Lunes
de la 30ª semana (impar). Jesús nos hace alzar la vista que nos impedía antes
mirar al cielo en las cosas de cada día
“Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga.
Habla una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un
espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar. Al verla, Jesús la llamó y
le dijo: -«Mujer, quedas libre de tu enfermedad.» Le impuso las manos, y en
seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga,
indignado porque Jesús habla curado en sábado, dijo a la gente: -«Seis días
tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.» Pero
el Señor, dirigiéndose a él, dijo: -«Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no
desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado?
Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años,
¿no habla que soltarla en sábado?» A estas palabras, sus enemigos quedaron
abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía” (Lucas 13,10-17).
1. –“Un
sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía
dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu. Andaba muy encorvada
sin poderse enderezar del todo”. De nuevo se pone de manifiesto la
misericordia de Jesús hacia los pobres. Qué desgracia verse reducido a mirar
siempre al suelo, sin poder contemplar las caras de sus interlocutores, sin
posibilidad de mirar hacia arriba. «La enfermedad puede conducir a la angustia,
al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión
contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir
en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha
frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él»
(CEC.-1501). Pero aunque no se pueda mirar hacia arriba en algún caso, el Señor
viene… como con esta mujer.
Veo también en esa mujer un símbolo de la
humanidad "cautiva". Es esa mujer símbolo de todas las mujeres,
excesivamente vejadas, en la historia Es un símbolo de todos los que soportan
pesos intolerables, de cualquier tipo que sean. Puede que sean más de lo que
nos parece, aunque sus espaldas no se curven materialmente. He ahí a hombres y
mujeres curvados por el peso del hambre y de la pobreza. Hombres y mujeres
curvados por el peso de los hijos y las preocupaciones familiares. Hombres y
mujeres curvados por el peso de los trabajos y los desvelos. Hombres y mujeres
curvados por el esfuerzo y la lucha de la vida. Hombres y mujeres curvados por
la incomprensión y la soledad. Hombres y mujeres curvados por el vicio y los
apegos. Hombres y mujeres curvados por los recuerdos y los remordimientos, por
los fracasos y las tristezas. Hombres y mujeres curvados por la falta de salud
y por los años.
-“Al
verla la llamó Jesús y le dijo "Mujer, quedas libre de tu
enfermedad". Le impuso las manos, y en el acto la mujer se enderezó”.
Contemplo esa escena: Jesús "de pie" junto a esa mujer
"enferma". Antes de que ella le hiciera petición alguna, Jesús toma la
iniciativa: pone las manos sobre la espalda encorvada, y al instante le queda
enderezada ¡Señor, enderézanos! ¡Señor endereza a todos los que van siempre
inclinados hacia el suelo!
-“Y
empezó a alabar a Dios.” A lo largo de toda esa narración se descubre un
nuevo sentido del sábado: pasa a ser el día del Señor Jesús, el día de la nueva
dignidad de los hijos e hijas de Dios. Es el día de la alabanza, de la
"eucaristía", de la acción de gracias a Dios. La misa, ¿es para mí,
una acción de gracias? ¿Cuáles son mis motivos de alabar a Dios?
-“Intervino
el jefe de la sinagoga indignado porque Jesús había curado en sábado:
"¡Hay seis días de trabajo! ¡Venid esos días a que os curen, y no los
sábados!" El Señor replicó:
"¡Hipócritas! Cualquiera de vosotros, aunque sea sábado, desata del
pesebre el buey o el asno, y lo lleva a abrevar..." Jesús no sigue los
protocolos del sábado, apela al buen sentido. La Ley ha de ser siempre humana. “No
es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”, dijiste, Señor, para
no divinizar ni siquiera las leyes más santas. “El hombre es el camino para la
Iglesia”, dijo Juan Pablo II. La ley proponía el "descanso del
sábado" precisamente por consideraciones de orden absolutamente
humanitario y social, teniendo en cuenta a los empleados de la casa y aun al
ganado: "El séptimo día
descansarás, para que reposen tu buey y tu asno y tengan un respiro el hijo de
tu sierva y el forastero" (Dt 5,14; Ex 23,12). Efectivamente, Señor,
nuestro mundo de hoy tiene mucha necesidad de "respirar", de tomarse
un descanso. Ayúdanos a restituir ese sentido a cada uno de nuestros domingos.
Día de alegría. Día en el que se acaba la Creación, el "séptimo día",
el día del gran reposo de Dios (Gn 2,14) Y ¿sabemos procurar para los demás, a
nuestro alrededor, ese espacio de "respiro" y de libertad? Domingo,
día de liberación, día de la redención de Jesús, día de "salvación".
-“Y a
ésta, que es hija de Abraham, y que Satán ató hace ya dieciocho años, ¿no había
que soltarla de sus cadenas...?” Líbranos, Señor, de todas nuestras
cadenas, de todas nuestras esclavitudes.
-“Según
iba diciendo esto se abochornaban sus adversarios, mientras toda la gente se
alegraba de tantos portentos como hacía”. Haz que seamos sencillos, como la
gente que sabe "maravillarse". ¡Que jamás no falle una ocasión de
maravillarme de ti! (Noel Quesson). Si hay alguna fuerza que te oprime y de la
que no eres capaz de liberarte, di a Cristo que extienda su mano sobre ti y
diga con fuerza su palabra: "KUM, levántate" (Caritas). Lucas siempre
muestra esa predilección de Jesús por los pobres, los que están oprimidos, y
concretamente por la condición femenina de aquellos tiempos. Para levantar la
mirada de toda esclavitud o discriminación, y poder mirar al cielo.
"Así encontró el Señor a esta mujer que
había estado encorvada durante dieciocho años: no se podía erguir. Como ella -comenta San Agustín- son los que
tienen su corazón en la tierra". Muchos pasan la vida entera mirando a la
tierra, atados por la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos
y la soberbia de la vida (1 Juan 2, 16). La concupiscencia de la carne impide
ver a Dios, pues sólo lo verán los limpios de corazón (Mt 5,8). La
concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, nos lleva a no valorar sino
lo que se puede tocar: los ojos se quedan pegados a las cosas terrenas, y por
lo tanto, no pueden descubrir las realidades sobrenaturales y llevan a juzgar
todas las circunstancias sólo con visión humana. Ninguno de estos enemigos
podrá con nosotros si continuamente suplicamos al Señor que siempre nos ayude a
levantar nuestra mirada hacia Él. Cuando, mediante la fe, tenemos la capacidad
de mirar a Dios, comprendemos la verdad de la existencia: el sentido de los
acontecimientos, la razón de la cruz, el valor sobrenatural de nuestro trabajo,
y cualquier circunstancia que, en Dios y por Dios, recibe una eficacia
sobrenatural. El cristiano adquiere una particular grandeza de alma cuando
tiene el hábito de referir a Dios las realidades humanas y los sucesos, grandes
o pequeños, de su vida corriente. Acudamos a la misericordia del Señor para que
nos conceda ese don vivir de fe, para andar por la tierra con los ojos puestos
en el Cielo, en Él, en Jesús (Francisco Fernández Carvajal).
2. –“No
somos deudores de la carne. Si vivís según la carne, moriréis; pero si, por el
Espíritu, hacéis morir los desórdenes del hombre pecador, viviréis”. Pablo
nos ha presentado la salvación en Jesucristo como una «liberación» de la
muerte, del pecado y de la Ley. Pero es una «liberación» que hay que ir
completando sin cesar. Encontramos aquí la comparación habitual en san Pablo,
entre la «carne» y el «espíritu». La carne aquí es el «hombre entero cuando se
ha apartado de la mirada de Dios», «el hombre sin Dios». El espíritu es
precisamente lo contrario, no es el alma solamente, es el hombre entero en
cuanto que animado por Dios.
-“Todos
aquellos que se dejan conducir por el Espíritu de Dios, éstos son «Hijos de
Dios»”... «Dejarse conducir»... no por un instinto como los animales, no
por la razón solamente como podemos las personas, sino dejarnos llevar ¡por
Dios! He ahí lo que reemplaza totalmente a la Ley. He ahí lo que mata toda
actitud demasiado moralizante, incluso la del «hombre sin Dios» para quien el
único ideal, y es normal, consiste en evitar el mal y hacer el bien. Para el
cristiano ya no hay Ley, basta «dejarse conducir por el Espíritu de Dios». ¡Es
una inmensa simplificación de la moral! Pero esto no es nada fácil, en
absoluto. Pues no se acaba nunca. Se pasa de una «regla», con la cual se puede
«estar en regla» cuando se ha cumplido -y ¡ya está!-... a un amor de Alguien,
con el cual siempre se puede avanzar más; es dejarse llevar por Jesús y su
Espíritu: "a los que recibieron la
Palabra les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn1,12) y "mirad qué amor nos ha tenido el Padre para
llamarnos hijos de Dios: pues ¡lo somos!" (1 Jn 3,1).
-“El
Espíritu que habéis recibido no hace de vosotros unos "esclavos"
llenos de miedo... Es un Espíritu que os hace «hijos»”... sentirme hijo de Dios.
¡Desterrar el miedo! Señor, nos amas como una madre ama a su hijo. Y Tú esperas
de nosotros el afecto y no el miedo. Ayúdanos a no considerar jamás nuestra
vida cristiana y las renuncias que ésta comporta, como las cadenas que arrastra
un esclavo.
-“Empujados
por este Espíritu, clamamos al Padre llamándole: Abba: «Padre»”: «¡papá!». Palabra
tierna que dicen los niños a su padre; no fue nunca usado en la Biblia, ni en
el vocabulario religioso del judaísmo, ¡es una invención de Jesús, usarlo para
hablar de Dios! Es la palabra usada al comienzo del «Padrenuestro".
Tenemos que detenernos sobre esta palabra. Repetirla sin cesar. Sólo este
nombre puede «alimentar» toda una oración. Es lo que hacía santa Teresa de
Jesús. Ser hijos significa no vivir en el miedo, como los esclavos, sino en la
confianza y en el amor. Ser hijos significa poder decir desde el fondo del
corazón, y movidos por el Espíritu: "Abbá,
Padre". Significa que somos "herederos
de Dios y coherederos con Cristo": hijos en el Hijo, hermanos del
Hermano mayor, partícipes de sus sufrimientos, pero también de su
glorificación.
-“El
Espíritu Santo mismo se une a nuestro "espíritu" para decirnos que
somos sus hijos, sus herederos”. Experiencia de la presencia mística del
Espíritu en nuestro espíritu (Noel Quesson; Maertens-Frisque).
3. El salmo nos ofrece una visión optimista:
"Nuestro Dios es un Dios que
salva... Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios prepara casa a los
desvalidos: bendito sea el Señor cada día". En Cristo está la raíz de
la dignidad de la persona humana, y del respeto que merece toda persona,
también los más alejados y pequeños. Todos somos hijos. Por tanto, hermanos.
Todos valemos mucho a los ojos de Dios, que no nos quiere como esclavos, sino
como hijos. ¿Sentimos dentro de nosotros el Espíritu de Dios, el Espíritu de
Jesús, que "nos hace gritar: Abbá, Papá"?
Llucià Pou Sabaté
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