2ª semana, sábado: «La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha», por eso Dios lo glorificó y damos gracias: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo»: «Habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros».
Hebreos 9:2 - 3, 11 – 14: 2 Porque se preparó la parte anterior de la Tienda, donde se hallaban el candelabro y la mesa con los panes de la presencia, que se llama Santo. 3 Detrás del segundo velo se hallaba la parte de la Tienda llamada Santo de los Santos, 11 Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12 Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. 13 Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!
Salmo 47: 2 - 3, 6 – 9: 2 ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! 3 Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre la tierra toda. 6 Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta: 7 ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! 8 Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! 9 Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono.
Marcos 3: 20 – 21 20 En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
Comentario: 1. Hebreos 9,2-3.11-14: a) Hablando todavía del sacerdocio de Cristo, la carta compara dos elementos importantes del Templo de Jerusalén (o sea, del AT) con la nueva realidad de Jesús: el Templo mismo y los sacrificios. Explica, ante todo, cómo funcionaba el Templo: con un recinto anterior, llamado «santo», y otro más interior y oculto, llamado «santísimo». El sumo sacerdote de turno entraba en el «santísimo» una vez al año, en la fiesta de la Expiación, para ofrecer al Señor sacrificios por el pueblo. Pero Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. Allí ha sido constituido Sacerdote y Mediador nuestro ante Dios. En cuanto al sacrificio, los sacerdotes de la antigua Alianza ofrecían una y otra vez sacrificios de animales, por sus pecados y por los del pueblo, porque la sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación.
b) En los prefacios del Tiempo Pascual damos gracias a Dios por este sacerdocio perfecto de Cristo, por la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, que hace inútiles ya todos los demás sacrificios, y también porque en él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, permanece vivo el sacerdocio y el sacrificio: - Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», - él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre», - él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».
Todos los esfuerzos humanos fracasan a la hora de conseguir la salvación. No nos salvamos a nosotros mismos, por muchos «sacrificios de animales» que hagamos. Es Cristo Jesús quien nos ha salvado y el que también ahora sigue en el cielo intercediendo por nosotros. El es el verdadero Sacerdote, que ha asumido nuestra debilidad y nos reconcilia continuamente con su Padre.
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-Cuando se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros... ¡Sorprendente fórmula! ¡Jesús, "el sumo sacerdote de la felicidad"! No precisa de ningún comentario. Sólo hay que saborear detenidamente esa función sacerdotal de Jesús. Quiere nuestro bien. Trabaja en ello, para ello dio toda su vida. Y esta felicidad, que es total y nos colma, está en marcha, ¡«viene»!
-A través de una «tienda» mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Alusión al Santo de los Santos, ese santuario más recoleto del Templo -llamado el "Tabernáculo" o «Tienda»-, donde el sumo sacerdote judío entraba una vez al año, cuando el pueblo celebraba el gran perdón del Kippur. Jesús había dicho: «Destruid ese Santuario y yo construiré otro no edificado por hombres.» (Marcos, 14-58.) Además, a la muerte de Jesús los evangelistas muestran el «velo» del Templo rasgado en dos (Marcos, 15-37). Como afirmando que la sede del Santo de los santos es destruida. En adelante, el verdadero lugar de nuestro acceso a Dios es el Cuerpo de Cristo... santuario «mayor» y más «perfecto» que el antiguo santuario, ¡construido por Dios mismo!
-Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Efesios, 2-6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo.
-Esparciendo no sangre de animales, sino la suya propia. El tema de la sangre es muy importante en toda esa Epístola. No acabamos de comprender el simbolismo que todo esto contiene porque en occidente prácticamente no tenemos nunca ocasión de asistir a un «sacrificio ritual», como los hay todavía en el culto de algunas religiones. Se degüella un animal en honor de un dios y se comulga en lo sagrado untando con sangre caliente las manos, el rostro y el dintel de la puerta de la casa. La sangre es símbolo de la «vida». Sólo Dios tiene poder sobre la vida. En muchas civilizaciones que están mucho más en contacto directo con la naturaleza que nosotros está prohíbido beber la sangre. Para los hebreos la sangre es algo sagrado (Lv 17,11; 14; Dt 12, 23), el uso de la sangre se reserva exclusivamente para hacer «ofrenda a Dios». Así pues, cada vez que la Escritura trata de la sangre podríamos reemplazar ese término por el de «vida ofrecida»: cuando Jesús ofrece su sangre en la cruz es sólo el gesto exterior y visible que expresa la ofrenda interior que hace de su vida... cuando nos da su sangre en comunión eucarística, es el signo exterior concreto que expresa que nos da su vida. -Obtuvo así una redención definitiva. Pues si la simple aspersión con sangre de un animal proporcionaba una pureza exterior a los contaminados... La sangre de Cristo hace mucho más: impulsado por el Espíritu eterno, Jesús se ofreció a sí mismo a Dios... Y su sangre purificará nuestra conciencia de las obras muertas para que podamos rendir culto al Dios vivo. Jesús se ofreció. Sacrificó no la vida de otro sino la suya. Y dio así la mayor prueba de amor a Dios y a los hombres. Y en su ofrenda nos invita a ofrecer también nuestra vida en culto espiritual (Noel Quesson).
Con el pasaje de hoy, el autor llega a formular la razón definitiva de su acusación de ineficacia contra el culto antiguo. En primer lugar entiende todo el proceso ritual del día de la Expiación como símbolo de su propio fracaso. La entrada en el Santo de los Santos es para el autor, como para todo israelita, el acercamiento a Dios. Pues bien: la abundante cantidad de limitaciones -una sola persona, una sola vez al año, con sangre expiatoria por sus propios pecados y por los de los demás- es clara señal de que no es ésta la verdadera entrada del hombre ante Dios.
Del símbolo pasa Heb a la realidad, leída -no es preciso repetirlo- a la luz de la revelación que constituye para él la cruz de Jesucristo. En el tiempo presente "se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo... con observancias externas" (9-10). La cruz de Jesús ha enseñado al autor dónde está realmente el problema del hombre; la perdición del hombre es su pecado, no entendido más o menos imaginativamente como una barrera que impide el paso a Dios o como una mancha en la conciencia, sino como un alejamiento de Dios voluntario, consciente y libre. El problema del hombre está en él mismo, en lo que el hombre tiene de decisión libre, responsable, de sí mismo ante Dios. Salvar al hombre es «limpiarlo de su pecado» (9,13-14), "perfeccionarlo" (10,14), «acercarlo a Dios» (7,19; 10,19-20), "hacer lo perfecto en la conciencia" (9,9), es decir, posibilitar la verdadera recuperación de su libertad en Dios y para Dios.
Todo el antiguo culto intentaba tender un puente imposible entre la «conciencia» y los «preceptos carnales» (9,9-10). Por definición era el intento de hallar la «purificación» del hombre a base de realidades situadas fuera de él mismo y de su decisión. Es imposible que actos o cosas exteriores al hombre -ritos de carne (9,9), sangre de animales (10 4) o lo que sea- puedan cambiar la sede del pecado humano, la decisión libre y personal. El culto antiguo fue un engaño continuo y repetido (10, 1-4). Con esto Heb nos enseña a aplicar la cruz de Cristo como criterio para discernir todo lo que pretende presentarse como salvador o liberador del hombre (G. Mora).
Hemos visto hoy la Superioridad de la Nueva Alianza: ley interior del Corazón, luz interior y amor, la remisión de los pecados es la característica de la Nueva Alianza. La antigua está aniquilada, condenada a que desaparezca. Luego, la semana próxima, las lecturas nos irán llevando por la superioridad del sacrificio de Cristo, después de que se va que su sacerdocio es superior. Es ministro de un santuario y mediador de la nueva alianza. Ha de centrar el sacrificio y toma el propiciatorio del templo de Moisés como modelo, el arca de la alianza, y él entra en el Sancta Sanctorum, y nos atrae hacia él.
Ya no entramos en un templo construido por manos humanas para ofrecerle un sacrificio a Dios. Entramos, más bien, en la persona, en la humanidad de Cristo; no vamos a ver, como espectadores, la realización del Sacrificio, sino que nosotros mismos nos involucramos en él, con un compromiso personal que nos lleva a ser solidarios unos de otros, pues no ofrecemos a Dios algo externo a nosotros, sino nuestra misma persona que, llena del Espíritu Santo, vive en obediencia a la voluntad del Padre, y en un amor sincero y comprometido con Dios y con el prójimo. Por eso, por nuestra unión a Cristo, podemos decir que en el Sacerdote y en el Pueblo sacerdotal, cuando ofrecemos el sacrificio grato a Dios, coinciden en nosotros tanto el sacerdote como la víctima. Por ello hemos de vivir en una continua conversión y en un continuo crecimiento en el amor. Sólo así tendremos una esperanza cierta de participar eternamente de la Gloria de nuestro Dios, Señor y Sumo Sacerdote, Jesucristo, pues ya desde ahora seremos gratos a nuestro Dios y Padre.
2. Sal. 47 (46). Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. En todo fue obediente, obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Así nos enseñó el camino del amor fiel, mediante el cual el Padre Dios nos reconocerá como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. Mediante su amor, convertido en servicio y en entrega para nuestra salvación, el Hijo de Dios, Cristo Jesús, regresa a su Padre, llevando consigo a todos los que creemos en Él. Pero nuestro camino no es fácil; pues también a nosotros corresponde cargar nuestra cruz de cada día e ir tras las huellas de Cristo. E ir tras las huellas del Señor significa que también nosotros hemos de vivir en el amor fiel a nuestro Dios y Padre, para que hagamos en todo su voluntad, amando y sirviendo a nuestro prójimo para que también él, junto con nosotros, alcance la salvación eterna. Y para que esto llegue a ser realidad hemos de estar dispuestos incluso a entregar nuestra vida, con tal de que todos lleguen al conocimiento de la Verdad y participen de la Vida eterna.
3.- Mc 3,20-21. A Jesús le llaman loco. Pero no pierde su equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta. En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas… amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas. Llucià Pou Sabaté
sábado, 22 de enero de 2011
2ª semana, sábado: «La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha», por eso Dios lo glorificó y damos gracias: «Pueblos todos,
2ª semana, sábado: «La sangre de Cristo se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha», por eso Dios lo glorificó y damos gracias: «Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo»: «Habiendo entrado una vez para siempre en el santuario del cielo, ahora intercede por nosotros».
Hebreos 9:2 - 3, 11 – 14: 2 Porque se preparó la parte anterior de la Tienda, donde se hallaban el candelabro y la mesa con los panes de la presencia, que se llama Santo. 3 Detrás del segundo velo se hallaba la parte de la Tienda llamada Santo de los Santos, 11 Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12 Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. 13 Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!
Salmo 47: 2 - 3, 6 – 9: 2 ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! 3 Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre la tierra toda. 6 Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta: 7 ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! 8 Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! 9 Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono.
Marcos 3: 20 – 21 20 En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
Comentario: 1. Hebreos 9,2-3.11-14: a) Hablando todavía del sacerdocio de Cristo, la carta compara dos elementos importantes del Templo de Jerusalén (o sea, del AT) con la nueva realidad de Jesús: el Templo mismo y los sacrificios. Explica, ante todo, cómo funcionaba el Templo: con un recinto anterior, llamado «santo», y otro más interior y oculto, llamado «santísimo». El sumo sacerdote de turno entraba en el «santísimo» una vez al año, en la fiesta de la Expiación, para ofrecer al Señor sacrificios por el pueblo. Pero Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. Allí ha sido constituido Sacerdote y Mediador nuestro ante Dios. En cuanto al sacrificio, los sacerdotes de la antigua Alianza ofrecían una y otra vez sacrificios de animales, por sus pecados y por los del pueblo, porque la sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación.
b) En los prefacios del Tiempo Pascual damos gracias a Dios por este sacerdocio perfecto de Cristo, por la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, que hace inútiles ya todos los demás sacrificios, y también porque en él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, permanece vivo el sacerdocio y el sacrificio: - Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», - él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre», - él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».
Todos los esfuerzos humanos fracasan a la hora de conseguir la salvación. No nos salvamos a nosotros mismos, por muchos «sacrificios de animales» que hagamos. Es Cristo Jesús quien nos ha salvado y el que también ahora sigue en el cielo intercediendo por nosotros. El es el verdadero Sacerdote, que ha asumido nuestra debilidad y nos reconcilia continuamente con su Padre.
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-Cuando se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros... ¡Sorprendente fórmula! ¡Jesús, "el sumo sacerdote de la felicidad"! No precisa de ningún comentario. Sólo hay que saborear detenidamente esa función sacerdotal de Jesús. Quiere nuestro bien. Trabaja en ello, para ello dio toda su vida. Y esta felicidad, que es total y nos colma, está en marcha, ¡«viene»!
-A través de una «tienda» mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Alusión al Santo de los Santos, ese santuario más recoleto del Templo -llamado el "Tabernáculo" o «Tienda»-, donde el sumo sacerdote judío entraba una vez al año, cuando el pueblo celebraba el gran perdón del Kippur. Jesús había dicho: «Destruid ese Santuario y yo construiré otro no edificado por hombres.» (Marcos, 14-58.) Además, a la muerte de Jesús los evangelistas muestran el «velo» del Templo rasgado en dos (Marcos, 15-37). Como afirmando que la sede del Santo de los santos es destruida. En adelante, el verdadero lugar de nuestro acceso a Dios es el Cuerpo de Cristo... santuario «mayor» y más «perfecto» que el antiguo santuario, ¡construido por Dios mismo!
-Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Efesios, 2-6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo.
-Esparciendo no sangre de animales, sino la suya propia. El tema de la sangre es muy importante en toda esa Epístola. No acabamos de comprender el simbolismo que todo esto contiene porque en occidente prácticamente no tenemos nunca ocasión de asistir a un «sacrificio ritual», como los hay todavía en el culto de algunas religiones. Se degüella un animal en honor de un dios y se comulga en lo sagrado untando con sangre caliente las manos, el rostro y el dintel de la puerta de la casa. La sangre es símbolo de la «vida». Sólo Dios tiene poder sobre la vida. En muchas civilizaciones que están mucho más en contacto directo con la naturaleza que nosotros está prohíbido beber la sangre. Para los hebreos la sangre es algo sagrado (Lv 17,11; 14; Dt 12, 23), el uso de la sangre se reserva exclusivamente para hacer «ofrenda a Dios». Así pues, cada vez que la Escritura trata de la sangre podríamos reemplazar ese término por el de «vida ofrecida»: cuando Jesús ofrece su sangre en la cruz es sólo el gesto exterior y visible que expresa la ofrenda interior que hace de su vida... cuando nos da su sangre en comunión eucarística, es el signo exterior concreto que expresa que nos da su vida. -Obtuvo así una redención definitiva. Pues si la simple aspersión con sangre de un animal proporcionaba una pureza exterior a los contaminados... La sangre de Cristo hace mucho más: impulsado por el Espíritu eterno, Jesús se ofreció a sí mismo a Dios... Y su sangre purificará nuestra conciencia de las obras muertas para que podamos rendir culto al Dios vivo. Jesús se ofreció. Sacrificó no la vida de otro sino la suya. Y dio así la mayor prueba de amor a Dios y a los hombres. Y en su ofrenda nos invita a ofrecer también nuestra vida en culto espiritual (Noel Quesson).
Con el pasaje de hoy, el autor llega a formular la razón definitiva de su acusación de ineficacia contra el culto antiguo. En primer lugar entiende todo el proceso ritual del día de la Expiación como símbolo de su propio fracaso. La entrada en el Santo de los Santos es para el autor, como para todo israelita, el acercamiento a Dios. Pues bien: la abundante cantidad de limitaciones -una sola persona, una sola vez al año, con sangre expiatoria por sus propios pecados y por los de los demás- es clara señal de que no es ésta la verdadera entrada del hombre ante Dios.
Del símbolo pasa Heb a la realidad, leída -no es preciso repetirlo- a la luz de la revelación que constituye para él la cruz de Jesucristo. En el tiempo presente "se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo... con observancias externas" (9-10). La cruz de Jesús ha enseñado al autor dónde está realmente el problema del hombre; la perdición del hombre es su pecado, no entendido más o menos imaginativamente como una barrera que impide el paso a Dios o como una mancha en la conciencia, sino como un alejamiento de Dios voluntario, consciente y libre. El problema del hombre está en él mismo, en lo que el hombre tiene de decisión libre, responsable, de sí mismo ante Dios. Salvar al hombre es «limpiarlo de su pecado» (9,13-14), "perfeccionarlo" (10,14), «acercarlo a Dios» (7,19; 10,19-20), "hacer lo perfecto en la conciencia" (9,9), es decir, posibilitar la verdadera recuperación de su libertad en Dios y para Dios.
Todo el antiguo culto intentaba tender un puente imposible entre la «conciencia» y los «preceptos carnales» (9,9-10). Por definición era el intento de hallar la «purificación» del hombre a base de realidades situadas fuera de él mismo y de su decisión. Es imposible que actos o cosas exteriores al hombre -ritos de carne (9,9), sangre de animales (10 4) o lo que sea- puedan cambiar la sede del pecado humano, la decisión libre y personal. El culto antiguo fue un engaño continuo y repetido (10, 1-4). Con esto Heb nos enseña a aplicar la cruz de Cristo como criterio para discernir todo lo que pretende presentarse como salvador o liberador del hombre (G. Mora).
Hemos visto hoy la Superioridad de la Nueva Alianza: ley interior del Corazón, luz interior y amor, la remisión de los pecados es la característica de la Nueva Alianza. La antigua está aniquilada, condenada a que desaparezca. Luego, la semana próxima, las lecturas nos irán llevando por la superioridad del sacrificio de Cristo, después de que se va que su sacerdocio es superior. Es ministro de un santuario y mediador de la nueva alianza. Ha de centrar el sacrificio y toma el propiciatorio del templo de Moisés como modelo, el arca de la alianza, y él entra en el Sancta Sanctorum, y nos atrae hacia él.
Ya no entramos en un templo construido por manos humanas para ofrecerle un sacrificio a Dios. Entramos, más bien, en la persona, en la humanidad de Cristo; no vamos a ver, como espectadores, la realización del Sacrificio, sino que nosotros mismos nos involucramos en él, con un compromiso personal que nos lleva a ser solidarios unos de otros, pues no ofrecemos a Dios algo externo a nosotros, sino nuestra misma persona que, llena del Espíritu Santo, vive en obediencia a la voluntad del Padre, y en un amor sincero y comprometido con Dios y con el prójimo. Por eso, por nuestra unión a Cristo, podemos decir que en el Sacerdote y en el Pueblo sacerdotal, cuando ofrecemos el sacrificio grato a Dios, coinciden en nosotros tanto el sacerdote como la víctima. Por ello hemos de vivir en una continua conversión y en un continuo crecimiento en el amor. Sólo así tendremos una esperanza cierta de participar eternamente de la Gloria de nuestro Dios, Señor y Sumo Sacerdote, Jesucristo, pues ya desde ahora seremos gratos a nuestro Dios y Padre.
2. Sal. 47 (46). Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. En todo fue obediente, obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Así nos enseñó el camino del amor fiel, mediante el cual el Padre Dios nos reconocerá como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. Mediante su amor, convertido en servicio y en entrega para nuestra salvación, el Hijo de Dios, Cristo Jesús, regresa a su Padre, llevando consigo a todos los que creemos en Él. Pero nuestro camino no es fácil; pues también a nosotros corresponde cargar nuestra cruz de cada día e ir tras las huellas de Cristo. E ir tras las huellas del Señor significa que también nosotros hemos de vivir en el amor fiel a nuestro Dios y Padre, para que hagamos en todo su voluntad, amando y sirviendo a nuestro prójimo para que también él, junto con nosotros, alcance la salvación eterna. Y para que esto llegue a ser realidad hemos de estar dispuestos incluso a entregar nuestra vida, con tal de que todos lleguen al conocimiento de la Verdad y participen de la Vida eterna.
3.- Mc 3,20-21. A Jesús le llaman loco. Pero no pierde su equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta. En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas… amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas. Llucià Pou Sabaté
Hebreos 9:2 - 3, 11 – 14: 2 Porque se preparó la parte anterior de la Tienda, donde se hallaban el candelabro y la mesa con los panes de la presencia, que se llama Santo. 3 Detrás del segundo velo se hallaba la parte de la Tienda llamada Santo de los Santos, 11 Pero presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. 12 Y penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. 13 Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, 14 ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!
Salmo 47: 2 - 3, 6 – 9: 2 ¡Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría! 3 Porque Yahveh, el Altísimo, es terrible, Rey grande sobre la tierra toda. 6 Sube Dios entre aclamaciones, Yahveh al clangor de la trompeta: 7 ¡salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad! 8 Que de toda la tierra él es el rey: ¡salmodiad a Dios con destreza! 9 Reina Dios sobre las naciones, Dios, sentado en su sagrado trono.
Marcos 3: 20 – 21 20 En aquel tiempo, Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. 21 Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
Comentario: 1. Hebreos 9,2-3.11-14: a) Hablando todavía del sacerdocio de Cristo, la carta compara dos elementos importantes del Templo de Jerusalén (o sea, del AT) con la nueva realidad de Jesús: el Templo mismo y los sacrificios. Explica, ante todo, cómo funcionaba el Templo: con un recinto anterior, llamado «santo», y otro más interior y oculto, llamado «santísimo». El sumo sacerdote de turno entraba en el «santísimo» una vez al año, en la fiesta de la Expiación, para ofrecer al Señor sacrificios por el pueblo. Pero Jesús ha entrado en otro Templo mucho mejor, el del cielo, a través de la «cortina» de su muerte pascual. Allí ha sido constituido Sacerdote y Mediador nuestro ante Dios. En cuanto al sacrificio, los sacerdotes de la antigua Alianza ofrecían una y otra vez sacrificios de animales, por sus pecados y por los del pueblo, porque la sangre de los animales no era eficaz para conseguir para siempre la salvación. Mientras que Cristo se ha ofrecido a sí mismo, no unos animales, y su Sangre nos ha conseguido de una vez por todas la liberación.
b) En los prefacios del Tiempo Pascual damos gracias a Dios por este sacerdocio perfecto de Cristo, por la eficacia de su sacrificio personal en la Cruz, que hace inútiles ya todos los demás sacrificios, y también porque en él, ahora resucitado y glorificado junto a Dios, permanece vivo el sacerdocio y el sacrificio: - Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado», - él no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por todos ante ti; inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado, vive para siempre», - él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza, y ofreciéndose a si mismo por nuestra salvación, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».
Todos los esfuerzos humanos fracasan a la hora de conseguir la salvación. No nos salvamos a nosotros mismos, por muchos «sacrificios de animales» que hagamos. Es Cristo Jesús quien nos ha salvado y el que también ahora sigue en el cielo intercediendo por nosotros. El es el verdadero Sacerdote, que ha asumido nuestra debilidad y nos reconcilia continuamente con su Padre.
Todos los demás sacerdotes -los ministros ordenados en la Iglesia- participan de este sacerdocio de Cristo. Todos los demás templos -nuestras iglesias y capillas- son imagen simbólica del verdadero Templo en el que sucede nuestro encuentro con Dios, el mismo Cristo Jesús. Todos los demás sacrificios -también la ofrenda que cada día hacemos de nuestra vida a Dios son participación del sacrificio de Cristo. En cada Eucaristía entramos en ese movimiento de entrega de Jesús, nos sumamos a su sacrificio único, colaborando así a la salvación nuestra y del mundo.
-Cuando se presentó Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros... ¡Sorprendente fórmula! ¡Jesús, "el sumo sacerdote de la felicidad"! No precisa de ningún comentario. Sólo hay que saborear detenidamente esa función sacerdotal de Jesús. Quiere nuestro bien. Trabaja en ello, para ello dio toda su vida. Y esta felicidad, que es total y nos colma, está en marcha, ¡«viene»!
-A través de una «tienda» mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Alusión al Santo de los Santos, ese santuario más recoleto del Templo -llamado el "Tabernáculo" o «Tienda»-, donde el sumo sacerdote judío entraba una vez al año, cuando el pueblo celebraba el gran perdón del Kippur. Jesús había dicho: «Destruid ese Santuario y yo construiré otro no edificado por hombres.» (Marcos, 14-58.) Además, a la muerte de Jesús los evangelistas muestran el «velo» del Templo rasgado en dos (Marcos, 15-37). Como afirmando que la sede del Santo de los santos es destruida. En adelante, el verdadero lugar de nuestro acceso a Dios es el Cuerpo de Cristo... santuario «mayor» y más «perfecto» que el antiguo santuario, ¡construido por Dios mismo!
-Es así que penetró en el santuario del cielo... una vez para siempre. Y allí nos introduce con El. Porque Jesús no es sólo el «camino del cielo» como suele decirse, es ya el cielo realizado: «nos resucitó y nos hizo sentar en el cielo.» (Efesios, 2-6). Sí, el cielo ha comenzado en la medida en que vivimos «en el Cuerpo de Cristo»», desde aquí abajo.
-Esparciendo no sangre de animales, sino la suya propia. El tema de la sangre es muy importante en toda esa Epístola. No acabamos de comprender el simbolismo que todo esto contiene porque en occidente prácticamente no tenemos nunca ocasión de asistir a un «sacrificio ritual», como los hay todavía en el culto de algunas religiones. Se degüella un animal en honor de un dios y se comulga en lo sagrado untando con sangre caliente las manos, el rostro y el dintel de la puerta de la casa. La sangre es símbolo de la «vida». Sólo Dios tiene poder sobre la vida. En muchas civilizaciones que están mucho más en contacto directo con la naturaleza que nosotros está prohíbido beber la sangre. Para los hebreos la sangre es algo sagrado (Lv 17,11; 14; Dt 12, 23), el uso de la sangre se reserva exclusivamente para hacer «ofrenda a Dios». Así pues, cada vez que la Escritura trata de la sangre podríamos reemplazar ese término por el de «vida ofrecida»: cuando Jesús ofrece su sangre en la cruz es sólo el gesto exterior y visible que expresa la ofrenda interior que hace de su vida... cuando nos da su sangre en comunión eucarística, es el signo exterior concreto que expresa que nos da su vida. -Obtuvo así una redención definitiva. Pues si la simple aspersión con sangre de un animal proporcionaba una pureza exterior a los contaminados... La sangre de Cristo hace mucho más: impulsado por el Espíritu eterno, Jesús se ofreció a sí mismo a Dios... Y su sangre purificará nuestra conciencia de las obras muertas para que podamos rendir culto al Dios vivo. Jesús se ofreció. Sacrificó no la vida de otro sino la suya. Y dio así la mayor prueba de amor a Dios y a los hombres. Y en su ofrenda nos invita a ofrecer también nuestra vida en culto espiritual (Noel Quesson).
Con el pasaje de hoy, el autor llega a formular la razón definitiva de su acusación de ineficacia contra el culto antiguo. En primer lugar entiende todo el proceso ritual del día de la Expiación como símbolo de su propio fracaso. La entrada en el Santo de los Santos es para el autor, como para todo israelita, el acercamiento a Dios. Pues bien: la abundante cantidad de limitaciones -una sola persona, una sola vez al año, con sangre expiatoria por sus propios pecados y por los de los demás- es clara señal de que no es ésta la verdadera entrada del hombre ante Dios.
Del símbolo pasa Heb a la realidad, leída -no es preciso repetirlo- a la luz de la revelación que constituye para él la cruz de Jesucristo. En el tiempo presente "se ofrecen dones y sacrificios que no pueden transformar en su conciencia al que practica el culto, pues se relacionan sólo... con observancias externas" (9-10). La cruz de Jesús ha enseñado al autor dónde está realmente el problema del hombre; la perdición del hombre es su pecado, no entendido más o menos imaginativamente como una barrera que impide el paso a Dios o como una mancha en la conciencia, sino como un alejamiento de Dios voluntario, consciente y libre. El problema del hombre está en él mismo, en lo que el hombre tiene de decisión libre, responsable, de sí mismo ante Dios. Salvar al hombre es «limpiarlo de su pecado» (9,13-14), "perfeccionarlo" (10,14), «acercarlo a Dios» (7,19; 10,19-20), "hacer lo perfecto en la conciencia" (9,9), es decir, posibilitar la verdadera recuperación de su libertad en Dios y para Dios.
Todo el antiguo culto intentaba tender un puente imposible entre la «conciencia» y los «preceptos carnales» (9,9-10). Por definición era el intento de hallar la «purificación» del hombre a base de realidades situadas fuera de él mismo y de su decisión. Es imposible que actos o cosas exteriores al hombre -ritos de carne (9,9), sangre de animales (10 4) o lo que sea- puedan cambiar la sede del pecado humano, la decisión libre y personal. El culto antiguo fue un engaño continuo y repetido (10, 1-4). Con esto Heb nos enseña a aplicar la cruz de Cristo como criterio para discernir todo lo que pretende presentarse como salvador o liberador del hombre (G. Mora).
Hemos visto hoy la Superioridad de la Nueva Alianza: ley interior del Corazón, luz interior y amor, la remisión de los pecados es la característica de la Nueva Alianza. La antigua está aniquilada, condenada a que desaparezca. Luego, la semana próxima, las lecturas nos irán llevando por la superioridad del sacrificio de Cristo, después de que se va que su sacerdocio es superior. Es ministro de un santuario y mediador de la nueva alianza. Ha de centrar el sacrificio y toma el propiciatorio del templo de Moisés como modelo, el arca de la alianza, y él entra en el Sancta Sanctorum, y nos atrae hacia él.
Ya no entramos en un templo construido por manos humanas para ofrecerle un sacrificio a Dios. Entramos, más bien, en la persona, en la humanidad de Cristo; no vamos a ver, como espectadores, la realización del Sacrificio, sino que nosotros mismos nos involucramos en él, con un compromiso personal que nos lleva a ser solidarios unos de otros, pues no ofrecemos a Dios algo externo a nosotros, sino nuestra misma persona que, llena del Espíritu Santo, vive en obediencia a la voluntad del Padre, y en un amor sincero y comprometido con Dios y con el prójimo. Por eso, por nuestra unión a Cristo, podemos decir que en el Sacerdote y en el Pueblo sacerdotal, cuando ofrecemos el sacrificio grato a Dios, coinciden en nosotros tanto el sacerdote como la víctima. Por ello hemos de vivir en una continua conversión y en un continuo crecimiento en el amor. Sólo así tendremos una esperanza cierta de participar eternamente de la Gloria de nuestro Dios, Señor y Sumo Sacerdote, Jesucristo, pues ya desde ahora seremos gratos a nuestro Dios y Padre.
2. Sal. 47 (46). Si es que sube a los cielos, es que antes bajó a nuestra tierra. El Hijo de Dios se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. En todo fue obediente, obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Así nos enseñó el camino del amor fiel, mediante el cual el Padre Dios nos reconocerá como a sus hijos amados, en quienes Él se complace. Mediante su amor, convertido en servicio y en entrega para nuestra salvación, el Hijo de Dios, Cristo Jesús, regresa a su Padre, llevando consigo a todos los que creemos en Él. Pero nuestro camino no es fácil; pues también a nosotros corresponde cargar nuestra cruz de cada día e ir tras las huellas de Cristo. E ir tras las huellas del Señor significa que también nosotros hemos de vivir en el amor fiel a nuestro Dios y Padre, para que hagamos en todo su voluntad, amando y sirviendo a nuestro prójimo para que también él, junto con nosotros, alcance la salvación eterna. Y para que esto llegue a ser realidad hemos de estar dispuestos incluso a entregar nuestra vida, con tal de que todos lleguen al conocimiento de la Verdad y participen de la Vida eterna.
3.- Mc 3,20-21. A Jesús le llaman loco. Pero no pierde su equilibro interior. Señor, ayúdanos a salir adelante en nuestras tareas. Ayúdanos a guardar el equilibrio. Ayúdanos a saber encontrar tiempo para hacer lo esencial. Ayúdanos a saber encontrar tiempo... para la oración, por ejemplo. –“Oyendo esto sus familiares, salieron para llevárselo, pues decían: "¡Está fuera de Sí!"” He aquí lo que se decía en familia. "¡Está loco!" Evidentemente, la imagen que ahora daba, ¡era tan diferente de la que había dado durante los treinta años tranquilos en su pueblo! Va a meternos en líos. Se temen represalias de las autoridades. Si la cosa va mal puede repercutir en nosotros... Saben muy bien que los fariseos y los herodianos estaban de acuerdo para suprimirlo. Jesús se mete en líos, se compromete con la justicia, a costa de lo que haga falta. En el caso de Jesús, seguir el dictamen de la familia significaba abandonar la Causa del Reino. María Santísima es siempre para él un apoyo, porque desde el primero hasta el último momento —cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. ¿Cuántas veces nos tachan a los católicos de ser “exagerados”? Pero ¿quién es el loco? Quien no ama, no vive… y amar es apostar totalmente, no quedarse con medias tintas… amar es dar la vida, tocar las bienaventuranzas. Llucià Pou Sabaté
2ª semana, viernes: Jesús con su sacrificio nos salva, proclama la nueva alianza divina: «Haré con la casa de Israel una alianza nueva… Perdonaré sus
2ª semana, viernes: Jesús con su sacrificio nos salva, proclama la nueva alianza divina: «Haré con la casa de Israel una alianza nueva… Perdonaré sus delitos y no me acordaré ya de sus pecados». Cuando nos adherimos a él le decimos: «Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación», y lo hace como hizo con los apóstoles: «Llamó a los que quiso y se fueron con él»
Hebreos 8,6–13: 6 Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores. 7 Pues si aquella primera fuera irreprochable, no habría lugar para una segunda. 8 Porque les dice en tono de reproche: He aquí que días vienen, dice el Señor, y concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, 9 no como la Alianza que hice con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Como ellos no permanecieron fieles a mi Alianza, también yo me desentendí de ellos, dice el Señor. 10 Esta es la Alianza que pactaré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 11 Y no habrá de instruir cada cual a su conciudadano ni cada uno a su hermano diciendo: «¡Conoce al Señor!», pues todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. 12 Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré ya. 13 Al decir nueva, declaró anticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar.
Salmo 40,7-10,17: 7 Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, 8 dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro 9 hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. 10 He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. 17 ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación.
Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.
Comentario: 1. Hebreos 8,6-13: a) Siguiendo con el tema de Cristo como nuestro Sacerdote y Mediador, la carta a los Hebreos subraya que la Alianza nueva supera en mucho a la antigua. El «Nuevo Testamento», que significa «Nueva Alianza», no es que haya suprimido al Antiguo, pero sí lo ha llevado a la plenitud y ha supuesto un paso decisivo hacia delante. Con ello estamos entrando en el tema central de toda la carta, la superioridad del sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias para los que han decidido seguirle. Para el autor de esta carta, la Alianza del AT ha fracasado, no ha producido los frutos que Dios esperaba, porque sus destinatarios han sido infieles. Ya el profeta Jeremías -único caso en todo el AT- anunciaba solemnemente, como escuchamos hoy en la larga cita que se hace de él, que Dios ha pensado una Nueva Alianza. Esta será más interna que ritualista, impresa en el corazón y no en tablas de piedra. Y espera que encuentre fieles más constantes. De esta Alianza es de la que es Mediador Cristo Jesús: le ha tocado un ministerio (en griego «leiturguía», liturgia) mucho mejor que el de los sacerdotes del Templo, porque es Mediador de una Alianza mucho mejor.
La caducidad de la primera alianza queda demostrada por el mero hecho de haber sido sustituida. Y aduce como prueba un texto del profeta Jeremías (31, 31-34). La antigua alianza había sido grabada en piedra del Sinaí; pero, si en el pensamiento de Dios aquella alianza suponía una conversión del hombre, su resultado fue un fracaso: condujo a una obediencia externa, meramente legalista.
Por el contrario, la segunda alianza, cuyo mediador fue Jesús, es toda ella interior. En efecto, en Jesús, la voluntad de Dios alcanzó el deseo del hombre; por esta razón, los mandamientos no estaban ya escritos en piedra, sino en el corazón del que al entrar en el mundo dijo: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (Sal/039). Así inscribió Jesús en su carne la imagen de Dios (“Dios cada día”).
Los caps. 8 y 9 de la carta a los hebreos constituyen evidentemente su parte principal. El autor mismo, por otra parte, ha precisado en Heb 8, 1 que comenzaba el punto capital de su exposición. Se trata, en efecto, de presentar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el de los demás sacerdotes terrestres. El mismo autor ha confirmado que el sacerdocio de Cristo no era de orden terrenal: el mismo Cristo no sería en la tierra sacerdote, sino un simple "laico" (Heb 8, 4; cf. 7, 13-14). Si es sacerdote no lo es partiendo de criterios particulares que el autor va a buscar precisamente en la vocación "celeste" de Jesús, es decir, en su pertenencia al mundo divino (Heb 8, 1-5). El pasaje que se lee hoy en la liturgia no acomete aún el estudio de esos criterios, que no aparecen sino hasta Heb 9, 11; vuelve a insistir una vez más en que el sacerdocio de Cristo no puede ser analizado conforme a los criterios "terrestres" habituales como el sacerdocio de la primera alianza, por ejemplo.
a) Los criterios elaborados para definir el sacerdocio de la antigua alianza (y también todo sacerdocio terrestre) no pueden valer para definir el sacerdocio de Cristo, puesto que este último dimana (v. 6) de una alianza mejor por dos razones: En primer lugar, porque la primera alianza no ha sido irreprochable (v. 7) y ha merecido la desaprobación de Dios por la desobediencia con que los judíos se han comportado respecto a ella (v. 8; cf. 31, 30-33). En segundo lugar, porque no se basa ya, como la primera, sobre disposiciones externas, sino sobre un espíritu que anida en el corazón mismo de todo hombre (laico o sacerdote) que le permite adoptar una actitud personal y libre frente a la voluntad de Dios (vv. 10-12). La presencia del Espíritu en el corazón de cada uno implica que la religión no será ya una religión de autoridad en la que un cierto especializado anuncia desde fuera las normas queridas por Dios, puesto que cada cual llegará directamente al conocimiento de Dios (v. 11); aun cuando sea pecador, el hombre no tiene por qué recurrir a ritos exteriores de abluciones o de sacrificios para conseguir su rehabilitación: el conocimiento interior de Dios implica arrepentimiento y perdón. (v. 12).
b) Esto equivale a decir que Cristo extrae su sacerdocio del Espíritu de Dios que habita en El, el cual le proporciona el conocimiento perfecto de la voluntad de amor de su Padre, un conocimiento que supone obediencia espontánea y libre, y también perdón de los pecados para toda la humanidad. Aquí es donde Cristo ejerce un ministerio de orden radicalmente nuevo (v. 6), que constituye su mediación y su sacerdocio.
Los criterios que caracterizan a este nuevo sacerdocio, y que en Cristo alcanzan una plenitud única, se verifican igualmente en cada uno de los cristianos: presencia interior del Espíritu, conocimiento de la voluntad del Padre capaz de perdonarlos, libertad frente a las tablas exteriores de la ley, etc. Lo que el antiguo sacerdocio decididamente vetusto (v. 13), no podía transmitir a los fieles, Cristo es capaz de comunicarlo, y en este sentido su ministerio es una mediación extraordinaria (Maertens-Frisque)
El sacerdocio nuevo y excepcional de Cristo ha hecho surgir una ley nueva y una alianza nueva también. Una alianza que reemplazaría la antigua. Habría sido anunciado ya en el A. T. Para exponer este pensamiento el autor de la carta a los Hebreos presenta una larga cita de Jeremías. El autor quiere decir: si los profetas miraron hacia el futuro, hacia un alianza ideal y perfecta -porque se dieron cuenta de la insuficiencia de la alianza antigua- sería ilógico que nosotros continuásemos mirando hacia el pasado -a lo insuficiente e imperfecto- cuando ya ha sido hecha realidad la antigua promesa.
Fijémonos en la contraposición entre las dos alianzas. La experiencia de la alianza antigua fue negativa. En ella el hombre no obedeció a Dios. Consiguientemente Dios, se alejó del hombre. ¿Por qué ocurrió esto? Sencillamente porque las exigencias de la voluntad divina le fueron impuestas al hombre desde fuera. No era un principio interno que determinase al hombre en su actuación. La nueva alianza fundamenta las relaciones entre el hombre y Dios en una base completamente distinta. Una base nueva que no quiere decir una ética nueva, ya que los preceptos divinos son inalterables. La base nueva consiste en el nuevo principio determinante de la alianza, el principio de la presencia operante de Dios en el corazón humano -gracia no es simplemente "normativo" desde el exterior, sino creador de la fuerza necesaria, en el interior mismo del hombre, para que puedan ser cumplidas y obedecidas con gozo las exigencias de la alianza. Principio de intimidad, de amistad, gracias al cual las relaciones del hombre con Dios y del hombre con el hombre se hacen posibles, humanas, cordiales. Basadas en un conocimiento amoroso de Dios.
¿Cómo puede lograrse una alianza basada en principio tan distinto, un principio que al mismo tiempo humaniza y diviniza? Esto no puede ser iniciativa del hombre ni, mucho menos, puede ser obra y realización del hombre. Esto será posible solamente gracias a la misericordia de Dios que perdona los pecados del hombre. El fundamento último de esta nueva relación con Dios está, por tanto, en la voluntad de perdón, de misericordia y de gracia, que Dios, generosamente, gratuitamente, ofrece al hombre.
-Pero cuando hablamos de esta voluntad de perdón, de misericordia y de gracia por parte de Dios, corremos el peligro de perdernos en abstracciones, en teorías, en filosofías. El autor de la carta a los Hebreos lo ve de forma más concreta y tangible. Esta voluntad de Dios de perdón, de misericordia y de gracia ha adquirido en el tiempo -y de una vez para siempre- un rostro y un nombre humanos. Todos esto es y se llama Jesús. Jesús es esa alianza ideal, la última, la definitiva.
-Ahora Jesús ha obtenido un "ministerio" tanto más elevado... El griego pone: «La liturgia» -el ministerio sacerdotal- que Jesús tiene que asegurar...» El es, en efecto, el verdadero celebrante de nuestras liturgias. A través de las miserias humanas del sacerdote celebrante, ¿sabemos ver la perfección de Aquel a quien representa? -En cuanto que es Mediador de una Alianza más perfecta... Cuando dos enemistados no logran reconciliarse, se acude a un «mediador» que tratará de acercar los distintos puntos de vista de ambos para restablecer entre ellos la alianza.
Suele decirse que el mejor mediador es el hombre «neutral» que no puede ser tildado de favorecer más a uno que a otro. De hecho, el verdadero mediador es el que interiormente se siente vinculado a los dos campos y muy intensamente afectado por la división de los que desea reconciliar. Así Jesús, mediador perfecto, se sentía totalmente solidario de Dios y totalmente solidario de los hombres... puesto que, en la intimidad misma de su ser, era a la vez hombre y Dios.
En la persona misma de Jesús queda anudada la alianza, ya infrangible en adelante. Gracias, Señor, por ser, hasta tal punto solidario con nosotros.
-Pues si aquella primera Alianza fuera irreprochable no habría lugar para una segunda. El autor mostrará ahora a esos hebreos cristianos que no ha sido para ellos ninguna desventaja pasarse a la Iglesia de Cristo: la nueva Alianza es superior a la antigua... y está en continuidad con ésta porque había sido anunciada y deseada por los mayores representantes de la teología y de la espiritualidad judía, es decir, de los profetas. Citará un largo pasaje de Jeremías apoyando su demostración. (Jr 31, 31-34)
-«He aquí que vienen días, dice el Señor, que concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, no como la Alianza que hice con sus padres. Ellos no permanecieron fieles a mi alianza; entonces yo me desentendí de ellos. La antigua Alianza era ciertamente demasiado frágil, puesto que dependía demasiado de las buenas disposiciones humanas.
-Pondré mis leyes en su mente; las grabaré en su corazón. Es Dios el que actúa. Y su gracia, como motor del corazón del hombre, inserta en él la ley de Dios, su voluntad, de modo que esa ley no sea exterior sino esté inscrita en el interior, permitiendo así una especie de obediencia espontánea y libre. Efectivamente ¡esto es lo que necesitamos, Señor! Danos primero lo que Tú nos pides. Haz que mi vida corresponda a tu querer de modo natural.
-Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. He ahí el pacto ahora concluso: es como unas nupcias, una unión definitiva, para lo mejor y para lo peor. Y el sacramento del matrimonio humano así lo significa (Efesios, 5-32). Mi relación contigo, Señor, ¿tiene ese carácter de relación personal e íntima... a la vez que comunitaria, en Iglesia, en pueblo?
-Seré indulgente con sus faltas y no me acordaré más de sus pecados. El perdón forma parte de la alianza de amor (Noel Quesson).
La humanidad Santísima está en el cielo y nuestros nombres están inscritos en sus sagradas llagas, mejor escritos que las 12 tribus de Israel sobre las gemas del pectoral de Aarón, y el deseo de su corazón a favor de nuestra salvación está siempre presente ante Dios.
26-28: conclusión: Cristo, santo no necesita ofrecer víctimas cada día, lo hizo una vez por todas ofreciéndose a sí mismo.
En el cap. 8 se ve la superioridad del sacrificio de Jesús, sobre el antiguo santuario, la antigua alianza y los sacrificios (anuales y diarios). En cuanto al santuario, Cristo reina en el cielo sentado, no oficia como ministro, el santuario es la iglesia, extensión de Cristo mismo que es él, la “Jerusalén de arriba”, “tabernáculo de Dios con los hombres”. Sacrificio es correlativo con sacerdocio > víctima y promesas mejores son el perdón, la gracia y la gloria.
2. Sal. 85 (84). El salmo nos hace cantar que, al menos par parte de Dios, «la misericordia y la fidelidad se encuentran». Se trataría de que también por la nuestra fuera así. Nosotros pertenecemos al «Nuevo Testamento», o sea, a la «Nueva Alianza». ¿De veras nuestra fe es interior, escrita en el corazón, o seguimos con la tentación de lo meramente exterior y ritualista, como los israelitas? ¿Cedemos fácilmente al cansancio o a la añoranza, como los lectores de esta carta, a los que insistentemente hay que recordarles que Dios espera fieles más perseverantes para con su Alianza? En la Eucaristía recibimos «la Sangre de la Nueva y eterna Alianza». No sólo creemos en Cristo. Participamos de la vida que nos comunica, primero en su Palabra y luego en el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. En consecuencia, a lo largo de la jornada, se supone que vivimos según el espíritu de esta Nueva Alianza.
Muchas veces hemos vuelto al Señor y le hemos pedido perdón; y Él, lleno de misericordia, nos ha recibido siempre con gran amor, como un Padre recibe a sus hijos amados. Ciertamente nos vemos constantemente acosados por una diversidad de tentaciones; y muchas veces nuestra misma concupiscencia nos aleja del amor sincero a Dios y al prójimo. Nosotros mismos nos convertimos en obradores de iniquidad; o nos convertimos en víctimas de la maldad de gente sin sentimientos humanos, capaces de todo con tal de lograr sus turbios intereses. ¿Hasta cuándo nos veremos libres de todos estos males, y viviremos en un auténtico amor fraterno? Sabemos que la obra de salvación es la obra de Dios en nosotros. A nosotros corresponde estar abiertos a los dones de Dios, y esforzarnos en manifestarlos a través de una vida recta. Abramos nuestro corazón para que en Él habite el Señor, y que esa justicia que viene del cielo produzca abundantes frutos de salvación, manifestando, con obras, que realmente vamos tras las huellas de amor y de entrega del mismo Cristo, hasta que algún día lleguemos a habitar eternamente con Él en su Gloria.
3.- Mc 3,13-19. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897) carmelita descalza, doctora de la Iglesia (Manuscrito A, 2 rº -vº) dice sobre el misterio de la vocación: “No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia” (Rm 9,15-16).
Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”. Llucià Pou Sabaté
Hebreos 8,6–13: 6 Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores. 7 Pues si aquella primera fuera irreprochable, no habría lugar para una segunda. 8 Porque les dice en tono de reproche: He aquí que días vienen, dice el Señor, y concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, 9 no como la Alianza que hice con sus padres el día en que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto. Como ellos no permanecieron fieles a mi Alianza, también yo me desentendí de ellos, dice el Señor. 10 Esta es la Alianza que pactaré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. 11 Y no habrá de instruir cada cual a su conciudadano ni cada uno a su hermano diciendo: «¡Conoce al Señor!», pues todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. 12 Porque me apiadaré de sus iniquidades y de sus pecados no me acordaré ya. 13 Al decir nueva, declaró anticuada la primera; y lo anticuado y viejo está a punto de cesar.
Salmo 40,7-10,17: 7 Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, 8 dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro 9 hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. 10 He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. 17 ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación.
Evangelio (Mc 3,13-19): En aquel tiempo, Jesús subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.
Comentario: 1. Hebreos 8,6-13: a) Siguiendo con el tema de Cristo como nuestro Sacerdote y Mediador, la carta a los Hebreos subraya que la Alianza nueva supera en mucho a la antigua. El «Nuevo Testamento», que significa «Nueva Alianza», no es que haya suprimido al Antiguo, pero sí lo ha llevado a la plenitud y ha supuesto un paso decisivo hacia delante. Con ello estamos entrando en el tema central de toda la carta, la superioridad del sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias para los que han decidido seguirle. Para el autor de esta carta, la Alianza del AT ha fracasado, no ha producido los frutos que Dios esperaba, porque sus destinatarios han sido infieles. Ya el profeta Jeremías -único caso en todo el AT- anunciaba solemnemente, como escuchamos hoy en la larga cita que se hace de él, que Dios ha pensado una Nueva Alianza. Esta será más interna que ritualista, impresa en el corazón y no en tablas de piedra. Y espera que encuentre fieles más constantes. De esta Alianza es de la que es Mediador Cristo Jesús: le ha tocado un ministerio (en griego «leiturguía», liturgia) mucho mejor que el de los sacerdotes del Templo, porque es Mediador de una Alianza mucho mejor.
La caducidad de la primera alianza queda demostrada por el mero hecho de haber sido sustituida. Y aduce como prueba un texto del profeta Jeremías (31, 31-34). La antigua alianza había sido grabada en piedra del Sinaí; pero, si en el pensamiento de Dios aquella alianza suponía una conversión del hombre, su resultado fue un fracaso: condujo a una obediencia externa, meramente legalista.
Por el contrario, la segunda alianza, cuyo mediador fue Jesús, es toda ella interior. En efecto, en Jesús, la voluntad de Dios alcanzó el deseo del hombre; por esta razón, los mandamientos no estaban ya escritos en piedra, sino en el corazón del que al entrar en el mundo dijo: "Aquí estoy para hacer tu voluntad" (Sal/039). Así inscribió Jesús en su carne la imagen de Dios (“Dios cada día”).
Los caps. 8 y 9 de la carta a los hebreos constituyen evidentemente su parte principal. El autor mismo, por otra parte, ha precisado en Heb 8, 1 que comenzaba el punto capital de su exposición. Se trata, en efecto, de presentar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el de los demás sacerdotes terrestres. El mismo autor ha confirmado que el sacerdocio de Cristo no era de orden terrenal: el mismo Cristo no sería en la tierra sacerdote, sino un simple "laico" (Heb 8, 4; cf. 7, 13-14). Si es sacerdote no lo es partiendo de criterios particulares que el autor va a buscar precisamente en la vocación "celeste" de Jesús, es decir, en su pertenencia al mundo divino (Heb 8, 1-5). El pasaje que se lee hoy en la liturgia no acomete aún el estudio de esos criterios, que no aparecen sino hasta Heb 9, 11; vuelve a insistir una vez más en que el sacerdocio de Cristo no puede ser analizado conforme a los criterios "terrestres" habituales como el sacerdocio de la primera alianza, por ejemplo.
a) Los criterios elaborados para definir el sacerdocio de la antigua alianza (y también todo sacerdocio terrestre) no pueden valer para definir el sacerdocio de Cristo, puesto que este último dimana (v. 6) de una alianza mejor por dos razones: En primer lugar, porque la primera alianza no ha sido irreprochable (v. 7) y ha merecido la desaprobación de Dios por la desobediencia con que los judíos se han comportado respecto a ella (v. 8; cf. 31, 30-33). En segundo lugar, porque no se basa ya, como la primera, sobre disposiciones externas, sino sobre un espíritu que anida en el corazón mismo de todo hombre (laico o sacerdote) que le permite adoptar una actitud personal y libre frente a la voluntad de Dios (vv. 10-12). La presencia del Espíritu en el corazón de cada uno implica que la religión no será ya una religión de autoridad en la que un cierto especializado anuncia desde fuera las normas queridas por Dios, puesto que cada cual llegará directamente al conocimiento de Dios (v. 11); aun cuando sea pecador, el hombre no tiene por qué recurrir a ritos exteriores de abluciones o de sacrificios para conseguir su rehabilitación: el conocimiento interior de Dios implica arrepentimiento y perdón. (v. 12).
b) Esto equivale a decir que Cristo extrae su sacerdocio del Espíritu de Dios que habita en El, el cual le proporciona el conocimiento perfecto de la voluntad de amor de su Padre, un conocimiento que supone obediencia espontánea y libre, y también perdón de los pecados para toda la humanidad. Aquí es donde Cristo ejerce un ministerio de orden radicalmente nuevo (v. 6), que constituye su mediación y su sacerdocio.
Los criterios que caracterizan a este nuevo sacerdocio, y que en Cristo alcanzan una plenitud única, se verifican igualmente en cada uno de los cristianos: presencia interior del Espíritu, conocimiento de la voluntad del Padre capaz de perdonarlos, libertad frente a las tablas exteriores de la ley, etc. Lo que el antiguo sacerdocio decididamente vetusto (v. 13), no podía transmitir a los fieles, Cristo es capaz de comunicarlo, y en este sentido su ministerio es una mediación extraordinaria (Maertens-Frisque)
El sacerdocio nuevo y excepcional de Cristo ha hecho surgir una ley nueva y una alianza nueva también. Una alianza que reemplazaría la antigua. Habría sido anunciado ya en el A. T. Para exponer este pensamiento el autor de la carta a los Hebreos presenta una larga cita de Jeremías. El autor quiere decir: si los profetas miraron hacia el futuro, hacia un alianza ideal y perfecta -porque se dieron cuenta de la insuficiencia de la alianza antigua- sería ilógico que nosotros continuásemos mirando hacia el pasado -a lo insuficiente e imperfecto- cuando ya ha sido hecha realidad la antigua promesa.
Fijémonos en la contraposición entre las dos alianzas. La experiencia de la alianza antigua fue negativa. En ella el hombre no obedeció a Dios. Consiguientemente Dios, se alejó del hombre. ¿Por qué ocurrió esto? Sencillamente porque las exigencias de la voluntad divina le fueron impuestas al hombre desde fuera. No era un principio interno que determinase al hombre en su actuación. La nueva alianza fundamenta las relaciones entre el hombre y Dios en una base completamente distinta. Una base nueva que no quiere decir una ética nueva, ya que los preceptos divinos son inalterables. La base nueva consiste en el nuevo principio determinante de la alianza, el principio de la presencia operante de Dios en el corazón humano -gracia no es simplemente "normativo" desde el exterior, sino creador de la fuerza necesaria, en el interior mismo del hombre, para que puedan ser cumplidas y obedecidas con gozo las exigencias de la alianza. Principio de intimidad, de amistad, gracias al cual las relaciones del hombre con Dios y del hombre con el hombre se hacen posibles, humanas, cordiales. Basadas en un conocimiento amoroso de Dios.
¿Cómo puede lograrse una alianza basada en principio tan distinto, un principio que al mismo tiempo humaniza y diviniza? Esto no puede ser iniciativa del hombre ni, mucho menos, puede ser obra y realización del hombre. Esto será posible solamente gracias a la misericordia de Dios que perdona los pecados del hombre. El fundamento último de esta nueva relación con Dios está, por tanto, en la voluntad de perdón, de misericordia y de gracia, que Dios, generosamente, gratuitamente, ofrece al hombre.
-Pero cuando hablamos de esta voluntad de perdón, de misericordia y de gracia por parte de Dios, corremos el peligro de perdernos en abstracciones, en teorías, en filosofías. El autor de la carta a los Hebreos lo ve de forma más concreta y tangible. Esta voluntad de Dios de perdón, de misericordia y de gracia ha adquirido en el tiempo -y de una vez para siempre- un rostro y un nombre humanos. Todos esto es y se llama Jesús. Jesús es esa alianza ideal, la última, la definitiva.
-Ahora Jesús ha obtenido un "ministerio" tanto más elevado... El griego pone: «La liturgia» -el ministerio sacerdotal- que Jesús tiene que asegurar...» El es, en efecto, el verdadero celebrante de nuestras liturgias. A través de las miserias humanas del sacerdote celebrante, ¿sabemos ver la perfección de Aquel a quien representa? -En cuanto que es Mediador de una Alianza más perfecta... Cuando dos enemistados no logran reconciliarse, se acude a un «mediador» que tratará de acercar los distintos puntos de vista de ambos para restablecer entre ellos la alianza.
Suele decirse que el mejor mediador es el hombre «neutral» que no puede ser tildado de favorecer más a uno que a otro. De hecho, el verdadero mediador es el que interiormente se siente vinculado a los dos campos y muy intensamente afectado por la división de los que desea reconciliar. Así Jesús, mediador perfecto, se sentía totalmente solidario de Dios y totalmente solidario de los hombres... puesto que, en la intimidad misma de su ser, era a la vez hombre y Dios.
En la persona misma de Jesús queda anudada la alianza, ya infrangible en adelante. Gracias, Señor, por ser, hasta tal punto solidario con nosotros.
-Pues si aquella primera Alianza fuera irreprochable no habría lugar para una segunda. El autor mostrará ahora a esos hebreos cristianos que no ha sido para ellos ninguna desventaja pasarse a la Iglesia de Cristo: la nueva Alianza es superior a la antigua... y está en continuidad con ésta porque había sido anunciada y deseada por los mayores representantes de la teología y de la espiritualidad judía, es decir, de los profetas. Citará un largo pasaje de Jeremías apoyando su demostración. (Jr 31, 31-34)
-«He aquí que vienen días, dice el Señor, que concertaré con la casa de Israel y con la casa de Judá una nueva Alianza, no como la Alianza que hice con sus padres. Ellos no permanecieron fieles a mi alianza; entonces yo me desentendí de ellos. La antigua Alianza era ciertamente demasiado frágil, puesto que dependía demasiado de las buenas disposiciones humanas.
-Pondré mis leyes en su mente; las grabaré en su corazón. Es Dios el que actúa. Y su gracia, como motor del corazón del hombre, inserta en él la ley de Dios, su voluntad, de modo que esa ley no sea exterior sino esté inscrita en el interior, permitiendo así una especie de obediencia espontánea y libre. Efectivamente ¡esto es lo que necesitamos, Señor! Danos primero lo que Tú nos pides. Haz que mi vida corresponda a tu querer de modo natural.
-Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. He ahí el pacto ahora concluso: es como unas nupcias, una unión definitiva, para lo mejor y para lo peor. Y el sacramento del matrimonio humano así lo significa (Efesios, 5-32). Mi relación contigo, Señor, ¿tiene ese carácter de relación personal e íntima... a la vez que comunitaria, en Iglesia, en pueblo?
-Seré indulgente con sus faltas y no me acordaré más de sus pecados. El perdón forma parte de la alianza de amor (Noel Quesson).
La humanidad Santísima está en el cielo y nuestros nombres están inscritos en sus sagradas llagas, mejor escritos que las 12 tribus de Israel sobre las gemas del pectoral de Aarón, y el deseo de su corazón a favor de nuestra salvación está siempre presente ante Dios.
26-28: conclusión: Cristo, santo no necesita ofrecer víctimas cada día, lo hizo una vez por todas ofreciéndose a sí mismo.
En el cap. 8 se ve la superioridad del sacrificio de Jesús, sobre el antiguo santuario, la antigua alianza y los sacrificios (anuales y diarios). En cuanto al santuario, Cristo reina en el cielo sentado, no oficia como ministro, el santuario es la iglesia, extensión de Cristo mismo que es él, la “Jerusalén de arriba”, “tabernáculo de Dios con los hombres”. Sacrificio es correlativo con sacerdocio > víctima y promesas mejores son el perdón, la gracia y la gloria.
2. Sal. 85 (84). El salmo nos hace cantar que, al menos par parte de Dios, «la misericordia y la fidelidad se encuentran». Se trataría de que también por la nuestra fuera así. Nosotros pertenecemos al «Nuevo Testamento», o sea, a la «Nueva Alianza». ¿De veras nuestra fe es interior, escrita en el corazón, o seguimos con la tentación de lo meramente exterior y ritualista, como los israelitas? ¿Cedemos fácilmente al cansancio o a la añoranza, como los lectores de esta carta, a los que insistentemente hay que recordarles que Dios espera fieles más perseverantes para con su Alianza? En la Eucaristía recibimos «la Sangre de la Nueva y eterna Alianza». No sólo creemos en Cristo. Participamos de la vida que nos comunica, primero en su Palabra y luego en el Sacramento de su Cuerpo y su Sangre. En consecuencia, a lo largo de la jornada, se supone que vivimos según el espíritu de esta Nueva Alianza.
Muchas veces hemos vuelto al Señor y le hemos pedido perdón; y Él, lleno de misericordia, nos ha recibido siempre con gran amor, como un Padre recibe a sus hijos amados. Ciertamente nos vemos constantemente acosados por una diversidad de tentaciones; y muchas veces nuestra misma concupiscencia nos aleja del amor sincero a Dios y al prójimo. Nosotros mismos nos convertimos en obradores de iniquidad; o nos convertimos en víctimas de la maldad de gente sin sentimientos humanos, capaces de todo con tal de lograr sus turbios intereses. ¿Hasta cuándo nos veremos libres de todos estos males, y viviremos en un auténtico amor fraterno? Sabemos que la obra de salvación es la obra de Dios en nosotros. A nosotros corresponde estar abiertos a los dones de Dios, y esforzarnos en manifestarlos a través de una vida recta. Abramos nuestro corazón para que en Él habite el Señor, y que esa justicia que viene del cielo produzca abundantes frutos de salvación, manifestando, con obras, que realmente vamos tras las huellas de amor y de entrega del mismo Cristo, hasta que algún día lleguemos a habitar eternamente con Él en su Gloria.
3.- Mc 3,13-19. Hoy, el Evangelio condensa la teología de la vocación cristiana: el Señor elige a los que quiere para estar con Él y enviarlos a ser apóstoles (cf. Mc 3,13-14). En primer lugar, los elige: antes de la creación del mundo, nos ha destinado a ser santos (cf. Ef 1,4). Nos ama en Cristo, y en Él nos modela dándonos las cualidades para ser hijos suyos. Sólo en vistas a la vocación se entienden nuestras cualidades; la vocación es el “papel” que nos ha dado en la redención. Es en el descubrimiento del íntimo “por qué” de mi existencia cuando me siento plenamente “yo”, cuando vivo mi vocación.
¿Y para qué nos ha llamado? Para estar con Él. Esta llamada implica correspondencia: «Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de El» (San Josemaría).
Es don, pero también tarea: santidad mediante la oración y los sacramentos, y, además, la lucha personal. «Todos los fieles de cualquier estado y condición de vida están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad que, aún en la sociedad terrena, promueve un modo más humano de vivir» (Concilio Vaticano II).
Así, podemos sentir la misión apostólica: llevar a Cristo a los demás; tenerlo y llevarlo. Hoy podemos considerar más atentamente la llamada, y afinar en algún detalle de nuestra respuesta de amor.
Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897) carmelita descalza, doctora de la Iglesia (Manuscrito A, 2 rº -vº) dice sobre el misterio de la vocación: “No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1)...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia” (Rm 9,15-16).
Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez... Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”. Llucià Pou Sabaté
2ª semana, jueves: Jesús « no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por nosotros». «Vive siempre para interceder en favor» nuestro, diciendo a
2ª semana, jueves: Jesús « no cesa de ofrecerse por nosotros, de interceder por nosotros». «Vive siempre para interceder en favor» nuestro, diciendo al Padre: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad».
Hebreos 7,25-28; 8,1-6 (ver domingo 31B): 25 De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. 26 Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, 27 que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28 Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres frágiles: pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, hace el Hijo perfecto para siempre. 8,1 Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2 al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre. 3 Porque todo Sumo Sacerdote está instituido para ofrecer dones y sacrificios: de ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo. 4 Pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya quienes ofrezcan dones según la Ley. 5 Estos dan culto en lo que es sombra y figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la Tienda. Pues dice: Mira, harás todo conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte. 6 Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores.
Salmo 40,7-10,17:7 Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, 8 dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro 9 hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. 10 He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. 17 ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación.
Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
Comentario: 1. Hebreos 7,25-8,6: Empieza la sección central (8,1-9,28). La encabeza un exordio solemne (8,1-2) que expresa la vivencia personal-comunitaria de la fe («tenemos un sumo sacerdote») y resume la teología sacerdotal de Heb («celebrante del santuario»). Esto introduce las explicaciones siguientes, a cuya luz puede entenderse el sentido de tales expresiones. Heb se mueve en un mundo hecho todo él de categorías cultuales que para nosotros resultan enigmáticas y alejadas; para nosotros, las categorías cultuales están tan marcadas por el mundo sacrificial del culto antiguo que corremos el peligro de entender lo que Heb dice de Jesucristo según comprensión veterotestamentaria, con un simple barniz cristiano. Es preciso un esfuerzo para entender que Heb utiliza categorías cultuales tomadas del Antiguo Testamento -sacrificio, sangre, ministro, acercarse a Dios-, pero las llena de un contenido tan genuinamente cristiano que da de ellas una visión insospechadamente nueva, desautorizando la misma realización antigua. El núcleo es que el único sacerdote es Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz fue su muerte en cruz. La primera parte de la sección está dedicada a criticar el antiguo culto (8,3-9,10), explicando y fundamentando el juicio emitido antes: fue ineficaz (7,18-19). En 8,3-5, el autor lo califica de culto terrestre, «esbozo y sombra del celeste». El culto «celeste», el único auténtico, que ha puesto de manifiesto el carácter de puro «esbozo» y «sombra» de cualquier otro, no es una liturgia celeste entendida con exuberancia imaginativa, sino estrictamente la muerte de Jesús en la cruz. La cruz es el verdadero culto celeste, infinitamente alejado de todo el que es terrestre. En Heb, el contraste tierra-cielo no es cósmico o espacial, sino espiritual. La carta critica también la antigua alianza (8,7-13) utilizando casi exclusivamente palabras de Jeremías (31,31-34). Tanto la descripción de la antigua como el anuncio de la nueva se mueven en términos de facticidad. Los antiguos «quebrantaron [de hecho] mi alianza» (v 9); en la nueva, en cambio, «escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño al grande» (10-11). Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de Jesucristo («no transformó nada»); ésta es en cambio, la eficacia de Jesucristo y de su obra: de hecho, los hombres conocen a Dios, lo aman y siguen su voluntad (G. Mora).
a) Ante la añoranza que algunos cristianos sentían de los valores que habían abandonado al convertirse a Cristo (el Templo, los sacrificios, el culto. el sacerdocio), el autor de la carta insiste en mostrar cómo Jesús es superior a todo el AT, sobre todo a su sacerdocio. Enumera los varios aspectos en que era deficiente el sacerdocio de antes y perfecto el de Cristo. Los sacerdotes del Templo eran pecadores, tenían que ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados, porque estaban llenos de debilidades, lo hacían diariamente y con víctimas que no eran capaces de salvar. Estos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de las cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas. Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo construido por Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la derecha de Dios, como Mediador nuestro.
Jesús puede salvar de modo definitivo a los que por El se llegan a Dios... Fórmula admirable que podemos «gustar» en la meditación. La humanidad es una inmensa caravana que trata de avanzar hacia Dios, pero que en el fondo es incapaz de abrirse camino. Al entrar Jesús en el cielo con su humanidad nos facilita entrar con El. Santa Teresa de Ávila decía: «Quiero ver a Dios». Todos tenemos el mismo deseo. Pero ¿cómo entrar donde está Dios? Tenemos más bien experiencia de nuestros pecados, de nuestras dificultades de amar y de orar. Entonces Jesús nos abre la puerta de par en par, de «manera definitiva». -Pues está siempre vivo para interceder por ellos. Otra fórmula, también célebre. Está «siempre vivo», su resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros. «Para interceder por nosotros». Jesús no deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los pecadores. En este momento ¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está haciendo siempre ! -Porque así tenía que ser nuestro sumo sacerdote. ¡Oh, sí! ¡Señor! -Santo, inocente, sin mancha, separado ahora de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos. Son los atributos de la divinidad. -No necesita ofrecer sacrificios cada día como lo hacen los sumos sacerdotes... porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose El mismo. Partiendo de ese texto, la teología afirma que no hay más que un solo sacrificio, ofrecido de una vez por todas: el del Calvario. Cabría decir entonces: ¿por qué tenemos que celebrar repetidas misas? ¿No es esto volver al Antiguo Testamento? Es evidente que Cristo, una vez resucitado, no muere otra vez (Romanos 6,9). La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época y para cada lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una vez al ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de mantenerse en estado de ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el que lo encontramos... uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la Iglesia de hoy y la del mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor el sentido de la eucaristía. Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La escena exterior del Gólgota sucedió sólo aquel viernes.
Pero todo lo esencial de la escena, que tenía lugar entonces en el corazón de Cristo es perenne: HOY y para siempre continúa la ofrenda de amor a Dios su Padre y a los hombres sus hermanos. Con demasiada frecuencia presto poca atención a esa gran realidad, la «misa sobre el mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual, que es fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra causa cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí: nuestra naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad del Padre (Noel Quesson).
vv. 11-28: el sacerdocio perfecto de Cristo se compara al imperfecto de Aarón, transitorio. El de Leví parecía más perfecto. Una legislación teocrática caduca cuando lo hace su sacerdocio. El de Aarón, con la introducción del sacerdocio de Melquisedec se hace anacrónico, como cualquier sacerdocio no levítico.
13-14: “Nuestro Señor” es de Judá, sin precedentes sacerdotales, la Ley no pone nexos.
15-17: el sacerdocio de Melquisedec es personal, permanente, no va de padres a hijos
18-19: el antiguo régimen queda abolido, la ley no lleva a la perfección, de suyo no confiere santidad interior ni fuerza para hacer el bien, como ahora los valores que señalan los bienes pero no hacen como las virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una esperanza mejor con la confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el espíritu de adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo traducimos) realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
20-22: el sacerdocio de Cristo, investido con un juramento divino que no será retractado. Cristo es fiador de una alianza mejor, 16 veces sale en 11 contextos, de majestad.
2. Sal. 40 (39). Mucho más que holocaustos y sacrificios, al Señor le agrada la fidelidad a su voluntad. Aquel que viva como discípulo descuidado, escuchando al Señor pero no poniendo en práctica lo que Él nos pide, no tiene por qué presentarse ante el Señor para escuchar su Palabra y después vivir como si no lo conociera. El culto que le tributamos al Señor va más allá de ofrecerle el Sacrificio Eucarístico; debe llegar a nuestra vida diaria, de tal forma que se convierta toda ella en una continua ofrenda de suave aroma en su presencia. Y ser fieles a la voluntad del Señor sobre nosotros mira a anunciar el Evangelio no sólo con los labios, sino con las actitudes, con las obras y con la vida misma; sólo entonces podremos decir que anunciamos al mundo entero la justicia de Dios, pues nuestras buenas obras hablarán de que hemos sido justificados, y que nuestras obras manifiestan que realmente ha llegado a nosotros la salvación, como los primeros beneficiados de la Buena Nueva de salvación que anunciamos a los demás.
Jesús no ofreció víctimas distintas de sí mismo, sino su propia persona: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides sacrificio expiatorio: entonces yo digo, aquí estoy para hacer tu voluntad». Por eso, «Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor». Eso es lo que representa Jesús para nosotros. También los sacerdotes de hoy, por muy dignamente que presidan la Eucaristía o perdonen los pecados en el sacramento de la Reconciliación, son débiles y pecadores. Tienen que rezar primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Si presiden y absuelven y bendicen, es en nombre de Cristo Jesús. Pero nos debe llenar de confianza saber que tenemos un Sacerdote santo, glorificado junto a Dios, Cristo Jesús. Que vive y está siempre intercediendo por nosotros. Jesús, un Sacerdote que en cada misa actualiza para nosotros su entrega de la Cruz y nos hace entrar en su misma dinámica sacrificial, invitándonos a ofrecer a Dios nuestra vida. Por eso pedimos a Dios que su Espíritu «haga de nosotros ofrenda permanente», o que «seamos víctima viva para tu alabanza». Jesús es un Sacerdote que en el sacramento de la Reconciliación nos comunica su victoria contra el pecado y el mal. Que nos alivia y ayuda en la enfermedad por medio de la Unción. Que nos bendice en todo momento de nuestra vida. Que nos une en la Liturgia de las Horas a su alabanza al Padre y a su súplica por este mundo. ¿Nos dejamos llenar de confianza por esta convicción? ¿vivimos en unión con este Sacerdote?
3.- Mc 3,7-12. Resume hoy lo realizado por Jesús estos días en Galilea: ha curado a los enfermos, liberado del maligno a los posesos, y además predica como ninguno: aparece como el profeta y el liberador del mal y del dolor. Nada extraño lo que leemos hoy: «Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo». A la vez se ve rodeado de rencillas y controversias por parte de sus enemigos. Jesús, ahora el Señor Resucitado, sigue estándonos cerca, aunque no le veamos. Nos quiere curar y liberar y evangelizar a nosotros. Lo hace de muchas maneras y de un modo particular por medio de los sacramentos de la Iglesia. En la Eucaristía es él quien sigue hablándonos, comunicándonos su Buena Noticia, siempre viva y nueva, que ilumina nuestro camino. Tanta gente necesitada que acude a Cristo. Una gran muchedumbre sigue a Jesús, de hecho ha venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde Jesús es la puerta que da al aprisco, al terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, el paso o bautismo de salvación. Llucià Pou Sabaté
Hebreos 7,25-28; 8,1-6 (ver domingo 31B): 25 De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. 26 Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, 27 que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. 28 Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres frágiles: pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, hace el Hijo perfecto para siempre. 8,1 Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, 2 al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre. 3 Porque todo Sumo Sacerdote está instituido para ofrecer dones y sacrificios: de ahí que necesariamente también él tuviera que ofrecer algo. 4 Pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo ya quienes ofrezcan dones según la Ley. 5 Estos dan culto en lo que es sombra y figura de realidades celestiales, según le fue revelado a Moisés al emprender la construcción de la Tienda. Pues dice: Mira, harás todo conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte. 6 Mas ahora ha obtenido él un ministerio tanto mejor cuanto es Mediador de una mejor Alianza, como fundada en promesas mejores.
Salmo 40,7-10,17:7 Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, 8 dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro 9 hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser. 10 He publicado la justicia en la gran asamblea; mira, no he contenido mis labios, tú lo sabes, Yahveh. 17 ¡En ti se gocen y se alegren todos los que te buscan! Repitan sin cesar: «¡Grande es Yahveh!», los que aman tu salvación.
Evangelio (Mc 3,7-12): En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea, de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a Él. Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran. Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios». Pero Él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran.
Comentario: 1. Hebreos 7,25-8,6: Empieza la sección central (8,1-9,28). La encabeza un exordio solemne (8,1-2) que expresa la vivencia personal-comunitaria de la fe («tenemos un sumo sacerdote») y resume la teología sacerdotal de Heb («celebrante del santuario»). Esto introduce las explicaciones siguientes, a cuya luz puede entenderse el sentido de tales expresiones. Heb se mueve en un mundo hecho todo él de categorías cultuales que para nosotros resultan enigmáticas y alejadas; para nosotros, las categorías cultuales están tan marcadas por el mundo sacrificial del culto antiguo que corremos el peligro de entender lo que Heb dice de Jesucristo según comprensión veterotestamentaria, con un simple barniz cristiano. Es preciso un esfuerzo para entender que Heb utiliza categorías cultuales tomadas del Antiguo Testamento -sacrificio, sangre, ministro, acercarse a Dios-, pero las llena de un contenido tan genuinamente cristiano que da de ellas una visión insospechadamente nueva, desautorizando la misma realización antigua. El núcleo es que el único sacerdote es Jesucristo, y que el único sacrificio eficaz fue su muerte en cruz. La primera parte de la sección está dedicada a criticar el antiguo culto (8,3-9,10), explicando y fundamentando el juicio emitido antes: fue ineficaz (7,18-19). En 8,3-5, el autor lo califica de culto terrestre, «esbozo y sombra del celeste». El culto «celeste», el único auténtico, que ha puesto de manifiesto el carácter de puro «esbozo» y «sombra» de cualquier otro, no es una liturgia celeste entendida con exuberancia imaginativa, sino estrictamente la muerte de Jesús en la cruz. La cruz es el verdadero culto celeste, infinitamente alejado de todo el que es terrestre. En Heb, el contraste tierra-cielo no es cósmico o espacial, sino espiritual. La carta critica también la antigua alianza (8,7-13) utilizando casi exclusivamente palabras de Jeremías (31,31-34). Tanto la descripción de la antigua como el anuncio de la nueva se mueven en términos de facticidad. Los antiguos «quebrantaron [de hecho] mi alianza» (v 9); en la nueva, en cambio, «escribiré mi ley en su corazón... todos me conocerán, desde el pequeño al grande» (10-11). Aquélla es el fracaso de los intentos hechos al margen de Jesucristo («no transformó nada»); ésta es en cambio, la eficacia de Jesucristo y de su obra: de hecho, los hombres conocen a Dios, lo aman y siguen su voluntad (G. Mora).
a) Ante la añoranza que algunos cristianos sentían de los valores que habían abandonado al convertirse a Cristo (el Templo, los sacrificios, el culto. el sacerdocio), el autor de la carta insiste en mostrar cómo Jesús es superior a todo el AT, sobre todo a su sacerdocio. Enumera los varios aspectos en que era deficiente el sacerdocio de antes y perfecto el de Cristo. Los sacerdotes del Templo eran pecadores, tenían que ofrecer sacrificios primero por sus propios pecados, porque estaban llenos de debilidades, lo hacían diariamente y con víctimas que no eran capaces de salvar. Estos sacerdotes estaban «al servicio de una copia y vislumbre de las cosas celestes», en un Templo construido por manos humanas. Mientras que Cristo Jesús, santo, inocente y sin mancha, no necesita ofrecer sacrificios cada día, porque lo hizo una vez por todas, no tiene que ofrecerlos por sus propios pecados, y no ofrece sacrificios de animales, porque se ha ofrecido a sí mismo. Es el sacerdote del Templo construido por Dios, el santuario del cielo, donde está glorificado a la derecha de Dios, como Mediador nuestro.
Jesús puede salvar de modo definitivo a los que por El se llegan a Dios... Fórmula admirable que podemos «gustar» en la meditación. La humanidad es una inmensa caravana que trata de avanzar hacia Dios, pero que en el fondo es incapaz de abrirse camino. Al entrar Jesús en el cielo con su humanidad nos facilita entrar con El. Santa Teresa de Ávila decía: «Quiero ver a Dios». Todos tenemos el mismo deseo. Pero ¿cómo entrar donde está Dios? Tenemos más bien experiencia de nuestros pecados, de nuestras dificultades de amar y de orar. Entonces Jesús nos abre la puerta de par en par, de «manera definitiva». -Pues está siempre vivo para interceder por ellos. Otra fórmula, también célebre. Está «siempre vivo», su resurrección es la garantía de la eternidad de su misión respecto a nosotros. «Para interceder por nosotros». Jesús no deja de orar, de suplicar a su Padre por nosotros, por mí, por todos los pecadores. En este momento ¡Cristo intercede ante Dios por mí! ¡Lo está haciendo siempre ! -Porque así tenía que ser nuestro sumo sacerdote. ¡Oh, sí! ¡Señor! -Santo, inocente, sin mancha, separado ahora de los pecadores, y encumbrado por encima de los cielos. Son los atributos de la divinidad. -No necesita ofrecer sacrificios cada día como lo hacen los sumos sacerdotes... porque esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose El mismo. Partiendo de ese texto, la teología afirma que no hay más que un solo sacrificio, ofrecido de una vez por todas: el del Calvario. Cabría decir entonces: ¿por qué tenemos que celebrar repetidas misas? ¿No es esto volver al Antiguo Testamento? Es evidente que Cristo, una vez resucitado, no muere otra vez (Romanos 6,9). La misa tiene un objetivo preciso: el de ser para cada época y para cada lugar el signo eficaz de ese don de sí mismo que hizo Cristo una vez al ofrecer su vida. Y como no deja de "interceder por nosotros", es decir, de mantenerse en estado de ofrenda, la misa es el instante privilegiado en el que lo encontramos... uniendo a la suya nuestra propia ofrenda, la de la Iglesia de hoy y la del mundo de hoy. Ayúdanos, Señor, a descubrir mejor el sentido de la eucaristía. Ya no es, ciertamente, un sacrificio cruento. La escena exterior del Gólgota sucedió sólo aquel viernes.
Pero todo lo esencial de la escena, que tenía lugar entonces en el corazón de Cristo es perenne: HOY y para siempre continúa la ofrenda de amor a Dios su Padre y a los hombres sus hermanos. Con demasiada frecuencia presto poca atención a esa gran realidad, la «misa sobre el mundo», como decía el P. Teilhard de Chardin, a esta ofrenda actual, que es fuente de todo amor si sabemos estar en comunión con ella. -Tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos. Es decir, su poder y su eficacia. Tenemos un abogado de nuestra causa cerca de Dios. ¿Qué podrían nuestros pecados ante tal defensor? Sí: nuestra naturaleza humana ha sido realmente entronizada en la intimidad del Padre (Noel Quesson).
vv. 11-28: el sacerdocio perfecto de Cristo se compara al imperfecto de Aarón, transitorio. El de Leví parecía más perfecto. Una legislación teocrática caduca cuando lo hace su sacerdocio. El de Aarón, con la introducción del sacerdocio de Melquisedec se hace anacrónico, como cualquier sacerdocio no levítico.
13-14: “Nuestro Señor” es de Judá, sin precedentes sacerdotales, la Ley no pone nexos.
15-17: el sacerdocio de Melquisedec es personal, permanente, no va de padres a hijos
18-19: el antiguo régimen queda abolido, la ley no lleva a la perfección, de suyo no confiere santidad interior ni fuerza para hacer el bien, como ahora los valores que señalan los bienes pero no hacen como las virtudes que dan facilidad para hacer el bien. Es una esperanza mejor con la confianza que nace del perdón que nos acerca a Dios, el espíritu de adopción y seguridad de la gloria. Teleiosis (perfección lo traducimos) realizada por Cristo, que incluye el perdón, la gracia y la gloria.
20-22: el sacerdocio de Cristo, investido con un juramento divino que no será retractado. Cristo es fiador de una alianza mejor, 16 veces sale en 11 contextos, de majestad.
2. Sal. 40 (39). Mucho más que holocaustos y sacrificios, al Señor le agrada la fidelidad a su voluntad. Aquel que viva como discípulo descuidado, escuchando al Señor pero no poniendo en práctica lo que Él nos pide, no tiene por qué presentarse ante el Señor para escuchar su Palabra y después vivir como si no lo conociera. El culto que le tributamos al Señor va más allá de ofrecerle el Sacrificio Eucarístico; debe llegar a nuestra vida diaria, de tal forma que se convierta toda ella en una continua ofrenda de suave aroma en su presencia. Y ser fieles a la voluntad del Señor sobre nosotros mira a anunciar el Evangelio no sólo con los labios, sino con las actitudes, con las obras y con la vida misma; sólo entonces podremos decir que anunciamos al mundo entero la justicia de Dios, pues nuestras buenas obras hablarán de que hemos sido justificados, y que nuestras obras manifiestan que realmente ha llegado a nosotros la salvación, como los primeros beneficiados de la Buena Nueva de salvación que anunciamos a los demás.
Jesús no ofreció víctimas distintas de sí mismo, sino su propia persona: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, no pides sacrificio expiatorio: entonces yo digo, aquí estoy para hacer tu voluntad». Por eso, «Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor». Eso es lo que representa Jesús para nosotros. También los sacerdotes de hoy, por muy dignamente que presidan la Eucaristía o perdonen los pecados en el sacramento de la Reconciliación, son débiles y pecadores. Tienen que rezar primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Si presiden y absuelven y bendicen, es en nombre de Cristo Jesús. Pero nos debe llenar de confianza saber que tenemos un Sacerdote santo, glorificado junto a Dios, Cristo Jesús. Que vive y está siempre intercediendo por nosotros. Jesús, un Sacerdote que en cada misa actualiza para nosotros su entrega de la Cruz y nos hace entrar en su misma dinámica sacrificial, invitándonos a ofrecer a Dios nuestra vida. Por eso pedimos a Dios que su Espíritu «haga de nosotros ofrenda permanente», o que «seamos víctima viva para tu alabanza». Jesús es un Sacerdote que en el sacramento de la Reconciliación nos comunica su victoria contra el pecado y el mal. Que nos alivia y ayuda en la enfermedad por medio de la Unción. Que nos bendice en todo momento de nuestra vida. Que nos une en la Liturgia de las Horas a su alabanza al Padre y a su súplica por este mundo. ¿Nos dejamos llenar de confianza por esta convicción? ¿vivimos en unión con este Sacerdote?
3.- Mc 3,7-12. Resume hoy lo realizado por Jesús estos días en Galilea: ha curado a los enfermos, liberado del maligno a los posesos, y además predica como ninguno: aparece como el profeta y el liberador del mal y del dolor. Nada extraño lo que leemos hoy: «Todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo». A la vez se ve rodeado de rencillas y controversias por parte de sus enemigos. Jesús, ahora el Señor Resucitado, sigue estándonos cerca, aunque no le veamos. Nos quiere curar y liberar y evangelizar a nosotros. Lo hace de muchas maneras y de un modo particular por medio de los sacramentos de la Iglesia. En la Eucaristía es él quien sigue hablándonos, comunicándonos su Buena Noticia, siempre viva y nueva, que ilumina nuestro camino. Tanta gente necesitada que acude a Cristo. Una gran muchedumbre sigue a Jesús, de hecho ha venido a llamar a todos, a congregar un solo rebaño con un solo pastor, donde Jesús es la puerta que da al aprisco, al terreno seguro en el que conseguir la paz anhelada, la felicidad de hijos de Dios, el paso o bautismo de salvación. Llucià Pou Sabaté
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2ª semana, miércoles: el sacerdocio de Jesús es para siempre y desde siempre, como su misericordia va contra todo norma absurda: “¿es lícito en sábado
2ª semana, miércoles: el sacerdocio de Jesús es para siempre y desde siempre, como su misericordia va contra todo norma absurda: “¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?”
Hebreos 7,1-3,15–17: 1 En efecto, este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, 2 al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar, «rey de justicia» y, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz», 3 sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. 15 Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, 16 que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. 17 De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.
Salmo 110,1-4: 1 De David. Salmo. Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. 2 El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! 3 Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. 4 Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»
Evangelio (Mc 3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.
Comentario: 1.- Hb 7, 1-3.15-17: Hoy empezamos la profunda exposición cristológica de la carta a los Hebreos (7,1-10,18); el tema central es el sacerdocio y sacrificio de Jesucristo. En este punto, el escrito es absolutamente original; es el único del NT que atribuye a Jesucristo el título de sacerdote. El punto de partida del pensamiento de Heb es el gozoso mensaje de la comunión del hombre con Dios por Jesucristo, superando así el pecado y llegando a la salvación. El autor expone esta fe en clave cultual: la gran meta del hombre es "acercarse" al Dios vivo para "darle culto" y, así, ser «purificado» del pecado y conseguir la «perfección» por medio del «sacerdote», el Hijo de Dios y hombre perfecto.
Al lado de este objetivo último de su reflexión teológica, aparece otro elemento que el autor considera con la misma sinceridad. Es evidente que la organización cultual del Antiguo Testamento intentaba ya purificar el pecado y acercar el hombre a Dios; dicho sin clave cultual: es claro que, al margen de Jesucristo, el hombre pretende hallar a Dios y conseguir su realización. Por eso, junto a la reflexión sobre Jesucristo, resuena en toda la carta el problema del culto antiguo. El autor intenta, por contraste, una más auténtica comprensión del misterio de Jesucristo frente al fracasado intento de salvación del hombre, del cual venía a ser símbolo el culto del templo antiguo.
El capítulo 7 está dedicado al tema del sacerdocio. El autor encuentra en el AT un texto que le permite hablar tanto del sacerdocio de Cristo como del antiguo: «Yahvé lo ha jurado y no se arrepiente: 'Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec'» (Sal 110,4). La alusión a Melquisedec lo conduce a Gn 14,18-20 (único texto histórico donde aparece este personaje), pasaje del que hace una lectura curiosa y profunda. Por un lado aparece la grandeza casi infinita de Melquisedec (7,1-3); por otro, su superioridad sobre Leví y su sacerdocio (7,4-10). En el horizonte de estas lucubraciones aparece la figura de Jesucristo con los dos títulos que lo definen: él es el Hijo de Dios y el sacerdote supremo «según el orden de Melquisedec»; es decir, el sacerdote del NT se da de una manera totalmente gratuita, no depende de la carne ni la sangre, carece de genealogía (7,3) como Melquisedec (G. Mora).
A Melquisedec no se le conocía "ni padre, ni madre, ni genealogía". Dado lo riguroso de la Ley en materia de genealogías, especialmente de genealogías sacerdotales, tal circunstancia no podía por menos de resultar extraña. Adviértase, por otra parte, que el relato de Gn 14 no menciona ni el nacimiento ni la muerte de Melquisedec. El sumo sacerdote parece participar de la eternidad divina: se asemeja al "Hijo de Dios", como se hace notar en la epístola. En efecto, para el autor de Hebreos, la ausencia de ascendencia levítica y la perpetuidad del sacerdocio parecen ser los rasgos más característicos del sacerdocio "nuevo estilo". Ahora bien, tampoco Jesús era sacerdote y, por José, descendía legalmente de David y de la tribu de Judá (Mt 1, 16). Por eso, cuando al resucitarle de entre los muertos le consagra Dios sacerdote para la eternidad, esa consagración se efectuará "en virtud del poder de una vida indestructible", y no "en virtud de una filiación humana" (“Dios cada día”).
-“Tú eres sacerdote para siempre en la línea de Melquisedec”. Jesús no pertenece a la tribu de Leví, no es pues sacerdote según la ley judía. Esto será subrayado más adelante (Hebreos 7,14). Desde entonces su sacerdocio es de otro orden. Y el autor busca el esbozo de Cristo y lo halla mucho antes de la ley de Moisés: se trata de Melquisedec, en tiempos de Abraham. (Génesis 14,17-20; Salmo 110) Es interesante subrayar lo que sugiere esa aproximación: -“ Melquisedec es «rey y sacerdote»”... como Jesús que instaura el Reino de Dios. - Melquisedec es un sacerdote pagano... lo que significa que antes de cualquier Alianza particular con el pueblo judío en Abraham y anterior a la instauración del sacerdocio levítico, había -y los hay siempre- unos hombres religiosos que honran de veras a Dios... y Jesús encontrará de nuevo ese sacerdocio universal.
- Melquisedec significa «rey de justicia» y su villa es «Salem» que significa «paz». - Melquisedec, en fin, carece de genealogía, es como un ser caído del cielo que anuncia así la divinidad de Cristo (se nos pinta como alguien de quien no se hace referencia a esos orígenes, no son necesarios para lo que anuncia: la llegada de Jesús). Esos argumentos, de tipo rabínico, pueden parecernos algo complicados. Van dirigidos, no lo olvidemos, a judíos habituados a esa argumentación bíblica, y expresan en imágenes concretas lo que nosotros diríamos en forma de ideas abstractas.
-Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, sale al encuentro de Abraham. El proyecto de Dios es pues anterior a la formación del pueblo de Israel. Y pensamos en esos miles de hombres y de mujeres que, antes y después de Jesucristo, no han tenido nunca la ocasión de encontrarle... y que le sirven, a su manera, siguiendo sus propias costumbres religiosas.
El autor de este texto nos afirma que Cristo es «de este orden» «según el orden de Melquisedec». Por varios toques de ese género, la Escritura contínuamente nos recuerda que la salvación de Cristo es universal y alcanza a todos los hombres de toda raza y de toda situación religiosa. La vocación misionera de la Iglesia es procurar que el mayor número posible de esos hombres, «reconozca» explícitamente a su Salvador y sean más conscientes de ello viviéndolo y siendo a su vez «salvadores» de sus hermanos.
-El nombre Melquisedec significa «rey de justicia» y además rey de Salem, es decir, «rey de Paz». Medito esos dos títulos de Jesús: rey de justicia... rey de paz...
-Sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de existencia ni fin de vida; todo ello le asemeja al Hijo de Dios. Efectivamente, Melquisedec es una figura enigmática, misteriosa, como un meteoro del que no se sabe de donde viene ni adonde va. Y el autor ve en ello el origen divino de Jesús. Sí, el Hijo de Dios no tiene principio ni fin, es eterno como Dios... su nacimiento se pierde en la noche de los tiempos y más allá del tiempo, su vida se prolonga en el infinito.
-Permanece sacerdote para siempre: No siendo hereditario y no teniendo origen humano, su sacerdocio es durable, eterno. El solo llena todos los siglos. Todos los otros sacerdotes, desde entonces, no lo serán más que en dependencia de él y participación con El.
-“Es sacerdote no en virtud de una ley humana, sino por una fuerza de vida indestructible”. En su misma personalidad reside su misión de mediador (Noel Quesson).
*) Para que los cristianos procedentes del judaísmo no añoren, entre otras cosas, la institución sacerdotal del Templo, el autor de la carta demuestra la superioridad total del sacerdocio de Jesús. La presenta como «sacerdote según el rito de Melquisedec». Este misterioso personaje, que salió al encuentro de Abrahán cuando volvía de una de sus salidas de castigo contra los enemigos (Génesis 14), presenta varias características que hacen su sacerdocio muy distinto del que luego sería el sacerdocio hereditario de la tribu de Leví: - no tiene genealogía, no constan quiénes son sus padres, - tampoco se indica el tiempo, su inicio o su final: apunta a un sacerdocio duradero, - es rey de Salem, que significa «paz»,- el nombre de Melquisedec significa «justicia»,- es sacerdote en la era patriarcal, antes de la constitución del sacerdocio de la tribu de Leví. Todo esto se aplica aquí a Cristo para indicar su superioridad. No es como los sacerdotes de la tribu de Leví No ha heredado su sacerdocio de una familia. Jesús es laico, no sacerdote según las categorías de los judíos. Tiene genealogía humana, pero sobre todo es Hijo de Dios. No tiene principio y fin, porque es eterno. Y es el que nos trae la verdadera paz y justicia.
Cuando decimos, con el Salmo 109, «tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec», queremos expresar esta singularidad de Jesús en su misión de Mediador entre Dios y la humanidad: es sacerdote no según unas leyes humanas, sino de un modo muy especial. Melquisedec aparece así como figura y profecía de Cristo, el verdadero sacerdote que Dios nos ha enviado en la plenitud de los tiempos.
Tenemos una relación entrañable con Cristo Jesús. Toda bendición, toda palabra, todo perdón, lo recibimos de Dios por él, con él, en él. Así como toda nuestra alabanza sube al Padre por él, con él y en él, y todas nuestras oraciones las dirigimos a Dios «por Jesucristo, nuestro Señor».
La superioridad del sacerdocio de Melquisedec servirá al autor de los Hebreos para centrar la figura de Jesús. Las fuentes extrabíblicas sitúan este rey pagano descendiente quizá de Cam, y su superioridad sobre Abraham, que le paga el diezmo y recibe de él la bendición, muestra el símbolo de Jesús, que no tiene semen de Abraham, y no tiene origen humano, y tiene un sacerdocio eterno. Es decir, no crea una estirpe sacerdotal, sino que permanece siempre, y todo sacerdote participa del suyo.
2. Sal. 110 (109). Sacerdote, Víctima y Altar. El Señor se ofrece al Padre por nosotros, para que en Él tengamos vida, y Vida eterna. Por su filial obediencia al Padre Dios, Él dio testimonio de que Jesús es realmente su Enviado y nuestro único Camino de salvación; por eso lo resucitó de entre los muertos y ahora vive eternamente sentado a su derecha. Los que creemos en Él y hemos unido a Él nuestra vida, junto con Él participamos de su Victoria y, consagrados a Dios, si le permanecemos fieles, algún día participaremos de su Gloria, a la diestra del Padre Dios, para siempre. Si somos de Cristo; si el autor del pecado ha sido vencido por la muerte y la resurrección del Señor, no vayamos nuevamente tras las obras del pecado, pues nosotros mismos estaríamos inutilizando la obra de salvación que Dios nos ha ofrecido en su propio Hijo. Participemos del Sacerdocio de Cristo ofreciéndole a nuestro Dios y Padre nuestra propia vida, como una ofrenda agradable en su presencia.Hemos visto que, según una tradición antigua, puede interpretarse el salmo 109 como referido a Cristo: "Sacerdote eterno según el rito de Melquisedec". Para explicar el sentido de esta atribución, el autor de la epístola a los Hebreos ha recurrido al célebre pasaje de Gn 14, donde aparece Melquisedec como "el hombre de ninguna parte". Tras una fugaz aparición en el escenario de la historia, este personaje retorna al silencio de Dios. El terreno era propicio a la exégesis rabínica, hábil para sacar partido de las lagunas bíblicas.
3. Mc 3, 1-6 (ver domingo 9B). Jesús es señor del sábado, pone la ley nueva en recipientes nuevos, en un contexto de filiación sustituyendo la ley del temor por la del amor. Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Jesús cura, si tenemos fe. Si no caemos en las esclavitudes de que “no es posible saltarse esa norma”, normas humanas que pretendemos imponer a Dios.
La libertad es sagrada, porque rompe esas cadenas y condicionamientos históricos, modas sociales. En la garita de la mili, el puesto de guardia más alejado del cuartel, vi uno de los “grafitti” pintados en la pared, de alguien obligado a estar allí, que se ve que apelaba a su libertad interior cuando dejó plasmado en el muro esas palabras: “no morirá jamás / quien de esclavo se libera / rompiendo para ser libre / con su vida / cadenas”. Un corazón que rompía unas cadenas dibujaba lo que esos versos improvisados querían expresar. ¿Qué significa libertad, sino “sentirse en casa”, no tener miedo de nada ni de nadie? «Veritas liberabit vos (Jn 8, 32); la verdad os hará libres. Se cuenta también que los de Tarazona fueron interpelados ante el Papa, y contestaron: “Tarazona no recula / aunque lo mande la bula”. Y en una ciudad castellana un señor tenía salida libre de su casa al campo, sin someterse a los horarios de la única puerta de la villa. Le mandaron tapiar la puerta los del ayuntamiento, pero escribió en la pared: “donde una puerta se cierra, otra se abre”. La libertad es como el agua, imposible de reprimir, sino que hay que darle cauce, si no sale por un sitio sale por otro. El agua siempre encuentra el camino. Lo vemos en carreteras cuando no ponen drenaje adecuado el agua se lleva todo, asfalto y carretera.
El legalismo ciego farisaico tiene algo más grave, que es atribuir al demonio lo que es divino. También es nefasta la sospecha de malicia en lo que supone simplemente bondad de corazón, esto perturba las relaciones humanas. Ante los perversos sociales que propugnan todo este estercolero, mejor seguir adelante, pero saber que existen, que su vida es inoperante y que buscan simplemente hacer daño a los que hacen bien, porque esto les hace mal, les llaman vampiros, narcisistas o simplemente envidiosos, viven para ser cizaña pero no los juzgamos como malos, Dios sabrá si su ignorancia o locura les lleva a eso.
Lo punto central de nuestro Evangelio es que todos estamos enfermos, tenemos heridas, carencias, situaciones pasadas, presentes, que marcan nuestras vidas de una forma o de otra. De cada una de ellas Jesús quiere sanarnos, quiere liberarnos. Llucià Pou Sabaté
Hebreos 7,1-3,15–17: 1 En efecto, este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, 2 al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar, «rey de justicia» y, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz», 3 sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. 15 Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, 16 que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. 17 De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.
Salmo 110,1-4: 1 De David. Salmo. Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. 2 El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! 3 Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. 4 Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»
Evangelio (Mc 3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca: «Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver cómo eliminarle.
Comentario: 1.- Hb 7, 1-3.15-17: Hoy empezamos la profunda exposición cristológica de la carta a los Hebreos (7,1-10,18); el tema central es el sacerdocio y sacrificio de Jesucristo. En este punto, el escrito es absolutamente original; es el único del NT que atribuye a Jesucristo el título de sacerdote. El punto de partida del pensamiento de Heb es el gozoso mensaje de la comunión del hombre con Dios por Jesucristo, superando así el pecado y llegando a la salvación. El autor expone esta fe en clave cultual: la gran meta del hombre es "acercarse" al Dios vivo para "darle culto" y, así, ser «purificado» del pecado y conseguir la «perfección» por medio del «sacerdote», el Hijo de Dios y hombre perfecto.
Al lado de este objetivo último de su reflexión teológica, aparece otro elemento que el autor considera con la misma sinceridad. Es evidente que la organización cultual del Antiguo Testamento intentaba ya purificar el pecado y acercar el hombre a Dios; dicho sin clave cultual: es claro que, al margen de Jesucristo, el hombre pretende hallar a Dios y conseguir su realización. Por eso, junto a la reflexión sobre Jesucristo, resuena en toda la carta el problema del culto antiguo. El autor intenta, por contraste, una más auténtica comprensión del misterio de Jesucristo frente al fracasado intento de salvación del hombre, del cual venía a ser símbolo el culto del templo antiguo.
El capítulo 7 está dedicado al tema del sacerdocio. El autor encuentra en el AT un texto que le permite hablar tanto del sacerdocio de Cristo como del antiguo: «Yahvé lo ha jurado y no se arrepiente: 'Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec'» (Sal 110,4). La alusión a Melquisedec lo conduce a Gn 14,18-20 (único texto histórico donde aparece este personaje), pasaje del que hace una lectura curiosa y profunda. Por un lado aparece la grandeza casi infinita de Melquisedec (7,1-3); por otro, su superioridad sobre Leví y su sacerdocio (7,4-10). En el horizonte de estas lucubraciones aparece la figura de Jesucristo con los dos títulos que lo definen: él es el Hijo de Dios y el sacerdote supremo «según el orden de Melquisedec»; es decir, el sacerdote del NT se da de una manera totalmente gratuita, no depende de la carne ni la sangre, carece de genealogía (7,3) como Melquisedec (G. Mora).
A Melquisedec no se le conocía "ni padre, ni madre, ni genealogía". Dado lo riguroso de la Ley en materia de genealogías, especialmente de genealogías sacerdotales, tal circunstancia no podía por menos de resultar extraña. Adviértase, por otra parte, que el relato de Gn 14 no menciona ni el nacimiento ni la muerte de Melquisedec. El sumo sacerdote parece participar de la eternidad divina: se asemeja al "Hijo de Dios", como se hace notar en la epístola. En efecto, para el autor de Hebreos, la ausencia de ascendencia levítica y la perpetuidad del sacerdocio parecen ser los rasgos más característicos del sacerdocio "nuevo estilo". Ahora bien, tampoco Jesús era sacerdote y, por José, descendía legalmente de David y de la tribu de Judá (Mt 1, 16). Por eso, cuando al resucitarle de entre los muertos le consagra Dios sacerdote para la eternidad, esa consagración se efectuará "en virtud del poder de una vida indestructible", y no "en virtud de una filiación humana" (“Dios cada día”).
-“Tú eres sacerdote para siempre en la línea de Melquisedec”. Jesús no pertenece a la tribu de Leví, no es pues sacerdote según la ley judía. Esto será subrayado más adelante (Hebreos 7,14). Desde entonces su sacerdocio es de otro orden. Y el autor busca el esbozo de Cristo y lo halla mucho antes de la ley de Moisés: se trata de Melquisedec, en tiempos de Abraham. (Génesis 14,17-20; Salmo 110) Es interesante subrayar lo que sugiere esa aproximación: -“ Melquisedec es «rey y sacerdote»”... como Jesús que instaura el Reino de Dios. - Melquisedec es un sacerdote pagano... lo que significa que antes de cualquier Alianza particular con el pueblo judío en Abraham y anterior a la instauración del sacerdocio levítico, había -y los hay siempre- unos hombres religiosos que honran de veras a Dios... y Jesús encontrará de nuevo ese sacerdocio universal.
- Melquisedec significa «rey de justicia» y su villa es «Salem» que significa «paz». - Melquisedec, en fin, carece de genealogía, es como un ser caído del cielo que anuncia así la divinidad de Cristo (se nos pinta como alguien de quien no se hace referencia a esos orígenes, no son necesarios para lo que anuncia: la llegada de Jesús). Esos argumentos, de tipo rabínico, pueden parecernos algo complicados. Van dirigidos, no lo olvidemos, a judíos habituados a esa argumentación bíblica, y expresan en imágenes concretas lo que nosotros diríamos en forma de ideas abstractas.
-Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, sale al encuentro de Abraham. El proyecto de Dios es pues anterior a la formación del pueblo de Israel. Y pensamos en esos miles de hombres y de mujeres que, antes y después de Jesucristo, no han tenido nunca la ocasión de encontrarle... y que le sirven, a su manera, siguiendo sus propias costumbres religiosas.
El autor de este texto nos afirma que Cristo es «de este orden» «según el orden de Melquisedec». Por varios toques de ese género, la Escritura contínuamente nos recuerda que la salvación de Cristo es universal y alcanza a todos los hombres de toda raza y de toda situación religiosa. La vocación misionera de la Iglesia es procurar que el mayor número posible de esos hombres, «reconozca» explícitamente a su Salvador y sean más conscientes de ello viviéndolo y siendo a su vez «salvadores» de sus hermanos.
-El nombre Melquisedec significa «rey de justicia» y además rey de Salem, es decir, «rey de Paz». Medito esos dos títulos de Jesús: rey de justicia... rey de paz...
-Sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de existencia ni fin de vida; todo ello le asemeja al Hijo de Dios. Efectivamente, Melquisedec es una figura enigmática, misteriosa, como un meteoro del que no se sabe de donde viene ni adonde va. Y el autor ve en ello el origen divino de Jesús. Sí, el Hijo de Dios no tiene principio ni fin, es eterno como Dios... su nacimiento se pierde en la noche de los tiempos y más allá del tiempo, su vida se prolonga en el infinito.
-Permanece sacerdote para siempre: No siendo hereditario y no teniendo origen humano, su sacerdocio es durable, eterno. El solo llena todos los siglos. Todos los otros sacerdotes, desde entonces, no lo serán más que en dependencia de él y participación con El.
-“Es sacerdote no en virtud de una ley humana, sino por una fuerza de vida indestructible”. En su misma personalidad reside su misión de mediador (Noel Quesson).
*) Para que los cristianos procedentes del judaísmo no añoren, entre otras cosas, la institución sacerdotal del Templo, el autor de la carta demuestra la superioridad total del sacerdocio de Jesús. La presenta como «sacerdote según el rito de Melquisedec». Este misterioso personaje, que salió al encuentro de Abrahán cuando volvía de una de sus salidas de castigo contra los enemigos (Génesis 14), presenta varias características que hacen su sacerdocio muy distinto del que luego sería el sacerdocio hereditario de la tribu de Leví: - no tiene genealogía, no constan quiénes son sus padres, - tampoco se indica el tiempo, su inicio o su final: apunta a un sacerdocio duradero, - es rey de Salem, que significa «paz»,- el nombre de Melquisedec significa «justicia»,- es sacerdote en la era patriarcal, antes de la constitución del sacerdocio de la tribu de Leví. Todo esto se aplica aquí a Cristo para indicar su superioridad. No es como los sacerdotes de la tribu de Leví No ha heredado su sacerdocio de una familia. Jesús es laico, no sacerdote según las categorías de los judíos. Tiene genealogía humana, pero sobre todo es Hijo de Dios. No tiene principio y fin, porque es eterno. Y es el que nos trae la verdadera paz y justicia.
Cuando decimos, con el Salmo 109, «tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec», queremos expresar esta singularidad de Jesús en su misión de Mediador entre Dios y la humanidad: es sacerdote no según unas leyes humanas, sino de un modo muy especial. Melquisedec aparece así como figura y profecía de Cristo, el verdadero sacerdote que Dios nos ha enviado en la plenitud de los tiempos.
Tenemos una relación entrañable con Cristo Jesús. Toda bendición, toda palabra, todo perdón, lo recibimos de Dios por él, con él, en él. Así como toda nuestra alabanza sube al Padre por él, con él y en él, y todas nuestras oraciones las dirigimos a Dios «por Jesucristo, nuestro Señor».
La superioridad del sacerdocio de Melquisedec servirá al autor de los Hebreos para centrar la figura de Jesús. Las fuentes extrabíblicas sitúan este rey pagano descendiente quizá de Cam, y su superioridad sobre Abraham, que le paga el diezmo y recibe de él la bendición, muestra el símbolo de Jesús, que no tiene semen de Abraham, y no tiene origen humano, y tiene un sacerdocio eterno. Es decir, no crea una estirpe sacerdotal, sino que permanece siempre, y todo sacerdote participa del suyo.
2. Sal. 110 (109). Sacerdote, Víctima y Altar. El Señor se ofrece al Padre por nosotros, para que en Él tengamos vida, y Vida eterna. Por su filial obediencia al Padre Dios, Él dio testimonio de que Jesús es realmente su Enviado y nuestro único Camino de salvación; por eso lo resucitó de entre los muertos y ahora vive eternamente sentado a su derecha. Los que creemos en Él y hemos unido a Él nuestra vida, junto con Él participamos de su Victoria y, consagrados a Dios, si le permanecemos fieles, algún día participaremos de su Gloria, a la diestra del Padre Dios, para siempre. Si somos de Cristo; si el autor del pecado ha sido vencido por la muerte y la resurrección del Señor, no vayamos nuevamente tras las obras del pecado, pues nosotros mismos estaríamos inutilizando la obra de salvación que Dios nos ha ofrecido en su propio Hijo. Participemos del Sacerdocio de Cristo ofreciéndole a nuestro Dios y Padre nuestra propia vida, como una ofrenda agradable en su presencia.Hemos visto que, según una tradición antigua, puede interpretarse el salmo 109 como referido a Cristo: "Sacerdote eterno según el rito de Melquisedec". Para explicar el sentido de esta atribución, el autor de la epístola a los Hebreos ha recurrido al célebre pasaje de Gn 14, donde aparece Melquisedec como "el hombre de ninguna parte". Tras una fugaz aparición en el escenario de la historia, este personaje retorna al silencio de Dios. El terreno era propicio a la exégesis rabínica, hábil para sacar partido de las lagunas bíblicas.
3. Mc 3, 1-6 (ver domingo 9B). Jesús es señor del sábado, pone la ley nueva en recipientes nuevos, en un contexto de filiación sustituyendo la ley del temor por la del amor. Con su acción, Jesús libera también el sábado de las cadenas con las cuales lo habían atado los maestros de la Ley y los fariseos, y le restituye su sentido verdadero: día de comunión entre Dios y el hombre, día de liberación de la esclavitud, día de la salvación de las fuerzas del mal. Jesús cura, si tenemos fe. Si no caemos en las esclavitudes de que “no es posible saltarse esa norma”, normas humanas que pretendemos imponer a Dios.
La libertad es sagrada, porque rompe esas cadenas y condicionamientos históricos, modas sociales. En la garita de la mili, el puesto de guardia más alejado del cuartel, vi uno de los “grafitti” pintados en la pared, de alguien obligado a estar allí, que se ve que apelaba a su libertad interior cuando dejó plasmado en el muro esas palabras: “no morirá jamás / quien de esclavo se libera / rompiendo para ser libre / con su vida / cadenas”. Un corazón que rompía unas cadenas dibujaba lo que esos versos improvisados querían expresar. ¿Qué significa libertad, sino “sentirse en casa”, no tener miedo de nada ni de nadie? «Veritas liberabit vos (Jn 8, 32); la verdad os hará libres. Se cuenta también que los de Tarazona fueron interpelados ante el Papa, y contestaron: “Tarazona no recula / aunque lo mande la bula”. Y en una ciudad castellana un señor tenía salida libre de su casa al campo, sin someterse a los horarios de la única puerta de la villa. Le mandaron tapiar la puerta los del ayuntamiento, pero escribió en la pared: “donde una puerta se cierra, otra se abre”. La libertad es como el agua, imposible de reprimir, sino que hay que darle cauce, si no sale por un sitio sale por otro. El agua siempre encuentra el camino. Lo vemos en carreteras cuando no ponen drenaje adecuado el agua se lleva todo, asfalto y carretera.
El legalismo ciego farisaico tiene algo más grave, que es atribuir al demonio lo que es divino. También es nefasta la sospecha de malicia en lo que supone simplemente bondad de corazón, esto perturba las relaciones humanas. Ante los perversos sociales que propugnan todo este estercolero, mejor seguir adelante, pero saber que existen, que su vida es inoperante y que buscan simplemente hacer daño a los que hacen bien, porque esto les hace mal, les llaman vampiros, narcisistas o simplemente envidiosos, viven para ser cizaña pero no los juzgamos como malos, Dios sabrá si su ignorancia o locura les lleva a eso.
Lo punto central de nuestro Evangelio es que todos estamos enfermos, tenemos heridas, carencias, situaciones pasadas, presentes, que marcan nuestras vidas de una forma o de otra. De cada una de ellas Jesús quiere sanarnos, quiere liberarnos. Llucià Pou Sabaté
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2ª semana, martes: «Dios no olvida vuestro trabajo y el amor que le habéis demostrado… Que cada uno demuestre el mismo empeño hasta el final y no seái
2ª semana, martes: «Dios no olvida vuestro trabajo y el amor que le habéis demostrado… Que cada uno demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes»: el deseo de cumplir la voluntad de Dios es lo que nos salva, y no el cumplimiento como esclavos: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado».
Hebreos 6: 10-20: 10: Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos. 11 Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza, 12 de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas. 13 Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo 14 diciendo: ¡Sí!, te colmaré de bendiciones y te acrecentaré en gran manera. 15 Y perseverando de esta manera, alcanzó la Promesa. 16 Pues los hombres juran por uno superior y entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio. 17 Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, 18 para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta, 19 que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, 20 adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.
Salmo 111: 1 - 2, 4 - 5, 9 – 10: 1 ¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. 2 Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen. 4 De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! 5 Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. 9 Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre. 10 Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece.
Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
Comentario: 1.- Hb 6, 10-20. a) La carta a los Hebreos nos propone hoy argumentos para exhortarnos a la perseverancia: o sea, para que los cristianos no nos cansemos de ser cristianos y a pesar de las dificultades permanezcamos fieles a nuestra fe: Dios no olvida nuestra situación, tiene en cuenta todo lo que hemos hecho para mantenernos en su voluntad: «no se olvida de vuestra trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»;
- Dios mostró su fidelidad en el caso de Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»;
- una hermosa comparación la toma del mundo marinero: estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
b) Todos necesitamos que se nos anime en nuestro camino de fe. Porque podemos encontrar dificultades dentro de nosotros mismos -fatiga, desvío, desesperanza- o fuera, en el mundo que nos rodea. Podemos decaer de nuestro fervor inicial y hasta llegar a ser infieles a nuestra vocación cristiana.
Los argumentos del pasaje de hoy van también para nosotros:
- la fidelidad de Dios que no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús;
- los ejemplos de tantas personas que, como Abrahán, han seguido con perseverancia los caminos de Dios y han experimentado su cercanía y su fidelidad,
- y sobre todo, la invitación a aferrarnos al ancla de nuestra esperanza, que es Cristo Jesús, nuestro Hermano, que habiendo entrado ya en el cielo, nos enseña el camino y nos da la seguridad de poderle seguir hasta el final, por mucho que nos zarandeen las olas de esta vida.
¿Necesitamos también que se nos diga que «no seamos indolentes», y que no nos tenemos que cansar de «demostrar el mismo empeño hasta el final»?
El pastor ha denunciado el pecado de sus cristianos (la indolencia) y ha señalado su raíz (la incredulidad) y el peligro último (la apostasía y la perdición). No es preciso demostrar que también hoy se dan situaciones muy paralelas; es importante, pues, ver qué solución propone y cómo piensa conseguirla. Así descubre el autor la meta que se propone conseguir con su escrito: «Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad» (v 11). No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz lo que es preciso curar. El único camino de renovación para la mediocridad humana es la vivificación de la fe y la esperanza personales. La carta subraya dos aspectos: la intensificación y la perseverancia; son precisamente los que dan el sello de madurez y eficacia a la fe tras el entusiasmo y la generosidad del primer momento. Para conseguir este objetivo el autor propone una reflexión profunda sobre el misterio de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador nuestro. Esta es la segunda lección del gran pastor. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se enriquece en cada fiel por una renovada contemplación del misterio de Cristo, en el cual encuentra el hombre la grandeza del Dios vivo y su adecuación a las más íntimas aspiraciones humanas. Sólo así se puede cambiar el curso del proceso hacia la mediocridad que amenaza siempre la comunidad cristiana. Escuchar el anuncio de la fe, también en una forma de explicación que nosotros llamaríamos «exposición teológica», es un aspecto del respeto debido al hoy, la palabra del Espíritu que quiere hacerse oir día tras día: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
La carta a los Hebreos ha denunciado el pecado de muchos de aquellos cristianos: la indolencia, la rutina, la despreocupación de los cristianos viejos por la vida auténticamente cristiana, y ha señalado su raíz: la incredulidad, y el peligro último en el que pueden caer: la apostasía y la perdición. Ahora el autor descubre la meta que se propone conseguir con su escrito: "Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla nuestra esperanza". No se trata de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz la que es preciso curar.
"Y no seáis indolentes sino imitad a los que con fe y perseverancia consiguen lo prometido". -No seáis indolentes. Si nos miramos a nosotros mismos descubriremos también esa negligencia habitual con la que convivimos durante todo el día. Porque no se trata de hacer más cosas de las que hacemos, sino de hacerlas de otra manera: hacerlas con Dios y para Dios. Porque hacemos las cosas de cada día porque las tenemos que hacer, pero no las hacemos para Dios. Y la mayoría de las cristianos se conforman con ofrecer a Dios todas las cosas cuando se levantan y después actúan durante el día de una manera puramente individual, sin descubrir que están haciendo las cosas juntamente con Dios. El único camino de renovación para nuestra mediocridad consiste en vivificar la fe y la esperanza. Para conseguir este objetivo, el autor de la carta propone una reflexión sobre el misterio de JC. Hijo de Dios y Salvador nuestro. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se fortalece en cada cristiano por una continua contemplación del misterio de Cristo, en el cual descubre el hombre la grandeza del amor de Dios. Solamente así podemos alejar el peligro de la mediocridad que amenaza siempre al cristiano.
-No es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia El, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los fieles. El autor invita al optimismo. No hay que tener miedo de Dios, sobre todo cuando se procura amarle amando a los hermanos. Fórmula notable en la que la caridad fraterna es la prueba y la expresión del amor a Dios... según la revelación de Jesús: «lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis.»
-Es deseo nuestro que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia, para que vuestra esperanza se realice plenamente. No seáis indolentes, sed más bien imitadores de aquellos que mediante la fe y la perseverancia, obtienen la herencia que Dios nos ha prometido. Encontramos de nuevo la triada tan apreciada por san Pablo: caridad, esperanza, fe. Es, en verdad, el núcleo de la vida cristiana: amar, esperar, creer... Estas tres virtudes están íntimamente ligadas y se apoyan sobre las «promesas» de Dios.
-Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo. Sí, nuestra seguridad no está en nosotros, sino en Dios. El compromiso de Dios es incondicional. No es un contrato bilateral -da tú porque doy yo-, es un contrato que obtiene toda su solidez del compromiso unilateral de una de las dos partes, ¡Dios!
-Dios interpuso el juramento cuando quiso mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa que su decisión era irrevocable. Alianza incondicional, irrevocable. Dios resulta así «comprometido» doblemente y de modo irrevocable, por lo cual es imposible que Dios mienta. Comprometido doblemente: por «promesa» y por «juramento». Gracias, Señor. Conociendo mi flaqueza, tengo yo también doblemente necesidad de Ti.
-Esto nos anima poderosamente a mantenernos firmes en la esperanza que nos ha sido propuesta. La esperanza cristiana no es una simple «espera» humana que se apoya en la hipótesis que todo acabará arreglándose o en la suerte -azar- que mezcla en paridad los éxitos y los fracasos. La esperanza no es tampoco una actitud optimista propia de temperamentos felices. Subsiste cuando todo parece derrumbarse, porque se apoya únicamente en la fe, en Dios, fiel a sus promesas. Cumple, Señor, tus promesas. Sálvanos, Señor.
-Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
2. El Salmo (111,1-2,4-5,9–10) da gracias a Yahveh y proclama su memorial, su nombre santo. Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia.
3. Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos la moral como cumplir cosas. Para mí, es paradigmático el momento del ensayo “Lo bello y lo sublime”, de Kant, cuando dice que la bondad del corazón se equivoca, que lo ético hay que situarlo en normas externas a la persona… ya tenemos una separación entre ética y corazón del hombre, y de ahí derivan otras muchas: estética y bondad, bondad y verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nosotros, nuevos fariseos, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús se pone en su lugar: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id). Que Jesús fue mitificado cae por su peso, como bien dijo hace medio siglo Romano Guardini: si no se cree que Jesús es Dios podría considerarse un loco o un mentiroso, pero la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de lógica impecable, doctrina como nunca hubo, y culmen de sabiduría humana; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso.
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente. Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). El Código se preocupa del bien espiritual de los cristianos y también de su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal). Llucià Pou Sabaté
Hebreos 6: 10-20: 10: Porque no es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia su nombre, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los santos. 11 Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia para la plena realización de la esperanza, 12 de forma que no os hagáis indolentes, sino más bien imitadores de aquellos que, mediante la fe y la perseverancia, heredan las promesas. 13 Cuando Dios hizo la Promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo 14 diciendo: ¡Sí!, te colmaré de bendiciones y te acrecentaré en gran manera. 15 Y perseverando de esta manera, alcanzó la Promesa. 16 Pues los hombres juran por uno superior y entre ellos el juramento es la garantía que pone fin a todo litigio. 17 Por eso Dios, queriendo mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa la inmutabilidad de su decisión, interpuso el juramento, 18 para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio asiéndonos a la esperanza propuesta, 19 que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, 20 adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre.
Salmo 111: 1 - 2, 4 - 5, 9 – 10: 1 ¡Aleluya! Doy gracias a Yahveh de todo corazón, en el consejo de los justos y en la comunidad. 2 Grandes son las obras de Yahveh, meditadas por los que en ellas se complacen. 4 De sus maravillas ha dejado un memorial. ¡Clemente y compasivo Yahveh! 5 Ha dado alimento a quienes le temen, se acuerda por siempre de su alianza. 9 Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre. 10 Principio del saber, el temor de Yahveh; muy cuerdos todos los que lo practican. Su alabanza por siempre permanece.
Evangelio (Mc 2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del sábado».
Comentario: 1.- Hb 6, 10-20. a) La carta a los Hebreos nos propone hoy argumentos para exhortarnos a la perseverancia: o sea, para que los cristianos no nos cansemos de ser cristianos y a pesar de las dificultades permanezcamos fieles a nuestra fe: Dios no olvida nuestra situación, tiene en cuenta todo lo que hemos hecho para mantenernos en su voluntad: «no se olvida de vuestra trabajo y del amor que Ie habéis demostrado»;
- Dios mostró su fidelidad en el caso de Abrahán: le prometió «con juramento» que le llenaría de bendiciones y multiplicaría su descendencia; a pesar de que no parecía poderse cumplir la promesa, Dios lo hizo; por eso el Salmo de hoy nos hace decir que «el Señor recuerda siempre su alianza»;
- una hermosa comparación la toma del mundo marinero: estamos «anclados» en el cielo; como una barca, para encontrar seguridad en medio de las olas, echa el ancla buscando terreno firme, nosotros hemos lanzado nuestra ancla, que es Cristo, al puerto del cielo: en él tenemos, por tanto, garantía y seguridad.
Por eso, «cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, agarrándonos a la esperanza que nos ha ofrecido». Se trata de serle fieles no sólo al principio, que es fácil, sino «que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final y no seáis indolentes».
b) Todos necesitamos que se nos anime en nuestro camino de fe. Porque podemos encontrar dificultades dentro de nosotros mismos -fatiga, desvío, desesperanza- o fuera, en el mundo que nos rodea. Podemos decaer de nuestro fervor inicial y hasta llegar a ser infieles a nuestra vocación cristiana.
Los argumentos del pasaje de hoy van también para nosotros:
- la fidelidad de Dios que no se desdice nunca de sus promesas y no se dejará ganar en generosidad; Jesús nos dice que hasta un vaso de agua dado en su nombre tendrá su recompensa: cuánto más la entrega de nuestra vida en seguimiento de Jesús;
- los ejemplos de tantas personas que, como Abrahán, han seguido con perseverancia los caminos de Dios y han experimentado su cercanía y su fidelidad,
- y sobre todo, la invitación a aferrarnos al ancla de nuestra esperanza, que es Cristo Jesús, nuestro Hermano, que habiendo entrado ya en el cielo, nos enseña el camino y nos da la seguridad de poderle seguir hasta el final, por mucho que nos zarandeen las olas de esta vida.
¿Necesitamos también que se nos diga que «no seamos indolentes», y que no nos tenemos que cansar de «demostrar el mismo empeño hasta el final»?
El pastor ha denunciado el pecado de sus cristianos (la indolencia) y ha señalado su raíz (la incredulidad) y el peligro último (la apostasía y la perdición). No es preciso demostrar que también hoy se dan situaciones muy paralelas; es importante, pues, ver qué solución propone y cómo piensa conseguirla. Así descubre el autor la meta que se propone conseguir con su escrito: «Desearíamos que todos mostraseis el mismo empeño hasta que esta esperanza sea finalmente realidad» (v 11). No se trata básicamente de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz lo que es preciso curar. El único camino de renovación para la mediocridad humana es la vivificación de la fe y la esperanza personales. La carta subraya dos aspectos: la intensificación y la perseverancia; son precisamente los que dan el sello de madurez y eficacia a la fe tras el entusiasmo y la generosidad del primer momento. Para conseguir este objetivo el autor propone una reflexión profunda sobre el misterio de Jesucristo Hijo de Dios y Salvador nuestro. Esta es la segunda lección del gran pastor. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se enriquece en cada fiel por una renovada contemplación del misterio de Cristo, en el cual encuentra el hombre la grandeza del Dios vivo y su adecuación a las más íntimas aspiraciones humanas. Sólo así se puede cambiar el curso del proceso hacia la mediocridad que amenaza siempre la comunidad cristiana. Escuchar el anuncio de la fe, también en una forma de explicación que nosotros llamaríamos «exposición teológica», es un aspecto del respeto debido al hoy, la palabra del Espíritu que quiere hacerse oir día tras día: «Si hoy oís su voz no endurezcáis el corazón» (3,7; G. Mora).
La carta a los Hebreos ha denunciado el pecado de muchos de aquellos cristianos: la indolencia, la rutina, la despreocupación de los cristianos viejos por la vida auténticamente cristiana, y ha señalado su raíz: la incredulidad, y el peligro último en el que pueden caer: la apostasía y la perdición. Ahora el autor descubre la meta que se propone conseguir con su escrito: "Deseamos que cada uno de vosotros demuestre el mismo empeño hasta el final, para que se cumpla nuestra esperanza". No se trata de realizar unos determinados actos ni de cumplir ciertas normas. Si los síntomas delatan una debilitación de la fe, es esta raíz la que es preciso curar.
"Y no seáis indolentes sino imitad a los que con fe y perseverancia consiguen lo prometido". -No seáis indolentes. Si nos miramos a nosotros mismos descubriremos también esa negligencia habitual con la que convivimos durante todo el día. Porque no se trata de hacer más cosas de las que hacemos, sino de hacerlas de otra manera: hacerlas con Dios y para Dios. Porque hacemos las cosas de cada día porque las tenemos que hacer, pero no las hacemos para Dios. Y la mayoría de las cristianos se conforman con ofrecer a Dios todas las cosas cuando se levantan y después actúan durante el día de una manera puramente individual, sin descubrir que están haciendo las cosas juntamente con Dios. El único camino de renovación para nuestra mediocridad consiste en vivificar la fe y la esperanza. Para conseguir este objetivo, el autor de la carta propone una reflexión sobre el misterio de JC. Hijo de Dios y Salvador nuestro. La vivificación de la fe no se consigue fundamentalmente con exhortaciones o amenazas; la fe se fortalece en cada cristiano por una continua contemplación del misterio de Cristo, en el cual descubre el hombre la grandeza del amor de Dios. Solamente así podemos alejar el peligro de la mediocridad que amenaza siempre al cristiano.
-No es injusto Dios para olvidarse de vuestra labor y del amor que habéis mostrado hacia El, con los servicios que habéis prestado y prestáis a los fieles. El autor invita al optimismo. No hay que tener miedo de Dios, sobre todo cuando se procura amarle amando a los hermanos. Fórmula notable en la que la caridad fraterna es la prueba y la expresión del amor a Dios... según la revelación de Jesús: «lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a Mí lo hacéis.»
-Es deseo nuestro que cada uno de vosotros manifieste hasta el fin la misma diligencia, para que vuestra esperanza se realice plenamente. No seáis indolentes, sed más bien imitadores de aquellos que mediante la fe y la perseverancia, obtienen la herencia que Dios nos ha prometido. Encontramos de nuevo la triada tan apreciada por san Pablo: caridad, esperanza, fe. Es, en verdad, el núcleo de la vida cristiana: amar, esperar, creer... Estas tres virtudes están íntimamente ligadas y se apoyan sobre las «promesas» de Dios.
-Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no teniendo a otro mayor por quien jurar, juró por sí mismo. Sí, nuestra seguridad no está en nosotros, sino en Dios. El compromiso de Dios es incondicional. No es un contrato bilateral -da tú porque doy yo-, es un contrato que obtiene toda su solidez del compromiso unilateral de una de las dos partes, ¡Dios!
-Dios interpuso el juramento cuando quiso mostrar más plenamente a los herederos de la Promesa que su decisión era irrevocable. Alianza incondicional, irrevocable. Dios resulta así «comprometido» doblemente y de modo irrevocable, por lo cual es imposible que Dios mienta. Comprometido doblemente: por «promesa» y por «juramento». Gracias, Señor. Conociendo mi flaqueza, tengo yo también doblemente necesidad de Ti.
-Esto nos anima poderosamente a mantenernos firmes en la esperanza que nos ha sido propuesta. La esperanza cristiana no es una simple «espera» humana que se apoya en la hipótesis que todo acabará arreglándose o en la suerte -azar- que mezcla en paridad los éxitos y los fracasos. La esperanza no es tampoco una actitud optimista propia de temperamentos felices. Subsiste cuando todo parece derrumbarse, porque se apoya únicamente en la fe, en Dios, fiel a sus promesas. Cumple, Señor, tus promesas. Sálvanos, Señor.
-Tenemos esta esperanza como ancla segura y sólida de nuestra alma, que penetró hasta más allá del velo del templo adonde Jesús entró por nosotros, como precursor. El «áncora», solidez del marino es un símbolo habitual de la esperanza. Aquí la imagen es usada con una audacia suplementaria: nuestra «áncora» está ya clavada en los cielos... basta tirar del cabo para lograrlo seguramente. ¡Mi barca está ya anclada en el cielo! El autor quiere tranquilizar, una vez más, a sus oyentes hebreos: os sentís frustrados sin la liturgia del Templo, pero no añoréis nada... pues vuestra «áncora», Jesús, atrae tras sí a todo el nuevo pueblo en el Santo de los santos, el santuario detrás del velo del Templo donde sólo penetraba antaño el sumo sacerdote (Noel Quesson).
2. El Salmo (111,1-2,4-5,9–10) da gracias a Yahveh y proclama su memorial, su nombre santo. Aunque el temor pueda parecer malo, si se entiende bien puede ser principio del saber, y alabar a Dios es la mejor ciencia.
3. Hoy como ayer, tomamos el rábano por las hojas, y entendemos la moral como cumplir cosas. Para mí, es paradigmático el momento del ensayo “Lo bello y lo sublime”, de Kant, cuando dice que la bondad del corazón se equivoca, que lo ético hay que situarlo en normas externas a la persona… ya tenemos una separación entre ética y corazón del hombre, y de ahí derivan otras muchas: estética y bondad, bondad y verdad, etc. Total, que estamos ante un nuevo fariseísmo, y para decirlo en dos palabras, ha degenerado en puritanismo, actualmente estatalista, y si el Gobierno dice que lo criminal es fumar, pues con no fumar ya puedo tener la conciencia tranquila. Pero Jesús nos dice, a nosotros, nuevos fariseos, que la cosa no es así. San Agustín lo resumió con aquel: «Ama y haz lo que quieras». “¿Lo hemos entendido bien, o todavía la obsesión por aquello que es secundario ahoga el amor que hay que poner en todo lo que hacemos? Trabajar, perdonar, corregir, ir a misa los domingos, cuidar a los enfermos, cumplir los mandamientos..., ¿lo hacemos porque toca o por amor de Dios? Ojalá que estas consideraciones nos ayuden a vivificar todas nuestras obras con el amor que el Señor ha puesto en nuestros corazones, precisamente para que le podamos amar a Él” (Ignasi Fabregat).
Los judíos han mitificado el sábado, como algo santo, divino, y Jesús se pone en su lugar: «Mi yugo es ligero, yo os doy descanso. El Hijo del hombre es el verdadero señor del sábado. Pues el Hijo del hombre es ahora el sábado de Israel; es nuestro modo de comportarnos como Dios» (rabino Neusner). Está en juego la reivindicación de autoridad por parte de Jesús: «Ahora Jesús está en la montaña y ocupa el lugar de la Torá… Tu maestro ¿es Dios?"» (id). Que Jesús fue mitificado cae por su peso, como bien dijo hace medio siglo Romano Guardini: si no se cree que Jesús es Dios podría considerarse un loco o un mentiroso, pero la locura no es correlativa a su magnífica doctrina de lógica impecable, doctrina como nunca hubo, y culmen de sabiduría humana; y la sublimidad de su vida que entrega hasta la muerte no es tampoco la que corresponde a un malvado, un mentiroso perverso.
También nosotros podemos caer en unas interpretaciones tan meticulosas de la ley que lleguemos a olvidar el amor. La «letra» puede matar al «espíritu». La ley es buena y necesaria. La ley es, en realidad, el camino para llevar a la práctica el amor. Pero por eso mismo no debe ser absolutizada. El sábado -para nosotros el domingo- está pensado para el bien del hombre. Es un día en que nos encontramos con Dios, con la comunidad, con la naturaleza y con nosotros mismos. El descanso es un gesto profético que nos hace bien a todos, para huir de la esclavitud del trabajo o de la carrera consumista. El día del Señor también es día del hombre, con la Eucaristía como momento privilegiado. Pero tampoco nosotros debemos absolutizar el «cumplimiento» del domingo hasta perder de vista, por una exagerada casuística, su espíritu y su intención humana y cristiana. Debemos ver en el domingo sus «valores» más que el «precepto», aunque también éste exista y siga vigente. Las cosas no son importantes porque están mandadas. Están mandadas porque representan valores importantes para la persona y la comunidad. Es interesante el lenguaje con que el Código de Derecho Canónico (1983) expresa ahora el precepto del descanso dominical, por encima de la casuística de antes sobre las horas y las clases de trabajo: «El domingo los fieles tienen obligación de participar en la Misa y se abstendrán además de aquellos trabajos y actividades que impidan dar culto a Dios, gozar de la alegría propia del día del Señor o disfrutar del debido descanso de la mente y del cuerpo» (c. 1247). El Código se preocupa del bien espiritual de los cristianos y también de su alegría y de su salud mental y corporal. Tendríamos que saber distinguir lo que es principal y lo que es secundario. La Iglesia debería referirlo todo -también sus normas- a Cristo, la verdadera norma y la ley plena del cristiano (J. Aldazábal). Llucià Pou Sabaté
Lunes de la 2ª semana: «Cristo, con gritos y lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte», y Dios le escuchó pero no li
Lunes de la 2ª semana: «Cristo, con gritos y lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte», y Dios le escuchó pero no librándolo del dolor, pues «a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» y le fortaleció y le glorificó en la cruz para salvar a todos y por eso dijo: «al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios»
Hebreos 5:1–10: 1 Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; 2 y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. 3 Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. 4 Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. 5 De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. 6 Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. 7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; 9 y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 10 proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.
Salmo 110:1–4: 1 De David. Salmo. Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. 2 El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! 3 Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. 4 Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»
Evangelio según San Marcos 2,18-22. Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".
Comentario: 1- Hb 5,1-10. Seguimos esta semana con este primer documento de la literatura cristiana artística, escrito anónimo para la primera comunidad. ¿Carta o predicación escrita? Qué más da. Lo importante de esta semana es el tema: la muerte de Cristo en la Cruz, como lo principal de la obra de Cristo en su vida. Sa Pablo dirá que la Pasión y la Resurrección, y la subida a la derecha del Padre, aquí se hace hincapié no en la reconciliación (término paulino que aquí no sale) sino en que es Cristo Sumo Sacerdote en los cielos.
a) El autor de la carta está entrando en su tema central, el sacerdocio de Cristo, comparado con el del Templo. ¿Qué cualidades debe tener un buen sacerdote? Ante todo debe ser nombrado por Dios, no es él el que se arroga este honor. Jesús no pertenecía a una familia sacerdotal. El nunca se llamó a si mismo «Sumo Sacerdote». Pero la comunidad cristiana sí, porque a nadie más que a él había dicho Dios: «Tú eres mi Hijo. Tú eres Sacerdote eterno». Además, un sacerdote debe estar muy unido a los hombres y saberles comprender, ya que los representa en la presencia de Dios. Un «pontífice» es el que hace de puente entre Dios y la humanidad. Por lo que toca a la cercanía de Jesús a los hombres, hoy leemos uno de los pasajes más impresionantes que se refieren a la pasión de Jesús: «A gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Los evangelistas nos hablaban de la tristeza, del miedo, del pavor, del tedio, en la crisis de Jesús ante su muerte. Aquí se habla de gritos y lágrimas.
La carta añade un comentario sorprendente: «A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Tenemos un sacerdote que ha experimentado el dolor, como nosotros. Hasta la muerte. No es que necesitase ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como les pasaba a los sacerdotes de Jerusalén. Pero quiso asumir la muerte y así se convirtió en salvador de todos, glorificado y proclamado Sumo Sacerdote. El escrito se va acercando a la parte central, Jesucristo y, más concretamente, el misterio de su sufrimiento y de su muerte gloriosa pasan a ser el único centro de interés. Jesucristo vivió hasta el fondo las limitaciones de la vida humana, exceptuando el pecado; fue tentado por la incomprensión, la soledad, el desaliento, el sufrimiento y el miedo; vivió la radical experiencia humana del dolor, la muerte y la limitación, exactamente como nosotros. Esto lo coloca ya para siempre a nuestro lado porque la resurrección no consistió en alejarse de su propia humanidad, sino en asumirla eternamente glorificada en Dios. Esta revelación engendra en los hombres una absoluta confianza. También nosotros vivimos la limitación que nos marca tanto en la adecuada construcción de cada persona como en la búsqueda de verdaderas comunidades de hermanos y en la organización de un mundo justo y humano. El ha vivido y conoce la raíz de nuestros fracasos. Porque ha sufrido es capaz de compadecer; ofrece en cada momento y a cada persona el don oportuno para convertir en realidad viva y operante la salvación de Dios.
El sufrimiento de Jesús es también el hilo conductor que lleva al autor a la admirable contemplación del misterio personal de Jesucristo: «Aun siendo Hijo, aprendió a obedecer por medio de los sufrimientos» (v 8); frase sublime e incomprensible, una de las expresiones nucleares de Heb. Ya desde el primer momento (10,5-10), la definición más acabada de Jesús como Hijo fue la de una entrega total a Dios sin sombra de pecado (4,15); no obstante, Jesús aprendió a obedecer, es decir, a entregarse a Dios de forma total y absoluta, precisamente en los sufrimientos y en la muerte. En el dolor y en la muerte, el hombre Jesús, entregado totalmente al Padre, aprendió a entregársele del todo. Sublime intento, nunca conseguido, de acercarse al insondable misterio de Jesús.
En este contexto, la carta aplica a Jesús una expresión clave de su pensamiento: «consumado» (5,9). No más allá o después de su muerte, sino precisamente en la entrega interior total que le animó, llegó Jesús a la consumación, a la perfección. Jesús fue perfecto cuando ofreció a Dios incluso la vida, y mediante esta donación se convirtió en salvador universal y fue constituido sumo sacerdote por Dios (5,9-10). La parte central de la carta (7,1-10,18) no hará sino explicar estas afirmaciones centrales sobre Jesucristo (G. Mora).
¿Quién es el sacerdote? En 5,1-3 hay una descripción de sus condiciones: 1º, su elección divina (v.4), no por los hombres, sino por Dios. 2º en beneficio de los hombres, no es algo para sí, sino para los demás, y no es un representante ante Dios. 3º ejerce el ministerio en las cosas que miran a Dios. 4º la función esencial es el sacrificio (ofrecer dones y sacrificios por los pecados). 5º su celo compasivo, por los ignorantes y extraviados, esta compasión comprensiva nace de él, de la experiencia de la propia debilidad humana, pues se halla cercado de flaqueza exterior e interiormente, profunda conmiseración del sacerdote con los pecadores, como yo soy débil y pecador como ellos, de aquí que yo ofrezco por mis propios pecados y por los demás.
4: “ninguno toma para sí esta honra”: es necesaria una vocación, llamamiento divino, que puede ser como Aarón por medio de Moisés, a través de otros, o directamente por Dios.
5-6: la vocación de Cristo se ve cuando Dios le dice: “tú eres mi hijo”, y el sacerdote sufriente (7-10) en Getsemaní nos muestra a Jesús en su debilidad. No tenía pecados, pero asumió los nuestros, en la angustia de su debilidad mortal. Ofreció “oraciones y súplicas” bajo los olivos, y manifestó que su alma estaba: “triste hasta la muerte”, oró “al que podía librarle de la muerte” y “fue oído de su temor” y “aprendió obediencia en las cosas que sufrió” y consumado el sacrificio fue causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen. Él, el único sacerdote, eterno.
–“Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está encargado de intervenir en favor de los hombres en las relaciones de éstos con Dios”: Empieza aquí una larga comparación entre el sacerdocio judío, el del Templo de Jerusalén, y el sacerdocio cristiano. Y he ahí ya una excelente definición: el sacerdocio es una misión de «comunicación», de «relación» entre los hombres y Dios. El término latino «pontifex» significa «constructor de puentes», el sacerdote es el que establece una comunicación entre dos orillas tan aparentemente alejadas como la tierra y el cielo. Es lástima que la palabra «pontífice» haya perdido ese sentido en el lenguaje corriente. Hoy evoca más bien orgullo, énfasis, afectación, grandilocuencia en vez de evocar realidades como el «diálogo», la "mediación", el «enlace».
-“Y ha de ofrecer dones y sacrificios por los pecados”. La distancia que separa al hombre de Dios no es sólo el abismo normal entre el Creador y la criatura, es la oposición entre dos antagonistas, uno de los cuales se enemistó con el otro. El pecado no es, en rigor, una indiferencia a Dios, es un rechazo de Dios: ¡una de las dos orillas se enemistó con la otra! Por ende se hará más difícil ser mediador y restablecer la amistad entre ambas partes.
-“Él -mediador- puede comprender a los que pecan por ignorancia o por extravío, por estar, también él, envuelto en flaqueza”. Una cualidad esencial del sacerdote: ser comprensivo, delicado, abierto, acogedor y bueno hacia los pecadores. Y el autor se atreve a afirmar que tendrá esas cualidades si él sabe que también él está «envuelto en flaqueza». Sabe lo que es ser pecador, porque ¡él mismo es un pecador! Escuchando las confidencias de los que pecan, se reconoce a sí mismo y es así «capaz de comprenderlos». Mis propias flaquezas, ¿me hacen también ser bueno y comprensivo con los pecadores? ¿O bien soy de los que, de modo farisaico, se entretienen en juzgar o condenar a los que obran mal y se consideran exentos de culpa?
-“A causa de esa misma flaqueza debe ofrecer sacrificios por los pecados propios, al igual que por los del pueblo”. La cosa es clara. Y es verdad. No debería caber orgullo alguno en el sacerdote. Es también un pobre ante Dios. Un hermano pecador.
-“Nadie puede atribuirse tal dignidad, se la recibe por la llamada de Dios”. Porque, si no es un orgullo, es una temible dignidad y una responsabilidad, que no se reivindica, sino que se recibe con humildad. Ruego por los que reciben esta «llamada», esta vocación, para que la escuchen y respondan a ella. -“De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdote, sino que la tuvo de quien le dijo: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»”. El sacerdocio de Cristo es único. Arraiga en su misma divinidad. Con ese título ¡hay un solo sacerdote! Sólo uno, capaz de de ser el vínculo entre la humanidad y Dios.
-“El cual en los días de su vida mortal, ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas a Dios, que podía salvarle de la muerte, y aun siendo Hijo, aprendió la obediencia con los sufrimientos de su pasión”. Es ésta una de las más emocionantes traducciones de la agonía de Jesús: en efecto, si bien jamás pecó, ¡sabe cuán difícil es obedecer! (Noel Quesson).
La carta a los Hebreos nos habla hoy del sacerdocio de Jesucristo. Para nosotros, los cristianos, Él es el único sacerdote. Como mediador entre Dios y nosotros. Como quien nos obtiene la salvación definitiva, el perdón de nuestros pecados, la amistad con Dios, el que podamos estar delante de Dios como hijos delante de su padre, el que impulsa la fraternidad entre nosotros. Por una parte, el autor de Hebreos evoca el sacerdocio del AT para decirnos que aquel era un sacerdocio imperfecto, apenas una sombra, un anticipo de lo que sería el verdadero sacerdocio de Cristo. Por otra parte, el autor da a entender que nadie más es sacerdote como Jesucristo, que cualquier sacerdocio en la Iglesia no es más que participación, actualización y realización del único sacerdocio verdadero, el que ejerció Jesús con su perfecta obediencia a la voluntad de Dios, con sus sufrimientos por amor nuestro, con su constante intercesión por nosotros. De modo que en la Iglesia no hay un "poder" sacerdotal, una "clase" sacerdotal. Todos somos hermanos y quienes ejercen el ministerio de la Palabra y de los sacramentos, lo hacen como representantes de Jesucristo y a Él han de rendir estrecha cuenta de ese ministerio que han de ejercer como un servicio a sus hermanos. No hemos de callar otra realidad: todo el pueblo de Dios, el conjunto de los bautizados, la Iglesia, desde el mayor hasta el menor, ejercemos y actualizamos en el mundo el sacerdocio de Cristo. Lo hemos de hacer con nuestra vida, nuestro testimonio de amor, solidaridad, comprensión, acogida; ante los de adentro y ante los de afuera. El día de nuestro bautismo nos hicieron partícipes del sacerdocio real de Jesucristo (Servicio bíblico iberoamericano)
2. Sal. 110 (109). Jesús es sacerdote para siempre. Él se ha convertido en el puente de unión entre Dios y nosotros. Sólo mediante Él podemos acercarnos a Dios y vivir como hijos suyos. Mediante el único sacrificio de Cristo recibimos el perdón de nuestros pecados y nuestro enemigo, el Diablo, ha sido vencido para siempre. Sólo cuando nos reconocemos pecadores y nos arrepentimos de nuestros malos caminos podemos encontrar en Dios la misericordia y la vida eterna, pues Él jamás nos ha abandonado. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por eso jamás hemos de desconfiar de Él, por muy grandes que sean nuestros pecados, pues Dios envió a su Hijo al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Unidos a Cristo; hechos uno con Él no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
El salmo no podía ser otro que el 109, el de las vísperas dominicales, «oráculo del Señor a mi señor». Sus afirmaciones: «tú eres sacerdote eterno, eres príncipe desde el día de tu nacimiento», la comunidad cristiana las aplicó desde el principio a Cristo Jesús. Nosotros por una parte nos alegramos de tener un sacerdote así: que se ha entregado libremente por nosotros y ahora es el Mediador por el que tenemos puerta abierta a Dios. Un sacerdote que sabe lo que es sufrir, porque lo ha experimentado en su propia carne, hasta la muerte trágica de la cruz. Un sacerdote que se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta lo más profundo. Eso nos da confianza en nuestro camino. Por otra parte, cada uno de nosotros podríamos preguntarnos cuál es su propio estilo de ser mediador para con los demás, cómo intentamos colaborar con Cristo en la salvación del mundo. ¿Somos comprensivos como él?; ¿aceptamos a los demás tal como son, también con sus defectos, para ayudarles en su camino?; ¿estamos dispuestos hasta la renuncia y el dolor para poder hacer el bien a nuestro alrededor?; ¿somos pontífices, o sea, hacemos de puente entre las personas y Dios?; ¿adoptamos una actitud de condena o de comprensión y ayuda?
3.- Mc 2, 18-22 (ver domingo 8B). a) Nos encontramos con un tercer motivo de enfrentamiento de Jesús con los fariseos: después del perdón de los pecados y la elección de un publicano, ahora murmuran porque los discípulos de Jesús no ayunan. Los argumentos suelen ser más bien flojos. Pero muestran la oposición creciente de sus enemigos. Los judíos ayunaban dos veces por semana -los lunes y jueves- dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno del Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mestas. Ahora que ha llegado ya, Jesús les dice que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno. Con unas comparaciones muy sencillas y profundas se retrata a si mismo: - él es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces ayunarán; - él es la novedad: el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo. Los judíos tienen que entender que han llegado los tiempos nuevos y adecuarse a ellos. El vino nuevo es el evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición -lo que se ha hecho siempre, los surcos que ya hemos marcado- es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y los apóstoles aceptar el vine nuevo, hasta que lograron liberarse de su formación anterior y aceptar la mentalidad de Cristo, rompiendo con los esquemas humanos heredados.
b) El ayuno sigue teniendo sentido en nuestra vida de seguidores de Cristo. Tanto humana como cristianamente nos hace bien a todos el saber renunciar a algo y darlo a los demás, saber controlar nuestras apetencias y defendernos con libertad interior de las continuas urgencias del mundo al consumo de bienes que no suelen ser precisamente necesarios. Por ascética. Por penitencia. Por terapia purificadora. Y porque estamos en el tiempo en que la Iglesia «no ve» a su Esposo: estamos en el tiempo de su ausencia visible, en la espera de su manifestación final. Ahora bien, este ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio. El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el AT se presentaba con frecuencia a Yahvé como el Novio o el Esposo de Israel, ahora en el NT es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza. La pasada semana vimos el comienzo de la predicación y de la acción de Jesús: había escogido los primeros discípulos, hacía milagros. Esta semana, en cada página, encontraremos a "Jesús y sus discípulos" que forman un grupo absolutamente solidario, frente a sus adversarios... En lo que Pedro nos aporta, es capital recordar esto: Jesús como diríamos hoy contesta y es contestado... (J. Aldazábal).
El Evangelio nos recuerda que el ayuno era una práctica religiosa muy importante para los judíos del tiempo de Jesús, especialmente para los más piadosos y observantes: los fariseos y los discípulos de Juan Bautista. Por el ayuno se disponían a escuchar y meditar la Palabra de Dios, a ponerla en práctica. También se ejercitaban en el dominio de las pasiones, en el autocontrol, disponiéndose para la oración y la expiación de los pecados. Por eso se escandalizaban al ver que los discípulos de Jesús no ayunaban como ellos, y le reclamaban a Jesús el que no inculcara esta práctica a sus seguidores. Él les respondió con una imagen muy hermosa: su presencia en el mundo era como un tiempo de bodas, de fiesta nupcial. Él era el novio prometido, sus discípulos, los amigos del novio: estaban de fiesta y por eso no ayunaban; lo harían cuando les quitaran al novio, cuando lo hicieran morir los mismos que reclamaban por el ayuno. Esta actitud de Jesús implica la novedad del tiempo que él inaugura. Son los tiempos mesiánicos, el novio está con nosotros, resucitado de entre los muertos, nos ahorra las prácticas ascéticas, siempre y cuando estemos dispuestos a acoger su enseñanza y a comprometernos con ella. Dispuestos a hacer partícipes a todos de esta fiesta de bodas entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra (servicio bíblico latinoamericano).
-“Los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban; vienen pues a Jesús y le dicen: ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como los discípulos de Juan y los fariseos?" La solidaridad es pues total. "Jesús y sus discípulos"... también es la Iglesia que se prepara. Jesús y sus discípulos forman un grupo que nos interpela... por su comportamiento no habitual. ¿Es esto verdad hoy? -Jesús contesta: "¿Acaso pueden los invitados a la boda ayunar mientras está con ellos el esposo?" El segundo conflicto que provoca el grupo -siendo el primero la "remisión de los pecados"- es pues una especie de alegría inusitada: gentes que no "ayunan", gentes que "comen y beben" normalmente en lugar de ayunar, ¡gentes con aire de fiesta! Hasta aquí, los piadosos, los espirituales, se distinguían siempre por su austeridad, sus sacrificios. ¡Pues, sí! Es realmente la fiesta, responde Jesús. Mis discípulos son "los invitados a una boda"... tienen al "esposo" con ellos... son gentes felices, alegres. Si estos adversarios hubieran estado disponibles, habrían comprendido la alusión: toda la Biblia, que ellos creían conocer tan bien habla de Dios como de un Esposo que había hecho Alianza con la humanidad. He aquí llegado el tiempo de la nueva Alianza, he aquí llegado el tiempo de la Boda de Dios con el hombre, es pues el tiempo de la alegria. ¿Tengo yo el mismo espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre?
-“Nadie remienda un vestido viejo con una pieza de tela nueva... Nadie echa vino nuevo en odres viejos... A vino "nuevo", odres "nuevos"”. ¡Pues, sí! Será preciso escoger. O bien se queda uno con lo "viejo", los viejos usos, las viejas costumbres. O bien uno entra en la "novedad", en la renovación, en la juventud. Jesús no teme afirmar, desde el comienzo, la novedad radical de su mensaje. El evangelio no es un "remiendo", ¡es "algo nuevo"! ¿Tengo yo este espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre? (Noel Quesson).Llucià Pou Sabaté
Hebreos 5:1–10: 1 Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; 2 y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. 3 Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. 4 Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. 5 De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. 6 Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. 7 El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, 8 y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; 9 y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, 10 proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.
Salmo 110:1–4: 1 De David. Salmo. Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. 2 El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión: ¡domina en medio de tus enemigos! 3 Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud. 4 Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse: «Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec.»
Evangelio según San Marcos 2,18-22. Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?". Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".
Comentario: 1- Hb 5,1-10. Seguimos esta semana con este primer documento de la literatura cristiana artística, escrito anónimo para la primera comunidad. ¿Carta o predicación escrita? Qué más da. Lo importante de esta semana es el tema: la muerte de Cristo en la Cruz, como lo principal de la obra de Cristo en su vida. Sa Pablo dirá que la Pasión y la Resurrección, y la subida a la derecha del Padre, aquí se hace hincapié no en la reconciliación (término paulino que aquí no sale) sino en que es Cristo Sumo Sacerdote en los cielos.
a) El autor de la carta está entrando en su tema central, el sacerdocio de Cristo, comparado con el del Templo. ¿Qué cualidades debe tener un buen sacerdote? Ante todo debe ser nombrado por Dios, no es él el que se arroga este honor. Jesús no pertenecía a una familia sacerdotal. El nunca se llamó a si mismo «Sumo Sacerdote». Pero la comunidad cristiana sí, porque a nadie más que a él había dicho Dios: «Tú eres mi Hijo. Tú eres Sacerdote eterno». Además, un sacerdote debe estar muy unido a los hombres y saberles comprender, ya que los representa en la presencia de Dios. Un «pontífice» es el que hace de puente entre Dios y la humanidad. Por lo que toca a la cercanía de Jesús a los hombres, hoy leemos uno de los pasajes más impresionantes que se refieren a la pasión de Jesús: «A gritos y lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte». Los evangelistas nos hablaban de la tristeza, del miedo, del pavor, del tedio, en la crisis de Jesús ante su muerte. Aquí se habla de gritos y lágrimas.
La carta añade un comentario sorprendente: «A pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer». Tenemos un sacerdote que ha experimentado el dolor, como nosotros. Hasta la muerte. No es que necesitase ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como les pasaba a los sacerdotes de Jerusalén. Pero quiso asumir la muerte y así se convirtió en salvador de todos, glorificado y proclamado Sumo Sacerdote. El escrito se va acercando a la parte central, Jesucristo y, más concretamente, el misterio de su sufrimiento y de su muerte gloriosa pasan a ser el único centro de interés. Jesucristo vivió hasta el fondo las limitaciones de la vida humana, exceptuando el pecado; fue tentado por la incomprensión, la soledad, el desaliento, el sufrimiento y el miedo; vivió la radical experiencia humana del dolor, la muerte y la limitación, exactamente como nosotros. Esto lo coloca ya para siempre a nuestro lado porque la resurrección no consistió en alejarse de su propia humanidad, sino en asumirla eternamente glorificada en Dios. Esta revelación engendra en los hombres una absoluta confianza. También nosotros vivimos la limitación que nos marca tanto en la adecuada construcción de cada persona como en la búsqueda de verdaderas comunidades de hermanos y en la organización de un mundo justo y humano. El ha vivido y conoce la raíz de nuestros fracasos. Porque ha sufrido es capaz de compadecer; ofrece en cada momento y a cada persona el don oportuno para convertir en realidad viva y operante la salvación de Dios.
El sufrimiento de Jesús es también el hilo conductor que lleva al autor a la admirable contemplación del misterio personal de Jesucristo: «Aun siendo Hijo, aprendió a obedecer por medio de los sufrimientos» (v 8); frase sublime e incomprensible, una de las expresiones nucleares de Heb. Ya desde el primer momento (10,5-10), la definición más acabada de Jesús como Hijo fue la de una entrega total a Dios sin sombra de pecado (4,15); no obstante, Jesús aprendió a obedecer, es decir, a entregarse a Dios de forma total y absoluta, precisamente en los sufrimientos y en la muerte. En el dolor y en la muerte, el hombre Jesús, entregado totalmente al Padre, aprendió a entregársele del todo. Sublime intento, nunca conseguido, de acercarse al insondable misterio de Jesús.
En este contexto, la carta aplica a Jesús una expresión clave de su pensamiento: «consumado» (5,9). No más allá o después de su muerte, sino precisamente en la entrega interior total que le animó, llegó Jesús a la consumación, a la perfección. Jesús fue perfecto cuando ofreció a Dios incluso la vida, y mediante esta donación se convirtió en salvador universal y fue constituido sumo sacerdote por Dios (5,9-10). La parte central de la carta (7,1-10,18) no hará sino explicar estas afirmaciones centrales sobre Jesucristo (G. Mora).
¿Quién es el sacerdote? En 5,1-3 hay una descripción de sus condiciones: 1º, su elección divina (v.4), no por los hombres, sino por Dios. 2º en beneficio de los hombres, no es algo para sí, sino para los demás, y no es un representante ante Dios. 3º ejerce el ministerio en las cosas que miran a Dios. 4º la función esencial es el sacrificio (ofrecer dones y sacrificios por los pecados). 5º su celo compasivo, por los ignorantes y extraviados, esta compasión comprensiva nace de él, de la experiencia de la propia debilidad humana, pues se halla cercado de flaqueza exterior e interiormente, profunda conmiseración del sacerdote con los pecadores, como yo soy débil y pecador como ellos, de aquí que yo ofrezco por mis propios pecados y por los demás.
4: “ninguno toma para sí esta honra”: es necesaria una vocación, llamamiento divino, que puede ser como Aarón por medio de Moisés, a través de otros, o directamente por Dios.
5-6: la vocación de Cristo se ve cuando Dios le dice: “tú eres mi hijo”, y el sacerdote sufriente (7-10) en Getsemaní nos muestra a Jesús en su debilidad. No tenía pecados, pero asumió los nuestros, en la angustia de su debilidad mortal. Ofreció “oraciones y súplicas” bajo los olivos, y manifestó que su alma estaba: “triste hasta la muerte”, oró “al que podía librarle de la muerte” y “fue oído de su temor” y “aprendió obediencia en las cosas que sufrió” y consumado el sacrificio fue causa de salvación eterna para todos los que lo obedecen. Él, el único sacerdote, eterno.
–“Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está encargado de intervenir en favor de los hombres en las relaciones de éstos con Dios”: Empieza aquí una larga comparación entre el sacerdocio judío, el del Templo de Jerusalén, y el sacerdocio cristiano. Y he ahí ya una excelente definición: el sacerdocio es una misión de «comunicación», de «relación» entre los hombres y Dios. El término latino «pontifex» significa «constructor de puentes», el sacerdote es el que establece una comunicación entre dos orillas tan aparentemente alejadas como la tierra y el cielo. Es lástima que la palabra «pontífice» haya perdido ese sentido en el lenguaje corriente. Hoy evoca más bien orgullo, énfasis, afectación, grandilocuencia en vez de evocar realidades como el «diálogo», la "mediación", el «enlace».
-“Y ha de ofrecer dones y sacrificios por los pecados”. La distancia que separa al hombre de Dios no es sólo el abismo normal entre el Creador y la criatura, es la oposición entre dos antagonistas, uno de los cuales se enemistó con el otro. El pecado no es, en rigor, una indiferencia a Dios, es un rechazo de Dios: ¡una de las dos orillas se enemistó con la otra! Por ende se hará más difícil ser mediador y restablecer la amistad entre ambas partes.
-“Él -mediador- puede comprender a los que pecan por ignorancia o por extravío, por estar, también él, envuelto en flaqueza”. Una cualidad esencial del sacerdote: ser comprensivo, delicado, abierto, acogedor y bueno hacia los pecadores. Y el autor se atreve a afirmar que tendrá esas cualidades si él sabe que también él está «envuelto en flaqueza». Sabe lo que es ser pecador, porque ¡él mismo es un pecador! Escuchando las confidencias de los que pecan, se reconoce a sí mismo y es así «capaz de comprenderlos». Mis propias flaquezas, ¿me hacen también ser bueno y comprensivo con los pecadores? ¿O bien soy de los que, de modo farisaico, se entretienen en juzgar o condenar a los que obran mal y se consideran exentos de culpa?
-“A causa de esa misma flaqueza debe ofrecer sacrificios por los pecados propios, al igual que por los del pueblo”. La cosa es clara. Y es verdad. No debería caber orgullo alguno en el sacerdote. Es también un pobre ante Dios. Un hermano pecador.
-“Nadie puede atribuirse tal dignidad, se la recibe por la llamada de Dios”. Porque, si no es un orgullo, es una temible dignidad y una responsabilidad, que no se reivindica, sino que se recibe con humildad. Ruego por los que reciben esta «llamada», esta vocación, para que la escuchen y respondan a ella. -“De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdote, sino que la tuvo de quien le dijo: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»”. El sacerdocio de Cristo es único. Arraiga en su misma divinidad. Con ese título ¡hay un solo sacerdote! Sólo uno, capaz de de ser el vínculo entre la humanidad y Dios.
-“El cual en los días de su vida mortal, ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas a Dios, que podía salvarle de la muerte, y aun siendo Hijo, aprendió la obediencia con los sufrimientos de su pasión”. Es ésta una de las más emocionantes traducciones de la agonía de Jesús: en efecto, si bien jamás pecó, ¡sabe cuán difícil es obedecer! (Noel Quesson).
La carta a los Hebreos nos habla hoy del sacerdocio de Jesucristo. Para nosotros, los cristianos, Él es el único sacerdote. Como mediador entre Dios y nosotros. Como quien nos obtiene la salvación definitiva, el perdón de nuestros pecados, la amistad con Dios, el que podamos estar delante de Dios como hijos delante de su padre, el que impulsa la fraternidad entre nosotros. Por una parte, el autor de Hebreos evoca el sacerdocio del AT para decirnos que aquel era un sacerdocio imperfecto, apenas una sombra, un anticipo de lo que sería el verdadero sacerdocio de Cristo. Por otra parte, el autor da a entender que nadie más es sacerdote como Jesucristo, que cualquier sacerdocio en la Iglesia no es más que participación, actualización y realización del único sacerdocio verdadero, el que ejerció Jesús con su perfecta obediencia a la voluntad de Dios, con sus sufrimientos por amor nuestro, con su constante intercesión por nosotros. De modo que en la Iglesia no hay un "poder" sacerdotal, una "clase" sacerdotal. Todos somos hermanos y quienes ejercen el ministerio de la Palabra y de los sacramentos, lo hacen como representantes de Jesucristo y a Él han de rendir estrecha cuenta de ese ministerio que han de ejercer como un servicio a sus hermanos. No hemos de callar otra realidad: todo el pueblo de Dios, el conjunto de los bautizados, la Iglesia, desde el mayor hasta el menor, ejercemos y actualizamos en el mundo el sacerdocio de Cristo. Lo hemos de hacer con nuestra vida, nuestro testimonio de amor, solidaridad, comprensión, acogida; ante los de adentro y ante los de afuera. El día de nuestro bautismo nos hicieron partícipes del sacerdocio real de Jesucristo (Servicio bíblico iberoamericano)
2. Sal. 110 (109). Jesús es sacerdote para siempre. Él se ha convertido en el puente de unión entre Dios y nosotros. Sólo mediante Él podemos acercarnos a Dios y vivir como hijos suyos. Mediante el único sacrificio de Cristo recibimos el perdón de nuestros pecados y nuestro enemigo, el Diablo, ha sido vencido para siempre. Sólo cuando nos reconocemos pecadores y nos arrepentimos de nuestros malos caminos podemos encontrar en Dios la misericordia y la vida eterna, pues Él jamás nos ha abandonado. Él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Por eso jamás hemos de desconfiar de Él, por muy grandes que sean nuestros pecados, pues Dios envió a su Hijo al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Unidos a Cristo; hechos uno con Él no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
El salmo no podía ser otro que el 109, el de las vísperas dominicales, «oráculo del Señor a mi señor». Sus afirmaciones: «tú eres sacerdote eterno, eres príncipe desde el día de tu nacimiento», la comunidad cristiana las aplicó desde el principio a Cristo Jesús. Nosotros por una parte nos alegramos de tener un sacerdote así: que se ha entregado libremente por nosotros y ahora es el Mediador por el que tenemos puerta abierta a Dios. Un sacerdote que sabe lo que es sufrir, porque lo ha experimentado en su propia carne, hasta la muerte trágica de la cruz. Un sacerdote que se ha solidarizado con nuestra condición humana hasta lo más profundo. Eso nos da confianza en nuestro camino. Por otra parte, cada uno de nosotros podríamos preguntarnos cuál es su propio estilo de ser mediador para con los demás, cómo intentamos colaborar con Cristo en la salvación del mundo. ¿Somos comprensivos como él?; ¿aceptamos a los demás tal como son, también con sus defectos, para ayudarles en su camino?; ¿estamos dispuestos hasta la renuncia y el dolor para poder hacer el bien a nuestro alrededor?; ¿somos pontífices, o sea, hacemos de puente entre las personas y Dios?; ¿adoptamos una actitud de condena o de comprensión y ayuda?
3.- Mc 2, 18-22 (ver domingo 8B). a) Nos encontramos con un tercer motivo de enfrentamiento de Jesús con los fariseos: después del perdón de los pecados y la elección de un publicano, ahora murmuran porque los discípulos de Jesús no ayunan. Los argumentos suelen ser más bien flojos. Pero muestran la oposición creciente de sus enemigos. Los judíos ayunaban dos veces por semana -los lunes y jueves- dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno del Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mestas. Ahora que ha llegado ya, Jesús les dice que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno. Con unas comparaciones muy sencillas y profundas se retrata a si mismo: - él es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces ayunarán; - él es la novedad: el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo. Los judíos tienen que entender que han llegado los tiempos nuevos y adecuarse a ellos. El vino nuevo es el evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición -lo que se ha hecho siempre, los surcos que ya hemos marcado- es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo. Lo que les costó a Pedro y los apóstoles aceptar el vine nuevo, hasta que lograron liberarse de su formación anterior y aceptar la mentalidad de Cristo, rompiendo con los esquemas humanos heredados.
b) El ayuno sigue teniendo sentido en nuestra vida de seguidores de Cristo. Tanto humana como cristianamente nos hace bien a todos el saber renunciar a algo y darlo a los demás, saber controlar nuestras apetencias y defendernos con libertad interior de las continuas urgencias del mundo al consumo de bienes que no suelen ser precisamente necesarios. Por ascética. Por penitencia. Por terapia purificadora. Y porque estamos en el tiempo en que la Iglesia «no ve» a su Esposo: estamos en el tiempo de su ausencia visible, en la espera de su manifestación final. Ahora bien, este ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio. El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el AT se presentaba con frecuencia a Yahvé como el Novio o el Esposo de Israel, ahora en el NT es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza. La pasada semana vimos el comienzo de la predicación y de la acción de Jesús: había escogido los primeros discípulos, hacía milagros. Esta semana, en cada página, encontraremos a "Jesús y sus discípulos" que forman un grupo absolutamente solidario, frente a sus adversarios... En lo que Pedro nos aporta, es capital recordar esto: Jesús como diríamos hoy contesta y es contestado... (J. Aldazábal).
El Evangelio nos recuerda que el ayuno era una práctica religiosa muy importante para los judíos del tiempo de Jesús, especialmente para los más piadosos y observantes: los fariseos y los discípulos de Juan Bautista. Por el ayuno se disponían a escuchar y meditar la Palabra de Dios, a ponerla en práctica. También se ejercitaban en el dominio de las pasiones, en el autocontrol, disponiéndose para la oración y la expiación de los pecados. Por eso se escandalizaban al ver que los discípulos de Jesús no ayunaban como ellos, y le reclamaban a Jesús el que no inculcara esta práctica a sus seguidores. Él les respondió con una imagen muy hermosa: su presencia en el mundo era como un tiempo de bodas, de fiesta nupcial. Él era el novio prometido, sus discípulos, los amigos del novio: estaban de fiesta y por eso no ayunaban; lo harían cuando les quitaran al novio, cuando lo hicieran morir los mismos que reclamaban por el ayuno. Esta actitud de Jesús implica la novedad del tiempo que él inaugura. Son los tiempos mesiánicos, el novio está con nosotros, resucitado de entre los muertos, nos ahorra las prácticas ascéticas, siempre y cuando estemos dispuestos a acoger su enseñanza y a comprometernos con ella. Dispuestos a hacer partícipes a todos de esta fiesta de bodas entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra (servicio bíblico latinoamericano).
-“Los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban; vienen pues a Jesús y le dicen: ¿Por qué tus discípulos no ayunan, como los discípulos de Juan y los fariseos?" La solidaridad es pues total. "Jesús y sus discípulos"... también es la Iglesia que se prepara. Jesús y sus discípulos forman un grupo que nos interpela... por su comportamiento no habitual. ¿Es esto verdad hoy? -Jesús contesta: "¿Acaso pueden los invitados a la boda ayunar mientras está con ellos el esposo?" El segundo conflicto que provoca el grupo -siendo el primero la "remisión de los pecados"- es pues una especie de alegría inusitada: gentes que no "ayunan", gentes que "comen y beben" normalmente en lugar de ayunar, ¡gentes con aire de fiesta! Hasta aquí, los piadosos, los espirituales, se distinguían siempre por su austeridad, sus sacrificios. ¡Pues, sí! Es realmente la fiesta, responde Jesús. Mis discípulos son "los invitados a una boda"... tienen al "esposo" con ellos... son gentes felices, alegres. Si estos adversarios hubieran estado disponibles, habrían comprendido la alusión: toda la Biblia, que ellos creían conocer tan bien habla de Dios como de un Esposo que había hecho Alianza con la humanidad. He aquí llegado el tiempo de la nueva Alianza, he aquí llegado el tiempo de la Boda de Dios con el hombre, es pues el tiempo de la alegria. ¿Tengo yo el mismo espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre?
-“Nadie remienda un vestido viejo con una pieza de tela nueva... Nadie echa vino nuevo en odres viejos... A vino "nuevo", odres "nuevos"”. ¡Pues, sí! Será preciso escoger. O bien se queda uno con lo "viejo", los viejos usos, las viejas costumbres. O bien uno entra en la "novedad", en la renovación, en la juventud. Jesús no teme afirmar, desde el comienzo, la novedad radical de su mensaje. El evangelio no es un "remiendo", ¡es "algo nuevo"! ¿Tengo yo este espíritu? ¿Soy un discípulo de este hombre? (Noel Quesson).Llucià Pou Sabaté
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