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jueves, 18 de agosto de 2011

Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el c

Jueves de la 20ª semana de Tiempo Ordinario. El sacrificio y la fe no son nada, si no van unidos a la caridad, que es lo que de verdad constituye el centro de la religión

Lectura del libro de los Jueces 11, 29-39a. En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que atravesó Galaad y Manasés, pasó a Atalaya de Galaad, de allí marchó contra los amonitas, e hizo un voto al Señor: -«Si entregas a los amonitas en mi poder, el primero que salga a recibirme a la puerta de mi casa, cuando vuelva victorioso de la campaña contra los -amonitas, será para el Señor, y lo ofreceré en holocausto.» Luego marchó a la guerra contra los amonitas. El Señor se los entregó; los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit (veinte pueblos) y hasta Pradoviñas. Fue una gran derrota, y los amonitas quedaron sujetos a Israel. Jefté volvió a su casa de Atalaya. Y fue precisamente su hija quien salió a recibirlo, con panderos y danzas; su hija única, pues Jefté no tenía más hijos o hijas. En cuanto la vio, se rasgó la túnica, gritando: -«¡Ay, hija mía, qué desdichado soy! Tú eres mi desdicha, porque hice una promesa al Señor y no puedo volverme atrás.» Ella le dijo: -«Padre, si hiciste una promesa al Señor, cumple lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos.» Y le pidió a su padre: -«Dame este permiso: déjame andar dos meses por los montes, llorando con mis amigas, porque quedaré virgen.» Su padre le dijo: -«Vete.» Y la dejó marchar dos meses, y anduvo con sus amigas por los montes, llorando porque iba a quedar virgen. Acabado el plazo de los dos meses, volvió a casa, y su padre cumplió con ella el voto que habla hecho.

Salmo 39,5.7-8a.8b-9.10. R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy.»
- Como está escrito en mi libro - «para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes.

Santo evangelio según san Mateo 22,1-14. En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: -«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?' El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Comentario: 1.- Jc 11,29-39. Conviene recordar de vez en cuando que el Antiguo Testamento es testigo de una época llena de rudeza y cuya moral es, a veces, rudimentaria. La revelación es perfecta en Cristo, pero hasta entonces deberá progresar poco a poco. Estas páginas que nos chocan son la prueba de que este libro está lleno de verdades: refleja toda una civilización con lo mejor y lo peor de ella.
-Jefté hizo un voto al Señor: "Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de mi casa será para el Señor y lo ofreceré en holocausto". No es éste el primer pasaje de la Biblia que nos habla de sacrificio humano. Bajo el horror de una tal práctica se esconde el respeto a la palabra dada y una concepción de Dios exigente y rigurosa... La mayoría de las civilizaciones antiguas conocieron unas costumbres que nos parecen "bárbaras". Pero, ¿son más intachables algunos de nuestros hábitos sociales? Nuestra civilización que «liberaliza» (!) el aborto no tiene el derecho de escandalizarse de los «sacrificios de niños» de las viejas religiones.
-Jefté pasó donde los ammonitas para atacarlos y el Señor los entregó a sus manos. Los derrotó... Fue una grandísima derrota... Batallas, venganzas... En efecto esto es el reflejo de la humanidad corriente. La revelación de Dios no cambia de inmediato las costumbres, las toma tal cual son, para hacerlas evolucionar. Tales situaciones ambiguas son también prueba de que el Señor puede seguir actuando en cualquier modelo de sociedad: nómada, patriarcal, tribal, militar, industrial. democrática, socialista... La Biblia nos afirma sin cesar que Dios no se resigna al mal, sino que trabaja para salvar a los hombres de sus ambigüedades.
-Cuando Jefté volvió a su casa, he aquí que su hija salía a su encuentro bailando al son de las panderetas. Era su única hija. En cuanto la vio rasgó sus vestiduras. El autor antiguo, ante tal hecho, queda como nosotros también perplejo a pesar de la diferencia de culturas. Por toda clase de detalles emotivos muestra su compasión hacia ese padre que ha hecho un voto tan imprudente y hacia esa hija inocente que será sacrificada a los imperativos de la guerra. Queda así planteada una cuestión. Y nosotros, guardada toda proporción, ¿no solemos sacrificar, con excesiva facilidad, a personas, clases sociales, incluso continentes enteros a unos imperativos económicos?
-Ella le respondió: «Padre mío, hablaste muy deprisa ante el Señor, trátame según tu palabra ya que el Señor te ha concedido vengarte de tus enemigos, los ammonitas. A pesar de lo trágico de esa escena, ¿somos capaces de admirar la sorprendente actitud espiritual que expresa el «sacrificio voluntario» de esa joven que ofrece su vida... por respeto a la palabra dada para salvar a su pueblo?
-Sólo te pido una cosa: déjame un respiro de dos meses, para ir a vagar por las montañas y llorar con mis compañeras la desgracia de morir sin haber conocido el matrimonio." El le dijo «vete", y la dejó marchar. La profunda humanidad de esos detalles, merece ser meditada. Tras la rudeza de las situaciones y de los hombres, se esconde, a menudo, una profunda ternura. Ayúdanos, Señor, a superar las apariencias para saber adivinar los sentimientos humanos que se disimulan bajo ciertos disfraces (Noel Quesson).
La historia de Jefté tendría bien poco de notable si no fuera por el voto que hizo de sacrificar a Yahvé una persona humana. Su historia personal comienza de manera desgraciada: sus hermanos no le dejan compartir su herencia porque no era hijo de la misma madre. Jefté ha de huir, porque cuando le dicen: «Tú no puedes heredar en casa de nuestro padre» (v 2), le hacen una declaración de enemistad (como en 2 Sm 20,1; 1 Re 12,16). Sufre una suerte semejante a la del joven David, fugitivo de Saúl (1 Sm 22,1-2): ha de agruparse con otros desocupados y organizar una banda, de la cual será el jefe. Sus compatriotas olvidan los antiguos prejuicios cuando se hallan oprimidos por los amonitas. Entonces le ofrecen el mando de las tropas. La historia se presenta como un caso más de los muchos que hay en la Biblia, donde el que es injustamente rechazado desempeña un papel importante en la vida del pueblo. En lenguaje de Pablo: «Lo plebeyo, lo despreciado del mundo, se lo eligió Dios para humillar a lo fuerte» (1 Cor 1,28) Pero Jefté, aun creyendo en Yahvé no le venera como Señor de la vida. Cree que puede disponer de la vida de un semejante suyo, inocente, y sacrificarlo, cumpliendo un voto como los que se practicaban en las religiones de los alrededores. Hallamos un caso paralelo al de Jefté en el primer libro de Samuel: Jonatán, sin saberlo, viola un ayuno obligatorio impuesto por su padre, y Saúl, cuando lo descubre, quiere hacerle morir. Pero, a diferencia del caso de Jefté, el pueblo no deja poner en práctica la decisión de Saúl: «Vive Yahvé, no caerá a tierra un solo cabello de su cabeza» (1 Sm 14,45). Seguramente la narración ha sido conservada no sólo por su intensidad dramática -en parangón con la de las tragedias griegas de la misma época-, sino también para desenmascarar una práctica gentil. Los sacrificios paganos fueron rigurosamente prohibidos en Israel. El dramatismo de la acción está llevado al límite en el sacrificio de una doncella, que no llegará a ser ni esposa ni madre: «Se fue por los montes... y lloró por dos meses su virginidad... La muchacha había quedado virgen». Por eso las jóvenes israelitas hicieron cada año unos días de conmemoración de esa muerte, mostrando así su solidaridad con la hija de Jefté y la protesta contra esa muerte injusta. Pero también nosotros hemos de vigilar: la crueldad humana, ¿no es capaz de ofrecer todavía víctimas humanas a ídolos o a ideologías? (D. Roure; sobre el correcto uso del voto hecho a Dios y los lugares de la Escritura donde se prohiben los sacrificios humanos, ver los comentarios de la Biblia de Navarra a este pasaje).
2. Es extraño y truculento el episodio de Jefté, que sacrifica la vida de su hija por la promesa que había hecho. Cree en Yahvé, pero su fe está mezclada con actitudes paganas. Hace un voto que resulta totalmente irreconciliable con el espíritu de la Alianza: si le da la victoria, sacrificará la vida de la primera persona que salga a recibirle, a la vuelta. Que resulta ser, nada menos, su hija. Otros pueblos vecinos practicaban sacrificios humanos. Pero Israel, no. El episodio de Abrahán, dispuesto a ofrecer la vida de su hijo Isaac y detenido por la mano del ángel, se interpretaba precisamente como una desautorización de los sacrificios humanos. Jefté no tenía que haber hecho ese voto. Ni cumplirlo, una vez hecho. En la literatura griega tenemos un ejemplo paralelo del dramaturgo Eurípides, que cuenta cómo Agamenón, en la guerra de Troya, y también como consecuencia de una promesa hecha durante una tempestad, sacrifica a su hija Ifigenia. Es explicable el dolor de todos, de modo particular de la misma hija, que ve que su vida se va a tronchar sin haber llegado a su plenitud. La historia es triste, pero también nos puede dar lecciones. La vida humana se ha de respetar absolutamente. Y eso desde su inicio hasta el final. Sólo Dios es dueño de la vida y de la muerte. Hay que rechazar todo «sacrificio de la vida humana». No nos extraña que, en nuestros tiempos, sigan siendo de tremenda actualidad tanto la discusión sobre el aborto como sobre la eutanasia y la pena de muerte. Mucho menos, claro está, se puede ofrecer a Dios la violencia o la crueldad como homenaje religioso, como el que Jefté se creyó obligado a hacer. Lo mismo hizo Herodes con la promesa hecha a su hija bailarina, que le pidió la cabeza del Bautista, aunque en aquella ocasión no fue precisamente ningún voto a Dios. Hay un aspecto más positivo en este episodio, al que tal vez se deba que se conservara el relato, y es el que resalta el salmo: las promesas hay que cumplirlas. Aunque la actuación de Jefté no tiene justificación, queda en pie que los votos hechos a Dios -se entiende, de cosas buenas-, una vez hechos, hay que cumplirlos, aunque resulten costosos.
El salmo, por una parte, niega la validez de los criterios paganos: «dichoso el que no acude a los idólatras, que se extravían con engaños; tú no quieres sacrificios ni ofrendas...». Pero, por otra, valora la ofrenda de sí mismo que supone hacer un voto a Dios: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad... Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas». Las promesas y el pacto y los votos que están en la base del matrimonio cristiano o de la ordenación sacerdotal o de la vida religiosa y consagrada son una ofrenda de la propia vida a una vocación, en definitiva, a Dios, que es el que nos da la fuerza para llevarla a término con firmeza, aunque nos pida sacrificios nada fáciles. La frase del salmo, «aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad», es la que la Carta a los Hebreos pone en labios de Jesús en el mismo momento de su encarnación. Hebr 10,8-10 explica teológicamente esta ofrenda, al igual que el Catecismo 2824. Aunque lo de explicar no es la palabra que más me convenza: intenta mostrar desde la fe este misterio, pues sólo desde la experiencia del amor –sómo mirando a Cristo- se entienden estas “locuras” de la libertad como son el celibato y la entrega de amor para siempre…
3.- Mt 22,1-14 (ver domingo 28 A). Saltando otras parábolas (como la de los viñadores homicidas y la de los hijos que dicen sí o no y, luego, hacen lo contrario), escuchamos en Mateo otra parábola: la de los invitados a la boda. La intención es clara: el pueblo de Israel ha sido el primer invitado, porque es el pueblo de la promesa y de la Alianza. Pero dice que no, se resiste a reconocer en Jesús al Mesías, no sabe aprovechar la hora de la gracia. Y entonces Dios invita a otros al banquete que tiene preparado. Cuando Mateo escribe el evangelio, Jerusalén ya ha sido destruida y van entrando pueblos paganos en la Iglesia. De nuevo, como en la parábola de ayer -los de la hora undécima- se trata de la gratuidad de Dios a la hora de su invitación a la fiesta. La parábola tiene un apéndice sorprendente: el amo despacha y castiga a uno de los comensales que no ha venido con vestido de boda. No basta con entrar en la fiesta: se requiere una actitud coherente con la invitación. Como cuando a cinco de las muchachas, invitadas como damas de honor de la novia, les faltó el aceite y no pudieron entrar. Esta parábola nos sugiere una primera reflexión: la visión optimista que Jesús nos da de su Reino. ¿Nos hubiéramos atrevido nosotros a comparar a la Iglesia, sin más, a un banquete de bodas? ¿no andamos más bien preocupados por la ortodoxia o la ascética o la renuncia de la cruz? Pues Jesús la compara con la fiesta y la boda y el banquete. La boda de Dios con la humanidad, la boda de Cristo con su Iglesia. Aunque muchos no acepten la invitación -llenos de sí mismos, o bloqueados por las preocupaciones de este mundo-, Dios no cede en su programa de fiesta. Invita a otros: «la boda está preparada... convidadlos a la boda».
El cristianismo es, ante todo, vida, amor, fiesta. El signo central que Jesús pensó para la Eucaristía, no fue el ayuno, sino el «comer y beber», y no beber agua, la bebida normal entonces y ahora, sino una más festiva, el vino. También podemos recoger el aviso de Jesús sobre el vestido que se necesita para esta fiesta. No basta entrar en la Iglesia, o pertenecer a una familia cristiana o a una comunidad religiosa. Se requiere una conversión y una actitud de fe coherente con la invitación: Jesús pide a los suyos, no sólo palabras, sino obras, y una «justicia» mayor que la de los fariseos. Cuando Jesús alaba a los paganos en el evangelio, como al centurión o a la mujer cananea o al samaritano, es porque ve en ellos una fe mayor que la de los judíos: ése es el vestido para la fiesta. Y es que no hay nada más exigente que la gratuidad y la invitación a una fiesta. Todo don es también un compromiso. Los que somos invitados a la fiesta del banquete -a la hora primera o a la undécima, es igual- debemos «revestirnos de Cristo» (Ga 3,27), «despojarnos del hombre viejo, con sus obras, y revestirnos del hombre nuevo» (Col 3,10; J. Aldazábal).
El tema del traje nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. El vestido humaniza el cuerpo, ayuda a situarse entre los semejantes, le saca a uno del anonimato. De ahí que sea con toda normalidad signo de la alianza entre Yahvé e Israel: cual un esposo, Dios extiende el paño de su manto sobre su esposa (Ez 16). Pero ésta es infiel y se muestra a todo el que llega: su vestido se deteriora, a no ser que Dios se lo quite, y vuelve a dejar de nuevo a su esposa en el anonimato y la desnudez. En la cruz, Jesús es despojado de sus vestidos como para asemejarse más a la humanidad pecadora frente a la muerte, que da al traste con todas las falsas seguridades y las apariencias. Pero muy pronto revestirá, en la resurrección, la gloria divina que vive en El. "Revestirse-de-Cristo" o "revestirse del hombre nuevo" (Ga 3, 27-28; Ef 4, 24; Col 3, 10-11), representa, pues, participar en ese orden de la salvación que engloba el desprendimiento y la resurrección de Jesús. Esta participación en plenitud está reservada a la escatología, cuando toda la humanidad se revestirá de la incorruptibilidad y estará engalanada para presentarse ante su Esposo eterno (Ap 21, 2). Pero hay que revestirse del atuendo nupcial antes de participar en el banquete eucarístico. O, dicho de otro modo: esa participación es una fuente de exigencias morales que el invitado debe honrar mediante los desprendimientos que se imponen (Maertens-Frisque).
La parábola del "Festín de bodas" se sitúa, en la progresión del evangelio de san Mateo, en el centro mismo de la ciudad de Jerusalén, sólo algunas semanas antes de la muerte de Jesús: Jesús anuncia, cada vez más claramente, el rechazo del Mesías por parte del pueblo escogido... -El Reino de los cielos es comparable a un Rey que celebra el banquete de bodas de su Hijo. Dios sueña en una fiesta universal para la humanidad... una verdadera fiesta de "boda"... un conjunto de regocijos colectivos: banquete, danzas, música, trajes, cantos, alegría, comunión. Dios casa a su Hijo... Conforme al querer del Padre la desposada a quien ama es: la humanidad. Y el Padre es feliz de ese amor de su Hijo. Jesús enamorado de la humanidad. Esposo místico: Marcos 2, 19; Juan 3, 29; Mateo 9, 15; 25; Efesios 5, 25; 2 Corintos 19, 29; 21, 2-9; 22, 17.
-Envió a sus criados a "llamar" a la boda a los invitados... Venid a la boda. Dios invita, Dios llama, Dios propone. Es una de las mejores imágenes del destino del hombre. Hoy, muchas personas no saben ya cual es el objetivo de su vida: ¿a dónde vamos? ¿por qué hemos nacido? ¿qué sentido tiene nuestra vida? Jesús nos responde: estáis hechos para la "unión con Dios" por mí. El objetivo del hombre, su desarrollo total, es la "relación con Dios": ¡amar, y ser amado! Dios os ama. Y cada uno está invitado a responder a ese amor. Y todos los amores verdaderos de la tierra son el anuncio, la imagen, la preparación y el signo de ese amor misterioso y, a la vez, portador de una mayor plenitud.
-Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. ¿Cómo explicar que lleguemos a actuar de ese modo? ¿que prefiramos el "trabajo" a la "fiesta"; que vayamos a nuestras tareas en lugar de ir a participar del "manjar de Dios" ? ¿que nos encerremos en nuestros límites, en nuestra condición humana tan pesada -y ¡tan absurda, según algunos intelectuales!- en lugar de ir a dar un paseo por el universo de Dios para respirar a fondo aires puros?
-El rey se indignó... dio muerte a aquellos homicidas... y prendió fuego a su ciudad... Mateo escribía esto en los años en que Jerusalén fue incendiada por los romanos de la Legión de Tito, en el 70. Los acontecimientos de la historia pueden interpretarse de muy distinta manera. En todo tiempo los profetas han hecho una reconsideración, desde la fe, de los sucesos que, por otro lado, tienen causas y consecuencias humanas. Todo lo que "ocurre", todo lo que nos sucede no se debe al "azar". Conviene buscar y detectar en ello prudentemente el proyecto de Dios... las advertencias que, por la gracia, se encuentran allí escondidas.
-Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, buenos y malos, invitadlos a la boda... y la sala de bodas se llenó de comensales. La Iglesia, comunidad abigarrada, mezcla de toda clase de razas y de condiciones sociales, pueblo de puros y de santos, pueblo de malos y de pecadores, cizaña y buen grano... ¡Dios quiere salvar a todos los hombres. Dios nos invita a todos!
-Pero hay que llevar el "traje de boda" para no ser echado a las tinieblas de fuera. El tema del "traje": para entrar en el Reino, hay que "revestirse de Cristo", dirá San Pablo (Gálatas 3, 27; Efesios 4, 24; Colosenses 3, 10) "revestirse del hombre nuevo". La salvación no es automática: hay que ir correspondiendo al don de Dios (Noel Quesson).
También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus "siervos", los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Luc. 14, 24: "Porque yo os digo, ninguno de aquellos varones que fueron convidados gozará de mi festín"). Los "otros siervos" son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y "todo estaba a punto" (Hech. 3, 22: "Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a El habéis de escuchar en todo cuanto os diga, y en Hebr. 8, 4:"Si pues El habitase sobre la tierra, ni siquiera podría ser sacerdote, pues hay ya quienes ofrecen dones según la Ley"). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hech. 28, 25: No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: "Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres") y luego "quemada la ciudad" de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rom. 11, 30: "De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos"). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6 ss: "Y oí una voz como de gran muchedumbre, y como estruendo de muchas aguas, y como estampido de fuertes truenos, que decía: "¡Aleluya! porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, ha establecido el reinado). Más en concreto lo explicaba S. Gregorio Magno: “¿qué debemos entender por el vestido de boda sino la caridad? De modo que entra a las bodas, pero no entra con vestido nupcial, quien, entrando en la Iglesia, tiene fe pero no tiene caridad”.

domingo, 6 de febrero de 2011

Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,


Viernes de la semana 4ª. Seguir a Jesús nos da fuerzas para una vida en la verdad,
Hebreos 13,1-8.1 Permaneced en el amor fraterno. 2 No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. 3 Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo. 4 Tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado; que a los fornicarios y adúlteros los juzgará Dios. 5 Sea vuestra conducta sin avaricia; contentos con lo que tenéis, pues él ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré; 6 de modo que podamos decir confiados: El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué puede hacerme el hombre? 7 Acordaos de vuestros dirigentes, que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad su fe. 8 Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre.

Salmo 27,1,3,5,8-9 1 Yahveh es mi luz y mi salvación, ¿a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, ¿por quién he de temblar? 3 Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella. 5 Que él me dará cobijo en su cabaña en día de desdicha; me esconderá en lo oculto de su tienda, sobre una roca me levantará. 8 Dice de ti mi corazón: «Busca su rostro.» Sí, Yahveh, tu rostro busco: 9 No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.

Evangelio según San Marcos 6,14-29. El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Comentario: 1. Este pasaje, final de la carta, es una especie de poscriptum parenético sobre las condiciones de vida cristiana en el orden social y comunitario. El tono es muy diferente del de los primeros capítulos: no se puede, sin embargo, poner en duda la autenticidad de este capítulo 13. Puesto que el cristiano queda libre del sacrificio y del sacerdocio judío, entra en un sacerdocio y en una liturgia pertenecientes a un orden nuevo, cuyo contenido es la propia actitud ética.
a) La primera actitud que especifica al sacerdocio cristiano con relación al sacerdocio judío es la caridad fraterna (vv. 1-3). Esta caridad se revela sobre todo en la hospitalidad y atención para con los prisioneros (criminales, presos políticos y perseguidos). La razón de esta actitud hacia esos hombres es muy simple: si todos compartimos la condición de transeúntes de este mundo, todos tenemos la probabilidad de ser objeto de la persecución y de la política.
En cuanto a la hospitalidad: El huésped era persona sagrada y le eran debidas todas las atenciones y cuidados. En tiempos de dificultades y persecuciones la hospitalidad adquiría dimensiones nuevas; equivalía a la protección del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con todo el riesgo que ello podía suponer. A los motivos que todos los lectores de la carta conocían para el ejercicio de la hospitalidad, añade el autor uno muy curioso. ¿No refiere el A. T. que a veces se presentaron de incógnito ángeles como forasteros pidiendo hospedaje? Se hace referencia a los relatos del Gn (18-19), en los que la solicitud de Abraham y de Lot, al hospedar a aquellos personajes misteriosos, se vio premiada al saber que eran ángeles de Dios. Así pues, cuide cada uno de no ser tan insensato que se exponga a cerrar la puerta a un enviado de Dios. La carta a los Hebreos había podido motivar, con razones cristológicas, el deber de la hospitalidad, como se hace en la parábola evangélica del juicio (Mt 25, 35): "venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me acogisteis..". El que escoja más bien a los ángeles depende quizá del interés que a lo que parece, mostraban sus lectores por los espíritus celestiales.
En lo referente a la atención a aquellos que están en prisión, y se recuerda para justificarlo la regla de oro que nos proporciona el evangelio: "haced con los otros lo que quisierais que hiciesen con vosotros".
b) Segunda actitud: la de los cristianos unidos por el matrimonio (v. 4). El lecho nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo (2 Mac 14, 36; 15, 34; cf. Sant 1, 27). El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
"Que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El adulterio y demás relaciones sexuales ilícitas eran consideradas por las cristianos entre los pecados más graves que eran cometidos en el mundo pagano. Y era una convicción clara que el juicio de Dios recaería implacablemente sobre los que cometían tales pecados.
c) La tercera actitud concierne al dinero (vv. 5-6). El cristiano vive el desinterés evangélico, contentándose con lo que cada día trae consigo, pues sabe que Dios no abandona a sus fieles. Pero es interesante destacar que el versículo que el autor cita para hacer alusión a esta providencia divina (Sal 118/119, 6) está tomado de un salmo litúrgico que cantaba el pueblo desde las puertas del Templo hasta el altar de los holocaustos. Mediante esta cita el autor pone de manifiesto su intención de dejar claro que toda actitud ética es realmente litúrgica.
"Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: "Nunca te dejaré ni te abandonaré". En relación con el dinero se condena la avaricia; lo mismo dice S. Pablo a Timoteo "la raíz de todos los males es el afán de dinero". Una avaricia que se manifiesta en el aferramiento a aquello que se posee y en la búsqueda de más y más. Al fundamentar nuestra vida en las cosas materiales excluimos a Dios y su providencia del horizonte de todas vida humana que se halle montada sobre esta clase de avaricia. Por eso, Cristo la condena radicalmente.
d) Cuarta actitud que se desprende de este pasaje: la veneración a los guías de las comunidades (v. 7), la adhesión a sus enseñanzas. El término "guía" que designa a los jefes es el mismo que se utiliza para designar a los grandes sacerdotes judíos. Estos guías serán venerados como representantes de Cristo (v. 8), que siempre va tras ellos animando su valor e inspirando sus enseñanzas (Maertens-Frisque).
De sus jefes les llama. Su muerte es presentada como ejemplo de fe. Probablemente habrían sido martirizados por su fe durante la persecución de Nerón. Y así demostraron una fe que no pudo ser conmovida por ninguna clase de dificultades y persecuciones. Aquella fe estaba cimentada en Cristo, que es inmutable, el mismo ayer, hoy y por los siglos. Los jefes cambian, el Jefe permanece; los pastores se suceden, el Pastor permanece el mismo. Debemos crecer en el conocimiento y el amor a este Jesús que permanece siempre en su actitud de entrega por nosotros.
La doctrina de la Fe se desarrolla en el curso de los años, como un «germen vivo», según anunció Jesús, desde «la pequeña simiente hasta ser un gran árbol». (Mt 13, 31.) El 14 de octubre de 1962, en la solemne apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII expresó perfectamente ese problema permanente de la Iglesia: «En la actual situación de la sociedad, algunos no ven más que calamidades y ruinas; suelen decir que nuestra época ha empeorado profundamente con relación a los siglos pasados; éstos tales se comportan como si la Historia maestra de vida, no tuviera nada que enseñarles y como si desde los concilios anteriores todo fuera perfecto en lo que concierne a la doctrina cristiana, las costumbres y la justa libertad de la Iglesia... EI tesoro de la Fe no debemos solamente conservarlo, como si tan sólo nos preocupara el pasado, sino que tenemos que ponernos con decidida alegría al trabajo que exige nuestra época, prosiguiendo el camino por el que marcha la Iglesia desde veinte siglos".
Al terminar la carta, el autor vuelve a hablar de la muerte santificadora de Jesús, evocando su sufrimiento «fuera de las murallas» (v 12) y hace esta exhortación: «Salgamos, pues, a encontrarlo fuera de] campamento...» (13-14) y "ofrezcamos a Dios por medio de él un sacrificio de alabanza perpetua" (15- 16) «Salir fuera del campamento», elemento negativo complementario de "entrar en el santuario" (10,19-25), no es apartarse de los hombres, refugiarse en una comunidad o huir a la soledad, pues el hombre lleva dentro de sí mismo la raíz de su alejamiento de Dios y de los demás; «salir» es abandonar una vida centrada en la propia autoafirmación, en la estéril y equivocada búsqueda de la felicidad por el dominio, el poder, las posesiones; es dejar el mediocre egocentrismo que aleja de los demás y de Dios; no es ahí donde se halla la seguridad (9) ni donde radica nuestra ciudad permanente (14). Es preciso salir de este mundo mediocre y «ofrecer sacrificios que agradan a Dios» (15-16), acercándose al santuario (10,22), es decir, ofrecer la propia vida generosamente a Dios como Jesucristo en la cruz, sacrificio existencial que se expresa en «la confesión de la fe y en la comunión con los hombres» (15-16). En esta autodonación, el hombre se pierde aparentemente, pero encuentra en Dios lo que no puede conseguir por sí solo; aunque constituya su necesidad más radical: la seguridad de la vida (9). Nos hallamos ante el único caso en que el autor detalla algunas exhortaciones concretas sobre el amor fraterno, el matrimonio, las riquezas y la relación con los dirigentes de la comunidad ( 13,1-7.17). Toda la carta ha intentado mostrar la revelación central de la cruz de Jesucristo: la comunión del hombre con Dios consiste en su libre y personal donación a Dios en la sangre de Jesucristo; esto es su fe. Pues bien: esta donación se expresa en una vida concreta, constante, aparentemente nada heroica, que hace del Dios vivo la razón de ser de cada decisión; una vida que se sitúa ante los demás en actitud de amor fraterno, que acoge a todos, que se preocupa de los encarcelados, que vive el matrimonio con fidelidad, que se libera del dinero y pone la confianza en Dios. Esa es la fe que Dios quiere de nosotros (10,36-39) y que el pastor pide al terminar su escrito (13,20-21). El don de Dios y el esfuerzo del hombre se unen para conseguir la vida (G. Mora).
2. Sal. 27 (26). ¿De dónde nos vendrá el auxilio para permanecer firmes en nuestro camino hacia la Patria eterna? No podemos confiarnos de nosotros mismos, pues nuestra voluntad es demasiado frágil. No podemos confiarnos totalmente en alguna otra persona humana, pues cada uno tiene sus propios pensamientos y su manera de responder a la Palabra de Dios; más bien juntos, y en un diálogo fecundo, hemos de caminar hacia nuestra perfección en Cristo. Sólo Dios es nuestra luz, nuestro refugio y nuestro poderoso protector. ¿Quién como Dios? El que confíe en Él jamás será defraudado, pues Él jamás abandonará a los que confíen en Él y le vivan fieles Esta plena confianza en el Señor no puede hacernos descuidados respecto al trabajo que hemos de realizar para mantenernos en el camino de la salvación, y para esforzarnos de tal forma que muchos encuentren en Cristo la salvación y la vida eterna.
3.- Mc 6,14-29. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano». Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del AT, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías. De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias». Cuando fue el caso, denunció con intrepidez el mal, cosa que, cuando afecta a personas poderosas, suele tener fatales consecuencias. Un falso profeta, que dice lo que halaga los oídos de las personas, tiene asegurada su carrera. Un verdadero profeta -los del AT, el Bautista, Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos- lo que tienen asegurada es la persecución y frecuentemente la muerte. Tanto si su palabra profética apunta a la justicia social como a la ética de las costumbres. ¡Cuántos mártires sigue habiendo en la historia! Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal). He aquí pues a los "doce", ellos solos partiendo hacia los pueblos. ¿Qué hace Jesús durante ese tiempo? Marcos no lo dice. Jesús debe de estar pensando en sus amigos que afrontan el rechazo del cual les había advertido, debe de rezar por ellos... Es la primera experiencia de Iglesia, ¡todo es todavía muy frágil! Esta primera "misión" ha durado sin duda algunas semanas o algunos meses, pues Marcos, antes de contarnos su retorno junto a Jesús, ha creído necesario hacer un intermedio. Y lo que nos dirá no lo intercala al azar: Tendremos con ello una muestra del género de acogida que se hace a los "enviados de Dios"... Juan Bautista es humanamente y aparentemente el fracaso; es el ambiente dramático de la misión. "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." -El rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad. Sobre todo en el momento en que el grupo de los discípulos se rompe, para distribuirse por seis ciudades a la vez. Se habla de Jesús un poco por todas partes: ahora tiene "representantes que actúan en su nombre... su movimiento se organiza... empieza a ser notado por las gentes.
-Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..." Al principio, ya lo hemos visto, la muchedumbre iba a El simplemente por sus milagros. Ahora las gentes sencillas hacen sus hipótesis. Mientras que los adversarios ya han resuelto la cuestión: "es un loco, un poseso", la opinión pública sigue buscando: debe ser Juan Bautista, o Elías, o un profeta. Todas estas palabras indican la estima en que se le tiene. Es un gran hombre, es un hombre de Dios, es un hombre inspirado, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Recientemente, unas jóvenes decían a su consiliario que no llegaban a creer que "Jesús fuese Dios". ¡Esto no es nuevo! Los contemporáneos de Jesús que le veían con sus propios ojos, no llegaban tampoco a abarcar totalmente su misterio... y habitualmente se equivocaban sobre su profunda identidad. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada.
¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco? -Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..." A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? -Relato de la muerte de Juan Bautista. Marcos se aprovecha de esto para contar el homicidio, del que todo el mundo hablaba en Palestina. Jesús acaba de decir que el éxito aparente de la misión no está asegurado: ya advirtió a sus amigos antes de enviarlos. Y los primeros lectores de Marcos, en Roma, vivían también en la persecución. Es la Pasión redentora que ha comenzado, y que prosigue hoy (Noel Quesson). Hoy, en este pasaje de Marcos, se nos habla de la fama de Jesús —conocido por sus milagros y enseñanzas—. Era tal esta fama que para algunos se trataba del pariente y precursor de Jesús, Juan el Bautista, que habría resucitado de entre los muertos. Y así lo quería imaginar Herodes, el que le había hecho matar. Pero este Jesús era mucho más que los otros hombres de Dios: más que aquel Juan; más que cualquiera de los profetas que hablaban en nombre del Altísimo: Él era el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre. Este Jesús —presente entre nosotros—, como hombre, nos puede comprender y, como Dios, nos puede conceder todo lo que necesitamos. Juan, el precursor, que había sido enviado por Dios antes que Jesús, con su martirio le precede también en su pasión y muerte. Ha sido también una muerte injustamente infligida a un hombre santo, por parte del tetrarca Herodes, seguramente a contrapelo, porque éste le tenía aprecio y le escuchaba con respeto. Pero, en fin, Juan era claro y firme con el rey cuando le reprochaba su conducta merecedora de censura, ya que no le era lícito haber tomado a Herodías como esposa, la mujer de su hermano. Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista» (Mc 6,24). Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe). Lansperge, el Cartujano (1489-1539) monje, teólogo escribe sobre el Sermón para la fiesta del martirio de S. Juan Bautista (Opera omnia II, pag, 514-515; 518-519) así: “Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo”. Fortaleza en la vida ordinaria. El Evangelio de la Misa de hoy nos relata el martirio de Juan el Bautista porque fue coherente hasta el final con su vocación y con los principios que daban sentido a su existencia. El martirio es la mayor expresión de la virtud de la fortaleza y el testimonio supremo de una verdad que se confiesa hasta dar la vida por ella. Sin embargo, el Señor no pide a la mayor parte de los cristianos que derramen su sangre en testimonio de su fe. Pero reclama de todos una firmeza heroica para proclamar la verdad con la vida y la palabra en ambientes quizá difíciles y hostiles a las enseñanzas de Cristo, y para vivir con plenitud las virtudes cristianas en medio del mundo, en las circunstancias en las que nos ha colocado la vida. Santo Tomás (Suma Teológica) nos enseña que esta virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. Nunca fue tarea cómoda seguir a Cristo. Es tarea alegre, inmensamente alegre, pero sacrificada. Y después de la primera decisión, está la de cada día, la de cada tiempo. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13, 44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás. III. No podemos permanecer pasivos cuando se quiera poner al Señor entre paréntesis en la vida pública o cuando personas sectarias pretenden arrinconarlo en el fondo de las conciencias. Tampoco podemos permanecer callados cuando tantas personas a nuestro lado esperan un testimonio coherente con la fe que profesamos. La fortaleza de Juan es para nosotros un ejemplo a imitar. Si lo seguimos, muchos se moverán a buscar a Cristo por nuestro testimonio sereno, de la misma manera que otros tantos se convertían al contemplar el martirio de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal). Llucià Pou Sabaté, con textos de mercaba.org.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lunes de la 3ª semana de Adviento. Jesús habla con autoridad, con la verdad de Dios

Los Números (24,2-7.15-17a) dicen que Balaán recibió el espíritu de Dios y entonó sus versos: «¡Qué bellas las tiendas de Jacob y las moradas de Israel! Como vegas dilatadas, como jardines junto al río, como áloes que plantó el Señor o cedros junto a la corriente; el agua fluye de sus cubos, y con el agua se multiplica su simiente. Su rey es más alto que Agag, y su reino descuella…. Lo veo, pero no es ahora, lo contemplo, pero no será pronto: Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel.» Es la espera del Mesías. En Cristo, Hijo de Dios y descendiente de David se cumple plenamente esta profecía. Él se ha convertido en luz que ilumina a todas las naciones; Él es el Camino que nos conduce al Padre; Él es, para nosotros, la fuente de agua que nos da vida eterna. Quien posea su Espíritu no podrá, jamás pasar haciendo el mal, sino el bien, que procede de Dios. Ese es el fruto que Dios espera de quienes creen en Él.
2. El Salmo (24,4-5ab.6-7bc.8-9) dice: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas: haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. El Señor es bueno y es recto, enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humilles con rectitud, enseña su camino a los humildes”. A veces tenemos pensamientos de tristeza, cuando algo nos sale mal, pero hemos de pensar que Dios jamás se olvidará de nosotros, pues el amor y la ternura que nos tiene son eternos. Esto no puede llevarnos a vivir descuidados en el amor, pensando que Dios nos perdonará y salvará, pues el tiempo de gracia no es marcado por el hombre, sino por Dios. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. El Señor es recto y bondadoso. Nosotros, frágiles y pecadores, acudimos a Él para que nos enseñe a caminar en el bien, deseando llegar a ser perfectos, como Él es perfecto.
3.- El Evangelio (Mateo 21,23-27) nos dice que se acercaron a Jesús para preguntarle: -«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?» Querían ponerle una trampa, y Jesús les replicó: «Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?» Ellos se pusieron a deliberar: -«Si decimos "del cielo", nos dirá: "¿Por qué no le habéis creído? Si le decimos "de los hombres", tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta.» Y respondieron a Jesús: - «No sabemos.» Él, por su parte, les dijo: - «Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.» Jesús no esquiva la pregunta de los sumos sacerdotes y ancianos ni les discute el derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta sólo quiere hacerles recapacitar. Proyectará luz sobre la autoridad de Jesús, porque Juan preparó los caminos a Jesús.
Los dirigentes de Israel no quieren aceptar a Juan, como tampoco el rey de Moab quedó nada satisfecho con las profecías del vidente Balaán, a quien él había contratado con la intención contraria (primera lectura). La peor ceguera es la voluntaria. Aquí se cumple una vez más lo que decía Jesús: que los que se creen sabios no saben nada, y los sencillos y humildes son los que alcanzan la verdadera sabiduría. Estas lecturas nos interpelan hoy y aquí a nosotros. Balaán anunció la futura venida del Mesías. El Bautista lo señaló ya como presente. Nosotros sabemos que el Enviado de Dios, Cristo Jesús, vino hace dos mil años y que como Resucitado sigue estándonos presente. La pregunta es siempre incómoda: ¿le hemos acogido, le estamos acogiendo de veras en este Adviento y nos disponemos a celebrar el sacramento de la Navidad en todo su profundo significado? Vamos a dejar que Jesús nos sorprenda estos días, si le dejamos reinar en nuestro corazón. En el ordenador hay “extensiones”, las últimas letras detrás de un punto, del estilo: “.doc; .jpeg; .exe”, que es lo primero que el procesador lee para utilizar el programa adecuado para abrir el documento. Si la extensión no es la correcta no se abrirá el documento. Si no hay fe, si nuestro corazón no está bien dispuesto, nuestro cerebro no lee las palabras de Jesús, como si una vaca escuchara un concierto de Mozart, como los sumos sacerdotes del evangelio de hoy cuando se acercan a Jesús. ¡Tienen la extensión cambiada! Son incapaces de reconocer al Mesías, de reconocer la obra de Dios, de escucharle. Por eso Jesús les da el “mensaje de error”. Intentaban abrir un documento de Dios con la extensión de los hombres, así que se quedaron como estaban: ignorantes. A veces decimos: ¿Por qué Dios permite esto? En el fondo es la misma pregunta del evangelio ¿Quién le ha dado a Dios autoridad sobre esto? ¿Quién se cree que es?, y la fe nos dice: “su ternura y su misericordia son eternas”. Repite despacio: “Sé que Dios me quiere” y acércate a Dios como María, desde la humildad, dejándole hablar pues “enseña su camino a los humildes”. Cuando te acerques al sagrario, cuando asistas a Misa, asegúrate de ir con la “extensión correcta”. Dentro de poco llegaremos a Belén. Ésa es nuestra escuela de oración (Archimadrid). Revisaré mi actuar para no dejar que la envidia y otros males se instalen en mi corazón. Llucià Pou Sabaté.

viernes, 14 de mayo de 2010

JUEVES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en a



1.
Se ha llamado este libro de Lucas el Evangelio del Espíritu Santo: “estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión” (san Juan Crisóstomo). Corinto era una ciudad muy movida, de ambiente romano, capital de la provincia de Acaya, activa en su comercio, de mala fama por sus costumbres. Aquí va a estar Pablo un año y medio (49-51): “Tras los sucesos ya contados en Atenas, Pablo se retiró de allí y marchó a Corinto. Allí encontró a un judío llamado Aquila, originario de Ponto, recientemente llegado de Italia con Priscila, su mujer, a causa del decreto de Claudio que ordenaba salir de Roma a todos los judíos. Pablo se unió a ellos, y, como era del mismo oficio que ellos -fabricantes de lonas- se quedó en su casa. Los sábados disputaban en la sinagoga, persuadiendo a los judíos y a los griegos.

Cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia, Pablo se entregó por entero a la predicación de la palabra, dando testimonio a los judíos de que Jesús es el Cristo. Como se le oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: ¡Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza! Yo soy inocente. Desde ahora me dirigiré a los gentiles. Salió de allí y entró donde vivía un prosélito llamado Tito Justo, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa. Y muchos corintios creían al oír a Pablo y recibían el bautismo.Y Pablo testificaba a los judíos que Jesús era el Mesías, y éstos se resistían y blasfemaban...” (Hechos 18,1-8).

Los judíos le rechazan, salvedad hecha de Crispo, el jefe de la sinagoga. Unos cuantos paganos van convirtiéndose y constituirán el primer núcleo de la comunidad. “El Dios que te ha creado sin contar contigo no te salvará sin ti”. Es una frase de los primeros siglos que nos atestigua la importancia que tiene para Dios la libertad que nos ha concedido. Por eso Él nunca se impone, se propone. No se le puede demostrar, sino mostrar... llega hasta ahí y no quiere dar un paso más. Está a las puertas de nuestra vida, pero hace falta que libremente lo acojamos. ¡Cuánto nos cuesta aceptar y respetar la libertad del otro! Sobre todo cuando vemos que la está ejerciendo en contra de sí mismo. Pablo nos enseña cuáles son las actitudes que debemos vivir en esas situaciones: no el rencor, el llevar cuenta, el enfado, o la despreocupación por el otro: “allá se las entienda”; “peor para él”, sino la mano pacientemente ofrecida, mantenida para que pueda ser asida. Una paciencia que tiene como fundamento un amor sin condiciones, que asume y respeta la libertad del otro y que se sigue poniendo “a tiro”. Sólo así seremos signos, sacramentos, mediaciones de nuestro buen Padre Dios para nuestros hermanos.

2. «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad» (Salmo 97,1-4). El salmo de hoy, comenta Juan Pablo II, “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia...: cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel... liberación de la esclavitud de Egipto. La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad»...: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado»... Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido. En esta perspectiva, Orígenes... interpreta el «cántico nuevo» del Salmo como una celebración anticipada de la novedad cristiana del Redentor crucificado...: «Cántico nuevo es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo». Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Orígenes continúa: Cristo “hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo».

Elevemos al Señor, Dios y Padre nuestro, un cántico nuevo nacido de la boca de quienes hemos sido renovados en Cristo. Alabemos al Señor con nuestras obras, pues con ellas estamos indicando que en verdad somos sus hijos. Dios se ha levantado victorioso sobre sus enemigos. En Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro, ha sido vencida la antigua serpiente o Satanás. Pero aun cuando el mal ha sido vencido, mientras caminamos por este mundo, somos blanco de las tentaciones nacidas incluso de nuestra propia concupiscencia. Por eso debemos confiar siempre nuestra vida en Dios, para que la Victoria de su Hijo sea nuestra, y para que su Espíritu Santo nos fortalezca, y podamos convertirnos en una continua alabanza de su Santo Nombre, en lugar de denigrar el Nombre Divino con una vida pecaminosa. Que la tierra entera contemple la victoria de nuestro Dios desde una Iglesia que, consciente de estar formada por pecadores, vive en una constante conversión hasta llegar a su perfección en Cristo Jesús”.

3. ¡Qué amor tan grande nos ha tenido el Señor! Cercano ya a entregar su vida por nosotros, deja de pensar en sí mismo y piensa en el sufrimiento que padecerán los suyos por su ausencia, y trata de darles consuelo, con palabras que despierten la confianza. Ellos se han sentido amados, comprendidos, apoyados en todo. Pero en los momentos en que todo se torna en una noche oscura, cuando Dios parece quedarse callado ante el dolor y el abandono, es necesario seguir creyendo que Dios ni se ha equivocado en sus planes, ni ha dejado de amarnos, ni se ha alejado de nuestra vida. Una vez cumplida su Misión como Enviado del Padre, volverá, no sólo como resucitado para poderlo ver en algunos momentos de revelación especial, sino para habitar en nuestro propio interior, identificándose con nosotros, de tal forma que el mundo lo siga contemplando desde su Iglesia, la cual continúa en el mundo la Encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo. Alegrémonos por esta presencia del Señor entre nosotros y vivamos con responsabilidad la parte que nos corresponde, conforme a la gracia recibida, para manifestarlo a la humanidad con todo su poder salvador: “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. Sus discípulos se decían unos a otros: ¿Qué es esto que nos dice: Dentro de un poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver, y que voy al Padre? Decían pues: ¿Qué es esto que dice: Dentro de un poco? No sabemos lo que dice. Conoció Jesús que querían preguntarle y les dijo: Intentáis averiguar entre vosotros acerca de lo que he dicho: dentro de un poco no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Juan 16,16-20).

El Señor permanece en su Iglesia; y Él sigue hablándonos por medio de su Palabra, y continúa llevándonos a la verdad plena por obra de su Espíritu Santo que habita en nosotros. Él sigue engendrando a los hijos de Dios, continúa santificándolos, perdonándolos, salvándolos por medio de las diversa acciones litúrgicas de su Iglesia. De un modo especial Él se convierte en nuestro alimento en la Eucaristía, Pan de vida eterna. Él nos une como hermanos en el amor fraterno, en torno a nuestro único Dios y Padre. Cristo Jesús sigue presente no sólo entre nosotros; Él no está cercano a nosotros; Él está dentro de nosotros mismos haciéndonos uno con Él para que, junto con Él, podamos participar algún día de los bienes eternos. Entrar en comunión de Vida con Él en la Eucaristía es iniciar, ya desde ahora, el gozo de esos bienes eternos. Vivamos, por tanto, conforme al Don recibido de Dios.

El Señor se ha hecho cercano a todos. Nosotros somos los responsables de hacerlo cercano al mundo entero, pues por nuestro medio Dios asegura, por voluntad suya, su presencia salvadora entre nosotros. En medio de un mundo que ha sido deslumbrado por lo pasajero, por el egoísmo, por las injusticias; ahí donde el mal ejemplo de quienes estando en el poder, actuando de un modo equivocado, han generado una mayor y cada vez más creciente corrupción; ahí donde se ha perdido la capacidad de discernir entre el bien y el mal, quienes caminamos con humildad y lealtad tras las huellas de Cristo, no podemos vivir como unos separados del mundo para evitar contaminarnos de su mal y de su pecado. A nosotros nos corresponde acercarnos con la madurez que nos viene del Espíritu de Dios, que habita en nosotros y guía nuestros pasos por el camino del bien, para servir de luz, de camino seguro, de orientación para aquellos que se han dejado dominar por el pecado y por el egoísmo. Ojalá y el mundo contemple a Cristo desde la vida de la Iglesia, llena de amor, de misericordia, de generosidad, de entrega, de lucha por la paz y por la auténtica liberación de todos los males que aquejan a buena parte de la humanidad. Si queremos construir un mundo más justo y más fraterno, vayamos tras las huellas de Cristo, nuestra paz verdadera. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos en un signo del amor salvador del Señor para nuestros hermanos. Amén (www.homiliacatolica.com).

Cuando tocaría celebrar la Ascensión, el día de la despedida... alguien comenta. “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Los que se aman pueden estar distantes a la vez que llevan en sí una presencia de los amados, muy real y unitiva. Viven compenetrados y participan de los sucesos, dolorosos o gozosos, que acontece a cada uno de ellos, interior o exteriormente y están seguros de la fidelidad mútua, dentro de su misma libertad. Esta presencia enamorada puede explicarnos la presencia de Cristo con nosotros. Jesús está en el Padre, y está también presente en la Eucaristía, Cuerpo y Sangre entregados, ofrenda y don suyo, anticipación de su muerte por el mundo, la prueba mayor del amor entregado. Vive en nosotros, su presencia alienta en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Está también presente en la Iglesia, nacida de la Eucaristía y alimentada por ella, y de esa presencia deviene su fecundidad...

miércoles, 5 de mayo de 2010

MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que buscamos, que está en la Iglesia, y que hemos de propa

Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se dirige: “Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se uniesen con él cuanto antes. Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:
Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie, pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo que veneráis sin conocer. El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da a todos la vida, el aliento y todas las cosas. Él hizo, de un solo hombre, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres habían de vivir, para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, ya que en Él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también de su linaje.
Si somos linaje de Dios no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se conviertan, puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
Cuando oyeron «resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos sobre esto en otra ocasión. De este modo salió Pablo de en medio de ellos. Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.
Después de esto se fue de Atenas y llegó a Corinto (Hch 17,15.22-18,1).
Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a Dios? Hay una ignorancia de Dios fruto de las pasiones desatadas, pero intenta ir por lo que une, que Dios no está en templos construidos por hombres. Recoge una corriente del pensamiento griego, la raza de Dios, en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero al hablar de la resurrección, provoca la ruptura. No entienden tampoco un juicio de Dios… tiene un “éxito” limitado, pero nos enseña Pablo a dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia Católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres» (Vaticano II). Justino siguió este camino del diálogo con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío, estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea).
Su discurso es racional, y es necesario hacerlo: una historia que tiene un sentido más allá de sí misma, en Dios que la lleva a su realización. Pero es difícil saber si esto mueve, o es el corazón, la conversión, el encuentro con la experiencia de Jesús. Pablo dirá “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles”.

“Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria… Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido» (Salmo 148,1-2.11-12-14): Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las criaturas»… Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador...

Jesús lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a conocer las realidades futuras: “Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la verdad plena, pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir”. Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre, que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de "lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido... Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras relaciones humanas brotan de ella.
“Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará” (Jn 16,12-15). Las revelaciones del Espíritu en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas divinas (Noel Quesson). Es el Espíritu Santo quien nos hace entender las cosas buenas, hacer el bien, seguir a Jesús…