Tiempo ordinario,
IV semana, lunes (impar): Jesús es rechazado por los que no saben agradecer. Los santos han correspondido misteriosamente a la fe
“En aquel tiempo,
Jesús y sus discípulos llegaron al otro lado del mar, a la región de los
gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de entre los
sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien
nadie podía ya tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le
habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado
los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los
sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de
lejos a Jesús, corrió y se postró ante Él y gritó con gran voz: «¿Qué tengo yo
contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me
atormentes». Es que Él le había dicho: «Espíritu inmundo, sal de este hombre».
Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». Le contesta: «Mi nombre es Legión, porque
somos muchos». Y le suplicaba con insistencia que no los echara fuera de la
región.
Había allí una gran piara de puercos que pacían al pie del monte; y le
suplicaron: «Envíanos a los puercos para que entremos en ellos». Y se lo
permitió. Entonces los espíritus inmundos salieron y entraron en los puercos, y
la piara -unos dos mil- se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron
ahogando en el mar. Los porqueros huyeron y lo contaron por la ciudad y por las
aldeas; y salió la gente a ver qué era lo que había ocurrido. Llegan donde
Jesús y ven al endemoniado, al que había tenido la Legión , sentado, vestido y en su sano juicio, y se llenaron de temor. Los
que lo habían visto les contaron lo ocurrido al endemoniado y lo de los puercos.
Entonces comenzaron a rogarle que se alejara de su término.
Y al subir a la barca, el que había estado endemoniado le pedía estar
con Él. Pero no se lo concedió, sino que le dijo: «Vete a tu casa, donde los
tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión
de ti». Él se fue y empezó a proclamar por la Decápolis todo lo que Jesús había hecho con él, y todos quedaban maravillados” (Marcos 5,1-20).
1. Un hombre "andaba siempre, día y noche, entre
los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras". Es
un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es
dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Pienso en algunas
personas que se hacen daño, con ese afán masoquista aparentemente… La sociedad no
le ayuda: ha marginado al endemoniado. Es la forma más rápida de resolver los
problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su
situación, para que no moleste. Pero tu vocación, Jesús, es la de acercarte a
los que ha apartado la sociedad. Son éstos precisamente los que te están
esperando, abiertos a la curación y al perdón. Quizás sea éste el mal que has
venido a combatir, Señor, ese mal misterioso que hoy llamamos
"alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo
empuja contra sí mismo. Esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros
mismos.
Los porqueros hacen una
actividad pecaminosa: los rituales judíos prohíben comer cerdo. Jesús libera al
hombre de los demonios. "Nadie
se atrevía a transitar por aquel camino". Las fuerzas del mal nos atacan
y desvían de la ruta normal. Satán es "aquél que impide al hombre
pasar". "Antes de tiempo" parece hacer alusión a la hora
del juicio final, en la que todas las fuerzas del mal serán reducidas a la
impotencia... ¡los demonios lo saben! Pero Jesús va a anticipar ese día para
que todos tengamos confianza en esta victoria final y definitiva. Cuando
Jesús anuncia su glorificación por la muerte en Jn 12. 31: "ahora es el
juicio de este mudo, ahora el príncipe de este mundo será echado abajo"
y es que Satán dominaba el mundo.
Los puercos caen al mar: no
sabemos qué fue lo que pasó, pero se puede dar un sentido simbólico a los
puercos, como con la parábola del hijo pródigo: el pecado abarca los dominios
de la voluntad, la ofensa se ve por el abandono del Padre pero también en el
agravio a su persona que es el dedicarse a guardar puercos. Lo acerca a ese
estado animal cuando se hace bajo la vista y apetece lo que es tierra,
haciéndose él mismo tierra, tal es la pérdida de aquella herencia que reciben
los hijos de Dios, reflejada en la parábola (S. Tomás, Enarr. in ps. 18,2,13).
Los porqueros ven su inversión
perdida. Quizá hay un sentido escondido de que nos interesamos por lo nuestro
sin ver el corazón de los demás. Jesús prioriza las personas, como nosotros
hemos de ocuparnos del hambre en el tercer mundo y tantas guerras injustas.
Helder Cámara decía: «El egoísmo es la fuente más infalible de infelicidad para
uno mismo y para los que le rodean».
Jesús, siento ver cómo te
maltratan, cuando te piden que te vayas: "empezaron a suplicar a Jesús que se fuera de aquella región".
El hombre oprimido y alienado no siempre quiere ser liberado de su alienación.
Por eso, el Evangelio no puede ser impuesto a nadie, por muy liberador que se
presente (edic. Marova). Jesús, tienes la cruz en tu camino, y seguirte
es también acoger la cruz, y esas reacciones en contra. Pero sabemos que todo
es para bien, por eso no queremos quejarnos ni siquiera con argumentos
“piadosos” de “¡hay que ver cómo está el mundo!”, no quiero ser de la “Cofradía
del Santo Reproche”, sino de los que se abandonan en lo que nos depare cada día:
“Ésta es la diferencia entre nosotros y los que no conocen a Dios: éstos, en la
adversidad, se quejan y murmuran; a nosotros las cosas adversas no nos apartan
de la virtud, sino que nos afianzan en ella” (san Cipriano).
Además, “si no hay dificultades,
las tareas no tienen gracia humana..., ni sobrenatural. —Si, al clavar un clavo
en la pared, no encuentras oposición, ¿qué podrás colgar ahí?”, decía San
Josemaría Escrivá; los obstáculos son providencia de Dios, para fortalecer a
unos, y para santificar a todos: “Pero no olvidéis que estar con Jesús es,
seguramente, toparse con su Cruz. Cuando nos abandonamos en las manos de Dios,
es frecuente que El permita que saboreemos el dolor, la soledad, las
contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por
fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y tolera también que
nos llamen locos y que nos tomen por necios” (hom. “Hacia la santidad”). Algunas veces se levantan voces en
contra, a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Dios guarda silencio; y la
presión del ambiente es fuerte… pero hay que ver el aspecto positivo de las
cosas. Lo que parece más tremendo no es tan negro, no es tan oscuro. Si se
puntualiza, si se concretan puntos para mejorar, no se llega a conclusiones
pesimistas. Como un buen médico no dice, al ver a un paciente, que todo él está
podrido, hay que tener confianza en las personas, y en la providencia divina,
que de todo saca bien, que al final pone las cosas en su sitio, que al final la
verdad se abre paso... Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso
en la adversidad. Una oración de Santa Teresa de Jesús lo expresa
admirablemente: “Nada te turbe / Nada te
espante /Todo se pasa / Dios no se muda /La paciencia todo lo alcanza / quien a
Dios tiene / Nada le falta / Sólo Dios basta”.
La maledicencia de algunos, los
chismes y diretes, son parte de esa cruz que es la señal del cristiano: “Así
esculpe Jesús las almas de los suyos, sin dejar de darles interiormente
serenidad y gozo, porque entienden muy bien que -con cien mentiras juntas- los
demonios no son capaces de hacer una verdad: y graba en sus vidas el
convencimiento de que sólo se encontrarán cómodos, cuando se decidan a no serlo”
(san Josemaría).
“La hostilidad de los perversos
suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos
algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios:
nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo” (S.
Gregorio). El desarrollo de la Iglesia se ha fundamentado en tantas
contrariedades: “la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Como
en el trigo, los golpes que lo esparcen a los cuatro vientos no suponen una
pérdida, sino llegar a sitios más lejanos.
Dentro del ambiente de
desagradecimiento, vemos la alegría del hombre que había sido curado por Jesús,
muestra gratitud hacia el Señor. Quiere seguir a Jesús, quien le indica lo que
hace unos días vimos que le decía también al que curó de la parálisis: “vete a tu casa”. A unos el Señor le
pide un seguimiento que implica dejarlo todo, pero en muchos casos el consejo
es: “Vete a casa, a los tuyos, y
cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido
misericordia de ti.”
2. Se elogia a los antiguos, de
modo semejante a los "Elogios de los Padres", de la Sabiduría (Sab
10-16) y del Eclesiástico (Eclo 40-49): los héroes Gedeón, Barak y Sansón, que
someten los reinos y ejercen la justicia; David, que consigue el cumplimiento
de las profecías; los profetas, como Daniel, que cierra la boca de los leones,
los tres muchachos que dominan la violencia del fuego; Elías o Eliseo, entregan
a su madre los hijos resucitados; Eleazar y los siete hermanos Macabeos se han
dejado torturar sin ceder, encadenar, serrar (¿Isaías?), o asesinar, o exiliar
al desierto como Elías, sin perder jamás la fe en su futuro. Y han soportado
todo esto cuando todavía no podían esperar la realización de la promesa, aunque
intuían: -“Porque querían obtener algo
mejor: la resurrección”. Y nosotros que podemos esperar en esa promesa,
¿seremos menos fieles que ellos?
La fe, que es algo sobrenatural,
se vive dentro de la experiencia humana y se caracteriza por el don que uno
hace de sí mismo para el futuro, el riesgo que uno corre de abandonar su
seguridad y darse de lleno a la novedad. Los hebreos han carecido de fe
mientras echaban de menos los alimentos de Egipto, en vez de confiar en el
futuro en momentos en que, a decir verdad, solo podían esperar la muerte.
Abraham, por el contrario, ha tenido fe, pues ha abandonado su patria
convencido de que al final de su recorrido le aguardaba un reino mejor que el
que había dejado. Los primeros cristianos han podido carecer de fe mientras
recordaban con nostalgia Jerusalén y trataban de volver al judaísmo en lugar de
confiar plenamente en el nuevo movimiento iniciado por Jesucristo. Cristo, sin
embargo, había elevado la fe a la perfección con su muerte, convencido de que
merecía la pena correr este riesgo para dar comienzo a una vida nueva.
En una época de constantes
cambios, como la que vivimos actualmente, la fe no puede quedarse estancada en
una simple adhesión a cierto número de verdades; debe consistir, más bien, en
la entrega de sí mismo ante el futuro y tener la plena convicción de que la
muerte de algunos conceptos y el fracaso de ciertas estructuras no pueden tener
la última palabra (Maertens-Frisque).
3. Se fiaron de Dios aquellos
hombres santos. Por eso pedimos: «sed
fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor», y Dios no nos
faltará: «amad al Señor, fieles suyos,
el Señor guarda a sus leales».
Llucià Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario