
causa de mis pecados permite mi perdición, por lo menos su justicia será
alabada a causa de mi persona. Espero, sin embargo, y lo espero con toda
certeza, que su bondad clementísima guardará fielmente mi alma y hará que sea
su misericordia, más que su justicia, lo que se ponga en mí de relieve... nada
puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos
parezca, es en realidad lo mejor”. Esto es fe en la providencia, vivir el
Evangelio, estar en la verdad…
2. “Hermanos: Veamos el caso de Abrahán, nuestro progenitor según la carne.
¿Quedó Abrahán justificado por sus obras?” Se remonta Pablo a Abrahán que era
pagano cuando Dios le llama, y no puede justificarse por "las obras"
que realizaba, perteneciendo a un pueblo idólatra.
-“Si
es así, tiene de qué estar orgulloso; pero, de hecho, delante de Dios no tiene
de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó a Dios, y esto le valió
la justificación»”. Ya en la antigua Alianza era la Fe la que salvaba. Todo
«orgullo» es pecado, pretensión de hacerse valer ante Dios, ya sea por la
justicia de las obras -entre los judíos- ya sea por la apariencia -entre los
griegos-. No los méritos previos, sino la fe y aceptación del plan divino es lo
que justifica a Abrahán. Porque su elección había sida totalmente gratuita por
parte del Dios que le eligió misteriosamente a él. Los cristianos de Roma
provenientes del judaísmo podían sentir un santo orgullo por su pertenencia a
la raza de Abrahán, pero aquí Pablo les dice que tanto puede agradar a Dios un
judío convertido como un pagano que acepta la fe, que es lo principal.
“El comienzo de la justificación por parte de
Dios es la fe, que cree en el que justifica. Y esta fe, cuando se encuentra
justificada, es como una raíz que recibe la lluvia en la tierra del alma, de
manera que cuando comienza a cultivarse por medio de la ley de Dios, surgen de
ella ramas que llevan los frutos de las obras. La raíz de la justicia no deriva
de las obras, sino que de la raíz de la justicia crece el fruto de las obras”
(Orígenes). ¡Auméntanos la fe, Señor!
“-Pues
bien, a uno que hace un trabajo el jornal no se le cuenta como un favor, sino
como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe
en que Dios hace justo al impío, esa fe se le cuenta en su haber”. También
con nosotros Dios ha tenido que usar misericordia: la salvación no nos es
debida. No es algo merecido, como lo es un salario. No hay que exigir a Dios
unos «derechos adquiridos». Dios= «Aquel que justifica al impío»: Aquel que
salva.
-“Así
también David proclama bienaventurado al hombre a quien Dios declara justo,
independientemente de sus obras”. Y como si no se hubiere aún comprendido,
insiste nuevamente: “Dichoso el hombre
que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el
hombre a quien el Señor no le cuenta el pecado”. Esto no lleva a no hacer
nada, sino a saber que todo es gracia. «Cuando se ha hecho todo como no
esperando nada de Dios... Hay que esperarlo todo de Dios como si no se hubiese
hecho nada por sí...» (M. Blondel).
Puede ser para mí la fuente de una nueva
dicha: «bienaventurado el hombre...».
Señor, ayúdame a convertir «en bien» todo, también lo malo. Que todo obstáculo,
tanto en mí como en los demás, sea ocasión de apoyarnos más en Ti. En este
sentido no hay nada peor que creerse justo o que no tener ninguna dificultad:
¡bastarse uno a sí mismo! (Noel Quesson).
3. “Dichoso
el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso
el hombre a quien el Señor no le apunta el delito”. Es el testimonio
personal de un convertido. El remordimiento puede provocar un tormento interior
terrible, y de esa soledad acompañada nace ese movimiento interior: “Habla pecado, lo reconocí, no te encubrí mi
delito; propuse: «Confesaré al Señor mí culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi
pecado”.
La mortificación y la penitencia remueve como
algo de sombra que permanece en nosotros aún después del perdón, y surge una
necesidad de satisfacción, no solamente con Dios, sino en la herida abierta con
los demás. En todos los casos, se muestra la misericordia divina, más fuerte
que la culpa y la ofensa: el perdón generoso de Dios que nos transforma, de ahí
la acción de gracias del pecador arrepentido: “Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón
sincero”.
Por eso San Pablo escoge las palabras de este
salmo penitencial en Romanos, para
celebrar la gracia liberadora de Cristo. También podemos aplicarlo al
Sacramento de la Reconciliación, donde se experimenta la conciencia del pecado,
con frecuencia ofuscada en nuestros días, y al mismo tiempo la alegría del
perdón. Al binomio «delito-castigo», le sustituye el binomio «delito-perdón»
(Juan Pablo II). San Cirilo de Jerusalén utilizará el Salmo 31 para mostrar a
los catecúmenos el Bautismo como purificación radical de todo pecado: «Dios es
misericordioso y no escatima su perdón... El cúmulo de tus pecados no será más
grande que la misericordia de Dios, la gravedad de tus heridas no superará las
capacidades del sumo Médico, con tal de que te abandones en él con confianza.
Manifiesta al médico tu enfermedad, y dirígele las palabras que pronunció
David: "Confesaré mi culpa al Señor, tengo siempre presente mi
pecado". De este modo, lograrás que se haga realidad: "Has perdonado
la maldad de mi corazón"»”.
Llucià
Pou Sabaté
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