LUNES
DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA: se nos invita a ser compasivos según la
misericordia de Dios
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no
seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis
perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante
pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis
se os medirá»” (Lucas
6,36-38).
1. Señor, nos invitas a hacer las cosas como
Dios: «sed compasivos como vuestro Padre
es compasivo». «Misericordiosos», como Dios es «misericordioso» con
nosotros: él nos perdona, toma la miseria y la comprende, la entiende, pero para
eso quiere que yo perdone a los demás,
los comprenda, sea compasivo, y así todo irá bien. Así siempre tendremos “gracia
de Dios”, no seremos “desgraciados”, porque el pecado es la pérdida de la
gracia. Y la pérdida de la gracia es la auténtica des-gracia. ¿Cómo
me comporto ante las necesidades de los demás? ¿Me mueven a intentar aportar lo
que esté en mi mano, o me dejan indiferente pensando que, en el fondo, es su
problema? ¿Me doy cuenta de que mi trabajo o mi estudio bien hecho es la forma
habitual que tengo para colaborar con las necesidades de la sociedad y de los
que me rodean?
“No
juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y
seréis perdonados”. Qué fácil es criticar, murmurar,
hablar mal de alguien, sin pensar en los motivos, o las presiones, o la
ignorancia, o la flaqueza, o el carácter, o muchos otros elementos de juicio
que no tengo y que sólo Tú, Señor, conoces en el corazón de cada persona, sus
problemas, sus circunstancias… y ¡qué difícil es arreglar el daño hecho por la
murmuración! Puedo hablar con otra persona, para desahogarme (lo justo) y para pedir consejo y ver cómo actuar,
con una crítica constructiva que lleve a corregir a esa persona, por amor, no
por celo amargo (P. Cardona): «No admitas un mal pensamiento de nadie,
aunque las palabras u obras del interesado den pie para juzgar así
razonablemente» (J. Escrivá, Camino 442).
“Dad
y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el
halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá». A veces me cuesta dar, Señor, y soy
muy roñoso con mis cosas, con mi tiempo,
con mis ambiciones. No sé dar, no sé darme. Me doy cuenta de que esta actitud
me empequeñece el corazón y, por eso, me hace incapaz de recibir tus dones.
En
cambio, cuando soy generoso contigo y con los demás, recibo más que lo poco que
tenía para dar: «Echarán en vuestro regazo una buena medida, apretada,
colmada, rebosante.» Jesús, Tú eres más generoso que yo. Yo doy uno y Tú
devuelves ciento. Que no quiera quedarme con este uno: con mis planes, con mi
futuro. Que sepa dejarlo todo en tus manos, para lo que Tú quieras, para lo que
haga falta. Yo te quiero servir en medio de mi vida corriente; quiero darte lo
poco que tengo, por amor a Ti. No lo hago para recibir, sino porque Tú me lo
pides; pero sé muy bien que Tú siempre me pagas con creces -ya en esta vida-
todo lo que haga por Ti y por los demás.
Tal como hacemos se hará con nosotros: «la medida que uséis, la usarán con vosotros».
Es lo que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro: «perdónanos... como nosotros perdonamos». Me gustan mucho las devociones
al Sagrado Corazón de Jesús y Corazón de María, y la Divina Misericordia que
dijo el Señor a Santa Faustina, que tan devoto era Juan Pablo II, también
polaco como ella, y que el día que murió iba a decir su discurso ya preparado
recordando que Jesús liberaba "a la humanidad, que a veces parece
extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor
resucitado ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y vuelve a abrir el
ánimo a la esperanza. Es amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta
necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina
Misericordia!". Es una devoción
sencilla, como la del Sagrado Corazón. En el Sagrado Corazón pedimos: “Sagrado
Corazón de Jesús, en ti confío”. En la divina misericordia todavía es más corta
la jaculatoria: “Jesús, en ti confío”.
"Señor, que con tu muerte y resurrección
revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos
hoy: Jesús, confío en Ti, ten misericordia de nosotros y del mundo
entero". La mejor manera de
participar de este tesoro es desde el corazón de la Virgen: “contemplar con los
ojos de María, el inmenso misterio de este amor misericordioso que brota del
Corazón de Cristo.”
Antes se decía “ojo por ojo”, si me has dado
una bofetada te doy otra, pero Jesús nos enseña la “ley del talión al revés”,
devolver bien por mal, “poner amor donde no hay amor para sacar amor”, ya decía
Gandhi que el “ojo por ojo” nos dejaría a todos ciegos, y que la solución del
mundo es seguir la ley de Jesús. El perdón es lo más divino, es parecerse a
Dios. Ser bueno "sin medida", como Dios. –“Sed misericordiosos...” Es
una palabra difícil de explicar: -Compartid las penas de los demás... -Sed
indulgentes... -Dejaos conmover... -Excusad... -Participad en las tribulaciones
de vuestros hermanos... -Olvidad las injurias… -Sed sensibles... -No guardéis
rencor... -Tened buen corazón... –“Así como también vuestro Padre es
misericordioso.” "Dios es amor", "Dios es misericordia." Y
hemos de ser "imagen de Dios" para realizarnos, sentirnos felices: Tú
esperas, Señor, que yo me parezca a ti, que sea el representante de tu amor
cerca de mis hermanos. Ser el corazón de Dios, ser la mano de Dios... ser
"como si" estuviese Dios presente cerca de fulanito... Que Dios nos
conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia
de recibir con amor la Vida que Dios nos ofrece. María, madre de los dolores, ayúdame a
perdonar a los demás, que me duelan más las cosas que hago a los demás y me
duelan menos las que me hacen, llorar un poco más mis pecados y menos los de
los demás, “quererlos” un poco más y “quererme” un poco menos.
2. El profeta Daniel dice que hizo esta
oración al Señor: “¡Ah, Señor, Dios
grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan
tus mandamientos! Nosotros hemos pecado, hemos cometido el mal, hemos sido
malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus
normas. No hemos escuchado a los profetas, que en tu nombre hablaban a nuestros
reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres... A ti, Señor, la justicia; a
nosotros la vergüenza en el rostro... Y al Señor Dios nuestro, la piedad y el
perdón...” El hombre, muchas veces, prefiere apartarse de la protección
divina e irse por su cuenta, y Daniel siente la carga de pecado y la traición
de los hombres de su pueblo, y esto nos pasa cuando no escuchamos la voz de la
conciencia, de nuestro corazón, no obedecemos a los que nos hablan de parte de
Dios. Recuerdo un niño que se enfadó en su casa y no quería obedecer, y dando
un portazo se fue: “¡me voy de casa!”, gritó. Fue por la calle, a jugar con los
amigos, a hacer “el burro”, pero al pasar las horas los amigos fueron a sus
casas a cenar, se hacía de noche… y él sintió hambre, y frío… y pensó en qué podía
hacer, y se le pasó el enfado, y volvió a pedir perdón, y su madre le abrazó,
porque estaba preocupada por él.
Cuando estamos enfadados vemos como con gafas
negras, recuerdo que al ir en coche en verano yo me ponía gafas de sol y luego
al entrar en un túnel no veía nada y pensaba “esto está muy oscuro, ¡qué raro!”
hasta que caía en la cuenta de que era porque llevaba gafas oscuras, y por esto
lo veía todo oscuro. Un ojo enfermo deforma la realidad, nos engaña. Vemos a
los demás con el color que los miramos… Una mujer llegó con su familia a un
piso nuevo, y veía por la ventana a la vecina tender la ropa y pensaba “qué
sucia tiene la ropa la vecina, habrá que decirle algo”, y así un día y otro,
hasta que su marido limpió los cristales de la ventana, y vio que la vecina
tendía la ropa limpia, pero eran los vidrios de la ventana desde donde miraba
que estaban sucios, si miramos mal las cosas las personas nos parecerán llenas
de maldad. Empezamos la segunda semana de la Cuaresma con una oración de Daniel
sincera: «hemos pecado… Dios grande, que
guardas la alianza y el amor a los que te aman... Al Señor Dios nuestro la
piedad y el perdón».
Hoy le pedimos a Jesús luz para nuestra
conciencia, para ir por el buen camino, y cantamos al comenzar: “Sálvame, Señor, ten misericordia de mí. Mi
pie se mantiene en el buen camino”.
3. Con el Salmo cantamos confiados: «Señor, no nos trates como merecen nuestros
pecados… que tu compasión nos alcance pronto, pues estamos agotados… nosotros, pueblo
tuyo, ovejas de tu rebaño, te daremos gracias siempre, cantaremos siempre tus
alabanzas». Un niño de unos nueve años, un domingo recuerda a su padre que
hay que ir a misa. -Hoy no vamos - dice el padre-. Yo tengo otras cosas que
hacer.
-Pero, papá, -insiste el niño- es que hoy
tenemos obligación de ir. Lo manda el tercer Mandamiento de la Ley de Dios.
-No te preocupes. Eso no tiene importancia.
Ya iras otro día. El pequeño se calla. Pero al poco rato interviene de nuevo:
-Oye
papá, si el tercer Mandamiento no tiene importancia, el cuarto aún debe
importar menos (Agustín Filgueiras Pita). Pedimos en la colecta de hoy: «Señor, Padre santo, que para nuestro bien
espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad, ayúdanos
a librarnos de la seducción del pecado, y a entregarnos al cumplimiento filial
de tu santa Ley».
Llucià
Pou Sabaté
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