Miércoles
de la semana 10ª del tiempo ordinario (impar): Dios nos ha hecho servidores de
una alianza nueva, basada no en la letra, sino en el Espíritu del amor
“«No penséis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la
tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de
estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más
pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe,
ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mateo 5,17-19).
1.- Jesús, en el sermón de la montaña comparas el Antiguo
y el Nuevo Testamento: has criticado las
interpretaciones que se hacían de la ley de Moisés, pero no la ley, que la
llevas a su auténtico cumplimiento. Has venido a perfeccionarla y llevarla a
su plenitud. Irás poniendo ejemplos de vivir en amor y verdad, para una interiorización vivencial, sin
conformarse con el mero cumplimiento exterior.
La Alianza del Sinaí nunca ha sido derogada, pero
era una imagen de la que vendría con tu sacrificio pascual, Jesús, pues en la
cruz y en su celebración memorial de la Eucaristía participamos de tu Vida de
amor (J. Aldazábal). Nos dices: «No
penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; (...), sino a dar
cumplimiento». La meditación frecuente —diaria, si fuera posible— de las
Escrituras, es un buen propósito para participar de esa visión cristiana de la
ley. San Juan dirá, refiriéndose a esa ley en relación con el amor: «En esto consiste el amor a Dios: en que
guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5,3). No
es una ley del castigo, sino de amor, y el que no vive el amor, se queda
empequeñecido en su corazón: «El que
traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres,
será el más pequeño en el Reino de los Cielos». En cambio, «el que los observe y los enseñe, ése será
grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). El buen ejemplo es el primer
elemento del apostolado cristiano (Miquel Masats Roca).
Señor, tú no quieres actos externos, culto falso,
ritos vacíos…, sino que todo esto salga de dentro, pues todo lo exterior no
llega al valor de un simple acto de contrición, de una simple y sencilla
oración que nace del corazón y que diga: “Señor,
ten piedad de mí, porque soy un pecador”... como nos dices: “un corazón contrito y humillado tú, Oh
Dios, no lo desprecias” (salmo 50). Hoy como ayer podemos tranquilizar la
conciencia con un acto externo, dar una limosna que excuse la conciencia de la
responsabilidad que tenemos ante tantas personas que esperan nuestra
solidaridad, o ni siquiera eso... y en lugar de dejarte lugar en nuestra alma,
Señor, podemos conformarnos con “decir algo a Dios de vez en cuando”... Ayúdame,
Señor, a interiorizar la ley, a acudir a tus sacramentos con visión apostólica,
y dar paz según aquello que dijiste en tu despedida: “yo estaré con vosotros hasta el final del mundo”...
En esta sociedad ya no inmoral sino amoral,
permisivista, una sociedad light, sin sustancia y sin sustento: todo es
válido, en la medida en que te deje satisfecho, y sin lamentarnos, no nos
quedemos con los brazos cruzados: Señor,
tú nos pides que seamos fieles a su Ley, la Ley del Amor. La Iglesia de Cristo
debe convertirse en el camino seguro del hombre hacia su plena perfección (www.homiliacatolica.com).
Jesús, quisiera saber el sentido de tus palabras,
de llevar a plenitud la ley. Quizá me ayude relacionarlo con lo que Pablo dirá:
"Pues lo que la ley no pudo hacer,
ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo
en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado
en la carne, para que el requisito de la
ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu" (Rm 8,3-4). Tú Jesús alcanzas lo que no alcanzaba la Ley,
pero no sin la Ley sino viviéndola con plena intensidad. Despreciar algo de la ley nos haría "el más pequeño en el Reino de
los Cielos." Por el contrario, el que descubre el amor y la sabiduría
de Dios incluso en las cosas pequeñas, por amor, da abundancia de luz y de
gracia de Dios, y así se es "grande
en el Reino de los Cielos” (Fray Nelson).
2. –“Hermanos,
si tenemos tanta confianza delante de Dios, gracias a Cristo... No es a causa
de una capacidad personal de la que podríamos atribuirnos el mérito”. No nos
presentamos a Dios por nuestros méritos, sino que la confianza en Él y ese
estar «seguros de nosotros mismos» es compatible con sentirnos débiles: Dame,
Señor, esta confianza que se apoya en Ti y no en mí.
-“Nuestra
capacidad viene de Dios, el cual nos capacitó para ser ministros de una nueva
alianza”. Señor, yo también quisiera ser todo disponibilidad, tener siempre
abiertas las dos palmas de mis manos, como el sacerdote en el altar, la
posición del orante... en la postura del mendigo que espera recibir. Así estoy
ante Ti, Señor, abre mi corazón.
Compara Pablo el ministerio de Moisés y el de los
ministros de la nueva alianza: la letra y el espíritu. Los judaizantes de la
Iglesia de Corinto -que reprochaban a Pablo sus novedades en relación a la
antigua Ley judaica- trataban de desacreditar el carácter apostólico de san
Pablo y su postura en relación a la Ley de Moisés. Pablo se defiende con una
triple «comparación»: -La Ley Antigua: una «letra» demasiado material... una
«gloria velada» antes deslumbrante... una «condenación del pecado»... La nueva
Alianza: un «espíritu» interiorizado... «una gloria manifiesta y
resplandeciente»... una «justificación del pecado»... Esta comparación confirma
a Pablo en su confianza. La historia sagrada progresa. Dios conduce esa
historia. Lo que Dios había revelado a Moisés en su tiempo, era bueno. Pero lo
que nos revela en su Hijo Jesús es mejor aún y hace caducar todo lo precedente.
Danos el sentido de TU HOY. Ayúdanos a ver claramente lo que Tú quieres para tu
Pueblo, para tu Iglesia. Ayuda a esta Iglesia a no encerrarse de nuevo en «la
letra» sino a dejarse llevar por el «Espíritu». Es verdad, Señor, siento
siempre la tentación de pararme.
-“Aquel
ministerio de muerte –letras grabadas en piedra”…, dice san Pablo: La letra
mata, pero el espíritu vivifica. En mi vida este riesgo es constante. Quedarme
sólo en el cumplimiento formal de gestos, contentarme con una rectitud
exterior, según la letra. Así se degradan las más hermosas cosas: lo mismo
sucede con las más hermosas vocaciones, profesiones, plegarias... los más sanos
amores y los más puros sentimientos. Ayúdame, Señor, a no cesar de vivificarlo
todo con una nueva vida. No hacer mi quehacer de HOY sólo de un modo formal,
porque hay que hacerlo, sino poniendo en él todo mi ser. «Espíritu... ven sobre
el mundo... danos la vida...» (Noel Quesson).
En la vida de un cristiano, sobre todo si se dedica
a algún tipo de apostolado, tiene que haber unas convicciones claras, sin las
cuales le resultará difícil perseverar en su camino. Encontramos la fuerza en la
Eucaristía, Sangre de la Nueva Alianza.
2. «Moisés y
Aarón con sus sacerdotes invocaban al Señor y él les respondía», reza el
salmo: la cercanía de Dios es mucho más viva con Jesús vivo en la Eucaristía,
donde nos unimos para alabar a Dios e interceder por la humanidad.
“Dios les
hablaba desde la columna de nube”, pero ahora nos habla desde dentro, pues
vive en nosotros Cristo: "No vivo
yo, sino que Cristo vive en mí" (Gl 2,20). Agradecemos como el
salmista esa presencia divina: “Señor,
Dios nuestro, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios de perdón”… nos
sabemos inundados del amor y del poder de Dios, es lo que llamamos vivir en el
Espíritu Santo. Pablo reconoce que hay una "gloria" en todo aquello
que preparó la llegada del Mesías, es decir, lo que nosotros llamamos el
Antiguo Testamento; sin embargo, eso era transitorio. Lo permanente es esta
acción nueva del Espíritu, y es permanente porque no puede ser derrotada, ya
que en Cristo hemos visto que ni la furia del demonio, ni el abandono de la
cruz, ni la frialdad del sepulcro fueron mayores que la vida que Cristo anunció
y trajo a nosotros. Pablo lo vio y vivió; nosotros podemos verlo y vivirlo.
La Ley, lo que es recto –“derecho y justicia” -, que se proclama ante el Arca de Dios –“estrado de sus pies”, como Templo o
monte santo- es una referencia a la Encarnación de Jesús que vendrá, máxima
expresión de la presencia divina, glorificada en la Resurrección, como apunta
Orígenes: “alguno ha dicho que el estrado de los pies es la carne de
Cristo que debe ser adorada por motivo de Cristo. Y Cristo debe ser adorado por
motivo del Verbo de Dios que está en él”. San Jerónimo prefiere la
aplicación al cuerpo resucitado del Señor: “he leído en el libro de un autor:
‘se trata, dice, de la Encarnación, es decir, que (el salmo) afirma que el Hombre
que Dios se dignó asumir en María, es Él mismo, el estrado de sus pies’. Aunque
en realidad el hombre haya estado asumido –y, delante de Dios, toda criatura es
estrado de sus pies- aun en este caso, este estrado fue estrechamente unido con
Dios y con aquel que está sentado con Él. Daos cuenta de lo que me atrevo a
afirmar. Lo que un día fue estrado yo lo adoro de la misma manera que el trono.
Y
aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora no lo conocemos ya
más según la carne (2
Cor 5,16). Admitamos que haya sido estrado antes de la muerte,
antes de la resurrección, cuando comía, cuando bebía, cuando tenía nuestros
mismos sentimientos. Pero después de resucitar y ascender victorioso al cielo
yo no distingo entre el que está sentado y el que es estrado: en Cristo todo es
trono. Tú me preguntarás y me dirás: ‘¿Por qué?, o ‘¿cómo?’. Yo no sé de qué
modo, y, sin embargo, creo que es así”. La Santísima Humanidad de Cristo merece
adoración, culto de latría, por su unión hipostática con el Verbo de Dios.
Dios ejerce el derecho y la justicia en su pueblo a
través de mediadores. Se califica a Moisés y a Aarón de sacerdotes por ser
ambos de la tribu de Leví, pero sobre todo por haber sido intercesores entre
Dios y el pueblo a la salida del Egipto (Ex 4,15-16), y junto a ellos se cita
Samuel que medió por la monarquía, todos ellos según el querer de Dios, que es
santo y no admite el pecado y lo castiga, y la Iglesia ensalza su nombre
diciendo: “Santo, santo, santo, Señor
Dios Todopoderoso” (cf. Ap 4,8: notas de la Biblia de Navarra).
Llucià Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario