Domingo 3º, C – La Palabra de Dios la meditamos en la oración, y así vivimos lo que nos
pide el Señor, donde nos ha puesto en su Iglesia
“Ilustre
Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que
se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por
los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo
también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he
resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las
enseñanzas que has recibido.
En
aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se
extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su
costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el
Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba
escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha
enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para
anunciar el año de gracia del Señor»
Y,
enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga
tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta
Escritura que acabáis de oír”
(Lucas 1,1-4; 4,14-21).
1. El Evangelio de Lucas está dedicado a Teófilo (significa “amador de
Dios”) y nos
dice que fue Jesús a Nazaret y leyó en la sinagoga el Libro: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque
él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar
libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor». Y
todos tenían los ojos fijos en él. Y él dijo: -“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. No ha recogido
Lucas todo lo que dice el Señor, pero sí lo esencial. No creemos en una idea,
sino en ti, Jesús, que viniste en aquel tiempo (“hoy se cumple”…) y en Nazaret.
Eres Dios con nosotros, no unas ideas, no un mito. Arraigado en un terruño, en
un linaje, en una familia, hiciste de carpintero, tuviste amigos de todas
clases. Eres real, te has encarnado, eres Dios y hombre.
Se concentra en
ti toda la aventura de los hombres con Dios. Eres la cima y el todo de la
Revelación. En el hoy humilde de cada día te encontramos. Orígenes dice:
“Cuando leéis: “Enseñaba en las
sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él”, no penséis que aquella gente
era especialmente afortunada porque oía a Cristo, ni que vosotros estáis
privados de estas enseñanzas. Si la Escritura es la verdad, Dios no ha hablado
sólo en las asambleas de los judíos de entonces, sino que habla hoy todavía en
nuestra asamblea. Y no sólo aquí, entre nosotros, sino en otras reuniones y en
el mundo entero, Jesús enseña y busca los instrumentos para transmitir su
doctrina. Rogad por mí para que me encuentre dispuesto y apto para cantar sus
alabanzas. Del mismo modo que Dios encontró a los profetas, Isaías, Jeremías,
Ezequiel, Daniel en tiempos en que los hombres estaban privados de las
profecías, asimismo Jesús busca instrumentos para transmitir su palabra y
“enseñar a los pueblos en sus sinagogas, y todos hablaban bien de él.”
Jesús, vives en
tu familia que has creado, la Iglesia, como la Gran Familia de los hijos de
Dios, siendo Dios me ofreces ser Amigo y hermano. Te podemos decir: Jesús, Te
doy gracias porque has hecho que yo pertenezca a tu Familia. Estos días hemos
rezado porque algunos de estos hermanos de esta familia se han separado y
pedimos que se unan otra vez con el Papa en la Iglesia de Jesús, los orientales
(ortodoxos) y los protestantes (y anglicanos) y seamos todos una Iglesia.
2. Concluido el exilio, Artajerjes I aprobó la Ley de Moisés como ley real
para todos los judíos repatriados y encargó a Esdras, que era escriba en su
corte, la misión de organizar la vida pública en Palestina. Esdras llegó a
Jerusalén el año 453. Para promulgar la ley, Esdras esperó que llegaran las
fiestas del séptimo mes (septiembre-octubre), con las que acostumbraban los
judíos a inaugurar el año nuevo, que es cuando se reunía en Jerusalén un buen
número de peregrinos. Esdras lee la Ley sobre una tarima y rodeado de los
principales del pueblo. Aunque se habla aquí de un libro -sin duda alguna el
pentateuco tal como se conocía en aquellos tiempos-, no es de suponer que
leyera todo su contenido, sino únicamente las prescripciones legales. En señal
de respeto y de buena disposición para realizar lo que escuchaban, todo el
pueblo se pone en pie apenas comenzada la lectura. El auditorio lo integran
hombres y mujeres, incluso los niños, con tal que fueran capaces de comprender.
Dios habla a su pueblo, a todo el pueblo. Esdras, el sacerdote, concluye la
proclamación de la Ley con una alabanza al Señor, y todo el pueblo responde con
una aclamación y un asentimiento a la voluntad del Señor, alzando las manos y
diciendo amén, amén. Es la renovación de la Alianza: Dios da su palabra y el
pueblo se compromete a cumplirla. Su futuro depende de que así sea. Se pasa
inmediatamente al adoctrinamiento en pequeños grupos, a fin de que la enseñanza
se adapte mejor a las diversas necesidades y circunstancias. Esto permite hacer
preguntas y respuestas, entablar un diálogo en el que se superan las dudas y se
entrega la tradición. El texto nos ofrece un testimonio de la institución
rabínica. El conocimiento minucioso de la Ley provoca el temor del pueblo ante
tantas obligaciones y las sanciones que se imponen a los transgresores. Pero
Esdras y Nehemías, el gobernador, así como todos los colaboradores en la
enseñanza de la Ley, animan al pueblo para que no se aflija y se alegre más
bien en el Señor. Porque el Señor es la fortaleza de Israel.
La palabra proclamada ante el pueblo y aceptada por el pueblo, comentada
después e interiorizada por cada uno, lleva a la responsabilidad y a la
conversión de todos. Y los que han participado de una misma palabra, tomarán
parte también en un mismo banquete para celebra la fiesta de la reconciliación.
Nadie debe quedar al margen de esta fiesta, y menos que nadie aquellos que no
tienen nada que llevarse a la boca, los pobres de Yavé. La reconciliación con
Dios y la aceptación de su voluntad, implica necesariamente la reconciliación
entre los hombres y la acogida a los pobres a los que ama el Señor (“Eucaristía
1986”).
Cuando la palabra de Dios llega al pueblo produce su efecto=la conversión,
y el gozo de la presencia y de la acción de Dios. Nehemías cuenta de
cuando encontraron el Libro y lo leyeron “en
la plaza que hay ante la puerta del agua, desde el amanecer hasta el mediodía,
en presencia de hombres, mujeres y de los que podían comprender; y todo el
pueblo estaba atento al libro de la ley”, y lo celebraron. El último
Concilio dice: “toda la divina Escritura es un solo libro y este libro es
Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo, porque toda la Escritura
habla de Cristo y se cumple en Cristo”. Las palabras de Dios nos dan a conocer
a Cristo, en nuestra vida personal nos indican el camino a recorrer… la
meditación de la Palabra que hoy celebramos, en nuestra “lectio divina” que es
algo así como “masticar” con calma la letra para sacar en nuestro corazón el
espíritu de la Palabra divina para mí, es muy importante y puede ser un
propósito para la meditación de hoy.
El Salmo
reza: “Tus palabras, Señor, son espíritu
y vida. / La ley del Señor es perfecta / y es descanso del alma; / el precepto
del Señor es fiel / e instruye al ignorante. / Los mandatos del Señor son
rectos / y alegran el corazón; / la norma del Señor es límpida / y da luz a los
ojos. / La voluntad del Señor es pura / y eternamente estable; / los
mandamientos del Señor son verdaderos / y enteramente justos”. La sabiduría
divina llena la tierra…
Es una ley que
gobierna cielo y tierra. Recuerdo que al contemplar las maravillas del cielo
adoro a Dios que lo ha hecho todo… me preguntaba un niño de 10 años: “¿Antes de
Dios, qué había?” y le intenté explicar que estamos dentro de un “sistema
operativo” que tiene espacio y tiempo, y que no entendemos eso de “para
siempre”, pues en Dios todo es presente, porque ha hecho este sistema, él está
fuera, nosotros estamos programados dentro de espacio y tiempo, pero Jesús ha
entrado dentro también, y nos explica cómo está la cosa fuera, cómo estaremos
en el cielo, cómo serán las maravillas que nos están reservadas cuando acabe
este mundo y tengamos uno nuevo.
Una ley externa
—decía en esto bien Karl Barth— es siempre molesta, sofocante, y ante ella nos entran ganas de huir. Nos
repite siempre el mismo estribillo: «debes». Y
nosotros respondemos: no puedo, no soy capaz, no tengo ganas. En cambio,
la ley escrita en el corazón nos dice:
«puedes». Entonces la obediencia pedida por Dios no es un cumplimiento del deber, sino que obedecer
significa: poder obedecer en libertad.
Por tanto, la ley, la palabra, me realiza en la libertad, además de
llevarme a encontrar a Dios.
Es una ley que
es fuente de vida, como decía san Juan de la Cruz: “Esta fuente eterna está muy
oculta, / y sin embargo, su morada la he encontrado, / ¡pero es de noche! // No sé su origen,
porque no lo tiene, / sin embargo todo origen surge de ella, / ¡pero es de noche! // Y la corriente que
nace de esta fuente, / sé que es rica y todopoderosa, / ¡pero es de noche! //
Esta fuente eterna está muy oculta / en el pan de vida, para darnos vida, /
¡pero es de noche!” Su palabra es la Verdad. Y esta palabra recorre toda la
Biblia y se hace vida en nosotros: “el Nuevo Testamento está escondido en el
Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo” (San Agustín).
3. San Pablo cuenta que todos formamos “un solo cuerpo” en Cristo. Nunca hemos
de pensar que somos más que otra persona, pero nunca hemos de pensar que somos
menos que otra persona: todos iguales, “bautizados
en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un
solo Espíritu”. Y no hemos de tener envidia de que otro sepa jugar mejor a
fútbol, o tocar la guitarra, pues es bueno que cada uno quiera ser justo como
Dios ha querido: “Si el cuerpo entero
fuera ojo, ¿cómo oiría? Si el cuerpo entero fuera oído, ¿cómo olería? Pues
bien, Dios distribuyó el cuerpo y cada uno de los miembros como él quiso”.
Hemos de procurar sentirnos útiles donde Dios quiere, sabiendo estar como los
diamantes en las joyas, allí donde las ponen, formando parte del conjunto: “Si todos fueran un mismo miembro, ¿dónde
estaría el cuerpo? Los miembros son muchos, es verdad, pero el cuerpo es uno
solo. El ojo no puede decir a la mano: «no te necesito»; y la cabeza no puede
decir a los pies: «no os necesito»”.
Cuentan de hace
algunos años, en los paraolímpicos de Seattle, nueve concursantes, todos con
alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para
correr los 100 metros planos. Al sonido del disparo todos salieron, con gran
entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Uno tropezó
en el asfalto, dió dos vueltas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño
llorar, disminuyeron la velocidad y miraron hacia atrás. Todos dieron la vuelta
y regresaron... todos. Una niña con Síndrome de Down se agachó, le dio un beso
en la herida y le dijo: "Eso te lo va a curar". Entonces, los nueve
se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos en el estadio
se pusieron de pie, los aplausos duraron varios minutos. Todos recuerdan aún la
historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa: lo importante
en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida
es ayudar a ganar a otros, aun cuando esto signifique tener que disminuir la
velocidad o cambiar el ritmo… “Así no hay divisiones en el cuerpo, porque todos
los miembros por igual se preocupan unos de otros. Cuando un miembro sufre,
todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le felicitan. Vosotros
sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro”.
Llucià Pou
Sabaté
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