Viernes de la 1ª semana de Adviento. Jesús abre los ojos de los ciegos, y nos cura de los defectos cuando se lo pedimos
1. Isaías (29.17-24) profetiza de parte del Señor que el Líbano se convertirá en un paraíso, un jardín precioso; y se harán milagros: “oirán los sordos… verán los ojos de los ciegos”. Y ya no habrá tramposos. Los humildes y pobres se alegrarán en el Señor, como canta la Virgen María en su poema de acción de gracias a Dios. Como madre lo enseñó a Jesús, y debió «exultar» cuando vio a su hijo «abrir los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos», pues el Mesías ha sido anunciado por los profetas. Pero en el mundo todavía queda mucho mal, pobreza, miserias, hambre… nos queda mucho trabajo por hacer, de parte de Jesús.
2. El Salmo (26,1.4.13-14) canta: “el Señor es mí luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor”. Se acerca Jesús, y queremos hacer un belén precioso en nuestras casas, pero sobre todo en nuestro corazón, que allí esté a gusto para que nazca, que encuentre sitio donde poder estar: ¡Ven, Señor Jesús! Aunque nos veamos débiles, vamos a confiar siempre en Dios, que con Él estamos seguros.
3. El Evangelio (Mt 9,27-31) nos habla de dos ciegos que iban tras Jesús gritando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Y Jesús les dice: «¿Creéis que puedo hacer eso?». Dícenle: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos diciendo: «Hágase en vosotros según vuestra fe». Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Mirad que nadie lo sepa!». Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca. Muchos sufren, no ven tantas cosas bonitas de la vida. Muchos están solos. Otros, no ven a Dios, están ciegos por dentro, San Agustín lo decía así: “ciego y hundido, no podía concebir la luz de la honestidad y la belleza que no se ven con el ojo carnal sino solamente con la mirada interior”, pues sin la apertura a Dios la ceguera es una enfermedad incurable: “¿qué soy yo sin ti para mi mismo sino un guía ciego que me lleva al precipicio?”, la búsqueda del “ciego y turbulento amor a los espectáculos” es una forma de suplir esa carencia vital. El Papa habla de que la esperanza nos anima a desear lo mejor y para eso ensancha nuestro corazón para poderlo desear, quitar el vinagre y poder recoger la miel que nos da el Señor, y pedírsela como los ciegos: -"¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!". Decir como en la Misa: “Señor, ten piedad”, ten piedad de mí, Jesús, que tantas veces no estoy a la altura de lo que me pides, como decía aquel chiquillo que en el colegio fue ante el sagrario a hacer su oración: “Señor, tengo ganas de portarme bien, pero… ¡es que no me sale!” pues aunque no nos salgan resultados, si hacemos las cosas con la Virgen, si luchamos, ya tenemos la victoria, porque pase lo que pase tendremos cada vez más amor con esta lucha, con esa confianza y oración que le dice al Señor con humildad: “abandono en ti mi egoísmo, mis caprichos, mis gustos, mis planes, que me ciegan y no acabo de ver tu voluntad. Ten piedad y ábreme los ojos del espíritu para que te vea, para que te desee, para que quiera hacer lo que me pides”. Lo recordaba San Josemaría: “Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.
-Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo. Jesús, quiero prepararme para tu nacimiento, y me gustaría que me dieras más amor para que tenga reacciones de rabia y enseguida pida perdón, haga las paces y arregle las cosas con humildad, porque cuando me enfado lo veo todo mal como un ciego y quiero ver las cosas como Tú las ves. Las veo todavía según mis intereses: ahora tengo que estudiar y que nadie me moleste; ahora me debo un rato de música; mi deporte nadie lo toca; este programa no me lo puedo perder; etc... y me gustaría verlo con ojos de amor, verlo con los ojos de los demás.
Tú me conoces: hago propósitos de mejorar estos días, paso a paso, como un entrenamiento. Lo único que me pides es la humildad de no desanimarme, de reconocerlo, y lucha para rectificar, con esperanza. Acercarme más a Ti en la oración, y todo saldrá.
Jesús, tócame los ojos de mi corazón para que vea cómo servirte más y mejor cada día. Y si alguna vez no veo claro, haz que fiándome de Ti, te siga como te siguieron estos dos ciegos hasta que les diste la vista, seguro que así también quedaré curado. Porque si espero a ser más generoso hasta entenderlo todo perfectamente, no aprenderé a ser generoso ni tampoco llegaré a entender nada. Así aprenderé a dejarme llevar, a rezar más, a trabajar lo que toca y estudiar y llevar al día las cosas (Pablo Cardona. Llucià Pou Sabaté).
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