miércoles, 22 de diciembre de 2010

Jueves de la 2ª semana de Adviento: Jesús viene a salvarnos: “Yo soy tu redentor”, y Juan Bautista nos enseña a prepararnos bien estos días

1.Isaías (41,13-20). “Yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra y te digo: «No temas, yo mismo te auxilio.» No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio”. "Yo te llevo de la mano". -Yo, el señor, les responderé. -No temas, Yo te ayudo. No temas, Jacob, débil gusanillo… La pequeñez de María, portadora, sin embargo, del Misterio de Dios. María, «débil criatura» vivía en una pobre aldea, casi desconocida. ¡No en Roma, la triunfante... No en Atenas, la sabia... Ni en Babilonia, la soberbia... Ni siquiera en Jerusalén, la santa... Ni en ninguna de las grandes capitales de la época! Sino en Nazaret poblado desconocido, en medio de gente humilde y sencilla. El verdadero valor no procede de la situación humana sino de la mirada de Dios. ¿Qué es lo que esto cuestiona mi vida? -Yo soy el Señor, tu Dios. Te tengo asido por la diestra. Es preciso saborear, en el silencio, esas declaraciones de amor... Basta con dejarse llevar por esa imagen: ¡Toma mi diestra, Señor! ¡Quédate de veras «conmigo»! Escucho... Escucho esas palabras que me diriges. ¿Qué podría dañarme, en mi pequeñez, si, de verdad, conservo tu mano en la mía?
“Trillarás los montes y los triturarás; harás paja de las colinas; los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del Santo de Israel”. Es una réplica contra los opresores babilonios. Es, ante todo, el anuncio de un gran gozo después de la pena.
-“Los pobres y los indigentes buscan agua, y no la hay; su lengua está reseca de sed. Yo, el Señor, les responderé; yo, el Dios de Israel, no los abandonaré. Alumbraré ríos en cumbres peladas; en medio de las vaguadas, manantiales; transformaré el desierto en estanque y el yermo en fuentes de agua; pondré en el desierto cedros, y acacias, y mirtos, y olivos; plantaré en la estepa cipreses, y olmos y alerces, juntos”. ¿Cuál es el deseo, qué busca la gente? Ser amados y considerados... ganar regularmente un salario justo... ir adquiriendo algo más de responsabilidad, de confort... ser como todo el mundo, no ser humillados... ser atendidos en las necesidades, con una visita oportuna... y que los sufrimientos y la mala suerte no sea algo normal en sus vidas... Ante esos deseos tan humanos, ante esa «sed», debemos también, como Dios, testificar «y no hay nada» ¿Es una espera frustrada, un deseo inútil, la Nada? -Yo, el Señor, los atenderé... No los abandonaré... Señor, realiza tu promesa. Señor, ayúdanos también a atender a los pobres en todo lo que esté de nuestra parte. -Abriré en los montes, ríos y fuentes... Convertiré el desierto en lagunas... Y la tierra árida en hontanar de aguas... Pondré en el desierto cedros, acacias, mirtos, olivos, cipreses, pinos y enebros... De modo que todos vean y sepan que la mano del Señor ha hecho eso. Imágenes de lozanía, de fecundidad y de abundancia. En nuestro mundo tan «árido», tan duro... ¡haz que mane el «agua viva»! (Noel Quesson). “Para que vean y conozcan, reflexionen y aprendan de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho, que el Santo de Israel lo ha creado”.
2. Salmo (144,1 y 9.10-11.12-13ab). “Te ensalzaré, Dios mío, mi rey; bendeciré tu nombre por siempre jamás. El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. / Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que té bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas; explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad”. El hombre egoísta solo piensa en su propio bienestar. Solo Dios y los que lo aman pueden ser la salvación del mundo en todos los tiempos. Dios es nuestro libertador, porque solo en Él se halla la solución de los problemas humanos. Solo Él puede dar a los hombres sentimientos humanitarios. De todos modos la raíz de todos los males es el pecado y solo Dios puede perdonarlo. Juan el Bautista envió una embajada a Jesús para ver si Él era el Mesías. Jesús da la respuesta: «Los ciegos ven, los paralíticos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, la alegre noticia es anunciada a los pobres». Nosotros somos los ciegos, los paralíticos, los leprosos, los muertos. Cristo ha venido y nos ha curado, nos ha resucitado a la vida de la gracia. No tenemos necesidad de más Mesías ni de mesianismos. Cristo ha venido y con Él la salvación de todo el mundo, un nuevo orden social que mitiga y suprime la miseria humana.
3.- Evangelio según san Mateo (11,11-15). “En aquel tiempo, dijo Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo quela Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga»”. Juan Bautista se esforzó en vivir su vocación: le costó la cabeza. Pero fue fiel a su misión: Precursor del Mesías. De él profetizó Isaías diciendo que era la voz que clama en el desierto, preparando las sendas del Señor, enderezando sus sendas. Y toda su vida fue fiel a esta misión, desde le mismo seno materno proclamó a Jesús, moviéndose en el seno de su madre. Es grande Juan por su testimonio de vida entregada, penitente (se vestía con piel de camello, vivía en el desierto y se alimentaba de langostas y miel silvestre). Su vida era servicio a los demás: predica la conversión y penitencia y bautiza con agua anunciando que vendrá quien bautiza con el Espíritu Santo. Su coherencia es proverbial, proclama la verdad sin ningún respeto humano por quedar bien, o por miedo a perder la vida. Murió por denunciar al rey Herodes tener a Herodías, la mujer de su hermano. Le siguieron los primeros discípulos de Jesús: por lo menos Juan y Andrés, que luego llevaron a los demás.
No es fácil estar firme ante las dificultades, cuando estas hacen todo más duro. Los robles son fuertes y están curtidos ante vientos y heladas, están preparados y lo resisten todo. Las mimosas, cuando hiela flaquean, incluso se mueren. En la vida espiritual conviene que seamos fuertes, con espíritu deportista, entrenando una y otra vez: "El Reino de los Cielos padece violencia, y los esforzados lo conquistan." En la lucha espiritual, no cuentan los resultados sino la lucha en las cosas pequeñas de cada día: transformando la envidia en detalles de servicio, el mal genio en comprensión, la “memoria histórica” en perdón, la comodidad en pensar en los demás, el estar “en Babia” por prestar atención a lo que toca, el pesimismo por el volver a empezar.
"Hoy, decía san Josemaría Escrivá, que empieza un tiempo lleno de afecto hacia el Redentor, es un buen día para que nosotros recomencemos. ¿Recomenzar? Sí, recomenzar. Yo -me imagino que tú también- recomienzo cada jornada, cada hora; cada vez que hago un acto de contrición, recomienzo”. Y esto significa luchar “de tal manera que, detrás de cada pelea y de cada batalla, haya una pequeña victoria, con la gracia de Dios; y de este modo contribuimos a la paz de la humanidad”.
En el mundo, tan lleno de agresividad, falta paz. En un pueblo me contaron de niños violentos que se peleaban en la calle, aparentemente los padres eran educados, pero bajo esta educación: ¿qué veían los niños? Coincidimos en pensar que los niños captan lo que hay en el interior de los mayores, más allá de estas capas de educación con que a veces nos revestimos. Y viendo una tensión de violencia contenida, ellos salían violentos sin ninguna careta. Por esto, si de verdad queremos que haya paz en el ambiente, hemos de llevarla en nuestro corazón. Para ello, es importante no encerrarse en pequeños traumas e insatisfacciones, no conformarse con los fracasos, sino convertirlos en experiencia para recomenzar: luchar con perseverancia, convertir lo bueno en una ocasión de agradecimiento, y lo malo en ocasión de rectificar, con un poco más de amor. El tiempo litúrgico va clamando: ¡ven, Señor Jesús!, ¡ven! Estas son llamadas para ahondar en la fuerza y el amor que vienen de esta búsqueda sincera de Jesús, deseando que nazca en nosotros, que nos transforme en Él.
El examen de conciencia es una buena arma para luchar con este espíritu de victoria. El siervo de Dios Álvaro del Portillo nos aconsejaba “hacer a conciencia el examen de conciencia”, es decir poner atención a ahondar en las raíces de nuestra actuación, agradecer las luces sobre lo que aún no va, ya que saber a dónde hay que ir -qué es lo que hay que mejorar- es tener medio camino hecho.
A partir de hoy, y hasta el día 17, el hilo conductor de las lecturas lo llevará el evangelio de cada día, con la figura de Juan Bautista, el precursor del Mesías. Mientras que las lecturas del Antiguo Testamento nos irán completando el cuadro de los pasajes evangélicos. Si Isaías había sido hasta ahora quien nos ayudaba a alegrarnos con la gracia del Adviento, como admirable profeta de la esperanza, ahora es el Bautista quien, tanto en los domingos como entre semana, nos anuncia que se acaba el Viejo Testamento. y el tiempo de los profetas, que con Jesús de Nazaret empiezan los tiempos definitivos. Más tarde será María de Nazaret quien nos presente a su Hijo, el Mesías enviado por Dios.
En la Plegaria Eucarística IV del Misal se alaba a Dios por cómo ha tratado siempre a los débiles y pecadores: «cuando por desobediencia perdió tu amistad, no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». Como decía Isaías de Yahvé y su pueblo Israel, «yo te cojo de la mano y te digo: no temas». En el Adviento se deberían encontrar esas dos manos: la nuestra que se eleva hacia Dios pidiendo salvación, y la de Dios, que nos ofrece mucho más de lo que podemos imaginar. No es tanto que Dios salga al encuentro de nuestra mano suplicante, sino nosotros los que nos damos cuenta con gozo de la mano tendida por Dios hacia nosotros. Adviento es antes gracia de Dios que esfuerzo nuestro. Aunque ambos se encuentran en el misterio que celebramos. Ojalá todos, como prometía Isaías, «veamos y conozcamos, reflexionemos y aprendamos de una vez, que la mano del Señor lo ha hecho» (J. Aldazábal).

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