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domingo, 3 de abril de 2011

Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre


Cuaresma 4, Domingo A: Dios se conmueve por nosotros y nos lleva como el buen pastor a su oveja preferida hacia la felicidad para siempre

Lectura del primer libro de Samuel 16,1b. 6-7. 10-13a: En aquellos días, dijo el Señor a Samuel: -Llena tu cuerno de aceite y vete. Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Cuando se presentó vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido.
Pero el Señor dijo a Samuel: -No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: -A ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó, pues, Samuel a Jesé: -¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: -Todavía falta el más pequeño, que está guardando el rebaño.
Dijo entonces Samuel a Jesé: -Manda, que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo el Señor: -Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.

Sal 22,1-3a. 3b-4. 5. 6: El Señor es mi pastor, nada me falta; / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis 'fuerzas.
Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor /por años sin término.

Carta a los Efesios 5,8-14: En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz) buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.»

Texto del Evangelio (Jn 9,1-41): En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego. Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?». Y le echaron fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro pecado permanece».

Comentario: Este domingo “Laetare" –comienza con “Alégrate, Jerusalén…”- porque la Pascua está cerca, pasada ya la mitad de la Cuarentena nos tomamos un momento de respiro en el tono penitencial; segundo domingo de escrutinios en el catecumenado, tiempo de hacer experiencia de examen interior, renovación –para cada uno, en solidaridad con los llamados al bautismo-, domingo "luminoso" sobretodo en este Evangelio; algunos preparan hoy el Cirio pascual. Como es típico en esta época, también la segunda lectura acompaña directamente al evangelio. La primera lectura –temática, según las etapas de la historia salvífica- toca hoy el "reino"; este año en la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre; es también "elegido" como los llamados al bautismo; su pastoreo es imagen del Pastor que nos guía, como rememoramos en el salmo.
Esta doctrina se condensa en las oraciones, hoy en el prefacio. La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (que celebramos en fecha no muy lejana, el 25 de marzo), y “la encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano: “Cristo se dignó hacerse hombre / para conducir al género humano, / peregrino en tinieblas, / al esplendor de la fe; / y a los que nacieron esclavos del pecado, / los hizo renacer por el bautismo, / transformándolos en hijos adoptivos del Padre”.
El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación”. Se habla de Jesús como "este hombre"; y se usa del barro para dar la vista al ciego, recuerdo del Génesis: el divino alfarero trabaja el barro del hombre "terrenal", iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo. El segundo momento es el sacramental: Cristo-luz continúa conduciéndonos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, por el que somos "hijos de adopción". El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación". Hay una analogía con la samaritana del domingo pasado, que conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger el Don del Espíritu como agua vida, aquí las regiones tenebrosas del corazón se abren a la luz, aquellos rincones profundos donde se combina la admiración por la belleza de la gracia con el reclamo sugestivo del pecado, la contradicción de un amor que hace a veces exclusión de personas, de fe con dudas de sospecha o interrogación… la Palabra de Dios, la contemplación personal, los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia, son puntos de luz para que el claroscuro se convierta en día. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición (Pere Tena): "Ve y lávate en la piscina de Siloé" es quizá la expresión que une este domingo y el anterior.
1. El rey se va consolidando como portador de esperanza: un mesías que anuncia al Mesías. Cuando lo ha señalado el carisma o la unción, el rey es reconocido por el pueblo. Reconoce así, no restrictivamente a una persona, sino al espíritu de Dios que en ella se manifiesta. David es señalado por un carismático y ungido; así después su dinastía (II Sam 7). El mesianismo real se apoya ahí. A pocos personajes se les dedica, en la Biblia tantas páginas como a David, guerrero-músico, guerrero-pastor... tradiciones diferentes van perfilando el relato amasado con recuerdos y teología.
Saúl rechazado, David elegido; traspaso de poderes. Dios no se fija en las apariencias, mira el corazón. Hay silimilud con Gedeón, que al ser llamado pronuncia: "Perdón, Señor mío, ¿cómo voy yo a salvar a Israel? Mi clan es el más pobre de Manasés y yo el último en la casa de mi padre" (Jc 6,15); con Saúl: “¿No soy yo de Benjamín, la menor de las tribus de Israel? ¿No es mi familia la más pequeña de todas las de la tribu de Benjamín?" (1S 9,21); con S. Pablo quien recuerda cómo Dios escoge la debilidad humana para que así brille su poder y su gracia (1 Co 1, 26-28).
¿Cómo es su corazón? Lo vemos guerrero que comete pillaje, pero noble, perdona la vida a Saúl que le persigue para matarle; adúltero que luego reconoce su culpa y pide perdón; lo quiere todo, con entusiasmo, con pasión, vive a fondo... con etapas de luz y algunas de sombra (A. Gil Modrego).
2. Dios es presentado como este "Pastor" diligente (Ezequiel 34 - Oseas 4,16 - Jeremías 23,1- Miqueas 7,14 - Isaías 40,10; 49,10; 63,11), pero aquí aparece con la belleza sublime de la poesía.
Es un texto profundamente cristológico: ¿Quién mejor que Jesús, vivió una intimidad amorosa con el Padre, su alimento, su mesa (Jn 4,32.34)? Jesús se identificó varias veces con este pastor, que ama a sus ovejas y que vela amorosamente sobre ellas: "Yo soy el Buen Pastor" (Juan 10,11). Pero como hemos visto también en el clima de "intimidad" evoca el alma, San Juan habla de la unión con Cristo Resucitado, retomando la imagen de la mesa servida: "entraré en su casa para cenar con El, yo cerca de El y El cerca de mí" (Apocalipsis 3,20). Los primeros cristianos lo consideraron como el salmo bautismal por excelencia: este salmo 22 se leía a los recién bautizados, la noche de Pascua, mientras subían de la piscina de inmersión de "aguas tranquilas que los hicieron revivir".. . Y se dirigían hacia el lugar de la Confirmación, en que se "derramaba el perfume sobre su cabeza"... antes de introducirlos a su primera Eucaristía, "mesa preparada para ellos". Bajo estas imágenes pastorales de "majada" como telón de fondo, tenemos una oración de gran profundidad teológica y mística; Jesucristo es el único Pastor que procura no falte nada a la humanidad... El nos hace revivir en las aguas bautismales... Nos infunde su Espíritu Santo... Nos preparó la mesa con su cuerpo entregado... Y la copa de su Sangre derramada... El conduce a los hombres, más allá de los valles tenebrosos de la muerte, hasta la Casa del Padre en que todo es gracia y felicidad.
El pastor viaja por caminos llenos de peligros, por eso necesita expresar su confianza en Yahvé: «El Señor es mi pastor». El se encarga de que llegue sano y salvo. También el pueblo camina en su éxodo, y Señor-pastor conducirá al pueblo a través del desierto, después de la prueba del destierro. Y él mismo preparará la mesa (v. 5) para los que vuelven del destierro extenuados. De este modo las palabras del salmo serían para el pueblo judío un incomparable motivo de ánimo en la esperanza de su prueba. Cristo tenía presente este salmo cuando contaba la parábola del buen pastor y ha cambiado a sabiendas las primeras palabras «el Señor es mi pastor» por «yo soy el buen pastor» (Jn 10, 14).
El problema más difícil del salmo 22 está en la interpretación del último versículo. Según se traduzca «retornaré» o «habitaré» en la casa del Señor, cambia notablemente el sentido de todo el salmo; abarca los dos movimientos, de “vuelta Dios” y conversión, y de esperanza. En cualquier caso, todo se expresa en el confiado abandono: “El Señor es mi pastor, nada me falta (v. 1). El significado y la densidad de esta expresión va más allá de una disección de estudiosos. “Señor, me veo parte de tu gran rebaño. Pero tengo la maldita costumbre de ponerme siempre a la cola, rezagado en la última fila. El camino se me hace difícil, las piernas están doloridas, me pesa el sol, la sed, el polvo que seca la garganta, y ciertos perros odiosos que siempre están dispuestos a morder apenas intentas separarte, que me quitan la libertad. Y muchas veces pienso que vas demasiado rápido. Pero ¿por qué te empeñas en ir tan deprisa? Me cuesta ver que nos guías «por el sendero justo» (v. 3), porque con frecuencia es cuesta arriba. A veces camino triste con la cabeza baja, y no veo más que polvo, piedras y cardos; las prohibiciones me irritan, me quitan libertad; algunas ovejas son encantadoras, pero otras fieles y celosas, de cerca me desilusionan y casi me empujan a marchar, sus caras no son felices, no me atrae ir por los caminos que van, ya no me atrae la gente que vive con “corrección” sino la que vive con “comprensión”; ayúdame a aprender a levantar la cabeza de una vez. A mirarte. Porque, entonces, ya no tendría que amargarme ante los peligros del camino y tu mirada de amor puesta en mí sería la luz y el único camino hacia esas praderas encantadoras donde me harás descansar. Porque he estado inquieto con tantas cosas y necesito estar en paz, contigo; a veces cuando más perdido me veo, cuando no controlo nada, veo de golpe que «tú vas conmigo» (v. 4), has venido a buscarme. Tu amor va más allá de esas ideas de libertad baratas de “él se lo ha buscado, que vuelva si quiere”, tú pones el corazón, sabes adivinar incluso cuando alguien te dice “déjame en paz” si en realidad te está gritando: “ven, te necesito”. Y tú no has estado en paz hasta que no le has encontrado. Te sentías empobrecido de esa oveja. De mí, la oveja de la última fila. Ni una palabra siquiera de reprensión. «¿Qué has hecho? ¿A qué viene esto? ¿Mira cómo estás?». He entendido en qué estado me encontraba por tu gesto de subirme a las espaldas evitando hasta la fatiga del retorno. Y como castigo: Preparas una mesa ante mí…; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa (v. 5). Ahora veo que ser cristiano es aceptar la alegría del pastor por haber recuperado la oveja escapada, rezagada, en la cola del hatajo. He vuelto a mi mundo, con grandezas y miserias, mías y de los demás, pero con el descubrimiento decisivo: mi corazón está lleno del corazón del pastor. Desde ahí, las deficiencias de los demás ya no me escandalizan. Ya no tengo ansias de grandeza, disfruto más pues no deseo ser más que los demás, «nada me falta» (v. 1): el amor de verdad es lo que más llena: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida” (v. 6). Sobre la montaña pelada del sufrimiento de no tener lo que deseo, y la monotonía del día a día, me has hecho descubrir el mejor alimento, el desierto de mis días se ha transformado en verde pradera. Y la pobreza una riqueza. Y la mansedumbre una fuerza. Y las lágrimas una fuente de alegría.Y las persecuciones y los ultrajes, un certificado de felicidad. «El monte de la calavera» será el «sendero justo» (v. 3), cuando al partir en dos tu vara y hacer una cruz, el pastor convertido en cordero que vierte la sangre por la oveja rezagada, se convierte en Rey glorioso resucitado que desposa mi alma y la invita al festín «y mi copa rebosa» (v. 5). Sí, ahora me siento seguro: «tu vara y tu cayado me sosiegan» (v. 4). Esté donde esté, pase lo que pase, con tu amor conmigo me siento “en casa”: “Y habitaré en la casa del Señor por años sin término” (v. 6; cf. Alessandro Pronzato, texto adaptado).
El hermano Roger, superior de Taizé, recordaba esta lucha contra el mal, y cómo el Señor nos conduce a la "fiesta sin fin": "descubrimos, en el fondo de nuestro ser, el Cristo Resucitado, ¡El es nuestra fiesta! Conocer los dramas del presente, las guerras, las minorías raciales maltratadas, es intolerable... Porque el hombre, para nosotros, es sagrado. ¿Cómo quedarse con los brazos cruzados, ante el hombre víctima del hombre? Pero en la sed de participar en una mayor justicia, ¿iríamos hasta renunciar a la fiesta íntima que se ofrece a todo cristiano? Sólo nos quedaría doblegarnos bajo el peso de la desesperación y proponer a la humanidad entera nuestra tristeza. ¿Vivir la fiesta, sería óbice para combatir y luchar por la justicia? Al contrario. La fiesta no es una simple euforia pasajera. Está animada por Cristo, en hombres y mujeres plenamente lúcidos sobre la situación del mundo y capaces de asumir los acontecimientos más graves...".
Sí, ¡hay una especie de "deber de ser feliz"! A condición de que esta felicidad se ponga en lo esencial y se quiera para todos.
La intimidad con Dios. Sería grave, que los cristianos aparecieran como gente desesperada y triste, ellos que tienen el secreto fantástico de la plena alegría: la humanidad avanza hacia Dios, felicidad infinita. ¿Por qué no comenzar de inmediato? "Sólo bondad y benevolencia me acompañan todos los días de mi vida; y moraré en la Casa del Señor todos los días de mi vida". El clima árido "de la sociedad de consumo" lleva a muchos jóvenes y menos jóvenes a la búsqueda de "fuentes frescas". El hombre no vive solamente de pan ni de supermercados, ni de placeres... Hoy descubre alegrías más profundas. La experiencia de la "vida con" Dios hace parte de estas alegrías secretas: "porque Tú estás conmigo"... "Nada me falta", cuando vivo esta experiencia.
Vuelta a la naturaleza. Es esta una de las aspiraciones del hombre moderno. "Mirad las flores del campo", decía Jesús. Este salmo nos invita a mirar las praderas, las fuentes, los trabajos pastoriles, la mesa en que recibimos a los amigos, las casas que nos alojan. Muchas alegrías inocentes están a nuestro alcance. ¿Por qué no aprovecharlas? ¿Por qué no proporcionarlas a los demás? (Noel Quesson).
Tres mil años de historia no han hecho perder nada a esa poesía altísima, al revés, cada vez resplandece con más belleza. W. Beecher nos dirá: "¡Bendito el día en que nació este salmo! pues él ha calmado más dolor que toda la filosofía del mundo". Y H. Bergson igualmente: "Los centenares de libros que yo he leído no me han procurado tanta luz ni tanto consuelo como el verso de este salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta... aunque camine por cañadas oscuras nada temo porque tú vas conmigo". De la misma forma J. Green nos dirá: "Estas frases sencillas, estas frases de niño se quedaron sin dificultad en mi memoria. Yo veía el pastor, el valle de la sombra de la muerte, yo veía la mesa preparada. Era el evangelio en pequeño. Cuántas veces, en las horas de angustia, me he acordado del cayado reconfortante que ahuyenta el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético cuyas riquezas yo nunca agotaría". Recuerdo alguna persona en el momento de la muerte, me ha pedido recitar juntos este salmo, y en el contexto de alguien que está diciendo las últimas palabras adquiere un valor especial, un sentido más profundo, pues se ve que el salmo refleja los sentimientos-resumen de una vida de esperanza, que expresa en germen el sermón de la montaña, condensado en la imagen poética que es única manera de expresar lo inexpresable, y al recitarlo un santo que se está muriendo, se ven que esas palabras expresan el fruto maduro de una fe inquebrantable, la confianza, serenidad, optimismo. Cuando las recita alguien curtido por las luchas de la vida, por situaciones angustiosas, por pruebas de todo tipo, adquieren una viveza pues se vuelven como el testamento de quien por encima de todo, el alma entonces se ve como oveja que es conocida por su pastor. Su rara brevedad es lógica: no hacen falta más que sus 6 versículos, pues está todo dicho ahí.
Dios como pastor nos lleva (vv. 1-4), Dios como anfitrión nos dará el cielo (v. 5-6), ya aquí nos hará degustar su bondad, providencia, ayuda, generosidad, esplendidez (cf. J. M. Vernet), como Joan Maragall expresó tan bien en su “Cant espiritual”, y eso es el bautismo y los demás sacramentos, como bien dirá San Ambrosio: "Escucha cuál es el sacramento que has recibido, escucha a David que habla. También él preveía, en el espíritu, estos misterios y exultaba y afirmaba "no carecer de nada". ¿Por qué? Porque quien ha recibido el Cuerpo de Cristo no tendrá jamás hambre. ¡Cuántas veces has oído el salmo 22 sin entenderlo! Ahora ves qué bien se ajusta a los sacramentos del cielo". San Gregorio Nisa escribe: "En el salmo, David invita a ser oveja cuyo Pastor sea Cristo, y que no te falte bien alguno a ti para quien el Buen Pastor se convierte a la vez en pasto, en agua de reposo, en alimento, en tregua en la fatiga, en camino y guía, distribuyendo sus gracias según tus necesidades. Así enseña a la Iglesia que cada uno debe hacerse oveja de este Buen Pastor que conduce, mediante la catequesis de salvación, a los prados y a las fuentes de la sagrada doctrina". Y San Cirilo de Alejandría: es "el canto de los paganos convertidos, transformados en discípulos de Dios, que alimentados y reanimados espiritualmente, expresan a coro su reconocimiento por el alimento salvador y aclaman al Pastor, pues han tenido por guía no un santo como Israel tuvo a Moisés, sino al Príncipe de los pastores y al Señor de toda doctrina en quien están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia." Veremos con más detalle estas ideas al hablar de Jesús como buen pastor.
3. Las "tinieblas" del pecado y la ignorancia dejan paso a la "luz" de la presencia de Dios en Cristo, "la luz del mundo" (cf. evangelio de hoy). Cuando se proyecta la luz sobre el pecado, se consigue que el pecado aparezca como tal, digno de reprobación, y esto conecta con el bautismo como dinamismo de despertar, resucitar, ser iluminado por Cristo. Ahora hemos de vivir en coherencia con esa luz, e iluminar a cuantos todavía permanecen en las tinieblas (J. M. Grané). “Hijos de Dios. —Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras.
—El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna” (J. Escrivá). Así lo explica el Catecismo (1695): "Justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11), "santificados y llamados a ser santos" (1 Co 1,2), los cristianos se convierten en "el templo del Espíritu Santo" (cf 1 Co 6,19). Este "Espíritu del Hijo" les enseña a orar al Padre (cf Gál 4,6) y, haciéndose vida en ellos, les hace obrar (cf Gal 5,25) para dar "los frutos del Espíritu" (Gal 5,22) por la caridad operante. Curando las heridas del pecado, el Espíritu Santo nos renueva interiormente por una transformación espiritual (cf Ef 4,23), nos ilumina y nos fortalece para vivir como "hijos de la luz" (Ef 5,8), "por la bondad, la justicia y la verdad" en todo (Ef 5,9)”.
4. ¿Es lícito o no curar en sábado? A nosotros la pregunta nos hace reír. Pero la risa se hiela en los labios, cuando lo traducimos a nuestra época: ¿Se puede hacer el bien cuando su esto va en contra de las normas establecidas, de la ley? El “sábado” aparece como una excusa, para no ayudar: hoy será la distancia para no dar alimentos al tercer mundo, la distinción de quien “no tiene papeles” para no sentir la responsabilidad de darle la atención que requiere (trabajo, casa, medicinas…). El ciego de hoy carece de autonomía; necesita de los demás; es dependiente. Jesús lo libera (por dentro y por fuera), ya no será dependiente de otros, podrá ser libre, andar solo. Pensemos que más que normas y reglamentos el Evangelio ofrece actitudes; metas altísimas que estimulan a volar en un camino de libertad. El sábado no será esclavitud; ni las abluciones rituales antes de comer porque no es lo que el hombre toca sino lo que el hombre alberga en su interior, lo que lo hace puro o impuro. Por eso a Jesucristo no le importa comer con los oficialmente "pecadores". Jesús es un hombre absolutamente libre que no conocía más que una norma: hacer la voluntad de su Padre, la norma del amor. El Código que nos da como testamento será su Espíritu de amor, vivo en la Eucaristía y entre nosotros (Dabar). Hoy, día de los neófitos, día de los grandes escrutinios (“Aperirio aurium, -Apertura de los oídos"), es una nueva obra de creación, según San Ambrosio -quien cita a San Ireneo- con las poderosas manos creadoras del Padre: "Por la palabra del Señor se asentaron los cielos y por el Espíritu de su boca toda su fuerza" (Sal 32, 6; cf. Emiliana Löhr).
En la vigilia pascual, al encender el cirio, se proclama la luz del mundo, que ilumina nuestra vida, se hace feliz. San Agustín, partiendo de su propia experiencia, afirmaba que no hay nada más infeliz que la felicidad de aquellos que pecan: San Agustín: «El Señor dice: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Esta breve sentencia contiene un mandato y una promesa. Cumplamos, pues, lo que nos manda, y así tendremos derecho a esperar lo que nos promete. No sea que nos diga el día del juicio: «¿Ya hiciste lo que te mandaba, pues que esperas alcanzar lo que prometí?» «¿Qué es lo que mandaste, Señor, Dios nuestro?» Te dice: «Que me siguieras.» Has pedido un consejo de vida. ¿Y de qué vida sino de aquella acerca de la cual está escrito: En ti está la fuente viva? Por consiguiente, ahora que es tiempo, sigamos al Señor; deshagámonos de las amarras que nos impiden seguirlo. Pero nadie es capaz de soltar estas amarras sin la ayuda de aquel de quien dice el salmo: Rompiste mis cadenas. Y como dice también otro salmo: El Señor liberta a los cautivos, el Señor endereza a los que ya se doblan. Y nosotros, una vez libertados y enderezados, podemos seguir aquella luz de la que afirma: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Porque el Señor abre los ojos al ciego. Nuestros ojos, hermanos, son ahora iluminados por el colirio de la fe. Para iluminar al ciego de nacimiento, primero le untó los ojos con tierra mezclada con saliva. También nosotros somos ciegos desde nuestro nacimiento de Adán, y tenemos necesidad de que Él nos ilumine». «El género humano está representado en este ciego, y esta ceguedad viene por el pecado al primer hombre, de quien todos descendemos. Es, pues, un ciego de nacimiento. El Señor escupió en la tierra y con la saliva hizo lodo, “porque el Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). Untó los ojos del ciego de nacimiento. Tenía puesto el lodo y aun no veía, porque cuando lo untó, quizá le hizo catecúmeno. Le envió a la Piscina que se llama Siloé, porque fue bautizado en Cristo, y fue entonces cuando lo iluminó. Tocaba al Evangelista el darnos a conocer el nombre de esta Piscina, y por eso dice: “Que quiere decir Enviado”, porque si Aquél no hubiera sido enviado, ninguno de nosotros habría sido absuelto del pecado».
«Vete, lávate» (Jn 9,7), nos dice Jesús… San Juan Cristóstomo nos ofrece una interpretación: «quiso enseñarnos que Él era el mismo Creador, que al principio se sirviera de lodo para formar al hombre. Por eso no se sirve de agua para hacer el lodo, sino de saliva, para que no atribuyéramos nada a la virtud de la fuente y entendiésemos que por la virtud de su boca hizo y abrió los ojos». ¿Y por qué recién ve luego de lavarse en la piscina de Siloé? Una clave fundamental de interpretación es la que da el mismo apóstol y evangelista cuando explica que Siloé «significa Enviado.» Así, deduce el Crisóstomo, «el que sana en ella [la piscina] es Cristo». Él es el Enviado del Padre, enviado a hacer sus obras (Jn 9,4), enviado a curar de la ceguera y arrancar de las tinieblas del pecado a todo hombre, enviado a iluminarlo y a hacer de él un hijo de la luz (2ª. lectura).
La piscina tomaba el nombre de un canal subterráneo, excavado en la roca, que recogía las aguas de una fuente externa de la ciudad de Jerusalén para introducirlas al interior de la misma, conduciéndolas a esta piscina. De allí que al canal se le había dado el nombre de “el que envía” el agua, y al agua de la piscina “el [líquido] enviado”. Es evidente que para San Juan esta agua es símbolo de Cristo, el enviado del Padre que devuelve la vista al ciego de nacimiento. La roca nos recuerda la fuente que mana de la fe en Cristo, agua viva –como hemos leído estos días, de muchos modos-. Después de la primera iluminación vendrá otra de mucho mayor trascendencia para el que era ciego. Culminado el durísimo interrogatorio –las pruebas, como el oro en el crisol- y echado fuera de la sinagoga –las contradicciones, por Jesús- el Señor sale a su encuentro y se apresta a abrirle también los ojos de la fe a quien ha sido fiel a la verdad: «“¿Tú crees en el Hijo del hombre?” Él respondió: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús le dijo: “Le has visto; el que está hablando contigo, ése es”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante él» (v.35). Es un itinerario “neocatecumenal”, que lo llevó gradualmente a descubrir Aquél que lo había curado, como el Hijo enviado del Padre, «la luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Jn 1,9). La ceguera puede ser de muchos modos: «habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció» (Rom 1,21; la palabra con que en la Escritura se designa este oscurecimiento de la mente y corazón es “escotosis”, que deriva del griego skotos, oscuridad, tinieblas. La escotosis es la ceguera en la que vive aquél que dice que ve, incluso con mucha claridad, cuando en realidad se encuentra en la más espantosa penumbra).
Ciego está el hombre cuando -sin poder entenderse sin Dios-, opta por desconocer a Dios, como un aviador accidentado en medio del desierto, perdido, solo, incomunicado, sin brújula, sin GPS, sin un mapa o instrumento que le indique dónde se encuentra y hacia dónde ir para poder sobrevivir…, el hombre caminará entonces desorientado, su sed se hará cada vez más fuerte, empezará a desvariar por el calor, creerá que puede saciar su sed en los oasis que no son sino espejismos, y finalmente moriría en su desventura si no fuera por la misericordia divina (cf. salmo del buen pastor): «Dios se deja ver de los que son capaces de verlo, porque tienen abiertos los ojos de la mente. Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienen bañados en tinieblas y no pueden ver la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean deja por eso de brillar la luz solar, sino que ha de atribuirse esta oscuridad a su defecto de visión. Así tú tienes los ojos entenebrecidos por tus pecados y malas acciones. (…) Pero, si quieres, puedes sanar; confíate al médico y él punzará los ojos de tu mente y de tu corazón. ¿Quién es ese médico? Dios, que por su Palabra y su sabiduría creó todas las cosas. (…) Si eres capaz, oh hombre, de entender todo esto y procuras vivir de un modo puro, santo y piadoso, podrás ver a Dios; pero es condición previa que haya en tu corazón la fe y el temor de Dios, para llegar a entender estas cosas» (San Teófilo de Antioquia), con «la luz del mundo» (Jn 9,4), «la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo» (Jn 1,9): «Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima vocación» (Gaudium et spes, 22). ¡Déjate iluminar por Él y tendrás la luz de la vida, y tú mismo te convertirás en luz para muchos! (Jürgen Daum).

miércoles, 16 de febrero de 2011

6º semana, lunes: Dios camina al paso del hombre, y no hemos de buscar más signos que los que nos da, de su presencia en nuestro corazón, para que pas

Génesis 4: 1 - 15, 25: 1 Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: «He adquirido un varón con el favor de Yahveh.» 2 Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. 3 Pasó algún tiempo, y Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. 4 También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblacíon, 5 mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro. 6 Yahveh dijo a Caín: «¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? 7 ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.» 8 Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató. 9 Yahveh dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?» 10 Replicó Yahveh: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. 11 Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. 12 Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.» 13 Entonces dijo Caín a Yahveh: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla. 14 Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.» 15 Respondióle Yahveh: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara. 25 Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: «Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.»

Salmo 50,1,8,16-17,20–21. 1 Salmo. De Asaf. El Dios de los dioses, Yahveh, habla y convoca a la tierra desde oriente hasta occidente. 8 «No es por tus sacrificios por lo que te acuso: ¡están siempre ante mí tus holocaustos! 16 Pero al impío Dios le dice: «¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, 17 tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? 20 «Te sientas, hablas contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. 21 Esto haces tú, ¿y he de callarme? ¿Es que piensas que yo soy como tú? Yo te acuso y lo expongo ante tus ojos.

Evangelio según San Marcos 8,11-13. Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Marcos 8,11-13: 11 Y salieron los fariseos y comenzaron a discutir con él, pidiéndole una señal del cielo, con el fin de ponerle a prueba. 12 Dando un profundo gemido desde lo íntimo de su ser, dice: «¿Por qué esta generación pide una señal? Yo os aseguro: no se dará, a esta generación ninguna señal.» 13 Y, dejándolos, se embarcó de nuevo, y se fue a la orilla opuesta.

Comentario: 1. Gn. Caín mata a Abel. Las consecuencias del pecado de Adán y Eva no se hacen esperar: se rompe la armonía de relaciones con Dios y entre los mismos seres humanos. El deterioro de la humanidad es evidente. No sabemos cuál fue el motivo por el que Dios no miraba con buenos ojos las ofrendas de Caín y sí las de Abel. Los dos le ofrecían sacrificios. No parece que sea por el hecho de que Abel era pastor (más nómada) y Caín agricultor (más sedentario). Lo que pasa es que Dios actúa libre y gratuitamente. Como hará después tantas veces, no elige al primogénito o al que ha hecho más méritos, sino al más joven y más débil. Aunque también dialoga con Caín, cuando le ve abatido y le deja abierta una puerta: «Cuando el pecado acecha a tu puerta, tú puedes dominarlo». Aunque de alguna manera hay algo en Caín que le inclina al mal, Dios también vela por él.
No es importante que sea estrictamente histórica la escena: varios detalles suponen que se trata de una etapa más evolucionada de la humanidad, como el cultivo de la tierra y el pastoreo, y unas formas de sacrificio cultual que parecerían posteriores. Los cainitas (o quenitas) eran un pueblo cercano al hebreo, adoradores del verdadero Dios Yahvé. Con ellos se emparentaron por ejemplo Moisés y David. Tal vez se recoge aquí alguna tradición referente a este pueblo.
Lo decisivo es que esta muerte de un hombre a manos de su hermano es por desgracia una de las escenas más representativas de la maldad que hay en el corazón humano. Matar al hermano es el pecado que más expresa el odio, la violencia, la intolerancia. Desde entonces Abel será el representante de todos los que son víctimas de la envidia y la maldad ajena. Y Caín, prototipo de los que odian y matan a su hermano.
Dios defiende la vida humana y pide cuentas de la de Abel a su hermano: «La sangre de tu hermano me grita desde la tierra». Pero, a pesar de la respuesta un tanto insolente de Cam («¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?»), Dios también le protege a él: «El que mate a Caín lo pagará siete veces». Además, Dios concede a Adán y Eva otro hijo, Set: sigue la aventura de la humanidad.
El sacrificio de Abel… Lo mejor de nuestra vida ha de ser para Dios: lo mejor de nuestro tiempo, de nuestros bienes, de toda nuestra vida, incluyendo los años mejores. No podemos darle lo peor, lo que sobra, lo que no cuesta sacrificio o aquello que no necesitamos. Para el Señor toda nuestra hacienda, pero, cuando queramos hacerle una ofrenda, escojamos lo más preciado, como haríamos con una criatura de la tierra a la que estimamos mucho. Dar agranda el corazón y lo ennoblece; de la mezquindad acaba saliendo un alma envidiosa, como la de Caín, quien no soportaba la generosidad de Abel, como nos lo relata el Génesis (4, 1-5, 25) Para Ti, Señor, lo mejor de mi vida, de mi trabajo, de mis talentos, de mis bienes..., incluso de los que podría haber tenido. Para Ti mi Dios, todo lo que me has dado en la vida, sin límites, sin condiciones... Enséñame a no negarte nada, a ofrecerte siempre lo mejor.
Para Dios, lo mejor: un culto lleno de generosidad en los elementos sagrados que se utilicen, y con generosidad en el tiempo, el que sea preciso –no más-, pero sin prisas, sin recortar las ceremonias, o la acción de gracias privada después de la Santa Misa, por ejemplo. El decoro, calidad y belleza de los ornamentos litúrgicos y de los vasos sagrados expresan que es para Dios lo mejor que tenemos. La tibieza, la fe endeble y desamorada tienden a no tratar santamente las cosas santas, perdiendo de vista la gloria, el honor y la majestad que corresponden a la Trinidad Beatísima. “Contra los que atacan la riqueza de vasos sagrados, ornamentos y retablos, se oye la alabanza de Jesús: “Opus enim bonum operata est in me” –una buena obra ha hecho conmigo” (J. Escrivá).
Cuando nace Jesús, no dispone siquiera de la cuna de un niño pobre. Con sus discípulos, no tiene dónde reclinar su cabeza. Morirá desprendido de todo ropaje, en la pobreza más extrema; pero cuando su Cuerpo exánime es bajado de la Cruz y entregado a los que le quieren, éstos le tratan con veneración. En nuestros Sagrarios, Jesús esta ¡vivo! Se nos entrega para que nuestro amor lo cuide y lo atienda con lo mejor que podamos, y esto a costa de nuestro tiempo, de nuestro dinero, de nuestro esfuerzo: de nuestro amor. Pidamos a la Santísima Virgen que aprendamos a ser generosos con Dios, como Ella lo fue, en lo grande y en lo pequeño, en la juventud y en la madurez, en fin, lo mejor que tengamos en cada momento y en cada circunstancia de la vida (Francisco Fernández Carvajal).
Con cuatro pinceladas, el autor sagrado ha pintado un cuadro tenebroso: el de las pasiones humanas, el de las inclinaciones torcidas que, desde el principio de la “conciencia humana”, está regando la tierra con sangre. ¿Qué podemos hacer? ¿Dónde está tu hermano Abel? La narración del Génesis nos coloca ante las consecuencias que, desde el principio de la humanidad, han tenido las actitudes de pecado: envidia, odio, muerte; y también ante la complacencia de Dios por las obras buenas de sus hijos. Pero hemos de reconocer que el texto, leído y tomado literalmente, es tan escueto e incompleto que a algunos puede generarles notable confusión.
2. Salmo. Todos somos un poco Caín. Sigue existiendo la envidia y la intolerancia en nuestro mundo. Jesús -a quien sus enemigos envidiaron y llevaron a la muerte, como a Abel- nos enseñó a amarnos los unos a los otros, también cuando no coincidimos en carácter y cuando hay ofensas de por medio. Pero es lo que más nos cuesta: las relaciones con los que conviven con nosotros. Somos complicados, egoístas, susceptibles.
Por desgracia no han desaparecido los conflictos entre hermanos de una misma familia, entre ciudadanos de los diversos estamentos sociales -el pastor Abel y el agricultor Caín-, entre miembros de una comunidad religiosa o de una parroquia. Nuestra vida se parece más a esta página que a aquella otra ideal del Salmo 133: «Qué bueno y agradable es vivir los hermanos unidos». No llegaremos, es de esperar, a derramar la sangre del que no nos cae bien. Pero sí podemos tratarle con intolerancia o incluso con violencia, ignorarle, odiarle, hablar mal de él, catalogarle en nuestro archivo particular como indeseable: lo que a veces equivale a matarle moralmente. Desde las primeras páginas de la Biblia -antes de que Cristo Jesús nos diera la consigna del amor fraterno- ya nos pide Dios cuentas de la sangre de nuestro hermano, o también de su fama, como nos hace decir el salmo: «Te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre, esto haces ¿y me voy a callar? ¿crees que soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara». Deberíamos oir en nuestro interior muy clara la voz de Dios: «¿Dónde está tu hermano?». Es de esperar que no contestemos como Caín. Cuando antes de ir a comulgar nos damos la paz los unos a los otros, estamos prometiendo que, a la vez que crecemos en el amor a Cristo, queremos también crecer en el amor al hermano, perdonándole si es el caso. Es la mejor preparación para comulgar con «el entregado por todos».
3.- Mc 8,11-13. A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder. Sus contemporáneos no le querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. El buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.
¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día. ¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud. Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia. Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día. «Mira con ojos de bondad esta ofrenda y acéptala como aceptaste los dones del justo Abel» (plegaria eucarística I; J. Aldazábal).
Es todavía hoy opinión común que los enemigos clásicos de Jesús fueron los fariseos. En todas las lenguas modernas, palabras como "fariseísmo" o "farisaico" significan falsedad e hipocresía. Pero, considerando con atención los elementos históricos, no es muy probable que los miembros de esta secta religiosa hayan sido sistemáticamente hostiles al profeta de Nazaret, cuyas ideas estaban muy cerca de las suyas en muchos puntos. Los fariseos se convirtieron en el símbolo principal de la hostilidad anticristiana solamente en el último tercio del siglo primero. Refiriéndose ahora al segundo evangelio, descubrimos que su autor no considera a los fariseos como los principales adversarios de Jesús, aunque los maltrata bastante. Esta relativa moderación de Marcos con respecto a los fariseos hace pensar en una fecha bastante anterior para su redacción; Marcos presenta a los fariseos como adversarios de Jesús en Galilea, mientras que fuera de ella tienen una parte mucho menos importante (10,12; 12,13). Ahora bien, había un grave punto de fricción entre Jesús y los fariseos. El segundo evangelista pone muy de relieve esta diferencia, y por eso está muy preocupado en presentar a Jesús como hijo del hombre y no como mesías triunfal. Este presupuesto está presente en los relatos taumatúrgicos de nuestro evangelio. Jesús hace milagros no para asombrar a la pobre gente, sino para informarle que la gran noticia se refiere realmente a su liberación total. Por eso los milagros se refieren siempre a la liberación del hombre: de la enfermedad, de la muerte, de la angustia. Por el contrario, en la cristología farisea se insistía mucho sobre los aspectos triunfalistas del futuro Mesías. Este es el sentido de la pretensión de los fariseos, que le piden "que haga aparecer una señal en el cielo", o sea, una exhibición cósmica que obligue a obedecer a los espectadores al glorioso dictador celestial. Jesús se encuentra entre la indignación y el estupor: "¿Por qué esta generación reclama una señal?" En el Nuevo Testamento la expresión "esta generación" denota siempre un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; 11,29; Fil 2,15). El sentido temporal pasa a segundo plano, mientras que se subraya el contenido humano colectivo; quizá la traducción más cercana podría ser la expresión moderna: "esta gente". Jesús afirma en forma solemne que el poder salvífico de Dios no se manifestará a través de una exhibición fulgurante. A través de los siglos las iglesias caerán constantemente en esta tentación "farisaica": buscar y ofrecer señales asombrosas que hagan callar a sus adversarios. Es curioso notar que esta tentación les viene a las iglesias en momentos críticos de decadencia de su fe: no teniendo que ofrecer a los "otros" testimonios vivos y reales de desalienación, intentan callarles la boca mediante supuestos fenómenos sobrenaturales, muy lejos del espíritu de los milagros de Jesús, y muy cerca de los resultados de la moderna ciencia de la parapsicología (edic. Marova). A veces hay cosas extraordinarias, como las apariciones de la Virgen en Lourdes o Fátima, con un mensaje especial para hacernos pequeños, para cambiar el curso de la historia, pero solemos observar a gente que rastrea los fenómenos y misticismos de un lado a otro, por fuera y en su alma. Necesitan “probar” así la presencia de Dios. Así se mitifican las hazañas de los pueblos, con leyendas que hablan de orígenes divinos. Pienso que lo mismo ocurre en Israel, cuando ponen en nombre de Dios la orden del anatema, de matar a todos, costumbre bárbara de la época y que necesitan poner un origen divino, en la conquista de aquellas tierras y en la consiguiente matanza. Y así se pedía “el juicio de Dios” en hacer pasar a gente sobre ascuas ardientes, o en duelos a caballo o a espada o a pistola, que la Iglesia prohibía. “No tentarás al Señor tu Dios”, oiremos dentro de unos días decir a Jesús ante la tentación del desierto…
Jesús nos da un signo... Con este leit motiv va a jalonar su relato Marcos. Todavía al pie de la cruz, se exigirá a Jesús que baje de ella para fundamentar con ese signo la fe en su misión: “¡baja de la cruz!” Siempre cosas extraordinarias... cuando un ejército gana una guerra, se mitifica frecuentemente la figura del vencedor, dejando de lado el mérito de los compañeros para ensalzar al líder, que se vuelve cada vez más divino. Así pasa con los caudillos. Y se espera de ellos algo grande, signos, milagros. Jesús debe ofrecer pruebas de sus pretensiones. Cuando reclaman un signo del cielo, los fariseos exigen que Dios dé directamente una prueba de la mesianidad de Jesús. Como representantes de la religión, deben pronunciarse, y quieren apoyar su opinión en hechos irrefutables. (...) No habrá más signo que la vida de este hombre. Este es el gesto que manifiesta que Dios actúa: la vida de un hombre. Ya en la mañana del universo, Dios se había reconocido a sí mismo en la vida del hombre; la vida se había convertido en la imagen de Dios. Y hoy, en este hombre de Nazaret vuelve a encontrar Dios su primer retrato. No se dará otro signo que la obediencia del Hijo, es decir, una vida vivida, sin reticencias, bajo la inspiración del Espíritu. La vida de este hombre habla por sí misma, no requiere demostración alguna. Estos son los signos de los tiempos: un hombre que ama, que habla de perdón, que no acabará de romper la caña quebrada; un hombre que, en la cara a cara de la oración, llama "Padre" a Dios. (...) Un signo que es una vida de hombre, porque sólo el testimonio -la vida, quiero decir- puede ser la invitación, invención, promesa.
Dios no podía dar más signo de salvación que la vida entregada de su Predilecto, que llega hasta las últimas consecuencias del amor. Un signo, un testimonio: también nuestra vida de hombres puede serlo. Nuestra serenidad, en efecto, puede convertirse en palabra de esperanza. Nuestra constancia en buscar el bien puede atestiguar nuestra fidelidad a la llamada recibida. Nuestra sencillez puede manifestar ya que todos participamos del mismo Espíritu. ¿Qué este signo es muy modesto? Pero tened en cuenta esto: Dios no puede dar otro, pues desde el primer día se identificó con la vida (Sal Terrae).
Los fariseos permanecen allí: se diría que cuantos más milagros hace Jesús, ¡menos aceptan creer.
-Los fariseos se pusieron a discutir con Jesús... para probarle... Se han bloqueado a priori. No vienen para aclarar las cosas, para discutir noblemente... sino para "tender un lazo", para "tentar". La palabra griega usada por Marcos es la misma de la tentación en el desierto: "fue tentado por Satanás" (Mc 1, 13) "Los fariseos le interrogan para tentarle." Jesús pues conoció esto... Estar rodeados de gentes que quieren perdernos, que buscan hacernos dar un paso en falso, que espían nuestros errores o imperfecciones naturales para ponerlos en evidencia. Recientemente, queriendo exaltar la perfección divina de Jesús, se han minimizado las tentaciones de Jesús, reduciéndolas a algunos pocos momentos de su vida y sobre todo considerándolas como muy exteriores a su conciencia íntima. Ahora bien, constatamos que la "tentación" fue constante en su vida. Jesús ha tenido que estar a menudo en estado de alerta, de combate, de debate interior.
-Le pedían una "señal del cielo." ¡Ahí está! Es la misma tentación grave del desierto: "haz que estas piedras se conviertan en panes... échate abajo desde lo alto del Templo..." La misma tentación renace en la conciencia de Jesús: "¡Muestra quién eres! ¡Haz milagros! ¡Pon en obra tu poder divino! ¡Fuerza a las gentes a creer en ti!" Esta tentación, toda proporción guardada, acerca Jesús a nosotros: gracias, Señor, de haber conocido esto. San Pablo, Fil 2,5, aclara este debate interior de Cristo. "El, que siendo de condición divina no conservó codiciosamente el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres..." Y es también la misma tentación en la agonía de Getsemaní: "que se aleje de mí este cáliz"... es la tentación de rechazar la vía de la cruz como medio de Salvación, es la tentación de salvar el mundo por medios más fáciles y menos costosos: "Vamos, danos una señal del cielo". Cada vez que quisiéramos en nuestras vidas suprimir las dificultades, nos encontramos con esta misma tentación.
-Jesús suspiró profundamente y dijo... Ya hemos encontrado este "suspiro" en la curación del "sordo tartamudo" (Mc 7,34). Hay que procurar imaginar este "gemido", esta queja expresada como en el desaliento: "¡No llegarán nunca a comprender!"
-¿Por qué pide señales esta generación? Jesús acaba de hacer unos "signos", acaba de alimentar a 4.000 hombres con 7 panes ¡y con los restos se llenaron 7 canastas! Confesemos que un tal endurecimiento del corazón, una ceguera semejante es descorazonante. "Esta generación", esta expresión, en la boca de Jesús es un término de condenación, que hace alusión a la "generación del desierto" que contestó a Dios, que puso a Dios a prueba reclamando siempre nuevas muestras de poder divino. "Cuarenta años me asqueó aquella generación... cuando me tentaron vuestros padres, a pesar de haber visto mis obras..." (Sal 95,9-10).
-"En verdad os digo que no se le dará ninguna otra señal a esta generación." Y dejándolos, se embarcó de nuevo hacia la otra ribera del lago. Gesto de decepción. Vayamos más lejos. Jesús sufre. Tiene delante de El unos corazones cerrados. Ni siquiera se puede discutir. Por lo tanto huyamos. Pasemos a la otra ribera (Noel Quesson).
La actitud de Jesús debe ser considerada como una negación al poder. No tiene afán de convencer a quienes miden la grandeza de las personas por su capacidad de mando y de dominio. Jesús con sus actos siempre quiso demostrar cómo la entrega y el servicio, dentro de un marco de amor-misericordia, son los principales requisitos para llamarse seguidores de Dios. El no habló de un Dios que ostenta poderío y que está del lado de los fuertes, habló de un Dios que acompaña y apoya a los débiles y a los explotados. Llamarse seguidores del Reino que propuso Jesús, es entregarse a la causa de la fraternidad universal, que pasa por favorecer a los empobrecidos, los que son considerados por la sociedad actual como poco importantes, carentes de valor, de poderío. La propuesta de Jesús es grandiosa por la exigencia que hace a nuestra humanidad de vivir en continuo compromiso con la misericordia, lejos de todo orgullo, ambición de riquezas o deseo de mando.
"Señor, en aquella rama hay un cuervo. Sé que tu majestad no puede rebajarse hasta mí. Pero necesito una señal. Ordena a ese cuervo que emprenda el vuelo. Así sabré que no estoy solo en el mundo. Y observé al pájaro. Pero siguió inmóvil. Me incline de nuevo sobre la roca. Señor, tienes razón. Tu majestad no puede ponerse a mis órdenes. Si el cuervo hubiera emprendido el vuelo, yo me sentiría triste aún, porque este signo lo habría recibido de alguien igual a mí mismo; sería el reflejo de mis deseos. Y de nuevo me habría encontrado en mi propia soledad. En aquel preciso instante, mi desolación se convirtió en una inesperada alegría" (A. de Saint-Exupery). Y yo añado: el que no se contenta es porque no quiere, pues el que es de carácter optimista tiene razones para contentarse siempre… Posiblemente muchos de nosotros todavía andamos, en el fondo de nuestro corazón, a la búsqueda de un signo, del signo, que nos confirme definitivamente en la fe. Es que la duda nos hace temblar a veces. Sentimos el poder de los opresores. Experimentamos la injusticia. Y nos preguntamos si será que este mundo es así, que no tiene remedio. No son malas estas dudas cuando al final, como al autor de nuestro cuento, nos invitan a crecer en la fe y en la esperanza. Lo malo es cuando queremos desafiar a Dios. Lo malo es cuando queremos hacer de él un juguete en nuestras manos. Ningún signo que hiciera sería suficiente para satisfacer nuestras exigencias. Cuando eso sucede, Dios sencillamente desaparece de nuestras vidas. Sólo cuando le aceptamos como es, vuelve a aparecer y nuestra desolación se convierte en alegría (servicio bíblico latinoamericano).
Uno de las ideas del fariseismo era el que esperaban un Mesías “triunfalista” en donde los milagros no fueran el signo de la liberación del hombre del pecado, del dolor y de la angustia, sino el signo del poder de Dios sobre sus enemigos. Por ello san Marcos tiene siempre presente en su evangelio presentarnos la correcta imagen de Jesús. Los fariseos quieren una señal prodigiosa… El problema es que ya se las ha dado pero no la han reconocido. Esta actitud se mantiene aun en muchos cristianos, que continúan buscando un “super Mesías” que sea capaz de cumplir todos sus caprichos. Un Mesías que les resuelva la vida a base de milagros y hechos prodigiosos. Son hermanos que siempre andan a la caza de milagros, de apariciones, de todo lo que suena a “extraordinario”. Debemos recordar que nuestro Mesías, Jesús, el Hijo de Dios, se manifiesta de manera discreta en medio de nuestra vida y que ha escogido precisamente lo débil para confundir a los poderosos. ¿Seremos todavía de los que piden a Jesús una señal para creer o para amarlo? (Ernesto María).
San Agustín (354-430) obispo de Hipona (África del Norte) doctor de la Iglesia, en su Sermón (126,3-4) se pregunta “¿Por qué pide esta generación una señal?” (Mc 8,12) y dice: “Aquí vemos dos cosas: por una parte las obras divinas y por otra, un hombre. Si las obras divinas no pueden ser realizadas sino por Dios, ¡presta atención y mira si acaso Dios se esconde en este hombre! Sí, ¡estate atento a lo que ves y cree lo que no ves! Aquel que te ha llamado a creer no te ha abandonado a tu suerte; incluso si te pide creer lo que no ves, no te ha dejado sin ver algo que te ayuda a creer lo que no ves. ¿La misma creación ¿es un signo débil, una manifestación débil de creador? Además, aquí lo tienes haciendo milagros. No podías ver a Dios, pero podías ver al hombre, pues Dios se hizo hombre para que sea una sola cosa aquello que tú ves y que tú crees”.
Los fariseos al pedir señales del cielo plantean una tentación. Es obligar a Dios a satisfacer las exigencias caprichosas de los seres humanos. Ya en las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-10) había quedado claro que no es esta la manera como se revela Dios. Los fariseos no entienden que Jesús mismo es el signo que piden; que todo lo que ha dicho y hecho son los signos que lo revelan como el Hijo de Dios. En Jesús ha comenzado el Reino de Dios. Ante tanta sordera y ceguera, Jesús suspira por la incredulidad de unos hombres incapaces de ver a Dios en su palabra y sus obras. La respuesta de Jesús comienza con una pregunta denominando a sus adversarios como “esta generación”. esta expresión, tiene en el AT una connotación negativa. Así se le llama a la generación del diluvio (Gen 7,1), a la generación de Moisés (Sal 95,10) o a la generación desobediente y dura frente a las exigencias de Dios (Jer 8,3). También en el Nuevo Testamento denota un juicio negativo (Mc 8,38; 9,19; Mt 12,39-45; 16,4; 17,17; Lc 9,41; Flp 2,15).
Jesús continúa su respuesta con la fórmula “en verdad les digo”. La expresión “en verdad” reproduce la palabra hebrea “amén”, que significa “firme” pero que generalmente era utilizada para responder afirmativamente a la palabra de otra persona. También el significado de “así es”. Por eso, cuando Jesús dice estas palabras, su enseñanza adquiere una firmeza singular. Aquí la aseveración es clara y tajante: a esta generación, la que como los fariseos no quiere creer en la revelación personal del Dios de la vida, no se le dará ninguna señal, porque su problema es la incredulidad, y a quien no quiere creer no hay señales que valgan. Jesús no soporta la exigencia de un signo de parte de Dios estando precisamente frente al signo, por esto, decide dar la espalda a las autoridades judías e irse a la “otra orilla”, es decir, volver a tierras paganas.
En momentos críticos uno quiere recurrir a recursos extraordinarios para no sucumbir ante las pruebas. Entonces se puede echar mano de la sicología de las masas, se pueden inventar supuestas revelaciones, se puede intentar hacer curaciones o utilizar algunos otros medios que impacten a las multitudes y las hagan venir hacia nosotros. Pero tarde que temprano todo el teatro que se haya armado quedará descubierto y vendrá la ruina total. Jesús nos pide que no demos señales para convencer a los demás de adherirse a nuestras ideas, incluso religiosas, pues los milagros son un regalo que Dios nos hace y no se pueden convertir en una manipulación de los demás. Él quiere que nosotros mismos seamos esa señal; pues nuestras buenas obras deben apuntar hacia Cristo. Hacia Él nos dirigimos; y lo hacemos en serio, con todo el compromiso de quien proclama la Palabra de Dios y da testimonio de que ella ha sido eficaz en el que la anuncia. Cuando buscamos o damos otro tipo de señales estamos dando a entender que vivimos con mucha inmadurez nuestra fe y que necesitamos muletas o sillas de ruedas para movernos. Si, incluso, Dios nos permitiera hacer milagros, no podemos hacerlos para causar admiración hacia nosotros mismos sino para fortalecer, con toda sencillez, la fe de los demás; pues no somos nosotros, sino Dios quien ha de hacer su obra de salvación por medio nuestro, liberándonos de toda esclavitud al mal.
La prueba más grande de que Dios nos ama consiste en que, siendo nosotros pecadores, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para liberarnos de la muerte y de la esclavitud al pecado. Esto es lo que celebramos en esta Eucaristía. Dios nos ama. Dios es Dios-con-nosotros. Dios no sólo se ha hecho cercano a nosotros, sino que ha hecho su morada en nosotros mismos. Sabemos que, a pesar de que el Señor habita en nosotros y va con nosotros, sin embargo jamás desaparecerán las pruebas por las que tengamos que pasar. Nuestra vida constantemente está sometida a una serie de tentaciones que, al ser vencidas con la Fuerza que nos viene de lo Alto, el Espíritu Santo, nos harán madurar en la perfección que nos asemeje, de un modo cada vez mejor y más claro, a nuestro Dios y Padre. La Alianza y Comunión de Vida que volvemos a hacer nuestras en esta Eucaristía, lleva a cabo esta obra del amor de Dios y de su salvación en nosotros.
Es fácil abrir el corazón a todo aquello que se conforma a nuestros propios intereses. Si encontramos personas que apoyen nuestra forma de pensar y actuar, aun cuando sean desordenadas, decimos que son gente buena, que nos comprende y que merece todo nuestro respeto. Sin embargo, cuando realmente confrontamos nuestra vida, nuestras obras y actitudes con el Evangelio de Cristo, nos damos cuenta de que debemos corregir muchas cosas. Y si alguien nos hace un fuerte llamado para que, abandonando nuestros caminos de maldad, nos volvamos hacia Dios nos revelamos y le pedimos que respete nuestra libertad (¿no será mas bien nuestro libertinaje?). Ojalá y el Señor no se aleje de nosotros dejándonos a merced de nuestros vanos pensamientos y de nuestras pasiones desordenadas. Abramos nuestro corazón a la Sabiduría de Dios para que podamos actuar guiados por los criterios del bien, del amor, de la verdad, de la justicia. No nos quedemos en una fe aparente movida por cualquier viento.
Pidámosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos dé la firmeza suficiente en la fe que hemos depositado en Él. Que fieles al Señor y a sus enseñanzas nosotros mismos, con una vida recta, seamos la mejor prueba de que el amor de Dios puede transformar al hombre y hacer que todos lleguemos a la unidad querida por Cristo y que debe tener sus raíces firmemente hundidas en el amor fraterno. Amén (www.homiliacatolica.com). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org

jueves, 6 de mayo de 2010

JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: “cantemos al Señor”, que se manifiesta por su misericordia sobre toda la tierra, y nos invita a unirnos a Él por


Se reúne la Iglesia jerárquica (los pastores) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los ritos de la Antigua Ley. “En la asamblea de Jerusalén, después de una larga discusión, se levantó Pedro y dijo a los apóstoles y a los ancianos: Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del Evangelio, y creyeran... Pero Dios no hizo distinción entre ellos (gentiles) y nosotros... Creemos que tanto ellos como nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús”. Pedro dirá que la Ley antigua es irrelevante y superflua para la salvación. Como comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la Ley”. Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante de la fe de sus hermanos. El discurso de Pedro es breve y cierra el debate: La Iglesia es para el mundo... la puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
“Luego, toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión... y añadió: a mi parecer no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría...” (Hechos 15,7-21). -Cuando Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la palabra Santiago y dijo... La discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la «tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante, de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un compromiso. La delicadeza hacia los demás debe ir por delante de los derechos personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, HOY, también a aceptar plenamente - tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión. - como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El anuncio de las maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor. El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo, participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los que el Señor quiere hacernos partícipes: «Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre. Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos: “El Señor es Rey. Él afianzó el orbe y no se moverá. Él gobierna a los pueblos rectamente”» (Salmo 95,1-3.10). La invitación de toda la tierra a alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación con una salvación ofrecida a todos,
Dios cuida de nosotros, no nos deja solos, y no por la violencia, sino por ese amor que le lleva a dar la vida por nosotros. Por este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el Señor reinó desde el madero» de la Cruz: «El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».
Es lo que nos dice en el Evangelio: “Jesús continuó hablando a sus discípulos: Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que Él es amado por el Padre. Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”… a un lado están las relaciones de los discípulos con Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas! Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los mandamientos del Padre. -“Si guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es algo automático. -“Permaneceréis en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres, incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con "aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con "aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
…”lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco fue fácil para Él. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres"
“Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Juan 15,9-11). Tú ya nos has dado tu paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús, «guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz: lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
La seguridad de que Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en Él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
"Donde hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables, y Jesús dijo también que Él está en medio de los que se reúnen en su Nombre. Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así. «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya». «Señor Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella» (colecta).
Entramos en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela, «como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y —por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).