Cuaresma, 2ª semana, viernes: el Señor saca bienes de las desgracias, con las que nos prepara con su providencia para llevar adelante sus planes; hemos de dejarnos preparar
Libro de Génesis 37,3-4.12-13.17-28: Israel amaba a José más que a ningún otro de sus hijos, porque era el hijo de la vejez, y le mandó hacer una túnica de mangas largas. Pero sus hermanos, al ver que lo amaba más que a ellos, le tomaron tal odio que ni siquiera podían dirigirle el saludo. Un día, sus hermanos habían ido hasta Siquém para apacentar el rebaño de su padre. Entonces Israel dijo a José: "Tus hermanos están con el rebaño en Siquém. Quiero que vayas a verlos". "Está bien", respondió él. "Se han ido de aquí, repuso el hombre, porque les oí decir: "Vamos a Dotán". José fue entonces en busca de sus hermanos, y los encontró en Dotán. Ellos lo divisaron desde lejos, y antes que se acercara, ya se habían confabulado para darle muerte. "Ahí viene ese soñador", se dijeron unos a otros. "¿Por qué no lo matamos y lo arrojamos en una de esas cisternas? Después diremos que lo devoró una fiera. ¡Veremos entonces en qué terminan sus sueños!". Pero Rubén, al oír esto, trató de salvarlo diciendo: "No atentemos contra su vida". Y agregó: "No derramen sangre. Arrójenlo en esa cisterna que está allá afuera, en el desierto, pero no pongan sus manos sobre él". En realidad, su intención era librarlo de sus manos y devolverlo a su padre sano y salvo. Apenas José llegó al lugar donde estaban sus hermanos, estos lo despojaron de su túnica - la túnica de mangas largas que llevaba puesta - , lo tomaron y lo arrojaron a la cisterna, que estaba completamente vacía. Luego se sentaron a comer. De pronto, alzaron la vista y divisaron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad, transportando en sus camellos una carga de goma tragacanto, bálsamo y mirra, que llevaban a Egipto. Entonces Judá dijo a sus hermanos: "¿Qué ganamos asesinando a nuestro hermano y ocultando su sangre? En lugar de atentar contra su vida, vendámoslo a los ismaelitas, porque él es nuestro hermano, nuestra propia carne". Y sus hermanos estuvieron de acuerdo. Pero mientras tanto, unos negociantes madianitas pasaron por allí y retiraron a José de la cisterna. Luego lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de planta, y José fue llevado a Egipto.
Salmo 105,16-21: Él provocó una gran sequía en el país y agotó las provisiones. / Pero antes envió a un hombre, a José, que fue vendido como esclavo: / le ataron los pies con grillos y el hierro oprimió su garganta, / hasta que se cumplió lo que él predijo, y la palabra del Señor lo acreditó. / El rey ordenó que lo soltaran, el soberano de pueblos lo puso en libertad; / lo nombró señor de su palacio y administrador de todos sus bienes.
Evangelio según San Mateo 21,33-34.45-46: Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta.
Comentario: 1.: Gn 37,3-4.12-13a.17b-28: En los planes de Dios, José estaba destinado a ser la salvación del pueblo; vemos en estas semanas cómo los profetas han de pasar por la prueba y la mortificación para poder dar fruto; son imágenes de Cristo, y es el caso de José, y también de San José, al que Dios habla en sueños también, y que provee al patrimonio –hacer de padre- de la casa de Jesús, y luego de la Iglesia. Cristo, el nuevo José, ha verificado el valor de esas pruebas con su propia vida, y ahora le toca a la Iglesia seguir siendo grano de trigo, que ha de morir para que dar fruto. Como decimos vulgarmente: Dios escribe derecho en renglones torcidos. Todo sirve para nuestro bien. La historia de José debe ser leída conforme a su hilo conductor expresado en las palabras que él dirigirá a sus hermanos: “No teman, ¿puedo ponerme yo en lugar de Dios? Ciertamente que ustedes se portaron mal conmigo, pero Dios lo cambió en bien para hacer lo que hoy estamos viendo: para dar vida a un gran pueblo” (Gén. 50, 19-20). Dios está decidido a salvarnos. Y si muchas veces se levanta el odio sobre nosotros y nos pareciera como que hemos perdido las esperanzas, Dios va con nosotros incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida. Él hará que, finalmente, todo contribuya a nuestra salvación. Así vislumbramos lo que será la aparente derrota de Jesús y la aparente victoria de sus enemigos. Gracias a su muerte en Cruz, Jesús inauguró la salvación en el mundo, y nosotros somos testigos de que, mediante su muerte y resurrección, Dios ha dado vida a un gran pueblo, el nuevo pueblo de los hijos de Dios. Será un pueblo de libertad, pues es fácil atar a la gente y “sustituir” su conciencia o libertad, como decía San Gregorio Niseno: «Ahora bien, el que se apropia lo que es de Dios, atribuyendo a su linaje tal poder que se tenga a sí mismo por dueño de los hombres y mujeres, ¿qué otra cosa hace que traspasar por la soberbia de la Naturaleza, mirándose a sí mismo como cosa distinta de aquellos sobre los que manda? He poseído esclavos y esclavas. Condenas a servidumbre al hombre cuya naturaleza es libre e independiente, y te opones a la ley de Dios, trastornando la ley que Él estableció sobre la naturaleza. Y es así que el que fue creado para ser dueño de la tierra, y destinado por su Hacedor para mandar, a ése lo metes tú bajo el yugo de la servidumbre, como si quisieras contravenir e impugnar la ordenación de Dios. Tú has olvidado cuáles son los límites de tu autoridad, que no se extienden más allá del dominio de los irracionales. Imperen, dice la Escritura, sobre los volátiles, sobre los peces y los cuadrúpedos (Gén 1,26)... Pues, si Dios no esclaviza al libre, ¿quién osará poner su propio poder por encima del poder de Dios?».
La historia de José es de alto valor teológico y literario, para todos los públicos es una historia de gran valor catequético que en su belleza atrae la curiosidad, llena el alma en su riqueza de virtudes, hace llorar por las calamidades y alegrarse por la providencia divina que de todo saca el bien: la providencia del Señor lleva de la mano la vida de José y la de todo el pueblo: "aunque vosotros pensasteis hacerme daño -dice José a sus hermanos al final de todo el episodio- Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir a un pueblo numeroso". (Gn 5, 20). Lástima que se lea sólo este pequeño trozo, pero ha de ser un acicate para leer todo el pasaje, desde la envidia de los hermanos de José, hasta los sueños de las vacas flacas y su interpretación, y cómo de la desgracia pudo valerse Dios para salvar de la muerte por sequía al pueblo de Israel, el camino que traza el odio es también camino de reconciliación. El sentido del texto mesiánico está completado en el Salmo.
En el evangelio de hoy, Jesús habla de un «hijo» enviado para cosechar los frutos de una viña, y que los viñadores matan para desembarazarse de él. Es el anuncio de su propia muerte, anunciada por las otras lecturas, es sorprendente la unidad temática de estos días de cuaresma, por eso es bueno ver la correlación que en la Iglesia se ha dado a estos textos que se explican mutuamente. «Venid. Matémosle». Las mismas palabras de la historia de José, que prefigura la de Jesús. Israel amaba a José… "Este es mi hijo, mi bien amado, escuchadle...». -Conspiraron contra él para matarle: «Venid, matémoslo»: otro “anuncio” de la "Pasión de Jesús".
Pero como sabemos no sólo tienen esas palabras un valor histórico de lo que pasó y uno tipológico o cristológico, sino también actual, cuando dondequiera que corra la sangre sobre un rostro, víctima de la brutalidad humana, es el rostro ensangrentado de Jesús que aún perdura. -“Le vendieron por veinte monedas de plata”... El dinero. Por dinero se maltrata a los hombres. Perdón, Señor. Por dinero, Judas vendió a Jesús a los sumos sacerdotes. Dios se sirve de acontecimientos aparentemente contrarios a su proyecto. Pensaron que con el acto de envidia acababan las preocupaciones de los hermanos, pero el remordimiento les hizo pasar una vida insoportable, como Judas con el complot y la muerte de Jesús... a veces absolutizamos un aspecto como por impaciencia, y por falta de visión de conjunto se olvidan otras perspectivas que también son reales, que son perjudicadas, y después salen los problemas; pensemos por ejemplo en el campo de la familia, no sólo las relaciones entre hermanos sino la relación matrimonial: ¡cuántas veces, después de un acto que pensábamos que tenía sólo una perspectiva, con el tiempo vemos que aparecen muchos más aspectos, que completan aquello! Pienso en tantos matrimonios que se separan por una incomprensión, y usan quizá precipitadamente de ese “último recurso” y luego van aflorando los efectos negativos de la separación como minando la psicología de los miembros de la familia: hijos con problemas en estudios y de relacionalidad… Pero siempre hay tiempo, siempre se puede rectificar… Un fracaso, un desastre completo para los planes de Dios luego se vuelve victoria absoluta. Ayúdame, Señor, a ver tu designio en los acontecimientos que me suceden y en los que suceden a tu Iglesia. Incluso en las situaciones desfavorables, creo que Tú sigues dirigiendo la historia. -«La piedra que desecharon los constructores es ahora piedra angular»: José, traicionado por sus hermanos, será quien les salvará, dentro de unos años, cuando venga el hambre y ellos mismos vayan a Egipto donde encontrarán a su hermano, al que acaban de «vender». Jesús, también, salva a los que no le aman (algunas ideas son de Noel Quesson).
2. Sal 104,16-17.18-19.20-21: Destino de cruz y muerte que espera a Jesús al final de su camino, profetizado por José en su vida, traicionado por sus propios hermanos, que expresa las infidelidades de Israel y sobre todo del estilo que tiene Dios de sacar bien del mal. El salmo prolonga la historia y nos dice cómo aquello, que parecía una maldad sin sentido, tuvo consecuencias positivas para la salvación de Israel: «por delante había enviado a un hombre, José, vendido como esclavo: hasta que el rey lo nombró administrador de su casa». Recordad las maravillas que hizo el Señor… Los viernes son días penitenciales, especialmente los de Cuaresma. Es el día en que recordamos especialmente la cruz y el corazón traspasado de Cristo. La penitencia humilla, es la oración del cuerpo, de los sentidos, del estómago, de la vista. Nos ayuda a “recordar las maravillas que hizo el Señor”, pues esas pequeñas penitencias son las piedras con las que se construyen las maravillas de Dios. Un día llegará el momento de la prueba, de la enfermedad, de la muerte, de la soledad, de la difamación o la calumnia y esas pequeñas penitencias se convertirán en muro fuerte contra el que se chocan todas las adversidades, contra el que rebotan todas las dificultades. No lo habrás construido tú, lo habrá hecho el Señor con la argamasa de esas “tonterías” que pones cariño en cumplir, con las piedras de esas humillaciones personales que nadie ve excepto tú, nuestra Madre la Virgen y Dios (Fray Nelson). –El Salmo 104 es un canto a la bondad de los planes de Dios: José, liberado de la esclavitud, se convierte en su día en salvador de su pueblo. El cumplimiento inexorable de la voluntad de Dios no resta culpa a la perversidad de sus hermanos. El Padre Dios nos envió a su propio hijo para liberarnos de la esclavitud del pecado y no dejar que muriésemos eternamente. Dios nos ama y nos quiere eternamente con Él. Tal vez no entendemos la muerte de Jesús como camino de salvación. Sólo a la luz de su gloriosa resurrección sabemos que no un hombre, sino Dios mismo vino para convertirse en nuestro único camino de salvación. Esos son los caminos de la Providencia de Dios sobre la humanidad. A pesar de que el Señor murió a causa de nuestras culpas, puesto que entregó su vida por amor a nosotros para liberarnos de todo lo que nos esclavizaba al pecado, no tengamos miedo en acercarnos a Él para recibir el perdón y alcanzar, así, la salvación. Teniendo a Dios con nosotros no continuemos siendo pecadores, sino que dejemos que Dios nos transforme, desde lo más profundo de nuestro ser, para que en adelante nos manifestemos como hijos suyos con un corazón recto. El Señor actuó conduciendo la historia y lo hace hoy también, a pesar de los pecados de los hombres: «Llamó al hambre sobre aquella tierra: cortando el sustento de pan; por delante había enviado a un hombre, a José, vendido como esclavo. Le trabaron los pies con grillos, le metieron al cuello la argolla, hasta que se cumplió su predicción y la palabra del Señor lo acreditó. El rey lo mandó desatar, el Señor de pueblos le abrió la prisión, lo nombró administrador de su casa, señor de todas sus posesiones».
3. Mt 21, 33-46 (ver tb. Domingo 27ª). Conversión, dar fruto, es la línea de fuerza que marca la liturgia en estos días… -Un padre de familia plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, y edificó una torre... Jesús hace alusión a un oráculo de Isaías (5, 2-5): "Ciudadanos de Jerusalén, y vosotros hombres de Judá, pronunciad la sentencia entre yo y mi viña. / ¿Qué podía hacer yo por mi viña, que no lo haya hecho? ¡Pues bien! Voy a revelaros lo que voy a hacer: / Quitaré la cerca, para que puedan pisotearla". Decepción divina. Tantos cuidados, tantos desvelos, tanto amor. ¿Qué decepciones tiene Dios de mí? ¿Qué esperas de mí, Señor? –“Y la arrendó a unos viñadores”... se me ha confiado la viña, con responsabi1idades: ¿Cuáles? ¿De qué y de quiénes deberé darte cuenta? ¿Qué debo hacer fructificar? ¿Qué iniciativas esperas de mí para que la porción de tus tierras no pase a ser un erial?
-“Cuando se acercaba el tiempo de los frutos, envió a sus criados para percibir su parte...” Los viñadores les apedrearon... Se rechaza a Dios. También hoy. Dios es un estorbo. Yo mismo te rehúso, Señor, cuando vienes a pedirme los frutos. Ahora, detenidamente, me propongo buscar, en mi vida concreta, las exigencias, las llamadas divinas que acepto mal y que rechazo. –“De nuevo les envió otros siervos, en mayor número que los primeros. Finalmente les envió a su Hijo”. La perseverancia de Dios. Va hasta el final. Sacrifica lo que es más precioso para El. "De tal manera ha amado Dios al mundo que le ha enviado su propio hijo." Me detengo a contemplar la amplitud insospechada de este don: "Puesto que Dios nos ha amado hasta darnos a su propio Hijo, ni la muerte, ni el pecado nos arrancarán de su amor." –“Cuando venga, pues, el amo de la viña... ¿Qué hará? Hará perecer de mala muerte a los malvados, y arrendará la viña a otros” (Noel Quesson). El liderazgo en el Reino de Dios que viene le será quitado a la oficialidad judía, para dárselo a un pueblo nuevo que dé frutos. Por eso las palabras de Jesús enfurecieron a los sacerdotes y fariseos, que se sintieron claramente señalados. Jesús está haciendo un resumen alegórico de la historia del Antiguo Testamento: justos condenados a muerte, como ahora lo haría la “oficialidad judía” (servico bíblico latinoamericano).
La historia de José se repite en Jesús. La parábola de los viñadores que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo parece calcada del poema de Isaías 5, con el lamento de la viña estéril. Pero aquí es más trágica: «Matémoslo y nos quedaremos con su herencia». Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien «que hablaba de ellos» y buscaban la manera de deshacerse de Jesús. También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos. Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo. Todavía con mayor motivo que José en el AT, Jesús es el prototipo de los justos perseguidos y vendidos por unas monedas. La envidia y la mezquindad de los dirigentes de su pueblo le llevan a la muerte. Su camino es serio: incluye la entrega total de su vida. Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo. Convencidos de que, como Dios escribe recto con líneas torcidas, también nuestro dolor o nuestra renuncia, como los de Cristo, conducen a la vida. También tenemos que recoger el aviso de la esterilidad y la infidelidad de Israel. Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos (aunque sí podamos sencillamente ignorarlos o despreciarlos). Pero se nos puede hacer otra pregunta: ¿somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿O le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿Se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿Y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿Somos infieles? ¿O tal vez perezosos, descuidados? En la Cuaresma, con la mirada puesta en la muerte y resurrección de Jesús, debemos reorientar nuestra existencia. En este año concreto, sin esperar a otro. «A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado» (entrada)… de modo que «lleguemos a las fiestas de Pascua con perfecto espíritu de conversión» (oración) y «que el fruto de esta celebración se haga realidad permanente en nuestra vida» (ofrenda: J. Aldazábal).
San Agustín así lo explica: «Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, la rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el Hijo único del Padre de familia; y no sólo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla le dieron muerte, y por haberle dado muerte, la perdieron». Nuestro Señor toma sobre sí nuestros pecados, los expía y suplica desde la cruz, con lágrimas de sangre, para nosotros y en nuestro lugar, el perdón y la gracia. Merecemos el castigo de Dios por no haber recibido generosamente sus dones y por no habernos comportado como lo exige la vocación a la que hemos sido llamados, por nuestros pecados y nuestras iniquidades. Supliquemos al Señor que aparte su ira y su furor de nosotros. ¡Cuántos pecados, cuántas iniquidades se cometen diariamente en el mundo! ¿Qué sería de todos nosotros si el Señor no fuera nuestro Redentor y Salvador?
La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo.
San Ambrosio dice: “La viña es la figura del pueblo de Dios, porque, injertado sobre la vid eterna se levanta por encima de toda la tierra. Brote de un suelo ingrato, brota y florece, se reviste de verdor, pareciéndose al yugo de la cruz cuando sus pámpanos se extienden como brazos fecundos de una viña hermosa... Con razón se llama al pueblo de Cristo la viña del Señor, sea porque está marcado con el signo de la cruz (Ez 9,4), sea porque se recoge de él los frutos en la última estación del año, sea porque como los renglones de la viña, pobres y ricos, humildes y poderosos, siervos y amos, todos en la Iglesia tienen una igualdad perfecta... Cuando se ata la viña, ella se reconduce; cuando se la poda, no es para dañarla sino para hacerla crecer. Lo mismo pasa con el pueblo santo; atándolo se hace libre; humillado se vuelve a levantar; recortado recibe una corona. Mejor aún: igual que el brote, cogido de un árbol viejo, es injertado sobre otra raíz, asimismo el pueblo santo... alimentado en el árbol de la cruz... se desarrolla. Y el Espíritu Santo, esparcido en los surcos de una viña, se derrama en nuestro cuerpo, lavando todo lo impuro y levantando nuestros miembros para dirigirlos hacia el cielo. Esta viña es expurgada por el viñador, es ligada, podada (Jn 15,2)... A veces quema con el sol los secretos de nuestro cuerpo, a veces nos riega con su lluvia. El viñador quiere expurgar la viña para que las zarzas no perjudiquen a los brotes tiernos, vela para que las hojas no hagan demasiada sombra...no priva nuestras virtudes de luz, y no impide la maduración de nuestros frutos.”
La Eucaristía, Memorial de la Pascua de Cristo, nos hace vivir el amor que Dios nos ha tenido siempre. Nadie nos ama como Él: Dios misericordioso para con todos; siempre dispuesto a perdonarnos y a recibirnos como a hijos suyos. Nosotros entregamos a su Hijo a la muerte y Él, libremente, la aceptó, pues aun cuando podía liberarse de ella, quiso entregar su vida para que nosotros tuviésemos vida, y vida en abundancia. Entrar en comunión de vida con el Señor, mediante la Eucaristía, nos hace gozar en plenitud de la vida de Dios. Quienes participamos de la vida de Dios no podemos continuar siendo unos malvados. Dios quiere de nosotros personas capaces de trabajar por la paz y por la unidad de todos, en torno a nuestro único Dios y Padre; nos quiere fraternalmente unidos; quiere que desterremos de nosotros el gesto amenazador en contra de nuestro prójimo. No podemos entregar a los inocentes a la muerte para liberarnos de sus molestias. Debemos reconocer, con humildad, que nadie tiene la última ni la única palabra válida en la vida. Todos necesitamos unos de otros. Por eso no podemos vivir en la envidia, en la persecución y en la muerte de los demás, para allanar nuestro camino hacia la gloria terrena. Tenemos que aprender a respetar los derechos humanos de todos. Hemos de aprender a vivir en comunión fraterna, sabiendo que cada uno de los miembros de la Iglesia y de la sociedad debe aportar lo propio, para que lleguemos a construir cada día, de un modo más perfecto ya desde ahora, el Reino de Dios entre nosotros, hasta que llegue a su plenitud en la vida eterna. Pero si vivimos asesinándonos, envidiándonos, persiguiéndonos, ¿podremos llamarnos en verdad hijos de Dios? ¿Podremos decir que somos hermanos unidos por el amor? ¿Nos diferenciaremos en algo de aquellos que persiguieron y asesinaron a Cristo? Tratemos de ser más congruentes con nuestra fe. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vernos y amarnos como hermanos, manifestando así que realmente la Redención de Cristo ha dado frutos abundantes de salvación en nosotros. Amén (www.homiliacatolica.com).
Llucià Pou Sabaté
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domingo, 27 de marzo de 2011
viernes, 14 de mayo de 2010
VIERNES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús nos anima a no tener miedo, pues todo tiene un sentido en los planes de Dios, y todo será para bien de los

1. Después de Filipos y de Atenas fue Corinto la tercera ciudad de Europa que recibió el Evangelio. Una vez más Pablo será citado ante la Justicia, acusado de ser un perturbador. -Una noche, en una visión, el Señor dijo a Pablo: "No temas, habla sin callar nada, porque yo estoy contigo." Cuando se leen las Epístolas de san Pablo se las encuentra siempre llenas de la presencia de Jesús. Su nombre está tres o cuatro veces en cada página. ¡No era simplemente una "manera de hablar"! Pablo y Jesús vivían juntamente. Continuamente se comunicaban uno al otro. ¡Una oración incesante, dirá un día! (Rm 1,9). Los primeros cristianos estaban convencidos de la Presencia de Cristo y esto constituía su fuerza. En las dificultades cotidianas se agarraban a esta certeza. «¡No temas!» «¡estoy contigo!» Danos también, Señor, esta seguridad.
“El Señor dijo por la noche a Pablo en una visión: No temas, sigue hablando y no calles, que yo estoy contigo y nadie se te acercará para dañarte; porque tengo en esta ciudad un pueblo numeroso. Permaneció allí un año y seis meses enseñando entre ellos la palabra de Dios”.
Era Galión (hermano de Séneca) “procónsul de Acaya cuando los judíos se amotinaron de común acuerdo contra Pablo y lo condujeron al tribunal, diciendo: Este induce a los hombres a dar culto a Dios al margen de la Ley. Cuando Pablo se disponía a hablar, dijo Galión a los judíos: Si se tratara de un delito o de un grave crimen, ¡oh judíos!, sería razonable que os atendiera, pero si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, resolvedlo vosotros; yo no quiero ser juez de tales asuntos. Y los expulsó del tribunal. Entonces todos ellos agarraron a Sóstenes, el jefe de la sinagoga, y comenzaron a golpearle delante del tribunal, pero nada de esto le importaba a Galión.
Después de permanecer allí bastante tiempo, Pablo se despidió de los hermanos y embarcó hacia Siria. Iban con él Priscila y Aquila, que se había rapado la cabeza en Cencreas porque había hecho un voto” (Hechos 18,9-18). Ha nacido una nueva comunidad. Pablo marcha a otra parte. En cuanto juzga que pueden prescindir de él se va con vistas a otra fundación, dejando la responsabilidad a unos «ancianos» -presbíteros- a quienes ha nombrado cabeza de grupo. Señor, haz que los cristianos sean activos y responsables (Noel Quesson).
2. Dios, Rey y soberano de todo lo creado, nos ha manifestado su amor levantándose victorioso sobre los pueblos que habitaban la tierra, y la entregó a la descendencia de Abraham y los Patriarcas, como herencia suya. A nosotros nos manifestó su poder y su soberanía cuando, por medio de su Hijo se levantó victorioso sobre aquel que nos retenía bajo su dominio, el Maligno, y nos rescató para que, hechos hijos de Dios, entremos a poseer los bienes definitivos en la Patria celestial. Cristo Jesús no sólo asciende hasta su trono; nos lleva junto con Él para que seamos coherederos de su Gloria. Por eso aclamemos al Señor, llenos de gozo. Que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza de su santo Nombre. Invitamos con el salmista a todos los pueblos a alabar al Señor, a batir palmas, a que lo aclamen con gritos de júbilo. «Porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Él nos somete los pueblos y nos sojuzga las naciones; Él nos escogió por heredad suya: gloria de Jacob su amado. Dios asciende entre aclamaciones; / el Señor, al son de trompetas: / tocad para Dios, tocad, / tocad para nuestro rey, tocad” (Salmo 47/46,2-7).
3. Jesús, al irse, toca el tema del dolor-alegría, como la mujer que tiene un hijo. Al evocar la imagen de la mujer parturienta para describir el sufrimiento que espera a los discípulos, el Evangelio les enseña a reconocer en ellos el signo de la venida de los últimos tiempos. En la Escritura, en efecto, los dolores del parto caracterizan un castigo terrible. Sin embargo, son los únicos dolores que tienen un sentido porque traen una nueva vida al mundo. La revolución que se va a producir será el paso del dolor del alumbramiento a la vida eterna. Inherentes a su condición humana y terrestre, los sufrimientos de la tierra le aseguran una suerte idéntica, como el gusano que se transforma en mariposa, así hemos de salir de este mundo para entrar en la gloria, así Jesús ha de ir al Padre para que recibamos el Espíritu. Es el papel de María, que nos trae a la vida, la nueva Eva, que alumbra simbólicamente a la nueva humanidad en el momento en que Jesús nace a la nueva vida. Imagen de la Iglesia que da a luz a la nueva humanidad a través de los dolores de dar a luz lo mismo que Eva trajo al mundo a la nueva humanidad, la mujer-Iglesia va a traer al mundo a la nueva humanidad, comenzando por Jesús resucitado en los dolores de María (Maertens-Frisque): “Jesús siguió diciendo a sus discípulos: vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría”. No olvidemos que Jesús dijo esto la víspera de morir. De hecho nos imaginamos muy bien la aflicción de los discípulos, mientras que los enemigos que decidieron y lograron su muerte... se gozarán en el triunfo aparente.
-Pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. Fue verdad entonces. Imaginemos la alegría de Pascua que se difundió de discípulo a discípulo: "Ha resucitado... ha resucitado... le han visto... vive..." Es verdad hoy... ¿Tengo yo la experiencia del paso de la aflicción a la alegría, a partir de Jesús? Estar "bajo de moral", desanimado, rebasado por los acontecimientos, incapaz de encontrar humanamente una solución, bloqueado por el propio pecado o el de los demás, aplastado por una enfermedad... Ponerse, sin saber por qué, a rezar... Ir a un lugar silencioso y hablar a Jesús... Tomar el evangelio y leer con calma, la primera página que se nos presenta... Ir a ver a un amigo y hablar... Ir a encontrar a un sacerdote y confesarse... Y he aquí que a veces ¡la "tristeza se cambia en gozo"! Sucede también que nada ha cambiado en las circunstancias externas -el mal o la desgracia subsisten, desgraciadamente- y sin embargo, la tristeza se ha cambiado en gozo. Gracias, Señor. Concede esta alegría a todos los que están en la tristeza: una alegría conquistada, una alegría que sigue a la pena, una alegría que, misteriosamente, como una fuente, rezuma en tierra árida.
“Recordad: La mujer cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro que pasó, porque la inunda la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”. Una de las parábolas más cortas... Una de las más emotivas observaciones de Jesús. Un "hecho de vida" real tan a menudo observable... y que Jesús interpreta como un símbolo profundamente evocador. Una actitud vital. Una certeza divina. Un acceso al problema del mal: ¿por qué hay sufrimiento? Para ti, Señor, los sufrimientos de aquí abajo no son sufrimientos de agonía -que conducen a la muerte-... son sufrimientos de alumbramiento -que conducen a la vida-... Una visión nueva de las cosas. Un optimismo invencible; el dolor mismo no se pone entre paréntesis, se sublima. Todo sufrimiento, dice Jesús, es fecundo. Sí, ¡esto es lo que has prometido a tus discípulos, Señor! Un "alumbramiento" se está produciendo en el corazón de la historia: un "hombre nuevo" está naciendo. ¿Participo yo en esto? ¿He asumido en mi vida el símbolo de la cruz? ¿Qué calidad tiene mi alegría? ¿Qué es lo que hago con mis sufrimientos? ¿Qué es lo que hago "venir al mundo"?
“También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Y aquel día no me preguntaréis nada” (Juan 16,20-23). Son éstas unas de las últimas palabras humanas que Jesús dijo a sus amigos. Dentro de algunos segundos Jesús se pondrá a hablar a su Padre. Lo hombres seguirán orando... pero es a Dios a quien Jesús dirigirá las últimas palabras que ha de decir antes de que llegue Judas y su banda, armada con espadas y palos. Al final de su vida, lo que comunica Jesús a sus amigos ¡es la alegría! Jesús; repíteme esto. Y que nadie me arrebate esta alegría que Tú me has dado. Gracias, Señor (Noel Quesson).
Que estemos alegres, y aunque ya lo dice la sevillana: "algo se muere en el alma, cuando un amigo se va", él se queda… “Comenzamos el Decenario del Espíritu Santo. Reviviendo el Cenáculo, vemos a la Madre de Jesús, Madre del Buen Consejo, conversando con los Apóstoles. ¡Qué conversación tan cordial y llena! El repaso de todas las alegrías que habían tenido al lado del Maestro. Los días pascuales, la Ascensión y las promesas de Jesús. Los sufrimientos de los días de la Pasión se han tornado alegrías. ¡Qué ambiente tan bonito en el Cenáculo! Y el que se está preparando, como Jesús les ha dicho. Nosotros sabemos que María, Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo, Madre de la Iglesia naciente, nos guía para recibir los dones y los frutos del Espíritu Santo. Los dones son como la vela de una embarcación cuando está desplegada y el viento —que representa la gracia— le va a favor: ¡qué rapidez y facilidad en el camino!... Durante toda esta semana, la Liturgia nos habla de rejuvenecer, de exultar (saltar de alegría), de la felicidad segura y eterna. Todo nos lleva a vivir de oración” (Joaquim Font). Como nos dice san Josemaría: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino. —Pide esa misma alegría sobrenatural para todos». El ser humano necesita reír para la salud física y espiritual. El humor sano enseña a vivir. San Pablo nos dirá: «Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios» (Rom 8,28). ¡He aquí una buena jaculatoria!: «¡Todo es para bien!»; «Omnia in bonum!».
“Ha llegado la hora de Jesús. De su costado herido nacerá la Iglesia. Y su alegría será plena porque volverá a Aquel que le envió, llevando consigo a todos los redimidos mediante su Misterio Pascual. Nosotros no tenemos ya motivos para estar tristes. El Señor habita en nosotros.
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jueves, 6 de mayo de 2010
VIERNES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: Dios cuida de nosotros, y nos manda su salvación y la ley del amor.

Las resoluciones del Concilio tienen una parte de doctrina y una parte de normas variables, pero todos lo aceptan, aunque parece que siguen con una parte de la antigua ley, dice S. Juan Crisóstomo, “parece conservar la Ley porque toma de ella varias prescripciones, pero en realidad la suprime, porque no las toma todas. Había hablado con frecuencia de estas prescripciones, pero buscaba la Ley y establecer, sin embargo, estas normas como venidas no de Moisés sino de los Apóstoles”: “Concluida la deliberación, los apóstoles y los presbíteros, con toda la Iglesia, acordaron elegir a algunos de entre ellos para que se fueran a Antioquía con Pablo y Bernabé”. Se envía pues una delegación de Jerusalén a Antioquía.
“Los elegidos fueron Judas, Barsaba y Silas, miembros eminentes de la comunidad. Y les entregaron esta carta: ‘Los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo... En vista de lo sucedido entre vosotros, os enviamos a Silas y Judas para que os digan de palabra lo que sigue: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…”, Señor, cambia nuestros corazones; conviértenos!
…“no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud”... Los fieles, al leer aquellas palabras alentadoras, se alegraron mucho” (Hechos 15,22-31).
-“Los delegados, después de despedirse, bajaron a Antioquía donde reunieron a la Asamblea y entregaron la carta. La leyeron, y los hermanos se regocijaron de aquel aliento”. Después del primer Concilio, Pablo partió, pues, de nuevo hacia sus comunidades. Cuida de que se apliquen las decisiones tomadas: "obedecer"... "observar" unas decisiones... Estas palabras no están de moda, precisamente HOY. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en esas decisiones suele haber siempre uno u otro punto que no corresponde exactamente a lo que yo solo habría decidido. Cualquier obediencia a una decisión colectiva -de un grupo o de un responsable- toma la apariencia de un sacrificio de los propios puntos de vista. En familia, en un equipo de trabajo, en la Iglesia, ¡esto resulta siempre verdad! «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.» Señor, ayúdanos a vivir esas «diversidades», y esos "esfuerzos hacia la unidad". Haz de nosotros unos artesanos de la progresión misionera de la Iglesia. Abre tu Iglesia a los gentiles. ¡Abre nuestros corazones a tus proyectos! (Noel Quesson).
Canta el salmo la confianza en el Señor, y así como se avecina la aurora a medida que pasa la noche, así la salvación se acerca en la tribulación: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar y a tocar. Despierta gloria mía; despertad cítara y arpa, despertaré a la aurora. Te daré gracias ante los pueblos, Señor, tocaré para Ti ante las naciones; por tu bondad que es más grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes. Elévate sobre el cielo, Dios mío, y llene la tierra tu gloria» (Salmo 57/56,8-12). Así lo comentaba Juan Pablo II: “Es una noche tenebrosa, en la que merodean fieras voraces. El orante está esperando que despunte el alba, para que la luz venza la oscuridad y los miedos…
En la práctica, se trata del paso del miedo a la alegría, de la noche al día, de una pesadilla a la serenidad, de la súplica a la alabanza”. Luego las tinieblas ya se han disipado: el alba de la salvación se ha acercado gracias al canto del orante… y el salmo concluye con un cántico de alabanza dirigido al Señor… la Bondad y la Fidelidad divina… inundan los cielos con su presencia y son como la luz que brilla en la oscuridad de las pruebas y de las persecuciones.
Dios cuida de nosotros y todo lo que pasa será para bien: “Con la claridad de Dios en el entendimiento, que parece inactivo, nos resulta indudable que, si el Creador cuida de todos -incluso de sus enemigos, ¡cuánto más cuidará de sus amigos! Nos convencemos de que no hay mal, ni contradicción, que no vengan para bien: así se asientan con más firmeza, en nuestro espíritu, la alegría y la paz, que ningún motivo humano podrá arrancarnos, porque estas visitaciones siempre nos dejan algo suyo, algo divino. Alabaremos al Señor Dios Nuestro, que ha efectuado en nosotros obras admirables, y comprenderemos que hemos sido creados con capacidad para poseer un infinito tesoro” (S. Josemaría).
“Jesús continuó hablando a sus discípulos: este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. “He aquí mi mandamiento”... es nuevo, porque aún hoy no se vive… “El Maestro reunido con sus discípulos, en la intimidad del Cenáculo. Al acercarse el momento de su Pasión, el Corazón de Cristo, rodeado por los que Él ama, estalla en llamaradas inefables: un nuevo mandamiento os doy, les confía: que os améis unos a otros, como yo os he amado a vosotros, y que del modo que yo os he amado así también os améis recíprocamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros (…) Señor, ¿por qué llamas nuevo a este mandamiento? Como acabamos de escuchar, el amor al prójimo estaba prescrito en el Antiguo Testamento, y recordaréis también que Jesús, apenas comienza su vida pública, amplía esa exigencia, con divina generosidad: habéis oído que fue dicho: amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os pido más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian.
Señor, permítenos insistir: ¿por qué continúas llamando nuevo a este precepto? Aquella noche, pocas horas antes de inmolarte en la Cruz, durante esa conversación entrañable con los que -a pesar de sus personales flaquezas y miserias, como las nuestras- te han acompañado hasta Jerusalén, Tú nos revelaste la medida insospechada de la caridad: como Yo os he amado. ¡Cómo no habían de entenderte los Apóstoles, si habían sido testigos de tu amor insondable!
El anuncio y el ejemplo del Maestro resultan claros, precisos. Ha subrayado con obras su doctrina. Y, sin embargo, muchas veces he pensado que, después de veinte siglos, todavía sigue siendo un mandato nuevo, porque muy pocos hombres se han preocupado de practicarlo; el resto, la mayoría, ha preferido y prefiere no enterarse. Con un egoísmo exacerbado, concluyen: para qué más complicaciones, me basta y me sobra con lo mío. No cabe semejante postura entre los cristianos. Si profesamos esa misma fe, si de verdad ambicionamos pisar en las nítidas huellas que han dejado en la tierra las pisadas de Cristo, no hemos de conformarnos con evitar a los demás los males que no deseamos para nosotros mismos. Esto es mucho, pero es muy poco, cuando comprendemos que la medida de nuestro amor viene definida por el comportamiento de Jesús. Además, Él no nos propone esa norma de conducta como una meta lejana, como la coronación de toda una vida de lucha. Es -debe ser, insisto, para que lo traduzcas en propósitos concretos- el punto de partida, porque Nuestro Señor lo antepone como signo previo: en esto conocerán que sois mis discípulos (...) La característica que distinguirá a los apóstoles, a los cristianos auténticos de todos los tiempos, la hemos oído: en esto -precisamente en esto- conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tenéis amor unos a otros. Me parece perfectamente lógico que los hijos de Dios se hayan quedado siempre removidos -como tú y yo, en estos momentos- ante esa insistencia del Maestro. El Señor no establece como prueba de la fidelidad de sus discípulos, los prodigios o los milagros inauditos, aunque les ha conferido el poder de hacerlos, en el Espíritu Santo. ¿Qué les comunica? Conocerán que sois mis discípulos si os amáis recíprocamente (...)
Si percibes que tú, ahora o en tantos detalles de la jornada, no mereces esa alabanza; que tu corazón no reacciona como debiera ante los requerimientos divinos, piensa también que te ha llegado el tiempo de rectificar. Atiende la invitación de San Pablo: hagamos el bien a todos y especialmente a aquellos que pertenecen, mediante la fe, a la misma familia que nosotros, al Cuerpo Místico de Cristo.
El principal apostolado que los cristianos hemos de realizar en el mundo, el mejor testimonio de fe, es contribuir a que dentro de la Iglesia se respire el clima de la auténtica caridad. Cuando no nos amamos de verdad, cuando hay ataques, calumnias y rencillas, ¿quién se sentirá atraído por los que sostienen que predican la Buena Nueva del Evangelio?” (san Josemaría).
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos; y vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
A vosotros ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
Pero sabed que no sois vosotros los que me habéis elegido, sino que soy yo quien os ha elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure...” (Juan 15,12-17). Su origen es divino: "Carísimos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por Él! En esto está el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4,7 ss.).
-En primer lugar, pues, amar a Dios por sí mismo: estamos creados para vivir de este amor, que se realizará plenamente en el Cielo: “Mis palabras son espíritu y vida” (Jn 6,64); “Yo soy la verdad, el camino y la vida” (Ioh. 14, 6). Dios merece ser amado por ser Él quien es y por todo lo que ha hecho por nosotros: contemplarlo es poner los medios para orientar nuestra vida hacia el amor de Dios (la caridad debe informarlo todo), hacer la voluntad divina. “¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la Voluntad de Dios” (Juan Pablo II). ¿Entiendo la necesidad y la felicidad de tratar íntimamente a Dios?, o, ¿es para mí una “obligación” la práctica de la religión? ¿Me falta tiempo para relacionarme con Dios? ¿Conozco la intimidad trinitaria?; ¿conozco mi vocación a participar de esta intimidad divina, como Hijo de Dios? ¿Me remueve (me ayuda a reaccionar) el recuerdo de la vida de Jesucristo? ¿Valoro el honor –don inmerecido– que supone estar bautizado, tener buena formación, poder recibir con relativa facilidad los sacramentos?
-Én segundo lugar, amar al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Este mandamiento nuevo es el testamento de Jesús, la caridad. La caridad la debemos ejercitar a diario en la convivencia con los demás, sabiendo servir, ayudar, comprender, disculpar... No querer ser el centro de nada. ¡Qué bien suenan aquí aquellos versos de Tagore: "Dormía y soñaba que la vida no era otra cosa que alegría. Desperté y vi que la vida no era más que un servicio. Empecé a servir y vi que el servicio era la alegría". Abrir los ojos a los demás, a sus virtudes: "Sólo serás bueno, si sabes ver las cosas buenas y las virtudes de los demás". Esta caridad se ha de manifestar en el uso de la lengua. Criticar es muy fácil. Destruir la vidriera espléndida de una catedral lo puede hacer el primer insensato con una piedra, así el honor de alguien por maledicencias... Construir, edificar es tarea que requiere artistas...
El mandato de la caridad quedó profundamente grabado en los Apóstoles y en los primeros cristianos. Los paganos al verles exclamaban: ¡mirad cómo se aman! Ahí tenemos un punto bien concreto para nuestro examen: ¿los demás pueden decir de nosotros que destacamos -los cristianos- porque amamos a los demás, porque servimos?...
No es que amemos nosotros, es que Dios nos ha amado primero. “La caridad no la construimos nosotros; nos invade con la gracia de Dios: porque Él nos amó primero. Conviene que nos empapemos bien de esta verdad hermosísima: si podemos amar a Dios, es porque hemos sido amados por Dios. Tú y yo estamos en condiciones de derrochar cariño con los que nos rodean, porque hemos nacido a la fe, por el amor del Padre. Pedid con osadía al Señor este tesoro, esta virtud sobrenatural de la caridad, para ejercitarla hasta en el último detalle.
Con frecuencia, los cristianos no hemos sabido corresponder a ese don; a veces lo hemos rebajado, como si se limitase a una limosna, sin alma, fría; o lo hemos reducido a una conducta de beneficencia más o menos formularia. Expresaba bien esta aberración la resignada queja de una enferma: aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño. El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones” (San Josemaría).
“El pensamiento de Jesús, en la última cena, progresa como en círculos. Ya había insistido en que sus seguidores deben «permanecer» en Él, y que en concreto deben «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Ahora añade matices entrañables: «no os llamo siervos, sino amigos», «no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido». Y sobre todo, señala una dirección más comprometida de este seguimiento: «éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado». Antes había sacado la conclusión más lógica: si Él ama a los discípulos, estos deben permanecer en su amor, deben corresponderle amándole. Ahora aparece otra conclusión más difícil: deben amarse unos a otros. No es un amor cualquiera el que encomienda. Se pone a sí mismo como modelo. Y Él se ha entregado por los demás, a lo largo de su vida, y lo va a hacer más plenamente muy pronto: «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».
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