Tiempo ordinario, I semana, miércoles (año
impar): Jesús
sigue curando en sábado, dando sentido al “descanso”, y nos enseña a dedicar
tiempo a la oración
“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la
sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de
la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la
puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera
estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de
diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los
demonios, pues le conocían.
De madrugada,
cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario
y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al
encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a
los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido».
Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”
(Marcos
1,29-39).
1. Jesús, te veo salir de la sinagoga donde
has curado a uno, y vas a casa de Pedro y curas a su suegra: la tomas de la
mano y la “levantas”, usando el mismo verbo que se usa para tu resurrección,
«levantar» (en griego, «egueiro»). Veo ahí que comunicas tu victoria contra el
mal y la muerte, curando enfermos y liberando a los poseídos por el demonio. Es
tu misión de Mesías y Salvador: curar enfermos, consolar a los tristes, expulsar
demonios, predicar.
Luego,
“al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y
endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos
que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían”. Todos te llevan sus
enfermos y endemoniados. Todos quieren escucharte: «Todos te buscan», te dicen los discípulos. Seguro que debías tener
una actividad frecuentemente muy agotadora, que casi no le dejaba ni respirar.
Señor gracias por poner atención a lo que es en verdad el sábado, y no hacer
caso a los legalismos judíos. Hay una unión misteriosa entre el sábado y las
bienaventuranzas de los humildes, los que poseen de verdad la tierra. Jesús nos
trae el Reino de Dios, con sus curaciones (físicas y espirituales, van unidas
muchas veces) quiere traernos el auténtico descanso, el sentido del sábado como
reino de los cielos, anticipo del cielo.
“De madrugada, cuando todavía estaba muy
oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer
oración”. Tienes
tiempo para ponerte a rezar a solas con tu Padre. Nosotros decimos frecuentemente: —¡No tengo tiempo de rezar! Realizamos
un montón de cosas importantes, eso sí, pero corremos el riesgo de olvidar la
más necesaria: la oración. Hemos de crear un equilibrio para poder hacer las
unas sin desatender las otras. San Francisco nos lo plantea así: «Hay que
trabajar fiel y devotamente, sin apagar el espíritu de la santa oración y
devoción, al cual han de servir las otras cosas temporales».
El Catecismo, al frente de las tentaciones en
la oración, pone ésta: “La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra
falta de fe. Esta se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas
preferencias de hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil
trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (2732).
Es muy eficaz la oración, lleva a la audacia:
“En San Pablo, esta confianza es audaz, basada en la oración del Espíritu en
nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único. La
transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra petición”
(2739).
Y Jesús nos enseña a rezar, con su vida: “La
oración de Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. Él es su
modelo. Él ora en nosotros y con nosotros” (2740). “Jesús ora también por
nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras peticiones han sido
recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y escuchadas por su
Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por nosotros ante el
Padre. Si nuestra oración está resueltamente unida a la de Jesús, en la
confianza y la audacia filial, obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y
aún más de lo que pedimos: recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los
dones” (2741).
“Simón y sus compañeros fueron en su busca; al
encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». Él les dice: «Vayamos a otra parte, a
los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido».
Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios”. San Pedro resumía la vida de
Jesús haciendo referencia a esta dimensión taumatúrgica propia de la vida
pública del Señor; así lo dice ante los judíos: ...”Jesús, el Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con
milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como
vosotros mismos sabéis” (Act 2,22); y ante el centurión Cornelio: ...”Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el
Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos
los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Act 10,37-38).
Te doy gracias, Señor, por tus milagros, para
ayudar a los pobres, para ayudarnos a creer:
-Milagros sobre los espíritus, pues ángeles
como demonios se sometían públicamente a ti;
-milagros cósmicos sobre las cosas (como la conversión
del agua en vino, la primera pesca milagrosa, el apaciguamiento de la tempestad;
las multiplicaciones de los panes, caminar sobre las aguas, moneda extraída del
pez, se seca la higuera maldita). También los portentos en
algunos momentos, desde la estrella de Belén hasta el cosmos que llora a su
muerte;
- milagros sobre personas, de orden moral, y
curaciones: resurrecciones (tres), curaciones (16 aparecen) y milagros de
majestad (de su potestad, autoridad).
Sólo Dios puede hacer milagros, y Jesucristo
los ejecutaba con su propio poder, sin recurrir a la oración, como los otros
taumaturgos. Por eso dice San Lucas que salía de Él un poder que sanaba a todos
(Lc 6,19). Con esto se muestra, dice San Cirilo, que “no obrara con poder
prestado”. El mismo Jesús declara el origen divino de su poder cuando dice: “Jesús, pues, tomando la palabra, les decía:
...lo que hace [el Padre], eso también lo hace igualmente el Hijo... Porque,
como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da
la vida a los que quiere” (Juan 5,19.21).
Tiempo especialmente importante es la
juventud, para ayudar en la educación integral, haciendo ver que necesitamos
este tiempo de silencio creador, que es la oración, esos tiempos de reflexión: “No
basta ser cristianos por el Bautismo recibido o por las condiciones histórico-sociales
en que se ha nacido o se vive. Poco a poco se crece en años y en cultura, se
asoman a la conciencia problemas nuevos y exigencias nuevas de claridad y
certeza. Es necesario, pues, buscar responsablemente las motivaciones de la
propia fe cristiana. Si no llegamos a ser personalmente conscientes y no
tenemos una comprensión adecuada de lo que se debe creer y de los motivos de la
fe, en cualquier momento todo puede hundirse faltalmente y ser echados fuera, a
pesar de la buena voluntad de los padres y educadores. Por eso, hoy
especialmente es tiempo de estudio, de meditación, de reflexión. Por eso os
digo: emplead bien vuestra inteligencia, esforzaos por lograr convicciones
concretas y personales, no perdáis el tiempo, profundizad en los motivos y
fundamentos de vuestra fe en Cristo y en la Iglesia, para ser fieles ahora y en
vuestro futuro” (Juan Pablo II).
Lo que agobia y cansa es lo que se teme. Se
teme lo que se deja para más tarde y como se deja para mas tarde sabiendo que
se debe hacer agobia, es como una losa que se lleva encima, pesa. Jesús nos
enseña a poder atender a la gente, porque atendemos a nuestra alma, donde
habita el principal que hemos de atender, el Señor.
2. –“Puesto
que los hombres tienen todos una naturaleza de carne y de sangre, Jesús quiso
participar de esa condición humana”. Es el realismo de la encarnación. ¡«Participar
de la condición» de aquellos que se quiere salvar! Así ha de ser el sacerdote,
según el último Concilio: «Los presbíteros, tomados de entre los hombres, viven
con los demás hombres como hermanos. Así también el Señor Jesús... En cierta
manera son segregados en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen
de él, ni de hombre alguno... No podrían ser ministros de Cristo si no fueran
testigos y dispensadores de una vida distinta a la terrena; pero tampoco
podrían servir a los hombres, si permanecieran extraños a su vida y a sus
condiciones.»
-“Así
también, por su muerte, pudo Jesús aniquilar al señor de la muerte, es decir,
al Diablo”. Jesús vence todo mal. –“Y
liberó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a
esclavitud. De esta manera, afrontando la muerte, nos libra de ella”. Viviéndola,
nos muestra que no hay que tenerle miedo, puesto que tampoco el temió pasar por
ella como algo necesario para acceder a la verdadera vida. Señor, ayúdame a no
tener miedo a la muerte... o por lo menos a que este miedo no me esclavice.
Quédate conmigo, Señor, cuando llegue mi hora.
-“Porque
ciertamente no son ángeles a los que quiere ayudar... por eso le fue preciso
asemejarse en todo a sus hermanos...” ¡Gracias; Señor! –“Para ser, en sus relaciones con Dios, sumo
Sacerdote, misericordioso y fiel”. Es el sacerdocio de Cristo, la puerta
que nos lleva al Padre.
-“Habiendo
sido probado en el sufrimiento de su pasión, puede ayudar a los que se ven probados”.
La prueba. La experiencia del sufrimiento. Decimos a menudo: «¡no lo podéis
comprender! es preciso pasar por ello para saberlo». El hombre que ha de
soportar esa misma prueba adquiere una capacidad nueva de comprensión. Como
Jesús, es capaz de ayudar a los probados (Noel Quesson).
3. “Dad
gracias al Señor, invocad su nombre, / dad a conocer sus hazañas a los pueblos.
/ Cantadle al son de instrumentos, / hablad de sus maravillas.” El Señor es
sacerdote perfecto, que nos abre las puertas de la casa del Padre. Él mismo es
la puerta de la salvación: “Gloriaos de
su nombre santo, / que se alegren los que buscan al Señor. / Recurrid al Señor
y a su poder, / buscad continuamente su rostro.”
En el prefacio de la misa en que se celebra
la Unción de los enfermos recordamos el ejemplo de Jesús: «Tu Hijo, médico de
los cuerpos y de las almas, tomó sobre sí nuestras debilidades para socorrernos
en los momentos de prueba y santificarnos en la experiencia del dolor»: “Se acuerda de su alianza eternamente, / de
la palabra dada, por mil generaciones; / de la alianza sellada con Abrahán, /
del juramento hecho a Isaac”.
Llucià Pou Sabaté
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