Cuaresma I semana, viernes: Dios quiere nuestra
conversión, que se manifieste en el amor a los demás
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Os digo que, si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en
el Reino de los cielos. Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás;
y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se
encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su
hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame
"renegado", será reo de la gehenna de fuego.
Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te
acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario
mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez
y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de
allí hasta que no hayas pagado el último céntimo»” (Mateo 5,20-26).
1. ¡Lo
explicas tan bien, Señor! Es como una explicación de lo que será la
multiplicación de los panes, pero en el amor: el decálogo ya no es abolido,
sino llevado a la plenitud con tu Palabra. Usas la antítesis: «... se dijo a los antiguos, pero yo os digo»,
pues eres el nuevo Moisés, o mejor del que habló Moisés, eres el Legislador: «El Señor, tu Dios, te suscitará de en medio
de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él le oirás» (Dt
18,15). Era el deseo de siempre: «No ha
vuelto a surgir en Israel el profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara
tratase Yahveh» (Dt 34,10), El nuevo Profeta es aquel que habla con Dios
cara a cara. Pero es mucho más. La antítesis no es «Moisés dijo», «yo digo»; la
antítesis es «se dijo», «Yo digo». Esta pasiva «se dijo» es la forma hebraica
de velar el nombre de Dios. Debe traducirse así: «Dios dijo a los antiguos, pero yo os digo»: la antítesis es «Dios dijo». «Yo digo»; Jesús habla al mismo nivel de Dios. Este «Yo» es un Yo
divino. Esto es lo nuevo: «Lo viejo pasó, se ha hecho nuevo» (2
Cor 5,17): «He aquí que hago nuevas
todas las cosas» (Ap 21,5). La oración después de la comunión lo señala: «Señor, que esta eucaristía nos renueve para
que, superando nuestra vida caduca, lleguemos a participar de los bienes de la
redención» (Joseph Ratzinger, “El camino pascual”).
-“Habéis oído que se dijo a los antiguos:
"No matarás"... Pero yo os digo: "No os irritéis contra vuestro hermano..."”
Como dirá luego la primera lectura, vemos aquí que Jesús interioriza la ley, va
a la raíz -la "cólera"- de no-amar. A la luz de estas palabras,
examino mis relaciones humanas. En este tiempo de cuaresma, es bueno proyectar
esa luz exigente sobre mis relaciones cotidianas. ¿Me dejo llevar por mi
temperamento? ¿Soy despreciativo? ¿Soy duro en mis palabras?
-“Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar
y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda
ante el altar...” Si hay discordia entre los hombres, la relación con Dios
también se rompe. ¡Dios rehúsa la muestra de amor que pretendemos darle, cuando
no amamos también a sus hermanos! Esto no quiere decir que si al ir a comulgar
nos acordamos de alguien con quien nos enfadamos, tengamos que salir de la fila
para ir a buscarlo… pero sí que en nuestro corazón hagamos el propósito de
hacer las paces en la primera ocasión, y pidamos ayuda al Señor en la comunión.
Además, es bonito saber que quien juzga a los demás, tendrá juicio en la
muerte. Pero el que no juzga, no será juzgado… –“Ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu
ofrenda”. No es posible tener odio al hermano y participar en la
Eucaristía, sacramento del Amor. “Expulse el amor de la humildad el espíritu de
la soberbia, fuente de todo pecado, y mitigue la mansedumbre a los que infla el
orgullo. Los que con sus ofensas han exasperado los ánimos, reconciliados entre
sí, busquen entrar en la unidad de la concordia. No volváis mal por mal, sino
perdonaos mutuamente, como Cristo nos ha perdonado. Suprimid las enemistades
humanas con la paz...” (San León Magno).
Es
aquel “perdónanos nuestras ofensas, como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12), y sigue San León: “es
absolutamente cierto que, al conceder el perdón a las ofensas de los otros, nos
disponemos nosotros mismos para alcanzar la clemencia divina”.
Morir
a la ley del gusto es un buen propósito para hoy: no hacer las cosas porque me
gusta, me apetece, me va bien.... me contaron una historia: Dos hermanitos
vestidos de forma harapienta, uno de cinco años y el otro de diez, iban
pidiendo un poco de comida por las casas de la calle que rodea la colina. Nadie
les daba… hasta que una señora les dio una lata de leche.
Se
sentaron los dos en la acera. El más pequeño le dijo al de diez años: "tú
eres el mayor, toma primero”... y lo miraba relamiéndose.
Se
lleva la lata a la boca y simulando que bebía, apretaba los labios fuertemente
para que no le entrase ni una sola gota de leche. Después decía al hermano:
"Ahora es tu turno. Sólo un poquito." Y el hermanito, dando un trago
exclamaba: "¡Está sabrosa!"
"Ahora
yo", dice el mayor. Y llevándose a la boca la latita, ya medio vacía, no
bebía nada. "Ahora tú", "Ahora yo", "Ahora tú",
"Ahora yo"... Y, después de varios tragos, el menor se acababa toda
la leche... él solito.
El
mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la lata vacía de leche.
Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de
alegría. Brincaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o
aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas
extraordinarias sin darles la mayor importancia. De aquél muchacho podemos
aprender una gran lección: "Quien da es más feliz que quien recibe."
Es así que debemos amar. Sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal
elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el
servicio que les prestamos." ¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta
"felicidad" y hacer la vida de alguien mejor, con más "gusto de
ser vivida"? Cerca de nosotros puede haber un amigo que necesita de
nuestro hombro, de nuestro consuelo y, quizá aún más, de un poco de nuestra
paz.... Madre mía, que siempre actúe para darles gusto a mis padres, a mis
hermanos; que muera a la ley del gusto mío.
2. El
profetas Ezequiel, en medio de un templo y religión destruidos por la guerra, y
muchos en el destierro, habla de escuchar a Dios con el corazón, que dice: -“¿Es que quiero yo la muerte del malvado y
que no se convierta de su camino y viva?” Claro, para esto está la
Cuaresma, para hacer las paces, el arrepentimiento: «Convertíos a Mí de todo corazón». La conversión ha de verse en las
buenas obras: ser más caritativos, más serviciales, más cariñosos, más amables,
más desprendidos, más bondadosos. Dice San Clemente Romano: «Seamos humildes,
dejando toda chulería, aparentar y tontería, y los arrebatos de la ira...,
emprendamos otra vez la meta de la paz…» recemos también por todos los
pecadores, pues dice también el profeta: “Si
el malvado se convierte de todos los pecados… vivirá, y no morirá. Ninguna de
las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha
practicado, vivirá… preserva su vida. Él ha abierto los ojos y se ha convertido
de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no
morirá”. Es una llamada a la responsabilidad personal, y al perdón.
Ezequiel insiste también sobre la «bondad» y sobre la «responsabilidad». ¡Dios
se ha comprometido en el gran combate contra la "maldad"! Está por el
"derecho y la justicia."
Y ahí
está la libertad de la persona: “Esta liberación, el descubrimiento de la
unicidad de la persona, es el corazón de la libertad. Esta liberación es el
fruto de la fe en Dios-persona, o mejor aún: esta liberación proviene de la
revelación de Dios-persona. La liberación, y con ella la libertad misma
desaparece -no al instante, por supuesto, pero sí con una lógica implacable-
cuando este Dios se pierde de vista en el mundo. Este Dios no es -como dicen
los marxistas- instrumento de esclavitud; la historia nos enseña exactamente lo
contrario: el valor indestructible de la persona humana depende de la presencia
de un Dios personal” (Ratzinger).
3. «Desde el fondo del corazón a ti grito,
Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?” Pedimos en
la entrada de hoy: «Señor, ensancha mi
corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones. Mira mis trabajos y mis penas y
perdona todos mis pecados» (Sal 24,17-18). No podemos apalancarnos,
ahorrarnos la búsqueda personal de Dios y la conversión a él. "Si no sois mejores que los letrados y
fariseos no entraréis en el Reino de los cielos" (Mt 5, 20). Nos
sentimos pobres ante el Señor, necesitados de su misericordia, pues no somos
perfectos sino siempre “en construcción”, de la mano de Dios. Hemos quitado los
“estados de perfección” (los religiosos se llamaban así), pues de lo que se
trata es en encontrar cada “la perfección en su propio estado”. Y también hemos
de perder las ideas falsas de Dios como justiciero o al modo humano. Buda decía
alegóricamente: "si encuentras a Dios, mátalo". Se puede entender en
el sentido de que: Si ya tienes una imagen de Dios, destrózala, porque Dios no
se parece a esa imagen, está más allá y debes de seguir buscándolo. San Agustín
dice: "Si lo comprendes, ya no es Dios".
Lo que
sí nos ha dicho Jesús de Dios Padre es que perdona: “Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto. Mi alma espera
en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el
centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa; y Él redimirá a Israel de todos sus delitos». Qué bonito el salmo
de perdón, que me lleva a sentirme perdonado por Dios, porque yo también
perdono a los demás. Esto cuesta. Y por eso pedimos en la Colecta: «Que tu pueblo, Señor, como preparación a
las fiestas de Pascua, se entregue a las penitencias corporales, y que nuestra
austeridad comunitaria sirva para la renovación espiritual de tus fieles».
Llucià
Pou Sabaté
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