Domingo de la 7ª semana de Pascua - La Ascensión de
Jesús al Cielo, donde Dios lo sentó a su derecha, es modelo para nosotros: estamos
también llamados a estar allí
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos: -«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los
muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de
los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois
testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos
en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.» Después los sacó
hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se
separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se
volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios” (Lucas 24,46-53).
1. -Desde la Ascensión del Señor, algo de
nosotros está ya en el cielo. Como todos los misterios de la vida del Señor, la
Ascensión no sólo nos revela quién es Dios. Nos desvela también la profundidad
y la altura de nuestra condición humana. En la glorificación de Jesús, la
humanidad ha entrado en Dios. Él, que siendo de condición divina no se
avergonzó de llamarse nuestro hermano, nos introduce en el cielo. Hoy dice a
sus discípulos que “el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer
día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a
todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.”
«Y dejas, Pastor
santo, tu grey en este valle hondo, escuro». Es una poesía de Fray Luis que
refleja la tristeza de aquellos discípulos que ven cómo una «nube envidiosa»
les priva «deste breve gozo» de la presencia de Jesús y se preguntan: «¿Qué
norte guiará la nave al puerto?» Para exclamar finalmente: «¡Cuán pobres y cuán
ciegos, ay, nos dejas!». Pero no nos deja… León Felipe lo explica mejor: «Aquí
vino y se fue. Vino..., nos marcó una tarea y se fue. Tal vez detrás de aquella
nube hay alguien que trabaja, lo mismo que nosotros, y tal vez las estrellas no
son más que ventanas encendidas de una fábrica, donde Dios tiene que repartir
una labor también. Aquí vino y se fue. Vino..., llenó nuestra caja de caudales
con millones de siglos y de siglos; nos dejó unas herramientas..., y se fue.
Él, que lo sabe todo, sabe que estando solos, sin dioses que nos miren,
trabajamos mejor. Detrás de ti no hay nadie. Nadie. Ni un maestro, ni un amo,
ni un patrón. Pero tuyo es el tiempo. El tiempo y esa gubia con que Dios
comenzó la creación»… No hay soledad y la nostalgia tras la ascensión, sino alegría
por el don del Espíritu Santo, de gozar ya su presencia en nuestra vida, y una misión que se nos confía: ser testigos
de Jesús hasta los confines del mundo (Javier Gafo): “Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la
ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto”, sigue diciendo el
Señor. “Después los sacó hacia Betania
y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de
ellos, subiendo hacia el cielo”. Los discípulos, después de haber recibido la
última bendición de Jesús, "se
volvieron a Jerusalén con gran alegría y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios».
2. Lucas dedica
su obra al amador de Dios, Teófilo, y después de los Evangelios escribe
lo que pasa después de la Ascensión, lo que hemos leído en Pascua, el
“evangelio del Espíritu Santo”, después “de
todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio
instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu
Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles
numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta
días, les habló del reino de Dios”.
“Una vez que comían juntos, les recomendó: -«No os
alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que
yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis
bautizados con Espíritu Santo.»”
Ellos todavía
tienen confuso ese Reino y piensan en poder humano: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Pero
Jesús aprovecha eso para abrirles horizontes: -«No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre
ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre
vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea,
en Samaria y hasta los confines del mundo.» Es hoy la coronación de la
glorificación de Cristo realizada en la Pascua, y preparación de la fiesta del
Espíritu Santo.
No se ha ido
Jesús, se queda, como señala Juan Pablo II: “En realidad, Jesús resucitado no
deja definitivamente a sus discípulos; más bien, empieza un nuevo tipo de
relación con ellos. Aunque desde el punto de vista físico y terreno ya no está
presente como antes, en realidad su presencia invisible se intensifica,
alcanzando una profundidad y una extensión absolutamente nuevas. Gracias a la
acción del Espíritu Santo prometido, Jesús estará presente donde enseñó a los
discípulos a reconocerlo: en la palabra del Evangelio, en los sacramentos y en
la Iglesia, comunidad de cuantos creerán en él, llamada a cumplir una incesante
misión evangelizadora a lo largo de los siglos”.
“Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una
nube se lo quitó de la vista”. Se va y se queda. No podemos quedarnos mirando solo
al cielo, sino que hemos de volver a lo de antes, con esa presencia de Dios, la cabeza en el cielo y los
pies en la tierra: “Mientras miraban fijos al
cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que
les dijeron: - «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo
Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto
marcharse» (Hechos 1,1-11).
Dios
es un Rey y estamos a su servicio, nos dice el salmista: “Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque
el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra”. A veces se oye hablar que el mundo se ha apartado de Dios,
pero es que los cristianos nos hemos apartado del mundo, vivimos en Babia, a
veces en la nostalgia del pasado. Nos ve el pelo a los cristianos en las
películas y las telenovelas, en el mundo de la política hay pocos y pocos en
los bancos y los que llevan la economía mundial. Además, no nos preocupemos
mucho de hacer quinielas sobre a dónde va ir a parar el mundo, sino de lo que
nos pone el Señor en las manos en este momento… el futuro está en manos de Dios,
y el Espíritu Santo es un Artista que va llevando la Iglesia, y a cada uno de
nosotros, nos va dando pistas en nuestro corazón, para que las sigamos y seamos
felices, bienaventurados, para que en medio de nuestra debilidad nos apoyemos
en su fortaleza, y en medio del tiempo vayamos descubriendo la gloria.
“Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son
de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. Porque
Dios es el rey del mundo; tocad con maestría. Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado” (Salmo
46). Subes al cielo, Señor, y me dejas en tu viña,
y me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra, donde me has puesto.
Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello
con toda el alma, Señor. Oigo a gente que compara y se queja y preferiría haber
nacido en otra tierra y en otra edad. Para mí eso es rebelión y herejía. Todos
los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el
espacio que tú escoges para mí son doblemente sagrados a mis ojos por ser tú
quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para mí. Me
encanta mi viña, Señor, y no la cambiaría por ninguna.
Veo tu
belleza y tu poder en tu obra viva, Señor, en toda tu creación y en la persona,
en mí y los demás. Tú me preparas mi
heredad. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que
quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El
mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por
esta vida, por esta tierra y por este tiempo. Gracias por mi viña, Señor (Carlos
G. Vallés).
3. Pide S. Pablo
a Dios que conceda a los efesios "espíritu
de sabiduría y revelación" para conocerlo. No se trata de saber más
cosas, sino del don de sabiduría que lleva al conocimiento y a la aceptación del
amor de Dios y de su voluntad. S. Agustín nos habla de cuál es esa sabiduría:
“Quien beba de este agua, jamás volverá
a tener sed (Jn 4,13). Conocer es también amar, es
ver a Dios con los ojos del corazón por una fe práctica: “Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál
es la esperanza a la que os llama”: la esperanza es lo primero que hemos de
comprender, a lo que nos lleva la Ascensión de Jesús, que también será la
nuestra; “cuál la riqueza de gloria que
da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para
nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que
desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su
derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y
dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino
en el futuro”: la herencia que esperamos, la promesa del cielo.
“Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia
como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en
todos”: es la
exaltación de Jesús resucitado que actúa en nosotros para que también resucitemos
con Él. Nuestro agradecimiento se abre en acción de gracias por lo que ya hemos
recibido y en la petición confiada de lo que está por venir.
Llucià Pou
Sabaté
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