Cuaresma
2ª semana, jueves: al final de la vida seremos juzgados en el amor a los demás, ahí la grandeza del corazón
del hombre, su realización completa
“En aquel
tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Era un hombre rico que vestía de púrpura y
lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y un pobre, llamado
Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de
lo que caía de la mesa del rico pero hasta los perros venían y le lamían las
llagas.
Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles
al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades
entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su
seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a
que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy
atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste
tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él
es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se
interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros,
no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la
casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no
vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a
Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que
si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó:
‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto
resucite’»” (Lucas 16,19-31).
1. El rico se dedica a
sus placeres. Y Lázaro, “echado junto a
su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del
rico pero hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Al final los
malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto
a las víctimas, como si no hubiera pasado nada. Ya Platón veía a Dios al que se
le presentan almas que por sus excesos son desfiguradas, pero también “ve ante
sí un alma diferente, una que ha transcurrido una vida piadosa y sincera [...],
se complace y la manda a la isla de los bienaventurados”.
Lázaro irá con Abraham. El rico al Hades y sus tormentos,
y pide ayuda pero le dicen que entre ellos hay “un gran abismo, de modo que los
que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde
nosotros’”. La arrogancia y la opulencia dan
cerrazón, el abismo del olvido del otro y de la incapacidad de amar se
transforma ahora en una sed ardiente y ya irremediable. Insiste el rico que vayan a avisar “a la casa de mi padre, porque
tengo cinco hermanos […] y no vengan también ellos a este lugar de tormento”. Dice
Benedicto XVI: “Hemos de notar aquí que, en esta parábola, Jesús no habla del
destino definitivo después del Juicio universal, sino que se refiere a una de
las concepciones del judaísmo antiguo, es decir, la de una condición intermedia
entre muerte y resurrección, un estado en el que falta aún la sentencia
última”. Me da paz que el Papa diga esto, pues desde pequeño pensé que el rico
no podía en la parábola estar en el infierno, pues tenía ciertos sentimientos
de preocupación por los de su familia, y en el infierno no hay amor.
La Madre Teresa de
Calcuta nos decía que hay que amar “hasta que nos duela”. A veces nos toca repartir caramelos entre
nuestros hermanos o amigos y nos quedamos con muy pocos, y nos duele dar, pero
estamos contentos. Es la alegría del dar. Vamos a hablar con la Virgen: ¿en qué me puedo dar más?
San Juan Crisóstomo nos
habla de la hospitalidad: “A propósito de esta parábola, conviene preguntarnos
por qué el rico ve a Lázaro en el seno de Abrahán y no en compañía de otro
justo. Es porque Abrahán había sido hospitalario. Aparece pues, al lado de
Lázaro para acusar al rico epulón de haber despreciado la hospitalidad. En
efecto, el patriarca incluso invitó a unos simples peregrinos y los hizo entrar
en su tienda (Gn 18,15). El rico, en cambio, no mostraba más que desprecio
hacia aquel que estaba en su puerta. Tenía medios, con todo el dinero que
poseía, para dar seguridad al pobre. Pero él continuaba, día tras día,
ignorando al pobre y privándole de su ayuda que tanto necesitaba […] Abrahán
llegó a hospedar a ángeles ¡cosa sorprendente! sin darse cuenta de ello. El
mismo Pablo se quedó maravillado por el relato cuando nos transmite esta
exhortación: “No olvidéis la
hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin saberlo, a ángeles”
(Heb 13,2).
2. Jeremías dice: “¡Maldito el hombre que… se aparta del
Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad;
habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita. ¡Bendito
el hombre que confía en el Señor y en Él tiene puesta su confianza! Él es como
un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la
corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no
se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto”. El corazón
humano es complicado, pero “Yo, el
Señor, sondeo el corazón y examino las entrañas, para dar a cada uno según su
conducta, según el fruto de sus acciones”, de su corazón generoso.
¿Qué es generosidad? Es
dar limosna a un niño de la calle, invertir tiempo en obras de caridad, pero
también escuchar al amigo que quiere abrir su corazón. En definitiva, salir de
uno mismo, dejar de estar “en-si-mismado” (metido en sí mismo) y pasar a estar
“en-tu-siasmado” (volcado hacia el tú de los demás, salir de uno mismo). No
mirarse al espejo, sino descubrir qué necesitan los demás.
La generosidad es la
expresión del amor, eso que no puede comprarse en ningún centro comercial, pero
que es la esencia de la vida, lo que de verdad ilumina el mundo. Quizá
aparentemente “no sirve de nada”, pero cuando falta no queda nada que sirva. Es
virtud de las almas grandes, una apertura del corazón que sabe amar, donde no
se busca más gratificación que dar y ayudar. Eso, en sí mismo, satisface. “Mejor es dar que recibir”. Con su
ejercicio, se ensancha el corazón pues el egoísmo empequeñece, y el aumento de
la capacidad de amor da más juventud al alma.
Generosidad es juzgar con comprensión;
sonreír y hacer la vida agradable a los demás, aunque tengamos un mal día o esa
persona nos caiga antipática; adelantarse en los pequeños servicios, “que no se
nos caigan los anillos” al hacer algo que está “por debajo” de nuestra
condición, pues para quien es generoso no hay arriba ni abajo, todo es ocasión
de servir: hablando bien de todos, escuchando atentamente, con el don de la
oportunidad y visión positiva, con fe… y haciendo favores. Qué bonito es oír a
un compañero que nos dice: “gracias a ti aprobé las matemáticas”. Facilitar la
amistad a quien le cuesta coger confianza, y acercarse prudentemente. Sobre
todo, cuando tratamos a los demás viendo a Jesús en ellos, oyendo cómo el Señor
nos dice “lo que hacéis con estos lo
hacéis conmigo”.
La generosidad lleva así
al mejor de los sacrificios, que es la misericordia, participar con los
sentimientos de la miseria ajena para hacerla propia; y así la limosna es algo
natural, como el amor a los pobres. Muchas veces son los más necesitados los
que poseen ese don de la misericordia; cuando servimos experimentamos lo que
decía Tagore: “dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y ví que la
vida era servicio. Y al servir comprobé que el servicio era alegría”.
Vivir no es transcurrir.
La primera lectura de hoy nos pregunta por eso: "¿Quién entenderá el corazón del hombre?". Oí hablar de una
persona con el rostro desfigurado, y gracias a la generosidad de un médico que
le hizo sin coste una cirugía estética, éste pudo desarrollarse en su proyecto
de vida, y llegó a ser un gran artista. Nuestro corazón puede desfigurarse por
el pecado, pero la confesión es la cirugía que nos devuelve la belleza, aunque
haya pasado la cosa más traicionera y difícil de curar; se cura todo si hemos
puesto nuestro corazón en Jesús.
3. Entonces estamos seguros, como dice el
Salmo: “¡Feliz el hombre que no sigue el
consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se
sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y
la medita de día y de noche!” El destino de los buenos y de los malos está
expresado en el tema de los caminos de Dios. Hoy rezamos: «Señor, tú que amas
la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia Ti nuestros
corazones y abrásalos en el fuego de tu espíritu, para que permanezcamos firmes
en la fe y eficaces en el bien obrar» (Colecta).
Así, quien sigue los
caminos de Dios, “él es como un árbol
plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas
hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con
los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento, porque el Señor cuida
el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal”. Es el
destino de los buenos y de los malos. Los dos caminos, que Jesús nos cuenta con
la parábola. La fuerza nos viene de Dios, presente en los Sacramentos de un
modo especial, por eso «te pedimos, Señor, que el fruto de este santo
sacrificio persevere en nosotros, y se manifieste siempre en nuestras obras»
(Postcomunión).
Llucià Pou Sabaté
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