2ª semana, jueves (impar): Jesús no cesa de ofrecerse por nosotros,
de interceder en favor nuestro
“En aquel tiempo,
Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran
muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro
lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al
oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus
discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues
curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima
para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y
gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no
le descubrieran”
(Marcos 3,7-12).
1. En estos días rezamos por la
unidad de los cristianos, y hoy el Evangelio nos muestra «una gran muchedumbre de Galilea» y de otros lugares que sigue a
Jesús. Ya es sintomático que Jesús sea Galileo, tierra considerada poco
religiosa por los Judea; y cuando Jesús habla de alguien caritativo cita la
parábola del samaritano, tierra paganizada cuyos habitantes eran mal vistos por
los judíos, considerados pecadores. Señor, sé que has venido a llamar a todos,
a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde tú eres la puerta que da
al aprisco, terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de
hijos de Dios, la pascua -el paso- o bautismo de salvación; hemos sido
bautizados «en un solo Espíritu para
formar un solo cuerpo» (1Cor 12,13). Jesús está abierto a todos, y en
cambio los cristianos –como antes los judíos- nos hemos dividido en grupos, se
han disgregado los ortodoxos, y luego todos los protestantes (anglicanos,
luteranos, etc.). Pecado histórico que hemos de reparar, con la oración y una
caridad viva e imaginativa, en nuestra realidad eclesial y social. Que nuestro
amor sea atrayente, para los que están lejos, que al vernos digan señalándonos:
“quiero ser como éste”, y seamos reflejo de Jesús. Él pide al Padre, para la Iglesia , la unidad: «Que todos sean uno, para que el mundo crea»
(Jn 17,21); y nosotros también pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia de Cristo tenga un
solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4,32-34).
“Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le
prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de
suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle”.
“Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y
gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no
le descubrieran”.
La expresión “hijo de Dios” en los sinópticos suele ir ligada a referencias
angélicas o de demonios. San Juan lo usa para explicar la divinidad de Jesús, y
como esa expresión “hijo de Dios” era una referencia a los reyes, y como
extensión a todo hijo de Israel, especialmente al pueblo como tal, Jesús se
inventó una que venía del libro de Daniel: “hijo del hombre” (el ser
pre-existente que vendrá a la tierra desde Dios) y lo une a la tradición del
siervo de Yahvé del libro de Isaías. Esta expresión, “hijo del Hombre”, le
permitió desvelar progresivamente la divinidad, que no sería aceptada al
principio, y paulatinamente se va descubriendo. Otras acepciones estaban
politizadas –la de Mesías-, o eran ambiguas como hijo de David que sí tiene
sentido pero sin expresar la divinidad, y por eso Jesús inventa la expresión.
La afirmación de Jesús como Hijo de Dios
responde a la pregunta explícita o implícita (por los hechos que hace Jesús,
con autoridad) sobre quién es: “Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15). Decía Juan Pablo II: “nos
sentimos interpelados por la misma pregunta que hace casi dos mil años el
Maestro dirigió a Pedro y a los discípulos que estaban con Él. En ese momento
decisivo de su vida, como narra en su Evangelio Mateo, que fue testigo de ello,
“viniendo Jesús a la región de Cesarea
de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo
del hombre? Ellos contestaron: unos, que Juan el Bautista; otros que Elías;
otros que Jeremías u otro de los profetas. Y Él les dijo: y vosotros ¿quién
decís que soy?” (Mt 16,13-15).
Conocemos la respuesta escueta e impetuosa de
Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios vivo” (Mt 16,16). Para que nosotros podamos darla, no sólo en términos
abstractos sino como una expresión vital, fruto del don del Padre (Mt 16,17),
cada uno debe dejarse tocar personalmente por la pregunta: “Y tú, ¿quién dices
que soy? Tú, que oyes hablar de Mí, responde: ¿Qué soy de verdad para tí?”. A
Pedro la iluminación divina y la respuesta de la fe le llegaron después de un
largo período de estar cerca de Jesús, de escuchar su palabra y de observar su
vida y su ministerio (cfr. Mt 16,21-24)”. En el fondo, la pregunta de Jesús respeta
nuestra libertad, no induce a una respuesta determinada, no fuerza y no tiene
miedo a ser rechazado, esto es particularmente importante en el momento difícil
de su vida, cuando la cruz se perfilaba cercana y muchos le abandonaban, y ante
el abandono del discurso de Cafarnaum hizo a los que se habían quedado con El
otra de estas preguntas tan fuertes, penetrantes e ineludibles: “¿Queréis iros
vosotros también?”. Fue de nuevo Pedro quien, como intérprete de sus hermanos,
le respondió: “Señor, ¿a quién iríamos?
Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú
eres el Santo de Dios” (Jn 6, 67-69). La grandeza de Jesús es misteriosa,
como respeta nuestra libertad y estar dispuesto a quedarse solo, no forzar con
su poder nuestra respuesta… también estas preguntas nos indican que es justo
por nuestra parte que estemos disponibles para dejarnos interrogar por Jesús,
capaces de dar la respuesta justa a sus preguntas, dispuestos a compartir su
vida hasta el final.
La respuesta de Pedro aparece ante nuestra
mirada como un “laboratorio de la fe”, en expresión del mismo Papa, y Pablo VI
decía que muestran cómo Jesús “está en el vértice de la aspiración humana, es
el término de nuestras esperanzas y de nuestras oraciones, es el punto focal de
los deseos de la historia y de la civilización, es decir, es el Mesías, el
centro de la humanidad, Aquel que da un valor a las acciones humanas, Aquel que
conforma la alegría y la plenitud de los deseos de todos los corazones, el
verdadero hombre, el tipo de perfección, de belleza, de santidad, puesto por
Dios para personificar el verdadero modelo, el verdadero concepto de hombre, el
hermano de todos, el amigo insustituible, el único digno de toda confianza y de
todo amor: es el Cristo-hombre. Y, al mismo tiempo, Jesús está en el origen de
toda nuestra verdadera suerte, es la luz por la cual la habitación del mundo
toma proporciones, formas, belleza y sombra; es la palabra que todo lo define,
todo lo explica, todo lo clasifica, todo lo redime; es el principio de nuestra
vida espiritual y moral; dice lo que se debe hacer y da la fuerza, la gracia,
de hacerlo; reverbera su imagen, más aún se presencia, en cada alma que se hace
espejo para acoger su rayo de verdad y de vida, de quien cree en El y acoge su
contacto sacramental; es el Cristo-Dios, el Maestro, el Salvador, la Vida ”.
La vida de fe lleva a confesar el nombre de
Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios vivo es; él es nuestro Redentor, el
Camino; nuestro Maestro, la
Verdad ; el Amigo que nos resucita, la
Vida. Es el centro de la historia y del
mundo; quien conoce nuestro interior y nos ama tal como somos; plenitud de
nuestros afanes y felicidad que colma nuestros anhelos. Luz para nuestra
inteligencia, Pan para darnos fortaleza, Fuente de agua viva que colma toda sed
de conocer y amar; Pastor y guía que nos acompaña y consuela, Rey de un Reino
de las bienaventuranzas donde los pobres son ricos, los que lloran felices, los
pacíficos mandan desde el servicio, la mirada pura de los que aman de corazón
ilumina con su transparencia a todos y todas las cosas. Es el puente que une
cielo y tierra, el sueño de Jacob en su escalera por donde los ángeles
presentan a Dios nuestras obras junto a Jesús…
2. Hebreos nos dice: «tenemos un sumo sacerdote», «celebrante del santuario», Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz
fue su muerte en cruz. El antiguo culto fue ineficaz, era culto terrestre, «esbozo y sombra del celeste». Los
antiguos sacerdotes estaban «al servicio
de una copia y vislumbre de las cosas celestes», en un Templo construido
por manos humanas. Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no
necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no
tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de
animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo
construido por Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la
derecha de Dios, como Mediador nuestro. Jesús en su pascua, en su cruz y
resurrección, es el verdadero culto celeste, culto espiritual. Los antiguos «quebrantaron [de hecho] mi alianza»; en
la nueva, en cambio, sigue diciendo el Señor, «escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño
al grande». Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de
Jesucristo («no transformó nada»);
ésta es en cambio, la eficacia de Jesucristo y de su obra: de hecho, los
hombres conocen a Dios, lo aman y siguen su voluntad (G. Mora).
Está Jesús «siempre vivo», su resurrección es la
garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros… «para interceder por nosotros». Jesús no
deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los
pecadores. En este momento ¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está
haciendo siempre! La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época
y para cada lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una
vez al ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de mantenerse en estado de
ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el que lo encontramos...
uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la Iglesia de hoy y la del
mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor el sentido de la eucaristía.
Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La escena exterior del Gólgota
sucedió sólo aquel viernes.
Es la «misa
sobre el mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual,
que es fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un Sumo
Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los
cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra causa
cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí: nuestra
naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad del Padre (Noel
Quesson).
El sacerdocio
de Melquisedec es profecía del de Jesús, a diferencia del de Aarón, es
personal, permanente, no va de padres a hijos. El antiguo régimen queda
abolido, la ley no lleva a la perfección, de suyo no confiere santidad interior
ni fuerza para hacer el bien, como ahora los valores que señalan los bienes
pero no hacen como las virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una
esperanza mejor con la confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el
espíritu de adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo
traducimos) realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
2. Queremos
entrar en la oración de Jesús, o mejor dicho dejar que Jesús entre en nuestro
corazón para decir con él, en el salmo: “Ni
sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías
holocaustos ni víctimas, dije entonces:
Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad”. En el Sacrificio
Eucarístico; en nuestra vida diaria, de tal forma que se convierta toda ella en
una continua ofrenda de suave aroma en su presencia. “Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. He publicado la justicia en la gran asamblea;
mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te
buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación”.
Llucià Pou Sabaté
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