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miércoles, 26 de octubre de 2011

San Lucas 13,31-35: Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

San Lucas 13,31-35:
Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Autor: Padre Llucià Pou Sabaté

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,31b-39.
Hermanos: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El
que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos
de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso
Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y
que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de
Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: «Por
tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.»
Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues
estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni
principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Salmo 108,21-22.26-27.30-31. R. Sálvame, Señor, por tu bondad.

Tú, Señor, trátame bien, por tu nombre, líbrame con la ternura de tu
bondad; que yo soy un pobre desvalido, y llevo dentro el corazón
traspasado.

Socórreme, Señor, Dios mío, sálvame por tu bondad. Reconozcan que aquí
está tu mano, que eres tú, Señor, quien lo ha hecho.

Yo daré gracias al Señor con voz potente, lo alabaré en medio de la
multitud: porque se puso a la derecha del pobre, para salvar su vida
de los jueces.

Evangelio según san Lucas 13,31-35. En aquella ocasión, se acercaron
unos fariseos a decirle: -«Márchate de aquí, porque Herodes quiere
matarte.» Él contestó: -«ld a decirle a ese zorro: "Hoy y mañana
seguiré curando y echando demonios; pasado mañana llego a mi término."
Pero hoy y mañana y pasado tengo que caminar, porque no cabe que un
profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a
los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he
querido reunir a tus hijos, como la clueca reúne a sus pollitos bajo
las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa se os quedará vacía. Os
digo que no me volveréis a ver hasta el día que exclaméis: "Bendito el
que viene en nombre del Señor."»

Comentario: 1.- Rm 8,31-39. Estamos leyendo páginas profundas y
consoladoras en extremo. Hoy, Pablo entona un himno triunfal, que pone
fin a la primera parte de su carta, un himno al amor que nos tiene
Dios. Con un lenguaje lleno de interrogantes retóricos y de respuestas
vivas, canta la seguridad que nos da el sabernos amados por Dios: "si
Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?". No puede
condenarnos ni el mismo Jesús, que se entregó por nosotros, ni ninguna
de las cosas que nos puedan pasar, por malas que parezcan: ni la
persecución ni los peligros ni la muerte ni los ángeles ni criatura
alguna "podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo
Jesús".

Esta confianza fue para Pablo el punto de apoyo en sus momentos
difíciles, el motor de su vida, la motivación de su entrega absoluta a
la tarea misionera de la evangelización. Se sintió amado por Dios y
elegido personalmente por Cristo para una misión. Lo que nos da tanta
seguridad no es el amor que nosotros tenemos a Dios: ése es bien
débil, y nos lo podrían arrebatar fácilmente esas fuerzas que nombra
Pablo. Es el amor que Dios nos tiene: ése sí que es firme, en ése sí
que podemos confiar, "el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús". Si
tuviéramos esta misma convicción del amor de Dios, nuestra vida
tendría sentido mucho más optimista. De tanto decirlo y cantarlo, tal
vez no nos lo acabamos de creer: que Dios nos ama, que Cristo está de
nuestra parte e intercede por nosotros. Gracias a eso, "vencemos
fácilmente por aquél que nos ha amado". Ni siquiera nuestro pecado
podrá con el amor que Dios nos tiene. Este texto inspira cantos
preciosos, que saborean la serenidad que nos infunde en lo más hondo
de nuestro ser esta explosión de euforia de Pablo.

He ahí el final de la primera parte de la Epístola a los Romanos.
Después de haber «encerrado» todo el universo en la impotencia, bajo
la «cólera de Dios». Después de haber revelado la justificación
universal por la gracia y el «amor de Dios». He ahí en conclusión un
«grito de victoria», apasionado, vibrante.

-Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? No estamos seguros
de nosotros, ¡oh no! Seguimos sin fiarnos de nuestros propios límites,
desgraciadamente continuamos pecando... Pero ¡estamos seguros de Dios
¡Estamos seguros del amor de Jesús!

-El que no perdonó ni a su propio Hijo... Antes bien lo entregó por
todos nosotros... ¿cómo no nos dará con El todas las cosas? Quiero
tratar de contemplar detenidamente ese «don del Hijo». Dios, ¡que ha
dado su Hijo por nosotros! Que es lo más querido. Alusión al
sacrificio que Abraham había aceptado también (Gn 22,16). Cuidado. Hay
que entender bien esta expresión: «entregó» a su Hijo. ¡No tiene aquí
el mismo sentido que en la frase: «Judas entregó a Jesús»! Sería
inicuo y cruel. Estamos ante el misterio: Dios ama a su Hijo y el Hijo
ama a su Padre y ambos están de acuerdo en el Espíritu y el Hijo «se
entrega". Esto es mi Cuerpo entregado por vosotros. Y el Padre acepta
ese don total, que la malignidad de los hombres se ingenió en hacer
cruel.¿De qué obstáculo no podrá triunfar tal amor?

-¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¡Pues es Dios quien justifica!
¿Quién condenará? Puesto que Jesucristo murió... Más aún, resucitó...
Está a la diestra del Padre... Intercede por nosotros... No somos
dignos, Señor. Somos muy ingratos contigo. Quisiera amarte más. Quiero
contemplar la intercesión que en este instante estás llevando a cabo
por mí en el cielo... por nosotros los hombres, ¡por todos! En este
mismo instante, Tú, Señor, estás intercediendo por los pecadores, por
aquellos que, como yo, cometen el mal. Estás intercediendo por todos
los que me están dañando, por todos los que yo no amaría o que
detestaría.

-¿Quién podrá separarme del amor de Cristo? A veces, Señor, llego a
preguntarme si te amo de veras... Lo cierto, es que yo quisiera
amarte, sinceramente. Pero, ¡mis actos cotidianos contradicen tan a
menudo este deseo y esta buena voluntad! Esa frase de san Pablo me
invita HOY a no pensar ya en el "amor que debería yo tener por Ti"...
para pensar, en cambio, en el «amor que Tú tienes por mí». Incluso si
llego a abandonarte alguna vez, Señor, sé que Tú no me abandonas
nunca. ¿«Quién podrá separarme del amor de Cristo»?

-Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Jesús. Ni la
tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el peligro, ni...
Es una especie de letanía triunfal en la que san Pablo pone a
continuación todos los obstáculos que ha ido encontrando
personalmente: nada, nada, nada, puede separarnos de Ti. Guardo unos
momentos de silencio para reflexionar en lo que podría yo añadir a esa
lista: ¿cuáles son mis pruebas y dificultades desde hace unas semanas,
HOY mismo? Trato de repetir a mi vez la certeza: ni... ni... ¡ni...
podrán jamás separarme de tu amor, Señor!

-Saldremos vencedores, gracias a Aquel que nos amó. Qué hermosa
definición de Jesús: «aquel que nos amó"... Trato de dar a estas
palabras un contenido concreto: Tú piensas en mí, Señor... Quieres mi
felicidad... Me tiendes la mano cuando caigo... Me comprendes... Das
tu vida por mí... Me perdonas... Me amas... (Noel Quesson).

2. El salmista reacciona contra estas calumniosas acusaciones, y
comienza su defensa exponiendo ante Dios lo que ellos desean. El v. 20
dice literalmente: «Esta (es) la obra (que) mis adversarios (demandan)
de Yahweh y los que hablan el mal contra mi alma.»

A continuación, pide a Dios: «Favoréceme en atención a tu nombre» (v.
21) y, más detalladamente, en el v. 26: «Ayúdame, Yahweh Dios mío;
sálvame conforme a tu amor misericordioso.» Pide (v. 28): «Maldigan
ellos, pero bendice tú.» Si Dios nos bendice, no nos ha de importar
que nos maldigan los hombres.

Expone ante Dios su triste situación (vv. 22-25). (A) Está pobre y
necesitado, con el corazón herido (v. 22), no por conciencia de
pecado, sino por la maldad de sus enemigos. (B) Se siente cerca de la
muerte («Me voy»), como la sombra cuando se alarga, y sacudido como la
langosta (v. 23), que uno se sacude cuando se le pega al vestido. (C)
Se siente sumamente débil (v. 24): Las piernas le flaquean y todo su
cuerpo está macilento por falta de aceite, tan importante en la dieta
de los orientales. Aun así, es mejor tener un cuerpo macilento por el
ayuno si el alma está ganando salud, que estar bien cebados, como
Israel, y tener el alma rebelde (Dt. 32:15).

Pide a Dios que sus enemigos sean avergonzados (v. 28), vestidos de
ignominia (v. 29), cubiertos de confusión como de un manto (v. 29b),
de forma que su insensatez quede a la vista de todos, pues el manto
era la vestidura exterior. Si esa confusión les lleva al
arrepentimiento, no hay duda de que el salmista se verá satisfecho,
pues eso es lo que debemos pedir a Dios con respecto a nuestros
enemigos.

Apela a la gloria de Dios y al honor de su nombre, como ya lo había
hecho en el v. 21. Allí había dicho: «Líbrame, porque tu amor
misericordioso es bueno.» Y esto es lo que quiere alabar (lit. dar
gracias) en gran manera con su boca (v. 30), es decir, en voz alta y
públicamente. Y añade que tendrá buen motivo para ser agradecido a
Dios, pues Dios estaba a su diestra, no para acusarle, sino para
protegerle (v. 31) y librarle de los que le juzgaban, es decir,
querían que se le condenara a muerte (www.eladorador.com).

Quien se ve perseguido y condenado injustamente, fácilmente reacciona
con violencia; y si busca su refugio en Dios no es sólo para que Él lo
proteja, sino también para pedirle que le haga justicia de tal forma
que el mal que han tramado contra él sus enemigos se vuelva en contra
de ellos. Y dará gracias a Dios porque se puso a favor del pobre para
salvarle la vida de sus jueces. El Señor Jesús nos ha enseñado a
comportarnos de un modo muy diferente. Él nos dice: Amen a sus
enemigos y oren por quienes los persiguen para que sean dignos hijos
de su Padre del cielo. Y Él no se quedó en una vana palabrería, sino
que, a quienes le persiguieron, condenaron y asesinaron colgándolo de
la cruz les perdonó y disculpó ante su Padre Dios diciendo: Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen. Sólo cuando nos amemos como
hermanos seremos capaces de colaborar en la construcción del Reino de
Dios entre nosotros, pues entonces seremos un signo creíble del amor
del Señor en medio de nuestros hermanos.

3.- Lc 13,31-35. No sabemos si la advertencia que hicieron a Jesús los
fariseos era sincera, para que escapara a tiempo del peligro que le
acechaba: "márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte". Herodes,
el que había encarcelado y dado muerte al Bautista (como antes, su
padre Herodes el Grande había mandado matar a los inocentes de Belén
cuando nació Jesús), quiere deshacerse de Jesús. Jesús responde con
palabras duras, llamando "zorro" al virrey y mostrando que camina
libremente hacia Jerusalén a cumplir allí su misión. No morirá a manos
de Herodes: no es ése el plan de Dios. La idea de su muerte le
entristece, sobre todo por lo que supone de ingratitud por parte de
Jerusalén, la capital a la que él tanto quiere. Es entrañable que se
compare a sí mismo con la gallina que quiere reunir a sus pollitos
bajo las alas.

Jesús aprovecha la amenaza de Herodes para dar sentido a su marcha
hacia Jerusalén y a su muerte, que él mismo ha anunciado y que no va a
depender de la voluntad de otros, sino que sucederá porque él la
acepta, por solidaridad, y además cuando él considere que ha llegado
"su hora". Mientras tanto, sigue su camino con decisión y firmeza. El
lamento de Jesús -"Jerusalén, Jerusalén"- es parecido al dolor que
siente luego Pablo (Rm 9,11) al ver la obstinación del pueblo judío
que no ha querido aceptar, al menos en su mayoría, la fe en el Mesías
Jesús. El amor de Dios a veces se describe ya en el AT con un lenguaje
parecido al de la gallina y sus pollitos: el águila que juega con sus
crías y les enseña a volar (Dt 32,11), o el salmista que pide a Dios:
"guárdame a la sombra de tus alas" (Ps 17,8), y otras con un lenguaje
materno y femenino: "en brazos seréis llevados y sobre las rodillas
seréis acariciados, como uno a quien su madre le consuela, así yo os
consolaré" (Is 66,12-13). ¿Estamos dispuestos a una entrega tan
decidida como la de Jesús?; ¿incluso si aquellos por los que nos
entregamos se nos vuelven contra nosotros?; ¿tenemos un corazón
paterno o materno, un corazón bueno, lleno de misericordia y de amor,
para seguir trabajando y dándonos día a día, por el bien de los
demás?; ¿o nos influyen los Herodes de turno para cambiar nuestro
camino, por miedo o por cansancio? (J. Aldazábal).

-Algunos fariseos se acercaron a Jesús para decirle: "Vete, márchate
de aquí, que Herodes quiere matarte". Ya hemos observado que Lucas, a
diferencia de Mateo, no parece tener ningún a priori contra los
fariseos. Anota aquí un paso que ellos hicieron para salvar la vida de
Jesús. Y todo ello, no lo olvidemos, es revelación del clima dramático
en el que vivía Jesús: ¡quieren su muerte! Los poderosos de este mundo
lo consideran un hombre peligroso al que hay que suprimir. Herodes
sería capaz... ya había hecho decapitar a Juan Bautista, unos meses
antes solamente (Lc 3,19). Quiero compartir contigo, Señor, esa
angustia de tu muerte que se avecina.

-Jesús les contestó: "Id a decir a ese zorro..." Jesús no se presta a
dejarse influenciar por Herodes. Es Jesús quien decide su camino a
seguir. Jesús responde a esa amenaza de Herodes con el desprecio: el
"zorro" es un animal miedoso que sólo caza de noche y huye a su
madriguera al menor peligro... ¡Herodes, ese zorro, ese cobarde! ese
hipócrita que no se atreverá siquiera a tomar sobre sí la
responsabilidad de la muerte de Jesús y la endosará a Pilato (Lc
23,6-12).

-"Mira, hoy y mañana seguiré curando y echando demonios; y al tercer
día acabo". La expresión "el tercer día" es usual en lengua aramea
para significar "en plazo breve". "Acabo"... estoy llegando al final,
o bien "he logrado mi objetivo..." Jesús sube a Jerusalén. Sube hacia
su muerte. Pero no es un condenado a muerte ordinario. Es consciente
de ir hacia un cumplimiento. Jesús conoce perfectamente a lo que va.
No morirá el día que Herodes decida, sino ¡el día que El decida!

-Pero hoy, mañana, y el día siguiente es preciso que prosiga mi
camino, porque no cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Palabras misteriosas! El profeta Oseas había escrito esas otras
palabras misteriosas "Dentro de dos días, el Señor nos dará la vida y
al tercer día, nos levantará y en su presencia, viviremos" (Oseas 6,
2) Jesús, caminando hacia Jerusalén, caminando hacia su muerte, pone
en manos de Dios el cuidado de prolongar su misión.

-¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que
se te envían!... Jerusalén, ciudad de los dones de Dios, ciudad de la
"proximidad de Dios..." Jerusalén, ciudad de la revuelta contra Dios,
del rechazo a Dios... Pero, la tierra y la humanidad entera están
simbolizadas en esa ciudad: la historia de los rechazos hecho a Dios
por tantos hombres, alcanzara aquí su punto culminante... ¡los hombres
van a juzgar a Dios! Y eso continúa también hoy.

-¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la clueca a sus
pollitos bajo las alas... pero no habéis querido! Imagen de ternura.
Imagen maternal. El pájaro que protege a sus polluelos (Dt 32 10; Isa
31,5, Sal 17,8; 57,2; 61,5; 63,8; 91,4). La oferta de la salvación, de
la protección, de la ternura de Dios... ha sido rehusada. "¡No habéis
querido!"

-Pero Yo os digo: "No me volveréis a ver hasta el día que exclaméis:
Bendito el que viene en nombre del Señor". Jesús sabe que hay un más
allá después de su muerte... Día vendrá en el que se le saludará
exclamando: "Bendito el que viene" (Noel Quesson).

Irreverente para con la autoridad parecería Jesús con ese modo de
hablar… En vez de huir, por la amenaza que le dicen que pesa sobre él,
Jesús desafía al "zorro" de Herodes, con un misterioso argumento de
que no conviene que un profeta muera fuera de Jerusalén… Se trata de
una virtud -la libertad y autonomía personal frente a la autoridad-
que nos es en verdad muy extraña. Siglos de inculcamiento de la
obediencia y la sumisión como las grandes virtudes cristianas, pesan
notablemente, y todavía el subconsciente colectivo está dependiente de
ellas. Tenemos introyectada la mitificación de la autoridad. Como si
estar investido de autoridad fuese un certificado de ser una persona
divina. Como si las personas revestidas de autoridad no fueran… eso:
simples personas humanas, de carne y hueso, con la misma
responsabilidad ante Dios y ante la historia que cada uno de nosotros.
Afortunadamente la sociedad humana ha crecido mucho en los últimos
siglos, desde la Ilustración y la modernidad hasta nuestros días.
Lamentablemente, ha tenido que ser fuera del ámbito eclesiástico donde
ha florecido más claramente esta conciencia de la dignidad de la
persona y de la igualdad de todos ante Dios y ante la historia. Todos
somos simples seres humanos, sometidos a la misma oscuridad,
igualmente impelidos a jugarnos nuestra vida a unos determinados
valores. Todos tenemos el riesgo de equivocarnos, y cada cual debe
asumir su riesgo. Podemos y debemos discrepar de la autoridad cuando,
según nuestra conciencia, no está actuando correctamente. Eso, por sí
mismo, no es irreverencia ni rebeldía, sino rectitud de conciencia y
coherencia consigo mismo. El poder puede dar apariencia de triunfo en
este mundo, pero el único verdadero triunfo es la fidelidad al amor y
a la verdad (Josep Rius-Camps).

Durante la persecución religiosa en España, en el año de 1936, un
grupo de milicianos llegó a un convento de carmelitas descalzas con la
orden de subir a todas las monjas a un camión y llevarlas a fusilar.
La sorpresa de los soldados fue mayúscula cuando escucharon a la madre
superiora comunicar a las religiosas que "estos señores nos llevan al
cielo porque nos van a hacer mártires, como los primeros cristianos" y
acto seguido ver a las monjas felicitarse alegremente porque recibían
el mayor don de Dios. A los ojos de Cristo eran de las pocas que
habían entendido lo que significa amar a Dios hasta dar la vida por
él. Cristo va subiendo a Jerusalén decidido; lleva prisa. En otro
pasaje del Evangelio se nos dirá que en este su último viaje «iba
delante de los discípulos». No tiene miedo, sino premura. Sabe que la
voluntad de Dios es, a fin de cuentas, lo único que nos cuenta en esta
vida, y sabe que muchos cristianos a lo largo de la historias sabrán
renunciar a muchas cosas, incluso a su vida misma, por cumplir
fielmente la voluntad de Dios. Jesús está loco, porque es el amor. Por
eso todo amor que se precie ha de llevar una dosis de locura e
incomprensión. Locura porque lo que se hace no tiene sentido desde el
punto de vista humano, parece ir en contra de lo natural y de lo que
es razonable. Incomprensión porque no sólo va a estar teñido de un
color que las personas que no entiendan, sino que provocará sorpresa
por lo desconocido que es y desatará todo tipo de opiniones desde las
risas y tachaduras de tontos hasta las más incisivas y violentas.
Jesús con su vida provoca, ha llegado la hora de preguntarse qué pasa
con nuestra vida, que reacción provocamos en los demás, ojalá que la
respuesta no sea indiferencia.

Jesús tiene una conciencia clara de la Misión que el Padre Dios le ha
confiado: salvar a la humanidad y llevarla de retorno a la casa
paterna, no en calidad de siervos, sino de hijos en el Hijo. Y nadie
le impedirá cumplir con la voluntad de su Padre. Dios, efectivamente,
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad. Él, a pesar de nuestras rebeldías, no sólo nos llama a la
conversión, sino que nos da muchos signos de su ternura para con
nosotros; jamás se comporta como juez, sino siempre como un
Padre-Madre amoroso, cercano a nosotros y amándonos hasta el extremo.
Ojalá y algún día no sea demasiado tarde cuando, terminada nuestro
peregrinar por este mundo, tengamos que juzgar nuestra vida
confrontándola con el amor que el Señor nos ha tenido y salgamos
reprobados; y nuestra casa, nuestra herencia, la que nos corresponde
en la eternidad, quede desierta por no poder tomar posesión de ella a
causa de nuestra rebeldía al amor de Dios.

Miremos cuánto amor nos ha tenido el Señor. Él, con sinceridad, ha
dicho: todo está cumplido. La Misión que el Padre Dios le confió fue
cumplida con un amor fiel a Dios y al hombre. Este Memorial de su
Pascua que estamos celebrando nos lo recuerda. Pero nos lo recuerda no
sólo para que lo admiremos, sino para que sepamos cuál es el camino
que hemos de seguir quienes creemos en Él. Hacernos uno con el Señor
en una Alianza nueva y eterna que nos lleva a entregar nuestra vida, a
derramar nuestra sangre no por actitudes enfermizas ni masoquistas,
sino porque, al amar a nuestro prójimo y al verlo hundido en el pecado
y en una diversidad de signos de muerte, vamos en su búsqueda para
ayudarle, con mucho amor, a volver a la casa paterna; con amor, con el
mismo y en la misma forma en que nosotros hemos sido amados por Dios.
Si lo hacemos así entonces estaremos en una verdadera comunión de Vida
con el Señor.

A todos los que participamos de la Vida Divina, por la fe y el
bautismo, se nos ha confiado la proclamación de la Buena Nueva de
Salvación. Y en el cumplimiento fiel de esa Misión no podemos darnos
descanso. No ha de importarnos la tribulación, ni la angustia, ni la
persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada
que tengamos que padecer por Cristo. El Señor está siempre a nuestro
lado para que su Victoria sea nuestra Victoria, de tal forma que el
amor de Dios siempre esté en nosotros. No nos dejemos amedrentar por
quienes, teniendo el poder, quisieran apagar nuestra voz e impedir
nuestro testimonio y nuestra labor conforme al Evangelio de Cristo con
toda su fuerza y poder salvador. No vendamos nuestra vida a los
poderosos, ni a los ricos de este mundo. No diluyamos la Fuerza del
Mensaje de Cristo en aras de recibir protección o unas cuantas
monedas, sabiendo que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero si
al final pierde su vida. No permitamos que nadie nos tenga como perros
mudos a su servicio, amordazados e incapaces de velar por el Pueblo de
Dios y de esforzarnos para que todos sean alimentados a su Tiempo con
la Palabra de Dios, proclamada con lealtad.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María,
tomar nuestra cruz de cada día y echarnos a andar tras las huellas de
Cristo, aceptando con amor todas las consecuencias que por ello nos
vengan; pero con la seguridad de que la muerte no tiene la última
palabra, sino la Vida, Vida eterna que Dios regala a quienes le viven
fieles. Amén (www.homiliacatolica.com; textos tomados de mercaba.org;
Llucià Pou, 2009).

sábado, 1 de octubre de 2011

Tiempo ordinario XXVII, domingo (A): el amor de Dios con nosotros es comparado al cuidado que tiene el agricultor con su viña amada; nosotros somos su

Tiempo ordinario XXVII, domingo (A): el amor de Dios con nosotros es comparado al cuidado que tiene el agricultor con su viña amada; nosotros somos su viña, y en Jesús nos lo entrega todo

Lectura del libro de Isaías 5, 1-7: Voy a cantar en nombre de mi amigo / un canto de amor a su viña.
Mi amigo tenía una viña / en fértil collado. / La entrecavó, la descantó / y plantó buenas cepas; / construyó en medio una atalaya / y cavó un lagar.
Y esperó que diese uvas, / pero dio agrazones.
Pues ahora, habitantes de Jerusalén, / hombres de Judá, / por favor, sed jueces / entre mí y mi viña.
¿Qué más cabía hacer por mi viña / que yo no lo haya hecho? / ¿Por qué, esperando que diera uvas, / dio agrazones?
Pues ahora os diré a vosotros / lo que voy a hacer con mi viña: / quitar su valla / para que sirva de pasto, / derruir su tapia / para que la pisoteen.
La dejaré arrasada: / no la podarán ni la escardarán, / crecerán zarzas y cardos, / prohibiré a las nubes / que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos / es la casa de Israel; / son los hombres de Judá / su plantel preferido.
Esperó de ellos derecho, / y ahí tenéis asesinatos; / esperó justicia, / y ahí tenéis: lamentos.

Salmo 79, 9 y 12.13-14.15-16.19-20: R/. La viña del Señor es la casa de Israel
Sacaste, Señor, una vid de Egipto, / expulsaste a los gentiles, / y la trasplantaste. / Extendió sus sarmientos / hasta el mar / y sus brotes hasta el Gran Río.
¿Por qué has derribado su cerca, / para que la saqueen los viandantes, / la pisoteen los jabalíes / y se la coman las alimañas?
Dios de los ejércitos, vuélvete: / mira desde el cielo, fíjate, / ven a visitar tu viña, / la cepa que tu diestra plantó, / y que tu hiciste vigorosa.
No nos alejaremos de ti / danos vida, para que invoquemos tu nombre. / Señor Dios de los ejércitos, restáuranos, / que brille tu rostro y nos salve.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 4, 6-9. Hermanos: Nada os preocupe; sino que en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios.
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito tenedlo en cuenta.
Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 21,33-43. En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: —Escuchad otra parábola:
Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo.» Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: «Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia.» Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo ataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?
Le contestaron: —Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dice: —¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.

Comentario: 1. Is 5, 1-7 (cf. Os 10,1; Jr 2,21;5,10;6,9;3,14;27). La imagen de la viña aplicada al pueblo se encuentra bastantes veces en el AT (Is 3,14; 27,2-5; Jr 2,21; 12,10; Ez 17,6; etc.). Con ocasión de la fiesta de la vendimia, tenemos aquí una de las piezas líricas más preciosas, lo que hoy llamaríamos una canción-denuncia, en una situación social llena de acaparadores de tierras y fortunas, especuladores del suelo y estafadores, jueces corrompidos, campeones en beber vino y los que confunden el mal y el bien y los que son sabios a sus propios ojos... (se toma el castigo divino como causa de lo que les pasó: Israel será abandonado a su propia suerte y fácil presa a los asirios. Pues esperaba uvas y le ha dado agrazones; quería que corriera el derecho y la justicia como un río y sólo corre la sangre inocente y los lamentos de los oprimidos, una explicación típica de cuando el éxito o fracaso temporal es señal de predilección o castigo divinos, también esta explicación quedará superada por Jesús). Esta alegoría logra en el canto de Isaías su versión más brillante, en la que se inspirará la parábola de Jesús que vamos a escuchar en el evangelio de hoy. El profeta, el poeta (deberíamos escuchar con atención a los verdaderos poetas, pues la poesía auténtica es muchas veces latente profecía) pronuncia un canto inocente, adaptado a la situación festiva del momento.
Expresaba bien la alianza de Dios con su pueblo, alianza emparentada con la unión conyugal (cf. Os 1-3), ya que la vid es también el símbolo del amor (Ct 1. 6-14; 2,14; 8,12). Es un canto de amor, donde se toma la imagen de la viña para hablar de la amada. La esterilidad es la falta de amor, y ahí viene el juicio, expresado con palabras fuertes que con Jesús adquirirán un tono de invitación a la conversión, a la que siempre estamos llamados. Tenemos aquí un caso análogo al de Natán cuando invita al rey David para que juzgue sobre un asunto que resultaría ser el suyo (2 S 12. 1 ss.). Pues los habitantes de Jerusalén son "la viña del Señor". Este canto de amor contiene una extraña paradoja. El amor en todas sus manifestaciones exige una respuesta de cariño y de amor exclusivos: Dios ha hecho por el pueblo un derroche de amor y lo que Dios quería con todo su cariño y todo su esfuerzo es que reinara entre ellos la justicia y el derecho. Que supieran amarse y respetarse mutuamente. Esas son las uvas que esperaba el Señor Dios. También es un canto al amor entre hombres que viene de una postura de fe. Todo el esfuerzo del viñador se orienta a que las cepas convivan y se respeten entre ellas. Hay una forma de saber si uno se mantiene dentro de la alianza entre Dios y el hombre: la prueba de la justicia (“Eucaristía 1978/81”), como decía S. Ambrosio: "Paga al obrero su salario, no le defraudes en el jornal debido por su trabajo, pues tú también eres asalariado de Cristo, quien te ha dado trabajo en su viña y te tiene preparado el salario en los cielos. No causes perjuicio, pues, al siervo que trabaja en verdad ni al jornalero que consume su vida en el trabajo; no desprecies al pobre que se gana la vida con su trabajo y se sustenta con su salario. Pues es un homicidio negar a un hombre el salario que le es necesario para su vida".
Las delicadas atenciones de que es objeto la viña (v. 2; cf. Mt 21. 33-44) son las que Dios prodiga a su esposa (Ez 16. 1-14 o Ef 5. 25-33). El juicio que Dios emite sobre su viña se desarrolla públicamente (vv. 3-4), según lo prescribía la Ley en caso de adulterio. La condenación de la viña a la esterilidad (v. 6) es la maldición prometida a la esposa infiel, y la decisión de derribar el muro y la cerca (v. 5) recuerdan la orden de exponer a la mujer adúltera a la vergüenza pública antes de proceder a su muerte por lapidación (Ez 16. 35-43; Os 2. 4-15). Las religiones semíticas hablan a menudo de las bodas de Dios con la humanidad, pero jamás lo hacen de su amor mutuo. Después de Oseas, Isaías es el primero en describir el amor apasionado de Yahvé, así como las atenciones que prodiga a su esposa y la venganza que no duda en tomarse, caso de que ésta le sea infiel: desde que el amor de Dios al hombre se hace patente, aparece revestido de un acusado matiz dramático. Irá revelándose poco a poco la paciencia de Dios que afrontará, a todo lo largo de los siglos, la debilidad e inconsistencia del hombre, hasta que un buen día, en el corazón de la humanidad, surja una viña, fiel y capaz de dar abundantes frutos de vida divina; esta nueva viña no es otro que Jesucristo (cf. Jn 15; Maertens-Frisque).
2. El salmo 79 nos habla de la viña con la perspectiva de la oración; y es imagen de la Iglesia que implora la visita de su Señor. Él la escucha, viene y se hace presente en su Liturgia: "Cristo está presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica... No sólo en la celebración de la Eucaristía y en la administración de los Sacramentos, sino también, con preferencia a los modos restantes, cuando se celebra la Liturgia de las Horas. En ella Cristo está presente en la asamblea congregada, en la Palabra de Dios que se proclama y cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues Él mismo prometió que: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos." La presencia de Cristo en la Liturgia es una presencia dinámica y eficaz, que hace de los actos litúrgicos acontecimientos de salvación. En la Eucaristía esta presencia es, además, substancial: "Tal presencia se llama 'real', no por exclusión, como si las otras no fueran 'reales', sino por antonomasia". Además de ser el Maestro y el Modelo, Cristo es siempre el Mediador y el Sujeto de nuestra oración. Como Mediador, ora por nosotros; como sujeto, es el Orante que une a Sí a la Iglesia haciéndose presente en aquellos que se reúnen en su nombre. Así pues, nuestra oración de hoy presupone a Cristo activamente presente, implicando en su alabanza e intercesión a la Iglesia, de la que es Cabeza y a la humanidad de la que es Primogénito, según la expresión de Tertuliano: "Cristo es el Sacerdote universal del Padre." "Se puede y se debe rezar de varios modos, como la Biblia nos enseña con abundantes ejemplos. 'El Libro de los Salmos es insustituible'. Hay que rezar con «gemidos inefables» para entrar en el 'ritmo de las súplicas del Espíritu mismo'. Hay que implorar para obtener el perdón, integrándose en el profundo grito de Cristo Redentor (Hb 5: 7). Y a través de todo esto hay que proclamar la gloria. 'La oración es siempre un «opus gloriae»'" (Juan Pablo II).
El Señor es la verdadera vid, nosotros los sarmientos y su Padre el labrador. De las cepas de los Patriarcas y los Profetas, ha germinado Cristo, como un vástago prodigioso. La antigua viña infiel ha sido renovada por Él y de ella ha nacido la Iglesia, plenitud de Cristo mismo, que forma con Jesús una misma cosa y se extiende y dilata sobre toda la superficie de la tierra (Félix Arocena).
Juan Pablo II comentaba así el salmo: “El Señor es invocado como "pastor de Israel", el que "guía a José como un rebaño" (Sal 79, 2). Desde lo alto del arca de la alianza, sentado sobre los querubines, el Señor guía a su rebaño, es decir, a su pueblo, y lo protege en los peligros. Así lo había hecho cuando Israel atravesó el desierto. Sin embargo, ahora parece ausente, como adormilado o indiferente… En la segunda parte de la oración, llena de preocupación y a la vez de confianza, encontramos otro símbolo muy frecuente en la Biblia, el de la viña. Es una imagen fácil de comprender, porque pertenece al panorama de la tierra prometida y es signo de fecundidad y de alegría. Como enseña el profeta Isaías en una de sus más elevadas páginas poéticas (cf. Is 5, 1-7), la viña encarna a Israel. Ilustra dos dimensiones fundamentales: por una parte, dado que ha sido plantada por Dios (cf. Is 5, 2; Sal 79, 9-10), la viña representa el don, la gracia, el amor de Dios; por otra, exige el trabajo diario del campesino, gracias al cual produce uvas que pueden dar vino y, por consiguiente, simboliza la respuesta humana, el compromiso personal y el fruto de obras justas. A través de la imagen de la viña, el Salmo evoca de nuevo las etapas principales de la historia judía: sus raíces, la experiencia del éxodo de Egipto y el ingreso en la tierra prometida. La viña había alcanzado su máxima extensión en toda la región palestina, y más allá, con el reino de Salomón. En efecto, se extendía desde los montes septentrionales del Líbano, con sus cedros, hasta el mar Mediterráneo y casi hasta el gran río Éufrates (cf. vv. 11-12).
Pero el esplendor de este florecimiento había pasado ya. El Salmo nos recuerda que sobre la viña de Dios se abatió la tempestad, es decir, que Israel sufrió una dura prueba, una cruel invasión que devastó la tierra prometida. Dios mismo derribó, como si fuera un invasor, la cerca que protegía la viña, permitiendo así que la saquearan los viandantes, representados por los jabalíes, animales considerados violentos e impuros, según las antiguas costumbres. A la fuerza del jabalí se asocian todas las alimañas, símbolo de una horda enemiga que lo devasta todo (cf. vv. 13-14). Entonces se dirige a Dios una súplica apremiante para que vuelva a defender a las víctimas, rompiendo su silencio: "Dios de los Ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña" (v. 15). Dios seguirá siendo el protector del tronco vital de esta viña sobre la que se ha abatido una tempestad tan violenta, arrojando fuera a todos los que habían intentado talarla y quemarla (cf. vv. 16-17). En este punto el Salmo se abre a una esperanza con colores mesiánicos… está implícita la confianza en el futuro Mesías, el "hijo del hombre" que cantará el profeta Daniel (cf. Dn 7, 13-14) y que Jesús escogerá como título predilecto para definir su obra y su persona mesiánica. Más aún, los Padres de la Iglesia afirmarán de forma unánime que la viña evocada por el Salmo es una prefiguración profética de Cristo, "la verdadera vid" (Jn 15, 1) y de la Iglesia.
Ciertamente, para que el rostro del Señor brille nuevamente, es necesario que Israel se convierta, con la fidelidad y la oración, volviendo a Dios salvador. Es lo que el salmista expresa, al afirmar: "No nos alejaremos de ti" (Sal 79, 19). Así pues, el salmo 79 es un canto marcado fuertemente por el sufrimiento, pero también por una confianza inquebrantable. Dios siempre está dispuesto a "volver" hacia su pueblo, pero es necesario que también su pueblo "vuelva" a él con la fidelidad. Si nosotros nos convertimos del pecado, el Señor se "convertirá" de su intención de castigar: esta es la convicción del salmista, que encuentra eco también en nuestro corazón, abriéndolo a la esperanza”.
Con este salmo podemos hoy pedir por la Iglesia y sus pastores. También el nuevo Israel sucumbe frecuentemente ante el enemigo, y le falta mucho para ser aquella vid frondosa que atrae las miradas de quienes tienen hambre de Dios: «Tú, Señor, elegiste a la Iglesia para que llevara fruto abundante, tú la quisiste universal, quisiste que su sombra cubriera las montañas, que extendiera sus sarmientos hasta el mar; y, fíjate, sus enemigos la están talando, su mensaje topa con dificultades, su Evangelio, con frecuencia, es adulterado; pon tus ojos sobre tu Iglesia, despierta tu poder y ven a salvarnos, que tu mano proteja a los pastores, a nuestro obispo, el hombre que tú fortaleciste para guiar a tu Iglesia. Ven, Señor Jesús, y sálvanos (Pedro Farnés).
Siento alegría, Señor, al ver que puedo dirigirme a ti hoy con las mismas palabras que tú inspiraste en otras edades; que puedo rezar por tu Iglesia la oración que el salmista rezó por tu pueblo cuando tu palabra se hacía Escriturñ y cada poeta era un profeta. Conozco la imagen de la vid y los sarmientos y el muro alrededor y la destrucción del muro y su restauración a cuenta tuya para protegerla. Me veo a mí mismo en cada palabra, en cada sentimiento, y rezo hoy por tu vid con palabras que han sonado en tus oídos desde el día en que tu pueblo comenzó a llamarse tu pueblo… La vid, los pámpanos, las montañas, la cerca. Destrucción y ruina; y el hombre a quien escogiste y fortaleciste. Términos de ayer para realidades de hoy. Tú inspiraste esa oración, Señor, y tú la preservaste en escritura santa para que yo pudiera presentártela hoy con nuevo fervor en palabras añejas. Te complaces en oír esas palabras, tuyas por su edad y mías en su urgencia; y si te complaces en oírlas, es porque quieres hacer lo que en ellas dices y quieres que yo te vuelva a decir. Con esa confianza rezo, y disfruto al rezar en unión de siglos con palabras de otro tiempo y vivencias del mío. Bendita continuidad del pueblo de Dios que sigue en peregrinación por el desierto del mundo. «Señor Dios de los Ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve» (Carlos García Vallés).
3. Flp 4, 6-9. El modelo de comportamiento que se propone a los creyentes es el del mismo Pablo, en tanto que su vida es una vida en Xto. El cristiano no será nunca un hombre pasivo, sino que se interesa por todo lo bueno y justo que hay en el mundo: las cualidades que aquí se enumeran ("lo que es verdadero, noble, justo...") formaban parte del ideal del mundo pagano de la época. Todo esto lo vivirá el cristiano desde su pertenencia a Xto y dará como fruto la presencia de Dios en él (J. Roca).
Vamos a decir algo sobre ese “amor al mundo” que aletea en la Buena Nueva. A lo largo de la historia hemos visto concepciones de la vida muy pegadas a gozar de la tierra, y otras que desprecian esta realidad y buscan el cielo. Joan Maragall en su cántico espiritual se refería a un mundo al que amaba, y le costaba imaginar algo más grande: “si el mundo es ya tan hermoso, Señor, … / ¿qué más nos podéis dar en otra vida? /… querría / detener muchos momentos de cada día / para hacerlos eternos dentro de mi corazón”; su fe le llevaba no sólo a pensar en un más allá, sino ver a Dios en nuestra realidad, por eso acababa su plegaria diciendo: “¡Déjame creer, pues, que estás aquí!” Luego, quizás llevado por un escrúpulo de exceso de “vitalismo”, añadió la estrofa final sobre la maravilla del cielo. Hay quien piensa que el gozo del mundo no es bueno, hay un miedo a quedarse con lo humano: “¿puede pregustarse la felicidad eterna en esta vida temporal hasta el punto de volverse innecesaria la misma felicidad eterna?”, pero si bien hace años había este tipo de dificultades culturales, ahora podemos entender lo que quiso decir el poeta: sin miedo a la vida, pues este amor por la vida no está reñido con el deseo del más allá. “¿Es bueno sentirse feliz ya aquí, sin perder la fe en el más allá?” Y respondemos claramente: ¡sí! El placer no es pecado, y la vida no es sólo un “valle de lágrimas” donde es obligatorio llorar; decía una mujer: “es un valle de lágrimas la vida, pero, ¡qué bien se llora!”. La vida no es sólo mirar al más allá, olvidando disfrutar del regalo que Dios nos ha hecho. Si el mundo es un regalo divino (volviendo a la poesía citada), y Dios nos ha hecho un jardín delicioso como regalo, ¿no sería una blasfemia cerrar los ojos y despreciar este regalo? ¿Cómo se agradecen los regalos? Abriendo el envoltorio, y disfrutándolos. Pues por ahí va la poesía. Oímos hablar mucho de que la vida moral es hacer la voluntad de Dios en el cumplimiento de obligaciones, cuando lo que Dios quiere en ese cumplir por amor es que seamos felices: “la felicidad del cielo es para los que saben ser felices en la tierra”, decía San Josemaría Escrivá quien hablaba de “amar el mundo apasionadamente”.
He podido visitar una exposición en el Museo del Prado sobre el retrato en el Renacimiento, cuando la expresión de los rostros se vuelve arte, belleza en sí misma, sin necesidad de ser un “pretexto” para un motivo religioso. Ahí, el renacimiento es humanismo que conecta con aspectos de la antigua Roma, que reciben una nueva vitalidad en la cultura cristiana. Pero en la historia ha sido difícil encontrar un equilibrio, el maniqueísmo ha hecho que a veces no se acepte la belleza y el gozo en sí mismos. El cielo será también belleza y encanto, y no se llega a él sólo a través de obligaciones y cosas desagradables, palabras muertas que no mueven: “¿Cuando llegará el momento que despreciaréis cualquier otro ritmo y no hablaréis sino con palabras vivas? Entonces seréis escuchados con entusiasmo y vuestras palabras misteriosas darán frutos de vida verdadera y desvelaréis entusiasmo” (decía también Joan Maragall). San Ireneo nos dará una aportación importante para captar lo que es la gloria de Dios, la voluntad de Dios: "Gloria Dei vivens homo", la gloria de Dios es la vida del hombre, y la vida del hombre es la visión de Dios. Esto está bien lejos de considerar a Dios como un ser lejano de los hombres, como un rey que recibe el tributo de los hombres con una especie de autocomplacencia. La gloria de Dios es nuestra vida plena, humana y divina: hacia el más allá, viviendo “a tope” nuestra existencia actual, con una “alegría de vivir” que lejos de ser un vitalismo hueco, hedonista, es una verdadera pasión por la vida en la que ya tenemos “el más allá”, pues “Dios está aquí”, “en presente”: abrir los ojos a la vida es alegría, sentirse en casa, libres, sin atarse a nada más que al amor que procede de ese Dios que nos ama… eso es la vida. Jesús amaba la vida con asombro y entusiasmo, sabía disfrutar de todo lo humano, dentro del camino pascual.
El cristiano debe estar siempre abierto a los auténticos valores. En el último capítulo de su carta, Pablo da a los filipenses unos consejos. En primer lugar, hace una invitación a la alegría (4,4). La causa de esta alegría es la próxima venida del Señor (v. 5). Es cierto que dicha venida ha de ser también motivo de vigilancia y que no podemos vivir "alegremente", pero debemos descansar de todas nuestras preocupaciones en el Señor. Por eso Pablo añade: "Nada os preocupe". Es una llamada a la serenidad de ánimo que nace de la confianza en Dios y que nos libera de la inquietud propia de cuantos no tienen en quien confiar.
La petición es la oración del pobre, del que todavía no ha llegado, del que todavía camina hacia la plenitud de Dios. Por eso es la oración de los cristianos que esperan la venida del Señor. Por otra parte, sabemos que Dios nos ama y se ha revelado en su Hijo, Jesucristo. Así que tenemos siempre motivos para dar gracias a Dios, y nuestras peticiones deben ir acompañadas incesantemente de la acción de gracias.
La "paz de Dios" porque viene de Dios y no es la paz que el mundo puede dar. Esta es la paz que posee el que sabe conjugar en su vida la responsabilidad vigilante y la petición a Dios de lo que todavía espera, con la seguridad de una fe agradecida por lo que ya ha recibido en Jesús. Pablo, que escribe desde la cárcel y a la vista de sus guardianes, compara esta paz de Dios a los guardianes que Dios pone ante las puertas del corazón y de la mente para que nada perturbe la serenidad interior. Pero esta paz de Dios, que nos custodia de falsos temores, nos libera por ello mismo para apreciar y aceptar sin recelo cuanto de bueno hay en el mundo. Los cristianos tienen que tener siempre abierto el corazón a todos los valores que, no siendo específicamente suyos, son sin embargo auténticos (“Eucaristía 1981”).
Muchos cristianos creen que la moral cristiana es "otra cosa"/otra moral alejada de la vida. El cristianismo no se inventa una moral propia haciendo tabla rasa del sentido común y de la conciencia ética. Se hace uno la pregunta: Si el Evangelio era una Buena Nueva, si era efectivamente algo nuevo, ¿había también una moral nueva? La moral antigua, la ética del sentido común y de la ley natural, ¿seguía teniendo vigencia para ellos, o el cristianismo suponía una moral nueva, inventada, partiendo de cero, haciendo tabla rasa del sentido moral habitual? La pregunta no se quedó allí. Pablo respondió claramente en un texto que este domingo leemos en la liturgia de la Palabra. Pero la pregunta sigue latiendo hoy, porque nuestra conducta habitual no se basa sobre la respuesta de Pablo, sino sobre unos supuestos bien distintos. En efecto, si miramos bien el sentir común de muchos cristianos, observaremos que existe el supuesto, consciente o inconscientemente, de que la moral cristiana es "otra cosa", otra moral alejada de la vida. Existe, diríamos, el convencimiento de que la moral cristiana pide a sus seguidores cosas muy alejadas de la vida. Las cosas ordinarias, las realidades diarias, las tareas e implicaciones sociales o personales modernas -y no pocas de las muy antiguas- quedan como fuera de la moral cristiana habitual porque se piensa que ésta es, efectivamente, otra cosa. Alejada de la vida real, o reducida a unas parcelas de la misma, para muchos la moral queda en unas “cosas” que son desgajadas de las relaciones humanas y sólo se consideran aspectos familiares, la sexualidad y a la disciplina de la Iglesia (precepto dominical). Fuera de eso parece que ella no tiene ya nada que decir. Quedan fuera de la moral cristiana las grandes realidades diarias. De hecho muchos piensan que las obligaciones de las leyes de tráfico -en las que tantas veces jugamos con la vida propia y la ajena- son una cuestión civil, pero no moral frente a Dios. Muchos cristianos han podido intentar defraudar a Hacienda en sus declaraciones porque esto, ya se sabe, no tiene que ver para ellos con la moral cristiana. El mundo de la corrupción administrativa y jurídica, las recomendaciones, tráfico de influencias, las injusticias en los procedimientos administrativos y legales está también lamentablemente protagonizados por cristianos que viven tranquilos de conciencia en esas irregularidades, porque para ellos la moral cristiana es "otra cosa". Y no digamos aspectos más importantes aún si cabe, como las relaciones laborales, los compromisos políticos, el paro, el hambre en el mundo, el subdesarrollo... son cuestiones irrelevantes desde el punto de vista moral cristiano, porque la moral cristiana se refiere, efectivamente, a "otras cosas". ¿Y la obligación de estar formado cristianamente, siempre?, ¿el esfuerzo de evangelización, de compartir sus bienes en la comunidad cristiana, en participar activamente en la vida de la Iglesia?... Por eso la palabra de Pablo puede hoy de nuevo conmover nuestras conciencias, nuestra moral cristiana tradicional: "todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero, amable, laudable... tenedlo en cuenta". El cristianismo no se inventa una moral propia haciendo tabla rasa del sentido común y de la conciencia ética natural. Cierto que tiene aspectos propios, nuevos, peculiares, que da una nueva perspectiva a todo el conjunto. Pero no queda reducida a ser "otra cosa". Se impone la tarea de redescubrir la moral cristiana, de ampliarla a sus verdaderas dimensiones. Porque Jesús no trajo una moral nueva, más sofisticada o perfeccionada. Jesús trajo el anuncio de un Reino nuevo, que tiene en cuenta todo lo que es bueno, noble, bello, justo, verdadero amable, laudable... El día que "tengamos en cuenta" todo esto ganará mucho prestigio la moral cristiana. Que sea pronto (“Dabar 1981”).
Pablo no cae en la trampa de concretar excesivamente esta exhortación a la práctica. El obrar está enraizado y brota espontáneamente del ser, de la condición humana. Pero el modo de proceder ha de estar matizado conforme a las circunstancias concretas de cada uno, y tomando como último criterio la propia conciencia. Si no se quiere tratar a los cristianos como a niños, se ha de procurar que sean autónomos y responsables en su conducta. De ahí que Pablo suela limitarse a recomendaciones generales como las de este párrafo de Flp. Naturalmente, en otras ocasiones, cuando es necesario, desciende a más detalles, como en 1 Co, pero eso no suele ser su talante (F. Pastor). Con un destino muy incierto, se despide de los filipenses. Y lo hace con una invitación a la paz: "Nada os preocupe". Ahora bien, esta actitud del cristiano no surge de una filosofía o modo de entender la vida a nivel simplemente humano, sino que surge de la seguridad del próximo encuentro con el Señor: -"Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús": La paz que proviene de Dios está en otro plano que la paz que proviene de las posibilidades humanas y de su modo de comprenderla. Es una paz que, como un centinela, mantiene al cristiano adherido de corazón y pensamiento a Jesucristo (Joan Naspleda). Pablo esboza aquí para sus amigos de Filipos un estilo de moral, una forma de comportamiento que no tiene nada que ver con la moral pagana, sino que camina en otra línea. Señala varios puntos de apoyo que los creyentes harán bien en tomar. El primero es que el actuar cristiano se desarrolla en la oración, en un clima de ternura en Cristo Jesús. La prescripción de toda moral queda desplazada por una visión de amor y esto lo expresa el creyente en la acción de gracias. Algo que cada domingo toda comunidad cristiana se esfuerza por poner de manifiesto. Según el pensamiento de Pablo (Cf Rom 5), la paz no es algo que se caracteriza exclusivamente por la ausencia de guerra, no es siquiera una virtud moral, sino es el saberse salvado por Jesús. Esta es la paz fundamental de la que dimana toda otra paz. Pues bien, el creyente tendrá que esforzarse, si quiere ser consecuente con el hecho de Jesús, por ser un hombre de paz. El cristiano es, por definición, un pacifista, un no violento nato, un antimilitarista profundo, porque cree que el mejor medio para llegar al entendimiento entre dos personas es el camino de la paz. Construir la paz es querer infundir serenidad y coraje, simpatía y ánimo. El creyente, dice también Pablo, se caracteriza por una gran humanidad. Queda superada la concepción del que se aleja de los hombres porque le defraudan y "se refugia" en Dios. Ciertamente ese Dios no lo es tal, porque el Dios de Jesús pasa por el hombre Jesús. Por eso se podría definir al creyente como un apasionado por todo lo humano, por mejorar lo que se pueda mejorar dentro de la vida del hombre, por hacer al hombre más hombre. Y todo ello por exigencias de la fe. Este es el fruto que Dios espera del derroche de amor que ha hecho con el hombre (cf 1. lectura). Otras veces se ha propuesto Pablo a sí mismo como modelo de imitación en la lucha de la fe (3, 17; 1 Cor 4, 16; 1 Tes 4, 1). No es de ningún modo un orgullo fatuo sino la seguridad que da el mantenerse en fidelidad, la seguridad del profeta de verdad. El que desea avanzar por caminos de fe hará bien en animarse y tomar conciencia a través de los que se han lanzado a este trabajo de amor que es la fe en la más completa generosidad (“Eucaristía 1978).
4. Mt 21, 33-43 (paralelos: Mc 12, 1-12 Lc 20, 9-19). Un hombre desechado por sus contemporáneos, que llegaron hasta hacerle morir, se ha convertido en la base de una comunidad nueva. Esta maravilla de la que sólo Dios es capaz, se produjo una vez en Jesús, la piedra que es clave de todo el edificio de la humanidad. A los oyentes de la parábola toca ahora elegir. Cada uno ha de tender a estar ligado a esta piedra, para con ella, por ella, gracias a ella, encontrarse integrado en el edificio; cada cual ha de atender a que esta piedra no sea la roca sobre la que uno cae y se rompe los huesos, o la piedra que se desprende y cae, aplastando al que se encuentra debajo (Louis Monloubou).
Después de tantos emisarios para los arrendatarios de la viña, con la misión del Hijo se pone en evidencia el último intento realizado por Dios, su extremo y definitivo "mensaje" para los rebeldes. Marcos (12. 1-12) precisará: "...Todavía le quedaba uno, su hijo querido". Es una expresión que me desconcierta cada vez que la leo. Parece que Dios ha quedado al borde de la pobreza. Le queda solamente el hijo. El último tesoro que arriesgar en ese "juego" en donde hasta ahora sólo ha encontrado mala suerte. "Y se lo envió el último..." (Mc; mejor que Lc: "por último, les mandó"). Jesús es verdaderamente el último, el "eskatos", desde la perspectiva de Dios. No el último en relación al tiempo, no el último de una serie de intentos. El ultimo, es decir, el definitivo, todo. Después del cual ya no queda nada (en él lo da todo: San Juan de la Cruz). Ahora Dios es verdaderamente el pobre por excelencia. Pobre porque ha dado todo. En su incurable pasión por los hombres no se ha quedado ni con su Hijo. También se lo "ha jugado". Dios es pobre. La prueba está en que, con la venida de Jesús, no les falta nada a los hombres.
-La conducta de los labradores se juzga durante la ausencia del amo. Se diría que la ausencia de Dios garantiza el trabajo del hombre. Nadie está desocupado, gracias a ella. "El Dios de la confianza es también el Dios de la ausencia. Pero hay que comprender exactamente esta ausencia. Esta significa sólo que Dios nos toma en serio, nos deja el campo libre. Desaparece. Deja su puesto. No se trata ni de abandono, ni de evasión ni de deserción. Es un signo de amor. Se podría decir que se va el Dios de los filósofos y de los sabios (el Dios de la Religión). Y se queda en medio de nosotros únicamente el Dios confiado, pero débil, de la revelación. El Dios que pretende actuar exclusivamente a través del amor que lleva a los hombres" (A. Maillot; Alessandro Pronzato).
La garantía de permanencia para la Iglesia, no asegura la estabilidad de una iglesia local; mayores árboles han caído aunque el bosque permanezca (norte de África en el primer milenio… ahora quizá otras regiones). Mucho menos asegura una fe personal, que hemos de mirar con temor y temblor como tesoro que puede perderse, y que cada día habremos de pedirla de rodillas con súplicas y oraciones. ¿Cómo puede alguien decir: "a mí nadie me quita la fe", como si tuviera un título de propiedad sobre ella y no fuera el don cuyo disfrute nos permite el Señor para fructificar en bien del mundo? (Miguel Flamarique). Jesús dirige su palabra crítica a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, a los jefes de Israel, y a los fariseos (v. 45). La viña de la parábola es todo el pueblo de Israel, pero los jefes son los responsables que deben cuidar de esa viña y dar al amo lo que le pertenece y espera; esto es, el derecho y la justicia (primera lectura de hoy). No hay padre que entregue a su hijo a semejante banda de criminales, pero Dios ha amado tanto al mundo que ha entregado a su propio Hijo para que se salven cuantos crean en él y tengan vida (Jn 3, 16). En estas palabras de Jesús hay una profecía de la muerte que le espera en Jerusalén y una confesión indirecta de que él es el Hijo de Dios. Mateo, teniendo en cuenta los acontecimientos de la crucifixión de Jesús en el calvario, dice aquí que los arrendatarios, agarrando al heredero, "lo empujaron fuera de la viña y lo mataron". Recordemos que Jesús murió fuera de los muros de Jerusalén, rechazado por los jefes de Israel y el pueblo judío. Hecho éste al que atribuye un hondo significado el autor de la carta a los hebreos (13, 12s). Jesús acostumbraba a referirse a su muerte sin olvidar nunca la resurrección (16, 21; 17, 23; 20, 19). Por eso añade ahora una alusión a su exaltación final, sirviéndose de la cita del salmo 118 (“Eucaristía 1990”). La parábola de la viña describe alegóricamente los principales acontecimientos de la relación entre Dios y su pueblo: la alianza, los profetas, la venida del Hijo y su muerte. Y se añade que el rechazo de Jesús por parte de los hombres será transformado por Dios en glorificación. El pueblo elegido ha de velar siempre para dar fruto a su tiempo (Misa dominical 1990). Y así acudimos a la misericordia divina: "Con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican"… (colecta); en el Misterio, que es la realidad de Dios, nosotros nos hallamos inmersos. Dios es más grande que nuestros méritos y deseos. Es más grande que nuestra conciencia y nuestras súplicas. Y aquí radica nuestra confianza: "en caso de que nos condene nuestra conciencia, Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo" (1Jn 3, 20). Al fin y al cabo, el cristiano no descansa en sí mismo (en sus méritos, deseos, súplicas, en el arrepentimiento que experimenta por las faltas que condena su conciencia...). El cristiano descansa en la bondad del Padre que se ha manifestado en Jesús, el Señor. Y el mismo ir al Padre es también obra del Espíritu del Padre y del Hijo: "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; ...intercede por nosotros" (Rm 8,26; José Totosaus).

miércoles, 25 de mayo de 2011

LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar corres

LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios viene al alma que le deja, que es humilde, que busca no la propia gloria sino la gloria de Dios, amar correspondiendo al amor de Dios

Hechos de los apóstoles 14, 1-17: “Estando en Iconio entraron Pablo y Bernabé en la sinagoga de los judíos, y hablaron de tal modo que muchos, judíos y paganos, creyeron. Pero los judíos que no aceptaron la palabra soliviantaron a los paganos contra ellos.
A pesar de todo, Pablo y Bernabé permanecieron allí bastante tiempo... Pero al correr de los días, la gente de la ciudad se dividió: unos a favor de los judíos, y otros a favor de los apóstoles... Como Pablo y Bernabé se dieron cuenta de lo que tramaban contra ellos, escaparon a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia.., y allí también anunciaron la Buena Noticia.
Precisamente en Listra había un paralítico que les escuchaba... Y un día, cuando estaba oyendo hablar a Pablo,... éste le dijo en voz alta: amigo, levántate, ponte derecho. Él dio un salto y echó a andar... El gentío, al verlo, exclamó: ‘dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos...’, y querían ofrecerles un sacrificio...”

Salmo 115/113b, 1-2.3-4.15-16: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria. Por tu misericordia (bondad), por tu fidelidad (lealtad). ¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está tu Dios”? Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace. Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas. Benditos seáis del Señor que hizo el cielo y la tierra. El cielo pertenece al Señor, la tierra se la ha dado a los hombres».

Evangelio según san Juan 14, 21-26 (también el domingo 6º de Pascua C): “Un día dijo Jesús a sus discípulos: el que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo, y me mostraré a él.
Entonces Judas, no el Iscariote, le dijo: Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?
Respondió Jesús: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él...
Os he hablado esto ahora que estoy a vuestro lado; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que yo os he dicho”.

Comentario: 1. “El gran viaje misionero de Pablo y Bernabé entra en su etapa conclusiva. De la estancia en Derbe (vv 20-21) se nos dice, sin bajar a detalles, que fue un éxito. Por el contrario, tenemos información abundante sobre la misión en Listra (8-20) patria de Timoteo, que en esa ocasión se convertiría a la fe. Destaca la curación de un cojo de nacimiento, que provocó una gran conmoción religiosa entre el pueblo. Los habitantes de Listra toman a Bernabé y a Pablo por Zeus y Hermes, dioses viajeros de una leyenda pagana, y los apóstoles reaccionan a su pretensión idolátrica con una viva protesta y un discurso que es una síntesis de teodicea apropiada al caso. De vuelta a Antioquía de Siria (21-28), visitan de nuevo las comunidades evangelizadas de Asia Menor, las consolidan en la fe y establecen un ministerio local: los ancianos o presbíteros. Hch 15,1-4 es un relato de transición que nos dice cómo la admisión de los gentiles a la Iglesia, sin pasar por la sinagoga, provocó una enorme agitación y determinó la reunión del llamado Concilio de Jerusalén (Hch 15).
“La ciudad se dividió…” ante la palabra de Dios, que interpela, no hay indiferencia: “el que no está conmigo –dijo Jesús- está contra mí” (Mt 12,30). Aunque Lucas reserva el título de Apóstoles a los Doce, aquí se nombra también así a Pablo y Bernabé (por la singular vocación de Pablo, por su predicación a las gentes: cf. 1 Cor 15,9; 2 Cor 11,5).
Hoy todos conocen el gusto de Lucas por el ritmo binario y por los paralelismos en todos los niveles de su composición literaria. Al leer los Hechos de los Apóstoles, numerosos episodios hacen pensar en un intencionado paralelismo entre las dos figuras centrales, Pedro y Pablo. Para ilustrarlo a partir de nuestra perícopa, el "cojo de nacimiento" curado por Pablo en Listra (14,8) nos recuerda al otro «tullido de nacimiento» curado por Pedro a la puerta del templo (3,1) y los dos hechos provocan gran agitación. “Así como el hombre cojo curado por Pedro y Juan en la puerta del Templo prefigura la salvación de los judíos, también este tullido licaonio representa a los pueblos gentiles alejados de la religión de la Ley y del Templo, pero recogidos ahora por la predicación del apóstol Pablo” (San Beda). Pablo advierte en el tullido “fe para ser salvado”, Pablo hace como Jesús ante el paralítico de Cafarnaum (Mc 2,1), que endereza sus pies y limpia su alma de pecado (Biblia de Navarra). El intento idolátrico de Listra frente a Bernabé y Pablo que protestan, guarda alguna analogía con lo que pasó entre Pedro y Cornelio (cf. 14,11-18 y 10,25-26). Esto no excluye la historicidad de los hechos narrados, pero invita a tener en cuenta la posibilidad de retoques y de una estilización de alcance mayor o menor según los casos” (F. Casal).
De lo malo –ser atacados- sacan los apóstoles algo bueno –extender el Evangelio a otros lugares-. Todo es providencial. Viendo un hombre tullido, Pablo le dijo: «¡Levántate!...» El hombre dio un salto y echó a andar. Pablo realiza las mismas maravillas que Pedro y Jesús. Es el mismo tipo de milagro que Pedro había hecho en favor de un mendigo paralítico junto a la Puerta hermosa del Templo. Y con la misma palabra: «¡levántate!». Pero aquí el beneficio va destinado a un pagano. Señor, prodiga tus beneficios sobre los que no te conocen todavía. Y ensancha nuestros corazones.
-Los habitantes toman a Pablo y a Bernabé por «dioses», les llaman ya Zeus y Hermes, respectivamente, y se disponen a ofrecerles un sacrificio. Se trata de una antigua leyenda de la región frigia, según la cual los dioses Zeus y Hermes (Mercurio) habían visitado como caminantes aquella tierra y obrado prodigios en beneficio de quienes les habían acogido en sus casas. Piensan que se repite la situación… "Nosotros somos también hombres, de igual condición que vosotros". Pablo y Bernabé anuncian que deben abandonar todos esos ídolos vanos y volver hacia el Dios vivo que hizo el cielo y la tierra y todo lo que hay en ellos. ¿Me inclino yo hacia Dios?, ¿o hacia unos ídolos? Ídolo es todo cuanto ocupa el lugar reservado a Dios. Incluso las cosas mejores pueden llegar a convertirse ídolos: el amor, el oficio o la carrera, el trabajo, las vacaciones, el descanso, la salud, la belleza, el confort, el coche, el objeto al cual se aficiona uno, las ideas o las opciones a las cuales se atribuye un valor «absoluto». Una característica del ídolo es ser «vano»... ¡vacío! y, a la larga, decepcionante... incapaz de dar realmente lo que se le pide. Cuando se pide lo absoluto, la plenitud, la felicidad perfecta, a cosas relativas, frágiles, mortales... un día llega forzosamente la decepción. Entonces el ídolo se revela vano, como dice san Pablo. Señor, ayúdanos a relativizar las cosas relativas, ¡a no darles mayor importancia de la que tienen! Ayúdanos, en lo esencial, a saber apoyarnos sólo en Ti... y en «todo lo restante» con relación a Ti, Señor Dios.
-El Dios vivo... Que os envía desde el cielo lluvias y estaciones fructíferas, que llena vuestros corazones de sustento y de alegría. Cuando de veras se ha relativizado las cosas terrenas en provecho del apoyo único en el Único que no puede decepcionar... entonces se encuentran de nuevo todas las «cosas» como un don de Dios: lluvia, estaciones, saciedad, alegría, felicidad. ¡Danos, Señor, esa concepción optimista de la creación! (Noel Quesson).
Tienen esos pueblos un sentido religioso, una “cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda su vida con un íntimo sentido religioso” (Nostra aetate 2). Así los apóstoles les muestra cosas que ellos pueden percibir sobre su idea de Dios, para llevarlos a creer en el Dios vivo (personal, trascendente y providente) que vagamente conocen; y de esta fe surge el cambio de vida, pues la aceptación de Dios está cargada de consecuencias prácticas para la vida del hombre, abre la perspectiva de su vida espiritual, cambiando las pretensiones de autonomía moral y falsa independencia por los caminos de obediencia y humildad que componen la auténtica libertad, bajo la moción de la gracia.
Como vemos aquí con los Apóstoles, “en nuestra vida a veces experimentamos éxitos, y otras fracasos. Momentos de serenidad y momentos de tensión y zozobra. Deberíamos estar dispuestos a todo. Sin perder en ningún momento la paz y el equilibrio interior, y sobre todo sin permitir que nada ni nadie nos desvíe de nuestra fe y de nuestro propósito de dar testimonio de Jesús en el mundo de hoy. También hay otras direcciones en que nos interpela la escena de hoy. ¿Nos buscamos a nosotros mismos? Como Pablo y Bernabé, tendremos que luchar a veces contra la tentación de «endiosarnos» nosotros, recordando que «somos mortales igual que vosotros». Nuestra catequesis no debe atraer a las personas hacia nosotros, sino claramente hacia Cristo y hacia Dios. Como el Bautista, que orientaba a sus propios seguidores hacia el verdadero Mesías, Jesús: «no soy yo». Como dice el salmo de hoy: «no a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria». Otra lección que nos da Pablo es la de sabernos adaptar a la formación y la cultura de las personas que escuchan nuestro testimonio: el hombre de hoy, o el joven de hoy, frecuentemente desconcertados y en búsqueda, entienden unos valores, que serán incompletos tal vez, pero son valores que aprecian. A partir de ellos es como podemos anunciarles a Dios y su plan de salvación. Partiendo como Pablo del AT si se trataba de judíos, o de la naturaleza si eran paganos, lo importante es que podamos ayudar a nuestros contemporáneos a no adorar a dioses falsos, sino al Dios único y verdadero, el Creador y Padre, porque en él está la respuesta a todas nuestras búsquedas” (J. Aldazábal).
2. Sal. 115/113B. Los cristianos hemos heredado de Israel el oficio de testimoniar y dar gloria a Dios. Y el primer testimonio es que Cristo ha resucitado y ha sido glorificado. Por eso proclamamos: «No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria”. Se ensalza el único Dios creador, que sacó el pueblo de la esclavitud de Egipto. Comienza con el desprecio a los ídolos (S. Pablo hará referencia a ello en 1 Cor 10,19-20; 12,2; pero por desgracia los hombres siguen adorando las obras de sus manos: Ap 9,20, dando a esta salmo una perenne actualidad), y el fragmento de hoy acaba con el reconocimiento de Dios y la alabanza a Él.
Los ídolos de los gentiles, insensibles e inanimados son pura nulidad, no pueden actuar como sí hace el auténtico Dios (v. 2; todo esto está muy bien explicado en el Catecismo 269). Sean lo mismo los que confían en ellos. En cambio nosotros tenemos como nuestro Dios y Señor a Aquel que ha hecho el cielo y la tierra y todo lo que en ellos se contiene. Dios, nuestro Dios, se ha manifestado con todo su poder y con toda su grandeza, pues nos escogió para hacernos su Pueblo Santo. Él nos llena de bendiciones, especialmente por medio de su propio Hijo que, encarnado, ha cargado sobre sí nuestros pecados para redimirnos. ¿Habrá una prueba mayor de la existencia y del amor del Señor Dios nuestro? Dios nos ha entregado la tierra para que, pasando por ella y viviendo en un auténtico amor fraterno, nos encaminemos, unidos a su Hijo, a la posesión del cielo, de la Gloria que a Él le pertenece, pero que será nuestra, pues el Hijo unigénito del Padre, a quienes creemos en Él, nos hace partícipes de la herencia que como a Hijo le pertenece en la Gloria de su Padre celestial.
“Hace ya unos años, cuando se beatificó a San Josemaría Escrivá, tuve la oportunidad de asistir a una tertulia con un sacerdote que había elaborado parte de la “positio” que se presentó a la Santa Sede. Durante años se había dedicado a estudiar un breve período de la juventud del Santo, una época menos conocida de sus tiempos de juventud. Había leído mucho sobre la época histórica, el ambiente social y religioso, los testimonios de los testigos, los escritos que se conservaban; era en definitiva, en ese momento, el que más sabía de ese breve periodo de tiempo sobre el futuro beato. Elaboró el capítulo que le correspondía para presentarlo a la congregación para la causa de los santos. El entonces Prelado de la Obra leyó el capítulo y se lo devolvió pidiéndole que lo rehiciese, no estaba bien enfocado. El sacerdote contaba su enfado: ¿Quién podría enmendarle la plana a él, que conocía como nadie cada suceso de esos años? ¿Cómo podía el Prelado decirle que estaba mal cuando en esa época no conocía aún a San Josemaría? Él era el experto y nadie estaba autorizado para tirar por tierra su trabajo, tantas horas de estudio e investigación. Enfadadísimo, pero con la humildad que acompaña a los hombres de oración, volvió a leer su trabajo aunque fuese para dar más motivos que apoyasen su validez. Lo releyó y descubrió que, efectivamente, lo había enfocado mal y rehizo su trabajo quedando todos satisfechos. Su conclusión: Hasta que lo palpé no me di cuenta de lo peligrosa y dañina que es la soberbia intelectual que puso en peligro mi vocación.
“Dioses en figura de hombres han venido a visitarnos.” Sin duda tú y yo no esperamos que nos tomen por dioses, nos hagan sacrificios y nos eleven estatuas, pero sí puede existir la tentación sutil de que reconozcan nuestro trabajo, que nos valoren por nuestro esfuerzo, que nos agradezcan nuestra entrega, en el fondo una falta de rectitud de intención, pequeña pero que crece y crece sin que nos demos cuenta. Conozco a más sacerdotes secularizados y matrimonios rotos por esa soberbia intelectual que porque se les hayan encabritado las pasiones. “La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.” Hasta Cristo hace lo que tiene que hacer (“aprendió sufriendo a obedecer”), aunque su “premio” fuese la cruz.
“No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria.” A lo mejor, si eres sacerdote, tu párroco no te valora lo suficiente, tu vicario no se fija en ti, el Obispo te da destinos que nadie quiere, las madres de los niños de catequesis (en esta época de primeras comuniones) sólo piensan en el trajecillo de su niña, ese enfermo que visitas es un desagradecido. A lo mejor, si eres padre o madre, tu hijo parece que no te conoce ni te agradece ninguno de los desvelos que has tenido a lo largo de tu vida y la de cosas a las que has renunciado para que pueda vivir cómodamente, a lo mejor... Ten paz, toda la gloria a Dios, da gracias a Dios que te conoce y al que tú conoces (“Señor, ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?), y sigue trabajando, orando, entregándote.
Hoy, día de San Juan de Ávila (que tanto tiempo fue beato), pedimos por todo el clero español y, si queremos premios, recordemos sus palabras que hoy leeremos en el oficio de lecturas. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre.” María, con que tú mires mis trabajos y desvelos y se los muestres a tu Hijo eso me basta, no quiero más gloria humana” (Archidiócesis de Madrid).
3. Ahora comienza el período de su glorificación. ¿Por qué en esta etapa en la que Jesús ya está resucitado y constituido señor del mundo no se manifiesta de una manera sensacional a todos los hombres? Esta es la tentación del creyente en esta etapa de la vida de la Iglesia. Jesús afirma que, aun después de su muerte y durante el período de su glorificación, las cosas no ocurrirán como ellos las pensaban: él no se va a manifestar a los hombres con las fuerzas del poder de Dios para que los hombres tengan que aceptarlo sin remedio. La fe seguirá siendo invisible a sí misma. No aparecerá rodeada de milagros y sensacionalismos. Aunque Jesús ya esté resucitado y constituido Señor de toda la creación, aunque el Reino de Dios ya está presente en el mundo, las cosas parece que siguen igual que antes y la gloria de Dios solamente pueda vislumbrare a través de la fe. Dios sigue presente y actuando en la Iglesia y en el mundo. Pero esa idea de Jesús-Rey-glorioso que impone la Ley de Dios por la fuerza, no tiene lugar en este tiempo nuevo de la nueva relación del hombre con Dios. La manifestación de Jesús únicamente es posible en la obediencia y en el amor.
Toda esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena". Esas palabras de Jesús, en el relato de san Juan, siguen inmediatamente el anuncio de la negación de Pedro, portavoz del grupo de los discípulos (Jn 13, 38). Un malestar profundo invade a estos hombres. Temen lo peor. Y es verdad que mañana Jesús será torturado. Jesús experimenta también esta turbación: Y he aquí lo que acierta a decir para reconfortarles... para reconfortarse a sí mismo.
-El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Amar a Jesús. Jesús quiere que se le ame. E indica el signo del verdadero amor: la sumisión al amado. Es una experiencia que comprenden todos los que aman. Cuando se ama a alguien, se es capaz de abandonar libremente el punto de vista personal para adaptarse al máximo a la voluntad y a los deseos de aquel que ama: se transforma en aquel a quien se ama. Se establece una especie de simbiosis mutua: tu deseo es también el mío, tu voluntad es la mía, tu pensamiento ha llegado a ser el mío... nuestras dos vidas forman una sola vida.
-El que me ama será amado de mi Padre y Yo le amaré. Todo comentario es inútil. Sencillamente, hay que ir repitiéndose esto a sí mismo. Una verdadera cascada de amistad. Yo... Jesús... El Padre... Es todo lo contrario a un Dios lejano y temible, es un Dios próximo y amoroso.
-"Señor, ¿por qué te manifiestas a nosotros, y no al mundo?" Esta es la pregunta de uno de los apóstoles. Llenos del Antiguo Testamento, los apóstoles piden a Jesús que se manifieste "pública y gloriosamente", en una especie de teofanía, en medio de relámpagos y truenos, como en el Sinaí... y como los profetas lo habían anunciado alguna vez. (Ez 43). Hoy, también, algunos cristianos... y quizá, yo... continúan buscando manifestaciones espectaculares. ¿Cuál será la respuesta de Jesús?
-Si alguno me ama guardará mi palabra; mi Padre le amará y vendremos a él y haremos en él nuestra "morada".
¡Esta es la manifestación que Dios nos hace! Hace su morada en el corazón de los que creen en El Dicho de otro modo: No se manifiesta más que en el corazón de los que le aman. Para todos los demás, Dios parece ausente.... No se manifiesta! Jesús habla de amor. Señor, Tú no te manifiestas más que a los que aceptan tu palabra, a los que libremente aceptan amarte. No fuerzas las puertas estruendosamente. No quieres hacer prodigios espectaculares que forzarían las muchedumbres a la adhesión. No vienes a habitar sino en aquellos que, por amor, ¡te abren su puerta! Señor, bien quisieras manifestarte a todos, pero respetas la libertad de cada uno: ¡No hay que forzar el amor! A nosotros, cristianos, tú nos encargas servir de intermediarios: es la calidad de nuestro amor por ti lo que debería revelarte, manifestarte a todos los que te ignoran. "La morada de Dios." ¡No es ante todo un Templo de piedras! El templo "soy yo" ¡si soy fiel a la Palabra de Jesús! La oración, la plegaria.... se trata de escuchar a este Dios presente en mí, y responderle. No hay que ir lejos a buscarle... Está aquí.
-El Espíritu Santo, el defensor que el Padre enviará en mi nombre, Ese os lo enseñará todo. Y os recordará todo lo que Yo os he dicho Jesús sabe que se va. Mañana, Viernes Santo, se marchará. Pero anuncia otra presencia, otro sí mismo: el Espíritu (Noel Quesson). Nos invita a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica unos números sabrosos (1091-1112) al papel del Espíritu en nuestra vida de fe. Lo llama «pedagogo» de nuestra fe, porque él es quien nos prepara para el encuentro con Cristo y con el Padre, el que suscita nuestra fe y nuestro amor, y el que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia». La Pascua la estamos celebrando y viviendo bien si se nota que vamos entrando en esta comunión de vida con el Señor y nos dejamos animar por su Espíritu. Cuando celebramos la Eucaristía y recibimos a Cristo Resucitado como alimento de vida, se produce de un modo admirable esa «interpermanencia» de vida y de amor: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6, 56-57). En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría». En la Eucaristía aletea este Espíritu, que nos entra en el amor divino: «Que nuestra oración, Señor, y nuestras ofrendas sean gratas en tu presencia, para que así, purificados por tu gracia, podamos participar más dignamente en los sacramentos de tu amor» (ofertorio). Y pedimos en la Postcomunión: «Dios todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos has hecho renacer a la vida eterna; haz que los sacramentos pascuales den en nosotros fruto abundante y que el alimento de salvación que acabamos de recibir fortalezca nuestras vidas». Incorporados al Espíritu, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría). “Jesús asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere prescindir de nosotros. «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina” (Norbert Estarriol). He aquí una recomendación de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir». La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.
San Gregorio Magno habla de la necesaria acción del Espíritu Santo en el entendimiento de los cristianos: «El Espíritu se llama también Paráclito –defensor–, porque a quienes se duelen de sus pecados cometidos, al tiempo que les dispone para la esperanza del perdón, libera sus mentes de la aflicción y de la tristeza. Por eso, con razón se hace esta promesa: “Él os enseñará todas las cosas” (Jn 14,26). En efecto, si el Espíritu no actúa en el corazón de los oyentes, resultan inútiles las palabras del que enseña. Que nadie, pues, atribuya al hombre que instruye a los demás aquello que desde la boca del maestro llega a la mente del que escucha, pues si el Espíritu no actúa internamente, en vano trabaja con su lengua aquél que está enseñando. Todos vosotros, en efecto, oís las palabras del que os habla, pero no todos percibís de igual modo lo que significan». Y decía también: “Porque si el Espíritu no toca el corazón de los que escuchan, la palabra de los que enseñan sería vana. Que nadie atribuya a un maestro humano la inteligencia que proviene de sus enseñanzas. Si no fuera por el Maestro interior, el maestro exterior se cansaría en vano hablando.
Vosotros todos que estáis aquí, oís mi voz de la misma manera; y no obstante, no todos comprendéis de la misma manera lo que oís. La palabra del predicador es inútil si no es capaz de encender el fuego del amor en los corazones. Aquellos que dijeron: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32) habían recibido este fuego de boca de la misma verdad. Cuando uno escucha una homilía, el corazón se enardece y el espíritu se enciende en el deseo de los bienes del reino de Dios. El auténtico amor que le colma, le provoca lágrimas y al mismo tiempo le llena de gozo. El que escucha así se siente feliz de oír estas enseñanzas que le vienen de arriba y se convierten dentro de nosotros en una antorcha luminosa, nos inspiran palabras enardecidas. El Espíritu Santo es el gran artífice de estas transformaciones en nosotros”.Llucià Pou Sabaté

viernes, 1 de abril de 2011

Cuaresma 3, viernes: el amor de Dios está por encima de todo; dejarnos amar por Él, dejar que brote de nuestro corazón, el amor a los demás

1ª: Os 14, 2-10: Israel, vuelve al Señor, tu Dios, porque por tu culpa te ha hecho caer. Buscad palabras y volved al Señor. Decidle: Perdona todas nuestras culpas para que recobremos la felicidad y te ofrezcamos en sacrificio palabras de alabanza. Asiria no nos puede salvar; no montaremos ya en los caballos, y no diremos más «dios nuestro» a la obra de nuestras manos, pues en Ti encuentra compasión el huérfano.
Yo los curaré de su apostasía, los amaré de todo corazón, pues mi ira se ha apartado ya de ellos. Seré como el rocío para Israel; él florecerá como el lirio y echará sus raíces como el olmo. Sus ramas se extenderán lejos, hermosas como el ramaje del olivo, y su fragancia será como la del Líbano. Volverán a sentarse en mi sombra; cultivarán el trigo, florecerán como la viña y su renombre será como el del vino del Líbano. Efraín..., ¿qué tengo yo que ver con los ídolos? Yo lo atenderé y lo protegeré. Yo soy como un pino siempre verde; de mí procede todo fruto. Que el sabio comprenda estas cosas, que el inteligente las entienda, porque los caminos del Señor son rectos; por ellos caminarán los justos, mas los injustos tropezarán en ellos.

Salmo 80: Oigo un lenguaje desconocido: / "retiré sus hombros de la carga, / y sus manos dejaron la espuerta. / Clamaste en la aflicción, y te libré, / te respondí oculto entre los truenos, / te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. / Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; / ¡ojalá me escuchases Israel! / No tendrás un dios extraño, / no adorarás un dios extranjero; / yo soy el Señor, Dios tuyo, / que saqué del país de Egipto; / abre la boca que te la llene. ¡Ojalá me escuchase mi pueblo / y caminase Israel por mi camino!: …/ te alimentaría con flor de harina, / te saciaría con miel silvestre.

Texto del Evangelio (Mc 12,28b-34): En aquel tiempo, uno de los maestros de la Ley se acercó a Jesús y le hizo esta pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Comentario: 1. Oseas –después de sus desgracias, la más fuerte es la mujer amada que lo traiciona- termina su libro con ese canto a la conversión al Dios del amor. El perdón del profeta, que vuelve a tomar su esposa, es símbolo del amor que Dios tiene a su pueblo. “Israel, con quien Dios se ha desposado, se ha conducido como una mujer infiel, como una prostituta, y ha provocado el furor y los celos de su esposo divino. Este sigue queriéndola, y si la castiga, es para atraerla hacia sí y devolverle la alegría del primer amor.
Con una audacia que sorprende y una pasión que impresiona, el alma tierna y violenta de Oseas expresa por vez primera las relaciones de Dios con Israel mediante la imagen y terminología del matrimonio. Todo su mensaje tiene como tema fundamental el amor de Dios despreciado por su Pueblo.
Oseas arremete con furia mal contenida contra todo cuanto en la historia de Israel ha sido desprecio para el Señor. Sus críticas a las clases dirigentes, a los sacerdotes y a los explotadores son duras. Habla desde su propia rabia convertida ahora en símbolo: la Palabra de Dios adquiere ahora en su lengua todo el fuego pasional de un marido engañado”. Esa entrega es signo del amor de Cristo con su Iglesia; y los místicos cristianos como Teresa de Ávila y Juan de la Cruz la extendieron a todas las almas fieles, esposas amadas de Cristo. Este es el contexto de las palabras que hoy meditamos. “El corazón de Oseas se ha ido vaciando poco a poco, a lo largo de trece capítulos, de toda la ira y amargura que se almacenaron en su alma. Han sido palabras en las que se mezclaron el símbolo y la realidad de su dolor. Pero no son la palabra última de su corazón creyente.
El Dios de Oseas, tan herido, tan maltratado por su pueblo, no se consume en lamentos estériles y rencorosos, sino que al final de tanto desprecio, queda brillando en este último capítulo la esperanza de que el pueblo se volverá al Señor al cabo de una larga experiencia”. Para este retorno a Dios es necesario una confesión de los equivocados caminos que se han seguido, una rectificación: "Israel, conviértete al Señor Dios tuyo porque tropezaste con tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: perdona del todo la iniquidad". Lo mismo que el menor de la parábola, debemos preparar nuestras palabras: "Me levantaré, iré a mi Padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo".
“La mayor falta de todas es la resistencia a encontrar a Dios en la vida diaria. El pecado es negarse a ver a Dios en la historia. Por eso la conversión esencial no consiste en hacer cosas sino en que vivamos cada acontecimiento de cada día como iniciativa de Dios.
"Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos; los pecadores tropiezan en ellos" (Os 14, 10). El camino del Señor es su Palabra viniendo a nosotros los hombres, para que el hombre pueda por ella volver a Dios”.
“La respuesta del Señor representa el triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida. La más bella glosa a la teología del amor, de la conversión y del perdón, según Oseas, podría ser la parábola del padre misericordioso, que no habla solamente de la mutación de sentimientos, sino que expone además la respuesta de Dios a la conversión. El padre, lleno de gozo, acoge a aquel hijo perdido que rehace el camino: «Estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y se le ha encontrado» (Lc 15,32). Quien no encuentra el camino de Dios, quien no se deja hallar como oveja perdida, pierde el sentido de la vida” (F. Raurell).
“Oseas, en el Antiguo Testamento, era también el profeta y el poeta del amor. Ese amor es aún más hermoso. No es sólo un amor que promete la felicidad, si se es fiel. Es un amor que perdona y que pide «Volver».
-Has tropezado a causa de tu pecado... Pero ¡vuelve al Señor! El profeta Oseas vivió esa experiencia en su propio hogar. El mismo narra en su libro que su propia mujer lo había abandonado. Y cuenta cómo vio en ello una parábola del sufrimiento de Dios, abandonado por nosotros frecuentemente. Dios le pidió que aceptase de nuevo a esa mujer a pesar de haberle traicionado... para simbolizar con ello lo que Él mismo está haciendo sin parar.
Después de cada una de nuestras faltas, Dios es capaz de volver de nuevo a amarnos. Nos dice: «¡Vuelve!». Como dos esposos que se perdonan. Como dos amigos que reemprenden su amistad después de una temporada de frialdad. -Queremos reparar... No montaremos ya caballos de guerra... Eres Tú quien se apiada de nosotros. El hombre tiende siempre a querer contar con sus propias fuerzas, con «sus caballos de guerra». Pero, quebrantado, reconoce a veces, como Israel, que el único salvador es Dios.
-Entonces sanaré sus infidelidades; les amaré generosamente. Dios, amor decepcionado, es quien dice esas cosas. He de escuchar esas palabras de ternura.
-Seré como rocío para Israel que florecerá como el lirio. Hundirá sus raíces como el cedro del Líbano, cuyas ramas se desplegarán. Su belleza será la del olivo: su fragancia, la del Líbano. Volverán a sentarse a su sombra. Florecerán como la vid; su renombre será como el del vino del Líbano. Sorprendente acumulación de imágenes de prosperidad y de felicidad. Frescor. Fecundidad. Belleza. Fragancia. Flores. Solidez. Hay que "saborear" cada una de las imágenes: el rocío... el lirio... el árbol frondoso... el vino... los perfumes... las frutas... Y estamos en plena cuaresma, en medio de la cuaresma. ¡Y Dios nos promete todas esas cosas!” (Noel Quesson).
Como es propio del viernes, día penitencial por excelencia, se nos habla de la conversión: «perdona nuestra iniquidad, recibe el sacrificio de nuestros labios».
Seguimos teniendo la tentación de controlar todo, -“montar a caballo”: poner nuestra confianza en medios humanos-, tener ídolos en los que ponemos el corazón. La clave será mirar nuestro corazón y ver ¿cómo va nuestro amor? «Que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo» (oración), pues el amor será el que guía nuestro caminar: «Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos» (1ª lectura), para ello tenemos la fuerza de la oración: «Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino» (salmo). “La misma conversión es obra del amor gratuito y generoso de Dios. Él sugiere las palabras, sana la infidelidad, es el rocío vivificador, el fruto procede de su gran compasión. En definitiva, triunfa su infinito Amor”, y nos lleva a un paraíso, por haber sido capaces de recibir la Palabra de Dios en el corazón: ése es elemento fundamental, nuestra conciencia.
2. A ello nos lleva el salmo, que toma las ideas de antes, y las pone en lenguaje poético, siguiendo con la imagen de la tentación del agua, que esta semana sigue como imagen de fondo, al igual que el camino de Dios. Todo ello confluye en hacer la voluntad divina, vivir el mandamiento del amor. Juan Pablo II lo comentaba en torno a dos polos: “Por una parte, está el don divino de la libertad que se ofrece a Israel oprimido e infeliz: "Clamaste en la aflicción, y te libré" (v. 8). Se alude también a la ayuda que el Señor prestó a Israel en su camino por el desierto, es decir, al don del agua en Meribá, en un marco de dificultad y prueba.
Sin embargo, por otra parte, además del don divino, el salmista introduce otro elemento significativo. La religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel.
El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf. Ex 20, 3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad.
Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9. 12. 14).
Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32, 1-14).
La última parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melancólico. En efecto, Dios expresa allí un deseo que aún no se ha cumplido: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14). Con todo, esta melancolía se inspira en el amor y va unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del Señor, él podría darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v. 15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v. 17).
Sería un alegre banquete de pan fresquísimo, acompañado de miel que parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf. Dt 6, 3; 11, 9; 26, 9. 15; 27, 3; 31, 20). Evidentemente, al abrir esta perspectiva maravillosa, el Señor quiere obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso.
En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12, 24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".
Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23. 31-32).
La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34, 6)”. Esta es la memoria que debe hacer Israel: “Un pueblo que olvida sus orígenes pierde su identidad”, como pasó en Egipto hasta que los sacó el Señor. El sentido espiritual es evidente para nosotros, pues es la nueva vida que constituye la identidad que tenemos como cristianos (Carlos G. Vallés).
3. La Ley de Cristo es el amor a Dios y al prójimo. San Bernardo dice: «El amor, basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma». Esa fuente no es otra que Dios. “Hemos de aprender a amar en nuestra vida ordinaria: a través del espíritu de servicio, con el trabajo bien hecho, con una conversación amable, con la serenidad en los momentos difíciles, agradeciendo los dones a Dios y al prójimo”. El amor es quien nos liberará de los ídolos de piedra hechos por nuestras manos, valores que absolutizamos: el dinero, el éxito, el placer, la comodidad, las estructuras, nuestra propia persona.
«No existe otro mandamiento mayor que éstos». Es más, es la razón de nuestra existencia: «El alma no puede vivir sin amor, siempre quiere amar alguna cosa, porque está hecha de amor, que yo por amor la creé» (Santa Catalina de Siena), nos dice el Dios que es amor todopoderoso, amor hasta el extremo, amor crucificado: «Es en la cruz donde puede contemplarse esta verdad» (Benedicto XVI). “Este Evangelio no es sólo una autorrevelación de cómo Dios mismo -en su Hijo- quiere ser amado. Con un mandamiento del Deuteronomio: «Ama al Señor, tu Dios» (Dt 6,5) y otro del Levítico: «Ama a los otros» (Lev 19,18), Jesús lleva a término la plenitud de la Ley. Él ama al Padre como Dios verdadero nacido del Dios verdadero y, como Verbo hecho hombre, crea la nueva Humanidad de los hijos de Dios, hermanos que se aman con el amor del Hijo.
La llamada de Jesús a la comunión y a la misión pide una participación en su misma naturaleza, es una intimidad en la que hay que introducirse. Jesús no reivindica nunca ser la meta de nuestra oración y amor. Da gracias al Padre y vive continuamente en su presencia. El misterio de Cristo atrae hacia el amor a Dios -invisible e inaccesible- mientras que, a la vez, es camino para reconocer, verdad en el amor y vida para el hermano visible y presente. Lo más valioso no son las ofrendas quemadas en el altar, sino Cristo que se quema como único sacrificio y ofrenda para que seamos en Él un solo altar, un solo amor.
Esta unificación de conocimiento y de amor tejida por el Espíritu Santo permite que Dios ame en nosotros y utilice todas nuestras capacidades, y a nosotros nos concede poder amar como Cristo, con su mismo amor filial y fraterno. Lo que Dios ha unido en el amor, el hombre no lo puede separar. Ésta es la grandeza de quien se somete al Reino de Dios: el amor a uno mismo ya no es obstáculo sino éxtasis para amar al único Dios y a una multitud de hermanos” (Pere Montagut).
Jesús resume hoy toda la ley en el amor: -Vuelve, Israel, al Señor, tu Dios. “El amor es esencial del evangelio y de la vida evangélica. Es la "buena nueva" que mi vida toda debería estar proclamando. ¿Amo yo, efectivamente? ¿A quién amo? ¿A quién dejo de amar? ¿Cómo se traduce este amor? ¿Quién es mi prójimo? Como tú mismo... Como tú misma...", ¡no es decir poco! ¿Cómo me amo a mí mismo/a? ¿Qué deseo yo para mí? ¿Cuáles son mis aspiraciones profundas? ¿A qué cosas estoy más aferrado? ¿Qué es lo que más me falta? Y todo esto quererlo también para mi prójimo. No debo pasar muy rápidamente sobre todas estas cuestiones. Debo tomar, sobre ellas, una decisión en este tiempo de cuaresma.
-Díjole el escriba “Muy bien, Maestro, tienes razón...” Viendo Jesús cuán atinadamente había respondido, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." ¡Jesús felicitó a un escriba! En cualquier conversación, saber reconocer los aciertos en las intervenciones de los otros para valorarlos y estimularlos es una forma humilde de amor al prójimo, que Jesús pone aquí en práctica. "El Reino de Dios" = ¡amar!, ¡a Dios y a los hermanos! Este es también el contenido esencial de la Iglesia y que la liturgia cristiana expresa. Cada asamblea eucarística debería ser a la vez: -Un lugar de encuentro y de amor de Dios. -Un lugar de encuentro y de amor fraterno” (Noel Quesson).
La caracterización del amor, y su intensidad, si queremos que en él se cumpla la voluntad de Dios, ha de ser: “Único: dirigido al único Dios y Señor. Si se divide, entre Dios y el diablo, no es válido. De todo corazón: sin resquicio alguno, y poniendo en tensión todas las vísceras. Con toda el alma: abrazando cuerpo y espíritu, exterioridad e interioridad profunda. Con toda tu mente: que no consista en meros impulsos sino que goce de luz, de verdad, para que ideas engañosas, egoístas y manipuladoras, no turben la unidad y armonía. Y esa misma intensidad del amor habría que aplicarla gradualmente a nuestra relación mutua entre los hombres: en solidaridad, justicia, gratuidad, sacrificio, desprendimiento, cercanía. Jesús nos ha puesto las cosas muy difíciles, pero por ahí va el camino de la perfección o santidad de vida. Seamos perfectos en el amor, como nuestro Padre celestial es perfecto” (Gratis date). Como decimos en la Comunión, «Amar a Dios con todo corazón y al prójimo como a ti mismo vale más que todos los sacrificios» (cf. Mc 12,33), y pedimos luego que sea prenda de lo que será: «Señor, que la acción de tu poder en nosotros penetre íntimamente nuestro ser, para que lleguemos un día a la plena posesión de lo que ahora recibimos en la Eucaristía» (Postcomunión).
¡Tantas veces se ha hecho el encontradizo! En la alegría y en el dolor. Como muestra de amor nos dejó los sacramentos, “canales de la misericordia divina”. Nos perdona en la Confesión y se nos da en la Sagrada Eucaristía. Nos ha dado a su Madre por Madre nuestra. También nos ha dado un Ángel para que nos proteja. Y Él nos espera en el Cielo donde tendremos una felicidad sin límites y sin término. Pero amor con amor se paga. Y decimos con Francisca Javiera: “Mil vidas si las tuviera daría por poseerte, y mil... y mil... más yo diera... por amarte si pudiera... con ese amor puro y fuerte con que Tú siendo quien eres... nos amas continuamente” (Decenario al Espíritu Santo).
Dios espera de cada hombre una respuesta sin condiciones a su amor por nosotros. Nuestro amor a Dios se muestra en las mil incidencias de cada día: amamos a Dios a través del trabajo bien hecho, de la vida familiar, de las relaciones sociales, del descanso... Todo se puede convertir en obras de amor. Cuando correspondemos al amor a Dios los obstáculos se vencen; y al contrario, sin amor hasta las más pequeñas dificultades parecen insuperables. El amor a Dios ha de ser supremo y absoluto. Dentro de este amor caben todos los amores nobles y limpios de la tierra, según la peculiar vocación recibida, y cada uno en su orden. La señal externa de nuestra unión con Dios es el modo como vivimos la caridad con quienes están junto a nosotros. Pidámosle hoy a la Virgen que nos enseñe a corresponder al amor de su Hijo, y que sepamos también amar con obras a sus hijos, nuestros hermanos (Francisco Fernández Carvajal).
Este es el fondo de la conversión que se nos pide: aprender a confiar en el amor de Dios, apoyarnos ahí, roca firme, que nunca nos va a engañar, que no se va a quebrar, y al interiorizar ese don se hace vida, y el amor brota para los demás.
Llucià Pou Sabaté