Sábado de la primera semana de Adviento. “Jesús, al ver a las gentes, se compadecía de ellas”: El Señor viene a curarnos y a llenarnos de esperanza, a salvarnos
1. Isaías (30,19-21.23-26) cuenta que vendrá un día en que el Señor, el Santo de Israel: “se apiadará a la voz de tu gemido: apenas te oiga, te responderá”, vendrá un día en que será todo un paraíso, “cuando el Señor vende la herida de su pueblo y cure la llaga de su golpe”: es el profeta de la esperanza, de un futuro reino del que todo mal habrá desaparecido: hambre... enfermedad... violencia... injusticia... Es el retorno del hombre al «paraíso terrenal». En Adviento, el cristiano se siente llamado a una conversión espiritual que transforme su corazón... tener una mirada en Dios que es fiel, confianza firme en el amor misericordioso de Dios y el encuentro constante con su amor, que perdona y no tiene en cuenta nuestros fracasos: su amor no cambia, no se retracta, no tiene caprichos ni olvidos, como dice san Pablo: «Sé de quién me he fiado». Dios nos ama siempre, sin reserva ni medida. Él es nuestro Dios y Padre. Él está siempre dispuesto a escuchar el clamor de los pobres y afligidos, pues es misericordioso, y su bondad nunca se acaba. Jamás se alejará de nosotros, pues su amor por nosotros es un amor eterno, del cual nunca dará marcha atrás. El Señor siempre se apiadará de nosotros, y estará siempre dispuesto a perdonarnos. ¿Quién no ha pasado por momentos de angustia y tragos amargos en su vida? Muchas veces pareciera que Dios nos ha ocultado su rostro. Sin embargo, mientras continuemos confiando en Él y acudamos a Él con una oración sincera, el Señor misericordioso, se apiadará de nosotros y nos responderá apenas nos oiga. Él siempre velará por nosotros como lo hace un padre amoroso con sus hijos. Él nos ha enviado a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, vende nuestras heridas y sane las llagas de nuestros golpes.
2. El Salmo (146,1-2.3-4.5-6) canta: “alabad al Señor… Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas”, y como si fuéramos cada uno sus estrellas, obra de sus manos: “Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre. Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados”. Dios, que todo lo sabe y todo lo penetra, ha salido por medio de su Hijo, como el buen Pastor, a buscar y a salvar todo lo que se había perdido, quiere que todos los hombres se salven. A nadie creó para la condenación.
3.- El Evangelio (Mt 9,35—10,1.6-8) muestra a Jesús que predica las sinagogas “el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder para arrojar a los espíritus inmundos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, sanad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratuitamente lo recibisteis, dadlo gratuitamente”. A Jesús le gustaba de hablar al aire libre, pero también va a los templos, para predicar la "buena" nueva del reino de Dios y curar. Jesús "enseña"... la "buena" nueva. Jesús "cura"... Venga a nosotros Tu reino. La esperanza es la gran virtud del Adviento: camino de este reino que es de cosas buenas, de curar, de auténtica libertad, como decimos en la oración colecta: “para liberar a los hombres de su antigua esclavitud del pecado, enviaste a tu Hijo Unigénito al mundo”, y pedimos “conseguir el premio de la verdadera libertad”, curar el alma y salir de la soledad, de toda pena y dolor. «Despierta tu poder, Señor… y ven a salvarnos» (canto de entrada). Jesús quiere que nosotros también hagamos como él, con su luz y fuerza curemos a los demás, les ayudemos a que no estén solos, a que se dejen llevar por esta luz de la esperanza de los hijos de Dios.
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