Jueves de la semana 6 de Pascua
Jesús se despide pero se queda en la Iglesia, y con su Espíritu extiende su reino, y convierte las tristezas en alegrías.
En aquel tiempo, Jesús habló así a sus discípulos: «Dentro de poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver». Entonces algunos de sus discípulos comentaron entre sí: «¿Qué es eso que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver’ y ‘Me voy al Padre’?». Y decían: «¿Qué es ese ‘poco’? No sabemos lo que quiere decir». Se dio cuenta Jesús de que querían preguntarle y les dijo: «¿Andáis preguntándoos acerca de lo que he dicho: ‘Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver?’. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,16-20).
1. “Dentro de un poco ya no me veréis, y dentro de otro poco me volveréis a ver...” Hoy tocaría celebrar la Ascensión, el día de la despedida... sobre esto leí con gusto estos versos de no sé quien: “Hoy, Jesús, más que la muerte, / temo, Señor, tu partida / y quiero perder la vida / mil veces más que perderte, / pues la inmortal que Tú das / sé que alcanzarla no puedo / cuando yo sin ti me quedo, / cuando Tú sin mí te vas”. Jesús se queda en presencia de amor. Amar es estar presente en el amado; el amado está presente en el amante. Así, con esa presencia de intención muy fuerte, sitúa Santo Tomás la presencia del Espíritu Santo en el alma, en esa labor de “sinergia” de “Él y yo” que llamamos “camino de santidad”. Los que se aman, están unidos estén físicamente juntos o distantes. Se habla incluso de telepatía, comunicación más allá del espacio, que en la fe “notamos” como “comunión de los santos”. Jesús, te pido que así como estás en el Padre, estés en mí por tu Espíritu; que me una a ti en la Eucaristía, como has dicho: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Que me una a ti en la Iglesia, que yo me alimente de la Eucaristía y que tu presencia dé fecundidad...
“Lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo”. Dejará a los apóstoles llorando al irse, pero llega pronto el día de la resurrección, “el primero de la semana”, que luego se llamará “domingo: día del Señor”. Jesús resucitado, que sepa yo también estar alegre en este encuentro contigo, que tal como viniste aquellos días en cuerpo presente, glorioso, vienes ahora sacramentalmente, en el Pan y el Vino consagrados, en la comunidad, en la Palabra, en la paz que traes a nuestros corazones, en la Reconciliación cuando vivo la experiencia de tu redención, en un “hoy” que está a nuestra disposición sacramentalmente. Dame esta alegría de tu compañía, con ese amor tuyo que canta el profeta Amós: “aunque una madre se olvidase de su hijo, yo nunca me olvidaré”. Hazme ver, Señor, que podemos unirnos a Ti de una forma más intensa que cuando estabas en la tierra, como dice san Pablo: “¿Quién nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesús?... ni la muerte ni la vida...” Jesús, te pido hoy que esta Nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada por tu Preciocísima Sangre, me ate a ti con el cemento de tu amor, de manera que realices en mí ese cambio de mentalidad (metanoia, dice la Escritura), un cambio de dirección en mi vida, que no es de un día sino algo así como hacer de hijo pródigo cada día, un ir contigo, por el camino de la vida, hacia la casa del Padre.
2. Vemos hoy a Pablo en Corinto (está año y medio, del 49-51), ciudad viva, de ambiente romano, capital de Acaya. De mucho comercio, y mala fama. Aquila y su mujer Priscila, huidos de Roma por la persecución de Claudio, lo acogieron y él trabajó confeccionando tiendas. Predicó a los judíos, pero al encontrar resistencia determinó: “Desde ahora me dirigiré a los gentiles” (Hechos 18,1-8). Señor, hazme atento a tu salvación; que sepa colaborar contigo. Que sepa entender la libertad, aquello de san Agustín: “Dios, que te ha creado sin contar contigo, no te salvará sin ti”. Que sepa abrirte mi corazón, pues sólo puedes convertirme si te abro la puerta. Tú, Señor, no te impones: propones. No te demuestras, sino te “muestras” en la fe. Te pido paciencia para conmigo y con los demás, como tú la tienes con todos nosotros. Que, como nos muestra este libro de Lucas (que se ha llamado el Evangelio del Espíritu Santo) sepa dejarme llevar por tu Fortaleza, como dice S. Juan Crisóstomo: “estos galileos, hasta hace poco tan pusilánimes y toscos, aparecen cambiados en hombres nuevos que desprecian las riquezas y los honores, las llamas de la cólera y la codicia de los sentidos, porque han sido hechos superiores a toda pasión”.
3. Cantamos al Señor en el Salmo “un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas; su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. El Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia; se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel”. Juan Pablo II señalaba: “se trata de un himno al Señor, rey del universo y de la historia...: cántico perfecto, rebosante, solemne, acompañado por música festiva... se abre con la proclamación de la intervención divina dentro de la historia de Israel... liberación de la esclavitud de Egipto. La alianza con el pueblo de la elección es recordada a través de dos grandes perfecciones divinas: «amor» y «fidelidad»...: en el Evangelio «la justicia de Dios se ha revelado», «se ha manifestado»... Dios realiza la salvación en Cristo, hijo de Israel; todas las naciones lo ven y son invitadas a aprovecharse de esta salvación, dado que el Evangelio «es potencia de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego», es decir el pagano (Rm 1,16). Ahora «los confines de la tierra» no sólo «han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sl 97,3), sino que la han recibido”. “Cántico nuevo –dice Orígenes- es el Hijo de Dios que fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva realidad le debe corresponder un cántico nuevo. ‘Cantad al Señor un cántico nuevo’. Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios... hizo milagros en medio de los judíos: curó a paralíticos, purificó a leprosos, resucitó muertos. Pero también lo hicieron otros profetas. Multiplicó los panes en gran número y dio de comer a un innumerable pueblo. Pero también lo hizo Eliseo. Entonces, ¿qué es lo que hizo de nuevo para merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios fue crucificado para elevarnos hasta el cielo”.
Cristo vence al mal, con su muerte (humana) nos da la vida (pues Él como Dios no muere, y vence a la antigua serpiente o Satanás). Señor, que en las tentaciones a ti acudamos, que tu Espíritu nos fortalezca, que con nuestra vida digamos: “Santificado sea tu nombre”.
Llucià Pou Sabaté
 
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