Miércoles de la
semana 30 (impar): el Reino de Dios nos compromete, para vivir en
cristiano en todas las circunstancias, con todas las personas, de la familia y
sociedad
«Y recorría
ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaban hacia Jerusalén. Y uno le dijo:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Él les contestó: «Esforzaos para entrar
por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán.
Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis
fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y
os responderá: "No sé de dónde sois". Entonces empezaréis a decir:
"Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras
plazas". Y os diré: "No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los que
obráis la iniquidad". Allí será el llanto y rechinar de dientes, cuando
veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios,
mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente
y del Norte y el Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay
últimos que serán primeros y primeros que serán últimos» (Lucas 13,22-30).
1.-“Camino de Jerusalén, Jesús enseñaba en los pueblos y aldeas que iba
atravesando”. Jesús está en camino, "viaja". La vida es un
“camino”. Es uno de los términos preferidos por Lucas. Pablo es, también, como
Jesús un gran viajero. Como los Apóstoles, nosotros somos también itinerantes, en
el camino de la vida…
-“Uno
le preguntó: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" Jesús dio esta
respuesta: "Esforzaos para abriros paso por la puerta estrecha..."”
Ser activo. Esforzarse. Efectivamente, ser cristiano, no supone reposo. ¿Qué
puerta? Tú mismo, Señor: «Yo soy la puerta; si alguno entra a través de mí, se
salvará» (Juan 10,9). Mediador único para Dios: «De nadie puede decirse que sea
puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de
pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuvieran sus miembros; por ello,
Pedro fue pastor y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores
también todos los buenos obispos» (Santo Tomás).
San Pablo lo tenía muy claro: «por eso
mortifico mi cuerpo y lo castigo, no sea que habiendo predicado a otros sea yo
desechado» (1 Corintios 9,27). Para entrar por la puerta angosta es preciso
esforzarse por hacer buenas obras, y para ello hay que luchar contra la
comodidad, la sensualidad y el egoísmo: corregir esos vicios y flaquezas,
reformar esos ideales egoístas, transformar la vida entera (Pablo Cardona).
-“Porque,
muchos intentarán entrar y no podrán”. Jesús, nos invitas a ser generosos,
en una tensión amorosa. Condenas la molicie y la pereza. Señor, no me veo capaz
de grandes cosas, pero me apoyo en tu fuerza para que me des empeño y no vaya
yo a ciegas.
-“Una
vez que el dueño de la casa, cierre la puerta...” Existe un tiempo
favorable para la "salvación"... Jesús, nos has abierto la puerta del
cielo. Pero como para el estudiante hay un día de examen, quieres invitarnos a
la "decisión" de aplicarnos a lo que en conciencia vemos: no hay que
dejarlo para después. ¿Cuánto tiempo me queda a mi? Vivir cada día como si
fuera el día del Juicio. Vivir en plenitud cada día como si fuera el último.
-“El
dueño de la casa os dirá: "No sé quién sois". Y si replicáis:
"Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras
calles". Responderá: "No sé quiénes sois. Alejaos de mí los que
practicáis el mal"”. Señor, ayúdanos a tomar en serio esa decisión que
esperas de nosotros.
-“Seréis
echados fuera. Entonces vendrán de oriente y de occidente, del Norte y del Sur
a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios”. Nadie podrá acusar a
Dios, si no entra a sentarse en el banquete eterno... porque tienen entrada aun
los paganos de todos los puntos cardinales del mundo. Sabemos que Jesús nos
presenta el amor incondicional de Dios, pero cuenta con nuestra entrega (Noel Quesson). Ya nos habías avisado,
Señor: "entrad por la entrada estrecha, porque ancha es la entrada y
espacioso el camino que lleva a la perdición, mas ¡qué estrecha la entrada y
qué angosto el camino que lleva a la vida!" (Mt 7,13-14). El Reino es
exigente y, a la vez, abierto a todos. No se decidirá por la raza o la
asociación a la que uno pertenezca, sino por la respuesta de fe que hayamos
dado en nuestra vida. Al final del evangelio de Mateo se nos dice cuál va a ser
el criterio para evaluar esa conversión: "me disteis de comer... me
visitasteis". Ahí se ve en qué sentido es estrecha la puerta del cielo,
porque la caridad es de lo que más nos cuesta.
El Apocalipsis nos dice que es incontable
el número de los que se salvan: "una muchedumbre inmensa, que nadie podría
contar" (Ap 7), los que han seguido a Cristo "entrarán por las
puertas en la Ciudad" (Ap 22,14). Es de esperar que nosotros estemos bien
orientados en el camino y que lo sigamos con corazón alegre. Para que al final
no tengamos que estar gritando: "Señor, ábrenos", ni oigamos la
negativa "no sé quiénes sois", sino la palabra acogedora:
"venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para
vosotros" (J. Aldazábal).
2. -“Hermanos, el
Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos
orar como conviene. Mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables”. Al gemido de la creación que aspira ser liberada de la nada,
corresponde el inmenso gemido de todos los hombres que claman a Dios. Pero un
tercer gemido, un «grito inefable» toma el relevo, el del Espíritu Santo. A
través de todo lo que se agita, lucha y gime en el mundo, ¡es Dios mismo quien
quiere transformar ese mundo! Dios no es un ser lejano, ausente de nuestras
luchas, de nuestros esfuerzos, alejado de nuestros «clamores» y de nuestras
plegarias... ¡está en el corazón, en el interior! El los suscita. Es El quien
clama en nosotros cuando pedimos la vida, el amor, la alegría... cuando
suplicamos ser liberados de nuestras limitaciones, de nuestras flaquezas y de
cualquier carga que pese sobre nosotros. La persona –cada uno- tenemos así un «espíritu»
animado por el «Espíritu» de Dios.
-“Y
Dios que escruta los corazones, conoce cuál es la aspiración del Espíritu”...
Él sabe... ¡Dios «conoce», Dios «sabe», Dios ve el fondo de las cosas!
Nosotros, estamos, a menudo, en la noche, en la niebla, no vemos donde van a
parar todos esos sufrimientos, todos esos enfrentamientos: ¡Dios «ve»! Quiero
confiar en Ti, Señor, y pedir tu luz.
-“El
Espíritu quiere lo que Dios quiere”. En nosotros, en el fondo de nuestros
corazones. Pero, ¿sabremos aceptar ese «querer»? ¿Estaremos disponibles, por
ejemplo, a lo que Tú quieres, HOY? Y nosotros lo sabemos. Aquello que Dios
«sabe», que Dios «conoce» llega hasta el fondo de nosotros. La Fe, es esto: la
resonancia en nosotros de lo que Dios «sabe». Y nosotros sabemos.
-“Lo
sabemos, ¡todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios [de los
que acogen su amor]!” Esta es también una Palabra de Dios, que, tal cual,
puede ser una «oración». Es verdaderamente inverosímil, lo que nos estás
diciendo, Señor. ¡«Todo» sirve al bien! ¿Todo?: ¿sufrimientos, ataques,
pecados, los míos y los de los que me rodean? ¿Es exactamente esto lo que nos
dices?; «nada» puede ser un obstáculo! ¡Nada! Todo pasa a ser un «medio» de
santidad.
-“A
los que «conocía» de antemano también los predestinó a ser imagen de su Hijo,
para que El fuera el Primogénito de muchos hermanos”. La santidad
maravillosa de Jesús, su sorprendente amor filial, ¡han sido también
«destinados» a nosotros! Hemos sido creados «para» asemejarnos a Él. Así,
Señor, a pesar de mi miseria actual, seré un día «como Jesús». Contemplándolo,
contemplo la imagen de lo que seré, cuando mi vida será "cumplida",
«acabada» (Noel Quesson).
3. “¡Mira,
respóndeme, Yahveh, Dios mío! ¡Ilumina mis ojos, no me duerma en la muerte, no
diga mi enemigo: «¡Le he podido!», no exulten mis adversarios al verme vacilar!”
¿Hemos pensado alguna vez que los salmos que cantamos, o el Padrenuestro
que rezamos, los decimos movidos por el Espíritu de Jesús que está dentro de
nosotros?; ¿y que si somos capaces de escuchar con fe la Palabra que Dios nos
dirige es porque el Espíritu está haciendo viva esa Palabra y nos impulsa a
responderle con nuestro "amén"?; ¿nos sentimos "habitados"
y animados por ese Espíritu? “Que yo en
tu amor confío; en tu salvación mi corazón exulte. ¡A Yahveh cantaré por el
bien que me ha hecho. Samodiaré al nombre de Yahveh, el Altísimo!”
Llucià Pou Sabaté
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