Viernes de la semana 9ª del
tiempo ordinario: Jesús, el Señor y Salvador, es nuestro mediador para volver a
Dios, en nuestra unión con él.
“En aquel tiempo, Jesús,
tomando la palabra, decía mientras enseñaba en el Templo: «¿Cómo dicen los
escribas que el Cristo es hijo de David? David mismo dijo, movido por el Espíritu
Santo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus
enemigos debajo de tus pies’. El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces
puede ser hijo suyo?». La muchedumbre le oía con agrado” (Mc 12,35-37).
1. Jesús, te
veo enseñar en el templo. Enseñas. Eres maestro. El Maestro. Te veo preguntar,
como experto en Escritura: -"¿Cómo
dicen los escribas que el Mesías es hijo de David?" Pues le dice David
al Mesías que ocupe el lugar más destacado: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra" (salmo 110).
-“Si el mismo David le llama Señor:
"Entonces, ¿cómo puede ser Hijo suyo?"” Si es Señor, ¿cómo puede
ser hijo? Jesús, quiero verte como hijo de David y como hijo de Dios, y decirte
yo también: -“Siéntate a mi diestra
hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies”, palabras (salmo 110)
aplicadas a tu resurrección, pues reinas en tu subida al cielo, cuando vences
la muerte con tu muerte y resurrección.
En Oriente no
se puede pensar en un padre de familia que llame Señor a un hijo. David,
inspirado por el Espíritu, profetizó sobre tú, Jesús, al mismo tiempo hijo de
David y Señor (hijo de Dios), es decir simultáneamente hombre y Dios (Rom
1,3-4), el Mediador. Como nos recordaba Juan Pablo II, Cristo se ha unido de
alguna manera a cada persona, en su grandeza, en su pecaminosidad… en todo
nuestro modo de ser.
Jesús, quiero
proclamarte como camino, verdad y vida. Como luz, maestro y pastor. Quiero ser
como tú, seguirte, vivir en ti. Como el Señor, Hijo de Dios: «El Señor Dios le dará el trono de David, su
padre, reinará sobre la estirpe de Jacob por siempre» (Lc 1,32-33).
Los pobres te clamaban:
«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de
mí!» (Mc 10,48).
En tu entrada del
domingo de Ramos en Jerusalén, te aclamaron: «¡Bendito el reino que viene, el de nuestro padre David!» (Mc 11,10).
La Didakhé
agradece a Dios «la viña santa de David,
tu siervo, que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo».
Y también
decían los primeros: «David murió y fue sepultado, y su sepulcro aún se
conserva entre nosotros (…). A este
Jesús Dios lo ha resucitado, y de ello somos testigos todos nosotros» (Ac
2,14).
Y san Pablo
dirá de ti: Jesucristo, «nacido, en
cuanto hombre, de la estirpe de David y constituido por su resurrección de
entre los muertos Hijo poderoso de Dios» (Rm 1,3-4; he tomado esta
selección de citas de Josep Laplana). Señor, eres foco
de atracción de nuestros corazones, y te pido que reines en todos y en mi
corazón. Que reines por el servicio que doy a los demás, a ejemplo tuyo,
recordando tu enseñanza a los apóstoles: ¿Quién es el más importante, el que
está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo, que soy vuestro Maestro y Señor, he
estado en medio de vosotros como el que sirve. Nos has dado ejemplo, para
que hagamos lo mismo. El camino de la Iglesia es el servicio a las personas.
2. Tras
la despedida de los padres empieza la narración del viaje de Tobías y el ángel,
en la cual resplandece nuevamente la fe y la obediencia del hijo de Tobit. Llegados
a la orilla del Tigris, Tobías baja a bañarse. Allí tiene lugar el episodio del
pez, que, por designio divino, será el instrumento que sanará a Tobit y Sara.
El hígado, el corazón y la hiel de determinados peces poseen virtudes
curativas. Concretamente, Plinio habla del poder curativo de la hiel respecto a
enfermedades de los ojos. Se devuelve la luz a los ojos enfermos, dirá el Ap
3,18. Luz es felicidad, don de Dios. Lo esencial está situado a un nivel más
interno: lo que tiene que iluminarse es el corazón del hombre para que pueda
estructurarse la felicidad requerida, y es él el que debe rechazar el pecado.
Pero no lo consigue sino en la medida en que Dios le ofrece su claridad. El
Padre ha hecho ya que Jesús pasara de las tinieblas a la gloria y todos cuantos
sigan las huellas de Cristo conseguirán esa misma iluminación (Jn 8,12:
Maertens-Frisque).
El proceso de
la misma narración confirmará posteriormente la utilidad del acto de obediencia
que hace Tobías sin ver su inmediato provecho. Porque el ángel dice a Tobías
que el corazón y el hígado obrarán como exorcismos liberadores. Se inicia luego
el desarrollo del plan divino respecto a la boda de Tobías y Sara, hija de Raguel.
En Nm 36,6-8 se habla de la obligación que tenían las hijas de Salfajad: «Se
casarán dentro de los clanes de la tribu paterna». Así, pues, Tobías, como
miembro de la misma tribu y familia, era el primero que tenía derecho a casarse
con la hija de Raguel. El ángel, verdadero instrumento del beneplácito divino,
insiste en este sentido. Sin embargo, Tobías conoce las desgracias de
Sara con los siete maridos que se acercaron a ella en la cámara nupcial. El
ángel tranquiliza a Tobías: el hígado y el corazón del pez alejarán de Sara el
espíritu maligno, el cual, después de oler el humo producido por la quema de
las mencionadas vísceras, jamás volverá a ella. La plegaria al Dios
omnipotente da su fruto. Por encima de todo remedio humano están la misericordia
y la salvación, que sólo pueden venir de aquel Señor que siempre se compadece
de los hombres. Más aún: Sara estaba reservada a Tobías desde la eternidad.
Este pensamiento encierra una realidad profundísima: la providencia eterna de
Dios para con sus escogidos. Tal pensamiento debe infundir siempre gran
confianza a todos los que viven en paz con Dios (J. O`Callaghan).
-“Ana iba a sentarse todos los días al borde
del camino, sobre una altura desde donde podía ver a lo lejos. En cuanto lo
divisó corrió a anunciarlo a su marido”. Participa con Tobit de la espera
febril del hijo. ¡Todo está bien si acaba bien! ¡El tiempo arregla muchas
cosas! En este libro optimista, todo se arregla al final. «Vale más así»,
podríamos decir. ¡Si fuera siempre verdad! Pero, de hecho, esa convicción
positiva ¿no deberían adoptarla más a menudo, sobre todo las personas propensas
a angustiarse?: es uno de los aspectos de la esperanza... después de todo y no
el menor y ¡a menudo verdadero! ¡Confesémoslo!
-“Rafael dijo al joven Tobías: «En cuanto
entres en tu casa adora al Señor tu Dios»; y después de darle gracias acércate
a tu padre y abrázalo”. Lejos de tratarse de una serie de prácticas
formalistas esta oración es una maravillosa disposición permanente que hace que
la «acción de gracias" surja a propósito de todo: "¡gracias, Dios
mío!"... Bendito seas. Voy donde alguien, toco el timbre: ¡una plegaria
mientras espero! Voy de compras, camino por la calle: ¡una plegaria! Alguien ha
llamado a la puerta. Voy a abrir: ¡una plegaria mientras voy!
-“Entonces el perro que los había acompañado
en el viaje se adelantó corriendo, llegó como mensajero meneando la cola en
señal de alegría”. El padre ciego se levantó, echó a correr, tropezó, tomó
la mano de un niño para alcanzar a su hijo, lo abrazó, lo besó lo mismo que a
su mujer y todos lloraron de alegría. El texto pertenece al gran arte
narrativo, con su sentido del detalle concreto bien observado. Es,
sencillamente, muy humano. La Encarnación del Hijo de Dios en una verdadera
familia, en situaciones humanas reales, nos dirá pronto que la aventura divina
se realiza en el corazón de las realidades más humildes, más cotidianas.
-“Cuando hubieron adorado a Dios y dado
gracias, se sentaron. Entonces Tobías tomó la hiel del pez y frotó con ella los
ojos de su padre... Este recobró la vista”. La curación del ciego de
nacimiento es interpretada explícitamente por Jesús como símbolo de esta "luz que proviene de Dios y que permite
mirar los acontecimientos a la manera de Dios" (Jn 9,40-41). En
efecto, la luz es «ver como Dios", esto es la fe y la felicidad. Por el
contrario, el pecado es tinieblas y desgracia. Abre nuestros ojos, Señor...
haznos lúcidos y clarividentes... ilumina nuestras vidas.
Dios no
abandona a los justos. La prueba se transforma en bendición. De hecho ahora
Tobit recupera mucho más de lo que había perdido. La lectura acaba con la
gozosa bendición de Tobit tras haber recobrado la vista: alaba al Señor de la
misma forma que en los pasajes anteriores. Tobit tiene muchos motivos para
alabar a Dios. Todas las páginas del libro están impregnadas de la convicción
de que la providencia del Señor gobierna todo. El Señor nunca abandona a los
justos. Por eso Tobit puede decir: “Bendito
sea Dios, bendito su gran nombre..., porque si antes me castigó, ahora veo a mi
hijo Tobías”. Es un final que, con mucha más razón que las purificaciones
exigidas por los cánones de la tragedia griega, deja al alma convencida de que
Dios es, sobre todo, un padre que ama. La historia se acerca a su fin.
Naturalmente, no la escuchamos entera, y no estaría mal que aprovecháramos para
leerla íntegra en la Biblia, porque tiene otros muchos matices interesantes.
-“Todos glorificaban a Dios: él, su mujer y
todos sus conocidos. El viejo Tobit decía: «Yo te bendigo, Señor, porque me has
afligido y me has salvado."” ¿Es la "bendición", el dar
gracias a Dios, el clima habitual de mi vida? Acaso en mi felicidad, mis
alegrías, mis éxitos ¿me olvido de Dios? (Noel Quesson/J. O`Callaghan).
Lo que parece
desastroso en nuestra historia, muchas veces resulta para bien. Dios lo conduce
todo para nuestro provecho. Cuántas veces tenemos la experiencia de que una
enfermedad, o la falta de suerte, o un accidente, o un fracaso que nos hicieron
sufrir, luego han resultado beneficiosos para nuestra vida. ¿Sabemos reaccionar
con una cierta serenidad y con actitud de fe ante las pruebas de la vida?, ¿nos
hundimos fácilmente, o somos capaces de bendecir a Dios incluso en la
desgracia?, ¿sabemos, luego, en el momento de la felicidad, dar gracias a Dios?
3. El
salmo de hoy nos inspira los sentimientos idóneos: «alaba, alma mía, al Señor, que mantiene su fidelidad perpetuamente»,
«el Señor liberta a los oprimidos, abre
los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan», «el Señor ama a los justos y trastorna el camino de los malvados».
“La contemplación del profeta, le empuja a situarse, por así decir, en el final
de los tiempos. Entonces, viendo la fragilidad de todo lo que, por ser terreno,
resulta caduco, no piensa más que en alabar a Dios. Este fin del mundo vendrá
presto para cada uno de nosotros: vendrá en el momento en que muramos y nos
desliguemos de cuanto nos rodea. Enderecemos, pues, nuestros afanes hacia lo
que constituirá, al fin, nuestra ocupación perenne” (Casiodoro).
Las acciones
que cuenta el salmo con las que Dios manifiesta su poder y bondad (poder del
Dios de Jacob, que además realiza su misericordia hacia los necesitados en
distintas situaciones, por eso se puede confiar en Él en cualquier momento),
las ha realizado Jesús: sus milagros son signos de su obra redentora,
cumpliendo las palabras del salmo (cf también Is 61,1-2; Lc 4,17-21).
Llucià Pou Sabaté
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