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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Jueves de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Hubo quien permaeció fiel en la apostasía: “Viviremos según la alianza de nuestros padres”. Jesús siente

Jueves de la 33ª semana de Tiempo Ordinario. Hubo quien permaeció fiel en la apostasía: “Viviremos según la alianza de nuestros padres”. Jesús siente la infidelidad de Jerusalén: “¡Si comprendieras lo que conduce a la paz!”

Primer libro de los Macabeos 2,15-29. En aquellos días, los funcionarios reales encargados de hacer apostatar por la fuerza llegaron a Modin, para que la gente ofreciese sacrificios, y muchos israelitas acudieron a ellos. Matatías se reunió con sus hijos, y los funcionarios del rey le dijeron: -«Eres un personaje ilustre, un hombre importante en este pueblo, y estás respaldado por tus hijos y parientes. Adelántate el primero, haz lo que manda el rey, como lo han hecho todas las naciones, y los mismos judíos, y los que han quedado en Jerusalén. Tú y tus hijos recibiréis el título de grandes del reino, os premiarán con oro y plata y muchos regalos. » Pero Matatias respondió en voz alta: -«Aunque todos los súbditos en los dominios del rey le obedezcan, apostatando de la religión de sus padres, y aunque prefíeran cumplir sus órdenes, yo, mis hijos y mis parientes viviremos según la alianza de nuestros padres. El cielo nos libre de abandonar la ley y nuestras costumbres. No obedeceremos las órdenes del rey, desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda.» Nada más decirlo, se adelantó un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara de Modin, como lo mandaba el rey. Al verlo, Matatias se indignó, tembló de cólera y en un arrebato de ira santa corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara. Y entonces mismo mató al funcionario real, que obligaba a sacrificar, y derribó el ara. Lleno de celo por la ley, hizo lo que Fineés a Zinirí, hijo de Salu. Luego empezó a gritar a voz en cuello por la ciudad: -«El que sienta celo por la ley y quiera mantener la alianza, i que me siga! » Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenia. Por entonces, muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir según derecho y justicia.

Salmo 49, 1-2.5-6.14-15. R. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
El Dios de los dioses, el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente. Desde Sión, la hermosa, Dios resplandece.
«Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio.» Proclame el cielo su justicia; Dios en persona va a juzgar.
«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria.»

Evangelio según san Lucas 19,41-44. En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: -« ¡Si al menos tú comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Pero no: está escondido a tus ojos. Llegará un día en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el momento de mi venida.»

Comentario: 1M 2,15-29. Puede despistar a más de uno este pasar del pimer a segundo libro de los Macabeos… ya hemos dicho que no son sucesivos, hablan de la misma época y mezclan hechos. La ruptura tenía que llegar y sobrevino con una explosión repentina, causada por la desfachatez de algunos apóstatas y el celo religioso del fiel Matatías y sus hijos. La escena es dura: - la tentadora oferta a Matatías, hombre de prestigio, - su firmeza admirable: "aunque todos obedezcan al rey, yo y mis hijos viviremos según la alianza de nuestros padres: ¡Dios me libre de abandonar la ley y nuestras costumbres!"; - no es de extrañar que, animados por esta actitud tan decidida, se encendiera la indignación de aquel grupo de fieles al ver cómo un judío se adelantaba y ofrecía el sacrificio idolátrico delante de todos; - le matan, derriban el sacrílego altar y, a continuación, Matatías con sus hijos y otros seguidores "se echaron al monte"; uno de sus hijos, Judas Macabeo ("Macabeo" = "martillo"), capitaneará a partir de ahora la guerra contra los enemigos del pueblo y de su fe. Hay una interesante noticia adicional: "muchos bajaron al desierto para instalarse allí, porque deseaban vivir santamente según su ley". Seguramente a estos grupos pertenecen los restos de las cuevas de Qumrán descubiertos hace algunos decenios. Son los que quisieron seguir fieles a la Alianza, a pesar de que oficialmente se habían introducido normas más conformes al estilo helénico de vida, muchas de ellas contrarias a la ley de Moisés.
Nosotros no reaccionaremos con esa violencia, matando a los que nos amenazan o a los que se alejan de la fe. Hemos aprendido de Jesús la resistencia no violenta. Pero sí tendríamos que dejarnos interpelar por estos judíos que supieron resistir a la tentación y conservaron su identidad en un ambiente paganizado. En la página de hoy ya se ve que el problema no era el tema de la carne. Esta vez se trata de ofrecer sacrificios a los falsos dioses y de seguir las costumbres de los paganos, contrarias a las que Dios había ordenado en su Alianza: "aunque todos apostaten de la religión de sus padres, nosotros viviremos según la alianza de Dios y nuestras costumbres". Jesús nos dijo que estaremos en el mundo, pero sin ser del mundo. Vivimos en una sociedad que en algunos casos se muestra de nuevo claramente paganizada. Tenemos que defendernos y seguir fieles al evangelio de Jesús: "no obedeceremos las órdenes del rey desviándonos de nuestra religión a derecha ni a izquierda". No ofreceremos incienso ni libaremos sacrificios en honor de los falsos dioses que se nos ofrecen continuamente. Un joven que camina contra corriente, una familia que no quiere seguir tras los mismos falsos dioses que la mayoría, unos religiosos que dan ejemplo de un estilo evangélico de vida en medio de un mundo indiferente y hasta hostil, no lo tendrán fácil. Pero podrán confiar en la misma fidelidad divina que daba ánimos al salmista: "al que sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios... ofrece al Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré y tú me darás gloria".
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas" Es extraño: el mundo en que habitamos está poblado de ídolos. Unos erigen en ídolos a los objetos de sus deseos; engañándose, se olvidan de que los objetos del deseo humano no tienen más que un vínculo simbólico con la felicidad, cuya búsqueda moviliza toda la existencia. El camino se convierte entonces en meta, y las etapas en fin. Otros, para promover un valor aislado de los demás y absolutizado -la verdad, el conocimiento, el arte...-, ejercen sobre ellos mismos y sobre los demás una tiranía que los transforma en propagandistas fanatizados, en inquisidores y hasta en terroristas. Y otros, con pretensiones más modestas, practican en la rutina diaria furtivas genuflexiones ante esos ídolos hechos a su medida que son el dinero, el prestigio, el placer, el poder.
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas". ¡Cuántos dioses a imagen de nuestros temores, de nuestras aspiraciones, de nuestras infidelidades...! "¡El Cielo nos guarde de abandonar la Ley!" En adelante, esta súplica forma parte de nuestra vida, a la vez como una experiencia cuyos frutos podemos juzgar y como una exigencia nunca cumplida. En el seno de este mundo humano sembrado de fetiches, nuestra fe nos encarga una tarea, la de denunciar a cada uno de ellos, diciéndole: "Tú no eres Dios". Sí, tenemos vocación de ateos. De los primeros cristianos no se decía que fueran hombres edificantes y virtuosos: se les acusaba de ser inmorales, porque no sacrificaban a la religión del emperador... ¡porque eran ateos! Nuestra fe es iconoclasta, porque tiene la vocación de denunciar los falsos absolutos, de relativizar los fanatismos, de criticar las componendas alienantes de lo cotidiano.
"Sacrificad y os veréis honrados con muchas dádivas". Nuestra fe denuncia las ilusiones: la felicidad estará en las contemplación y en el silencio. Combate sin tregua por liberarnos. Es preciso que muera el ídolo que fascina y estrecha la mirada, para que viva el verdadero nombre de Dios. Cuando se disipa el ídolo, espejismo de un absoluto sustitutorio, entonces aparece el Verbo, imagen del Invisible, único acceso al Padre. Y nuestro deseo coincide con el de Dios: "¡Cuánto me gustaría reunir a todos mis hijos!" Dios único y verdadero, Tú nos llamas hijos tuyos; desenmascara nuestros apegos engañosos y denuncia nuestras ilusiones. Reúnenos mediante tu palabra: que nos sea dulce; adherirnos a Ti por los siglos de los siglos (com., de Sal Terrae).
El mártir no es un fanático. No es un exaltado. Nos sentiríamos inclinados a considerar esos relatos como unas páginas de fanatismo religioso. Tanto más porque los creyentes de esa época se expresan muy fácilmente en términos de «guerra santa»... la fe y la política están muy ligadas... se toman las armas para convertir a los demás o para defenderse... Pero no juzguemos demasiado de prisa. Su intransigencia es también una fidelidad a un mensaje recibido. No es una defensa de "sí", de "sus tradiciones", de «sus costumbres» -aun cuando, a menudo, lo parezca-: los resistentes al Helenismo de Antíoco no son dueños del mensaje que transmiten... no aseguran sólo su salvación personal... son «testigos» . Este es el sentido del término griego «mártir». Cuando nos toque defender la integridad de la fe, ayúdanos, Señor, a no defender sutilmente nuestras «posiciones personales», "nuestras maneras de ver", «nuestros hábitos de pensar»... ni, lo que aún es peor, las ventajas humanas que la Fe nos depara. Colócanos, Señor, en la humildad. Haznos receptores de tu mensaje.
-Harto ya de las artimañas del poder real que se esfuerza en apartar a los judíos de la Fe, Matatías, jefe de una importante familia sacerdotal convoca a los fieles a la "resistencia" y predica la «guerra santa». En efecto, el combate por la verdad y la justicia tomó en aquel tiempo esa forma «violenta»... Todavía HOY, algunos cristianos afirman que ellos también se ven acorralados a esta misma violencia para conseguir la justicia. La violencia, la guerra, no pueden ser un fin en sí mismas. Sería llegar a ser uno «verdugo» y «asesino»... después de haber censurado a los que lo son. Pero se comprende que ciertas situaciones puedan llegar hasta estas situaciones difíciles y ambiguas. Ayúdanos, Señor, a entendernos los unos con los otros. Ayúdanos, Señor, a descubrir el sentido de tu bienaventuranza: «felices los artífices de la paz». A los partidarios de la «violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio... A los partidarios de la «no-violencia» dales vivirla con el sentido y las revisiones que impone el evangelio. Danos a todos, a la vez el sentido de la Justicia y de la Verdad... y el sentido del Amor y de la Paz...
-Si cumples el decreto del rey, recibirás plata, oro y muchos regalos. El compromiso con las situaciones de injusticia conduce a esos chantajes, a esos despropósitos. ¡El dinero! Corruptor de las conciencias.
-Aunque todas las naciones que forman el imperio del rey le obedezcan hasta apartarse cada uno del culto de sus padres... Yo, mis hijos y mis hermanos nos mantendremos en la alianza de nuestros padres. El cielo nos guarde de abandonar la Ley y los preceptos. Incluso si hay guerra santa, la motivación es «religiosa». Se trata de una fidelidad interior a Dios... «mantenerse en la Alianza». Permanecer aliado de Dios. Hacer su voluntad. Y esto a pesar de la presión general dominante: «Aunque todos abandonen a Dios...» ¿Cuál es la situación equivalente, en mi vida?
-Y dejando en la ciudad cuanto poseían, huyeron él y sus hijos a las montañas. Es la prueba decisiva de que ellos no defienden ventajas adquiridas. Huyen al monte. Abandona la vida cómoda. Por fidelidad a Dios (Noel Quesson).
El pasaje de hoy narra los comienzos de la revuelta macabea. Todo empieza cuando un inspector real llega a Modín, lugar de residencia del sacerdote Matatías. El pueblo, situado a unos 30 kilómetros de Jerusalén, ha escapado durante cierto tiempo al control policial; pero finalmente se presenta un emisario real y obliga a hacer un sacrificio, probablemente el conmemorativo del día natalicio del rey (2 Mac 6,7). Invita de manera especial a Matatías por su ascendiente sobre los demás; pero éste se niega rotundamente. Entonces un judío, para evitar posteriores represalias contra el lugar, intenta cumplir las órdenes del rey; Matatías lo mata y mata también al inspector real. El autor aprueba este acto comparándolo con el de Fineés, nieto de Aarón, quien mató a un israelita unido contra la ley con una madianita (Nm 25,7-8). Esta acción supone el paso de la resistencia pasiva a la lucha abierta. Matatías hace una llamada general para irse a la montaña, ya que la situación de Modín, en el terreno ondulado pero no montañoso del Sefelá, era favorable para el ejército real.
Al grupo de Matatías se suman, entre otros, los asideos que parecen formar ya en esta época un partido religioso más o menos estructurado. Son los "piadosos", los que han permanecido fieles a las tradiciones patrias, mientras muchos judíos se han relajado en lo que respecta a la observancia de la ley. Se cree que son los antepasados de los fariseos y los esenios. Entre todos forman un verdadero ejército, no suficiente para enfrentarse abiertamente con el real, pero sí para hacer una auténtica guerra de guerrilla. Pero Matatías, que ya es anciano al comienzo de la revuelta no puede resistir demasiado tiempo esa vida. En sus labios moribundos se pone una especie de testamento espiritual semejante al de Jacob (Gn 49,1-33). El anciano pasa revista a la historia de Israel resaltando la virtud característica de sus principales personajes para demostrar que Dios no abandona a los que luchan por él; acaba con una exhortación al coraje (pasaje que se ha omitido en nuestro texto). Por último designa a sus sucesores. Curiosamente, no nos habla del hijo mayor, Juan; designa a Simón como consejero y encomienda al tercero, Judas, la dirección militar (J. Aragonés Llebaria).
Hasta aquí la exégesis… no comparto lo que hicieron, pero me gustaría tener su fe. Veamos cómo aplicarlo… Leí la historia de una ranita, que relaciona lo leído y la alegoría de “La Caverna” de Platón con lo actual, hasta “Matrix”, pasando por las fábulas de La Fontaine… el lenguaje simbólico es un medio privilegiado para inducir a la reflexión y transmitir las ideas. Se trata de una metáfora usada por Olivier Clerc, que pone en evidencia las funestas consecuencias de la no conciencia del lento cambiar, que infecta nuestra salud, nuestras relaciones, la evolución social y el ambiente. Un condensado de vida y de sabiduría que cada uno podrá plantar en su propio jardín para gozar sus frutos. La ranita que no sabía que estaba cocinandose… Imagínate una cacerola llena de agua fría en la cual nada tranquilamente una pequeña ranita. Un pequeño fuego se enciende bajo la cacerola, y el agua se calienta lentamente. El agua despacio, despacio se va poniendo tibia, y la ranita encuentra esto más bien agradable, y continúa nadando.
La temperatura del agua sigue subiendo... Ahora el agua está caliente, más de lo que la ranita pueda gozar, se siente un poco cansada pero no obstante eso no se asusta. Ahora el agua está verdaderamente caliente y la ranita comienza a encontrar esto desagradable, pero esta muy debilitada, entonces soporta y no hace nada. La temperatura continúa subiendo, hasta cuando la ranita termina simplemente... cocinándose y muriendo.
Si la misma ranita hubiera estado metida directamente en el agua a 50 grados, con un golpe de sus patas inmediatamente habría saltado fuera de la cacerola. Esto demuestra que, cuando un cambio viene de un modo suficientemente lento escapa a la conciencia, y no provoca en la mayor parte de los casos ninguna reacción, ninguna oposición, ninguna revuelta…
Si miramos lo que sucede en nuestra sociedad desde hace algunas décadas, podemos ver que estamos sufriendo una lenta deriva a la cual nos estamos habituando. Una cantidad de cosas que nos habrían hecho horrorizar 20, 30 o 40 años atrás han sido poco a poco banalizadas, y hoy preocupan apenas, o dejan directa y completamente indiferente a la mayor parte de las personas. En nombre del progreso, de la ciencia, y del aprovechamiento, se efectúan continuos ataques a las libertades individuales, a la dignidad, a la integridad de la naturaleza, a la belleza y a la felicidad de vivir.
Lentamente, pero inexorablemente, con la constante complicidad de las víctimas, inconscientes, o quizás incapaces de defenderse. Las negras previsiones para nuestro futuro en vez de suscitar reacciones y medidas preventivas, no hacen más que preparar psicológicamente a la gente para aceptar las condiciones de vida decadentes, y también dramáticas. El martilleo continuo de informaciones por parte de los medios satura los cerebros, que no están ya en condiciones de distinguir las cosas. ¡Conciencia o cocciòn, debemos elegir! Entonces, si no estás como la ranita ya medio cocinad@, da un saludable golpe con tus patas ¡antes que sea demasiado tarde! estamos medio cocinados, ¿O NO? Transcribo aquí el capítulo dedicado a esos protagonistas que escribió el difunto Jesús Urteaga en su principal libro.
EL LIBRO I DE LOS MACABEOS
El cristiano que por ser fiel a Cristo vive la humildad y la mansedumbre, que vive el amor al enemigo, que no admiten rencor ni venganza en su conciencia, que es el más comprensivo de los hombres, debe vestirse con la armadura del guerrero cuando se ataca a la Iglesia de su Dios.
Debes contestar al enemigo en el mismo campo y con las mismas armas con que atacan a la Iglesia. Si lo hacen en el terreno intelectual, con tu prestigio profesional.
Pero si es a sangre y fuego como atacan a tu Madre, a sangre y fuego tienes que defenderla. De lo contrario, no me hables de tu humildad y de tu mansedumbre... Tus falsas virtudes no hacen más que ocultar una vergonzosa cobardía.
Te traigo aquí, lector amigo, el ejemplo de unos hombres -los Macabeos- para que sepas como tienes que comportarte cuando el infierno se levanta contra los hijos de Dios.
“Publicó por todo su reino el rey Antíoco un decreto para que todos formasen un solo pueblo, abandonando cada uno su ley. Todas las naciones se avinieron a la disposici6n del rey Antíoco, y muchos de Israel se sometieron a su servidumbre y sacrificaron a los ídolos y profanaron el sábado. Envió el rey mensajeros a Jerusalén y a todas las ciudades de Judá con órdenes escritas de que siguieran aquellas leyes de pueblos extranjeros, que se suprimieran los holocaustos, los sacrificios y las libaciones en el templo de Dios y que no se celebrase el sábado, ni los días solemnes; y ordenó que se profanase el Santuario y el pueblo santo de Israel. Y mandó levantar altares, templos e ídolos, e inmolar puercos y carnes inmundas; y dejar incircuncisos a sus hijos y manchar las almas de los israelitas con todo genero de impureza y abominación, de suerte que diese al olvido la ley y cambiasen todos los mandamientos de Dios. Que todo el que se negara a cumplir el decreto del rey Antíoco fuera condenado a muerte” (1 M 1, 43-52).
La soberbia, la ambición de poderío hacen de tal rey un pobre diablo en manos del infierno, un pigmeo rebelado contra la ley divina.
Por orden del tirano, el Templo de Jerusalén queda consagrado a Júpiter, y en las más pequeñas aldeas del país se levantan ídolos que pretenden borrar el nombre de Yahvé.
También han llegado a Modín los enviados del rey Antíoco para exigir el cumplimiento del regio decreto. En el pueblo hay un hombre principal:
Matatías, y a él se dirigirán con premura para que su obediencia sirva de ejemplo ante sus hijos, hermanos y amigos. La astucia de la recompensa es tentadora: “Tú y tú casa os contareis entre los amigos del rey, y seréis enriquecidos con oro y plata y otras mercedes”.
Se hace urgente la contestación del hombre que orienta al pueblo con su conducta. Es preciso que haya un hombre que dé criterio ante la disyuntiva: la deserción a la ley de Dios, o la muerte.
Tal vez se entienda hoy también que en tales casos sólo cabe adoptar una de esas dos posiciones. ¡No! La injusticia no se limpia con un encogimiento de hombros, sino imponiendo la justicia. Hay -para estos casos tan claros- una valiente posición: la que adoptó Matatías.
“Aunque todas las naciones obedezcan al rey Antíoco y se aparten del servicio a la ley de sus padres. y se sometan a vuestros mandatos. yo y mis hijos y mis hermanos serviremos a la ley de nuestros padres. Que Dios está con nosotros; no abandonaremos la ley y los mandamientos de Dios. No prestaremos atención a las órdenes del rey Antíoco ni haremos sacrificios que quebranten los mandamientos de nuestra ley para caminar por otro camino”. (1M 2, 19-22).
No todos entre el pueblo son fuertes y valerosos.
Los hay pusilánimes, muy dados a estar a bien con su Dios cuando las obligaciones que impone a sus servidores resultan fáciles de cumplir, pero poco preparados a servirle cuando el servicio puede teñirse de sangre. Y así que Matatías terminó su pregón de combate, se adelantó un judío a la vista de todos para sacrificar a los ídolos en el altar que había en Modín, según el decreto del rey. Al verlo Matatías, se indignó, sus entrañas se estremecieron y, encendido en justa ira, corrió hacia él y le degolló sobre el altar. Al mismo tiempo mató al enviado del rey que obligaba a hacer los sacrificios, y derribó el altar. Así mostró su celo por la ley, como había hecho Fines con Zambra, hijo de Salóm» (1M 2, 23-26).
La rebelión de los que no tienen más que un Dios se ha iniciado. El pueblo elegido por Yahvé, a pesar de todos sus desvaríos a lo largo de la Historia, ha sabido mantenerse siempre en el monoteísmo, resistiendo todas las influencias politeístas de los pueblos vecinos. Ese ha sido el objeto de la elección, e Israel será fiel a su promesa. La voz potente de Matatías se deja escuchar en todos los rincones de aquella tierra de profetas y de reyes y se estremecen, por el grito las entrañas sin vida de los ídolos: “Todo el que sienta el celo de la ley y sostenga la alianza, que me siga” (1M 2, 27). Y abandonando cuanto tenía en la ciudad, se refugiaron en los montes con sus mujeres, sus hijos y sus ganados. Algunos bajaron al desierto para esconderse.
Las fuerzas del rey Antíoco inician su dura persecución. Conocen las costumbres de los rebeldes, y atacarán precisamente en sábado -el día que la ley inmoviliza a sus observadores por el descanso obligatorio-. Los refugiados en los escondrijos del desierto, por no profanar el reposo sabático, no lanzaran una piedra, ni siquiera obstaculizaría la entrada de sus enemigos en sus cuevas. “Acometidos en día de sábado, murieron ellos, sus mujeres, sus hijos y sus ganados, hasta mil hombres” (1M 2, 38).
El viejo Sacerdote y sus amigos, al enterarse del suceso, se dolieron grandemente por la actitud tomada: “Si todos hiciéramos como han hecho nuestros hermanos, no luchando contra los gentiles por nuestras vidas y nuestras leyes, pronto nos exterminaran de la tierra”. Aquel mismo día tomaron esta resolución: “Cualquier hombre que en día de sábado venga a pelear con nosotros será combatido. Y ninguno nos dejaremos matar como nuestros hermanos en sus escondrijos” (1M 2, 40-41).
La escritura va dejando caer entre líneas la alabanza a la rebelión de los fieles de Yahvé: “Matatías y los suyos fueron derribando altares a su paso” (1M 2, 45).
Pronto morirá el valeroso anciano, mientras les exhorta a continuar la lucha comenzada. “Dad a los gentiles su merecido y observad los preceptos de la ley” (1M 2, 68).
Le sucederá Judas Macabeo, el valiente que “en sus luchas se hizo semejante al león y fue como cachorro que ruge en busca de su presa”. (I M 2, 4).
Los primeros tiempos del mando los dedicara a la organización. Era preciso adiestrar a sus hombres para el combate, prescindiendo de cuanto supondría estorbo en un campo de batalla. Por lo cual: “a los que estaban construyendo sus casas, verificando sus bodas o plantando viñas, y a los tímidos, les dijo que volvieran cada uno a su propia casa, conforme ordenaba la ley”(1M 3, 56). Y a sus guerreros: “Preparaos y portaos como valientes, y estad dispuestos al amanecer para luchar contra los gentiles que se han reunido contra nosotros y quieren destruirnos a nosotros y a nuestro Templo. Mejor nos es morir en el combate que ver la ruina de nuestro Templo y de nuestro pueblo. Pero hágase lo que sea la voluntad del cielo” (1M 3, 58-60).
“Aquel día Israel alcanzó una gran victoria” (1M 4, 25).
Judas se hará con la espada de Apolónio. Judas destrozara al ejército de Serón.
Judas dará muerte a 3.000 hombres de las fuerzas de Gorgías.
Judas obligara a Lisias a interrumpir la campaña. Judas colgara la cabeza de Nicanor en las puertas de Jerusalén.
Judas será el hombre que salvará del oprobio al pueblo de Israel.
Y cuando llegue la hora de su muerte, morirá como un valiente.
El rey Demetrio envió un fuerte “ejercito frente a Jerusalén. Veinte mil hombres de infantería y dos mil caballos al mando de Baquides, se dirigen a Berea. Judas les aguarda en Elasa. No tiene más que tres mil hombres. Muchos se asustan al comprobar el enorme número de los atacantes; temen y huyen: Judas Macabeo se queda con ochocientos, y entre estos hay quienes le persuaden a la retirada. El valeroso jefe propone el ataque: “Dios me libre de huir de ellos. Si nuestra hora esta próxima, muramos con valor por nuestros hermanos y no manchemos nuestra honra” (1M 10, 16). Judas muri6 en el combate.
Jonatan y Simón tomaron a su hermano Judas y le enterraron en la sepultura de sus padres, en la ciudad de Modin.
“Todo el pueblo de Israel le lloró con gran duelo y durante muchos días se guardo luto. Todos decían: “Cómo cayó el valiente; era la salvación del pueblo de Israel”
“Por lo demás no pueden escribirse las guerras de Judas ni la magnitud de sus hazañas: su numero es demasiado grande para ello” (1M 9, 19-22).

Quien quiera ser fiel al Señor no puede quedar esclavo de lo pasajero; y por salvar su vida no puede vivir adulando a los poderosos. La Palabra de Dios ha de ser proclamada con toda valentía; y el anuncio de la misma no puede hacerse sólo con los labios, sino, de un modo especial, con una vida intachable. Cristo, mediante su muerte, dio muerte en nosotros al pecado y a la misma muerte. La vida de quienes creemos en Él debe ser una continua lucha contra el espíritu de maldad que se ha posesionado del mundo. No podemos satanizar nuestro mundo; pero no podemos cerrar los ojos ante tantas manifestaciones de maldad en el mismo, como son las guerras, la corrupción de inocentes, la distribución ilícita de enervantes, el crecimiento de vicios que embotan las mentes de las personas desde su más tierna edad. Si quienes creemos en Cristo no somos capaces de luchar para que el Evangelio de Dios llegue a todos y la fe en Cristo libere al hombre de sus males, ¿qué sentido tiene creer en el Señor? ¿A qué somos capaces de renunciar por el Reino de Dios entre nosotros? ¿Acaso queremos creer en Cristo de un modo hipócrita, arrodillándonos ante Él mientras continuamos esclavos de nuestra maldad? Seamos sinceros con la fe que profesamos. No queramos diluir la Palabra de Dios para ganar favores, oro, plata y muchos regalos de los poderosos. Seamos fieles al Señor, aun cuando por ello tengamos que caminar con las manos vacías de bienes pasajeros, pero con el corazón lleno de Aquel que, siendo nuestro Padre, nos dice como a san Ignacio de Antioquía: ¡Ven a Mi!

2. Sal 49. Este salmo, como el anterior, es un salmo de instrucción, no de oración ni de alabanza. Dios se dirige aquí, por medio del salmista, a los que tenían un falso concepto de la religión, para hacerles ver que no se complace en los sacrificios del culto ni en el cumplimiento externo de la ley, mientras no se cumple de corazón lo que El ha ordenado. Aquí tenemos: I. La gloriosa manifestación del Soberano que da leyes y convoca a juicio (vv. 1-6). II. La exhortación a los adoradores de Dios, para que conviertan sus sacrificios en oraciones (vv. 7-15). III. La reprensión a los que albergan la pretensión de que adoran a Dios, pero viven en desobediencia a sus mandatos (vv. 16-20); se les lee la sentencia (vv. 21, 22), y se amonesta a todos a que consideren su conducta tanto como sus devociones (v. 23). Es un salmo de Asaf.
Versículos 1-6. Es probable que Asaf, el principal director de música del santuario, no sólo pusiera música a este salmo, sino que lo compusiera él mismo, aun cuando no puede asegurarse, ya que el título no indica necesariamente autoría. En tiempo de Esquías, alababan a Yahweh «con las palabras de David y de Asaf vidente» (2 Cr. 29,30).
1. Convocación general, por orden del Rey de reyes (v. 1): «El Dios de los dioses, Yahweh (o Dios, el Dios Yahweh) ha hablado y ha convocado a la tierra. » El Soberano del Universo, Todopoderoso y fiel cumplidor de su promesas, convoca a todos con esta proclamación solemne que ya se sugiere en esa acumulación de nombres divinos.
2. Reunidos ya los convocados, el Juez toma asiento. Así como, cuando dio Dios la Ley a Israel en el Sinaí, leemos que «resplandeció desde el monte de Parón» (Dt. 33:2), así también cuando viene a reprender a Israel por su hipocresía, se dice aquí:
(A) Que ha resplandecido desde Sión (v. 2); como ahora estaba establecido el oráculo en Sión, desde allí eran pronunciados sus juicios sobre aquel pueblo provocador; y Dios, cuya morada está en Sión, puede ser considerado como resplandeciendo desde Sión. También desde Jerusalén había de comenzar a ser predicado el Evangelio (Lc 24,47; Hch 1; 8). Sión es llamada aquí (v. 2) dechado de hermosura (lit. perfección de hermosura), no sólo por ser el monte santo, donde estaba el santuario, sino incluso por su situación geográfica (comp. con 48,2).
(B) Que vendrá, y no callará, sino que mostrará su desagrado hacia ellos, hasta que, un día, sea derribado el muro de separación de la ley ceremonial. Esto lo va a declarar ahora. A los que no quieren dar oídos a su ley, les hará escuchar su juicio.
3. Convocación a los acusados (v. 5): Juntadme mis santos. El vocablo hebreo es jasiday, porque Dios había hecho su pacto con Israel como una señal de su especial amor misericordioso (hebreo, jesed) hacia ellos. Al disfrutar de tan singular privilegio, su responsabilidad era también singular; por eso, la cuenta que se les pide va acompañada de especial severidad a causa de la infidelidad de ellos. Por el pacto de la redención (v. 2 Co 5,19), Dios extiende su propósito de reconciliación a todo el mundo, no sólo al pueblo de Israel. Todos los creyentes son ahora linaje escogido, regio sacerdocio y nación santa (1 P 2,9, comp. con Ex 19,6).
4. Se predice el resultado de este solemne proceso (v 6): «Los cielos declararán su justicia»; los mismos cielos que han sido convocados a testificar en el proceso (v. 4), los mismos cielos que cuentan la gloria de Dios, es decir, el poder y la sabiduría del Creador (19,1), van a declarar ahora la justicia de Dios, porque Dios mismo es el juez (v. 6b). Y, como en 19:3, los cielos no necesitarán palabras para que en todas partes se oiga su voz.
Versículos 7-15. Dios se dirige aquí a los que, en su religión, ponían todo el énfasis en la observancia exterior de la ley ceremonial, pensando que eso bastaba. Les instruye explícitamente sobre la clase de sacrificios que, ante todo, requiere de ellos: Los sacrificios de oración y alabanza que, aun bajo la Ley, tenían la precedencia sobre los holocaustos y demás sacrificios legales y que, ahora, en la dispensación de la gracia, los han sustituido completamente. Aquí (vv. 14, 15) les muestra lo que es bueno y lo que Yahweh requiere de ellos y le es aceptable. También para nosotros tienen aplicación estas demandas, pues, (A) hemos de confesar nuestros pecados y arrepentimos de ellos (v. 1 Jn. 1:9), lo que el salmo (v. 23) llama «ordenar el camino», pues «Dios no desprecia el corazón contrito y humillado»; ese es el verdadero «sacrificio para Dios» (51:17). (B) Hemos de dar gracias a Dios por los beneficios que de El recibimos:
«Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias» (v. 14, mejor que «de alabanza»), y esto «agradará a Yahweh más que sacrificio de buey, o becerro con cuernos y pezuñas» (69,30,31). (C) Hemos de tomar conciencia de la obligación que tenemos de cumplir nuestros votos al Altísimo (v 14b), lo cual no se limita a lo que, a este respecto, mandaba la ley (v. Lv. 7,16), sino que se extiende a todas nuestras obligaciones del pacto que nos liga a Dios. (D) Hemos de orar a Dios constantemente, pero Dios se refiere a continuación (v. 15) a circunstancias especiales: «Invócame (cuando hayas cumplido las condiciones del versículo 14) en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.»
Dios pide (vv 14-15) ese amor, que suspiraba S. Teresita: “¡La ciencia del amor! ¡Sí, estas palabras resuenan dulcemente en los oídos de mi alma! No deseo otra ciencia. Después de haber dado por ella todas mis riquezas, me parece, como a la esposa del Cantar de los Cantares, que no he dado nada todavía... Comprendo tan bien que, fuera del amor, no hay nada que pueda hacernos gratos a Dios, que ese amor es el único bien que ambiciono.
Jesús se complace en mostrarme el único camino que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor apacentará como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».
Sí, madrina querida, ante un lenguaje como éste, sólo cabe callar y llorar de agradecimiento y de amor... Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de tu Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud, como dijo en el salmo XLIX: «No aceptaré un becerro de tu casa ni un cabrito de tus rebaños, pues las fieras de la selva son mías y hay miles de bestias en mis montes; conozco todos los pájaros del cielo... Si tuviera hambre, no te lo diría, pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros, beberé sangre de cabritos?... Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias».
He aquí, pues, todo lo que Jesús exige de nosotros. No tiene necesidad de nuestras obras, sino sólo de nuestro amor. Porque ese mismo Dios que declara que no tiene necesidad de decirnos si tiene hambre, no vacila en mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed... Pero al decir: «Dame de beber», lo que estaba pidiendo el Creador del universo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor...”
El Señor nos llama a juicio. Él nos confió el anuncio de su Palabra y nosotros no podemos defraudarlo. Él ordena que congreguen ante Él a quienes sellaron sobre su altar su Alianza. No podemos proceder en la presencia de Dios como hojas que mueve el viento al retortero. Nuestros pasos van, con seguridad y firmeza, tras las huellas de Cristo. Por eso, a pesar de las críticas, persecuciones, burlas y amenazas de muerte, hemos de vivir fieles al Señor. Dios ha hecho con nosotros una Alianza: Hacernos hijos suyos por nuestra unión en la fe a su único Hijo, Jesús. Dios vela por nosotros como un Padre. Nosotros escuchamos su voz y, tanto la ponemos en práctica, como la anunciamos desde nuestra experiencia personal con el Señor. No sólo demos culto al Señor y pensemos que ya con eso hemos cumplido con nuestro compromiso de fe; cumplamos con amor sus enseñanzas y proclamémoslas tanto con las palabras, como con las obras, que nos hagan ser un signo del amor de Dios para los demás, especialmente para con los pecadores, los pobres y desvalidos. Entonces podremos decir que en verdad Dios nos librará cuando lo invoquemos; y nosotros, con una vida así, le daremos gloria agradecidos.

3. Lc 19, 41-44. a) Jesús lloró una vez por la muerte de su amigo Lázaro. Hoy nos lo describe Lucas llorando por Jerusalén, previendo su ruina. Después del largo camino desde Galilea a la capital, en vez de prorrumpir en cantos de gozo -"¡qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!"-, a Jesús se le saltan las lágrimas. Su ciudad preferida no ha sabido "comprender en este día lo que conduce a la paz", "no reconociste el momento de mi venida", y no sabe que se acerca la gran desgracia. La destrucción que, en efecto, le acarrearon las tropas de Vespasiano y Tito el año 70.
b) ¿Qué resumen podría hacer Jesús de nuestra historia? ¿tendría que lamentarse porque tampoco nosotros hemos "reconocido el momento de su venida"?, ¿o nos alabaría porque le hemos sido fieles? Todos podríamos aprovechar mejor las gracias que nos concede Dios. Ayer se nos decía lo de las monedas de oro que deben producir beneficios. Hoy se nos pone delante, para escarmiento, la imagen de un pueblo que no ha sabido abrir los ojos y comprender el momento de la gracia de Dios. Dentro de pocos días iniciaremos un nuevo año con el Adviento. Una y otra vez se nos dirá que hemos de estar vigilantes, porque Dios viene continuamente a nuestras vidas, y es una pena que nos encuentre dormidos, bloqueados por preocupaciones sin importancia, distraídos en valores que no son decisivos. ¿Dejaremos escapar tantas oportunidades como nos pone Dios en nuestro camino, oportunidades que nos traerían la verdadera felicidad? No pensemos tanto en si Jesús lloraría hoy por la situación de nuestro mundo. Pensemos más bien en si cada uno de nosotros le estamos correspondiendo como él quisiera, o le estamos defraudando (J. Aldazábal).
El evangelio de hoy ofrece una escena que sólo transmite el evangelio de Lucas. Esta escena se sitúa en la ladera del monte de los Olivos, junto a Jerusalén. La vista que se tiene de la ciudad es espléndida. Lo que aparece en primer plano es la silueta imponente del templo y la puerta dorada que da al este. En ese escenario magnífico, después de haber hecho un recorrido en borrico desde Betania, Jesús contempla la magnificencia de la ciudad y prorrumpe, llorando, en una lamentación. Aunque algunos han calificado esta lamentación como un vaticinio "post eventu", hay muchas probabilidades de que sea atribuible al Jesús histórico. Se ha querido ver en la referencia a la paz una alusión al nombre de la ciudad. Según algunas etimologías populares, Jerusalén significaría "ciudad de la paz". El vaticinio de Jesús resulta paradójico. La que estaba llamada a ser símbolo de paz será escenario de devastaciones y guerras. Se dice que la ciudad de Jerusalén ha sido "tomada" más de 20 veces en la historia, siempre debido a guerras religiosas…
En el marco teológico de Lucas, si Jesús llora sobre Jerusalén es porque para Lucas existe una continuidad entre el judaísmo y el cristianismo. Jesús no ha venido a destruir el viejo pueblo sino a reconstruirlo. En el tercer evangelio no hay propiamente una entrada triunfal en la ciudad de Jerusalén. El contacto con ella se establece a través de esta contemplación desde el monte de los Olivos.
Jesús llora sobre Jerusalén... No es la única vez que Jesús llora. El Evangelio no parece ser de la teoría de los que dicen que "los hombres no lloran". O quizá es que Jesús no corresponde al cliché típico del varón de la cultura machista. Jesús tiene sentimientos y no los oculta, no se avergüenza de llorar.
La ciudad santa no logra "conocer el camino que conduce a la paz", está ciega. Como ciudad y como ciudad capital se ha convertido en el centro de la explotación económica de la población, siguiendo un camino que en vez de acercar aleja la paz. La ciudad será destruida, por no haber querido reconocer en la venida de Jesús la ocasión para cambiar y convertirse en constructora de verdadera paz, siguiendo el llamado de Jesús (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).
Jerusalén ha conocido la visita salvífica de Dios en Jesús. Pero la ha rechazado. Ya no se le ofrece otra oportunidad. Yo sólo queda que se manifiesten las consecuencias de este rechazo, ya sólo queda la destrucción como herencia. Jesús llora por su ciudad. Son lágrimas de compasión. Y lágrimas de impotencia. Ha hecho todo lo posible por la paz de la ciudad (cf. 13.34-35). El poder de Dios se ha hecho amor y debilidad en Jesús. Pero ese poder ha chocado contra la dureza del corazón humano. Dios prefiere "llorar de impotencia en Jesús antes que privar al hombre de su libertad" (Stöger). Este llanto es todavía llamamiento, aunque inútil también, a la conversión. Aceptar a Jesús es el camino para la paz. Rechazarlo es la ruina. Sólo en él está la salvación (cf. Hch 4. 12).
Rechazando a Cristo, al ignorar el verdadero sentido de su paz mesiánica, Jerusalén se ha convertido en una simple ciudad de la tierra. Ha perdido el carácter de signo salvador y se define exclusivamente en función de un extremismo político, representado en su lucha contra Roma. Por eso ha sucumbido en la guerra del 70 d. de C.
Esta sentencia no se ha cumplido inmediatamente. El rechazo de Jerusalén ofrece una larga historia; ha recibido la palabra de Jesús, el testimonio de los primeros cristianos, el mensaje de S. Pablo (Hch 21ss). Todo ha sido en vano. Jerusalén termina estando sola abandonada de Dios y de la Iglesia. De esa forma, la vieja ciudad de la esperanza del A.T. y del camino de Jesús hacia su Padre, se ha venido a convertir en un montón de ruinas.
Desde ahora la salvación se desliga de sus viejas raíces palestinas y se encuentra en el camino de Jesús que desde el Padre envía sus discípulos al mundo. Estas palabras de Jesús contra Jerusalén, con su posible fondo histórico y su recuerdo de meditación eclesial, constituyen una de las metas de la obra de S. Lucas. Donde la salvación se ha preparado y ofrecido de un modo más intenso, la ruina y el rechazo vienen a ser más dolorosos. Subiendo hacia su Padre, en medio de la tierra, Jesús llora sobre el fondo de las ruinas de su pueblo muerto (19. 41). Son pocas las imágenes más evocadoras que ésta. Teniéndola en cuenta podemos fijar dos conclusiones generales: a) Como un hombre que ha surgido a la existencia desde el fondo de esperanza y crisis de Israel, Jesús ama a su pueblo. Le ama de una forma violenta y dolorosa, de tal modo que el rechazo de los suyos constituye una de las bases de su pasión sobre la tierra. Este dolor puede tomarse como fuente de consuelo para aquéllos que sufren de igual forma por la suerte de sus propios pueblos.
b) Una muerte o destrucción puede tener varios sentidos. Para la Iglesia, la muerte de Jesús, aceptada en un ámbito de obediencia, se ha convertido en fundamento de gloria y salvación. Por el contrario, la caída de Jerusalén, interpretada a la luz de su rechazo, se ha convertido en reflejo de una condena. Toda muerte puede recibir estos sentidos: lleva con Cristo a la Pascua o con Jerusalén hacia el fracaso (com., edic. Marova).
Un Evangelio como éste ha mantenido el antisemitismo de muchos cristianos y de la misma Iglesia a lo largo de los siglos. El horror que despertaron los campos nazis terminó, sin duda, con él; pero cabe preguntarse si la fe no tenía algo que hacer en este terreno. Conmovidos por la odiosa persecución de los judíos, los cristianos no razonan quizá suficientemente su emoción en nombre de su fe y del sentido que hay que dar a la permanencia del pueblo judío al lado del cristianismo. Si es verdad que la Iglesia de Jesucristo es "el Israel de los últimos tiempos", si es verdad que los apóstoles eran todos judíos así como la mayor parte de los miembros de las primeras comunidades cristianas, es igualmente cierto que el pueblo judío, tanto en sus representantes como en sus estructuras, rechazó la salvación mesiánica que le ofrecía Jesús de Nazaret. ¿Por qué? Porque Israel no entró en esa conversión suprema que Jesús exigía de él para convertirlo en instrumento de su misión universal; porque no renunció a sus "privilegios" de pueblo elegido o, más exactamente, a la idea falsa que él se hacía de dicha elección. Siendo así que su elección era tan solo una elección en Jesús de Nazaret, mediador de la salvación de la humanidad, el pueblo judío vio ahí una cualificación para reivindicar de Dios un puesto aparte en el Reino que iba a venir. Y la observancia de la ley le parecía que era un título para la salvación, siendo así que la ley, en cuanto tal, solo podía conducir a la muerte.... El pueblo judío rechazó a Jesús por no haber llevado la pobreza hasta esperar todo de Dios salvador, comprendida esta cualidad de ver que quien solo podía ofrecerle la salvación era el Verbo encarnado. Sin embargo, la permanencia del pueblo judío a través de los siglos va a plantear necesariamente un problema fundamental a la conciencia de la Iglesia. Ya San Pablo se pregunta por el destino de este pueblo que es el suyo; en la carta a los romanos manifiesta su convicción de que el pueblo judío se convertirá cuando todas las naciones hayan entrado en la Iglesia. En efecto: la entrada efectiva de todas las naciones en la Iglesia volverá el signo eclesial de salvación tan convincente que un pueblo tan fiero de su originalidad indestructible como es el pueblo judío cederá ante la magnitud de la bondad divina. Pero, como contrapartida, la Iglesia se encuentra constantemente ante la exigencia de ser plenamente fiel a su propio misterio que San Pablo definió como el misterio de la reconciliación de los judíos y de las naciones, alcanzada en la sangre de Cristo. La existencia del pueblo judío es para la iglesia una especie de invitación a esta fidelidad esencial a la ley de la caridad universal. En la medida en que muestra el verdadero aspecto de su catolicidad y su diversidad multiforme es reconocida como tal, ella está realmente disponible para dialogar con el pueblo judío. Por el contrario, en la medida en que la Iglesia se encierra en sí misma y limita sus horizontes ligándose demasiado exclusivamente a tal o cual universo cultural, ella se cierra a este diálogo y germina en ella el antisemitismo, porque la única manera de crearse una conciencia tranquila es entonces suprimir al testigo que molesta (Maertens-Frisque).
-Jesús se acercaba a Jerusalén, y al verla... El viaje hacia Jerusalén se está acabando. Desde Jericó Jesús ha hecho ya los veinte kilómetros de cuesta. Llegado a Betania, El mismo organizó el modesto triunfo de los ramos (Lucas, 19, 29-40). En el marco mismo de ese acontecimiento se sitúa la escena relatada por Lucas, Marcos y Mateo. Desde las alturas de Betania, se domina el espléndido paisaje de Jerusalén. La magnífica ciudad está allí extendida a nuestros pies... las casas apiñadas unas contra otras sobre el rocoso espolón que limitan el valle de Cedrón y la Geena... las sólidas murallas que protegen la ciudad, dicha «inexpugnable»... El Templo del Dios viviente, en el centro de Jerusalén, resplandeciente con sus columnas de mármol, y el techo de oro fino. Era en ese lugar de su camino donde los peregrinos llenos de entusiasmo entonaban el Salmo 121: «Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor, Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén: Jerusalén, ciudad bien construida, maravilla de unidad... Haya «paz» en tus muros y en tus palacios, días espléndidos. Por amor de mis hermanos y amigos, diré: «¡La paz contigo!». Por amor de la casa del Señor, nuestro Dios, yo os auguro la felicidad» . Esto es lo que Jesús oye cantar a su alrededor.
-Jesús lloró... Le contemplo. Contemplo las lágrimas en su rostro y su apretar los labios para retenerlas, sin lograrlo. Esas lágrimas manifiestan la impotencia de Jesús. Trató de «convertir» Jerusalén, pero esa ciudad, en conjunto, le resistió, y lo rechaza: dentro de unos días Jesús será juzgado, condenado, y ejecutado...
-¡Si también tú, en ese día, comprendieras lo que te traería la «paz»! Era el deseo del Salmo. Era el nombre mismo de Jerusalén: «Ciudad de la Paz». Jesús sabe que el aporta la expansión, la alegría, la paz a los hombres. Pero se toma en serio la libertad del hombre y respeta sus opciones: más que manifestar su poder, llora y se contenta con gemir... «Si comprendieras...»
-Pero, por desgracia, tus ojos no lo ven. La incredulidad de Jerusalén, es símbolo de todas las otras incredulidades... La incredulidad de aquel tiempo, símbolo de la incredulidad de todos los tiempos... Jerusalén está ciega: no ha «visto» los signos de Dios, no ha sabido reconocer la hora excepcional que se le ofrecía en Jesucristo. Jerusalén crucificará, dentro de unos días, a aquél que le aportaba la paz. No reconociste el tiempo de la visita de Dios ¡Admirable fórmula de ternura! Era el tiempo de la «cita» de amor entre Dios y la humanidad. Esa visita única, memorable, se desarrollaba en esa ciudad única en toda la superficie de la tierra. «Y Jerusalén, ¡tú no compareciste a la cita!» Pero ¿estoy yo, a punto HOY para las «visitas» de Dios? De cuántas de ellas estoy ausente también por distracción, por culpa, por ceguera espiritual!... por estar muy ocupado en muchas otras cosas.
-Días vendrán sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos, y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Cuando Lucas escribía eso, ya había sucedido: en el 70, los ejércitos de Tito habían arrasado prácticamente la ciudad... esa hermosa ciudad que Jesús contemplaba aquel día con los ojos llenos de lágrimas... (Noel Quesson).
Jesús nos visita, en nuestro interior, en la Iglesia y en sus sacramentos, como animaba S. Ambrosio a las vírgenes: “La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré, hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser?
”Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angula, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella.
”La que así busque a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá abandonada por Él; más aún, será visitada por Él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo”.
Ojalá y hoy aprovechemos la oportunidad que hoy Dios nos da, y que nos puede conducir a la paz. Ojalá y escuchemos hoy la voz del Señor y no endurezcamos ante Él nuestro corazón. No cerremos nuestros ojos ante el gran amor misericordioso que el Señor nos ha manifestado. Pues Él, a pesar de que éramos pecadores, dio su vida por nosotros. Y con eso nos está manifestando cuánto nos ama. No podemos quedarnos con la mirada sólo puesta en las cosas pasajeras; no dejemos que ellas emboten nuestra mente ni nuestro corazón. Abramos los ojos ante la vocación a la que Dios nos llama; contemplemos a su Hijo que, después de padecer por su fidelidad amorosa al Padre Dios y a nosotros, ahora vive para siempre, reinando sentado a la diestra del mismo Padre Dios. Hacia allá se encaminan nuestros pasos. Si creemos en Cristo, nos hemos de hacer uno con Él; hemos de vivir conforme a su Vida en nosotros; y hemos de actuar dejándonos conducir por su Espíritu, que habita en nosotros como en un templo. Mientras aún es tiempo; mientras aún es de día, trabajemos esforzadamente para que el Reino de Dios llegue a su plenitud entre nosotros, antes de que se apaguen nuestros ojos y que, ya no habiendo más oportunidad, en lugar de ser parte de la Construcción de la Jerusalén celeste, nos derrumbemos irremediablemente por no haber aprovechado el día y el año de Gracia del Señor en nosotros. En esta Eucaristía el Señor se nos convierte en una nueva oportunidad que nos da para unirnos a Él. Él no quiere que sólo nos quedemos contemplándolo; Él quiere hacer su morada en nosotros para que seamos convertidos en un instrumento de su amor para todos los hombres. Por eso hemos de escuchar su Palabra con actitud de discípulos fieles, que no sólo entienden el mensaje de Dios, sino que son los primeros en vivirlo. La Iglesia de Cristo, unida a su Señor, no sólo es consciente de su presencia entre nosotros; es consciente, también, de que el Señor la ha convertido en presencia suya en el mundo. Por eso la Comunión de Vida con el Señor, fortalecida día a día en la Celebración Eucarística, debe hacer resplandecer a la Iglesia con la misma luz de Cristo para todos los pueblos. No seamos de aquellos que, habiéndose acercado a la luz, continúan en sus maldades y pecados, convirtiéndose en ocasión de escándalo para los demás. Si vivimos nuestra unión con el Señor seamos luz para nuestros hermanos, como Él lo es para con nosotros. ¿Trabajamos constantemente por erradicar el mal en el mundo? Si hemos tomado ese compromiso de Cristo como nuestro, no podemos actuar con violencia tratando de hacer que los demás se unan a Cristo y le permanezcan fieles por la fuerza. Erradicar el mal que hay en el mundo significa que la Iglesia de Cristo vive, cada día de un modo más perfecto, el mensaje de salvación que su Señor le ha confiado. Y lo vive en los diversos ambientes en que se desarrolle la existencia de los diversos miembros que la conforman. Así va actuando con el silencio efectivo de quien se ha convertido, por la presencia del Espíritu Santo en su interior, en fermento de santidad en el mundo. Ojalá y nuestro compromiso con el Señor vaya un poco más allá, preparándonos adecuadamente para colaborar en las diversas acciones pastorales y de catequesis en sus diversos niveles, para que no sólo demos testimonio con nuestra vida, sino para que, con nuestras palabras, colaboremos para que el anuncio del Evangelio y la profundización en el mismo, haga que el Señor sea cada vez más conocido, para ser cada vez más amado. Así, realmente, todos podremos aprovechar la oportunidad que Dios nos da para alcanzar la perfección en Cristo. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivirle fieles y de proclamar su Nombre a todas las naciones mediante nuestras palabras y, sobre todo, mediante una vida y conducta intachables. Amén (www.homiliacatolica.com).

domingo, 5 de junio de 2011

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el

SÁBADO DE LA SEXTA SEMANA DE PASCUA: vemos hoy la recomendación de pedir en nombre de Jesús, rezar es el fundamento de toda actividad: así se hace el Reinado de Jesús en paz y amor

Hechos de los apóstoles 18, 23-28: 23Pasó allí algún tiempo y marchó recorriendo una tras otra las regiones de Galacia y Frigia, y confortaba a todos los discípulos.
24Un judío llamado Apolo, de origen alejandrino, hombre elocuente y muy versado en ls Escrituras, llegó a Efeso. 25Había sido instruido en el camino del Señor. Hablaba con fervor de espíritu y enseñaba con esmero lo referente a Jesús, aunque sólo conocía el bautismo de Juan. 26Comenzó a hablar con libertad en la sinagoga. Al oírle Priscila y Aquila le tomaron consigo y le expusieron con más exactitud el camino de Dios. 27Como deseaba pasar a Acaya, los hermanos le animaron y escribieron a los discípulos para que le recibieran. Cuando llegó fue de gran provecho, con la gracia divina, para los que habían creído, 28pues refutaba vigorosamente en público a los judíos demostrando por las Escrituras que Jesús es el Cristo.

Salmo responsorial: 46, 2-3.8-9.10 Dios es el Rey del mundo. 2Pueblos todos, batid palmas, / aclamad a Dios con gritos de júbilo; / 3porque el Señor es sublime y terrible, / emperador de toda la tierra.
8Porque Dios es el rey del mundo: / tocad con maestría. / 9Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado.
10Los príncipes de los gentiles se reúnen / con el pueblo del Dios de Abrahán; / porque de Dios son los grandes de la tierra, / y él es excelso.

Evangelio según san Juan 16, 23-28: En verdad, en verdad os digo: si algo pedís al Padre en mi nombre, os lo concederá. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.
Os he dicho estas cosas por medio de comparaciones. Llega la hora en que ya no os hablaré por comparaciones, sino que abiertamente os anunciaré las cosas acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.

Comentario: 1. Comienza el tercer viaje apostólico de Pablo. Procedente de Éfeso, desembarcó en Cesarea, subió a saludar la Iglesia de Jerusalén y bajó a Antioquía... Luego, recorrió Galacia y Frigia. -Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Así se extiende el evangelio: por un viajero que se desplaza por asuntos de su oficio. Mi trabajo, ¿es para mí ocasión de ser tu testigo, Señor? -Era un hombre elocuente, versado en las Escrituras; y con fervor de espíritu hablaba y enseñaba lo referente a Jesús, si bien conocía solamente el bautismo de Juan. En esa Iglesia primitiva no existen todavía las distinciones que ahora nos son familiares. Apolo no ha esperado a tener la verdad total para hablar de Jesús. Sólo conoce una parte, ¡se quedó en lo del bautismo de Juan Bautista! Pero da a conocer lo que sabe. También para mí el descubrimiento de Jesucristo es sin duda muy imperfecto. Ayúdame, Señor, a hablar de Ti lo mejor que pueda, con mis propias palabras. Ayúdame, Señor, a saber reconocerte en las palabras y en la vida de aquellos que te conocen aún imperfectamente.
-Habiéndolo oído, Priscila y Aquila lo tomaron consigo y le expusieron más exactamente el «camino» que lleva a Dios. Un hogar cristiano, unos laicos cristianos se encargan de Apolo para ayudarle a avanzar en su fe. ¡Descubrir el "camino que conduce a Dios"! Señor, pon cerca de los que andan buscando, a laicos cristianos capaces de prestar ese servicio: ser un punto de referencia en el camino que conduce hasta Ti. ¿Hay a mi alrededor quienes andan buscando? ¿Les presto atención? ¿Cómo es mi plegaria?
-Queriendo Apolo ir a Grecia, los hermanos le animaron a ello y escribieron a los discípulos para que le hicieran una buena acogida. Decididamente, ¡la labor apostólica marcha! Y se pone de relieve la importancia de la «acogida». Un grupo no es verdaderamente cristiano si no permanece «abierto». Una comunidad cristiana no es un Club, reservado al que «presenta el carnet de socio». Corinto dará acogida a un cristiano procedente de Alejandría y de Éfeso. ¿Cómo son acogidos los extraños en nuestras comunidades?
-Una vez allí, fue de gran provecho a los creyentes, con el auxilio de la gracia, porque demostraba por las Escrituras que Jesús era el Mesías, el Cristo. Llegará a tener tanto éxito en Corinto, que provocará incluso clanes en torno a su nombre: «yo, soy de Apolo... yo, soy de Pablo...». Por el momento, san Lucas se regocija de la elocuencia de Apolo. Y da gracias a Dios por la calidad de sus sermones. Señor, ayúdanos a poner nuestras dotes personales al servicio del evangelio y de nuestros hermanos (Noel Quesson).
El tercero de los viajes de Pablo comienza también en Antioquía, su lugar de referencia, y pasa por las comunidades «animando a los discípulos». El centro de este viaje se situará en Éfeso. Pero la lectura de hoy es como un paréntesis en la historia de Pablo, porque se refiere a Apolo. Apolo era un judío que se había formado en Alejandría de Egipto, y hablaba muy bien, porque era experto en la Escritura, o sea, en el Antiguo Testamento. Aunque conocía sólo el bautismo de Juan, pero predicaba en las sinagogas sobre Jesús. Áquila y Prisca, el matrimonio amigo de Pablo, «lo tomaron por su cuenta y le explicaron con más detalle el camino del Señor». Y así Apolo llegó a ser un colaborador muy válido en la evangelización, reconocido también por Pablo. Le enviaron a Grecia a predicar, y «su presencia contribuyó mucho al provecho de los creyentes».
Nada de celos apostólicos. Todos debemos involucrarnos en el anuncio del Evangelio. Más aún, quienes tienen más clara la doctrina del Señor tienen obligación de enseñarla a sus hermanos, no para atiborrarlos de conceptos en su cabeza, sino para ayudarles a dar un testimonio cada vez más creíble y eficaz del Nombre del Señor; testimonio nacido no sólo del estudio, sino de la experiencia personal del Señor que dará una nueva orientación a la vida de su enviado. Esto nos debe llevar a preocuparnos con toda lealtad de la mutua evangelización, así como nos dedicamos a la evangelización de los no creyentes. Tal vez haya muchos sectores de nuestra Iglesia que vivan casi como paganos; círculos en los que ya no se conozca a Dios. El Señor nos envía a evangelizar a quienes jamás han oído hablar de Él porque, aun cuando se les bautizó, jamás se les habló del Señor y se dejó que la vida de fe se marchitara demasiado pronto. Abramos nuestros ojos hacia el interior de la Iglesia para que procuremos trabajar en favor de la salvación, no sólo del mundo, sino también de nosotros mismos.
¿Qué hubiéramos hecho nosotros si se presenta en nuestra comunidad un laico que predica sobre Jesús por libre, tal vez con un lenguaje no del todo ajustado? En Éfeso el laico Apolo tuvo la suerte de encontrarse con unas personas, colaboradoras de Pablo, que le acogieron y le ayudaron a formarse mejor. Y así lograron un buen catequista y predicador de Cristo, al que la comunidad de Antioquia concedió un voto de confianza, encomendándole una misión nada fácil en Grecia. Una vez más somos invitados a ser abiertos de corazón, a saber reconocer el bien donde está. Nadie tiene el monopolio de la verdad. El criterio no tiene que ser ni la edad ni el sexo ni la raza ni si se pertenece o no al clero. Es verdad que Cristo encomendó la última responsabilidad y el magisterio decisivo a los apóstoles y sus sucesores. Pero la historia de la primera comunidad nos enseña que también este ministerio se tiene que desarrollar con una mentalidad abierta, sabiendo reconocer signos de la voz del Espíritu también en los laicos y en toda la comunidad. Los laicos, afortunadamente cada vez más, tienen un papel importante en la tarea de la evangelización encomendada a toda la Iglesia. Es una de las consignas más comprometedoras del Vaticano II, a partir de la «nueva» eclesiología de la Lumen Gentium. Tanto en el nivel eclesial como en el más doméstico de nuestro entorno, deberíamos saber apreciar los valores que hay en las personas: y si las vemos imperfectas, no condenarlas en seguida, sino ayudarles a formarse mejor, buscando no nuestro lucimiento o una ortodoxia fría, sino que progrese el Reino de Dios en nuestro mundo, sea quien sea el que evangelice y haga el bien, con tal que lo hagan desde la unidad con la Iglesia (J. Aldazábal). Para ello, tenemos la Escritura que nos habla de Cristo y a Cristo hemos de ver en ella. San Ireneo dice: «Si uno lee con atención las Escrituras, encontrará que hablan de Cristo y que prefiguran la nueva vocación. Porque Él es el tesoro escondido en el campo (Mt 13,44), es decir, en el mundo, ya que el campo es el mundo (Mt 13,38); tesoro escondido en las Escrituras, ya que era indicado por medio de figuras y parábolas que no podían entenderse según la capacidad humana, antes de que llegara el cumplimiento de lo que estaba profetizado, que es el advenimiento de Cristo. Como dice el profeta Daniel (12,4-7) y el profeta Jeremías 23,20... Por esta razón, cuando los judíos leen la ley en nuestros tiempos, se parece a una fábula, pues no pueden explicar todas las cosas que se refieren al advenimiento del Hijo de Dios como hombre. En cambio, cuando la leen los cristianos, es para ellos un tesoro escondido en el campo, que la cruz de Cristo ha revelado y explanado. Con ella, la inteligencia humana se enriquece y se muestra la sabiduría de Dios manifestando sus designios sobre los hombres, prefigurándose el reino de Cristo y anunciándose de antemano la herencia de la Jerusalén santa...».
2. Se repite el salmo en la primera estrofa, y añadimos la parte final. Como decía Juan Pablo II, “se trata de un himno a Dios, Señor del universo y de la historia: "Dios es el rey del mundo (...). Dios reina sobre las naciones" (vv. 8-9)”, en la primera parte se habla más de dominación y “en la segunda parte la relación es de asociación: "los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Así pues, se nota un gran progreso…
El segundo momento del salmo (cf. vv. 7-10) está abierto a otra ola de alabanza y de canto jubiloso: "Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro rey, tocad; (...) tocad con maestría" (vv. 7-8). También aquí se alaba al Señor sentado en el trono en la plenitud de su realeza (cf. v. 9). Este trono se define "sagrado", porque es inaccesible para el hombre limitado y pecador. Pero también es trono celestial el Arca de la alianza presente en la zona más sagrada del templo de Sión. De ese modo el Dios lejano y trascendente, santo e infinito, se hace cercano a sus criaturas, adaptándose al espacio y al tiempo (cf. 1 Re 8,27.30).
El salmo concluye con una nota sorprendente por su apertura universalista: "Los príncipes de los gentiles se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham" (v. 10). Se remonta a Abraham, el patriarca que no sólo está en el origen de Israel, sino también de otras naciones. Al pueblo elegido que desciende de él se le ha encomendado la misión de hacer que todas las naciones y todas las culturas converjan en el Señor, porque él es Dios de la humanidad entera. Proviniendo de oriente y occidente se reunirán entonces en Sión para encontrarse con este rey de paz y amor, de unidad y fraternidad (cf. Mt 8,11). Como esperaba el profeta Isaías, los pueblos hostiles entre sí serán invitados a arrojar a tierra las armas y a convivir bajo el único señorío divino, bajo un gobierno regido por la justicia y la paz (cf. Is 2,2-5). Los ojos de todos contemplarán la nueva Jerusalén, a la que el Señor "asciende" para revelarse en la gloria de su divinidad. Será "una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua (...). Todos gritaban a gran voz: "La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero"" (Ap 7,9-10)”. Pedimos en la Colecta: «Mueve, Señor nuestros corazones para que fructifiquen en buenas obras y, al tender siempre hacia lo mejor, concédenos vivir plenamente el misterio pascual».
3. –“Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nombre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre”. Ver su plegaria acogida... Rogar "en nombre de Jesús"... ¿Qué quiere decir esto? “Una oración al Dios de mi vida (Sl 41,9). Si Dios es para nosotros vida, no debe extrañarnos que nuestra existencia de cristianos haya de estar entretejida en oración. Pero no penséis que la oración es un acto que se cumple y luego se abandona. El justo encuentra en la ley de Yavé su complacencia y a acomodarse a esa ley tiende, durante el día y durante la noche (Sl 1,2). Por la mañana pienso en ti (Sl 62,7); y, por la tarde, se dirige hacia ti mi oración como el incienso (cf. Sl 140,2). Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche. Más aún: como nos recuerda la Escritura Santa, también el sueño debe ser oración (Dt 6,6-7).
Recordad lo que, de Jesús, nos narran los Evangelios. A veces, pasaba la noche entera ocupado en coloquio íntimo con su Padre. ¡Cómo enamoró a los primeros discípulos la figura de Cristo orante! Después de contemplar esa constante actitud del Maestro, le preguntaron: Domine, doce nos orare (Lc 11,1), Señor, enséñanos a orar así.
San Pablo -orationi instantes (Rm 12,12), en la oración continuos, escribe- difunde por todas partes el ejemplo vivo de Cristo. Y San Lucas, con una pincelada, retrata la manera de obrar de los primeros fieles: animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración (Hch 1,4).
El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración. Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único. El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas: Sub tuum praesidium…, Memorare…, Salve Regina…
En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata: jaculatorias, que aprendemos en la lectura atenta de la historia de Cristo: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8,2), Señor, si quieres, puedes curarme; Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te (Jn 21,17), Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo; Credo, Domine, sed adiuva incredulitatem team (Mt 9,23), creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad, fortalece mi fe; Domine, non sum dignus (Mt 8,8), ¡Señor, no soy digno!; Dominus meus et Deus meus (Jn 20,18), ¡Señor mío y Dios mío!… U otras frases, breves y afectuosas, que brotan del fervor íntimo del alma, y responden a una circunstancia concreta.
La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios; momentos de coloquio sin ruido de palabras, junto al Sagrario siempre que sea posible, para agradecer al Señor esa espera -¡tan solo!- desde hace veinte siglos. Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad. Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente.
Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia, como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman, y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia espiritual.
Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor -y es un camino para todos, no una senda para privilegiados-, la vida interior crece, segura y firme; y se afianza en el hombre esa lucha, amable y exigente a la vez, por realizar hasta el fondo la voluntad de Dios.
Desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado, el poner por obra las enseñanza de Jesús, trasmitidas a los suyos poco antes de subir a los cielos: me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaría y hasta el cabo del mundo (Hch 1,8).
Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía el fuego en mi meditación (Sl 38,4). ¿Qué fuego es ése sino el mismo del que habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra y qué he de querer sino que arda? (Lc 12,49). Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor que éste para desarrollar, a lo largo y a lo ancho del mundo, esa batalla pacífica en la que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a Cristo (cf Col 1,24)” (san Josemaría Escrivá).
-“Pedid y recibiréis, a fin de que vuestro gozo sea completo”. La oración, fuente de gozo... fuente de expansión... fuente de equilibrio. El mundo occidental, ¿no debería retornar a esta fuente? Orar. Pasar tiempo en la contemplación, en el reposo en Dios: quién sabe si no veremos volver esto desde las planicies del Ganges, o las arenas del desierto... o quizá también del hastío de nuestras vidas occidentales materializadas y encerradas en el "cerco de hierro" de una humanidad, a la que se le ha hecho creer que no hay nada más, que no tiene salida, que el hombre está encerrado en sí mismo... Pero ¡no! Hay una abertura: hay un mundo divino, próximo, cercano a ti, que te envuelve por doquier... y en el que la oración puede introducirte. Imposible experimentarlo en lugar de los demás. Hay que penetrar uno mismo en ello. Orad a fin de que vuestro gozo sea completo.
-“Llega la hora en que ya no os hablaré más en parábolas, sino que os hablaré claramente del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que Yo he salido de Dios”. ¿Qué significan estas palabras? La abolición de las distancias. Entre Dios y los creyentes, hay una comunicación directa... que viene, por parte de Dios, de una actitud de amor -el Padre mismo os ama-... y por parte del hombre, de una actitud de fe y de amor -porque me habéis amado y habéis creído en mí. Entre el universo invisible y el universo visible, no hay muros. De la tierra, suben sin cesar plegarias, de amor y de fe. Del cielo, descienden sin cesar gracias y palabras divinas, de amor.
-“Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre”. Sí, en verdad Jesucristo es "la comunicación" entre estos dos mundos, que no están cerrados el uno al otro. El ha venido de ese mundo invisible, divino, celeste; que nos envuelve por todas partes. El nos lo ha revelado. Ha desvelado lo que estaba escondido en Dios: todo se resume en una sola palabra... Dios ama... Dios es Padre... Dios es amor... Ha vuelto a ese mundo invisible, divino, celeste, a ese mundo donde el amor es rey, a ese mundo donde el amor hace dichoso, a ese mundo donde las relaciones entre las Personas son totalmente satisfactorias, logradas, ¡y perfectas! ¿Vamos nosotros a beber, de vez en cuando, a esta fuente? (Noel Quesson).
Jesús sigue profundizando tanto en su relación con el Padre como en las consecuencias que esta unión tiene para sus seguidores: esta vez respecto a su oración. Ahora que Jesús «vuelve al Padre», que es el que le envió al mundo, les promete a sus discípulos que la oración que dirijan al Padre en nombre de Jesús será eficaz. El Padre y Cristo están íntimamente unidos. Los seguidores de Jesús, al estar unidos a él, también lo están con el Padre. El Padre mismo les ama, porque han aceptado a Cristo. Y por eso su oración no puede no ser escuchada, «para que vuestra alegría sea completa».
La eficacia de nuestra oración por Cristo se explica porque los que creemos en él quedamos «incardinados» en su viaje de vuelta al Padre: nuestra unión con Jesús, el Mediador, es en definitiva unión con el Padre. Dentro de esa unión misteriosa -y no en una clave de magia- es como tiene sentido nuestra oración de cristianos y de hijos. Cuando oramos, así como cuando celebramos los sacramentos, nos unimos a Cristo Jesús y nuestras acciones son también sus acciones. Cuando alabamos a Dios, nuestra voz se une a la de Cristo, que está siempre en actitud de alabanza. Cuando pedimos por nosotros mismos o intercedemos por los demás, nuestra petición no va al Padre sola, sino avalada, unida a la de Cristo, que está también siempre en actitud de intercesión por el bien de la humanidad y de cada uno de nosotros. La clave para la oración del cristiano está en la consigna que Jesús nos ha dado: «permaneced en mí y yo en vosotros», «permaneced en mi amor». Por eso el Padre escucha siempre nuestra oración. No se trata tanto de que él responda a lo que le pedimos. Somos nosotros los que en este momento respondemos a lo que él quería ya antes. Orar es como entrar en la esfera de Dios. De un Dios que quiere nuestra salvación, porque ya nos ama antes de que nosotros nos dirijamos a él. Como cuando salimos a tomar el sol, que ya estaba brillando. Como cuando entramos a bañarnos en el agua de un río o del mar, que ya estaba allí antes de que nosotros pensáramos en ella. Al entrar en sintonía con Dios, por medio de Cristo y su Espíritu, nuestra oración coincide con la voluntad salvadora de Dios, y en ese momento ya es eficaz. Aunque no sepamos en qué dirección se va a notar la eficacia de nuestra oración, se nos ha asegurado que ya es eficaz. Nos lo ha dicho Jesús: «todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido» (Mc 11,24). Sobre todo porque pedimos en el nombre de Jesús, el Hijo en quien somos hermanos, y por tanto también nosotros somos hijos de un Padre que nos ama (J. Aldazábal).
“El Padre os ama, porque vosotros me queréis y habéis creído”. Y comenta San Agustín: «¿Nos ama Él porque le amamos nosotros, o más bien le amamos porque nos ama Él? Responde el mismo evangelista en su carta: “Nosotros le amamos porque Él nos ha amado primero”. Nosotros hemos llegado a amar porque hemos sido amados. Don es enteramente de Dios el amarle. Él, que amó sin haber sido amado, lo concedió para ser amado. Hemos sido amados sin tener méritos para que en nosotros hubiera algo que le agradase. Y no amaríamos al Hijo si no amásemos también al Padre. El Padre nos ama porque amamos al Hijo, habiendo recibido del Padre y del Hijo el poder amar al Padre y al Hijo, difundiendo la caridad en nuestros corazones el Espíritu de ambos, por el cual amamos al Padre y al Hijo, amando también a ese Espíritu con el Padre y el Hijo. Ese amor filial nuestro con que honramos a Dios, lo creó Dios, y vio que era bueno; por eso Él amó lo que Él hizo. Pero no hubiera creado en nosotros lo que Él pudiera amar si, antes de crearlo, Él no nos hubiese amado».
“¿Y dejas, Pastor, Santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, / en soledad y llanto; y tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados y los ahora tristes y afligidos, / a tus pechos criados, de ti desposeídos, ¿a dónde volverán ya sus sentidos?” “Hoy, en vigilias de la fiesta de la Ascensión del Señor, el Evangelio nos deja unas palabras de despedida entrañables. Jesús nos hace participar de su misterio más preciado; Dios Padre es su origen y es, a la vez, su destino: «Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). No debiera dejar de resonar en nosotros esta gran verdad de la segunda Persona de la Santísima Trinidad: realmente, Jesús es el Hijo de Dios; el Padre divino es su origen y, al mismo tiempo, su destino. Para aquellos que creen saberlo todo de Dios, pero dudan de la filiación divina de Jesús, el Evangelio de hoy tiene una cosa importante a recordar: “aquel” a quien los judíos denominan Dios es el que nos ha enviado a Jesús; es, por tanto, el Padre de los creyentes. Con esto se nos dice claramente que sólo puede conocerse a Dios de verdad si se acepta que este Dios es el Padre de Jesús. Y esta filiación divina de Jesús nos recuerda otro aspecto fundamental para nuestra vida: los bautizados somos hijos de Dios en Cristo por el Espíritu Santo. Esto esconde un misterio bellísimo para nosotros: esta paternidad divina adoptiva de Dios hacia cada hombre se distingue de la adopción humana en que tiene un fundamento real en cada uno de nosotros, ya que supone un nuevo nacimiento. Por tanto, quien ha quedado introducido en la gran Familia divina ya no es un extraño. Por esto, en el día de la Ascensión se nos recordará en la Oración Colecta de la Misa que todos los hijos hemos seguido los pasos del Hijo: «Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su cuerpo». En fin, ningún cristiano debiera “descolgarse”, pues todo esto es más importante que participar en cualquier carrera o maratón, ya que la meta es el cielo, ¡Dios mismo!” (Xavier Romero)
“Pedid y recibiréis”... Per algunos dicen: “¿Para qué rezar, si no conseguimos nada? ¿Para qué rezar, si a veces sentimos un muro de soledad a nuestro alrededor?” Puede ser que no recemos con fe, o que no pidamos lo que nos conviene. Santa Teresa del Niño Jesús escribía lo siguiente: "Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría". Entonces sí vale la pena rezar, pues “sólo se ve la luz en medio de la oscuridad cuando miramos hacia delante, cuando descubrimos que Cristo pasó antes que nosotros por la prueba de la cruz, y ahora está con Dios Padre, y nos espera, y nos prepara un lugar. También el cristiano puede ganar mucho si sabe orar en el nombre de Cristo, si no se deja aplastar por el dolor o el fracaso. Toca a Dios decidir si nos concede eso que pedimos desde lo más profundo del corazón. Pero incluso cuando no llega el regalo que pedimos, no nos faltará el consuelo de saber que estamos en sus manos. ¿No es eso ya vivir en oración, el mejor regalo que podemos recibir de nuestro Padre de los cielos?” (Fernando Pascual).
“Orar, orar en el Nombre de Jesús. Esto significa que Él será el que, como Hijo, se dirija al Padre Dios desde nosotros. Y el Padre Dios nos ama porque hemos creído en Aquel que Él nos envió, y que sabemos que procede del Padre. Por eso Él escucha la oración que su Hijo eleva desde nosotros. Pidamos que nos conceda en abundancia su Espíritu; pidamos que nos dé fortaleza en medio de las tribulaciones que hayamos de sufrir por anunciar su Evangelio. No nos centremos en cosas materiales. Ciertamente las necesitamos; y, sin egoísmos, desde nuestras manos Dios quiere remediar la pobreza de muchos hermanos nuestros. Pero pidámosle de un modo especial al Señor que nos ayude a vivir y a caminar como auténticos hijos suyos, para que todos experimente la paz y la alegría desde la Iglesia, sacramento de salvación en el mundo.
Reunidos en esta celebración del Memorial del Misterio Pascual de Cristo, estando en comunión de vida con Él, desde Él dirigimos nuestra oración de alabanza y de súplica a nuestro Dios y Padre. El Señor escucha el clamor de sus hijos. Él nos concederá todo lo que le pidamos, siempre y cuando no vengamos a Él con un corazón torcido, buscando sólo nuestros intereses egoístas. Dios nos quiere como testigos suyos en el mundo. Él nos concederá todo lo que necesitemos para cumplir fiel y eficazmente con esa Misión que nos confía. Por eso la celebración de la Eucaristía más que un acto de piedad, es todo un compromiso para llenarnos de Dios y para poder llevarlo a la humanidad entera, desde la experiencia que de Él hayamos tenido en su Iglesia. Al recibir los dones de Dios nosotros también debemos escuchar el clamor de los pobres y de los más desprotegidos. En la medida de todo aquello que el Señor nos ha concedido, debemos concederle a nuestro prójimo el cumplimiento de sus legítimos deseos, expresados como una oración cuando contemplamos las diversas desgracias en que ha caído. Dios quiere continuar salvando, haciendo el bien y socorriendo a la humanidad que ha sido deteriorada por el pecado y azotada por la pobreza. Seamos un signo creíble del amor de Dios para nuestros hermanos. Por eso no sólo debemos pretender ser escuchados por Dios; también nosotros debemos escuchar a los demás para remediar sus males y fortalecerles en el camino de la vida. Aprendamos a estar a los pies de Jesús por medio de la escucha fiel de aquellos que, como sucesores de los apóstoles, nos transmiten la verdad sobre Jesucristo. Pero no nos guardemos lo aprendido y vivido. Llevémoslo a los demás con el ardor de la fe y del amor que proceden del Espíritu que Dios ha derramado en nuestra propia vida. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como verdadero hermanos, buscando siempre el bien unos de otros, hasta que juntos podamos gozar de los bienes eternos, como hijos amados de nuestro Dios y Padre. Amén (www.homiliacatolica.com).

miércoles, 5 de mayo de 2010

MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE PASCUA: el cristiano está llamado a ser sembrador de paz y de alegría, fruto de la unión con Jesús.


“En aquellos días llegaron [a Listra] unos judíos de Antioquía y de Icono y se ganaron a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrestaron fuera de la ciudad dejándolo medio muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; y él se levantó y volvió a la ciudad. Al día siguiente salió con Bernabé para Derbe.
Después de predicar el Evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, Icono y Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Después de ordenar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalia. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido, encomendados a la gracia de Dios, para la obra que habían cumplido. Cuando llegaron y reunieron a la iglesia, contaron todo lo que el Señor había hecho por medio de ellos y que había abierto a los gentiles la puerta de la fe; y se quedaron no poco tiempo con los discípulos” (Hechos 14, 19-28).

Comentario: 1. El pasaje que meditaremos hoy es la conclusión del "primer viaje misionero" de san Pablo. Pablo y Bernabé hacen, en sentido inverso, el itinerario que acaban de recorrer para afianzar las «comunidades» fundadas. Ese viaje ha durado tres años aproximadamente. Se desarrolló, más o menos, entre los años 45 y 48. Solamente quince años después de la muerte y resurrección de Jesús, y fue ya una primera experiencia de aclimatación del evangelio en tierra pagana. En Listra, Pablo había curado a un tullido. Al día siguiente marchó a Derbe... Habiendo evangelizado esa ciudad, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, Iconio y Antioquía.
-Fortalecían el ánimo de los discípulos, alentándolos a perseverar en la fe. De Jerusalén, y pasando por Siria, vemos que el evangelio ha penetrado ya en varias provincias del Imperio romano -en Asia-. Cientos de kilómetros, a pie, montados sobre asnos, en barco. Todas esas ciudades existen todavía en la Turquía actual. Ciertamente, Señor, la Fe tiene que enraizarse en una tierra, en comunidades humanas y en sus culturas, en grupos humanos. La Fe no es un tesoro material, que un día se recibe y queda tal cual... Es una vida que puede consolidarse o debilitarse... que puede crecer o morir. Pablo es consciente de ello. Retoma hacia los nuevos conversos para afianzarlos en la fe.
-Les decía: «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.» Es uno de los temas esenciales de san Pablo: la aflicción. La fe no suprime la tribulación. El sufrimiento acompaña al cristiano, como a todo ser humano, pero su sufrimiento puede tener sentido: sabemos que es un «paso», un momento doloroso que conduce al Reino, es decir, a la felicidad total junto a Dios. Pablo ya se atrevía a decir esas cosas a los recién convertidos. ¿Considero yo así también mis propios sufrimientos?
-Designaron presbíteros en cada Iglesia. Pablo y Bernabé no se contentan con anunciar el evangelio. En un segundo tiempo, algunos años después de su viaje de ida, vuelven, fundan comunidades estructuradas y designan a «ancianos» para jefes de las mismas. El término «anciano» traduce el término griego "presbitre" del que vino más tarde la palabra francesa «pretre (y la del antiguo castellano "preste"). La propia Fe no puede vivirse individualmente. Es necesario vivirla en Iglesia, con otros. ¿Comparto yo mi fe con otras personas? o bien, ¿la vivo solo? ¿Qué sentido tiene para mí la Iglesia? ¿Cómo participo de la vida de la comunidad local? El sacerdote designado para presidir una comunidad de fieles, representa a Cristo, que es Cabeza de su Cuerpo místico: símbolo de la unidad, constructor de unidad y aquél por el cual se hacen "las junturas y los ligamentos, para que el Cuerpo crezca y se desarrolle" (Col 2, 19; Noel Quesson).
Ayer leíamos que les ensalzaban como a dioses, y hoy, que les apedrean hasta dejarles por muertos. Una vez más Pablo y sus acompañantes experimentan que el Reino de Dios padece violencia y que no es fácil predicarlo en este mundo. Pero no se dejan atemorizar: se marchan de Listra y van a predicar a otras ciudades. Son incansables. La Palabra de Dios no queda muda. El pasaje de hoy nos describe el viaje de vuelta de Pablo y Bernabé de su primera salida apostólica: van recorriendo en orden inverso las ciudades en las que habían evangelizado y fundado comunidades, hasta llegar de nuevo a Antioquía, de donde habían salido. Al pasar por cada comunidad reafirman en la fe a los hermanos, exhortándoles a perseverar en la fe, «diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Van nombrando también presbíteros o responsables locales, orando sobre ellos, ayunando y encomendándolos al Señor. Se trata de un segundo momento, después de la primera implantación: ahora es la estructuración y el afianzamiento de las comunidades. Llegados a Antioquía de Siria dan cuentas a la comunidad, que es la que les había enviado a su misión. Las noticias no pueden ser mejores: «les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». También a nosotros, como a Pablo y Bernabé, se nos alternan días de éxito y días de fracaso. Encontramos dificultades fuera y dentro de nosotros mismos. Tal vez no serán persecuciones ni palizas, pero sí la indiferencia o el ambiente hostil, y también el cansancio interior o la falta de entusiasmo que es peor que las dificultades externas. Y eso no sólo en nuestro trabajo apostólico, sino en nuestra vida de fe personal o comunitaria. Tenemos que aprender de aquellos primeros cristianos su recia perseverancia, su fidelidad a Cristo y su decisión en seguir dando testimonio de Él en medio de un mundo distraído. También hay otra lección en su modo de proceder: su sentido de comunidad. Se sienten, no francotiradores que van por su cuenta, sino enviados por la comunidad, a la que dan cuentas de su actuación. Se sienten corresponsables con los demás. Y la comunidad también actúa con elegancia, escuchando y aprobando este informe que abre caminos nuevos de evangelización más universal (J. Aldazábal). Es una llamada a la responsabilidad apostólica.
Salmo responsorial 145/144, 10-11.12-13ab.21: «Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles, que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. Pronuncie mi boca la alabanza del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre, por siempre jamás».

2. Sal. 145/144. El salmo es consecuentemente «misionero» y entusiasta: «tus amigos, Señor, anunciarán la gloria de tu Reino... Explicando tus hazañas a los hombres». Jesús, el Verbo Encarnado, nos ha salvado para que vivamos consagrados al Padre. Por medio de nosotros, todas las cosas elevan un cántico de alabanza al Señor. Pero de nada nos serviría que todo alabara al Señor mientras nosotros denigráramos el Santo Nombre de Dios entre las naciones con una vida cargada de pecado. Por eso nosotros debemos ser los primeros en aceptar el perdón, la salvación y la vida nueva que Dios ofrece a la humanidad. Viviendo en Dios y caminando con amor en su presencia podremos convertirnos en un testimonio vivo de su amor para cuantos nos traten. Por eso debemos continuamente proclamar ante todas las naciones lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros. Sólo así podremos colaborar para que el Reino de Dios llegue al corazón de todos los hombres como ya ha llegado a nosotros. Acaba el salmo con un canto universal de salvación.

Estamos en jueves santo, víspera de su muerte. Jesús habla de "su" paz, quiere darla a sus amigos, que están angustiados, perturbados por el anuncio de la traición de Judas y de la negación de Pedro que acaban de serles dadas a conocer: “La paz os dejo, mi paz os doy”; "Yo os doy mi paz." La tuya, Señor, la que tenías en tu propio corazón. Tú eras un hombre apacible, un hombre de paz. Trato de imaginarme esta paz que irradiaba de tu rostro, de tu conducta, y de tus modos de hablar. ¿En qué tono de voz decías Tú esto?: "Yo os doy mi paz". Señor Jesús, danos tu Paz... dala también al mundo. -No como el mundo la da os la doy Yo. No es pues una paz semejante a la que procede de los hombres. El evangelio no aporta un método concreto para realizar la paz de los hombres, no es una receta. Es una paz que viene de más lejos. “Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir:”Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo... -No se turbe vuestro corazón ni se intimide. El clima reinante es de turbación y miedo. Un complot se está tramando. Pero en todo tiempo esto es verdad: el creyente, privado de la presencia visible de su Señor, tiene siempre el riesgo de estar "turbado".
-Habéis oído que os dije: Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo. Jesús trata de animar, a sus amigos. Son palabras de consuelo para reconfortarles. Yo me Voy... "Y vengo..." Palabras misteriosas que anuncian directamente la muerte y luego la resurrección. Pero las podemos también referir a esa misteriosa "ausencia-presencia" de Jesús a través de los tiempos. Y además sobre todo, esta convicción de Jesús de que su muerte es una subida hacia el Padre... de la cual los apóstoles debían "regocijarse". ¿Sé alegrarme de que Jesús esté "junto al Padre"?
-Os lo he dicho ahora antes de que suceda para que cuando suceda creáis. Delicadeza. Amistad. Jesús simpatiza, sufre con sus amigos: ¡Como quisiera ayudaros!
-Ya no hablaré mucho más con vosotros; porque viene el "príncipe de este mundo", y nada en mí le pertenece. La paz de Jesús, es una paz conquistada con gran esfuerzo. No es una paz bonachona, de tranquilidad, de falta de lucha... ¡Él experimenta tener a alguien contra Él! Un enfrentamiento se prepara con el "príncipe de este mundo". Pronto veremos -el próximo sábado- que Jesús anuncia a sus amigos este mismo enfrentamiento entre ellos y Satán: "Me han perseguido, se os perseguirá." Esta paz de Dios es uno de los frutos del Mesías, no tiene ningún parecido con la paz del mundo. Hay que buscarla en el fondo de sí mismo, en pleno ambiente de tempestades y combates.
-Pero conviene que el mundo conozca que Yo amo al Padre y que según el mandato que me dio el Padre, así hago yo. Esta es la fuente interior de la paz de Jesús (Noel Quesson). Teresa de Ávila decía: “todo es nada, y menos que nada, lo que se acaba y no contenta a Dios”. “¿Comprendéis por qué un alma deja de saborear la paz y la serenidad cuando se aleja de su fin, cuando se olvida de que Dios la ha creado para la santidad? Esforzaos para no perder nunca este punto de mira sobrenatural, tampoco a la hora de la distracción o del descanso, tan necesarios en la vida de cada uno como el trabajo. Ya podéis llegar a la cumbre de vuestra tarea profesional, ya podéis alcanzar los triunfos más resonantes, como fruto de esa libérrima iniciativa que ejercéis en las actividades temporales; pero si me abandonáis ese sentido sobrenatural que ha de presidir todo nuestro quehacer humano, habréis errado lamentablemente el camino”. Con el Señor, “se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente (…). El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias. La alegría se mete en la vida de oración, hasta que no nos queda más remedio que romper a cantar: porque amamos, y cantar es cosa de enamorados” (San Josemaría Escrivá).
Les dice que no se preocupen por el futuro, «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz. Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...». También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida. Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado». A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua (J. Aldazábal). Pedimos en la Colecta: «Señor, Tú que en la resurrección de Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos a una vida eterna, fortifica la fe de tu pueblo y afianza su esperanza, a fin de que nunca dudemos que llegará a realizarse lo que nos tienes prometido». San Pedro Crisólogo dice: «La paz es madre del amor, vínculo de la concordia e indicio manifiesto de la pureza de nuestra mente; ella alcanza de Dios todo lo que quiere, ya que su petición es siempre eficaz. Cristo, el Señor, nuestro rey, es quien nos manda conservar esa paz, ya que Él ha dicho:“La paz os dejo, mi paz os doy”, lo que equivale a decir: Os dejo en paz, y quiero encontraros en paz; lo que nos dio al marchar quiere encontrarlo en todos cuando vuelva».
San Josemaría Escrivá hablaba de “ser sembradores de paz y de alegría”, y esto reclama “serenidad de ánimo, dominio sobre el propio carácter, capacidad para olvidarse de uno mismo y pensar en quienes le rodean; actitudes e ideales humanos, que la fe cristiana refuerza, al proclamar la realidad de un Dios que es amor, más concretamente, que ama a los hombres hasta el extremo de asumir Él mismo la condición humana y presentar el perdón como uno de los ejes de su mensaje” (José Luís Illanes). Ya hemos visto, que no está reñida la paz con la tribulación: “En la vida de los hombres es inevitable el sufrimiento, a partir del día en que el pecado entró en el mundo. Unas veces es dolor físico; otras, moral; en otras ocasiones se trata de un dolor espiritual..., y a todos nos llega la muerte. Pero Dios, en su infinito amor, nos ha dado el remedio para tener paz en medio del dolor: Él ha aceptado “marcharse” de este mundo con una “salida” sufriente y envuelta de serenidad. ¿Por qué lo hizo así? Porque, de este modo, el dolor humano —unido al de Cristo— se convierte en un sacrificio que salva del pecado. «En la Cruz de Cristo (...), el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido» (Juan Pablo II). Un autor desconocido del siglo II pone en boca de Cristo las siguientes palabras: «Mira los salivazos de mi rostro, que recibí por ti, para restituirte el primitivo aliento de vida que inspiré en tu rostro. Mira las bofetadas de mis mejillas, que soporté para reformar a imagen mía tu aspecto deteriorado. Mira los azotes de mi espalda, que recibí para quitarte de la espalda el peso de tus pecados. Mira mis manos, fuertemente sujetas con clavos en el árbol de la cruz, por ti, que en otro tiempo extendiste funestamente una de tus manos hacia el árbol prohibido».
…“no os la doy yo como os la da el mundo”. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el Príncipe de este mundo. No es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago” (Juan 14, 27-31ss).