martes, 8 de octubre de 2013

Miércoles de la 27ª semana (impar). Jesús nos invita a un trato filial con Dios Padre, con la oración del Padrenuestro.

“Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: -«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Él les dijo: -«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en la tentación"»” (Lucas 11,1-4).
1. Jesús, ayer nos hablabas de la escucha de la palabra de Dios, hoy y mañana continuas con esta enseñanza, hablándonos de la importancia de la oración. El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo: contiene dos peticiones referentes a Dios: "santificado sea tu nombre, venga tu reino" (Mateo añade "hágase tu voluntad") y tres para nosotros: "danos el pan", "perdona nuestros pecados" y "no nos dejes caer en la tentación" (Mateo añade "mas líbranos del mal"). Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices que no que Lucas los haya suprimido, y por tanto la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final: "tuyo es el reino ", que nosotros también decimos en la Misa como conclusión del Padrenuestro. El Espíritu Santo ha ayudado a concretar la forma en que la rezamos en la Iglesia. También desde 1988 se ha unificado para los veintitantos países de habla hispana.
Ver a Jesús rezar les lleva a los apóstoles a preguntarle por la oración. Jesús, nos das esta plegaria que hace viva la consideración de nuestra filiación divina. Fomenta nuestro deseo de glorificar al Padre y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida se va haciendo más Dios. Pedimos también por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación. Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: "Padre", que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios "Abbá, Papá". Mateo añade lo de "nuestro, que estás en los cielos".
Son muy ricos los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica a las peticiones del Padrenuestro, en sus números 2759-2865, en los que presenta esta oración como "corazón de las sagradas Escrituras", "la oración del Señor y oración de la Iglesia" y "resumen de todo el evangelio" (J. Aldazábal).
“La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es "del Señor".  Por una parte, en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha dado (cf Jn 17,7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de nuestra oración” (2765).
La infancia espiritual lleva a las almas a sentir el consuelo de abandonarse totalmente en este Padre bueno que es Dios: «Yo soy esa hija, objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo a rescatar a los justos sino a los pecadores. Él quiere que yo le ame porque me ha perdonado, no mucho, sino todo. No ha esperado a que yo le ame mucho, como Santa María Magdalena, sino que ha querido que yo sepa hasta qué punto Él me ha amado a mí, con un amor de admirable prevención, para que ahora yo le ame a Él ¡con locura...!» (Sta. Teresa de Lisieux).
«Si recorres todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que no encontrarás nada que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas. (...) Aquí tienes la explicación, a mi juicio, no sólo de las cualidades que debe tener tu oración, sino también de lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseñado, sino aquel que se dignó ser maestro de todos» (S. Agustín).
-“Un día estaba Jesús orando”... continuando con la necesidad de rezar que veíamos ayer, “cuando hubo terminado, uno de sus discípulos le pidió: "Señor, enséñanos una oración, como Juan Bautista enseñó a sus discípulos"”.
-El les dijo: "Cuando recéis decid: Padre nuestro... Abba”. Inaugura una forma de orar inaudita. La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar por excelencia; Jesús convierte el sitio donde se encuentra en «lugar» adecuado para la oración («mientras él se encontraba orando en cierto lugar»). Por primera vez hay quien se dirige a Dios con confianza filial: «Abba» (en arameo, «Padre»). Jesús introduce un cambio profundo en la relación del hombre con Dios. Todas las religiones, incluyendo la religión judía (Antiguo Testamento), rezan a un Dios lejano, al que tratan de aplacar. Jesús sustituye la verticalidad por la horizontalidad: ¡Dios es Padre! Esta invocación nos introduce en el ámbito familiar de Dios y nos conduce al sentido más profundo de nuestra comunicación con El (Josep Rius-Camps).
¡Padre!, santificado sea tu nombre. ¡Padre!, haznos más hermanos, más caritativos. ¡Padre!, sé misericordioso con nosotros.
«Me has escrito: ‘Orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?’. —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!’» (San Josemaría).
Los cristianos ortodoxos de rito griego y ruso, en la liturgia eucarística llamada de San Juan Crisóstomo (que siguen aún) se preparan así: «Y haznos dignos, oh Señor, para que con confianza y sin presunción osemos invocarte como Padre, Dios del Cielo, y decir: Padre nuestro...». En la Misa romana tenemos, de modo análogo y más resumido: «nos atrevemos a decir (audemus dicere): Padre nuestro...» (J. Jeremias). Osadía santa es llamar a Dios «Padre», novedad que rompe la tradición, el sentimiento de temor reverencial que tuvo Moisés al oír: No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies (Ex 3, 5).
«La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios quién era Él, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre» (Tertuliano). Sólo Jesús, después de llevar a cabo la purificación de los pecados (Hebr 1, 3), puede ponernos en presencia del Padre: Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio (Hebr 2, 13).
«Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo» (S. Ambrosio). Esta conciencia de la presencia del Padre -adquirida por el rezo del Padre nuestro, que no es otra cosa que la consideración de la filiación divina- es vital en el hijo de Dios:
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: Abbá, Padre (Rm 8, 15)... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (S. Pedro Crisólogo).
Eficaz oración, que ha sido la base de toda catequesis cristiana: en la exposición de esta oración donde han desarrollado los Padres las implicaciones del cristiano como hijo de Dios. San Cipriano ve esta oración como el compendio de toda oración, y del entero Evangelio, como también es llamada por Tertuliano breviarium totius evangelii.
Dios es Padre; es el mensaje central del Nuevo Testamento: Jesús insiste continuamente en esta verdad (nos lo recuerda más de 170 veces en los Evangelios, en palabras salidas de sus labios). Considera S. Pedro Crisólogo que el sentimiento propio de un hijo de Dios es hablar con su Padre; Él mismo pone en nuestros labios la plegaria: «Viene como padre, porque el hombre no es capaz de aguantar la presencia de Dios, ni el siervo la del Señor. Y como permanece fiel a las palabras que pronunciara: abre tu boca, y Yo te la llenaré (Ps 80, 11), por eso, fieles, no dejéis de abrir vuestra boca para que él mismo pueda llenarla de esta plegaria: Padre nuestro, que estás en los cielos. El es quien nos enseña a rezar así; él mismo nos anima y nos lo ordena. Hermanos míos, vayamos en seguimiento de la gracia que nos llama, de la caridad que nos atrae, de la bondad que nos invita, ¡pues tenemos por Padre a Dios! Confiésele nuestra alma, que nuestra boca le anuncie, todo en nosotros respire la gracia y no el temor, ya que, siendo nuestro juez, se ha hecho nuestro padre y quiere ser amado, no temido».
Tratar a Dios con confianza de hijos lleva a fomentar en el alma los sentimientos de hijo, vivir como hijos. «Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (S. Cipriano). «Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (S. Gregorio de Nisa). San Cipriano señala que lo propio del hijo de Dios es desear tener contento a su Padre: «Hemos de recordar y saber, queridos hermanos, que si llamamos a Dios Padre, hemos de vivir también como sus hijos para que, así como nosotros nos alegramos de tenerlo por Padre, así también Él se complazca de tenernos por hijos. Vivamos como templos de Dios (cf. 1 Cor 5, 16)...». De Orígenes es el comentario más antiguo del Padrenuestro que conocemos, y refiriéndose a la novedad de vida que la filiación divina conlleva, afirma: «Nuestra vida entera debería decir: "Padre nuestro, que estás en los cielos", porque nuestra conducta debería ser celestial y no mundana».
2.  Jonás protesta porque Dios no castiga: -“Bien sabía yo que Tú eres un Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira y rico en amor, que renuncia al castigo”. Jesús "bajó del cielo por nosotros, los hombres y por nuestra salvación": ¡es la prueba más brillante y definitiva de ello! ¿Soy yo, a tu imagen, «clemente y misericordioso, tardo en la ira y rico en amor, renunciando a dañar y disgustar a nadie»?
Al profeta le cuesta entender… El camino que nos lleva a la perfección puede causarnos demasiados problemas; pues, por desgracia, a veces no entendemos sino a base de grandes golpes que nos sientan a reflexionar sobre lo que en realidad es Dios y lo que nos imaginamos, equivocadamente de Él. A veces no quisiéramos dejar actuar a Dios; más aún: quisiéramos un dios a la medida de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros egoísmos religiosos para manipularlo a nuestro antojo.
2. “Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti”. Recuerda, Señor, el amor y la misericordia que manifestaste a nuestros antiguos padres: “Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica”.
En el Yôm Kippur o día de la expiación se lee este salmo entre los judíos. “Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: «Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios»”, que cita el Apocalipsis añadiendo: "porque tus juicios se hicieron manifiestos" (Ap 15,4). San Agustín comenta: "Todos los pueblos en el único Señor son un solo pueblo y forman una unidad. Del mismo modo que existen la Iglesia y las Iglesias, y las Iglesias son la Iglesia, así ese "pueblo" es lo mismo que los pueblos. Antes eran pueblos varios, gentes numerosas; ahora forman un solo pueblo. ¿Por qué un solo pueblo? Porque hay una sola fe, una sola esperanza, una sola caridad, una sola espera. En definitiva, ¿por qué no debería haber un solo pueblo, si es una sola la patria? La patria es el cielo; la patria es Jerusalén. Y este pueblo se extiende de oriente a occidente, desde el norte hasta el sur, en las cuatro partes del mundo".

Llucià Pou Sabaté


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