miércoles, 29 de diciembre de 2010

Martes de la 2ª semana de Adviento: El Señor nos llena de esperanza con su misericordia y su perdón: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobr

Isaías 40, 25-31. «¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno. ¿Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.
Salmo 102,1-2.3-4.8 y 10. R. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no nos trata como merecen nuestro pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Evangelio (Mt 11,28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Comentario: 1. Is 40,25-31. Estamos todavía al comienzo del llamado Segundo Isaías o «Libro de la Consolación». La invitación a la alegría y a la esperanza, contenida en los once primeros versículos, encuentra resistencia. El pueblo de la alianza se siente prisionero de una potencia más fuerte y abandonado de Dios: «Mi suerte está oculta a Yahvé, mi Dios ignora mi causa» (40,27). La respuesta del profeta a este estado de ánimo es doble: 1) Dios lo puede todo. Esta verdad se expresa en un lenguaje poético, no filosófico: «Las naciones son como gotas de un cubo y valen lo que el polvillo de balanza...; en su presencia, las naciones todas son como si no existieran» (vv 15.17). La interpretación profética de la historia ordena sistemáticamente los acontecimientos. Cuando describe la actuación de Dios, se preocupa menos de ofrecer una comprensión especulativa que de confirmar la fe en Yahvé. La piedad no se centra en el Absoluto, sino en la manifestación de Dios en la historia. Surge una fuerte adhesión a la libertad personal de un Dios que está por encima del tiempo, del espacio y de todas las cosas creadas. 2) Dios está en medio de su pueblo, pese a que el pueblo humillado tiene que escuchar constantemente la terrible invectiva «¿dónde está vuestro Dios?». Al reto de desconfianza responde bellamente el consolador del pueblo desterrado: «El da la fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido» (v 29). La exhortación sigue unas vías argumentativas que resonarán más tarde en el Areópago de Atenas, cuando Pablo diga que en Dios vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28). Pero Israel, que nunca ha sido fideísta, sabe que Dios oculta a menudo su poder bajo la debilidad. Esta pedagogía de la fe alcanzará su máximo despliegue en el Deus absconditus o Deus crucifixus de los cristianos (F. Raurell).
Israel no tiene razón alguna para desesperar. Ni siquiera para pensar que Dios se ha olvidado de ellos. Su poder no se agotó en la creación. -"¿Por qué andas hablando...?" ¿No tengo yo también la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo, que se desentiende de muchas cosas? -Este gran Dios -dice el profeta- es un Dios sorprendente. Se preocupa tanto más por los seres cuanto más pequeños y débiles son. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". Oh Señor, cumple tu promesa, dame "nuevas fuerzas". Devuelve cada mañana, a los hombres, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir, de emprender y de empezar de nuevo, de vencer siempre la desesperación.
-«¿Con quién me compararéis? ¿Quién podría igualarme?», dice el Dios santo. Los exilados podían dejarse impresionar por el despliegue de lujo deslumbrante del culto a los dioses de Babilonia. El profeta les recuerda que Yavé no es inferior a Marduk. HOY, el «poder del hombre» y sus realizaciones grandiosas podría deslumbramos o hacernos perder la cabeza.
-Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿Quién ha creado todo esto? El que despliega el ejército celeste y llama cada estrella por su nombre. Si somos capaces de admirar el poder y la inteligencia del hombre, ¿por qué seríamos ciegos ante la obra de Dios? Si se ha empleado tanta inteligencia y trabajo para enviar cosmonautas a la luna y naves espaciales tripuladas, ¿por qué no seríamos capaces de admirar la grandiosidad del cosmos con sus galaxias y billones de estrellas?
-Dios, desde siempre, es creador de los confines de la tierra... Su inteligencia es insondable. Las leyendas de Marduk celebraban con entusiasmo el triunfo del dios sobre el caos, sobre las fuerzas del mal. Me detengo a contemplar la «inteligencia» de Dios. En este momento billones de astros se están moviendo y girando en sus órbitas respectivas. La tierra gira en este momento y siempre. El sol se levanta en algún lugar, y suscita la vida. Y todo eso, ¿ya no nos maravillaría?
-¿Por qué afirmas tú, Israel: «Mi camino está oculto para mi Dios; al Señor se le pasa mi derecho?». Desarrollando la «grandeza» de Dios, el profeta corre el riesgo de cortar los puentes entre Dios y su pueblo. Ante un Dios tan grande, los hombres aparecen entonces como hormigas. ¿De qué modo pues, sus pequeñas o grandes preocupaciones podrían interesar a un Dios tan grande y tan lejano? Isaías recoge ante todo esa pregunta, pregunta de todos los tiempos. ¿No la he formulado yo también alguna vez? ¿No tengo a menudo la impresión de que Dios no se ocupa de mí, ni del mundo; que se desentiende de muchas cosas?
-¿Es que no lo sabes? Dios da vigor al cansado y al que no tiene fuerzas, le acrecienta la energía. Este gran Dios, dice el profeta, tiene un hacer sorprendente: ¡tanto más se interesa por los seres, cuanto más pequeños y débiles son! Revelación de la paternidad de Dios, de la maternidad de Dios. ¿No sucede también así en una familia que el amor la lleva a cuidar más del «más débil»?
-Los jóvenes se cansan, se fatigan... Los atletas vacilan abatidos... Mientras que los que ponen su esperanza en el Señor, El les renueva el vigor y corren ya, sin cansarse. El Dios grande y trascendente, creador de los astros y del cosmos, es también el Dios-cercano, que comunica su fuerza a los que se abren a El... a "los que ponen en El su confianza". A los exilados, llenos de lasitud, Isaías les revela una fuente de vigor. ¡Oh, Señor, cumple tu promesa, dame «nuevas fuerzas»! Devuelve, cada mañana, a la humanidad, a los más pobres, la ilusión y el vigor de existir; de emprender y de empezar de nuevo; así como la posibilidad de vencer siempre la desesperación (Noel Quesson).
Al que espera en Dios, en Jesús, le nacen alas de águila… Hoy hemos escuchado una lección de psicología sobre la esperanza, pieza importantísima en la vida humana: pasión que nos lanza hacia objetivos de alta calidad; actitud moral positiva e impulsora de grandes proyectos; y virtud teologal que eleva nuestro horizonte hasta la vida en Dios. Todo eso en el Adviento, al escuchar los oráculos de Isaías, se muestra como don de Dios al hombre y adquiere rasgos muy relevantes: -porque vemos que todo el proyecto creador y salvífico de Dios para el hombre avanza por caminos de audaz esperanza en la historia de la salvación; -porque nos enseña a vivir como esforzados atletas en medio de las dificultades de la existencia, para no caer en desánimo y depresiones; -porque nos encarece que hemos de saber conjugar actitudes e ideales nobles -de esperanza- con pasos arriesgados y realistas por el camino de la verdad y del bien.
2.–El Salmo 102 nos hace contemplar la grandeza de Dios frente a nuestra debilidad, que, no obstante todo el progreso humano, conocemos por la constante experiencia de nuestras limitaciones. Reconozcamos que el poder salvador de Dios no es solo para el justo. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva. Él viene a buscar lo que estaba perdido. Como los israelitas, muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos abandona. En el oráculo que hoy trae la liturgia se nos da una respuesta. Es el creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se cansa y está atento a las súplicas de su pueblo. La persona fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque El cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de gracia y de ternura como dice el salmista. ¡Si de verdad tuviéramos Fe...! Nada nos parecería difícil ni duro porque siempre nos sostendría la certeza de que "quienes esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse". Tengo para mí que le Fe se ejercita en el agradecimiento. El salmo responsorial de este día nos regala las mejores palabras para mirar la realidad que nos circunda y nuestro propio interior con un corazón agradecido descubriendo en cuanto pasa y nos pasa, un designio de amor. Si no nos paga según nuestras culpas, ¿cómo es posible dudar?
Espera y renueva tus fuerzas… ¡Alma mía!, espera y bendice al Señor. No olvides sus beneficios y vuelve a Él tu mirada arrepentida. El Señor que es bueno, pastor solícito, amigo entrañable, perdona tus culpas, cura tus llagas, sana tus dolencias, rescata tu vida de la fosa del pecado, te llama sin ira, te espera sin enojo, te colma de gracia con ternura. Es tan compasivo y misericordioso que nunca nos trata como merecen nuestras culpas... (Sal 102). En la liturgia de este día hagamos nuestra oración de esperanza teniendo presentes a quienes menos pueden y más nos necesitan: los pobres de pan y de espíritu, millones de hombres que carecen de trabajo, justicia y amor en el mundo, incluso en nuestro propio entorno. No pediremos a Dios, porque sería ofenderle, que ponga un ángel al frente de rebeliones multitudinarias; pediremos ardientemente que cambie el corazón y la mente de los poderosos y de los débiles, de los cultos e incultos, de los ricos y los pobres, para que todos deseemos y busquemos la verdad en la justicia, la felicidad en un bienestar moderado y la alegría en servir a los demás tanto como en cuidarnos a nosotros mismos.
3. Muchas veces tenemos la tentación de la preocupación, que nos agobia, nos quita la paz. Hemos establecido unas normas, y cuando nos salimos nos sentimos inquietos, nuestro afán de ser “perfectos” es tan grande que somos capaces de cambiar las normas, incluso de decir que los mandamientos están caducados, antes de reconocer que fallamos, sin que esto nos agobie. Hay una reacción psicológica de volvernos agresivos cuando nos sentimos mal en la conciencia. Así como cuando tenemos una piedra en el zapato nos duele, también en el corazón hay “piedras” que nos hacen sufrir, y por eso discutimos y estamos de mal humor, al menos es una de las causas de nuestro malestar. Y hemos de quitar la piedra que causa la desazón. Pero estas piedras muchas veces las hemos intentado… Jesús no deja inquieta a la mujer sorprendida en adulterio (1 Jn 8, 11), sino que la atiende, defiende y luego la anima: “vete en paz, y no vuelvas a pecar”. Con el buen ladrón suspendido en la cruz tiene una respuesta mucho más esperanzada aún: “en verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Jesús no tiene memoria de las reglas que pone la Iglesia: «En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se recuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo -reconoce monseñor Van Thuân- le hubiera respondido: "no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio". Sin embargo, Jesús, le respondió: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Había olvidado los pecados de aquel hombre. Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo. Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo». Con el paralítico de Cafarnaún (Mc 2, 1-12) y en otros muchos pasajes vemos como vino a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 19, 10). Esto nos crea problemas, pues nos cuesta leer las palabras de Isaías: “Venid y entendámonos -dice Yahvé-. Aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarán blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, llegarán a ser como la blanca lana” (Is 1, 18). Jesús es príncipe de la paz, y los pensamientos que no son de paz no son de Dios, por mucha apariencia que tengan de santos como son los remordimientos por pecados, o que no somos bastante santos. Jesús muestra su misericordia, de modo especial, en su actitud con los pecadores. Ya lo anticipaba el profeta: "Yo tengo pensamientos de paz y no de aflicción” (Jer 29, 11), palabras con las que la liturgia aplica a Jesús, al acabar el año litúrgico. No viene a condenar, sino a salvar, a perdonar, a disculpar, a traer paz y alegría (cf. San Josemaría Escrivá de Balaguer, “Es Cristo que pasa”, 165).
En realidad, si Dios me quiere como soy, si lo que Dios permite algo malo, por la libertad de la que gozamos todos y de aquello sacará un bien, ¿de qué he de preocuparme? Hay un solo mal, y es el pecado, pero este no ha de motivarnos más que a la conversión, transformar el remordimiento en arrepentimiento, sin querer “estar en regla”: "Porque Dios, aun ofendido, sigue siendo Padre nuestro; aun irritado, nos sigue amando como a hijos. Sólo una cosa busca: no tener que castigarnos por nuestras ofensas, ver que nos convertimos y le pedimos perdón" (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 22, 511). Hoy entendemos que el pecado no es el castigo divino, sino la falta de acogida al amor de Dios, y por tanto la soledad por rechazo de esa mano amorosa que Él siempre nos tiende: "La omnipotencia de Dios -dice Santo Tomás- se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera de demostrar que Dios tiene el poder supremo es perdonar libremente" (Suma Teológica, 1, q. 25, a. 3 ad 3).
La paz es mucho más palpable con "el sacramento de la alegría" (en palabras de Pablo VI), la confesión. Pues aún en lo más alto que hay en la tierra, la Eucaristía, no sentimos nada emotivo muchas veces, pero la confesión siempre deja paz y alegría, algo casi físico de bienestar. Jesús es manso y humilde porque tiene paz, por eso da paz. Hemos visto que la piedra que a veces nos duele y que explota en ira es la inquietud, y que a veces nos engañamos y ponemos nombre cristiano a esa cerrazón del remordimiento, y cómo la apertura a la Verdad nos da paz auténtica aún en nuestros errores y nos lleva al perdón.
Podríamos añadir que las manifestaciones de violencia son en el fondo signos de debilidad: los violentos son débiles de mente o de corazón, tienen una pobreza espiritual, son disminuidos en alguna de esas facultades del alma. “Los
mansos poseerán la tierra”, reza una de las bienaventuranzas: se poseerán a sí mismos, sin ser esclavos del mal carácter; poseerán a Dios en disposición de apertura en la oración, y poseerán a los demás con su buen ambiente, el buen aroma de Cristo (2 Corintios 2,15), manifestado en la sonrisa, calma y serenidad, buen humor y capacidad de broma, comprensión y tolerancia…
Siempre estamos en lo mismo: tener paz es repartirla y verlo todo de un mejor modo. Así nos animaba Juan Pablo II: “Permitid a Cristo que os encuentre. ¡Que conozca todo de vosotros! ¡Que os guíe! Nadie es capaz de lograr que lo pasado no haya ocurrido; ni el mejor psicólogo puede liberar a la persona del peso del pasado. Sólo lo puede lograr Dios, quien, con amor creador, marca en nosotros un nuevo comienzo: esto es lo grande del sacramento del perdón: que nos colocamos cara a cara ante Dios, y cada uno es escuchado personalmente para ser renovado por Él.
Cargados de normas, compromisos, objetivos, estamos expuestos a una tendencia casi depresiva. Nos vertemos en el exterior y perdemos nuestra esencia, interioridad, como decía uno: “Quizá hemos luchado para ser perfectos y en el fondo lo único que queremos es sentirnos amados”. Cuesta no dejarse llevar por el dinero, por el prestigio o por el poder, pero con Jesús todo es posible.
"Venid a mí..." Que resuenen estas palabras para ir a Jesús, en el trabajo diario, con el cuidado de las cosas pequeñas, con la sonrisa, en la pobreza, el olvido de mi yo… que sepamos tomar esta dulce carga: "Cualquier otra carga te oprime y te abruma, mas la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de las alas y verás como vuela." (S. Agustín Sermón 126). Jesús quería liberarnos del insoportable peso de los numerosos preceptos y prohibiciones que rodeaban la ley de Moisés (Mt 23, 4) y que hoy nos rodean de otras formas, y quiere darnos este “descanso” que es paz.
El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones: espera con impaciencia que nos demos del todo ( ... ) Quizá pensaréis: responder que sí a ese Amor exclusivo, ¿no es acaso perder la libertad? (...) Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez que servir a Cristo Señor nuestro comporta dolor y fatiga. Negar esta realidad supondría no haberse encontrado con Dios. El alma enamorada conoce que, cuando viene ese dolor, se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga es suave, porque lo lleva Él sobre sus hombros. Pero hay hombres que no entienden, que se rebelan contra el Creador ( ... ) Son almas que hacen barricadas con la libertad. ¡Mi libertad, mi libertad! ( ... ) Su libertad se demuestra estéril, o produce frutos ridículos, también humanamente. Él que no escoge -¡con plena libertad!- una norma recta de conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros. ¡Pero nadie me coacciona!, repiten obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres, personales. ( ... ) Nada más falso que oponer la libertad a la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad, cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. La libertad sólo puede entregarse por amor. Por amor a la libertad, nos atamos. Únicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que Él nos ganó en la Cruz [J. Escrivá, Amigos de Dios, 28-32]. El verdadero descanso para mi alma lo experimento, Jesús, cuando cumplo tu voluntad, aunque me cueste, atándome a ese yugo tuyo por amor, entregándote libremente mis gustos, mis intereses, mis deseos, porque me da la gana quererte sobre todas las cosas. A pesar de tener esta idea muy clara, a veces me canso de luchar. Que sepa acudir a Ti en esos momentos de fatiga, para descargar ese peso en tus manos paternales, dejándome también guiar en la dirección espiritual, con humildad (Pablo Cardona).
Venid a mí todos los que estás agotados. El Señor ofrece paz y sosiego a las personas que está oprimidas por muchas causas. El Maestro bueno opone a esta carga su yugo, hecho de mansedumbre, humildad y amor. Comenta San Agustín: «Las cargas propias que cada uno lleva son los pecados. A los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables, y que bajo ellas sudan en vano, les dice el Señor: “Venid a Mí todos”… ¿Cómo alivia a los cargados de pecado, sino mediante el perdón de los mismos? El orador se dirige al mundo entero, desde la especie de tribuna de su autoridad excelsa, y exclama: “Escucha, género humano, escuchad, hijos de Adán; oye, raza que te fatigas en vano. Veo vuestro sudor, ved mi don. Sé que estáis fatigados y agobiados y, lo que es peor, que lleváis sobre vuestros hombros pesos dañinos; y, todavía peor, que pedís no que se os quiten esos pesos, sino que os añadan otros… Concedo el perdón de los pecados pasados, haré desaparecer lo que oprimía vuestros ojos, sanaré lo que dañó vuestros hombros. Llevad mi yugo. Ya que para tu mal te había subyugado la ambición, que para tu salud te subyugue la caridad… Esos pesos son alas para volar. Si quitas a las aves el peso de las alas, no pueden volar… Toma, pues, las alas de la paz; recibe las alas de la caridad. Ésta es la carga; así se cumple la ley de Cristo» (Sermón 164, 4; Manuel Garrido Bonaño).
Llucià Pou Sabaté

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