sábado, 11 de diciembre de 2010

Domingo XXVIII, año C: la fe y la obediencia nos llevan a confiar en las manos de Dios, que ofrece a todos la salvación

1. Segundo libro de los Reyes (5,14-17).
El general sirio ha venido por la palabra de una esclava judía, para

curarse. El profeta le ha dicho que se lave en el río, y él dudó

porque los ríos de su país son mucho mejores, pero al final obedece el

consejo sencillo que le proponen: En aquellos días, Naamán el sirio

bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado

Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como

la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le

presentó diciendo:

-Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de

Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.

Contestó Eliseo: -Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.

Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: -Entonces, que entreguen

a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas;

porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios

de comunión a otro dios que no sea el Señor.

Ellos pensaban que los dioses tenían un territorio, por eso se lleva

tierra… pero aquí vemos que la salvación es para todos. Lo entienden

de momento a medias… sólo un poco. También es una lección de

gratuidad. Eliseo no acepta ningún presente y no pide nada. Con Dios

tampoco hemos de pagarle ni demostrarle nada, Él nos quiere y basta…

Lo de lavarse está claro que es una profecía de lo que es el bautismo.

Este general, después de haber llegado a la cúspide de su carrera, de

repente frente al abismo: tiene lepra. Está condenado en vida a muerte

en un doble sentido: tendrá que contemplar en su cuerpo, todavía

vivo, su propia corrupción, y experimentar en vida el destino de la

muerte. Y porque así ocurría, porque el leproso se hallaba ya en las

garras de la muerte, era arrojado de la sociedad y «dejado en la

intemperie»: él no tenía ya -por supuesto, en Israel, pero tampoco en

otras religiones- ningún acceso al santuario; era excomulgado de la

comunidad, la cual quedaría contaminada con el hálito de la muerte.

En ese aislamiento, queda abandonado totalmente al poder de la

muerte, cuya esencia es soledad, ruina y destrucción de la comunión

con otros.

En este momento cruel y terrible de su derrumbamiento en la nada,

Naamán se agarra a un clavo ardiendo y se aferra al más mínimo rumor

de posible salvación. En este caso, lo escucha de una criada: en

Israel hay un hombre que puede curar. Pero cuando iba a realizar lo

que se le pedía, todo está a punto de fracasar. En efecto, su orgullo

se resiste a someterse a un baño en el Jordán; pero un criado suyo le

debe recordar que él no se halla en situación en la que pueda

vanagloriarse de su posición o del papel que desempeña; enfrentado

con la muerte, no es más que ese hombre y debe intentar lo último. De

ese modo queda bien claro que no es el Jordán el que cura, sino la

obediencia, el renunciar al propio papel y a su arrogancia o a la

hipocresía, el descender y el presentarse desnudo ante el Dios vivo.

La obediencia es el baño que purifica y salva.

Nosotros también tenemos nuestra lepra, lo que nos cuesta: hemos de

tener la disposición a aceptar lo pequeño, lo ordinario; en la

disposición al baño de la obediencia y dejarnos ayudar…

Como Naamán, muchos querrían imponer sus condiciones a Dios, para

tomarlo en serio y creer. Pero es Dios quien tiene la palabra. Y Dios

no convoca oposiciones, ni valora el curriculum, ni acepta enchufes.

Dios sale al encuentro de todos los que le buscan con sincero corazón,

y se les muestra en los acontecimientos más insospechados de la vida.

Moisés lo descubrió en una zarza que ardía sin consumirse. Lo

importante es saber ver, saber mirar con ojos nuevos, tener el corazón

limpio para poder ver a Dios (Joseph Ratzinger / Eucaristía 1989).





2. Salmo (97,1.2-3ab.3cd-4) R/. El Señor revela a las naciones su justicia.

Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas.

Su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo; / el Señor da a

conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó

de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro

Dios. / Aclama al Señor, tierra entera, / gritad, vitoread, tocad.





Es un canto que proclama la victoria de Jesús que nos salva. Un

cántico nuevo al Niño de Belén, en quien se manifiesta el amor de Dios

Padre en favor de la Iglesia, el nuevo Israel. La alabanza a Cristo,

aprendida en la escuela de este salmo, es el fruto de la alegría que

suscita su Nacimiento en un corazón admirado y agradecido de sentirse

salvado por su Señor, que aparece en la verdad de nuestra misma carne.

En un famoso himno navideño de Sedulio (+450), el 'A solis ortus

cárdine', se recogen estas palabras: "No rechaza el pesebre, ni dormir

sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo

que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre."

Es un "salmo del reino": en la fiesta de las Tiendas (que recordaban

los 40 años del Éxodo de Israel, de peregrinación por el desierto),

Jerusalén, en una gran fiesta popular que se notaba no solamente en el

Templo, lugar de culto, sino en toda la ciudad, ya que se construían

"tiendas" con ramajes por todas partes... Jerusalén festejaba a "su

rey". Y la originalidad admirable de este pueblo, es que este "rey" no

era un hombre (ya que la dinastía Davídica había desaparecido hacía

largo tiempo), sino Dios en persona. Este salmo es una invitación a la

fiesta que culminaba en una enorme "ovación" real: "¡Dios reina!",

"¡aclamad a vuestro rey, el Señor!" Imaginemos este "Terouah", palabra

intraducible, que significa: "grito"... "ovación"... "aclamación".

Porque "Él ha hecho maravillas"... "Ha salvado con su mano derecha"...

"Ha hecho conocer y revelado su justicia"... "Se acordó de su

Hessed"... (Amor-fidelidad que llega a lo más profundo del ser); "El

vino-el viene"... Y para terminar, un verbo en tiempo, "no acabado",

que se traduce en futuro a falta de un tiempo mejor (ya que esta

última acción de Dios está solamente sin terminar aunque comenzada):

"El regirá el orbe con Justicia y los pueblos con rectitud"...





3. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 2,8-13.


Querido hermano: Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de

entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi

Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor.



Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo

por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación,

lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna:




Es doctrina segura: Si morimos con él, viviremos con él. Si

perseveramos, reinaremos con él. Si lo negamos, también él nos negará.

Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí

mismo.



Pablo está preso, pero libre por dentro: a la Palabra de Dios no se

la puede encadenar y Pablo ha recibido la misión de anunciarla. Por

eso, lo aguanta todo en favor de los que Dios ha elegido, para que

ellos alcancen también la salvación, lograda por Jesucristo, con la

gloria eterna.



4. Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea.

Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez

leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:



-Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.

Al verlos, les dijo:

-Id a presentaros a los sacerdotes.



Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que

estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó

por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias.


Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo:

-¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No

ha vuelto más que este extranjero para dar gloria Dios?

Y le dijo: -Levántate, vete: tu fe te ha salvado.


Sólo el samaritano vuelve para alabar a Dios y reconocer en Jesús al

Rey-Mesías. La postración delante de Jesús no es una adoración, sino

el reconocimiento de esta realeza mesiánica. Los otros nueve no

vuelven. Parece como si vieran natural que en ellos, hijos de Abrahán,

se cumplieran las promesas mesiánicas. Pero, al decir Jesús al

samaritano, al extranjero, "tu fe te ha salvado", nos enseña que el

verdadero Israel se asienta en la fe agradecida (Eucaristía 1989).

Jesús vive y nos espera en el Sagrario, y queremos visitarle,

tratarle, que sea nuestro mejor Amigo, para confiarle nuestras

preocupaciones y fallos, enfermedades y lepras, y su manto, vestiduara

mágica, nos hace invencibles... (Ricardo Martínez Carazo).
Llucià Pou Sabaté


Sabaté, 10.10.10, con notas tomadas de Mercaba.org.

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