El Profeta Isaías (35,1-6a.11) nos habla de la vuelta al Paraíso. La venida del Salvador transformará el desierto en Paraíso; todas las enfermedades serán curadas porque el nuevo Reino no conocerá ya el mal: hasta la misma fatiga desaparecerá: “el desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán”. Anuncia la abolición próxima de las maldiciones que acompañaron la caída de Adán: la fatiga del trabajo, el sufrimiento, las zarzas y las espinas del desierto no serán ya más que un mal recuerdo.
2. El Salmo (145,7.8-9a.9bc-10) nos dice que “el Señor mantiene su fidelidad perpetuamente, hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente; tu Dios, Sión, de edad en edad”. Es un "himno" del reino de Dios, de alabanza, una especie de letanía de desgraciados que reciben ayuda de Dios: los "oprimidos", los "hambrientos", los "prisioneros", los "ciegos", los "abatidos", los "extranjeros", las "viudas", los "huérfanos"... que son los que luego Jesús anuncia con las bienaventuranzas: "bienaventurado aquel cuyo auxilio es Dios... Bienaventurado el que escucha la palabra de Dios..." Señor, concédenos esta felicidad profunda. Haz que creamos que allí, y únicamente allí está la felicidad estable, que nada, absolutamente nada, puede lastimar. No estamos solos ni abandonados porque la fe en Dios nos dice que él nos cuida con su poder, amor y bondad abre los ojos a los ciegos, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda. trastorna el camino de los malvados.
3. Santiago (5,7-10) nos anima: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor”. ¿Se acabarán los males? En tiempos de Santiago no parecían las cosas tan claras. ¿Dios ha venido? Pues no se nota demasiado, pueden decir algunos. El apóstol nos responde: Dios ha venido, pero tiene que volver. La primera venida fue en debilidad, la segunda será en poder y gloria, y no tardará. Hemos de tener paciencia, como el labrador en el sembrado, pues todo tiene su tiempo… la gracia hace su camino… nos toca vivir de la esperanza…
4. En el Evangelio Mateo (11,2-11) nos habla de Juan, que envió a sus discípulos a decirle a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».
Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: «¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».
Juan vuelve a ser protagonista este otro domingo; nos enseña a situarnos al servicio de Jesús: «No soy digno de desatarle las sandalias» (Jn 1,27); nos enseña dejar actuar a Dios en nosotros: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30); nos enseña a ser instrumentos suyos, “amigo del esposo” (cf. Jn 3,26). Cirilo de Jerusalén recoge esta actualización del precursor, en nuestros días: «Nosotros anunciamos la venida de Cristo, no sólo la primera, sino también la segunda, mucho más gloriosa que aquélla. Pues aquélla estuvo impregnada por el sufrimiento, pero la segunda traerá la diadema de la divina gloria». La temática de este domingo es pues preparar la venida del Señor en primer lugar en nuestra vida, y ser precursores de la luz ayudando a llevar las almas a Jesús.
Es domingo de la alegría, porque el Señor está cerca, se acerca la Navidad, faltan pocos días. María es modelo de mujer feliz, como dijo Isabel en la Visitación: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” Podemos acompañar a María estos días en esta maravilla que está por suceder, Jesús que va a nacer; hacer un hueco en nuestro corazón para la llegada de Dios, que Él crezca y disminuya mi orgullo; nos dice Jesús: “Yo llamo a tu puerta, escúchame, ábreme”. Juan Pablo II nos lo recordaba: "El Adviento es tiempo de alegría, pues permite revivir la espera del acontecimiento más alegre de la historia: el nacimiento del Hijo de Dios de la Virgen María… Saber que Dios no está lejos, sino cercano; que no es indiferente, sino compasivo; que no es ajeno, sino un Padre misericordioso que nos sigue con cariño en el respeto de nuestra libertad: este es motivo de una alegría profunda que las cambiantes vicisitudes cotidianas no pueden ocultar… cuando pongáis en el Nacimiento la imagen del Niño Jesús, rezad una oración por mí y por las muchas personas que se dirigen al Papa en sus dificultades". Llucià Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario