SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA: el Apóstol Pedro, vicario de Jesús, está asistido por el Espíritu Santo a lo largo del tiempo, y es portavoz de la fe de la Iglesia.
1ª: Hechos 9,31-42: Entonces por toda Judea, Galilea y Samaria la iglesia tenía paz. Iba edificándose y vivía en el temor del Señor, y con el consuelo del Espíritu Santo se multiplicaba. 32 Aconteció que mientras Pedro recorría por todas partes, fue también a visitar a los santos que habitaban en Lida. 33 Allí encontró a cierto hombre llamado Eneas, que estaba postrado en cama desde hacía ocho años, pues era paralítico. 34 Pedro le dijo: "Eneas, ¡Jesucristo te sana! Levántate y arregla tu cama." De inmediato se levantó, 35 y le vieron todos los que habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron al Señor.
36 Entonces había en Jope cierta discípula llamada Tabita, que traducido es Dorcas. Ella estaba llena de buenas obras y de actos de misericordia que hacía. 37 Aconteció en aquellos días que ella se enfermó y murió. Después de lavarla, la pusieron en una sala del piso superior. 38 Como Lida estaba cerca de Jope, los discípulos, al oír que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres para que le rogaran: "No tardes en venir hasta nosotros."
39 Entonces Pedro se levantó y fue con ellos. Cuando llegó, le llevaron a la sala y le rodearon todas las viudas, llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcas hacía cuando estaba con ellas. 40 Después de sacar fuera a todos, Pedro se puso de rodillas y oró; y vuelto hacia el cuerpo, dijo: "¡Tabita, levántate!" Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se sentó. 41 Él le dio la mano y la levantó. Entonces llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva.
42 Esto fue conocido en todo Jope, y muchos creyeron en el Señor. 43 Pedro se quedó muchos días en Jope, en casa de un tal Simón, curtidor.
Salmo responsorial : 116/115, 12-17 (también en Corpus y Jueves Santo): ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? 12 ¿Qué daré a Yahvé por todas sus bendiciones para conmigo? 13 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre de Yahvé. 14 Cumpliré mis votos a Yahvé delante de todo su pueblo. 15 Estimada es en los ojos de Yahvé la muerte de sus fieles. 16 Escúchame, oh Yahvé, porque yo soy tu siervo; soy tu siervo, hijo de tu sierva. Tú rompiste mis cadenas. 17 Te ofreceré sacrificio de acción de gracias e invocaré el nombre de Yahvé.
Evangelio: Juan 6,61-70 (igual que el Domingo 21B): Sabiendo Jesús en sí mismo que sus discípulos murmuraban de esto, les dijo:
-¿Esto os escandaliza? 62 ¿Y si vierais al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero? 63 El Espíritu es el que da vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. 64 Pero hay entre vosotros algunos que no creen.
Pues desde el principio Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién le había de entregar, 65 y decía: -Por esta razón os he dicho que nadie puede venir a mí, a menos que le haya sido concedido por el Padre.
66 Desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con Él. 67 Entonces Jesús dijo a los doce: -¿Queréis acaso iros vosotros también?
68 Le respondió Simón Pedro: -Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. 69 Y nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios.
70 Jesús les respondió: -¿No os escogí yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?
Comentario: 1. En la historia de la primera comunidad de Jerusalén llegamos ahora a una época de paz. Vemos la acción del Espíritu Santo, más allá de los poderes humanos y del demonio. Y aprovechando la ocasión, el protagonista de hoy, Pedro, sale de Jerusalén y hace un recorrido por las comunidades cristianas, a modo de visita pastoral, para reanimarlas en su fe (sobre la fe, hablaremos al comentar el Evangelio).
Su presencia va acompañada por hechos milagrosos. La fuerza curativa de Jesús se ha comunicado ahora a su Iglesia, en la persona de Pedro, que explícitamente invoca a Jesús: «Eneas, Jesucristo te da la salud, levántate». Y también al resucitar a la mujer, primero se arrodilla y se pone a rezar, antes de mandarle: «Tabita, levántate». Es lo que habían hecho él y Juan a la puerta del Templo cuando curaron al paralítico «en el nombre de Jesús». Vemos los protagonistas de la historia de la Iglesia: Jesús, su Espíritu y la comunidad misma, con sus ministros. Jesús, desde su existencia gloriosa, sigue presente en su Iglesia, la llena de fuerza por su Espíritu y sigue así actuando a través de ella. Se explica que Lucas pueda describir un panorama tan optimista: «la comunidad se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo». El mal retrocede. -Tabita era rica en buenas obras y en limosnas que hacía... Las viudas de la ciudad mostraron a Pedro las túnicas y mantos que confeccionaba cuando estaba con ellas. "¡Tabita, levántate!" Siempre la misma frase: «¡levántate!» La misma que Pedro había dirigido ya al mendigo de la Puerta Hermosa en Jerusalén... esa palabra que Jesús había dicho tan a menudo a los enfermos, a los pecadores. (Mt 9,5;17,7; Jn 5,8). Todo Jope -ciudad de Tabita- supo la noticia de esa resurrección y muchos creyeron en el Señor. El milagro está en función de la fe. Y la fe se propaga (Noel Quesson).
Como Pedro en su tiempo, deberíamos ser cada uno de nosotros «buenos conductores» de la salud y de la vida del Resucitado. Yo no tengo el «milagro» a mi disposición, como se lo diste a Pedro para facilitar la primera expansión de tu Iglesia. Pero puedo actuar «en el sentido de la vida»: ¿cómo puedo traducir, concretamente, el poder de tu resurrección en mis responsabilidades, en mis compromisos, en mis relaciones... para que crezca la vitalidad profunda de la humanidad? Para que retrocedan el mal, el pecado, la injusticia, el egoísmo. Celebrar la Pascua es dejarnos llenar nosotros mismos de la fuerza de Jesús, y luego irla transmitiendo a los demás, en los encuentros con las personas. ¿Curamos enfermos, resucitamos muertos en nombre de Jesús? Sin llegar a hacer milagros, pero ¿salen animados los que sufren cuando se han encontrado con nosotros?, ¿logramos reanimar a los que están sin esperanza, o se sienten solos, o no tienen ganas de luchar? Todo eso es lo que podríamos hacer si de veras estamos llenos nosotros de Pascua, y si tenemos en la vida la finalidad de hacer el bien a nuestro alrededor, no por nuestras propias fuerzas, sino en el nombre de Jesús. La Eucaristía nos debería contagiar la fuerza de Cristo para poder ayudar a los demás a lo largo de la jornada. Salir de nosotros mismos -fue un buen símbolo que Pedro saliera de Jerusalén- y recorrer los caminos de los demás -saberles «visitar»-para animarles en su fe, podría ser una buena consigna para nuestra actuación de cristianos en la Pascua.
La esperanza de esta primitiva Iglesia estaba ligada a la maternidad de María, y en este sábado pascual queremos felicitarla por la resurrección de Jesús, y agradecerle sus cuidados maternales para con la Iglesia: “Señor, tú hiciste de María la llena de gracia; te bendecimos. / María, en este nuevo sábado del tiempo pascual, celebramos tu gozo maternal. / Jesús, María, haced de nosotros y de nuestros corazones vuestra morada. / Jesús, María, sed nuestros reyes de paz, justicia, amor, solidaridad”. El Espíritu Santo y María nunca pueden ni deben estar ausentes en la liturgia de la Iglesia de Cristo y en el corazón de los fieles. Todos fuimos redimidos por el Hijo de Dios que se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María; y en su amor vivimos. Jesús y María son la realización perfecta del ideal de amor que el Evangelio proclama y al que nosotros, como cristianos, debemos aspirar amando a todos con perfecta caridad. San Cipriano comenta: «En los Hechos de los Apóstoles está claro que las limosnas no sólo ayudan al pobre. Habiendo enfermado y muerto Tabita, que hacía muchas buenas obras y limosnas, fue llamado Pedro y apenas se presentó, con toda diligencia de su caridad apostólica, le rodearon las viudas con lágrimas y súplicas... rogando por la difunta más con sus gestos que con sus palabras. Creyó Pedro que podría lograrse lo que pedían de manera tan insistente y que no faltaría el auxilio de Cristo a las súplicas de los pobres en quienes Él había sido vestido... No dejó, en efecto, de prestar su auxilio a Pedro, al que había dicho en el Evangelio que se concedería todo lo que se pidiera en su nombre. Por tal causa se interrumpe la muerte y la mujer vuelve a la vida y con admiración de todos se reanima, retornando a la luz del mundo el cuerpo resucitado. Tanto pudieron las obras de misericordia, tanto poder ejercieron las obras buenas». Recordemos la sentencia: Si amas al que te ama, bien está, es tu deber. Pero eso hacen incluso los pecadores. Si amas también a quien se te muestra indiferente o displicente contigo, este amor es mejor, pues en él tu corazón se hace más generoso. Y si amas incluso al que te desprecia u odia, esto es perfecto, porque aquí tu amor sería puro amor, nacido de la grandeza de un corazón que, olvidado de sí, goza en el bien del otro por él mismo. ¿No es ésa la estampa de Jesús que sube hasta la cumbre del Calvario y derrama amor? ¿No es ésa la estampa de María ofreciendo a su Hijo, ofreciéndose a sí misma, por amor a los pecadores que coronaron de espinas a su Hijo? No hay tribunal de justicia humana que a ofensores y verdugos perdone su maldad. Pero hay entrañas de amor divino que desde la cruz y con el corazón desgarrado perdonan al pecador para que su salvación lo alcance y transfigure, como recordamos en la Entrada: «Por el Bautismo fuisteis sepultados con Cristo y habéis resucitado con Él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó. Aleluya» (Col 2,12); y en la Colecta:: «Oh Dios, que has renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti, concede tu ayuda a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del Mal y permanezcan siempre fieles a los dones que de Ti han recibido».
2. Sal. 116/115. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios está siempre cerca de sus fieles para librarlos de la muerte. Quien invoque al Señor jamás será defraudado por Él. Desde la resurrección de Cristo el camino de la humanidad tiene un nuevo significado: Quien crea en Cristo Jesús, aun cuando tenga que pasar por la muerte, debe saber que después de la cruz está la resurrección y la glorificación junto a Él. Por eso no tengamos miedo en ofrecerle a Dios nuestra propia vida como una ofrenda agradable a su Santo Nombre, sabiendo que Él velará siempre por nosotros y nos llevará sanos y salvos a su Reino celestial.
Con su resurrección Cristo ha vencido a la muerte. Las cadenas que nos ataban han quedado definitivamente rotas. Jesús nos ha salvado ¿Cómo pagar tan inmenso bien? La Santa Misa es la acción de gracias más agradable al Padre. Con el Salmo decimos: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre”, alusión a la libación ritual, quizá, de vino y aceite (Ex 29,40-41; Lv 6,14), copa derramada en acción de gracias por haber sido librado de la muerte: “¿Quién te dio la copa de salvación, de suerte que, tomándola e invocando el nombre del Señor, le retribuyas por todo lo que a ti te retribuyo? Quien sino Aquel que dice: ‘¿podéis beber el cáliz que yo he de beber? ¿Quién te otorgó imitar sus padecimientos sino Aquel que primeramente padeció por ti? Por tanto, preciosa es delante del Señor la muerte de sus santos. La compró con su sangre, que primeramente derramó por la salud de sus siervos, para que sus siervos no dudasen en derramarla por el Nombre del Señor” (S. Agustín). “Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo. Mucho le cuesta al Señor la muerte de su fieles. Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: Rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor». El sacrificio de acción de gracias tenía lugar en el Templo (donde habitaba el Señor): esas palabras eran citadas (vv. 12-14) en la antigua liturgia romana antes de la comunión (la mejor manera de pagar la deuda es unirse al sacrificio de Jesús), y es un salmo que se usa con frecuencia para preparar el sacrificio de la Misa y lo proclama la liturgia en la fiesta del Corpus y el Jueves santo.
“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”. La única correspondencia que nos pide Dios es la de la gratitud y la lealtad. Cuando Jesús relataba cada una de las Bienaventuranzas, pensaba en cada uno de nosotros: los perseguidos, los que lloran, los que sufren… pero, además, entraban en el mismo “saco” los limpios de corazón, los pacíficos, etc. Esa “mezcla” entre lo que a primera vista puede parecer bueno y malo, es de una coherencia sobrenatural que debe asombrarnos. Se trata del mismo recorrido que hizo Cristo, y nosotros hemos sido llamados por Él para acompañarle y dar testimonio de lo que en verdad es el hombre: un ser limitado con aspiraciones de eternidad (de archidiócesis Madrid).
3. Hoy vemos que el discurso eucarístico tiene un efecto de escándalo y rechazo de la gran mayoría...: ¡es la crisis! Hasta aquí las muchedumbres le han seguido y buscado. Pero la revelación del misterio eucarístico repele a la mayor parte de los oyentes: -Muchos de sus discípulos gritaron: "¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede escucharlas?" "¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?" Lejos de retirar sus afirmaciones o de explicarlas simbólicamente, Jesús las subrayará: -"¿Esto os escandaliza? Pues, ¿qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde antes estaba?..."
Se trata pues efectivamente de un misterio "divino" para las simples fuerzas humanas. Hace falta fe. Jesús alude a su "ser" divino: va a subir "allá donde antes estaba". Solamente por la razón o la inteligencia humana, la eucaristía no podrá ser nunca explicada. El hombre no puede sino encontrar absurdas las palabras de Jesús... a no ser que se ponga, de entrada, en una perspectiva de humildad.
-"El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que Yo os he hablado, son Espíritu y son Vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen". Las palabras de Jesús sobre la eucaristía, más que todas las demás palabras suyas, presuponen la acción del Espíritu Santo. Nos encontramos, verdaderamente, en el núcleo del evangelio. Después de todo esto ¿cómo podría reducirse el evangelio a una predicación moral y aun generosa -"amaos los unos a los otros"? Hay un aspecto abrupto del evangelio, que el mismo Jesús no atenúa en absoluto, a riesgo de ver, a fin de cuentas, disminuir considerablemente el número de sus discípulos: -A partir de este momento, muchos de sus discípulos se alejaron y dejaron de ir con Él.
Entonces, Jesús dijo a los Doce: "¿Queréis iros vosotros también?" "Yo no os retengo..." parece decir. Sois libres. En el conflicto actual entre muchos jóvenes y sus padres, cara a la eucaristía, recordemos ese gran misterio. Decía una canción de “Operación Triunfo” algo sobre el amor, que en parte se puede aplicar a esa experiencia de amor con Jesús, que aunque se sufra y muchas cosas no se entiendan, o cuesten… se prefiere a otras cosas: “Traigo en los bolsillos tanta soledad, desde que te fuiste no me queda más... que un triste sentimiento... por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar. Te extraño, te olvido, te amo de nuevo… Te extraño: porque anidan en mí tus recuerdos, te olvido: a cada minuto lo intento, te: amo... es que ya no tengo remedio... Te extraño te olvido te amo de nuevo. Por ti... He perdido todo hasta la identidad, y si lo pidieras más podría dar... Es que cuando se ama nada es demasiado. Me enseñas el límite de la pasión, y no me enseñaste a decir adiós…, he aprendido ahora que te has marchado. Por ti he dejado todo sin mirar atrás, aposté la vida y me dejé ganar”. Podemos decirle nosotros con san Pedro que no queremos dejarle: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Estar sin Jesús es un infierno insoportable, y estar con Jesús es un dulce paraíso (como decía Kempis). Hemos de ser como la luna, que refleja la luz del sol, así llenos de ese amor llevarlo a los demás. Llenarnos de la alegría que va con la libertad de amar que Jesús nos da. «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama» (San Agustín). El amor lleno de fe guía la respuesta del Apóstol: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Estas palabras fueron el lema de la Jornada Mundial de la Juventud de 1996 convocada por Juan Pablo II: “«Señor, ¿a quién iremos?». La meta y el término de nuestra vida es Él, Cristo, que nos espera, a cada uno y a todos juntos, para guiarnos más allá de los confines del tiempo en el abrazo eterno del Dios que nos ama.
Pero si la eternidad es nuestro horizonte de hombres hambrientos de verdad y sedientos de felicidad, la historia es el escenario de nuestro compromiso diario. La fe nos enseña que el destino del hombre está inscrito en el corazón y en la mente de Dios, que gobierna los hilos de la historia. Y nos enseña asimismo que el Padre pone en nuestras manos la tarea de comenzar ya desde aquí la construcción del reino de los cielos que el Hijo vino a anunciar y que llegará a su plenitud al final de los tiempos.
Así pues, tenemos el deber de vivir dentro de la historia, al lado de nuestros contemporáneos, compartiendo sus anhelos y esperanzas, porque el cristiano es, y debe ser, plenamente hombre de su tiempo. No se evade a otra dimensión, ignorando los dramas de su época, cerrando los ojos y el corazón a las inquietudes que impregnan su existencia. Al contrario, es un hombre que, aun sin ser de este mundo, está inmerso cada día en este mundo, dispuesto a acudir a donde haya un hermano a quien ayudar, una lágrima que enjugar, una petición de ayuda a la cual responder. En esto seremos juzgados.
Recordando la advertencia del Maestro: «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25, 35-36), debemos poner en práctica el «mandamiento nuevo» (Jn 13, 34).
Nos opondremos así a lo que parece hoy la derrota de la civilización, para reafirmar con energía la civilización del amor, la única que puede abrir de par en par a los hombres de nuestro tiempo horizontes de auténtica paz y de justicia duradera en la legalidad y en la solidaridad.
La caridad es el camino real que nos debe llevar también a la meta del gran jubileo. Para llegar a esa cita, es preciso saber analizarse, haciendo un riguroso examen de conciencia, premisa indispensable de una conversión radical, capaz de transformar la vida y de darle un sentido auténtico, que permita a los creyentes amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas, y al prójimo como a sí mismos (cf. Lc 10, 27).
Confrontando vuestra vida diaria con el Evangelio del único Maestro que tiene palabras de vida eterna, podréis convertiros en auténticos constructores de justicia, poniendo en práctica el mandamiento que hace del amor la nueva frontera del testimonio cristiano. Ésta es la ley de la transformación del mundo (cf. Gaudium et spes, 38).
Es preciso, ante todo, que vosotros, jóvenes, deis un gran testimonio de amor a la vida, don de Dios; un amor que se debe extender desde el inicio hasta el fin de toda existencia y debe luchar contra toda pretensión de hacer del hombre el árbitro de la vida del hermano, tanto del que aún no ha nacido como del que se halla en su ocaso, del minusválido y del débil.
A vosotros, jóvenes, que de forma natural e instintiva hacéis del deseo de vivir el horizonte de vuestros sueños y el arco iris de vuestras esperanzas, os pido que os transforméis en profetas de la vida. Sedlo con las palabras y con las obras, rebelándoos contra la civilización del egoísmo que a menudo considera al ser humano un instrumento en vez de un fin, sacrificando su dignidad y sus sentimientos en nombre del mero lucro; hacedlo ayudando concretamente a quien tiene necesidad de vosotros y que tal vez sin vuestra ayuda tendría la tentación de resignarse a la desesperación.
La vida es un talento (cf. Mt 25, 14-30) que se nos ha confiado para que lo transformemos y lo multipliquemos, dándola como don a los demás. Ningún hombre es un iceberg a la deriva en el océano de la historia; cada uno de nosotros forma parte de una gran familia, dentro de la cual tiene un puesto que ocupar y un papel que desempeñar. El egoísmo vuelve sordo y mudo; el amor abre de par en par los ojos y el corazón, capacita para dar la aportación original e insustituible que, junto a los innumerables gestos de tantos hermanos, a menudo lejanos y desconocidos, contribuye a constituir el mosaico de la caridad, que puede cambiar el rumbo de la historia.
Cuando, considerando demasiado duro su lenguaje, muchos de sus discípulos lo abandonaron, Jesús preguntó a los pocos que habían quedado: «¿También vosotros queréis marcharos?», le respondió Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-68). Y optaron por permanecer con Él. Se quedaron porque el Maestro tenía palabras de vida eterna, palabras que, mientras prometían la eternidad, daban pleno sentido a la vida.
Hay momentos y circunstancias en que es preciso hacer opciones decisivas para toda la existencia. Como sabéis muy bien, vivimos momentos difíciles, en los que con frecuencia no logramos distinguir el bien del mal, los verdaderos maestros de los falsos. Jesús nos ha advertido: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis» (Lc 21, 8). Orad y escuchad su palabra; dejaos guiar por verdaderos pastores; no cedáis jamás a los halagos y a los fáciles espejismos del mundo que luego, con demasiada frecuencia, se transforman en trágicos desengaños.
En los momentos difíciles, en los momentos de prueba se mide la calidad de las opciones. Así pues, en estos tiempos de dificultad cada uno de vosotros está llamado a tomar decisiones valientes. No existen atajos hacia la felicidad y la luz. Prueba de ello son los tormentos de las personas que, en el decurso de la historia de la humanidad, se han puesto a buscar con empeño el sentido de la vida, la respuesta a los interrogantes fundamentales inscritos en el corazón de todo ser humano.
Ya sabéis que estos interrogantes no son sino la expresión de la nostalgia de infinito sembrada por Dios mismo en el interior de cada uno de nosotros. Así pues, con sentido del deber y del sacrificio debéis caminar por las sendas de la conversión, del compromiso, de la búsqueda, del trabajo, del voluntariado, del diálogo, del respeto a todos, sin rendiros ante los fracasos, conscientes de que vuestra fuerza está en el Señor, que guía con amor vuestros pasos, dispuesto a acogeros de nuevo como al hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-24).
Queridos jóvenes, os he invitado a ser profetas de la vida y del amor. Os pido también que seáis profetas de la alegría: el mundo nos debe reconocer por el hecho de que sabemos comunicar a nuestros contemporáneos el signo de una gran esperanza ya realizada, la de Jesús, muerto y resucitado por nosotros.
No olvidéis que «la suerte futura de la humanidad está en manos de aquellos que sean capaces de transmitir a las generaciones venideras razones para vivir y para esperar» (Gaudium et spes, 31).
Purificados por la reconciliación, fruto del amor divino y de vuestro arrepentimiento sincero, practicando la justicia, viviendo en acción de gracias a Dios, podréis ser en el mundo, a menudo sombrío y triste, profetas de alegría creíbles y eficaces. Seréis heraldos de la plenitud de los tiempos.
El camino que Jesús os señala no es cómodo; se asemeja más bien a un sendero escarpado de montaña. No os desalentéis. Cuanto más escarpado sea el sendero, tanto más rápidamente sube hacia horizontes cada vez más amplios. Os guíe María, estrella de la evangelización. Dóciles, al igual que ella, a la voluntad del Padre, recorred las etapas de la historia como testigos maduros y convincentes.
Con ella y con los Apóstoles sabed repetir en cada instante la profesión de fe en la presencia vivificante de Jesucristo: Tú tienes palabras de vida eterna”.
Y decía en una fiesta del Corpus: “Jesús se define "el Pan de vida", y añade: "El pan que yo daré, es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51).
¡Misterio de nuestra salvación! Cristo, único Señor ayer, hoy y siempre, quiso unir su presencia salvífica en el mundo y en la historia al sacramento de la Eucaristía. Quiso convertirse en pan partido, para que todos los hombres pudieran alimentarse con su misma vida, mediante la participación en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Como los discípulos, que escucharon con asombro su discurso en Cafarnaum, también nosotros experimentamos que este lenguaje no es fácil de entender (cf. Jn 6, 60). A veces podríamos sentir la tentación de darle una interpretación restrictiva. Pero esto podría alejarnos de Cristo, como sucedió con aquellos discípulos que "desde entonces ya no andaban con Él" (Jn 6, 66).
Nosotros queremos permanecer con Cristo, y por eso le decimos con Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Con la misma convicción de Pedro, nos arrodillamos hoy ante el Sacramento del altar y renovamos nuestra profesión de fe en la presencia real de Cristo”.
Y al preparar el encuentro del 2000 volvía sobre el tema: “Roma es «ciudad santuario», donde las memorias de los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires recuerdan a los peregrinos la vocación de todo bautizado. Ante el mundo, en el mes de agosto del próximo año, repetiremos la profesión de fe del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68) porque «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).
También a ustedes, muchachos y muchachas, que serán los adultos del siglo próximo, se les ha confiado el «Libro de la vida», que en la noche de Navidad de este año el Papa, al cruzar el primero el umbral de la puerta santa, mostrará a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer milenio (cfr. Incarnationis mysterium, 8). Que el Evangelio se convierta en su tesoro más valioso: en el estudio atento y en la acogida generosa de la palabra del Señor hallarán alimento y fuerza para la vida diaria, y encontrarán las razones de un compromiso constante en la construcción de la civilización del amor”; y Benedicto XVI en su primer encuentro volvía al tema: “Esta fuerza de atracción interna de Dios ha hecho que los Tres Reyes Magos hace 2000 años emprendieran el camino para encontrar a Cristo, y os ha traído a vosotros hoy aquí a Colonia para buscar y encontrar a Jesús. Él os garantiza un gran futuro, una vida plena. No existe alternativa en relación a Jesucristo. Cuando algunos de sus discípulos se sintieron molestos por las palabras de Jesús, no siguieron el camino junto con él. Luego Jesús les preguntó a los que se quedaron con él: "¿Queréis acaso iros vosotros también?" Y es el primero de los Pedros el que le da una respuesta al Señor que prácticamente es el primer credo y el más corto a la vez, dentro de toda la Santa Biblia: "Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna" (Jn. 6,68). Esta declaración de San Pedro también es nuestro propio credo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". El Señor nos dice explícitamente: "Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Jn. 6,44). A vosotros, queridas hermanas y queridos hermanos, el Padre os ha guiado. Y esto forma el último motivo por el que estáis aquí en Colonia. Es el resultado de una acción divina llena de gracia. Y os prometo lo siguiente, y os doy mi palabra: Por medio de vosotros, Él seguirá siendo nuestro guía, para que vosotros lleguéis a ser una bendición para vuestro medioambiente, vuestra patria, para el mundo, convirtiendo en la cercanía de Dios, por medio de vuestro empeño, la gran distancia que existe a nivel global entre los hombres y Dios. Porque sólo así, este mundo seguirá siendo habitable para los hombres, que son los hijos de Dios”.
Es importante aquella respuesta de la fe de Pedro: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo, el Santo de Dios." Palabra humilde de Pedro. Palabra de amor delicado: Jesús es irremplazable para ellos. Así, Jesús parece terminar por un fracaso su catequesis esencial sobre el más grande misterio de su Presencia. Pero la Iglesia está ya aquí, en estos "doce" que confían en Él. En estas últimas palabras de Pedro, tenemos un equivalente de la famosa "confesión de Cesarea". San Juan no embellece, no adorna el evangelio: dice, de otro modo, a su manera, las mismas cosas que Mateo, Marcos y Lucas (Noel Quesson).
También en el mundo de hoy, como para los oyentes que tenía en Cafarnaum, Jesús se convierte en signo de contradicción, como había anunciado el anciano Simeón, cuando María y José presentaron a su hijo en el Templo. Cristo es difícil de admitir en la propia vida, si se entiende todo lo que comporta el creer en Él. Es pan duro, pan con corteza. No sólo consuela e invita a la alegría. Muchas veces es exigente, y su estilo de vida está no pocas veces en contradicción con los gustos y las tendencias de nuestro mundo. Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con Él en la Eucaristía, que es una manera privilegiada de mostrar nuestra fe en Él, puede resultar difícil. Nosotros, gracias a la bondad de Dios, somos de los que han hecho opción por Cristo Jesús. No le hemos abandonado. Como fruto de cada Eucaristía, en la que acogemos con fe su Palabra en las lecturas y le recibimos a Él mismo como alimento de vida, tendríamos que imitar la actitud de Pedro: «¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (J. Aldazábal). Y pedimos en el Ofertorio: «Acoge, Señor, con bondad las ofrendas de tu pueblo, para que, bajo tu protección, no pierda ninguno de tus bienes y descubra los que permanecen para siempre». Insistimos en la Postcomunión: «Dios Todopoderoso, no ceses de proteger con amor a los que has salvado, para que así, quienes hemos sido redimidos por la pasión de tu Hijo, podamos alegrarnos en su resurrección»; y esto con la confianza puesta en Jesús: «Padre, por ellos ruego, para que todos sean uno en nosotros, y así crea el mundo que Tú me has enviado, dice el Señor. Aleluya» (Jn 17,20-21; ant. de Comunión).
¿Qué es la fe? “fido”, confiar, fiarse, “fides” (del griego “pistis”), y de ahí “fidus” (fiel, leal), “fidelitas” (fidelidad), “fiducia” (confianza), “confidentia” (confidencia). Así, S. Agustín analizaba esta base humana, y confesaba a Dios: “y, fríamente, me hacíais ponderar con qué firmeza y entereza de fe retenía en mi convicción de qué padres había yo nacido, lo cual no pudiera saber si oyéndolo no lo hubiera creído”. Es un proceso psicológico (fe humana, que es confianza en los hombres; fe divina, confianza en Dios)… avanzaba… “no era esto aquella luz, sino otra cosa, otra cosa muy diferente. Ni tampoco estaba sobre mi entendimiento como el aceite encima del agua, ni como el cielo encima de la tierra, sino encima de mí, porque ella me hizo y yo debajo de ella, porque soy hechura suya. Quien conoce la verdad, ese la conoce, y quien la conoce, conoce la eternidad”. Es, en el uso que tiene en la Sagrada Escritura, una confianza en Aquel en quien se cree (“fiarse de”, “abandonarse en”, “hacer pie en Jesucristo”: Lc 12,22.32), no sólo adhesión intelectual, es confianza basada en la autoridad del que habla, y (como en catalán, donde la palabra “creure” tiene también este otro sentido) obediencia, compromiso de unión con Cristo, opción decisiva que determina la vida: “el que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16,16). Ya sabemos que el contenido (depósito) es de una parte la “fides qua creditur” (subjetiva, capacidad del creyente) y “fides quae creditur” (creída, la sustancia de la revelación). Los dos usos se resumen en fidelidad activa (confianza en Dios) y pasiva (Dios inspira confianza porque es fiel a sus promesas), y abarca tanto la inteligencia como la voluntad. Seguía S. Agustín preguntándole a Dios: “¿por ventura, el que sabe estas cosas ya os agrada, Señor Dios, de verdad? Desventurado es el hombre que las sabe todas y os ignora a Vos, y bienaventurado el que os conoce, aunque no las sepa. Más aquel que os conoce a Vos y a ellas no es más bienaventurado por conocerlas a ellas, sino que sólo por Vos es bienaventurado, si, conociéndoos a Vos como a Vos, os glorifica y os da gracias y no se desvanece en sus pensamientos”. Algo misterioso, cuando “el corazón entiende las razones que la razón desconoce” (Pascal), como mejor expresa la poesía: “Dice la razón: tú mientes. Y contesta el corazón: quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes” (Machado). “Dios quiere necesitar de nosotros: tengo necesidad de tus manos para continuar bendiciendo, tengo necesidad de tus labios para continuar hablando, tengo necesidad de tu cuerpo para continuar amando, tengo necesidad de ti para continuar salvando.” (M. Quoist). E, insistiendo en lo mismo, hace unos días aparecían estas frases en el calendario-taco que edita Mensajero: “Dios cuenta contigo siempre: /Dios puede crear, pero tú has de dar valor a lo que Él ha creado. /Dios puede dar la vida, pero tú has de transmitirla y respetarla. /Dios puede dar fe, pero tú has de ser un signo de Dios para todos. /Dios puede dar el amor, pero tú has de aprender a querer al prójimo. /Dios puede dar la esperanza, pero tú has de devolver la confianza a otros. /Dios puede dar la fuerza, pero tú has de animar. /Dios puede dar la paz, pero tú has de hacer las paces siempre. /Dios puede dar el gozo, pero tú has de sonreír. /Dios puede ser luz para el camino, pero tú has de hacerla brillar. /Dios puede hacer milagros, pero tú has de buscar cinco panes y dos peces. /Dios puede hacer lo imposible, pero tú has de hacer todo lo posible.” A veces cuesta… cuentan de un capitán de barco de vela, que mandó un grumete al palo mayor, y desde arriba, al ver pequeña la cubierta, y con el balanceo, bajo él el mar inmenso y profundo, tuvo miedo, y el capitán al verlo le gritó: “¡muchacho, mira hacia arriba!” y al ver el cielo que conocía se sintió tranquilo. Luego, el capitán continuó: “baja poco a poco, pero no dejes de mirar hacia arriba” y todo fue bien. Quien mira hacia arriba todo lo supera, nada le perturba, mantiene la ilusión debida y la fortaleza deseada, nunca le faltarán motivos para la esperanza y la alegría (J. M. Alimbau). “Levanta el corazón hacia mí, cielo arriba, y no te contristarán los desprecios de los hombres” (Tomás de Kempis), o el salmo 33: “Levantad hacia Dios la mirada y os llenará de luz”. Hace falta una opción, en esa dinámica dócil ante la fuerza divina, como hacen los santos: “¡Dios mío, que odie el pecado, y me una a ti… no reservándome nada…”
Simón Pedro proclama su fe en Él, el Mesías, el Hijo de Dios. Comenta San Agustín: «¿Nos alejas de Ti? Danos otros igual que Tú. ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Mirad cómo comprendió esto Pedro con la ayuda de Dios y confortación del Espíritu Santo. ¿De dónde le viene esta inteligencia sino de su fe? Tú tienes palabras de vida eterna. Porque Tú das la vida eterna en el servicio de tu cuerpo y de tu sangre y nosotros hemos creído y entendido. No entendimos y creímos, sino creímos y entendimos. Creímos, pues, para llegar a comprender; porque si quisiéramos entender primero y creer después, no nos hubiera sido posible entender sin creer. ¿Qué es lo que hemos creído y qué lo que hemos entendido? Que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que Tú eres la misma vida eterna y que no comunicas en el servicio de carne y sangre sino lo que Tú eres».
Dios, el Dios de vida y no de muerte, ha venido a restaurar nuestra humanidad herida por el pecado y del que el pago es la muerte. Nosotros tenemos el precio de lo que vale la sangre derramada por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Al participar de la Eucaristía estamos permitiéndole a Dios que por medio del Misterio Pascual de su Hijo seamos restaurados en lo más íntimo de nuestro ser, para que volvamos a Él ya no como esclavos sino como hijos en el Hijo. Ojalá nuestra presencia ante el Señor en la Eucaristía no esté envuelta en la hipocresía, de tal forma que aparentemente lo adoremos y bendigamos para después marcharnos lejos de Él y profanar su santo Nombre ante las naciones a causa de llevar una vida de escándalo, de maldad y de pecado. Si nos hemos hecho uno con Cristo manifestemos con nuestras buenas obras que en verdad el Espíritu Santo nos conduce a confesar no sólo con los labios, sino con la vida que Cristo es realmente nuestro Dios y Señor.
La Iglesia de Cristo está llamada a ser portadora de Vida; de la Vida que nos viene del mismo Dios. En el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado nos encontraremos con muchas personas deterioradas por el pecado, por la enfermedad, por la pobreza, por la injusticia. No podemos pasar de largo ante ellos sin ser unos traidores a Cristo y a su Evangelio. No sólo abandona a Cristo quien deja de orar, sino también quien cierra sus ojos ante el sufrimiento de su hermano y, para justificar su egoísmo, se pregunta: ¿acaso soy yo el responsable de mi hermano? La Eucaristía nos hace entrar en una comunión íntima con Cristo. Pero la Eucaristía nos lanza para que nosotros vayamos como Pan de Vida a continuar fortaleciendo a quienes necesitan de una mano que, en nombre de Dios, se les tienda para devolverles su dignidad, para levantarlos de sus tumbas de maldad y para ayudarles a caminar en el bien. Quienes recibimos la misión de proclamar el Evangelio de salvación y de vida no podemos llegar a los demás para después seguirlos presentando muertos a causa de sus pecados; mientras por medio de nosotros el Señor no haga que hasta los muertos se levanten, estaremos fallando en la Misión que el Señor nos confió de ir y buscar todo lo que se había perdido, para hacerlo volver a Dios a través del perdón de los pecados y de la reconciliación que nos ha ofrecido por medio de la entrega de su propio Hijo.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de signos de Vida y no de muerte, pues hemos sido bautizados en Cristo, Señor de la vida y Vida eterna, que quiere que ya desde ahora poseamos y manifestemos, como verdaderos discípulos suyos, el Don que de Él hemos recibido hasta que lleguemos a la posesión definitiva de los bienes eternos. Amén (www.homiliacatolica.com).
Llucià Pou Sabaté
Mostrando entradas con la etiqueta Pedro. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Pedro. Mostrar todas las entradas
sábado, 14 de mayo de 2011
viernes, 21 de mayo de 2010
VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es ahora pastor, su vida es llevar a las almas a Dios.
1. Los personajes históricos que se salen en estos días -gobernadores, oficiales, soldados- se conocen por los documentos civiles de la época: en Cesarea una inscripción arqueológica indica el asiento que ocupaba «Pontius Pilatus» cuando asistía a las representaciones teatrales. El gobernador Felix, Festus, Agripa… Festo había ido ya demasiado lejos, y apeló al César haciendo uso de nuevo de su derecho de ciudadano romano y bloqueando su proceso en el punto en que se encontraba.
Pablo afirma que Jesús está vivo. Y ciertamente Él no se ha alejado de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible, pero continúa con nosotros; más aún: habita en nuestro propio interior. Por Él debemos estar dispuestos a ir hasta el último rincón de la tierra para proclamar su Evangelio. Pues el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado debe impulsarnos no sólo a darlo a conocer, sino a propagar que su salvación y su vida lleguen a toda la humanidad, y surja así una humanidad nueva en Él: “Pasados algunos días llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice y fueron a saludar a Festo. Como se detuvieron allí unos días, Festo mencionó al rey el asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que Félix dejó en prisión, contra quien presentaron acusación los Sumos Sacerdotes y los ancianos de los judíos, cuando estuve en Jerusalén, pidiendo sentencia condenatoria. Yo les contesté que no es costumbre entre romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga delante de él a sus acusadores y la oportunidad de defenderse de la acusación. Cuando llegaron a mí, me senté al día siguiente en el tribunal, sin ninguna dilación, y ordené que trajeran a aquel hombre. Los acusadores se presentaron ante él, pero no alegaban ninguna acusación de los delitos que yo sospechaba. Tenían contra él ciertas cuestiones de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Perplejo por estas cuestiones, le propuse si deseaba ir a Jerusalén para ser juzgado allí de estas cosas. Pero como Pablo apeló para que su causa sea reservada a la decisión del César, mandé custodiarlo hasta que lo pueda enviar al César” (Hechos 25,13-21).
2. Bendigamos al Señor por su bondad y su misericordia para con nosotros. Él nos ha hecho el mayor de todos los beneficios y ha ido más allá de nuestras esperanzas, pues por medio de su Hijo no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho hijos suyos: “Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). Nuestra alabanza al Señor no la daremos sólo con nuestros labios, sino con todo nuestro ser, pues a pesar de que Dios tiene su trono santo en el cielo, no nos contempla como juez, ni conforme a los criterios de los gobernantes de este mundo, sino como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
Esta bendición a Dios es multiplicada con toda clase de bendiciones en Cristo, porque nos ha redimido mediante su sangre de todos nuestros delitos, y porque nos ha hecho sus hijos de adopción.
3. La Pasión según san Juan ya se leyó el Viernes Santo... y las apariciones de Jesús resucitado en los días de Pascua... saltamos hoy y mañana seguidamente, a las dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Ya habíamos leído esta aparición en la primera semana de Pascua -por tanto el final de la Pascua conecta con su principio- pero hoy escuchamos el diálogo «de sobremesa» que tuvo lugar después de la pesca milagrosa y el encuentro de Jesús con los suyos, con el amable desayuno que les preparó. El diálogo tiene como protagonista a Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del apóstol que le había negado. Y a continuación Jesús le anuncia «la clase de muerte con que iba a dar gloria a Dios» (Juan 21,15-19, se ha leído también en el 3º domingo de Pascua C): -“Simón, ¿me amas más que éstos?” Tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que Jesús pregunta a Pedro si le quiere. Jesús necesita que le digamos no tres sino 33 veces cada día que le queremos. Las faltas de amor no nos han de agobiar, se arreglan con actos de amor. Esto nos hace pensar en el sacramento del perdón, para confesar nuestros pecados, y tener una alegría inmensa. Jesús, a las orillas del lago, acaba de comer con sus discípulos; que los momentos de desafección acaben así, con una fiesta. En la gran corriente de la Historia del mundo, de que hablan la prensa y la radio se halla esta "mi" aventura personal que se desarrolla desde "mi" fe. "¿Me amas, Tú?" No puedo refugiarme en la respuesta de los demás. Es a mí a quien concierne, soy yo el preguntado: -“Sí, Señor, Tú sabes... Es así... también el Señor conoce muy bien la debilidad de Pedro. Pero Pedro apela a ese conocimiento aun más profundo que Jesús tiene de él: "¡Tú bien sabes que yo te amo!"
-“Apacienta mis corderos”. Después del perdón, vuelta al trabajo… La intimidad de la Fe y la respuesta de amor de Pedro no se han escrito para ser saboreadas sentimentalmente sino para ser transformadas en responsabilidad. La relación personal con Jesús, ciertamente indispensable no es un "dúo afectivo" que se cierra sobre "los dos". Este amor es la fuente de un lanzamiento hacia los demás. Puesto que amas a Dios, sé responsable de los demás; sé su pastor... vela sobre ellos... condúceles a los verdes pastos.
-“Tres veces Jesús le preguntó "¿Me amas, tú?" Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: "acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?". Y Pedro recuerda todo, incluidas sus negaciones. "Sí, Señor, tú sabes que te amo" es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. ¡Qué lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso exponerse de nuevo. Él podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.
"Apacienta mis corderos" es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.
“Las dos siguientes dice el Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como "el buen pastor", el que cuida las ovejas, el que busca buenos pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo” (Enrique Cases).
Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. “Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez”. La triple negación es ahora una triple pregunta. Esto es lo que evidentemente piensa Pedro. Un buen responsable en la Iglesia no es el que aplasta a los otros con su superioridad... es el que conoce su propia debilidad y cuenta más con la amistad de Dios que con sus propias fuerzas humanas. En la Iglesia sobre todo, el Papado o el Episcopado deben distinguirse por esta señal: ser conscientes de sus propios límites, amar, acordarse de su propia debilidad, se apoya en una "profesión de amor": Jesús le ha pedido incluso ser superiormente amante... "¿Me amas tú, más que éstos?"
¿Qué significa que “el pescador” es ahora “pastor”? Benedicto XVI dice que Pedro recuerda aquella otra pesca, cuando le dice a Jesús, después de otra noche sin pesca: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). “También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera”. Los peces sin agua se mueren, pero nosotros en el mundo vivimos “en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.
El momento será inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.
Sólo una vez finalizado el almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: "Sígueme", y dejándolo todo, le había seguido.
Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la llamad a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”, dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red”. ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has prometido. Hagamos memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!”
-“Cuando eras joven te ceñías e ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y llevará adonde no quieras”. Una última parábola de Jesús, sobre la "juventud" y la "vejez", sobre la "libertad" y la "coerción". Llega una edad en la que no puede hacerse todo lo que se quisiera. ¿Cuál es la significación, el valor de todo esto?
-“Jesús lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios”. Toda coerción, todo lo que nos conduce "allá donde no quisiéramos ir", puede transformarse en "martirio", en "testimonio" de amor: valor inmenso del sufrimiento aceptado, participación en la redención universal de Jesús. Yo te ofrezco, Señor, todas mis coerciones y limitaciones del día de hoy… (Noel Quesson).
Pedro, el apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, y cada día, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, Tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está vivo» (J. Aldazábal).
Vemos que el Espíritu Santo es un Artista divino que nos da pistas para seguir dentro de nuestro corazón, y con Juan Pablo II vimos cómo vivía este “sígueme”, esta voz de Dios: en su testamento dijo que no dejaba nada material: todos sabemos que se dio del todo, fue dando su vida como el buen pastor que “da su vida por las ovejas”. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe”, sigue diciendo Ratzinger: A Juan Pablo II le pasó como a san Pedro, a quien Jesús dijo: “«cuando eras joven…, ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras»... En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu. Mientras uno es joven, inmaduro, va por los propios caminos, por los propios caprichos e imaginaciones. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera (www.homiliacatolica.com).
Pablo afirma que Jesús está vivo. Y ciertamente Él no se ha alejado de entre nosotros; sólo se ha hecho invisible, pero continúa con nosotros; más aún: habita en nuestro propio interior. Por Él debemos estar dispuestos a ir hasta el último rincón de la tierra para proclamar su Evangelio. Pues el cumplimiento de la misión que el Señor nos ha confiado debe impulsarnos no sólo a darlo a conocer, sino a propagar que su salvación y su vida lleguen a toda la humanidad, y surja así una humanidad nueva en Él: “Pasados algunos días llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice y fueron a saludar a Festo. Como se detuvieron allí unos días, Festo mencionó al rey el asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que Félix dejó en prisión, contra quien presentaron acusación los Sumos Sacerdotes y los ancianos de los judíos, cuando estuve en Jerusalén, pidiendo sentencia condenatoria. Yo les contesté que no es costumbre entre romanos entregar a un hombre antes de que el acusado tenga delante de él a sus acusadores y la oportunidad de defenderse de la acusación. Cuando llegaron a mí, me senté al día siguiente en el tribunal, sin ninguna dilación, y ordené que trajeran a aquel hombre. Los acusadores se presentaron ante él, pero no alegaban ninguna acusación de los delitos que yo sospechaba. Tenían contra él ciertas cuestiones de su religión y de un tal Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. Perplejo por estas cuestiones, le propuse si deseaba ir a Jerusalén para ser juzgado allí de estas cosas. Pero como Pablo apeló para que su causa sea reservada a la decisión del César, mandé custodiarlo hasta que lo pueda enviar al César” (Hechos 25,13-21).
2. Bendigamos al Señor por su bondad y su misericordia para con nosotros. Él nos ha hecho el mayor de todos los beneficios y ha ido más allá de nuestras esperanzas, pues por medio de su Hijo no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho hijos suyos: “Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente, / así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la voz de su palabra” (Salmo 103/102,1-2.11-12.19-20). Nuestra alabanza al Señor no la daremos sólo con nuestros labios, sino con todo nuestro ser, pues a pesar de que Dios tiene su trono santo en el cielo, no nos contempla como juez, ni conforme a los criterios de los gobernantes de este mundo, sino como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
Esta bendición a Dios es multiplicada con toda clase de bendiciones en Cristo, porque nos ha redimido mediante su sangre de todos nuestros delitos, y porque nos ha hecho sus hijos de adopción.
3. La Pasión según san Juan ya se leyó el Viernes Santo... y las apariciones de Jesús resucitado en los días de Pascua... saltamos hoy y mañana seguidamente, a las dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Ya habíamos leído esta aparición en la primera semana de Pascua -por tanto el final de la Pascua conecta con su principio- pero hoy escuchamos el diálogo «de sobremesa» que tuvo lugar después de la pesca milagrosa y el encuentro de Jesús con los suyos, con el amable desayuno que les preparó. El diálogo tiene como protagonista a Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del apóstol que le había negado. Y a continuación Jesús le anuncia «la clase de muerte con que iba a dar gloria a Dios» (Juan 21,15-19, se ha leído también en el 3º domingo de Pascua C): -“Simón, ¿me amas más que éstos?” Tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las veces que Jesús pregunta a Pedro si le quiere. Jesús necesita que le digamos no tres sino 33 veces cada día que le queremos. Las faltas de amor no nos han de agobiar, se arreglan con actos de amor. Esto nos hace pensar en el sacramento del perdón, para confesar nuestros pecados, y tener una alegría inmensa. Jesús, a las orillas del lago, acaba de comer con sus discípulos; que los momentos de desafección acaben así, con una fiesta. En la gran corriente de la Historia del mundo, de que hablan la prensa y la radio se halla esta "mi" aventura personal que se desarrolla desde "mi" fe. "¿Me amas, Tú?" No puedo refugiarme en la respuesta de los demás. Es a mí a quien concierne, soy yo el preguntado: -“Sí, Señor, Tú sabes... Es así... también el Señor conoce muy bien la debilidad de Pedro. Pero Pedro apela a ese conocimiento aun más profundo que Jesús tiene de él: "¡Tú bien sabes que yo te amo!"
-“Apacienta mis corderos”. Después del perdón, vuelta al trabajo… La intimidad de la Fe y la respuesta de amor de Pedro no se han escrito para ser saboreadas sentimentalmente sino para ser transformadas en responsabilidad. La relación personal con Jesús, ciertamente indispensable no es un "dúo afectivo" que se cierra sobre "los dos". Este amor es la fuente de un lanzamiento hacia los demás. Puesto que amas a Dios, sé responsable de los demás; sé su pastor... vela sobre ellos... condúceles a los verdes pastos.
-“Tres veces Jesús le preguntó "¿Me amas, tú?" Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro las tres veces que había negado a su Maestro. Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro al decirle Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Pedro debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: "acuérdate de tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te acuerdas de tus antiguas preocupaciones?". Y Pedro recuerda todo, incluidas sus negaciones. "Sí, Señor, tú sabes que te amo" es la respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. ¡Qué lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso exponerse de nuevo. Él podía responder de su propio corazón; no debía ser juez del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse con nadie.
"Apacienta mis corderos" es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.
“Las dos siguientes dice el Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como "el buen pastor", el que cuida las ovejas, el que busca buenos pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será Pastor del rebaño de Cristo” (Enrique Cases).
Jesús usa dos veces el verbo amar (agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se), no se atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me), se pone a su altura, y Pedro le contesta ya con humildad: “tú lo sabes todo… me conoces”. “Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez”. La triple negación es ahora una triple pregunta. Esto es lo que evidentemente piensa Pedro. Un buen responsable en la Iglesia no es el que aplasta a los otros con su superioridad... es el que conoce su propia debilidad y cuenta más con la amistad de Dios que con sus propias fuerzas humanas. En la Iglesia sobre todo, el Papado o el Episcopado deben distinguirse por esta señal: ser conscientes de sus propios límites, amar, acordarse de su propia debilidad, se apoya en una "profesión de amor": Jesús le ha pedido incluso ser superiormente amante... "¿Me amas tú, más que éstos?"
¿Qué significa que “el pescador” es ahora “pastor”? Benedicto XVI dice que Pedro recuerda aquella otra pesca, cuando le dice a Jesús, después de otra noche sin pesca: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 1.11). “También hoy se dice a la Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio, para Dios, para Cristo, para la vida verdadera”. Los peces sin agua se mueren, pero nosotros en el mundo vivimos “en las aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz. La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo.
El momento será inolvidable. Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un recuerdo del pan de cada día prometido.
Sólo una vez finalizado el almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años antes le había dicho: "Sígueme", y dejándolo todo, le había seguido.
Quisiera ahora destacar todavía una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de manera muy explícita la llamad a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño, un solo Pastor”, dice Jesús al final del discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la gozosa constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red”. ¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos. Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has prometido. Hagamos memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí, Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la unidad!”
-“Cuando eras joven te ceñías e ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y llevará adonde no quieras”. Una última parábola de Jesús, sobre la "juventud" y la "vejez", sobre la "libertad" y la "coerción". Llega una edad en la que no puede hacerse todo lo que se quisiera. ¿Cuál es la significación, el valor de todo esto?
-“Jesús lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios”. Toda coerción, todo lo que nos conduce "allá donde no quisiéramos ir", puede transformarse en "martirio", en "testimonio" de amor: valor inmenso del sufrimiento aceptado, participación en la redención universal de Jesús. Yo te ofrezco, Señor, todas mis coerciones y limitaciones del día de hoy… (Noel Quesson).
Pedro, el apóstol impulsivo, que quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte, tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. Al final de la Pascua, cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, y cada día, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro: «Señor, Tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está vivo» (J. Aldazábal).
Vemos que el Espíritu Santo es un Artista divino que nos da pistas para seguir dentro de nuestro corazón, y con Juan Pablo II vimos cómo vivía este “sígueme”, esta voz de Dios: en su testamento dijo que no dejaba nada material: todos sabemos que se dio del todo, fue dando su vida como el buen pastor que “da su vida por las ovejas”. No se reservó nada para él, quiso darse del todo. “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe”, sigue diciendo Ratzinger: A Juan Pablo II le pasó como a san Pedro, a quien Jesús dijo: “«cuando eras joven…, ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras»... En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu. Mientras uno es joven, inmaduro, va por los propios caminos, por los propios caprichos e imaginaciones. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera (www.homiliacatolica.com).
Etiquetas:
pecador y pescador,
Pedro,
primado de pedro
jueves, 6 de mayo de 2010
MIÉRCOLES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: permanecer como sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y a la Iglesia en la unidad de Pedro.

Hoy vemos cómo fue el primer «Concilio» de Jerusalén. Desde el principio se presentaron cuestiones difíciles a la Iglesia. La primera fue ésta: para bautizar a los «paganos» deben éstos hacerse primero «judíos» y ser circuncidados. Los cristianos «judaizantes», fieles a la Ley de Moisés, pensaban así. Era sobre todo pensar que la fe en Jesucristo no era suficiente -sino que la práctica de la Ley era también necesaria-... Pablo y Bernabé fueron a Jerusalén para tratar esta cuestión. “En aquellos días, unos que vinieron de Judea a Antioquía enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban, según la ley de Moisés, no podían salvarse. Este hecho provocó un altercado y fuerte discusión entre Pablo y Bernabé y ellos, y, a causa de esto, decidieron en la Comunidad que Pablo, Bernabé y algunos otros se fueran a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y demás responsables. Decidieron que Pablo y Bernabé, con algunos otros, acudieran a los Apóstoles y presbíteros en Jerusalén, para tratar de esta cuestión.
Así pues, ellos, enviados por la Iglesia, atravesaron Fenicia y Samaría, narrando con detalle la conversión de los gentiles y causando gran alegría a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien, y ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios. Tras oírles, algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés. Entonces los apóstoles y demás responsables se reunieron para estudiar el asunto” (Hechos 15,1-6). «Cuestión», «litigio», agitación y discusiones vivas... entre dos grupos y dos mentalidades en la Iglesia (Noel Quesson). Hay problemas, como después los habrá a lo largo de la historia, pero saben hablar, no se enfadan ni hacen guerras, las discusiones no acaban en peleas, sino escuchando los unos a los otros los argumentos que tienen que aportar, y discerniendo en común lo que es más fiel a la voluntad de Dios. Como ahora, hay posturas en la Iglesia: ojalá busquemos la fidelidad a Cristo, y no la victoria personal (J. Aldazábal). San Efrén glosa así las palabras que Cristo dirigió a Pedro: “Simón, mi Apóstol, yo te he constituido fundamento de la Santa Iglesia. Yo te he llamado ya desde el principio Pedro, porque tú sostendrás todos los edificios; tú eres el superintendente de todos los que edificarán la Iglesia sobre la tierra... Tú eres el manantial de la fuente, de la que emana mi doctrina; tú eres la cabeza de mis Apóstoles... Yo te he dado las llaves de mi reino”».
El salmo canta la peregrinación a Jerusalén, la ciudad santa, donde Jesús peregrinó, y hoy van los apóstoles a hacer el primer Concilio, para proclamar el Evangelio como un mensaje de paz. Es la casa del Señor, la fortaleza en la fe: «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor. Según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor. En ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David» (Salmo 122/121,1-2.3-5).
Pedimos en la Colecta estar en la luz de la Verdad: «¡Oh Dios!, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido; atrae hacia ti el corazón de tus fieles, para que siempre vivan a la luz de tu verdad los que han sido librados de las tinieblas del error». El Evangelio nos trae la imagen de la viña, tradicional en la Biblia, para traducir el amor de Dios para con su pueblo. La "viña" era el pueblo de Dios". “Jesús dijo a sus discípulos: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador”. Aquí afirma: "Yo soy el verdadero pueblo de Dios, el nuevo Israel". “Mi Padre es el viñador”. En el "pueblo de Dios de hoy", es decir, en la Iglesia, Dios está manos a la obra. El viñador cuida su viña. ¿Qué hace este viñador?
“A todo sarmiento mío que no da fruto, lo arranca; y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto...” - La comparación del viñador es muy realista: en invierno corta toda la madera seca y la echa al fuego... y poda una parte de la madera buena a fin de que la savia se concentre y dé mayor número de racimos... Si una viña no es podada, ¡acaba por no dar más que hojas! Cuando se la poda, la viña ‘llora’, dicen los viñadores... algunas gotas de savia fluyen antes de que se cierre la cicatriz de la madera. Y los haces de sarmientos recogidos son testigos de todo lo que un buen viñador ha tenido que sacrificar ¡para que la vid dé "mas" fruto! Imagen muy penetrante del trabajo de Dios en su Iglesia. Poda, limpia, purifica. Esto hace sufrir alguna vez. Pero es para que la cosecha sea más abundante y mejor.
“Yo soy la vid, vosotros los sarmientos:” -Yo soy la vid, y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí y Yo en él, ése da mucho fruto. La mayoría de los comentaristas atribuye una tonalidad eucarística a esta alegoría de la "vid": la "vid de vida" es paralela al "pan de vida"... en los dos pasajes Jesús insiste sobre el tema "permanecer en Él" (Jn 6, 56)... el "vino eucarístico" recuerda la Vid de donde procede. Dios nos comunica su vida Pero esto va mucho más allá de lo que podríamos imaginar: Por extensión podría traducirse "Yo soy la viña, y vosotros, mis sarmientos. Jesús se ve como la "viña" entera (el todo)... de la cual nosotros formamos parte. San Pablo, reflexionando sobre esta imagen de la viña, y pensando en la eucaristía dirá que "somos los miembros del Cuerpo de Cristo".
…“el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada...” -Permaneced en mí, y Yo en vosotros El verbo "permanecer" se pronunciará ocho veces en esta página. La imagen: estamos unidos a Jesús como los sarmientos "a" la vid. La idea: "permanecemos en Él", estamos vitalmente unidos a Él. De Cristo a nosotros circula una sola savia, discurre una misma vida. Orar largamente a partir de esta revelación...
-Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecieseis en mí. Sin mí no podéis hacer nada. Los sarmientos secos son amontonados y se los arroja al fuego para que ardan. El sarmiento no puede "vivir" sino en la vid. Sin este enlace muere. Tampoco yo "vivo" sino en la medida de mi unión vital a Cristo.
“Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis mis discípulos” (Juan 15,1-8). -En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto. Mucho... más todavía... Son palabras adecuadas a Dios. El Padre "nos poda" para esto, ha dicho Jesús. ¿Me dejo yo podar? ¿Qué fruto doy? ¿Es abundante? ¿Es suficiente? Dios es infinito. Sin fin. En el amar, nunca se llega al fin (Noel Quesson).
Es una imagen que indica la máxima unión que puede haber en este mundo, la unión íntima y vital que Cristo ha querido que exista entre nosotros y Él. Una unión más profunda que la que se expresaba en otras comparaciones: entre el pastor y las ovejas, o entre el maestro y los discípulos. Es un «trasvase» íntimo de vida desde la cepa a los sarmientos, en una comparación paralela a la de la cabeza y los miembros, que tanto gusta a Pablo. Es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia: «el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante». Pero no hay comunión de vida si no queremos, y el resultado será la esterilidad: «porque sin mí no podéis hacer nada», «al que no permanece en mí, lo tiran fuera y se seca», «como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí». Es bueno que hoy nos preguntemos: ¿por qué no doy en mi vida los frutos que seguramente espera Dios de mí? ¿qué grado de unión mantengo con la cepa principal, Cristo? Hemos de ponerlo en relación con lo dicho hace días de la Eucaristía: «el que come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Como yo vivo por el Padre, así el que me coma vivirá por mí». La Eucaristía es el momento más intenso de esta comunión de vida entre Cristo y los suyos, que ya comenzó con el Bautismo, pero que tiene que ir cuidándose y creciendo día tras día. Tiene su momento más expresivo en la comunión eucarística, pero luego se prolonga -se debe prolongar- a lo largo de la jornada, en una comunión de vida y de obras (J. Aldazábal).
“Hemos de decirle con sinceridad al Señor que estamos dispuestos a dejar que arranque todo lo que en nosotros es un obstáculo a su acción: defectos del carácter, apegamientos a nuestro criterio o a los bienes materiales, respetos humanos, detalles de comodidad o de sensualidad... Aunque nos cueste, estamos decididos a dejarnos limpiar de todo ese peso muerto, porque queremos dar más fruto de santidad y de apostolado. El Señor nos limpia y purifica de muchas maneras. En ocasiones permitiendo fracasos, enfermedades, difamaciones... ¿No has oído de labios del Maestro la parábola de la vid y los sarmientos? -Consuélate: te exige, porque eres sarmiento que da fruto... Y te poda, "ut fructum plus afferas" -para que des más fruto. ¡Claro!: duele ese cortar, ese arrancar. Pero, luego, ¡qué lozanía en los frutos, qué madurez en las obras!” (san Josemaría Escrivá). También ha querido el Señor que tengamos muy a mano el sacramento de la Penitencia, para que purifiquemos nuestras frecuentes faltas y pecados. La recepción frecuente de este sacramento, con verdadero dolor de los pecados, está muy relacionada con esa limpieza de alma necesaria para todo apostolado” (F. Fernández Carvajal).
“Por tanto -comenta San Agustín-, todos nosotros, unidos a Cristo nuestra Cabeza, somos fuertes, pero separados de nuestra Cabeza no valemos para nada (...). Porque unidos a nuestra cabeza somos vid; sin nuestra cabeza (...) somos sarmientos cortados, destinados no al uso de los agricultores, sino al fuego. De aquí que Cristo diga en el Evangelio: Sin mí no podéis hacer nada. ¡Oh Señor! Sin ti nada, contigo todo (...). Sin nosotros Él puede mucho o, mejor, todo; nosotros sin Él nada”. Sarmientos, unidos a la vid: “Mirad esos sarmientos repletos, porque participan de la savia del tronco: sólo así se han podido convertir en pulpa dulce y madura, que colmará de alegría la vista y el corazón de la gente, aquellos minúsculos brotes de unos meses antes. En el suelo quedan quizá unos palitroques sueltos, medio enterrados. Eran sarmientos también, pero secos, agostados. Son el símbolo más gráfico de la esterilidad” (san Josermaría).
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
