miércoles, 1 de febrero de 2017

Jueves semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jueves de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar

Jesús, la Palabra encarnada, nos pide que anunciemos el Evangelio por todo el mundo
Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros. Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas. Les dijo: "Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo” (Marcos 6,7-13).
1. Hoy vemos el envío de los apóstoles a una misión evangelizadora, de dos en dos: Jesús llama a los "doce" y, por primera vez, los "envía"... Esta es la primera vez que van a encontrarse solos, sin Jesús... lejos de Él. Es el "tiempo de la Iglesia" que empieza con este envío. Hemos visto estos días a "Jesús con sus discípulos"... y también que "Jesús estableció a doce para estar con Él y para enviarlos..." Es el movimiento del corazón: la sangre viene al corazón y de allí es enviada al organismo... Es el mismo movimiento del apostolado: vivir con Cristo, ir al mundo a llevarle este Cristo... intimidad con Dios, presencia en el mundo...
-“Los envía de dos en dos”... Trabajo en equipo. El individualismo tiene formas sutiles, temibles… además, mejor ir acompañado.
-“Dándoles poder sobre los espíritus impuros... Partieron, y predicaron que se arrepintiesen. Y echaron muchos demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los curaban”. Vemos aquí el carisma de la "palabra" que proclama la necesidad de un cambio de vida; el carisma de "echar los demonios", potencia de acción contra el mal; el carisma de "curar a los enfermos", mejorar la vida humana.
-“Y les encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón... y que se calzasen con sandalias y no llevasen túnica de recambio... Dondequiera que entréis en una casa quedaos en ella, hasta que salgáis de aquel lugar..." Ligeros de equipaje, sin bagajes embarazosos, siempre dispuestos a partir donde sea... caminantes, gentes disponibles, desprendidos. "Lo hemos dejado todo para seguirte: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, niños, campos..." (Mc 10,29-30).
-“Y si una localidad no os recibe ni os escucha, partid”. Como Jesús, se encontrarán ante el rechazo, ante la incredulidad. La misión de la Iglesia es cosa difícil: Jesús les ha advertido (Noel Quesson).
Es la Iglesia, o sea, los cristianos, los que continúan y visibilizan la obra salvadora de Cristo, como dice el último Concilio: «La vocación cristiana implica como tal la vocación al apostolado. Ningún miembro tiene una función pasiva. Por tanto, quien no se esforzara por el crecimiento del cuerpo sería, por ello mismo, inútil para toda la Iglesia como también para sí mismo».
Como los doce apóstoles, que «estaban con Jesús», luego fueron a dar testimonio de Jesús, así nosotros, que celebramos con fe la Eucaristía, luego somos invitados a dar testimonio en la vida. También para nosotros vale la invitación a la pobreza evangélica, para que vayamos a la misión más ligeros de equipaje, sin gran preocupación por llevar repuestos, no apoyándonos demasiado en los medios humanos -que no habrá que descuidar, por otra parte- sino en la fe en Dios. Es Dios el que hace crecer, el que da vida a todo lo que hagamos nosotros. La austeridad y sencillez en hacer el bien es una buena manera de dar testimonio, viviendo esa misión de llevar el Reino de Dios en las vidas de los que nos rodean (J. Aldazábal).
Así, en medio del mundo, de las estructuras temporales para vivificarlas y ordenarlas hacia el Creador, procuraremos «que el mundo, por la predicación de la Iglesia, escuchando pueda creer, creyendo pueda esperar, y esperando pueda amar» (san Agustín). El cristiano no puede huir de este mundo. Tal como escribía Bernanos: «Nos has lanzado en medio de la masa, en medio de la multitud como levadura; reconquistaremos, palmo a palmo, el universo que el pecado nos ha arrebatado; Señor, te lo devolveremos tal como lo recibimos aquella primera mañana de los días, en todo su orden y en toda su santidad».
Uno de los secretos está en amar al mundo con toda el alma y vivir con amor la misión encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. Con palabras de san Josemaría, «el apostolado es amor de Dios, que se desborda, con entrega de uno mismo a los otros (...). Y el afán de apostolado es la manifestación exacta, adecuada, necesaria, de la vida interior». Éste ha de ser nuestro testimonio cotidiano en medio de los hombres y a lo largo de todas las épocas (Josep Vall i Mundó).
2. Los hebreos tienen en mucho la potencia de Dios en Sinaí, con su “fuego ardiente”, “oscuridad, tinieblas y tormentas”, “estrépito de la trompeta” y “clamor de las palabras pronunciadas por aquella voz que suplicaron los que lo oyeron no se les hablara más. Tan espantoso era el espectáculo que el mismo Moisés dijo: «Espantado estoy y temblando.»”
Pero esta visión no es la de Jesús: -“Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión. A la ciudad de Dios vivo, la Jerusalén celestial”. Una villa rodeada de murallas, una ciudad, es el símbolo de la seguridad y de la vida en una comunidad, imagen del cielo. La Iglesia "ciudad de Dios vivo" es una comunidad fraterna en la que se vive familiarmente con Dios. ¿Es así como veo yo a la Iglesia?
-“Os habéis acercado a millares de ángeles reunidos en asamblea festiva y a la reunión de los primogénitos cuyos nombres están inscritos en el cielo”. «Asamblea» traduce aquí el término griego «ecclesia». ¿Es verdaderamente la Iglesia esa comunidad festiva? Todo lo contrario del temor aterrador del Sinaí. ¿Tienen nuestras liturgias un carácter verdaderamente festivo? ¿Es mi religión la del Antiguo Testamento o la que Jesús nos enseñó?
¿Tengo yo la seguridad de que mi nombre está escrito en el cielo? Mi nombre escrito en el corazón del Padre. Jesús pedía a sus amigos que se alegraran de ello: «Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo» (Lucas 10,20). ¡Cuán grande ha de ser nuestra confianza!
-“Os habéis acercado a Dios, juez universal y a los espíritus de los justos llegados ya a la perfección”. Nos reunimos en espíritu, con Dios y los santos…
-“Y a Jesús, mediador de una nueva Alianza y a la aspersión de su sangre derramada por los hombres”. Nos reunimos en torno a Jesús resucitado. Porque estamos seguros de ser amados, de estar salvados: derramó su sangre por nosotros.
-“Sangre que habla más alto y mejor que la de Abel”. ¡La sangre de Jesús habla! Nos comunica su amor infinito. Nos habla de la voluntad de Salvación de Dios. Y nos dice hasta donde Dios quiere llegar. Te damos las gracias, Señor, en la misa de modo especial (Noel Quesson).
La nueva y definitiva Alianza en Cristo Jesús es más amable que la Antigua; el monte Sión, más cercano que el Sinaí, con ángeles y multitud de creyentes que han alcanzado ya la salvación y gozan en el cielo; y Dios, juez justo, y Jesús como Mediador, que nos ha purificado con su Sangre. Todo ello hace que miremos a la nueva Alianza con confianza, no con miedo.
Es una pena ver que quizá nos han dado una educación religiosa de miedo, durante algún tiempo. ¿Estamos bajo la ley del miedo o de la confianza y el amor? Pero hemos visto también una tendencia a descuidar la ascética. Si el abandono santo de Teresa de Lisieux, el amor misericordioso, es lo más necesario para nuestra espiritualidad, no podemos caer en el extremo opuesto de que todo da igual. Precisamente el amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús y la Alianza que él ha sellado por todos nosotros, no son ciertamente una invitación a la superficialidad y la dejadez: nos comprometen radicalmente. No hay nada más exigente que el amor.
Pero nos envuelven en una atmósfera de confianza, con la actitud de los hijos que se encuentran en casa de su Padre, acompañados de los bienaventurados -la Virgen y los Santos y los ángeles- y el Mediador, Cristo, y delante de todos, Dios que es Juez pero también es Padre. La Nueva Alianza en que vivimos nos debería llenar de alegría por pertenecer a una comunidad que es congregada por el Espíritu de Dios en torno a Cristo. Ahora el lugar de la Alianza no es un monte: es la persona misma del Señor Resucitado, Jesús.
En la oración penitencial ahora más repetida, el «Yo confieso», invocamos a Dios y a la comunidad que nos rodea («vosotros, hermanos») y también a la Virgen María, los ángeles y los santos, para que intercedan por nosotros ante Dios. No estamos solos en nuestro camino de fe: también los hermanos de la comunidad cristiana y la Virgen María y los ángeles y santos están interesados en nuestra conversión a Dios. Es una hermosa oración, que sería completa si además nombrara explícitamente a Jesús, el Mediador, el que en la cruz nos reconcilió con Dios de una vez por todas.
Cuando el Catecismo de la Iglesia, al hablar de la liturgia cristiana, se pregunta: «¿quién celebra?», responde con una visión de la comunidad celestial en torno a Dios y al Cordero, con un río de agua viva que es el Espíritu, y los ángeles y los bienaventurados, con la Virgen Madre, y multitud incontable de salvados por la Pascua de Cristo. Esta es la Alianza a la que pertenecemos. Una visión llena de optimismo, tomada del Apocalipsis (CEC 1137-1139). Una asamblea donde «la celebración es enteramente comunión y fiesta» (CEC 1136) y a la que ya nos unimos ahora en nuestra celebración (mercaba.org).
3. “Grande es el Señor y muy digno de alabanza / en la ciudad de nuestro Dios, / su monte santo, altura hermosa, / alegría de toda la tierra”, decimos con agradecimiento en el salmo de hoy. Sólo el Señor nos salva, convirtiéndose en una fortaleza inexpugnable y en alegría para toda la tierra: “El monte Sión, vértice del cielo, / ciudad del gran rey; / entre sus palacios, / Dios descuella como un alcázar.” El Señor nos da vida con la Alianza de su Sangre, nos abre las puertas al cielo: “Lo que habíamos oído lo hemos visto / en la ciudad del Señor de los ejércitos, / en la ciudad de nuestro Dios: / que Dios la ha fundado para siempre.”
Por eso queremos cantar eternamente las misericordias de Dios: “Oh Dios, meditamos tu misericordia / en medio de tu templo: / como tu renombre, oh Dios, tu alabanza / llega al confín de la tierra; / tu diestra está llena de justicia.”
Llucià Pou Sabaté
La Presentación del Señor

Jesús es luz del mundo y el nuevo Templo, y proclama la nueva Ley
“Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel». Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él.Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción —¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!— a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones».Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él” (Lucas 2,22-40).
1. La Presentación de Jesús al templo es una fiesta cristológica, con un sentido también mariológico pues se desarrolla el rito de la presentación del hijo una vez cumplido el tiempo de la purificación de la madre a través del recogimiento y la oración, a los cuarenta días que hubiese dado a luz. La luz de Navidad se vuelve a poner de relieve a los 40 días, con la profecía de Simeón, antes de iniciar  la cuaresma, otros 40 días antes de la Pascua de la Resurrección. Estamos en un entretiempo entre las dos pascuas: el fin popular de los días de Navidad –el final litúrgico se celebró con el Bautismo del Señor-, cuando en algunos sitios se recogen las imágenes del Nacimiento hasta el año siguiente, ya preparando con esta luz de la procesión de las candelas la otra luz, la de la resurrección, el cirio pascual.
La “Fiesta de las candelas” o el “Día de la Candelaria”, como se sabe, tiene el aspecto festivo de la procesión con las velas encendidas, que luego se guardan de recuerdo, como más tarde la de la Vigilia pascual, pues representan la luz de Cristo en los hogares.
Tiene la fiesta un rico simbolismo del encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Simeón y Ana representan a los profetas que habían vivido con la esperanza del Mesías, representan el pueblo de Israel que durante años habían estado esperando a un Mesías que vendría a salvarlos e iluminarles el camino. Simeón lo proclama como "luz de las naciones y gloria de su pueblo Israel". Son fórmulas que se rezaban en misa, y se ponen ahora aquí para reflejar esos dos aspectos de Jesús, que es luz y gloria. Con María y José, nos llegas tú, Señor, la Buena Nueva, la luz para iluminar nuestras vidas desde la luz del bautismo, la gloria de todos los hombres, llamados por el bautismo a ser “portadores de la luz”. Nos llega por tus brazos, María, tú que eres "la luna que refleja perfectamente al sol", y te pedimos que nos ilumine esta luz y nos enseñe a ser buenos instrumentos del amor divino.
Se está renovando el Templo, con la presencia del Señor, como Ageo profetizó: «La gloria de este templo será más grande que la del anterior, dice el Señor del universo, y en este lugar yo daré la paz» (Ag 2,9); «los tesoros más preciados de todas las naciones vendrán aquí» (Ag 2,7), también está traducido por: «el más preciado», dirán algunos, «el deseado de todas las naciones».
Simeón, a quien «le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor», ha subido al Templo. Él no es de los privilegiados, su único título es ser hombre «justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel».
Y Simeón proclama su bendición, y añade a María: «¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35). Las cosas de Dios suceden con sufrimiento… Serían estos recuerdos guardados en su corazón, objeto de confidencias de la Virgen ya mayor, que haría a los discípulos y como madre les abriría los ojos al sentido de la cruz, de la contradicción, que es camino de la gloria.
En algunos pasajes sobre la disputa del sábado hemos visto cómo Jesús es el nuevo Moisés, que proclama la nueva Ley, ahora podemos ver que Él es el nuevo Templo. Se produce, como dijo Jesús a la samaritana, un cambio hacia un templo donde Dios es adorado no aquí o allá sino en espíritu y en verdad. Enseña Ratzinger: “La universalización de la fe y de la esperanza de Israel, la consiguiente liberación de la letra hacia la nueva comunión con Jesús, está vinculada a la autoridad de Jesús y a su reivindicación como Hijo”. No hace una interpretación liberal de la Torá –lo cual le daría un carácter relativo también a la Torá, a su procedencia de la voluntad de Dios-; sino una obediencia a la autoridad de esta nueva interpretación superior a la de Moisés, y al mandato original: ha de ser una autoridad divina. Esta superación no es trasgresión sino su cumplimiento.
Se juntan de la mano la justicia y la paz, como dice el salmo, la ley y la gracia, Simeón y José, Ana y María, el Antiguo y Nuevo Testamento, en Jesús: “La correcta conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento –sigue diciendo Ratzinger- ha sido y es un elemento constitutivo para la Iglesia: precisamente las palabras del Resucitado dan importancia al hecho de que Jesús sólo puede ser entendido en el contexto de «la Ley y los Profetas» y de que su comunidad sólo puede vivir en este contexto que ha de ser comprendido de modo adecuado”. Hay dos polos opuestos peligrosos: un falso legalismo hipócrita, y el rechazo del «Antiguo Testamento» suplantado a veces por la ley del amor entendida como cosa espiritual, sin relevancia social.
En ti, Señor, vemos realizada la promesa hecha por Moisés: «El Señor tu Dios suscitará en medio de tus hermanos un profeta como yo.» (Dt 18,15). Tú explicas la Ley con la proclamación de la fe en el único Dios y Padre y unida a esta, la preocupación por los débiles, los pobres, las viudas y los huérfanos. El amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables, y el amor al prójimo es la prueba del primero. En el Sermón de la Montaña lo explicarás, Jesús. Ya desde tu presentación en el templo veo, Señor, que no suprimes, sino que le das cumplimiento a la Ley, que protege la dignidad de la persona.
2. Malaquías escribe años después del exilio, y una de sus preocupaciones es responder a los escandalizados ante el hecho de que los injustos, los ricos y opresores, los infieles, vivían mejor que los fieles. Por ello, anuncia vigorosamente el "Día de Yahvè", cuando Dios destruirá el mal para siempre y asegurará a los fieles una vida saludable. Este anuncio lo realiza vinculándolo muy especialmente al Templo de Jerusalén, y ve el cumplimiento de sus esperanzas cuando Yahvé estará gloriosamente presente en el Templo, y todos los hombres subirán a ofrecer en él un sacrificio aceptable (J. Lligadas). Se habla de "mi mensajero... el Señor... el mensajero de la alianza", prueba de que Dios va a venir (el mensajero podría ser Elías, o Juan Bautista). El pueblo acusa a Dios, y el profeta dice que somos nosotros quienes tenemos que convertirnos, si queremos acudir a su misericordia.
El «día de Yahvé» ya llega, los buenos serán separados de los malos, y añade una nota apocalíptica: los justos tomarán parte en el castigo de los malvados.
Parece que Dios no tiene prisa por venir. Debemos creer y esperar, porque, a pesar de todo, el Señor vendrá y pondrá las cosas en su sitio (J. Aragonés).
3. Los salmos cantaban este momento: «¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el rey de la gloria!», pero las cosas suceden con sencillez extrema, sin aparato. Proclamamos los títulos solemnes de Dios: "Rey de la gloria; Señor valeroso, héroe de la guerra; y Señor de los ejércitos". Es una exaltación, pero "Señor de los ejércitos", no tiene un carácter marcial sino un valor cósmico: el Señor es el Creador, que tiene como ejército todas las estrellas del cielo, es decir, todas las criaturas del universo que le obedecen: "Brillan las estrellas en su puesto de guardia, llenas de alegría; las llama él y dicen: "Aquí estamos". Y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35). Dios infinito se adapta a la criatura humana, se le acerca para encontrarse con ella, escucharla y entrar en comunión con ella. Y la liturgia es la expresión de este encuentro en la fe, en el diálogo y en el Amor manifestado en Jesús.
3. Jesús vence al pecado con su muerte, le quita todo poder al diablo, que era dueño de la muerte. Ha sido fiel a su voluntad hasta el final. Es modelo para todos, y camino para el cielo (J. Lligadas). Jesús, eres uno de los nuestros; has compartido nuestra sangre y nuestra carne y no te avergüenzas de llamarnos hermanos, has asumido todo lo humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Has asumido el dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún, nos aceptas como somos, limitados, pecadores, con odios pequeños e irracionales; no rehúsas tu vida humana y nos amas a todos, tal como somos, excepto el pecado. María Virgen ha sido la primera en seguirte, acogiéndote en una apertura de entrega, sencillez y generosidad de su vida (G. Mora).
Llucià Pou Sabaté 
CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS DE LA FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Basílica Vaticana, Martes 2 de febrero de 2011 
Queridos hermanos y hermanas:
En la fiesta de hoy contemplamos a Jesús nuestro Señor, a quien María y José llevan al templo «para presentarlo al Señor» (Lc 2, 22). En esta escena evangélica se revela el misterio del Hijo de la Virgen, el consagrado del Padre, que vino al mundo para cumplir fielmente su voluntad (cf. Hb 10, 5-7). Simeón lo señala como «luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2, 32) y anuncia con palabras proféticas su ofrenda suprema a Dios y su victoria final (cf. Lc 2, 32-35). Es el encuentro de los dos Testamentos, Antiguo y Nuevo. Jesús entra en el antiguo templo, él que es el nuevo Templo de Dios: viene a visitar a su pueblo, llevando a cumplimiento la obediencia a la Ley e inaugurando los tiempos finales de la salvación.
Es interesante observar de cerca esta entrada del niño Jesús en la solemnidad del templo, en medio de un gran ir y venir de numerosas personas, ocupadas en sus asuntos: los sacerdotes y los levitas con sus turnos de servicio, los numerosos devotos y peregrinos, deseosos de encontrarse con el Dios santo de Israel. Pero ninguno de ellos se entera de nada. Jesús es un niño como los demás, hijo primogénito de dos padres muy sencillos. Incluso los sacerdotes son incapaces de captar los signos de la nueva y particular presencia del Mesías y Salvador. Sólo dos ancianos, Simeón y Ana, descubren la gran novedad. Guiados por el Espíritu Santo, encuentran en ese Niño el cumplimiento de su larga espera y vigilancia. Ambos contemplan la luz de Dios, que viene para iluminar el mundo, y su mirada profética se abre al futuro, como anuncio del Mesías: «Lumen ad revelationem gentium!» (Lc 2, 32). En la actitud profética de los dos ancianos está toda la Antigua Alianza que expresa la alegría del encuentro con el Redentor. A la vista del Niño, Simeón y Ana intuyen que precisamente él es el Esperado.
La Presentación de Jesús en el templo constituye un icono elocuente de la entrega total de la propia vida para cuantos, hombres y mujeres, están llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los consejos evangélicos, «los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre y obediente» (Exhort. apost. postsinodal Vita consecrata, 1). Por esto, el venerable Juan Pablo II eligió la fiesta de hoy para celebrar la Jornada anual de la vida consagrada. En este contexto, dirijo un saludo cordial y agradecido a monseñor João Braz de Aviz, que hace poco nombré prefecto de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, así como al secretario y a sus colaboradores. Saludo con afecto a los superiores generales presentes y a todas las personas consagradas.
Quiero proponer tres breves pensamientos para la reflexión en esta fiesta.
El primero: el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo contiene el símbolo fundamental de la luz; la luz que, partiendo de Cristo, se irradia sobre María y José, sobre Simeón y Ana y, a través de ellos, sobre todos. Los Padres de la Iglesia relacionaron esta irradiación con el camino espiritual. La vida consagrada expresa ese camino, de modo especial, como «filocalia», amor por la belleza divina, reflejo de la bondad de Dios (cf. ib., 19). En el rostro de Cristo resplandece la luz de esa belleza. «La Iglesia contempla el rostro transfigurado de Cristo, para confirmarse en la fe y no correr el riesgo del extravío ante su rostro desfigurado en la cruz... Ella es la Esposa ante el Esposo, partícipe de su misterio y envuelta por su luz. Esta luz llega a todos sus hijos… Una experiencia singular de la luz que emana del Verbo encarnado es, ciertamente, la que tienen los llamados a la vida consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo» (ib., 15).
En segundo lugar, el icono evangélico manifiesta la profecía, don del Espíritu Santo. Simeón y Ana, contemplan al Niño Jesús, vislumbran su destino de muerte y de resurrección para la salvación de todas las naciones y anuncian este misterio como salvación universal. La vida consagrada está llamada a ese testimonio profético, vinculado a su actitud tanto contemplativa como activa. En efecto, a los consagrados y las consagradas se les ha concedido manifestar la primacía de Dios, la pasión por el Evangelio practicado como forma de vida y anunciado a los pobres y a los últimos de la tierra. «En virtud de esta primacía no se puede anteponer nada al amor personal por Cristo y por los pobres en los que él vive... La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia» (ib., 84). De este modo la vida consagrada, en su vivencia diaria por los caminos de la humanidad, manifiesta el Evangelio y el Reino ya presente y operante.
En tercer lugar, el icono evangélico de la Presentación de Jesús en el templo manifiesta la sabiduría de Simeón y Ana, la sabiduría de una vida dedicada totalmente a la búsqueda del rostro de Dios, de sus signos, de su voluntad; una vida dedicada a la escucha y al anuncio de su Palabra. «”Faciem tuam, Domine, requiram”: tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8… La vida consagrada es en el mundo y en la Iglesia signo visible de esta búsqueda del rostro del Señor y de los caminos que llevan hasta él (cf. Jn 14, 8)… La persona consagrada testimonia, pues, el compromiso gozoso a la vez que laborioso, de la búsqueda asidua y sabia de la voluntad divina» (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Instrucción El servicio de la autoridad y la obediencia. Faciem tuam Domine requiram [2008], I).
Queridos hermanos y hermanas, ¡escuchad asiduamente la Palabra, porque toda sabiduría de vida nace de la Palabra del Señor! Escrutad la Palabra, a través de la lectio divina, puesto que la vida consagrada «nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. El vivir siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, se convierte en "exégesis" viva de la Palabra de Dios. El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Biblia, es el mismo que ha iluminado con luz nueva la Palabra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla, dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica» (Verbum Domini, 83).
Hoy vivimos, sobre todo en las sociedades más desarrolladas, una condición marcada a menudo por una pluralidad radical, por una progresiva marginación de la religión de la esfera pública, por un relativismo que afecta a los valores fundamentales. Esto exige que nuestro testimonio cristiano sea luminoso y coherente y que nuestro esfuerzo educativo sea cada vez más atento y generoso. Que vuestra acción apostólica, en particular, queridos hermanos y hermanas, se convierta en compromiso de vida, que accede, con perseverante pasión, a la Sabiduría como verdad y como belleza, «esplendor de la verdad». Sabed orientar con la sabiduría de vuestra vida, y con la confianza en las posibilidades inexhaustas de la verdadera educación, la inteligencia y el corazón de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia la «vida buena del Evangelio».
En este momento, mi pensamiento va con especial afecto a todos los consagrados y las consagradas, en todos los rincones de la tierra, y los encomiendo a la santísima Virgen María:
Oh María, Madre de la Iglesia,
te encomiendo
toda la vida consagrada,
a fin de que tú le alcances
la plenitud de la luz divina:
que viva en la escucha
de la Palabra de Dios,
en la humildad del seguimiento
de Jesús, tu hijo y nuestro Señor,
en la acogida
de la visita del Espíritu Santo,
en la alegría cotidiana del Magníficat,
para que la Iglesia sea edificada
por la santidad de vida
de estos hijos e hijas tuyos,
en el mandamiento del amor. Amén.

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