sábado, 8 de mayo de 2010

SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: seguir a Jesús es estar en el mundo sin ser mundanos, preferir la gloria de Dios a la del mundo:...


...trabajar por extender el Evangelio aunque suponga contradicciones


Pablo, Bernabé, Silas y Judas, tras su largo viaje, pasaron un tiempo juntos en Antioquía. Hasta que un día Pablo dijo a Bernabé: volvamos a visitar las comunidades que fundamos. Bernabé aceptó la invitación, pero quiso que con ellos fuera también Marcos. Pablo no aprobó este deseo, recordando que Marcos los había dejado anteriormente. Por ese motivo surgió entre ellos una aguda tensión, como sucede tantas veces en la vida, y, por el bien de la paz fraterna y apostólica, cada cual tomó su propio camino: Bernabé, con Marcos, se dirigió a Chipre; y Pablo, con Silas, se fue hacia Siria y Cilicia. En la lectura de hoy se habla sólo de Pablo y Silas. Comenzaron por Antioquía, donde concluirá también la misión en primavera del año 53, después de 3 años de viaje: “Pablo y Silas llegaron a Derbe y Listra. Había allí un discípulo llamado Timoteo, hijo de un griego y de una judía cristiana... Pablo quiso llevárselo consigo y, por consideración a los judíos de la región, lo circuncidó, aunque todos sabían que su padre era pagano.

Según pasaban por las ciudades comunicaban a los fieles las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén..., y las iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día... Atravesaron Frigia y Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Llegados cerca de Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y bajaron a Tróade. Durante la noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: ven a Macedonia y ayúdanos. En cuanto tuvo la visión, intentamos inmediatamente pasar a Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio” (Hechos 16,1-10).

Conforme iba pasando por las ciudades, les entregaba, para que las observasen, las decisiones tomadas por los Apóstoles y los Ancianos en Jerusalén... Empieza visitando de nuevo sus comunidades -es la tercera vez-. Pablo y Timoteo recorrieron entonces casi toda la Turquía actual. Pero no hicieron siempre lo que hubieran querido. ¿Qué dificultad les cerró la puerta de Bitinia? En todo caso, lo dejan dócilmente una vez más, a cuenta del Espíritu, y se someten religiosamente, a esta imposibilidad de evangelizar que han encontrado en su ruta. Danos, Señor, este espíritu sobrenatural, esta docilidad total.

Hasta aquí Pablo evangelizó Asia Menor -la actual Turquía-. Dios le empuja a ir más lejos, a abordar un nuevo continente, la Grecia propiamente dicha -Europa-. ¡Es un hombre quien le llama «Ven a ayudarnos»! El paganismo, en el fondo, es la peor miseria y en lo más hondo de sí mismo el hombre aspira a verse liberado de ello: «¡ayúdame!» Es la llamada de un hombre que me pide que le comunique la buena nueva. ¿Estoy atento a las llamadas que percibo a mi alrededor? Los peldaños del evangelio son muchos: valores humanos, rectitud de conciencia, sentido del deber, pobreza, lucha por la justicia, competencia profesional, generosidad y abnegación en el servicio de los demás... etc.

¡Cuán emocionante resulta ese «macedonio» pidiendo «socorro»! Ese hombre que llama, ¡es Dios que llama! Tal es el origen de la Misión. Una llamada de Dios. ¡Dios llama! Por desgracia, cuántas veces no le oímos. Perdón, Señor, por rehusar tan a menudo la llamada de nuestros hermanos y la llamada de Dios que aquella contiene (Noel Quesson).

San Juan Crisóstomo dice que todos los cristianos han de participar en la evangelización de los no creyentes: «No puedes decir que te es imposible atraer a los demás. Si eres verdadero cristiano, es imposible que esto suceda. Si es cierto que no hay contradicción en la naturaleza, es también verdad lo que nosotros afirmamos, pues esto se desprende de la misma naturaleza del cristiano. Si afirmas que un cristiano no puede ser útil, deshonras a Dios y lo calificas de mendaz. Le resulta más fácil a la luz convertirse en tinieblas que al cristiano no irradiar. No declares nunca una cosa imposible, cuando es precisamente lo contrario lo que es imposible. Hoy pedimos: «Señor, Dios Todopoderoso, que por las aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna; ya que has querido hacernos capaces de la vida inmortal, no nos niegues ahora tu ayuda para conseguir los bienes eternos» (Colecta).

«Que toda la tierra aclame al Señor». «Aclamad al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es Dios; que Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño. El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Salmo 100/99,2.3.5). En este cántico se concentran la fe y esperanza de Israel. Como siguiendo la invitación del salmo, la Virgen María eleva su canto de alegría. Reconozcamos que el Señor es Dios, que fue Él quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño. Dios nos manifiesta su bondad, su misericordia y su fidelidad. Quienes creemos en Él debemos vivir también esa fidelidad a su amor, manifestando con nuestras buenas obras que realmente Dios vive en nosotros y nosotros en Él. Ante él nos ofrecemos, en el pasado de la creación ("él nos hizo"), el presente de la alianza y del culto ("somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño") y el futuro, en el que la fidelidad misericordiosa del Señor se extiende "por todas las edades", mostrándose "eterna".

El pueblo de Dios, "las ovejas de su rebaño", su "propiedad entre todos los pueblos", celebra la liturgia. Puede decir: "el Señor es mi pastor; nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas".

El Señor es Dios, el Señor es nuestro creador, nosotros somos su pueblo, el Señor es bueno, su misericordia es eterna y su fidelidad no tiene fin.

"Aclama al Señor, tierra entera". Comprenderás el júbilo de toda la tierra, si tú mismo aclamas al Señor".

En una situación de rechazo y persecución, resuenan las palabras del Maestro: “Jesús siguió hablando en su discurso a los discípulos: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros”. La exhortación a la comunidad cristiana comienza con un recuerdo lapidario: la expresión "sabed" invita a los oyentes a reflexionar sobre su situación fundamental y a que piensen en aquel Jesús al que se han unido mediante la fe. Los discípulos ya no pertenecen al mundo.

“Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia”. Los discípulos "no son del mundo", han pasado ya "de la muerte a la vida", por lo cual se han despojado de su naturaleza mundana. Para el mundo ya no son "lo suyo", sino que ahora pertenecen a Jesús. Él los ha hecho suyos mediante su elección. Porque ya no pertenecen al mundo, tampoco el mundo les demuestra su amor, habiendo perdido a sus ojos todo interés. Pablo llegará a decir que "están crucificados con Jesús". Sin embargo, han de vivir en el mundo aunque no pueden llegar a sentirse en el mundo como en su propia casa. El discípulo de Jesús no puede ya identificarse con el mundo. Y eso es justamente lo que el mundo no le puede perdonar "por eso el mundo os odia". "Y todo esto lo hará con vosotros a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió". Jesús es el testigo por excelencia del amor y de la fidelidad de Dios, pero el pueblo judío prefiere llamarle blasfemo antes que reconocerlo como Hijo de Dios. Para creer en Jesús de Nazaret y aceptar el Reino inaugurado en su persona, el pueblo elegido tendría que haber renunciado a su orgullo, a su seguridad en sí mismo. Prefirió suprimir al testigo molesto. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y encarna la sabiduría de Dios. Por eso, tiene que sufrir inevitablemente los ataques del hombre que se cree dios de sí mismo y que no puede renunciar a ser él el autor de su propia salvación. Este hombre siempre buscará acusaciones contra la Iglesia, por los mismos motivos que las buscó contra Jesús. Entonces no se aceptó a Jesús como enviado de Dios. Ahora no se acepta a la Iglesia como enviada de Cristo.

“Recordad lo que os dije: no es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra..." (Juan 15,18-21). Estamos bien advertidos. No tenemos por qué extrañarnos de ser rechazados. La conducta del cristiano, en el mundo, debería ser una conducta original que no adquiere todo su sentido más que para el que tiene Fe. Nada de extraño, pues, que muchos hombres rechacen a los cristianos. "Bienaventurados seréis si sois perseguidos". La persecución es un medio de unión con Cristo: ser objeto de burla por la fe o por la moral cristiana, es correr la misma suerte que Jesús. En la época en que Juan escribía esto, muchos cristianos morían mártires. "Seréis odiados a causa de mi nombre". Ser un signo de contradicción... a imitación de Jesús. Señor, perdóname el ser demasiado semejante al “mundo pecador”, y el no parecerme suficientemente a ti.

-“Porque no sois del mundo, sino que yo os elegí del mundo, por esto el mundo os aborrece”. Para san Juan, habitualmente, el mundo significa "el mundo pecador' "el mundo que rehúsa a Dios". El conflicto es implacable: "el mundo os detesta." “Mundo” para él es lo que entendemos como “mundanidad” (Noel Quesson). Va a ser una historia de lucha entre el bien y el mal. Como lo ha sido en la persona de Cristo, el maestro, lo será del mismo modo con sus seguidores: «si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros».Y es que de por medio está el gran contraste: ser del mundo o no serlo. Hay diferencia entre «estar en el mundo» y «ser del mundo», o sea, compartir los criterios del mundo. El «mundo» para Juan es siempre el conjunto de las fuerzas del mal, opuestas al Reino que quiere establecer Jesús.

Las palabras de Jesús en la Última Cena nos avisan también a nosotros de que va a ser difícil nuestra relación con el mundo. Como lo fue para Cristo Jesús. El mundo no recibió a Cristo, y podemos caer en el «mimetismo», la asimilación insensible de la jerarquía de valores del mundo, en vez de la de Cristo. Todos somos conscientes de que las bienaventuranzas de este mundo no coinciden en absoluto con las de Jesús, y que nos hace falta lucidez para discernir en cada caso. ¿A cuáles nos apuntamos?, ¿nos dejamos manipular, por las verdades de este mundo y por sus promesas a corto plazo, por cobardía y por pereza, o nos mantenemos fieles a Jesús, el único que «tiene palabras de vida eterna?” (J. Aldazábal). Comenta San Agustín: «Si queréis saber cómo se ama a sí mismo el mundo de perdición que odia al mundo de redención, os diré que se ama con un amor falso, no verdadero. Y si se ama con amor falso, en realidad se odia: porque quien ama la maldad tiene odio a su propia alma... Pero se dice que se ama porque ama la iniquidad que le hace inicuo; y se dice que a la vez se odia, porque ama lo que es perjudicial. En sí mismo odia la naturaleza y ama el vicio; ama lo que en él hizo su propia voluntad. Por lo cual se nos manda y se nos prohíbe amarlo. Se nos prohíbe cuando dice: “No améis el mundo”; y se nos manda en aquellas palabras: “Amad a vuestros enemigos”. Se nos prohíbe, pues, amar en él lo que él en sí mismo odia, esto es, la hechura de Dios y los múltiples consuelos de su bondad. Se nos prohíbe amar sus vicios y se nos manda amar su naturaleza, ya que él ama sus vicios y odia su naturaleza. A fin de que nosotros lo amemos y odiemos con rectitud, ya que él se ama y se odia con perversidad».

Para participar en las competiciones del estadio, uno tiene que entrenarse y ejercitarse y se considera feliz si bajo la mirada de la multitud le entregan el premio. Pero aquí hay una competición más noble y deslumbrante. Dios mismo mira nuestro combate, nos mira como hijos suyos y Él mismo nos entrega el premio celestial. Los ángeles nos miran, nos mira Cristo y nos asiste. Pertrechémonos con todas nuestra fuerzas, libremos el buen combate con un ánimo animoso y una fe sincera”.

jueves, 6 de mayo de 2010

VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios cuida de nosotros, y nos manda su salvación y la ley del amor.


Las resoluciones del Concilio tienen una parte de doctrina y una parte de normas variables, pero todos lo aceptan, aunque parece que siguen con una parte de la antigua ley, dice S. Juan Crisóstomo, “parece conservar la Ley porque toma de ella varias prescripciones, pero en realidad la suprime, porque no las toma todas. Había hablado con frecuencia de estas prescripciones, pero buscaba la Ley y establecer, sin embargo, estas normas como venidas no de Moisés sino de los Apóstoles”: “Concluida la deliberación, los apóstoles y los presbíteros, con toda la Iglesia, acordaron elegir a algunos de entre ellos para que se fueran a Antioquía con Pablo y Bernabé”. Se envía pues una delegación de Jerusalén a Antioquía.
“Los elegidos fueron Judas, Barsaba y Silas, miembros eminentes de la comunidad. Y les entregaron esta carta: ‘Los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo... En vista de lo sucedido entre vosotros, os enviamos a Silas y Judas para que os digan de palabra lo que sigue: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”, Señor, cambia nuestros corazones; conviértenos!
…“no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud”... Los fieles, al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho” (Hechos 15,22-31).
-“Los delegados, después de despedirse, bajaron a Antioquía donde reunieron a la Asamblea y entregaron la carta. La leyeron, y los hermanos se regocijaron de aquel aliento”. Después del primer Concilio, Pablo partió, pues, de nuevo hacia sus comunidades. Cuida de que se apliquen las decisiones tomadas: "obedecer"... "observar" unas decisiones... Estas palabras no están de moda, precisamente HOY. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en esas decisiones suele haber siempre uno u otro punto que no corresponde exactamente a lo que yo solo habría decidido. Cualquier obediencia a una decisión colectiva -de un grupo o de un responsable- toma la apariencia de un sacrificio de los propios puntos de vista. En familia, en un equipo de trabajo, en la Iglesia, ¡esto resulta siempre verdad! «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.» Señor, ayúdanos a vivir esas «diversidades», y esos "esfuerzos hacia la unidad". Haz de nosotros unos artesanos de la progresión misionera de la Iglesia. Abre tu Iglesia a los gentiles. ¡Abre nuestros corazones a tus proyectos! (Noel Quesson).
Canta el salmo la confianza en el Señor, y así como se avecina la aurora a medida que pasa la noche, así la salvación se acerca en la tribulación: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar. Despierta gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora. Te daré gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para Ti ante las naciones; por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes. Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria» (Salmo 57/56,8-12). Así lo comentaba Juan Pablo II: “Es una noche tenebrosa, en la que merodean fieras voraces. El orante está esperando que despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos…
En la práctica, se trata del paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de una pesadilla a la serenidad, de la súplica a la alabanza”. Luego las tinieblas ya se han disipado: el alba de la salvación se ha acercado gracias al canto del orante… y el salmo concluye con un cántico de alabanza dirigido al Señor… la Bondad y la Fidelidad divina… inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y de las persecuciones.
Dios cuida de nosotros y todo lo que pasa será para bien: “Con la claridad de Dios en el entendimiento, que parece inactivo, nos resulta indudable que, si el Creador cuida de todos -incluso de sus enemigos, ¡cuánto más cuidará de sus amigos! Nos convencemos de que no hay mal, ni contradicción, que no vengan para bien: así se asientan con más firmeza, en nuestro espíritu, la alegría y la paz, que ningún motivo humano podrá arrancarnos, porque estas visitaciones siempre nos dejan algo suyo, algo divino. Alabaremos al Señor Dios Nuestro, que ha efectuado en nosotros obras admirables, y comprenderemos que hemos sido creados con capacidad para poseer un infinito tesoro” (S. Josemaría).
“Jesús continuó hablando a sus discípulos: este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. “He aquí mi mandamiento”... es nuevo, porque aún hoy no se vive… “El Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que Él ama, estalla en llamaradas inefables: un nuevo mandamiento os doy, les confía: que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros, y que del modo que yo os he amado así también os améis recíprocamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (…) Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento? Como acabamos de escuchar, el amor al prójimo estaba prescrito en el Antiguo Testamento, y recordaréis también que Jesús, apenas comienza su vida pública, amplía esa exigencia, con divina generosidad: habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian.
Señor, permítenos insistir: ¿por qué continúas llamando nuevo a este precepto? Aquella noche, pocas horas antes de inmolarte en la Cruz, durante esa conversación entrañable con los que -a pesar de sus personales flaquezas y miserias, como las nuestras- te han acompañado hasta Jerusalén, Tú nos revelaste la medida insospechada de la caridad: como Yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús. Además, Él no nos propone esa norma de conducta como una meta lejana, como la coronación de toda una vida de lucha. Es -debe ser, insisto, para que lo traduzcas en propósitos concretos- el punto de partida, porque Nuestro Señor lo antepone como signo previo: en esto conocerán que sois mis discípulos (...) La característica que distinguirá a los apóstoles, a los cristianos auténticos de todos los tiempos, la hemos oído: en esto -precisamente en esto- conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tenéis amor unos a otros. Me parece perfectamente lógico que los hijos de Dios se hayan quedado siempre removidos -como tú y yo, en estos momentos- ante esa insistencia del Maestro. El Señor no establece como prueba de la fidelidad de sus discípulos, los prodigios o los milagros inauditos, aunque les ha conferido el poder de hacerlos, en el Espíritu Santo. ¿Qué les comunica? Conocerán que sois mis discípulos si os amáis recíprocamente (...)
Si percibes que tú, ahora o en tantos detalles de la jornada, no mereces esa alabanza; que tu corazón no reacciona como debiera ante los requerimientos divinos, piensa también que te ha llegado el tiempo de rectificar. Atiende la invitación de San Pablo: hagamos el bien a todos y especialmente a aquellos que pertenecen, mediante la fe, a la misma familia que nosotros, al Cuerpo Místico de Cristo.
El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?” (san Josemaría).
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos; y vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
A vosotros ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Pero sabed que no sois vosotros los que me habéis elegido, sino que soy yo quien os ha elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure...” (Juan 15,12-17). Su origen es divino: "Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él! En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,7 ss.).
-En primer lugar, pues, amar a Dios por sí mismo: estamos creados para vivir de este amor, que se realizará plenamente en el Cielo: “Mis palabras son espíritu y vida” (Jn 6,64); “Yo soy la verdad, el camino y la vida” (Ioh. 14, 6). Dios merece ser amado por ser Él quien es y por todo lo que ha hecho por nosotros: contemplarlo es poner los medios para orientar nuestra vida hacia el amor de Dios (la caridad debe informarlo todo), hacer la voluntad divina. “¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios” (Juan Pablo II). ¿Entiendo la necesidad y la felicidad de tratar íntimamente a Dios?, o, ¿es para mí una “obligación” la práctica de la religión? ¿Me falta tiempo para relacionarme con Dios? ¿Conozco la intimidad trinitaria?; ¿conozco mi vocación a participar de esta intimidad divina, como Hijo de Dios? ¿Me remueve (me ayuda a reaccionar) el recuerdo de la vida de Jesucristo? ¿Valoro el honor –don inmerecido– que supone estar bautizado, tener buena formación, poder recibir con relativa facilidad los sacramentos?
-Én segundo lugar, amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Este mandamiento nuevo es el testamento de Jesús, la caridad. La caridad la debemos ejercitar a diario en la convivencia con los demás, sabiendo servir, ayudar, comprender, disculpar... No querer ser el centro de nada. ¡Qué bien suenan aquí aquellos versos de Tagore: "Dormía y soñaba que la vida no era otra cosa que alegría. Desperté y vi que la vida no era más que un servicio. Empecé a servir y vi que el servicio era la alegría". Abrir los ojos a los demás, a sus virtudes: "Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás". Esta caridad se ha de manifestar en el uso de la lengua. Criticar es muy fácil. Destruir la vidriera espléndida de una catedral lo puede hacer el primer insensato con una piedra, así el honor de alguien por maledicencias... Construir, edificar es tarea que requiere artistas...
El mandato de la caridad quedó profundamente grabado en los Apóstoles y en los primeros cristianos. Los paganos al verles exclamaban: ¡mirad cómo se aman! Ahí tenemos un punto bien concreto para nuestro examen: ¿los demás pueden decir de nosotros que destacamos -los cristianos- porque amamos a los demás, porque servimos?...
No es que amemos nosotros, es que Dios nos ha amado primero. “La caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque Él nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por Dios. Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el último detalle.
Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones” (San Josemaría).
“El pensamiento de Jesús, en la última cena, progresa como en círculos. Ya había insistido en que sus seguidores deben «permanecer» en Él, y que en concreto deben «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Ahora añade matices entrañables: «no os llamo siervos, sino amigos», «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido». Y sobre todo, señala una dirección más comprometida de este seguimiento: «éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado». Antes había sacado la conclusión más lógica: si Él ama a los discípulos, estos deben permanecer en su amor, deben corresponderle amándole. Ahora aparece otra conclusión más difícil: deben amarse unos a otros. No es un amor cualquiera el que encomienda. Se pone a sí mismo como modelo. Y Él se ha entregado por los demás, a lo largo de su vida, y lo va a hacer más plenamente muy pronto: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por


Se reúne la Iglesia jerárquica (los pastores) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de la Antigua Ley. “En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante y superflua para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos. El discurso de Pedro es breve y cierra el debate: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
“Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...” (Hechos 15,7-21). -Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la palabra Santiago y dijo... La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás debe ir por delante de los derechos personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY, también a aceptar plenamente - tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión. - como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”» (Salmo 95,1-3.10). La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación ofrecida a todos,
Dios cuida de nosotros, no nos deja solos, y no por la violencia, sino por ese amor que le lleva a dar la vida por nosotros. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Es lo que nos dice en el Evangelio: “Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que Él es amado por el Padre. Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… a un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas! Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre. -“Si guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático. -“Permaneceréis en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
…”lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para Él. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Juan 15,9-11). Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
La seguridad de que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en Él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
"Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya». «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta).
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).

MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.


Hoy vemos cómo fue el primer «Concilio» de Jerusalén. Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a la Iglesia. La primera fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Los cristianos «judaizantes», fieles a la Ley de Moisés, pensaban así. Era sobre todo pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente -sino que la práctica de la Ley era también necesaria-... Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén para tratar esta cuestión. “En aquellos días, unos que vinieron de Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó un altercado y fuerte discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y, a causa de esto, decidieron en la Comunidad que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y demás responsables. Decidieron que Pablo y Bernabé, con algunos otros, acudieran a los Apóstoles y presbíteros en Jerusalén, para tratar de esta cuestión.
Así pues, ellos, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, narrando con detalle la conversión de los gentiles y causando gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios. Tras oírles, algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y demás responsables se reunieron para estudiar el asunto” (Hechos 15,1-6). «Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas... entre dos grupos y dos mentalidades en la Iglesia (Noel Quesson). Hay problemas, como después los habrá a lo largo de la historia, pero saben hablar, no se enfadan ni hacen guerras, las discusiones no acaban en peleas, sino escuchando los unos a los otros los argumentos que tienen que aportar, y discerniendo en común lo que es más fiel a la voluntad de Dios. Como ahora, hay posturas en la Iglesia: ojalá busquemos la fidelidad a Cristo, y no la victoria personal (J. Aldazábal). San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”».
El salmo canta la peregrinación a Jerusalén, la ciudad santa, donde Jesús peregrinó, y hoy van los apóstoles a hacer el primer Concilio, para proclamar el Evangelio como un mensaje de paz. Es la casa del Señor, la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5).
Pedimos en la Colecta estar en la luz de la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error». El Evangelio nos trae la imagen de la viña, tradicional en la Biblia, para traducir el amor de Dios para con su pueblo. La "viña" era el pueblo de Dios". “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Aquí afirma: "Yo soy el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel". “Mi Padre es el viñador”. En el "pueblo de Dios de hoy", es decir, en la Iglesia, Dios está manos a la obra. El viñador cuida su viña. ¿Qué hace este viñador?
“A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto...” - La comparación del viñador es muy realista: en invierno corta toda la madera seca y la echa al fuego... y poda una parte de la madera buena a fin de que la savia se concentre y dé mayor número de racimos... Si una viña no es podada, ¡acaba por no dar más que hojas! Cuando se la poda, la viña ‘llora’, dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de la madera. Y los haces de sarmientos recogidos son testigos de todo lo que un buen viñador ha tenido que sacrificar ¡para que la vid dé "mas" fruto! Imagen muy penetrante del trabajo de Dios en su Iglesia. Poda, limpia, purifica. Esto hace sufrir alguna vez. Pero es para que la cosecha sea más abundante y mejor.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos:” -Yo soy la vid, y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto. La mayoría de los comentaristas atribuye una tonalidad eucarística a esta alegoría de la "vid": la "vid de vida" es paralela al "pan de vida"... en los dos pasajes Jesús insiste sobre el tema "permanecer en Él" (Jn 6, 56)... el "vino eucarístico" recuerda la Vid de donde procede. Dios nos comunica su vida Pero esto va mucho más allá de lo que podríamos imaginar: Por extensión podría traducirse "Yo soy la viña, y vosotros, mis sarmientos. Jesús se ve como la "viña" entera (el todo)... de la cual nosotros formamos parte. San Pablo, reflexionando sobre esta imagen de la viña, y pensando en la eucaristía dirá que "somos los miembros del Cuerpo de Cristo".
…“el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada...” -Permaneced en mí, y Yo en vosotros El verbo "permanecer" se pronunciará ocho veces en esta página. La imagen: estamos unidos a Jesús como los sarmientos "a" la vid. La idea: "permanecemos en Él", estamos vitalmente unidos a Él. De Cristo a nosotros circula una sola savia, discurre una misma vida. Orar largamente a partir de esta revelación...
-Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieseis en mí. Sin mí no podéis hacer nada. Los sarmientos secos son amontonados y se los arroja al fuego para que ardan. El sarmiento no puede "vivir" sino en la vid. Sin este enlace muere. Tampoco yo "vivo" sino en la medida de mi unión vital a Cristo.
“Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos” (Juan 15,1-8). -En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto. Mucho... más todavía... Son palabras adecuadas a Dios. El Padre "nos poda" para esto, ha dicho Jesús. ¿Me dejo yo podar? ¿Qué fruto doy? ¿Es abundante? ¿Es suficiente? Dios es infinito. Sin fin. En el amar, nunca se llega al fin (Noel Quesson).
Es una imagen que indica la máxima unión que puede haber en este mundo, la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y Él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. Es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante». Pero no hay comunión de vida si no queremos, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo? Hemos de ponerlo en relación con lo dicho hace días de la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí». La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras (J. Aldazábal).
“Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, "ut fructum plus afferas" -para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” (san Josemaría Escrivá). También ha querido el Señor que tengamos muy a mano el sacramento de la Penitencia, para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado” (F. Fernández Carvajal).
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada”. Sarmientos, unidos a la vid: “Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad” (san Josermaría).

miércoles, 5 de mayo de 2010

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propa

Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se dirige: “Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes. Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:
Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje.
Si somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se conviertan, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
Cuando oyeron «resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos sobre esto en otra ocasión. De este modo salió Pablo de en medio de ellos. Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.
Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto (Hch 17,15.22-18,1).
Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Hay una ignorancia de Dios fruto de las pasiones desatadas, pero intenta ir por lo que une, que Dios no está en templos construidos por hombres. Recoge una corriente del pensamiento griego, la raza de Dios, en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero al hablar de la resurrección, provoca la ruptura. No entienden tampoco un juicio de Dios… tiene un “éxito” limitado, pero nos enseña Pablo a dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea).
Su discurso es racional, y es necesario hacerlo: una historia que tiene un sentido más allá de sí misma, en Dios que la lleva a su realización. Pero es difícil saber si esto mueve, o es el corazón, la conversión, el encuentro con la experiencia de Jesús. Pablo dirá “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles”.

“Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria… Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido» (Salmo 148,1-2.11-12-14): Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las criaturas»… Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador...

Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras: “Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre, que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de "lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido... Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras relaciones humanas brotan de ella.
“Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16,12-15). Las revelaciones del Espíritu en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas divinas (Noel Quesson). Es el Espíritu Santo quien nos hace entender las cosas buenas, hacer el bien, seguir a Jesús…

MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: el cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.


“En aquellos días llegaron [a Listra] unos judíos de Antioquía y de Icono y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrestaron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; y él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.
Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Después de ordenar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalia. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían cumplido. Cuando llegaron y reunieron a la iglesia, contaron todo lo que el Señor había hecho por medio de ellos y que había abierto a los gentiles la puerta de la fe; y se quedaron no poco tiempo con los discípulos” (Hechos 14, 19-28).

Comentario: 1. El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana. En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe... Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía.
-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en varias provincias del Imperio romano -en Asia-. Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos humanos. La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la fe.
-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción. La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos. ¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?
-Designaron presbíteros en cada Iglesia. Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término «anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano "preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas? o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de la vida de la comunidad local? El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19; Noel Quesson).
Ayer leíamos que les ensalzaban como a dioses, y hoy, que les apedrean hasta dejarles por muertos. Una vez más Pablo y sus acompañantes experimentan que el Reino de Dios padece violencia y que no es fácil predicarlo en este mundo. Pero no se dejan atemorizar: se marchan de Listra y van a predicar a otras ciudades. Son incansables. La Palabra de Dios no queda muda. El pasaje de hoy nos describe el viaje de vuelta de Pablo y Bernabé de su primera salida apostólica: van recorriendo en orden inverso las ciudades en las que habían evangelizado y fundado comunidades, hasta llegar de nuevo a Antioquía, de donde habían salido. Al pasar por cada comunidad reafirman en la fe a los hermanos, exhortándoles a perseverar en la fe, «diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Van nombrando también presbíteros o responsables locales, orando sobre ellos, ayunando y encomendándolos al Señor. Se trata de un segundo momento, después de la primera implantación: ahora es la estructuración y el afianzamiento de las comunidades. Llegados a Antioquía de Siria dan cuentas a la comunidad, que es la que les había enviado a su misión. Las noticias no pueden ser mejores: «les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». También a nosotros, como a Pablo y Bernabé, se nos alternan días de éxito y días de fracaso. Encontramos dificultades fuera y dentro de nosotros mismos. Tal vez no serán persecuciones ni palizas, pero sí la indiferencia o el ambiente hostil, y también el cansancio interior o la falta de entusiasmo que es peor que las dificultades externas. Y eso no sólo en nuestro trabajo apostólico, sino en nuestra vida de fe personal o comunitaria. Tenemos que aprender de aquellos primeros cristianos su recia perseverancia, su fidelidad a Cristo y su decisión en seguir dando testimonio de Él en medio de un mundo distraído. También hay otra lección en su modo de proceder: su sentido de comunidad. Se sienten, no francotiradores que van por su cuenta, sino enviados por la comunidad, a la que dan cuentas de su actuación. Se sienten corresponsables con los demás. Y la comunidad también actúa con elegancia, escuchando y aprobando este informe que abre caminos nuevos de evangelización más universal (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad apostólica.
Salmo responsorial 145/144, 10-11.12-13ab.21: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás».

2. Sal. 145/144. El salmo es consecuentemente «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Jesús, el Verbo Encarnado, nos ha salvado para que vivamos consagrados al Padre. Por medio de nosotros, todas las cosas elevan un cántico de alabanza al Señor. Pero de nada nos serviría que todo alabara al Señor mientras nosotros denigráramos el Santo Nombre de Dios entre las naciones con una vida cargada de pecado. Por eso nosotros debemos ser los primeros en aceptar el perdón, la salvación y la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad. Viviendo en Dios y caminando con amor en su presencia podremos convertirnos en un testimonio vivo de su amor para cuantos nos traten. Por eso debemos continuamente proclamar ante todas las naciones lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Sólo así podremos colaborar para que el Reino de Dios llegue al corazón de todos los hombres como ya ha llegado a nosotros. Acaba el salmo con un canto universal de salvación.

Estamos en jueves santo, víspera de su muerte. Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer: “La paz os dejo, mi paz os doy”; "Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz. Trato de imaginarme esta paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz". Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo. -No como el mundo la da os la doy Yo. No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no aporta un método concreto para realizar la paz de los hombres, no es una receta. Es una paz que viene de más lejos. “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo... -No se turbe vuestro corazón ni se intimide. El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando. Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia visible de su Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".
-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo. Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para reconfortarles. Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de los tiempos. Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse". ¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?
-Os lo he dicho ahora antes de que suceda para que cuando suceda creáis. Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos: ¡Como quisiera ayudaros!
-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este mundo", y nada en mí le pertenece. La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo. No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha... ¡Él experimenta tener a alguien contra Él! Un enfrentamiento se prepara con el "príncipe de este mundo". Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo enfrentamiento entre ellos y Satán: "Me han perseguido, se os perseguirá." Esta paz de Dios es uno de los frutos del Mesías, no tiene ningún parecido con la paz del mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de tempestades y combates.
-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago yo. Esta es la fuente interior de la paz de Jesús (Noel Quesson). Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”. Con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (San Josemaría Escrivá).
Les dice que no se preocupen por el futuro, «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida. Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado». A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luís Illanes). Ya hemos visto, que no está reñida la paz con la tribulación: “En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad. ¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
…“no os la doy yo como os la da el mundo”. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago” (Juan 14, 27-31ss).

LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar corres



Pablo y Bernabé acaban su viaje. Ha ido muy bien por Derbe. Han estado en Listra, donde Timoteo se convertiría a la fe, y la curación de un cojo de nacimiento provocó una gran conmoción religiosa entre el pueblo. Los habitantes de Listra toman a Bernabé y a Pablo por Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana: “Estando en Iconio entraron Pablo y Bernabé en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal modo que muchos, judíos y paganos, creyeron. Pero los judíos que no aceptaron la palabra soliviantaron a los paganos contra ellos.
A pesar de todo, Pablo y Bernabé permanecieron allí bastante tiempo... Pero al correr de los días, la gente de la ciudad se dividió: unos a favor de los judíos, y otros a favor de los apóstoles... Como Pablo y Bernabé se dieron cuenta de lo que tramaban contra ellos, escaparon a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia.., y allí también anunciaron la Buena Noticia.
Precisamente en Listra había un paralítico que les escuchaba... Y un día, cuando estaba oyendo hablar a Pablo,... éste le dijo en voz alta: amigo, levántate, ponte derecho. Él dio un salto y echó a andar... El gentío, al verlo, exclamó: ‘dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos...’, y querían ofrecerles un sacrificio...” (Hechos 14, 1-17). -Los habitantes toman a Pablo y a Bernabé por «dioses», les llaman ya Zeus y Hermes, respectivamente, y se disponen a ofrecerles un sacrificio. Se trata de una antigua leyenda de la región frigia, según la cual los dioses Zeus y Hermes (Mercurio) habían visitado como caminantes aquella tierra y obrado prodigios en beneficio de quienes les habían acogido en sus casas. Piensan que se repite la situación… "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Pablo y Bernabé anuncian que deben abandonar todos esos ídolos vanos y volver hacia el Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. ¿Me inclino yo hacia Dios?, ¿o hacia unos ídolos? Ídolo es todo cuanto ocupa el lugar reservado a Dios. Incluso las cosas mejores pueden llegar a convertirse ídolos: el amor, el oficio o la carrera, el trabajo, las vacaciones, el descanso, la salud, la belleza, el confort, el coche, el objeto al cual se aficiona uno, las ideas o las opciones a las cuales se atribuye un valor «absoluto». Una característica del ídolo es ser «vano»... ¡vacío! y, a la larga, decepcionante... incapaz de dar realmente lo que se le pide. Cuando se pide lo absoluto, la plenitud, la felicidad perfecta, a cosas relativas, frágiles, mortales... un día llega forzosamente la decepción. Entonces el ídolo se revela vano, como dice san Pablo. Señor, ayúdanos a relativizar las cosas relativas, ¡a no darles mayor importancia de la que tienen! Ayúdanos, en lo esencial, a saber apoyarnos sólo en Ti... y en «todo lo restante» con relación a Ti, Señor Dios.
Los paralelismos de Lucas nos hacen ver en el "cojo de nacimiento" al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo y los dos hechos provocan gran agitación. “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). De lo malo –ser atacados- sacan los apóstoles algo bueno –extender el Evangelio a otros lugares-. Todo es providencial. Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús. Es el mismo tipo de milagro que Pedro había hecho en favor de un mendigo paralítico junto a la Puerta hermosa del Templo. Y con la misma palabra: «¡levántate!». Pero aquí el beneficio va destinado a un pagano. Señor, prodiga tus beneficios sobre los que no te conocen todavía. Y ensancha nuestros corazones.
-El Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros». Nuestra catequesis no debe atraer a las personas hacia nosotros, sino claramente hacia Cristo y hacia Dios. Como el Bautista, que orientaba a sus propios seguidores hacia el verdadero Mesías, Jesús: «no soy yo». Como dice el salmo de hoy: «no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria». Otra lección que nos da Pablo es la de sabernos adaptar a la formación y la cultura de las personas que escuchan nuestro testimonio: el hombre de hoy, o el joven de hoy, frecuentemente desconcertados y en búsqueda, entienden unos valores, que serán incompletos tal vez, pero son valores que aprecian. A partir de ellos es como podemos anunciarles a Dios y su plan de salvación. Partiendo como Pablo del AT si se trataba de judíos, o de la naturaleza si eran paganos, lo importante es que podamos ayudar a nuestros contemporáneos a no adorar a dioses falsos, sino al Dios único y verdadero, el Creador y Padre, porque en él está la respuesta a todas nuestras búsquedas” (J. Aldazábal).
De vuelta a Antioquía de Siria visitan las comunidades evangelizadas de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen un ministerio local: los ancianos o presbíteros.
Los cristianos hemos heredado de Israel el oficio de testimoniar y dar gloria a Dios. Y el primer testimonio es que Cristo ha resucitado y ha sido glorificado. Por eso proclamamos: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Por tu misericordia (bondad), por tu fidelidad (lealtad). ¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está tu Dios”? Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres»”(Salmo 115/113b,1-4.15-16). Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Comienza con el desprecio a los ídolos; pero por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos, dando a esta salmo una perenne actualidad, y el fragmento de hoy acaba con el reconocimiento de Dios y la alabanza a Él.
Los ídolos de los gentiles, insensibles e inanimados son pura nulidad, no pueden actuar como sí hace el auténtico Dios. Sean lo mismo los que confían en ellos. En cambio nosotros tenemos como nuestro Dios y Señor a Aquel que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene. Dios, nuestro Dios, se ha manifestado con todo su poder y con toda su grandeza, pues nos escogió para hacernos su Pueblo Santo. Él nos llena de bendiciones, especialmente por medio de su propio Hijo que, encarnado, ha cargado sobre sí nuestros pecados para redimirnos. ¿Habrá una prueba mayor de la existencia y del amor del Señor Dios nuestro? Dios nos ha entregado la tierra para que, pasando por ella y viviendo en un auténtico amor fraterno, nos encaminemos, unidos a su Hijo, a la posesión del cielo, de la Gloria que a Él le pertenece, pero que será nuestra, pues el Hijo unigénito del Padre, a quienes creemos en Él, nos hace partícipes de la herencia que como a Hijo le pertenece en la Gloria de su Padre celestial.
Muchas peleas y amistades rotas, familias destrozadas, son por la cochina soberbia, porque queremos que nos hagan caso, que nos pongan en un altarcillo, y nos falta entendimiento con los demás. De un malentendido se pasa a una enemistad. “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” Que no se fijan en mí, que no me han agradecido esto, que han hecho esta injusticia… Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces (“Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?), y sigue trabajando, orando, entregándote, como la Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre. María, con que tú mires mis trabajos y desvelos y se los muestres a tu Hijo eso me basta, no quiero más gloria humana.
Ahora comienza el período de su glorificación. ¿Por qué en esta etapa en la que Jesús ya está resucitado y constituido señor del mundo no se manifiesta de una manera sensacional a todos los hombres? Esta es nuestra tentación… Toda esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena". Esas palabras de Jesús, en el relato de san Juan, siguen inmediatamente el anuncio de la negación de Pedro, portavoz del grupo de los discípulos. Un malestar profundo invade a estos hombres. Temen lo peor. Y es verdad que mañana Jesús será torturado. Jesús experimenta también esta turbación: Y he aquí lo que acierta a decir para reconfortarles... para reconfortarse a sí mismo: “el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama”. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
“…y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él”. Hay que ir repitiéndose esto a sí mismo. Una verdadera cascada de amistad. Yo... Jesús... El Padre... Es todo lo contrario a un Dios lejano y temible, es un Dios próximo y amoroso.
“Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?” Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez. Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
“Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...” ¡Esta es la manifestación que Dios nos hace! Hace su morada en el corazón de los que creen en El Dicho de otro modo: No se manifiesta más que en el corazón de los que le aman. Para todos los demás, Dios parece ausente.... No se manifiesta! Jesús habla de amor. Señor, Tú no te manifiestas más que a los que aceptan tu palabra, a los que libremente aceptan amarte. No fuerzas las puertas estruendosamente. No quieres hacer prodigios espectaculares que forzarían las muchedumbres a la adhesión. No vienes a habitar sino en aquellos que, por amor, ¡te abren su puerta! Señor, bien quisieras manifestarte a todos, pero respetas la libertad de cada uno: ¡No hay que forzar el amor! A nosotros, cristianos, tú nos encargas servir de intermediarios: es la calidad de nuestro amor por ti lo que debería revelarte, manifestarte a todos los que te ignoran. "La morada de Dios." ¡No es ante todo un Templo de piedras! El templo "soy yo" ¡si soy fiel a la Palabra de Jesús! La oración, la plegaria.... se trata de escuchar a este Dios presente en mí, y responderle. No hay que ir lejos a buscarle... Está aquí (Noel Quesson).
“Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho” (Juan 14,21-26). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo. Él es nuestro maestro interior, especialmente cuando sentimos: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6, 56-57). En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». San Gregorio Magno dice: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas”. En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.

martes, 4 de mayo de 2010

Domingo 5 de pascua, C. La Iglesia se expande, pero “es necesario pasar por muchos padecimientos antes de entrar en el Reino de Dios”...


...participar en las Bodas del Cordero. Y el camino es el mandamiento del amor.

Urgido por la caridad de Cristo, Pablo proclama el Misterio de la Redención Pascual, creando comunidades de fe y de amor entre los gentiles, con su palabra y, sobre todo, con su vida. “En aquellos días, volvieron Pablo y Bernabé a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios. En cada iglesia designaban presbíteros, oraban; ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge; bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14, 21b-27). Comenta San Juan Crisóstomo: «Cristo nos ha dejado en la tierra para que seamos faros que iluminen, doctores que enseñen, para que cumplamos nuestro deber de levadura, para que nos comportemos como ángeles” en medio de la gente, “hombres espirituales entre los carnales, a fin de ganarlos; que seamos simientes y demos numerosos frutos. Ni siquiera sería necesario exponer la doctrina si nuestra vida fuese tan radiante, ni sería necesario recurrir a las palabras si nuestras obras dieran tal testimonio. Ya no habría ningún pagano si nos comportáramos como verdaderos cristianos».
La cruz cuesta… las tribulaciones no gustan, pero son el camino ya anunciado por Jesús, para que lo sigamos. La Iglesia siempe tendrá contradicciones, y éstas sirven también para que ésta se purifique, como la que hay en este año sacerdotal contra sus ministros. Quizá hace años se pensaba que “los trapos sucios se lavan en casa”, y esto, aplicado a algunos crímenes y abusos de confianza, se ha visto ser una postura equivocada: se entiende que el amor a la verdad lleva a declarar esos casos y ayudar a las víctimas, castigar a los culpables y mostrar una Iglesia purificada, purgada de esas ramas que hay que podar, para que coja más brio y muestre su rostro auténtico ante el mundo… que acojamos la cruz también con esta perspectiva de diálogo con el mundo, de aprender de las contradicciones…
El Salmo 144 es un canto a la ternura divina. No podemos saciarnos el ansia de felicidad que llevamos dentro, nada nos sacia sino que en nosotros no está la salvación, hemos de buscarla más allá, en Dios: “Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey…
El Señor es clemente y misericordioso, / lento a la cólera y rico en piedad; / el Señor es bueno con todos, / es cariñoso con todas sus criaturas.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, / que te bendigan tus fieles; / que proclamen la gloria de tu reinado, / que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, / la gloria y majestad de tu reinado. / Tu reinado es un reinado perpetuo, / tu gobierno va de edad en edad” (Salmo 144,8-13). El pueblo judío recita este salmo 2 veces al día, también los cristianos lo recitamos a menudo. Hay como un eco del padrenuestro, y es como un resumen de jaculatorias, de frases encendidas de amor para dirigir al Señor. Comentaba Benedicto XVI que se agradecen a Dios sus muestras de «obras» «maravillas» con nosotros, «prodigios», «potencia», «grandeza», «justicia», «paciencia», «misericordia», «gracia», «bondad» y «ternura». Es una especie de oración en forma de letanía que proclama la entrada de Dios en nuestra vida, que nos guía como el que lleva nuestra bici, y con él vamos seguros aunque haya pasos difíciles. Cuando se va de la mano de un experto por las encrespadas cumbres de un monte, o por el descenso de un barranco, o en una cordada de una escalada, uno se siente bien. Por tanto, nunca hemos de sentirnos a la merced de fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio, un «reino». Pero este «reino» despista, porque no es de “ganar” enseguida, no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad, ternura, bondad, de gracia, de justicia, y todo esto lo resume diciendo que el Señor es «lento a la cólera y rico en piedad»: «Dios es amor». Decía san Pedro Crisólogo: "Grandes son las obras del Señor", porque "su misericordia es superior a todas sus obras", la misericordia de Dios llena el cielo, llena la tierra…

“Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono:
-Esta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo y Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Ahora hago el universo nuevo» (Apocalipsis 21,1-5a). El primer cielo y la primera tierra desaparecen, dejando paso a una nueva creación, a una nueva sociedad. Esta nueva creación nos hace olvidar la presente que se ve liberada "de la esclavitud a la decadencia, para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios"… La nueva Jerusalén no está hecha de material inanimado, sino que se le personifica, siendo así la imagen de la nueva sociedad de salvados. Con su bajada del cielo, la totalidad del cosmos queda incorporada al cielo de Dios. Una nueva relación se instaura, se inaugura el nuevo noviazgo de Dios con el pueblo en el gozo y en la alegría. Esta novia o nueva Jerusalén es la morada del Señor. La felicidad reina en el nuevo pueblo, quedando eliminado todo dolor, guerras, persecuciones y muerte: "nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti" (san Agustín).
Judas sale… es la hora de Jesús, de su glorificación, de la revelación del amor que lleva en su corazón, se verá quién es el Hijo del Hombre y quién es Dios para los hombres. Se revelará que Jesús es el Señor y que Dios es amor: “Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
-Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.)
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros (Juan 13,31-33a.34-35). El Padre, glorificado por la obediencia del Hijo, glorificará a su Hijo resucitándolo y sentándolo a su derecha: tiene poder en el cielo y en la tierra. Y allí nos da su testamento: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Pero no un amor de cualquier medida: como yo os he amado.
El cristiano no es alguien que va por el mundo obsesionado en no hacer pecados, sino alguien que ama, y ojalá puedan decir de nosotros como los primeros cristianos: "Mirad cómo se aman". Podemos repasar lo que dice la Misa, y que se aplica a esto muy bien: “Tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, / al cumplirse la plenitud de los tiempos, / nos enviaste como salvador a tu único Hijo. / El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, / nació de María la Virgen, / y así compartió en toda nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, / la liberación a los oprimidos / y a los afligidos el consuelo. / Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. / Y porque no vivamos ya para nosotros mismos / sino para él, que por nosotros murió y resucitó, / envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo / como primicia para los creyentes, / a fin de santificar todas las cosas, / llevando a plenitud su obra en el mundo” (Plegaria Eucarística IV).
EL ser humano tiene que decidir frente a Jesús. O lo acepta como proyecto de vida o, simplemente, lo rechaza. La cruz cobra un nuevo significado para el creyente. Ya no será motivo de vergüenza o ignominia sino símbolo del amor grande de Dios para con la humanidad y triunfo de la vida sobre la muerte. Los pueblos oprimidos por cruces milenarias encuentran en la cruz de Jesús una Luz de esperanza para su vida. En ella descubren a un Dios que se solidariza con el dolor humano, pero no para justificarte sino para salvarlo, liberarlo, dignificarlo.
La Cruz es prueba de amor, compromiso radical con el proyecto del Padre revelado en Jesús. Cargar nuestra cruz es asumir hasta el extremo en total fidelidad la causa de Jesús, la salvación integral de toda la humanidad.
Recordamos aquella canción: “Sólo le pido a Dios / que el dolor no me sea indiferente, / la resaca muerte no me encuentre / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente.
Sólo le pido a Dios / que lo injusto no me sea indiferente / que no me abofeteen la otra mejilla / después que una garra me arañó esta suerte.
Sólo le pido a Dios / que la guerra no me sea indiferente / es un monstruo grande y pisa fuerte / toda la pobre inocencia de la gente.
Sólo le pido a Dios / que el engaño no me sea indiferente, / si un traidor puede más que unos cuantos / que esos cuantos no lo olviden fácilmente.
Sólo le pido a Dios / que el futuro no me sea indiferente / desahuciado está el que tiene que marchar / a vivir una cultura diferente”.