Domingo XIII (ciclo C): Jesús nos llama en el camino de la
vida, a una misión para la que se nos han concedido los dones que tenemos, y
vamos creciendo en el amor y descubriendo esa misión
“Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén. Y envió mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de
Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a
Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron:
-Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos? Él se
volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de
camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: -Las zorras
tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde
reclinar la cabeza.
A otro le dijo:
-Sígueme. El respondió: -Déjame primero ir a enterrar a mi padre. Le contestó:
-Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de
Dios.
Otro le dijo: -Te
seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia. Jesús le
contestó: -El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el
Reino de Dios”
(Lucas 9,51-62).
1. “Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a
Jerusalén. Y envió mensajeros por delante”: Jesús
va a Jerusalén: en Lucas la vida de Jesús fue un largo caminar hacia Jerusalén,
su vida pública es un irse acercando a la meta, la Pascua. De Galilea a
Jerusalén se pasa por Samaría, pero al saber que va al Templo, se enfadan
porque ellos creen en el Garizín:
“De camino entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero
no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan,
discípulos suyos, le preguntaron: -Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del
cielo que acabe con ellos? Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra
aldea”. Jesús no quiere que nos dejemos
llevar apor venganza o ira: «Si la regla de conducta del maestro
debe ser siempre perseguir el vicio para corregirle, es muy conveniente que conozcamos
que debemos ser firmes con los vicios, pero compasivos con el hombre» (San
Gregorio Magno). Ayúdame, Jesús, a tener buen carácter, fuerte pero con tu
mansedumbre, compasión por los demás.
“Mientras iban de
camino, le dijo uno: -Te seguiré adonde vayas”… Jesús le dice que ya no
tiene casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de
su madre, cuenta ya. No mira atrás. Es más pobre en esto que los
animales, vive en una inseguridad total. No posee más que su misión. Y al
comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su
«ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la
cuestión. Es típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde
quería alojarse. Por eso no es necesario mandar bajar fuego del cielo (H.
von Balthasar). Es normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11).
Comenta así san Agustín: “Escuchad lo que Dios me
ha inspirado sobre este capítulo del evangelio. En él se lee cómo el Señor se
comportó distintamente con tres hombres. Rechazó a uno que se ofreció a
seguirlo; a otro que no se atrevía, lo animó; por fin, censuró a un tercero que
lo difería. ¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan
excelente, como es seguir al Señor a donde quiera que vaya, que el que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas?
Lleno de admiración, pregunta: «¿Cómo es eso? ¿Cómo desagradó al maestro bueno,
nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de
los cielos, hombre tan bien dispuesto?». Como se trataba de un maestro que
preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera
seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés, no el de Jesucristo, pues
el mismo Señor dijo: No todo
el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos (Mt 7,21).
Éste era uno de ellos; no se conocía a sí mismo, como lo conocía el médico que
lo examinaba, porque si ya se conocía mentiroso, falaz y doble, no conocía a
quién hablaba. Pues es él de quien dice el evangelista: No necesitaba
que nadie le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (Jn
2,25). ¿Y qué le respondió? Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el
Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no
tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en su corazón: eres falaz. Las
aves del cielo tienen nidos en su corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y
soberbio, no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
En cambio, a otro que está siempre callado, que
no dice nada y nada promete, le dice: Sígueme. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era el
bien que veía en éste. Al que no quiere, le dice: Sígueme. Tienes
un hombre dispuesto -te seguiré adondequiera que vayas-, y dices:
Sígueme a
quien no quiere seguirte. «A éste -dice- le excluyo, porque veo en él
madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿por qué molestas a ése que invitas y se
excusa? Mira que le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue; pues, ¿qué
dice? Iré primero a enterrar a mi padre.
Mostraba al Señor la fe de su corazón, pero le retenía la piedad. Cuando
nuestro Señor Jesucristo destina a los hombres al evangelio, no quiere que se
interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal. Ciertamente la ley ordena
esta acción piadosa, y el mismo Señor acusó a los judíos de echar abajo ese
mandato de Dios. También dice San Pablo en su carta: Éste
es el primer mandamiento de la promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre (Ef
6,2). No hay duda de que es mandato de Dios. Este joven, pues, quería obedecer
a Dios, dando sepultura a su padre. Pero hay lugares, tiempos y asuntos
apropiados a este asunto, tiempo y lugar. Ha de honrarse al padre, pero ha de
obedecerse a Dios; ha de amarse al progenitor, pero ha de anteponerse el
Creador. Yo -dice Jesús- te llamo al evangelio; te llamo para obra más
importante que la que tú quieres hacer. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tu padre ha
muerto. Hay otros muertos que pueden enterrar a los muertos. ¿Quiénes son los
muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros
muertos?... Le amortajan, le llevan a enterrar y le lloran, a pesar de estar
muertos, porque aquí se trata de los infieles.
En este texto nos ordenó el Señor lo que está
escrito en el Cantar de los Cantares: Ordenad en mí el amor (Cant
2,4). ¿Qué significan esas palabras? Estableced una jerarquía, un orden y dad a
cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los
padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos: Hijos,
no sé cómo aparecisteis en mi seno (2 Mac 7). Pude concebiros
y daros a luz, pero no pude formaros. Luego oíd a Dios, anteponedle a mí, no os
importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que
enseñó la madre a sus hijos, eso mismo enseñaba nuestro Señor Jesucristo a
aquel a quien decía: Sígueme.
Ahora entra en escena otro que quiere ser
discípulo, quien, sin nadie haberle dicho nada, confiesa: Te seguiré, Señor, pero antes voy a
comunicárselo a los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las
palabras es el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele
acontecer, me busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y
mira atrás es apto para el reino de los cielos. Te llama el oriente y
tú miras a occidente. El presente capítulo nos enseña que el Señor eligió a los
que quiso. Como dice el Apóstol, eligió según su gracia y conforme a la
justicia de ellos (Sermón 100,1-3).
2. «Ve y
vuelve», dice Elías a Eliseo, a quien ha elegido mientras éste ara con su
yunta, y va a despedirse de sus padres, y se despide de todos con la
comida asada de sus bueyes. «Luego se
levantó, marchó tras Elías y se puso a sus órdenes». No se trata de
un servicio puramente humano, sino que, al ser Elías un hombre de Dios,
es ya un servicio a Dios. Para la Antigua Alianza esto es una obediencia
grandiosa a una llamada de Dios transmitida por el profeta (H. von Balthasar).
Es vivir para el Señor, como reza el salmo: “El Señor es mi lote y mi heredad”.
3. «Vuestra
vocación es la libertad», dice san Pablo: libertad para la que «Cristo nos ha liberado», y no
otra. No una libertad individualista, pues la libertad cristiana consistirá
en el servicio al prójimo: «Sed
esclavos unos de otros por amor». Tampoco se trata del libertinaje,
pues entre los deseos de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que
nos guía hay una contradicción directa, un antagonismo total. Que el
hombre tenga que luchar contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar
su verdadera libertad, nada dice contra la libertad que le ha sido dada;
también Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones» (Lc 4,1-12). No se
puede ser libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias,
sino que para ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La
libertad de Cristo es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús
en esto nos «hace libres» verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la
que Cristo nos llama es su propia libertad, a través de la cual participamos
en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta (H. von Balthasar).
Llucià Pou Sabaté