Día
3º. VIERNES DE CENIZA: el sacrificio, necesario para la vida cristiana
«Entonces
se le acercaron los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué nosotros y los
fariseos ayunamos con frecuencia, y en cambio tus discípulos no ayunan? Jesús
les respondió: ¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el
esposo está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo;
entonces ayunarán» (Mateo 9,
14-15).
1. El Señor dice que no quiere sacrificios de
gente que reza y luego maltrata a los demás, que quiere que la gente se quiera.
No quiere que nos pongamos piedras en los zapatos sino el amor a los demás.
Cuando le preguntan a Jesús por qué no ayunan los suyos, les contesta: «Pueden acaso los invitados a la boda
ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será
arrebatado el novio; entonces ayunarán». Habla de fiesta. Por eso, lo que
decíamos ayer de pensar en sacrificios va unido a la alegría, que decía S.
Josemaría que es un árbol “que tiene las raíces en forma de cruz”, esta cruz que nos encontramos cada día unidos
a la de Jesús.
Jesús aparece como el esposo que perfecciona
el alma, preparándola para esta unión esponsal a través del amor. Y esto lleva
consigo corresponder, a ejemplo de Jesús, seguir su vida que tiene entrega de
cruz. "Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor. Y tú,
discípulo de Cristo; tú, hijo predilecto de Dios; tú también debes estar
dispuesto a negarte a ti mismo. Por lo tanto, sean cuales fueren las
circunstancias concretas por las que atravesemos, ni tú ni yo podemos llevar
una conducta egoísta, aburguesada, cómoda, disipada..., -perdóname mi
sinceridad- ¡necia! (...). Es necesario que te decidas voluntariamente a cargar
con la cruz. Si no, dirás con la lengua que imitas a Cristo, pero tus hechos lo
desmentirán; así no lograrás tratar con intimidad al Maestro, ni lo amarás de
veras. Urge que los cristianos nos convenzamos bien de esta realidad: no
marchamos cerca del Señor, cuando no sabemos privarnos espontáneamente de
tantas cosas que reclaman el capricho, la vanidad, el regalo, el interés... No
debe pasar una jornada sin que la hayas condimentado con la gracia y la sal de
la mortificación. Y desecha esa idea de que estás, entonces, reducido a ser un
desgraciado. Pobre felicidad será la tuya, si no aprendes a vencerte a ti
mismo, si te dejas aplastar y dominar por tus pasiones y veleidades, en vez de
tomar tu cruz gallardamente" (J. Escrivá, Amigos de Dios, n.129).
"Todos
los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
de la caridad" (LG 40). Y ese amor, nos dice el Catecismo (n. 2015), ese
"camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y
sin combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y
la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas: "El que asciende nunca cesa de ir de comienzo en comienzo
mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo
que ya conoce (S. Gregorio de Nisa)".
2. Hay una historia que une las tres armas
que nos dice la Iglesia para estos días (oración, sacrificio, amor). Había una
vez un ermitaño, que vivía solo en la montaña, en lo alto había una antigua
iglesia con su casita donde vivía, trabajando, buscando alimento. Durante el
día, bajaba al pueblo a vender sus productos, y luego subía otra vez hacia su
ermita. Cuando hacía calor, al subir tenía muchísima sed y sudaba. Pasaba por
una fuente y... no bebía, le ofrecía a la Virgen aquel sacrificio y proseguía
su camino. Al anochecer, el ermitaño miraba al cielo y veía una estrella,
regalo de la Virgen, en recompensa a su sacrificio...
Pero, un jovencito, al ver la vida del
ermitaño, llegó a admirarlo y quiso ser como él. Entonces hacía lo que el
ermitaño hacía... Cuando subían acalorados, con mucha sed, el ermitaño pensó
que el chico tenía sed, y que si él no bebía, el muchacho tampoco lo haría.
Pero, que si bebía, no tendría el lucero por la noche como premio, porque no
habría hecho el sacrificio. Al final, venció el corazón y bebió, y también el
chico. Pensó al subir que no había podido ofrecer a la Virgen su sacrificio, y
quién sabe si tendría recompensa aquel día, si vería su estrella en el
firmamento. Pero, al tener al jovencito a su lado estaba contento y pensó que
valía la pena. Al anochecer miró al cielo con miedo y vio que no había una
estrella… aquel día la Virgen le había hecho un regalo distinto… había dos
estrellas en el firmamento. La Virgen estaba contenta de su atención hacia el
muchacho.
¿Se encienden de verdad las estrellas?, No sé
en el cielo, pero en nuestro corazón seguro que sí, el Señor enciende una luz
mágica, como nos dicen las lecturas de hoy: “Entonces brotará tu luz como la aurora”, tendrás una fuerza
especial, divina, serás hijo de Dios, y es lo que pedimos en la Misa de hoy: “Confírmanos, Señor, en el espíritu de
penitencia con que hemos empezado la Cuaresma”
Dice el profeta: -“Pero mientras ayunáis sabéis buscar vuestro negocio, explotáis a
vuestros trabajadores, continuáis las querellas, las disputas, los puñetazos”.
Ayunar es bueno, dice Dios, pero no es lo esencial. Lo esencial es respetar al
prójimo, no explotarle, no considerarlo como un objeto que ponemos a nuestro
provecho. Ayúdanos, Señor, a no buscar con avidez nuestra ventaja y menos si
hay detrimento para los demás. ¡Ayuda a cada hombre a no explotar a otro
hombre! En nuestras vidas de familia, en nuestro trabajo, en nuestras
relaciones, ayúdanos a no ser exigentes ni duros, ni atropelladores, ni
tajantes; que renunciemos a las «disputas
y a las querellas» y, como dice el Señor, que nuestro ayuno sea «desatar los lazos de maldad». Privarse
de suscitar disputas y atropellos es más necesario que privarse de alimento o
de golosinas. La Cuaresma que me agrada es: -Aflojar las cadenas injustas...
-Liberar a los oprimidos... -Compartir el pan con el hambriento... -Dar acogida
al desgraciado... -Cubrir al que veas sin vestido... -No esquivar a tu
semejante... Esas frases deberían pasar sin comentario. Es preciso llevar a la
oración esas palabras que nos queman como brasas. Eso es lo que Tú esperas de
mí, Señor. ¡Ah, si todos los cristianos pudieran oír esas llamadas. Si tu
pueblo aceptara dejarse interrogar sobre esas cuestiones, durante cuarenta días
al año! ¡Cuál sería la renovación de la sociedad humana, con esa levadura! ¡Qué
revolución sin violencia sería la Iglesia en medio del mundo! Pero, cuidado, no
he de aplicar esas palabras a mis vecinos. Van dirigidas a mí. Concédeme, Señor,
no andar soñando en sacrificios y en «ayunos» excepcionales; te pido saber
aceptar francamente los que me imponen mis relaciones humanas, cotidianas.
«¡Comparte!» «¡Acoge!» «¡Da!».
-“Un
día agradable al Señor...” Lo significativo de ese día no es el «ayuno»,
sino el amor a los semejantes.
-“Entonces
brotará tu luz como la aurora”. Entonces clamarás al Señor y te contestará:
"Aquí estoy". Si la búsqueda de Dios, el deseo de su cercanía parece
a menudo tan inoperante, es porque no ponemos los medios adecuados. El
encuentro con Dios está condicionado por nuestras conductas humanas fraternas o
no (Noel Quesson).
3. El amor es lo que da sentido al
sacrificio, dirá Jesús llevando a plenitud esos textos de Isaías, y el salmo
insiste: «los sacrificios no te satisfacen...
mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú
no lo desprecias». Debería recorrer por ahí nuestra preparación para la
Pascua. La liturgia nos insiste que son importantes las formas externas, pero
más importantes son los contenidos del corazón. Los ayunos de Miércoles de
Ceniza y Viernes Santo, y la abstinencia de esos días y los viernes de Cuaresma,
ampliable a todos los viernes del año –esos otros viernes se puede sustituir
por otro acto penitencial como la oración, mortificación o limosna-. Son un
signo externo que conviene que vaya acompañado de un corazón también lleno de
dolor de amor. La conciencia personal sincera va unida a una opción vital de
conversión: "Tengo siempre presente
mi pecado", "no tienen
descanso mis huesos a causa de mis pecados" (Sal 37,4)... y por la
gracia de Dios nos llega la luz de la salvación, esperanza de la purificación,
de la liberación y de la nueva creación, pues Dios nos salva "no por obras de justicia que hubiésemos
hecho nosotros, sino según su misericordia, por medio del baño de regeneración
y de renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por
medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tt 3,5-6)”.
Te pedimos, Señor, tener “la sinceridad de
corazón” de tu mano: «Señor, enséñame
tus caminos e instrúyeme en tus sendas» (ant. de entrada).
¿Dónde poner estos sacrificios? será al dejar
cada cosa en su sitio; para un chico estudiante, estudiar y hacer los deberes
puntualmente; estar atento a clase sin “de aventuras” con la imaginación, no
escoger lo mejor en la comida, ceder el sitio…, obedecer, rezar por la mañana y
noche aunque tenga sueño. Levantarme a la primera por la mañana –minuto
heroico. Limpiarme los zapatos, bajar la basura, no decir motes que molestan a
los demás, “ayunar” de tele sobre todo cuando no toca, sonreír cuando me cuesta.
Dominar el mal humor cuando las cosas cuestan o no salen como esperaba. Dominar
la curiosidad. Aprender a comer, quizá un poco más de lo que no me gusta… y así
hacer como un “entrenamiento”… (Josep Maria Torras).
Nos puede ayudar el testimonio de los mártires.
El cardenal Mindszenty de Hungría cuando entraron los comunistas lo metieron en
la cárcel, donde pasó muchos años. Le daban carne los viernes para comer, y él
decía: “los viernes no como carne”.
Llucià Pou Sabaté
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