Navidad, 11 de Enero. Jesús nos trae la curación de nuestras dolencias,
y nos salva con su Espíritu
“Y sucedió que, estando en una
ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra que, al ver a Jesús, se echó
rostro en tierra, y le rogó diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Él
extendió la mano, le tocó, y dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le
desapareció la lepra. Y él le ordenó que no se lo dijera a nadie. Y añadió:
«Vete, muéstrate al sacerdote y haz la ofrenda por tu purificación como
prescribió Moisés para que les sirva de testimonio». Su fama se extendía cada
vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus
enfermedades. Pero Él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba” (Lucas 5,12-16).
1. –“Estando
Jesús en una ciudad, compareció un hombre cubierto de lepra”. La lepra era
una enfermedad considerada contagiosa, castigo divino por excelencia
(Deuteronomio 28,27-35), signo del pecado que excluye de la comunidad, y
abarcaba varios tipos de enfermedades, una de ellas la que hoy llamamos lepra.
Los leprosos debían evitar las ciudades, rasgar sus vestiduras y a todos los
que se acercasen a ellos, gritarles: "¡Impuro, Impuro!" Esta
enfermedad, hoy muy fácilmente vencida, era entonces incurable: el leproso era
considerado un muerto. Señor, ayúdanos hoy, con los medios científicos, a
luchar contra esa plaga de la lepra que subsiste aún en ciertas regiones de la
tierra.
-“Viendo a
Jesús, se postró de hinojos ante El diciendo: Señor, si quieres puedes
limpiarme”. ¡Qué sufrimiento! El leproso era muy consciente de su mal:
hunde el rostro en el polvo. En el mundo hay "lepras" peores que la
lepra. ¿Somos conscientes de ello? Lo que desfigura al hombre es, ante todo el
"no-amor", el repugnante egoísmo; y de eso hay manchas y cicatrices
en mi vida. ¿Sufro yo por ello? ¿Deseo librarme de ese mal? ¿Que hago para
lograrlo?
-“Jesús
extendió la mano y le tocó”. Tocar a un leproso. Jesús rehúsa los tabúes
rigurosos de su tiempo: Deja abolida la frontera entre lo puro y lo impuro, y
reintegra en la comunidad a los excluidos. Contemplo este gesto: la mano sana
de Jesús... toca la piel purulenta de un leproso... Es todo el símbolo de la
Encarnación: por nosotros los hombres, por nosotros los pecadores, y por
nuestra salvación bajó del cielo.
-"¡Quiero,
sé limpio!..." Es voluntad de Jesús. Estoy aquí, delante de ti, Señor,
yo también, con mi mal, del que soy consciente, y con toda la otra parte del
mal que no conozco suficientemente. Purifícame, también.
-“Y al
instante desapareció la lepra”. Y le encargó: No se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote, y ofrece por
tu limpieza lo que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”. Un
testimonio sobre el poder de Jesús y sobre su obediencia a la Ley.
"¡Muéstrate al sacerdote!" ¿Es excesivo
pensar que esta palabra es siempre actual? El sacerdote no es un hombre
superior a los demás, es un hermano entre sus hermanos, pero ha recibido del
Señor el asombroso honor de ser un mediador, de representar un papel de
intermediario, más aún, de representar al mismísimo Señor. Yo no puedo salvarme
solo. Tengo necesidad de Cristo. El camino concreto que he de hacer para ir a
encontrar a un sacerdote, a un ministro del Señor es el signo de que no me
salvo por mis únicas fuerzas, sino por la gracia. Oigo que Jesucristo me
repite: "Ve y preséntate al sacerdote".
-“Numerosas
muchedumbres concurrían para oírle y ser curados de sus enfermedades”. Pero
él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración. Jesús no se deja
engañar por el éxito. Busca la soledad. Le gusta orar. Es un acto habitual,
corriente, continuo en El (Noel Quesson).
En estos días de la Epifanía , al ver esta curación del leproso, pienso que
también yo estoy necesitado de curación, y pido al Niño Jesús que me mire y
salve. Tú, Mesías prometido, ungido de Dios, nuevo Adán que, apareciendo en la
condición de nuestra mortalidad, nos has regenerado con la nueva luz de tu
inmortalidad, quiero acogerme en tu misericordia.
Al contemplarte, Señor, cómo ayudas a los pobres
de Israel, me da paz saber que si me siento pobre voy por tu camino de la
pobreza, que tú naces en un establo. José se las ingenia lo mejor que puede
para buscar abrigo durante la noche, quizá en los alrededores había algunas
cuevas abiertas en la ladera del monte, que habitualmente se utilizaban para
guardar los animales de carga durante la noche. Quizá fue la misma Virgen quien
propuso a José instalaros provisionalmente en alguna de aquellas cuevas, que
hacían de establo en las afueras de Belén. José se quedaría confortado por esas
palabras y por la sonrisa de María. De modo que allí os quedasteis, Jesús, con
los enseres que habíais podido traer desde Nazaret: los pañales, alguna ropa de
abrigo, algo de comida.... los pastores fueron los testimonios del mayor
portento de la historia, y no son socialmente bien considerados: no servían de
testimonio en los juicios.
El Cantar de los cantares habla del alma deseosa
del amado, pero sobre todo del Esposo que viene en Navidad, Dios que no aguanta
la separación y desea encontrarse la amada, que somos cada uno de nosotros. Hay
malentendidos, amor deseado que se hace amor comprobado, y sobretodo una visión
del amor limpio y sano, fiel e incondicional, más fuerte que la muerte y que
todos los peligros y tentaciones. Como se ha dicho, el alma que comienza se
fortalece y se hace esposa fiel del amado: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, que hermosa eres! Como de paloma, así son
tus ojos, además de lo que dentro se oculta. Tus cabellos dorados y finos, como
el pelo de rebaños que viene del monte de Galaad.... Subiré a buscarte al monte
de la mirra y al collado del incienso”.... Dios muestra su amor por la belleza
del alma, aunque dentro hay más bellezas ocultas que sólo aparecerán con la
lucha y la gracia que van descubriendo lo que era inmaduro. Aún imperfecta pero
amada pues el Amado exclama: “Toda
hermosa eres hermosa, amiga mía, no hay defecto alguno en ti, ven del Líbano,
esposa mía, vente del Líbano, serás coronada (...) huerto cerrado eres, hermana
mía, esposa, huerto cerrado, fuente sellada” (Cant 4). Y añade después de
una separación que parece dura, pero que acrecienta el deseo: “¡Qué hermosa y agraciada eres, oh
amabílisima y deliciosísima princesa!” Y luego viene el canto de la
fidelidad probada: “ponme como sello sobre
tu corazón, ponme por marca sobre tu brazo: porque fuerte como la muerte es el
amor, implacables como el infierno los celos; sus brasa, brasas ardientes y un
volcán de llamas. Las muchas aguas no han podido extinguir la fuerza del amor”
(Cant 8).
Jesús, ves más allá de nuestras lepras para
prepararnos como esposa purificada por el fuego de tu amor, también con el de pruebas
interiores y exteriores, así consigues desvelar toda la belleza del amor humano
y divino. Hay nubarrones de polvo, enfermedades y lepras, además por fuera:
enemigos de nuestra santificación presentan batalla de una tan vehemente y bien
orquestada, que podrían hundirnos, y de hecho hay gente que se deprime… son técnicas
de terrorismo psicológico... mentiras, denigraciones, deshonras, supercherías,
insultos, susurraciones tortuosas (J. Escrivá, Homilías 2,298). Estar con Jesús
es toparse con la Cruz. Pero ante todo esto, sabemos que nos abandonamos en
las manos de Dios, estamos bien, contentos. Es la lepra que queremos quitarnos
sobre todo, la propia estima desligada de ese amor de Dios, que incluye dolor,
soledad, contradicciones, calumnias, difamaciones, burlas: si Dios lo permite,
hemos de dejarnos hacer, Él quiere conformaros a su imagen. Dejarnos llamar locos,
necios. Dejarlo todo, la honra, el prestigio, para seguirle a Él solo, y así no
nos importarán las sospechas, odios, injurias personales.... Aunque podamos
sentirnos leprosos, enfermos, indignos, dentro de un silencio en el que Dios
calla o parece que no nos escucha, que andamos engañados, que sólo se oye el
monólogo de nuestra voz, como sin apoyo sobre la tierra y abandonados del
cielo.... Aún así, Jesús nos lavará de esas lepras, y dejará su presencia
dentro de nosotros, con serenidad y gozo eternos.
2. ¿Quién es el que vence al mundo? Para san Juan,
"mundo" significa: «al hombre encerrado en sí mismo y tentado de
construirse y salvarse por sus propias fuerzas». De hecho, el verdadero
cristiano ha vencido esa tentación: no vive replegado en sí mismo, sino abierto
a Dios... ha vencido la ridícula y vana tentativa de querer «divinizarse» por
sí mismo y deja el éxito de toda su vida en las manos de Dios.
-“El que
cree que Jesús es el Hijo de Dios”. La Fe nos hace vencedores de aquella
tentación. La Fe nos «abre a Dios» que hace que nuestra salvación y el éxito de
nuestra vida los confiemos a Jesús, Hijo de Dios. ¿Es así el modo como concibo
yo mi Fe?
-“Dios nos
ha concedido la vida eterna, y esta vida eterna está en su Hijo”. El éxito
en la vida es el amor esperanzado, la fe, creer que Jesús, Hijo de Dios, posee
la vida eterna, especialmente después de su victoria sobre la muerte... y que
esa vida eterna es también herencia nuestra si creemos en Jesucristo.
-“Quien
tiene al Hijo, posee la vida”. Quien no tiene al Hijo, no posee la vida. Señor,
quiero creer en tu Hijo. Cristo es mi vida. Pienso en todos esos jóvenes que
dicen tener un vehemente deseo de vivir... Señor, haz que descubran que Tú
estás de parte de la vida, que eres un apasionado por todo lo que vive, que Tú
eres el viviente por excelencia... y que Tú propones y ofreces la explosión de
tu propia vida a todos los que están ávidos de vida en plenitud.
-“Es El,
Jesucristo, el que vino por el agua y por la sangre...” «El agua y la
sangre» tienen un doble significado simbólico en san Juan: simbolizan la
obediencia filial de Jesús hasta la muerte, por amor a todos los hombres. Juan
vio esto. Estaba al pie de la cruz. Lo afirma. Jesús lo ha dado todo. El
Corazón abierto, del que mana «el agua y la sangre» ¡es el símbolo más fuerte y
expresivo del amor!
-el agua y la sangre» simbolizan también la
sacramentalidad eclesial: la presencia del resucitado es perpetuada por su
Cuerpo que es la Iglesia, y que se expresa en unos ritos visibles, los sacramentos.
En particular el bautismo y la eucaristía, «el agua y la sangre» el más fuerte
testimonio, HOY, del don de Dios a los hombres.
-“Tres son
los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre...” El
procedimiento judicial de los tribunales judíos exigía tres testigos... Hoy
diríamos que tenemos varios testimonios que recibir y que dar: el de los
sacramentos participando en su Cuerpo y Sangre, el de la vida para que sea una
ofrenda agradable a Dios por amor (Noel Quesson).
3. “Glorifica
al Señor, Jerusalén; / alaba a tu Dios, Sión: / que ha reforzado los cerrojos
de tus puertas, / y ha bendecido a tus hijos dentro de ti”. Es el Señor
Dios nuestro defensor, que nos invita a ser sus hijos, en Jesús: “Ha puesto paz en tus fronteras, / te
sacia con flor de harina. / Él envía su mensaje a la tierra, / y su palabra
corre veloz”. Su Espíritu nos ayuda a conocer el Camino para la Casa del
Padre, que es su Palabra, Jesús: “Anuncia
su palabra a Jacob, / sus decretos y mandatos a Israel; / con ninguna nación
obró así, / ni les dio a conocer sus mandatos”.
Llucià Pou Sabaté
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