Jueves de la semana 4ª (impar): Jesús, la Palabra encarnada, nos pide que
anunciemos el Evangelio por todo el mundo
“Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder
sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más
que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias,
y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les
den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la
gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en
testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la
conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos,
ungiéndolos con óleo” (Marcos
6,7-13).
1. Hoy vemos
el envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos: Jesús
llama a los "doce" y, por primera vez, los "envía"... Esta
es la primera vez que van a encontrarse solos, sin Jesús... lejos de Él. Es el
"tiempo de la Iglesia" que empieza con este envío. Hemos visto estos
días a "Jesús con sus discípulos"...
y también que "Jesús estableció a
doce para estar con Él y para enviarlos..." Es el movimiento del
corazón: la sangre viene al corazón y de allí es enviada al organismo... Es el
mismo movimiento del apostolado: vivir con Cristo, ir al mundo a llevarle este
Cristo... intimidad con Dios, presencia en el mundo...
-“Los envía de dos en dos”... Trabajo en
equipo. El individualismo tiene formas sutiles, temibles… además, mejor ir
acompañado.
-“Dándoles poder sobre los espíritus
impuros... Partieron, y predicaron que se arrepintiesen. Y echaron muchos
demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los curaban”. Vemos aquí el
carisma de la "palabra" que proclama la necesidad de un cambio de
vida; el carisma de "echar los demonios", potencia de acción contra
el mal; el carisma de "curar a los enfermos", mejorar la vida humana.
-“Y les encargó que no tomasen para el camino
nada más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón... y que
se calzasen con sandalias y no llevasen túnica de recambio... Dondequiera que
entréis en una casa quedaos en ella, hasta que salgáis de aquel lugar..."
Ligeros de equipaje, sin bagajes embarazosos, siempre dispuestos a partir donde
sea... caminantes, gentes disponibles, desprendidos. "Lo hemos dejado todo para seguirte: casa, hermanos, hermanas, madre,
padre, niños, campos..." (Mc 10,29-30).
-“Y si una localidad no os recibe ni os
escucha, partid”. Como Jesús, se encontrarán ante el rechazo, ante la
incredulidad. La misión de la Iglesia es cosa difícil: Jesús les ha advertido (Noel
Quesson).
Es la Iglesia,
o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de
Cristo, como dice el último Concilio: «La vocación cristiana implica como tal
la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto,
quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo,
inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo».
Como los doce
apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así
nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar
testimonio en la vida. También para nosotros vale la invitación a la pobreza
evangélica, para que vayamos a la misión más ligeros de equipaje, sin gran
preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios
humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es
Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros. La
austeridad y sencillez en hacer el bien es una buena manera de dar testimonio,
viviendo esa misión de llevar el Reino de Dios en las vidas de los que nos
rodean (J. Aldazábal).
Así, en medio
del mundo, de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia
el Creador, procuraremos «que el mundo, por la predicación de la Iglesia,
escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san
Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos:
«Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura;
reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado;
Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los
días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los
secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión
encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san
Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno
mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta,
adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio
cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas (Josep Vall
i Mundó).
2. Los hebreos
tienen en mucho la potencia de Dios en Sinaí, con su “fuego ardiente”, “oscuridad, tinieblas y tormentas”, “estrépito de la
trompeta” y “clamor de las palabras
pronunciadas por aquella voz que suplicaron los que lo oyeron no se les hablara
más. Tan espantoso era el espectáculo que el mismo Moisés dijo: «Espantado
estoy y temblando.»”
Pero esta
visión no es la de Jesús: -“Vosotros, en
cambio, os habéis acercado al monte Sión. A la ciudad de Dios vivo, la
Jerusalén celestial”. Una villa rodeada de murallas, una ciudad, es el
símbolo de la seguridad y de la vida en una comunidad, imagen del cielo. La
Iglesia "ciudad de Dios vivo" es una comunidad fraterna en la que se
vive familiarmente con Dios. ¿Es así como veo yo a la Iglesia?
-“Os habéis acercado a millares de ángeles
reunidos en asamblea festiva y a la reunión de los primogénitos cuyos nombres
están inscritos en el cielo”. «Asamblea» traduce aquí el término griego
«ecclesia». ¿Es verdaderamente la Iglesia esa comunidad festiva? Todo lo contrario
del temor aterrador del Sinaí. ¿Tienen nuestras liturgias un carácter
verdaderamente festivo? ¿Es mi religión la del Antiguo Testamento o la que
Jesús nos enseñó?
¿Tengo yo la
seguridad de que mi nombre está escrito en el cielo? Mi nombre escrito en el
corazón del Padre. Jesús pedía a sus amigos que se alegraran de ello: «Alegraos de que vuestros nombres estén
escritos en el cielo» (Lucas 10,20). ¡Cuán grande ha de ser nuestra
confianza!
-“Os habéis acercado a Dios, juez universal y
a los espíritus de los justos llegados ya a la perfección”. Nos reunimos en
espíritu, con Dios y los santos…
-“Y a Jesús, mediador de una nueva Alianza y
a la aspersión de su sangre derramada por los hombres”. Nos reunimos en
torno a Jesús resucitado. Porque estamos seguros de ser amados, de estar
salvados: derramó su sangre por nosotros.
-“Sangre que habla más alto y mejor que la de
Abel”. ¡La sangre de Jesús habla! Nos comunica su amor infinito. Nos habla
de la voluntad de Salvación de Dios. Y nos dice hasta donde Dios quiere llegar.
Te damos las gracias, Señor, en la misa de modo especial (Noel Quesson).
La nueva y
definitiva Alianza en Cristo Jesús es más amable que la Antigua; el monte Sión,
más cercano que el Sinaí, con ángeles y multitud de creyentes que han alcanzado
ya la salvación y gozan en el cielo; y Dios, juez justo, y Jesús como Mediador,
que nos ha purificado con su Sangre. Todo ello hace que miremos a la nueva
Alianza con confianza, no con miedo.
Es una pena
ver que quizá nos han dado una educación religiosa de miedo, durante algún
tiempo. ¿Estamos bajo la ley del miedo o de la confianza y el amor? Pero hemos
visto también una tendencia a descuidar la ascética. Si el abandono santo de
Teresa de Lisieux, el amor misericordioso, es lo más necesario para nuestra
espiritualidad, no podemos caer en el extremo opuesto de que todo da igual.
Precisamente el amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús y la
Alianza que él ha sellado por todos nosotros, no son ciertamente una invitación
a la superficialidad y la dejadez: nos comprometen radicalmente. No hay nada
más exigente que el amor.
Pero nos
envuelven en una atmósfera de confianza, con la actitud de los hijos que se
encuentran en casa de su Padre, acompañados de los bienaventurados -la Virgen y
los Santos y los ángeles- y el Mediador, Cristo, y delante de todos, Dios que
es Juez pero también es Padre. La Nueva Alianza en que vivimos nos debería
llenar de alegría por pertenecer a una comunidad que es congregada por el
Espíritu de Dios en torno a Cristo. Ahora el lugar de la Alianza no es un
monte: es la persona misma del Señor Resucitado, Jesús.
En la oración
penitencial ahora más repetida, el «Yo confieso», invocamos a Dios y a la
comunidad que nos rodea («vosotros, hermanos») y también a la Virgen María, los
ángeles y los santos, para que intercedan por nosotros ante Dios. No estamos
solos en nuestro camino de fe: también los hermanos de la comunidad cristiana y
la Virgen María y los ángeles y santos están interesados en nuestra conversión
a Dios. Es una hermosa oración, que sería completa si además nombrara
explícitamente a Jesús, el Mediador, el que en la cruz nos reconcilió con Dios
de una vez por todas.
Cuando el
Catecismo de la Iglesia, al hablar de la liturgia cristiana, se pregunta:
«¿quién celebra?», responde con una visión de la comunidad celestial en torno a
Dios y al Cordero, con un río de agua viva que es el Espíritu, y los ángeles y
los bienaventurados, con la Virgen Madre, y multitud incontable de salvados por
la Pascua de Cristo. Esta es la Alianza a la que pertenecemos. Una visión llena
de optimismo, tomada del Apocalipsis (CEC 1137-1139). Una asamblea donde «la
celebración es enteramente comunión y fiesta» (CEC 1136) y a la que ya nos
unimos ahora en nuestra celebración (mercaba.org).
3. “Grande es el Señor y muy digno de alabanza
/ en la ciudad de nuestro Dios, / su monte santo, altura hermosa, / alegría de
toda la tierra”, decimos con agradecimiento en el salmo de hoy. Sólo el
Señor nos salva, convirtiéndose en una fortaleza inexpugnable y en alegría para
toda la tierra: “El monte Sión, vértice
del cielo, / ciudad del gran rey; / entre sus palacios, / Dios descuella como
un alcázar.” El Señor nos da vida con la Alianza de su Sangre, nos abre las
puertas al cielo: “Lo que habíamos oído
lo hemos visto / en la ciudad del Señor de los ejércitos, / en la ciudad de
nuestro Dios: / que Dios la ha fundado para siempre.”
Por eso
queremos cantar eternamente las misericordias de Dios: “Oh Dios, meditamos tu misericordia / en medio de tu templo: / como tu
renombre, oh Dios, tu alabanza / llega al confín de la tierra; / tu diestra
está llena de justicia.”
Llucià Pou
Sabaté
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