jueves, 2 de febrero de 2017

Viernes semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Viernes de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Juan el Bautista fue fiel hasta el martirio, y a nosotros se nos pide lo mismo
“El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos: Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos". Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado". Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado. Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano". Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía, porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto. Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea. La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré". Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino". Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta. La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla. En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan. El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre. Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron” (Marcos 6,14-29).
1. La figura de Juan el Bautista es admirable por su ejemplo de entereza en la defensa de la verdad y su valentía en la denuncia del mal. De la muerte del Bautista habla también Flavio Josefo («Antigüedades judaicas» 18), que la atribuye al miedo que Herodes tenía de que pudiera haber una revuelta política incontrolable en torno a Juan. Marcos nos presenta un motivo más concreto: el Bautista fue ejecutado como venganza de una mujer despechada, porque el profeta había denunciado públicamente su unión con Herodes: «Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano».
Herodes apreciaba a Juan, a pesar de esa denuncia, y le «respetaba, sabiendo que era un hombre honrado y santo». Pero la debilidad de este rey voluble y las intrigas de la mujer y de su hija acabaron con la vida del último profeta del Antiguo Testamento, el precursor del Mesías, la persona que Jesús dijo que era el mayor de los nacidos de mujer. Como Elías había sido perseguido por Ajab, rey débil, instigado por su mujer Jezabel, así ahora Herodes, débil, se convierte en instrumento de la venganza de una mujer, Herodías.
Herodes había accedido a la petición que le había hecho la hija de Herodías, instigada por su madre, cuando, en un banquete —después de la danza que había complacido al rey— ante los invitados juró a la bailarina darle aquello que le pidiera. «¿Qué voy a pedir?», pregunta a la madre, que le responde: «La cabeza de Juan el Bautista». Y el reyezuelo hace ejecutar al Bautista. Era un juramento que de ninguna manera le obligaba, ya que era cosa mala, contra la justicia y contra la conciencia. Una vez más, la experiencia enseña que una virtud ha de ir unida a todas las otras, y todas han de crecer orgánicamente, como los dedos de una mano. Y también que cuando se incurre en un vicio, viene después la procesión de los otros (Ferran Blasi Birbe).
De Juan aprendemos sobre todo su reciedumbre de carácter y la coherencia de su vida con lo que predicaba. El Bautista había ido siempre con la verdad por delante, en su predicación al pueblo, a los fariseos, a los publicanos, a los soldados. Ahora está en la cárcel por lo mismo.
Preparó los caminos del Mesías, Jesús. Predicó incansablemente, y con brío, la conversión. Mostró claramente al Mesías cuando apareció. No quiso usurpar ningún papel que no le correspondiera: «él tiene que crecer y yo menguar», «no soy digno ni de desatarle las sandalias».
Vivir en la verdad, ser profeta, denunciar el mal, puede llevar consigo la persecución y la muerte: así también el Bautista, y Jesús mismo, los apóstoles después de la Pascua, y los profetas de todos los tiempos. Tal vez nosotros no llegaremos a estar amenazados de muerte. Pero sí somos invitados a seguir dando un testimonio coherente y profético, a anunciar la Buena Noticia de la salvación con nuestras palabras y con nuestra vida. Habrá ocasiones en que también tendremos que denunciar el mal allí donde existe. Lo haremos con palabras valientes, pero sobre todo con una vida coherente que, ella misma, sea como un signo profético en medio de un mundo que persigue valores que no lo son, o que levanta altares a dioses falsos (J. Aldazábal).
Juan Bautista, muere por Cristo. Juan no vivió para él mismo ni murió para él mismo. ¡A cuántos hombres, cargados de pecados, no habrá llevado a la conversión con su vida dura y austera! ¡Cuántos se habrán visto confortados en sus penas por el ejemplo de su muerte inmerecida! Y a nosotros, ¿de dónde nos viene hoy la ocasión de poder dar gracias a Dios sino por el recuerdo de Juan, asesinado por la justicia, es decir, por Cristo?...
Sí, Juan Bautista ha ofrecido generosamente su vida terrena por amor a Cristo; ha preferido desobedecer las órdenes del tirano a desobedecer las de Dios. Este ejemplo nos tiene que mostrar que nada ha de ser más importante que la voluntad de Dios. Agradar a los hombres no sirve para mucho; incluso, a menudo perjudica en gran manera... Por tanto, con todos los amigos de Dios, muramos a nuestros pecados y a nuestras preocupaciones, aplastemos nuestro amor propio desviado y procuremos que crezca en nosotros el amor ardiente a Cristo” (Lansperge).
Humanamente, aparentemente, es un fracaso; la misión siempre lleva consigo: "Como trataron al maestro, así también seréis tratados." Ha enviado Jesús a los discípulos, por distintos sitios de Palestina, donde predican el Reino… y en ese momento se nos cuenta que “el rey Herodes oyó hablar de Jesús, pues su nombre iba adquiriendo celebridad”.
-“Y Herodes decía: "Es Juan Bautista que ha resucitado..." otros decían: "Es Elías".' Y otros: "Es un profeta como uno de tantos..."” Los adversarios dirán que está loco o poseso, y el pueblo lo tiene por alguien grande, es "un profeta". Y yo, ¿qué es lo que digo de Jesús? Para mí, ¿quién eres Tú, Señor? ¡La pregunta sobre Cristo sigue siendo actual hoy también! Después de “Jesucrist superstar” vemos a muchos que admiran su figura, pero no abarcan su misterio como Dios. Señor, danos la Fe. Señor, aun en medio de nuestras dudas; conserva nuestras mentes disponibles y abiertas a nuevos y más profundos descubrimientos. ¡Revélate! Arrástranos en tu seguimiento hasta tu abismo, hasta la región inaccesib1e a nuestras exploraciones humanas, hasta el misterio de tu ser. Pero para ello se precisa una lenta, frecuente y perseverante relación. Una enamorada no descubre en un solo día todas las cualidades de la persona amada. ¿Cuánto tiempo paso cada día con Cristo? ¿Por qué me extraña pues que te conozca tan poco?
-“Herodes pues habiendo oído hablar de Jesús, decía: "Juan, aquel a quien hice decapitar, ha resucitado..."” A menudo es a través de la voz de la conciencia que Dios se insinúa a los hombres. Herodes no está orgulloso de su conducta: ¡ha matado injustamente! Esto le inquieta. Jesús despierta su conciencia adormecida: ¿la escuchará? ¿Escucho yo mi conciencia? (Noel Quesson). Jesús, creo que tú eres el Hijo de Dios hecho Hombre, Perfecto Dios y perfecto Hombre, presente entre nosotros, que nos comprendes como hombre y, como Dios, nos puedes conceder todo lo que necesitamos.
Hoy te pedimos, Señor, la fortaleza, virtud se manifiesta en dos tipos de actos: acometer el bien sin detenerse ante las dificultades y peligros que pueda comportar, y resistir los males y dificultades de modo que no nos lleven a la tristeza. Necesitamos la virtud de la fortaleza para emprender el camino de la santidad y para reemprenderlo a diario sin amilanarnos a pesar de todos los obstáculos. La necesitamos para ser fieles en lo pequeño de cada día, que es, en definitiva, lo que nos acerca o nos separa del Señor. La necesitamos para no permitir que el corazón se apegue a las baratijas de la tierra, y para no olvidar nunca que Cristo es verdaderamente el tesoro escondido, la perla preciosa (Mateo 13,44-46), por cuya posesión vale la pena no llenar el corazón de bienes pequeños y relativos. Además esta virtud nos lleva a ser pacientes ante los acontecimientos, noticias desagradables y obstáculos que se nos presentan, con nosotros mismos, y con los demás.
Hoy  vemos que se quiere poner la religión entre paréntesis en la vida pública y quede arrinconado en el fondo de las conciencias. No podemos permanecer callados, a ejemplo del martirio (testimonio) de los primeros cristianos (Francisco Fernández Carvajal).
2. Al final de la carta a los Hebreos, hoy se nos dan unas exhortaciones, la primera de las cuales es la fraternidad. La hospitalidad lleva a la protección del indefenso, del perseguido, del buscado por su fe y a quien había que proteger recibiéndolo y ocultándolo en casa, aun con todo el riesgo que ello podía suponer. Nos recuerda aquello de Jesús: "venid, benditos de mi Padre porque tuve hambre y me disteis de comer -era forastero y me acogisteis..." (Mt 25, 35).
La atención a aquellos que están en prisión también nos recuerda lo del evangelio: "haced con los otros lo que quisierais que hiciesen con vosotros".
Sobre la familia se nos dice: "que todos respeten el matrimonio, el lecho nupcial que nadie lo mancille, porque a los impuros y adúlteros Dios los juzgará". El lecho nupcial es comparado a un verdadero templo, pues la expresión "no manchado" era utilizada corrientemente por los judíos para designar la pureza del Templo. El matrimonio es, por tanto, para el cristiano un auténtico lugar de culto, y la castidad exigida para este testado es sustituida en las antiguas leyes por la pureza legal.
En cuanto al dinero, se nos habla del abandono en la providencia divina: "Vivid sin ansia de dinero, contentaos con lo que tengáis, pues él mismo dijo: "Nunca te dejaré ni te abandonaré". Por último, les dice que se acuerden de sus pastores, de las ovejas de Jesús, que “Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo y lo será siempre”.
3. Jesús es el Salvador: “El Señor es mi luz y mi salvación, / ¿a quién temeré? / El Señor es la defensa de mi vida, / ¿quién me hará temblar? / Si un ejército acampa contra mí, / mi corazón no tiembla; / si me declaran la guerra, / me siento tranquilo”. Es el abandono en su providencia: “Él me protegerá en su tienda / el día del peligro; / me esconderá en lo escondido de su morada, / me alzará sobre la roca”. La vida es un camino, donde está el Señor a nuestro lado, pero a veces nos cuesta verle: “Tu rostro buscaré, Señor, / no me escondas tu rostro. / No rechaces con ira a tu siervo, / que tú eres mi auxilio; / no me deseches”.
Llucià Pou Sabaté
San Blas, obispo y mártir. San Oscar, obispo

SAN BLAS, OBISPO Y MÁRTIR
San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus.
San Blas era conocido por su don de curación milagrosa. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al trabársele en la garganta una espina de pescado. Este es el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta.
Según una leyenda, se le acercaban también animales enfermos para que les curase, pero no le molestaban en su tiempo de oración.
Cuando la persecución de Agrícola, gobernador de Cappadocia, contra los cristianos llegó a Sebaste, sus cazadores fueron a buscar animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de San Blas. Allí  encontraron a San Blas en oración y lo arrestaron. Agrícola trató sin éxito de hacerle apostatar. En la prisión, San Blas sanó a algunos prisioneros. Finalmente fue echado a un lago. San Blas, parado en la superficie, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses. Pero se ahogaron. Cuando volvió a tierra fue torturado y decapitado. C. 316.
San Blas, obispo y mártir, fue tan celebre en todo el mundo cristiano por el don de los milagros con que lo honró Dios, nació en Sebaste, cuidad de Armenia. La pureza de sus costumbres, la dulzura de su naturaleza, su humildad y prudencia, y sobre todo, su eminente misericordia, criaron en él la estimación de todo lo bueno.
Los primeros años de su vida se desempeñó en el estudio de la filosofía, y un tiempo hizo grandes progresos. Los bellos descubrimientos que hizo en el estudio de la naturaleza excitaron su inclinación a la medicina, la cual practicó con perfección. Esta profesión le dio motivo para conocer más de cerca las enfermedades y la miseria de esta vida, y en esta ocasión, de hacer más serias reflexiones sobre su caducidad, como también sobre el mérito y la solidez de los bienes eternos.
Penetrado de estos grandes sentimientos, decidió prevenir los remordimientos que se experimentan a la hora de la muerte, evitándolos con la santidad de una vida verdaderamente cristiana. Pensaba retirarse al desierto, pero cuando falleció el obispo de Sebaste, lo eligieron en su reemplazo con los aplausos de toda la ciudad.
El nuevo cargo sólo sirvió para que resalte con nueva luz su virtud, y lo obligo a iniciar una vida más santa. Cuanto más se despreocupaba en la salvación de sus ovejas, más aumentaba esa despreocupación por su propia vida. Se dedicó, entonces a instruir el pueblo más con sus ejemplos que con su palabra.
Era tan grande la predisposición que tenía al retiro, y tan ardiente el deseo de perfeccionarse cada día más y más, que tuvo la necesidad de esconderse en una gruta, situada en la punta de una montaña, llamada el monte Argeo, poco distante de la ciudad.
A pocos días de estar allí, Dios manifestó la eminente santidad de su fiel siervo con varios milagros. No solamente venían de todas partes hombres para que los cure de las dolencias de su alma y cuerpo, sino que hasta los mismos animales salvajes salían de sus cuevas y venían a manadas a que el santo obispo les dé su bendición, y que los sane de los males que sufrían. Si sucedía que lo encontraban en oración cuando llegaban, esperaban mansamente en la puerta de la gruta sin interrumpirlo, pero no se retiraban hasta lograr que el Santo los bendiga.
Hacía el año 315 vino a Sebaste Agricolao — gobernador de Capadocia y de la menor Armenia — por el mandado del emperador Licinio, con el orden de exterminar a todos los cristianos. En cumplimento de su misión, luego de entrar a la ciudad, ordenó que fuesen echados a las fieras todos los cristianos que se encuentren en prisiones. Para que se realice esta sentencia, salieron a los bosques cercanos en caza de leones y tigres. Los enviados del gobernador entraron por el monte Argeo, y se encontraron con la cueva, en la cual estaba retirado San Blas. La entrada a la cueva estaba rodeada de muchos animales salvajes y viendo al Santo que estaba rezando en medio de ellos con la mayor tranquilidad se asombraron. Fascinados del suceso tan extraordinario, comunicaron al Gobernador lo que acababan de ver, y él sorprendido de esta noticia, ordenó a los soldados que traigan a su presencia al santo Obispo. Ni bien lo intimaron de esta orden, nuestro Santo, bañado de una dulcísima alegría les dijo: "Vamos, hijos míos, vamos a derramar nuestra sangre por mi Señor Jesucristo! Hace mucho tiempo que suspiro por el martirio, y esta noche me ha dado el Señor para entender que se dignaba de aceptar mi sacrificio.
Luego que se extendió la noticia que a nuestro Santo lo llevaban a la ciudad de Sebaste, los caminos se llenaron de gente — concurriendo hasta los mismos paganos — que deseaba recibir su bendición y alivio de sus males. Una pobre mujer desesperada y afligida, pasó como pudo por medio de la muchedumbre, y llena de confianza se arrojo a los pies del Santo, presentándole a un hijo suyo que estaba sufriendo por una espina que le había atravesado la garganta y que lo ahogaba sin remedio humano. Compadecido el piadoso Obispo del triste estado de su hijo y del dolor de la madre, levanto los ojos y las manos al cielo, y empezó a rezar fervorosamente: "Señor mío, Padre de las Misericordias, y Dios de todo consuelo, dígnate de oír la humilde petición de tu siervo, y concédele a este niño la salud para que conozca todo el mundo que sólo Tu eres el Señor de los vivos y de los muertos. Pues Tu eres el Dueño soberano de todos, misericordiosamente liberal, y Te suplico humildemente, que todos los que recurren a mí para conseguir de Tu la curación de semejantes dolencias por la intercesión de Tu siervo, y demuestren su confianza, serán benignamente oídos y favorablemente atendidos." Apenas terminó el Santo su oración, cuando el muchacho arrojó la espina de su garganta y quedo totalmente sano. Esta es la principal veneración que tiene San Blas, por la ayuda con todos los males de la garganta, y los milagros que aparecen cada día demuestran la eficacia de su poderosa protección.
Cuando ellos llegaron a la ciudad, San Blas fue presentado al Gobernador, quien le ordenó que allí mismo, sin ninguna replica y demora, sacrificase a los dioses inmortales. ¡Oh Dios!, — exclamó el Santo — ¿Para qué des ese nombre a los demonios, que sólo tienen el poder para hacernos mal? No hay más dioses que un sólo Dios Inmortal, Todopoderoso y Eterno, y Ese es el Dios que yo adoro!"
Irritado con esta respuesta Agricolao, al instante ordenó a que le peguen con tanta crueldad y por tan largo tiempo, que no se creía que pudiese sobrevivir. Pero San Blas demostró alegría en su semblante y tenía una fuerza sobrenatural que lo sostenía. Después lo llevaron a la cárcel, en la cual obró tantos milagros, que cuando entró enfurecido el Gobernador, ordenó que le despedazasen el cuerpo con uñas de acero, herida tras herida. Corrían arroyos de sangre por todas partes. Siete devotas mujeres, que se preocuparon de recogerla cuidadosamente, encontraron luego el premio de su devoción. Cuando fueron traídas ante el Gobernador, acompañadas de dos pequeños niños, las mandó a que sacrificasen a los dioses bajo pena de su vida. Ellas pidieron que les entreguen los ídolos, y cuando todos creían que iban a sacrificar, vieron que con tan valioso denuedo los arrojaron en una laguna. Por esa demostración ganaron la corona del martirio, cuando allí mismo fueron degolladas junto con los dos niños.
Siguió fuerte San Blas, entonces avergonzado el Gobernador de verse siempre vencido, mandó que lo ahoguen en la misma laguna donde habían sido arrojados los ídolos. Protegiéndose el Santo Mártir con la señal de la cruz, comenzó a caminar sobre las aguas sin hundirse, como si fuera por tierra firme. Llegó a la mitad de la laguna y se sentó serenamente, demostrando a los infieles que sus dioses no tenían ningún poder. Hubo algunos tan necios o corajudos, que quisieron hacer la prueba por su cuenta, pero todos se ahogaron. En ese momento escuchó San Blas una voz que lo llamaba a salir de la laguna para recibir el martirio. Al salir, el gobernador de inmediato le mandó a cortar la cabeza en el año 316.
SAN OSCAR, OBISPO
San Óscar, obispo (también llamado Ascario, Anscario, Ansgar o Anskar) (Amiens, Austrasia; 8 de septiembre de 801 – Brema, Sajonia; 3 de febrero de 865), misionero europeo, el primer arzobispo de Hamburgo y santo patrono de Escandinavia, siendo su día festivo el 3 de febrero. Su biografía fue escrita por san Remberto de Bremen en la Vita Ansgarii.
Fue mandado por Ludovico Pío a ayudar al rey Harald Klak a cristianizar Dinamarca y con el rey Björn på Håga para convertir al cristianismo a Suecia. Óscar inició una misión religiosa en todos los países eslavos y escandinavos, siendo designado arzobispo de Hamburgo en el año 832.
Sin embargo los normandos restituyeron el paganismo en Suecia y Dinamarca en el 845 y Óscar hubo de repetir todo su trabajo. Después frustró otra rebelión pagana y fue reconocido como un santo después de su muerte.

No hay comentarios: