Martes de la semana 8 de tiempo ordinario
Jesús nos trae la
salvación, y si nos entregamos como Él, recibiremos cien veces más y la vida
eterna
«Comenzó Pedro a
decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús
respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa,
hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el
Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida
eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.» (Marcos 10,
28-31)
1. Ayer vimos al joven
rico marchar triste, sin decidirse a seguir a Jesús. Luego, Pedro, que sí le ha
seguido, pregunta: «Ya ves que nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Mateo lo completa: ¿qué
recibiremos en cambio?
La respuesta de Jesús
nos llena de esperanza para quien se entrega a Dios: «Recibirá en este tiempo cien veces más y en la edad futura vida eterna».
No habla Jesús de tantos por ciento, sino que en la nueva familia que se crea
en torno a Jesús, dejamos un hermano y encontramos cien. Es la familia: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien
cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc
3,34s).
Una madre no pregunta
cuánto le van a pagar por su trabajo, ni un amigo pone precio a un favor, ni
Jesús pasa factura por su entrega en la cruz. Señor, yo todavía quiero honores,
que me valoren: ayúdame a madurar en la fe, a ejemplo de tantos laicos en medio
del mundo, entregados al apostolado, de sacerdotes que hacen presente a Jesús
en nuestro mundo, de religiosos dentro de una comunidad, de misioneros… tantos
que han abandonado esa familia biológica, para vivir tu misma vida, Jesús.
Vivir tu felicidad… con algunas persecuciones. Además, sin renuncia aparece el
egoísmo en sus formas de comodidad, pasiones varias e intereses, orgullo, que
hacen daño. En cambio, la generosidad vence todo mal: «Este es el índice para
que el alma pueda conocer con claridad si ama a Dios o no, con amor puro. Si le
ama, su corazón no se centrará en sí misma, ni estará atenta a conseguir sus
gustos y conveniencias. Se dedicará por completo a buscar la honra y gloria de
Dios y a darle gusto a Él. Cuanto más tiene corazón para si misma menos lo
tiene para Dios» (San Juan de la Cruz).
-“Muchos de los primeros serán los últimos, y los últimos serán los
primeros”. En economía se dice que hay que ir atentos a no crecer de manera
imprudente y desmesurada en la empresa, pues alguien que vive bien con su
familia puede vivir luego mal para mantener los costes de esa ampliación. Así
también no podemos polarizar nuestra vida para proyectos materiales, pues solo
el amor explica el motivo de una vida, y el amor de Dios es lo que da sentido a
todo. Pero en el campo de las intenciones, es difícil conocer quien es el
primero y cuál el último, por eso el último puede ser el primero.
Todos los verdaderos
pobres son ricos. "¿No os parece rico, exclama S. Ambrosio, el que tiene
la paz del alma, la tranquilidad y el reposo, el que nada desea, no se turba
por nada, no se disgusta por las cosas que tiene desde largo tiempo, y no las
busca nuevas?".
2. Vemos hoy que el sacrificio no ha de ser
externo con muerte de animales, sino que se va preparando el que Jesús nos trae
con su obediencia al Padre y su amor por la humanidad.
-“Observar la ley es hacer muchas
ofrendas. Atender a los mandamientos es hacer sacrificios de comunión”. El
sacrificio grato a Dios es la vida recta del hombre, sus esfuerzos para cumplir
los mandamientos de Dios.
-“Dar gracias es hacer oblación de
flor de harina. Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza”. La
alegría en la vida es la verdadera acción de gracias a Dios. El amor-caridad en
la vida es la verdadera alabanza a Dios.
-“Desviarse del mal, agrada al
Señor. Apartarse de la injusticia, es un sacrificio de expiación”. Siempre
la misma idea: el verdadero culto no es la sucesión de los ritos
escrupulosamente cumplidos... ¡es la vida cotidiana! Aparte de la misa del
domingo, se celebra la misa, la liturgia, en la calle, en las casas, en las
escuelas, en los ambientes de trabajo todos los días de la semana para:
apartarse del mal, combatir la injusticia... Señor, ayuda a cada uno de los
cristianos a redescubrir sin cesar el valor de su vida cotidiana como «ofrenda
espiritual» y como culto verdadero. San Pablo repitió esa misma idea: «Os exhorto, hermanos a que ofrezcáis
vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios, tal será
vuestro sacrificio espiritual» (Rm 12,1-2).
-“No vayas con las manos vacías ante
la presencia del Señor...” Los ritos son necesarios, claro está, pero
adquieren valor cuando se les confiere un contenido real: el ofertorio de una
misa va unida a una vida de responsabilidad. El pan y el vino, «frutos de la
tierra y del trabajo del hombre» de hecho no son más que representantes de esta
vida cotidiana. ¡No vengas con las manos vacías!
-“En todos tus dones, muestra un
rostro alegre, consagra los diezmos con contento”. San Pablo, también dirá
que "Dios ama al que da con alegría"
(2 Co 9,7). ¿Tienen nuestras liturgias ese carácter alegre?
-“Da con mirada generosa, según tus
posibilidades”. La ofrenda ritual debería ser la que corresponde a nuestra
vida.
-“No busques ganarte a Dios con
presentes. Porque el Señor es un juez que no hace acepción de personas”.
Ser desinteresado. El culto no es un regateo «doy para que me des" (Noel
Quesson).
3. El salmo, como
siempre, hace eco a esta palabra: «escucha,
pueblo mío: no te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos
ante mi», «ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos... al que
sigue buen camino, le haré ver la salvación de Dios». La caridad es la
piedra de toque, como «la prueba de nueve», para saber si los sacrificios
rituales son sólo apariencia o vienen de lo más profundo. Podíamos pensar,
equivocadamente, que con unas oraciones o unas limosnas al templo ya agradamos
a Dios y somos buenos cristianos. Haremos bien en hacer caso al sabio Sirácida.
Está bien que recemos y llevemos medallas y ofrezcamos sacrificios a Dios. Pero
todo esto debe ir acompañado de lo que él afirma que es la verdadera religión:
cumplir la voluntad de Dios, hacer favores al prójimo, dar limosna a los
pobres, apartarse del mal, hacer el bien, ser justo. Está bien que ofrezcamos
cosas. Pero sobre todo debemos ofrecernos nosotros mismos. Como hizo Jesús, que
no ofrecía en el Templo dinero o corderos, sino que se entregó a sí mismo en el
altar de la cruz (J. Aldazábal).
El autor de la carta a los Hebreos pone este salmo en labios de Cristo para
definir la naturaleza del sacrificio de la cruz: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo,
Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He
aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!"
(Hb 10,5-9).
Llucià Pou Sabaté
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