Sábado de la semana 4 de tiempo ordinario; año impar
La mejor ciencia es el buen corazón y el servicio que nos muestra Jesús
“Reunidos los apóstoles con Jesús le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y les dice: Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, y ni siquiera tenían tiempo para comer. Se marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos. Pero los vieron marchar y muchos los reconocieron; fueron allá a pie desde todas las ciudades, y llegaron antes que ellos. Al desembarcar vio Jesús una gran multitud, y se llenó de compasión, porque estaban como ovejas sin pastor y se puso a enseñarles muchas cosas” (Marcos 6,30-34).
1. Después de su primera "misión" volvieron los apóstoles a reunirse con Jesús... Es la hora del "informe"... Se actúa y luego se "revisa" la acción para mejor comprenderla en la Fe, y mejorar las próximas intervenciones apostólicas. Hoy también se hacen muchas "reuniones", puesto que somos relación y participación. La Asamblea eucarística del domingo es también esto: después de su misión durante la semana, los cristianos se reúnen junto a Jesús... ¿Considero yo así mi participación en la misa? Pero es preciso que muchos cristianos se decidan a hacer más, aceptando otras "reuniones" donde participen con otros en una reflexión y una acción colectiva... en la que la Fe sea el fermento de la reflexión y de la acción.
-“Le contaron cuanto habían hecho y enseñado...” Una gracia a pedir al Señor: la revisión de vida apostólica. Esta revisión de nuestra vida con Jesús, es una de las formas más útiles de oración. Cada noche debería darnos ocasión para "relatar" a Jesús "lo que hemos hecho". Si así lo hiciéramos cada día, podríamos dar un contenido mucho más rico a la "ofrenda" de nuestras misas y a nuestras puestas en común de equipos apostólicos. Ayúdanos, Señor, a revisar contigo nuestras vidas.
-“El les dijo: "Venid, retirémonos a un lugar desierto para que descanséis un poco." Pues eran muchos los que iban y venían y ni espacio les dejaban para comer. Fuéronse en la barca a un lugar desierto”... Jesús, te das cuenta de que están cansados y programas un descanso con ellos.
-“Las gentes ven alejarse a Jesús y a sus discípulos...” De todas partes corren hacia allá y ¡llegan antes que ellos! “Al desembarcar, Jesús ve una gran muchedumbre. Se compadece de ellos porque son como "ovejas sin pastor". Y se pone a enseñarles detenidamente”. Señor, consérvanos disponibles, aun en el seno mismo de nuestros planes muy bien previstos (Noel Quesson). Te encuentras con gente que viene a verte, y movido por compasión os perdéis el descanso: te dio lástima de ellos, y te pusiste a atenderles.
Todos necesitamos un poco de paz en la vida, momentos de oración, de silencio, de retiro físico y espiritual, con el Maestro. Además de que cada semana, el domingo está pensado para que sea un reencuentro serenante con Dios, con nosotros mismos, con la naturaleza, con los demás. El activismo nos agota y empobrece. El stress no es bueno, aunque sea el espiritual.
Hay un grado de sobrecarga, de tensión nerviosa, que resulta nefasto para el apostolado como para todo equilibrio simplemente humano. ¡Gracias, Señor, por recordárnoslo! Y por ocuparte del "descanso" y de la distensión de tus apóstoles, después de un pesado período de misión. Necesidad de silencio, de recogimiento, de soledad. Esencial al hombre de todas las épocas... pero especialmente indispensable al hombre moderno, en la agitación de la vida de hoy. ¿Qué parte de mis jornadas o de mis semanas dedico voluntariamente al "desierto"?
Los apóstoles estaban llenos de «todo lo que hablan hecho y enseñado». A veces dice el evangelio que «no tenían tiempo ni para comer». Necesitamos paz y serenidad. Cuando no hay equilibrio interior, todo son nervios y disminuye la eficacia humana y la evangelizadora. A la vez, hay otro factor importante en nuestra vida: la caridad fraterna, la entrega a la misión que tengamos encomendada. A veces esta caridad se antepone al deseo del descanso o del retiro, como en el caso de Jesús y los suyos. Jesús conjuga bien el trabajo y la oración. Se dedica prioritariamente a la evangelización. Pero sabe buscar momentos de silencio y oración para sí y para los suyos, aunque en esta ocasión no haya sido con éxito. Otra lección que nos da Jesús es que no parece tener prisa. No hace ver que le han estropeado el plan. «Se puso a enseñarles con calma». Porque vio que iban desorientados, como ovejas sin pastor. Tener tiempo para los demás, a pesar de que todos andamos escasos de tiempo y con mil cosas que hacer, es una finura espiritual que Jesús nos enseña con su ejemplo: tratar a cada persona que sale a nuestro encuentro como si tuviéramos todo el tiempo del mundo (J. Aldazábal).
Aprendamos a descansar. Y si podemos evitar el agotamiento, hagámoslo porque cuando se está postrado se tiene menos facilidades para hacer las cosas bien y vivir la caridad. “El descanso no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos esfuerzo” (J. Escrivá, Camino) El descanso, como el trabajo, nos sirven para amar a Dios y al prójimo, por lo tanto la elección del lugar de vacaciones, o el descanso deben ser propicios para un encuentro con Cristo. Hoy veamos si nos preocupamos, como el Señor lo hacía, por la fatiga y la salud de quienes viven a nuestro lado (Francisco Fernández Carvajal): Venid vosotros solos a un sitio tranquilo y descansar un poco.
2. "Por medio de Jesús ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre". Toda la Epístola de los Hebreos nos ha mostrado que hay un solo sacerdote, Jesucristo. «Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, a su nuevo pueblo lo hizo reino y sacerdote para Dios, su Padre. Los bautizados son consagrados como mansión espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan sacrificios, y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable... Por ello, todos los discípulos de Cristo... han de ofrecerse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios, han de dar testimonio de Cristo en todo lugar, y a quien se la pidiere han de dar también razón de la esperanza que tienen en la vida eterna» (Lumen Gentium 10; cf Hebreos 5,1-5; Apocalipsis 1,6; 5-9; 1 Pedro 2,4-10; Romanos 12,1; 1 Pedro 3,15).
Se cita ahí la recomendación "que ofrezcáis a Dios vuestras vidas como hostia pura, santa e inmaculada" (Rm 12,1). El "sí" de Cristo al Padre, en el Espíritu Santo, hace posible nuestro "sí". "Por Cristo, ya podemos decir "sí" a Dios" (2 Cor 1,20). Este "si" de Cristo encuentra eco en todo corazón que se hace transparente ante la mirada de Dios. Entonces nuestra pobreza se convierte en oración y en misión, es decir, en apertura a los planes salvíficos y universales de Dios. Dios no espera grandes cosas de nosotros, sino solamente que tengamos un corazón abierto y que sepamos hacer nuestro el "sí" de Jesucristo al Padre, en el trabajo y el descanso, en nuestra relación con Dios y con los demás, en la familia y en el deporte... Nuestra verdadera riqueza consiste en esta capacidad de pronunciar continuamente el "sí" de Jesús al Padre en medio de todas las circunstancias de nuestra vida.
Junto a este sacrificio-entrega de uno mismo está el don de los bienes, el ejercicio de la caridad. El amor fraterno es el sacrificio que agrada a Dios. "No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente: esos son los sacrificios que agradan a Dios". La prueba más clara de haber encontrado a Dios es el amor fraterno. Es la señal de que hemos nacido a una vida nueva.
"Obedeced con docilidad a vuestros jefes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas; así lo harán con alegría y sin lamentarse, con lo que salís ganando". La verdadera "comunión" de Iglesia supone vaciarse de sí mismo o de las propias ventajas. La entrega (kenosis) y obediencia de Cristo al Padre fue así. Y podemos participar del modo que Dios disponga de su pasión y muerte, sin buscar el éxito mundano…
-"Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna, os haga perfectos, os ponga a punto en todo bien para que cumpláis su voluntad." Jesús hizo de su vida una "pascua", es decir, un "paso" hacia el Padre. Ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu Santo transformó su vida en oblación. Con él estamos también nosotros pasando al Padre. "Cristo murió para llevarnos a Dios" (1P 3,18). Ya hemos comenzado a pasar de este mundo al Padre (Jn 13,1). El "pasar" del tiempo ya no es un simple esfumarse de las cosas, sino una "pascua" o paso hacia la vida definitiva. Conforme van pasando los días y las cosas, debemos ir descubriendo a Dios mismo que se nos comienza a dar para siempre, unas veces de manera desconcertante, otras de manera dolorosa, algunas también con una enorme paz y alegría. Pero siempre es Dios el que viene a nosotros a través de todo lo que nos pasa para hacernos pasar a él (Noel Quesson).
3. El salmo del buen pastor canta toda la vida en cuatro estrofas. En la primera, cuando las cosas van bien, y todo es una maravilla: “El Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar; / me conduce hacia fuentes tranquilas / y repara mis fuerzas”.
Luego, vienen las dificultades, pero ahí sentimos que con el Señor no tememos: “Me guía por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado me sosiegan”.
La liturgia nos hace entrar en las primicias del Banquete celestial: “Preparas una mesa ante mí, / enfrente de mis enemigos; / me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa”.
Por último, nos llena de esperanza de la gloria: “Tu bondad y tu misericordia me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor / por años sin término.”
Llucià Pou Sabaté
San Juan de Brito, mártir. San Rabano Mauro, obispo
SAN JUAN DE BRITO, MÁRTIR
San Juan de Britö (Lisboa, 1 de marzo de 1647; Maduré, India, 4 de febrero de 1693) fue un santo y mártir jesuita.
Hijo de Salvador Brito y Pereira y de Beatriz de Brittes. Fue el último de cuatro hermanos. Su padre fue gobernador en Brasil y falleció cuando Juan tenía dos años.
Comenzó sus estudios en el Colegio San Antonio de Lisboa de los jesuitas, donde fue compañero del príncipe heredero. A los once años enfermó grávemente,su madre lo encomendó a San Francisco Javier, su increíble curación fue tomada como milagro, en gratitud vistió un año completo el hábito de los jesuitas.
Ingresó al Noviciado de Catavia de los jesuitas en 1662. Luego hizo estudios en el Colegio de Evora y en la Universidad de Coímbra . En 1673 recibió las órdenes sagradas y fue destinado a las misiones de India en Malabar. Aquí se convirtió en un panderam asceta con barba y turbante,mediador entre los parias y los brahamanes.
En 1684 fue a Madurai donde fue capturado y torturado,se le perdonó la vida con la condición que no vuelva a predicar por esas regiones.
En 1687 volvió a Portugal, donde fue muy bien recibido y el Rey le pidió educara a sus hijos, él prefirió lo devolvieran a la India.
En 1690 convirtió al príncipe Teriadevan de Malabar, quien dejó la poligamia, quedándose con su primera mujer, dándole recompensa a las otras, pero una de ellas se quejó y lo calumnió, por lo que fue tomado prisionero y degollado el 4 de febrero de 1693.
San Juan de Britö (Lisboa, 1 de marzo de 1647; Maduré, India, 4 de febrero de 1693) fue un santo y mártir jesuita.
Hijo de Salvador Brito y Pereira y de Beatriz de Brittes. Fue el último de cuatro hermanos. Su padre fue gobernador en Brasil y falleció cuando Juan tenía dos años.
Comenzó sus estudios en el Colegio San Antonio de Lisboa de los jesuitas, donde fue compañero del príncipe heredero. A los once años enfermó grávemente,su madre lo encomendó a San Francisco Javier, su increíble curación fue tomada como milagro, en gratitud vistió un año completo el hábito de los jesuitas.
Ingresó al Noviciado de Catavia de los jesuitas en 1662. Luego hizo estudios en el Colegio de Evora y en la Universidad de Coímbra . En 1673 recibió las órdenes sagradas y fue destinado a las misiones de India en Malabar. Aquí se convirtió en un panderam asceta con barba y turbante,mediador entre los parias y los brahamanes.
En 1684 fue a Madurai donde fue capturado y torturado,se le perdonó la vida con la condición que no vuelva a predicar por esas regiones.
En 1687 volvió a Portugal, donde fue muy bien recibido y el Rey le pidió educara a sus hijos, él prefirió lo devolvieran a la India.
En 1690 convirtió al príncipe Teriadevan de Malabar, quien dejó la poligamia, quedándose con su primera mujer, dándole recompensa a las otras, pero una de ellas se quejó y lo calumnió, por lo que fue tomado prisionero y degollado el 4 de febrero de 1693.
En la corte del rey de Portugal, allá por la mitad del siglo diecisiete, se preguntaban todos con sorpresa y cariño: -Pero, ¿quién es ese pequeño apóstol, que viste con tanto garbo la sotana de la Compañía de Jesús?
Pues no era ningún jesuita, sino un muchachito llamado Juan de Brito, que soñaba en hacer cosas grandes por Jesucristo. Y, en sus sueños casi divinos, aquel pajecito real se vistió la sotana de la Compañía porque quería ser un misionero como los del Padre San Ignacio, tan amantes de Jesús, tan valientes.
Pide su ingreso en la Compañía el simpático adolescente, y tal como lo había soñado, y a pesar de su débil salud, marcha misionero a la India, donde se ordena de sacerdote, para ser un apóstol de talla excepcional. Asombran sus virtudes, sus milagros, las conversiones que consigue, los milagros que realiza, el martirio por el que suspira, la muerte que sufre.
Comienza por vestir al estilo hindú, como los de castas inferiores, para poder extender su apostolado entre todas las categorías sociales de la India.
¿Su comida? Nada de carne ni pescado, sino solamente legumbres, hortalizas, arroz y leche.
¿Cama para dormir? Ninguna. Le basta una piel de tigre que extiende sobre el duro suelo.
¿Vestido? Una austera túnica de cuero color ocre, como las de los brahmanes y los bonzos.
Piensa, y lo realiza: -Ya no soy un portugués noble, sino un habitante más de la India. Uno más de ellos, para ganarlos a todos para Cristo.
Su salud no es buena. Sin embargo, ayuna y castiga su cuerpo con una austeridad que pasma, tan en conformidad con la mística hindú, pero con una orientación cristiana: ¿Parta ganar con semejante pedagogía a los brahmanes y los bonzos? Sí; pero, sobre todo, para asemejarse a Jesús Crucificado, ideal de su vida. Y como Cristo por los campos de Galilea, y no obstante la gran hinchazón que llevaba en los pies, recorrió caminos interminables por varios reinos de la India, entre soles abrasadores.
Se hicieron famosas sus disputas con los brahmanes, que le temían, y que llegaron a levantar la conocida calumnia: -Usa una ceniza embrujada, con la cual lleva la gente a su religión.
Sus catequesis se hicieron también célebres. Y fueron una de sus mayores penitencias, pues había de preparar con la enseñanza del catecismo a los que pretendían el Bautismo. ¿Cuántas conversiones consiguió? ¿A cuántos llegó a bautizar? Son cifras que hoy casi no comprendemos. Muchos millares. Tanto que un testigo juró en el proceso: -¿Sus brazos? Ya no se podían aguantar. Y los catequistas se los habían de sostener con sus manos para que pudiera el Padre seguir bautizando.
Dios autoriza a su misionero con milagros patentes.
Como aquel de los tigres. Va caminando con otro Padre, compañero de misión, y se encuentran frente por frente con varios tigres, a sólo un tiro de piedra. El Padre Juan de Brito no se inmuta. Aviva toda su fe, traza sobre ellos la señal de la Cruz, y las fieras que dan media vuelta y emprenden la fuga...
Como aquel otro de la ceniza y del agua bendecida. Acuden los cristianos, todos angustiados:
- ¡Padre, mire qué nubes de langostas! Van a acabar con todas nuestras cosechas.
¡Venga a bendecir nuestros campos!
El Padre los sigue. Rocía los sembrados con agua bendita y con ceniza bendita también, según la costumbre india, desaparecen las nubes de aquellos animales dañinos, no les pasa nada a los campos de los cristianos, mientras que en los otros terrenos de la comarca se pierden todos los sembrados.
Ante la necesidad de misioneros, el Padre embarca para Europa, pero los vientos contrarios arrastran la nave hacia América y da en las costas de Brasil. Nueva embarcación, y llega por fin a Portugal. Su vida deja a todos pasmados, y le proponen muy en serio: -¡A cuidarse en su salud y a reponerla, para que pueda seguir trabajando en la India! Duerme sobre el suelo, y en el mismo palacio del rey no come sino una sola vez al día, a base de arroz y legumbres, y responde a los que se lo reprochan: -Mis hermanos de la India llevan una vida mucho más dura que yo, expuestos además a peligros y persecuciones. ¿Cómo puedo atreverme yo a vivir mejor? ¿Qué dirían San Ignacio, Francisco Javier y mi Maestro el Señor Jesús?
Con ejemplo semejante, los que quisieran ir de misioneros a la India, ya sabían a qué atenerse... El rey de Portugal se admira, y quiere que acepte un arzobispado brillante. Pero Juan de Brito: -¿Yo, arzobispo? No. Yo no cambio la palma del martirio por la mitra arzobispal.
Tantas persecuciones, tantas calumnias, le hacían prever al Padre que un día u otro le cortarían la cabeza. Y así fue. Los enemigos de la Iglesia queman los templos de la Misión.
Apresan al Padre, lo llevan un día a la colina sobre el caudaloso río, y el mártir contempla con sus ojos cómo el verdugo afila la cuchilla. Se hinca entonces, permanece media hora en oración, y al fin lo hacen sentar, le atan las manos, le cortan la cabeza, descuartizan su cuerpo, lo cuelgan en un palo, y al cabo de ocho días arrojan los despojos al río.
Con un carbón humedecido, había escrito en la cárcel: -¡Adiós a todos! Y añadía con orgullo santo: Este año bauticé a más de cuatro mil...
Era el 4 de Febrero del año 1693. Juan de Brito tenía 0406 años. Los mismos que el otro apóstol de la India, patrono suyo y hermano en la Compañía, el gran San Francisco Javier.
Llegó la noticia del martirio a Portugal. La anciana madre de Juan de Brito, mujer tan cristiana como noble, es llamada al palacio por el rey, y se presenta adornada con sus vestidos más lujosos ante el monarca y toda la gente de la nobleza: -Así; quiero ser felicitada así. ¡Soy la madre afortunada de un mártir!
Pues no era ningún jesuita, sino un muchachito llamado Juan de Brito, que soñaba en hacer cosas grandes por Jesucristo. Y, en sus sueños casi divinos, aquel pajecito real se vistió la sotana de la Compañía porque quería ser un misionero como los del Padre San Ignacio, tan amantes de Jesús, tan valientes.
Pide su ingreso en la Compañía el simpático adolescente, y tal como lo había soñado, y a pesar de su débil salud, marcha misionero a la India, donde se ordena de sacerdote, para ser un apóstol de talla excepcional. Asombran sus virtudes, sus milagros, las conversiones que consigue, los milagros que realiza, el martirio por el que suspira, la muerte que sufre.
Comienza por vestir al estilo hindú, como los de castas inferiores, para poder extender su apostolado entre todas las categorías sociales de la India.
¿Su comida? Nada de carne ni pescado, sino solamente legumbres, hortalizas, arroz y leche.
¿Cama para dormir? Ninguna. Le basta una piel de tigre que extiende sobre el duro suelo.
¿Vestido? Una austera túnica de cuero color ocre, como las de los brahmanes y los bonzos.
Piensa, y lo realiza: -Ya no soy un portugués noble, sino un habitante más de la India. Uno más de ellos, para ganarlos a todos para Cristo.
Su salud no es buena. Sin embargo, ayuna y castiga su cuerpo con una austeridad que pasma, tan en conformidad con la mística hindú, pero con una orientación cristiana: ¿Parta ganar con semejante pedagogía a los brahmanes y los bonzos? Sí; pero, sobre todo, para asemejarse a Jesús Crucificado, ideal de su vida. Y como Cristo por los campos de Galilea, y no obstante la gran hinchazón que llevaba en los pies, recorrió caminos interminables por varios reinos de la India, entre soles abrasadores.
Se hicieron famosas sus disputas con los brahmanes, que le temían, y que llegaron a levantar la conocida calumnia: -Usa una ceniza embrujada, con la cual lleva la gente a su religión.
Sus catequesis se hicieron también célebres. Y fueron una de sus mayores penitencias, pues había de preparar con la enseñanza del catecismo a los que pretendían el Bautismo. ¿Cuántas conversiones consiguió? ¿A cuántos llegó a bautizar? Son cifras que hoy casi no comprendemos. Muchos millares. Tanto que un testigo juró en el proceso: -¿Sus brazos? Ya no se podían aguantar. Y los catequistas se los habían de sostener con sus manos para que pudiera el Padre seguir bautizando.
Dios autoriza a su misionero con milagros patentes.
Como aquel de los tigres. Va caminando con otro Padre, compañero de misión, y se encuentran frente por frente con varios tigres, a sólo un tiro de piedra. El Padre Juan de Brito no se inmuta. Aviva toda su fe, traza sobre ellos la señal de la Cruz, y las fieras que dan media vuelta y emprenden la fuga...
Como aquel otro de la ceniza y del agua bendecida. Acuden los cristianos, todos angustiados:
- ¡Padre, mire qué nubes de langostas! Van a acabar con todas nuestras cosechas.
¡Venga a bendecir nuestros campos!
El Padre los sigue. Rocía los sembrados con agua bendita y con ceniza bendita también, según la costumbre india, desaparecen las nubes de aquellos animales dañinos, no les pasa nada a los campos de los cristianos, mientras que en los otros terrenos de la comarca se pierden todos los sembrados.
Ante la necesidad de misioneros, el Padre embarca para Europa, pero los vientos contrarios arrastran la nave hacia América y da en las costas de Brasil. Nueva embarcación, y llega por fin a Portugal. Su vida deja a todos pasmados, y le proponen muy en serio: -¡A cuidarse en su salud y a reponerla, para que pueda seguir trabajando en la India! Duerme sobre el suelo, y en el mismo palacio del rey no come sino una sola vez al día, a base de arroz y legumbres, y responde a los que se lo reprochan: -Mis hermanos de la India llevan una vida mucho más dura que yo, expuestos además a peligros y persecuciones. ¿Cómo puedo atreverme yo a vivir mejor? ¿Qué dirían San Ignacio, Francisco Javier y mi Maestro el Señor Jesús?
Con ejemplo semejante, los que quisieran ir de misioneros a la India, ya sabían a qué atenerse... El rey de Portugal se admira, y quiere que acepte un arzobispado brillante. Pero Juan de Brito: -¿Yo, arzobispo? No. Yo no cambio la palma del martirio por la mitra arzobispal.
Tantas persecuciones, tantas calumnias, le hacían prever al Padre que un día u otro le cortarían la cabeza. Y así fue. Los enemigos de la Iglesia queman los templos de la Misión.
Apresan al Padre, lo llevan un día a la colina sobre el caudaloso río, y el mártir contempla con sus ojos cómo el verdugo afila la cuchilla. Se hinca entonces, permanece media hora en oración, y al fin lo hacen sentar, le atan las manos, le cortan la cabeza, descuartizan su cuerpo, lo cuelgan en un palo, y al cabo de ocho días arrojan los despojos al río.
Con un carbón humedecido, había escrito en la cárcel: -¡Adiós a todos! Y añadía con orgullo santo: Este año bauticé a más de cuatro mil...
Era el 4 de Febrero del año 1693. Juan de Brito tenía 0406 años. Los mismos que el otro apóstol de la India, patrono suyo y hermano en la Compañía, el gran San Francisco Javier.
Llegó la noticia del martirio a Portugal. La anciana madre de Juan de Brito, mujer tan cristiana como noble, es llamada al palacio por el rey, y se presenta adornada con sus vestidos más lujosos ante el monarca y toda la gente de la nobleza: -Así; quiero ser felicitada así. ¡Soy la madre afortunada de un mártir!
SAN RABANO MAURO, OBISPO
Queridos hermanos y hermanas:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera hablar de un personaje del occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, supo durante los siglos de la Alta Edad Media mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los padres cristianos. Recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae" [maestro de Alemania, ndt.], Rabano Mauro tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizás el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como Pedro Damián, Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval, así como un número cada vez más consistente de "clérigos" del clero secular, que en los siglos XII y XIII dieron vida a uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.
Nacido en Maguncia, alrededor del año 780, Rabano entró cuando todavía era muy joven en el monasterio: se le añadió el nombre de Mauro en referencia precisamente al joven Mauro, que según el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno, había sido entregado, cuando todavía era un niño por sus mismos padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. Esta introducción precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico benedictino, y los frutos que sacó para su crecimiento humano, cultural y espiritual abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes, sino también para toda la sociedad de su tiempo, normalmente llamada "carolingia". Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: "Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde la tierna infancia ('a cunabulis suis') y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más elevadas órdenes sagradas" (PL 107, col 419BC).
La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se comprometió para garantizar la unidad del Imperio y, a un nivel cultural más amplio, nunca negó a quien le preguntaba una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de la ciudad natal, Maguncia, no dejó sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por este motivo de un adecuado tiempo de reflexión, estudio y meditación. De este modo, Rabano Mauro se convirtió en exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo, y Breslavia le veneran como santo o beato. Sus obras llenan seis volúmenes de la "Patrología Latina" de Migne. Probablemente compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus", síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expreso, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa Cruz en una obra titulada "De laudibus Sanctae Crucis", concebida para proponer no sólo contenidos conceptuales, sino también alicientes exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo código manuscrito. Proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace que sea sagrada para nosotros la dulcísima y queridísima forma de la Curz para que, creyendo en su nombre y obedeciendo a sus mandamientos, podamos obtener la vida eterna gracias a su pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la Cruz, recordamos a Aquél que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna" (Lib. 1, Fig. 1, PL 107 col 151 C).
Este método de armonizar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería sumamente desarrollado en Occidente, alcanzando cumbres inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la prensa e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar, en la experiencia de fe, no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de esos otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo". Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, toca a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. De este modo, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por este motivo, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro le hace extraordinariamente actual. Dejó también los famosos "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, el interés de Rabano por la liturgia se daba totalmente por sobreentendido dado que ante todo era un monje. Él sin embargo, no se dedicaba al arte de la poesía como fin en sí mismos, sino que utilizaba el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, trató con el máximo empeño y rigor de introducir a sus contemporáneos, pero sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.
De este modo, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los padres. No dudaba en citar, por honestidad y para dar mayor peso a sus explicaciones, las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Al final de la "Primera Epístola" dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, por ejemplo, tras haber respondido a peticiones de aclaración sobre el comportamiento que hay que tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, escribe: "Te hemos escrito todo esto tal y como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues ella es la madre de todas las virtudes" ("Epistulae", I, PL 112, col 1510 C). De este modo se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios: ésta, sin embargo, siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.
Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a esta última con el máximo empeño durante toda su existencia. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento con un objetivo claramente pastoral, que justificaba con palabras como éstas: "He escrito esto... sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para ofrecer un servicio al pobre lector que no puede tener a disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos argumentos no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los padres" ("Commentariorum in Matthaeum praefatio", PL 107, col. 727D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría enormemente a los padres antiguos, con predilección especial por Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno.
Su aguda sensibilidad pastoral le llevó después a afrontar uno de los problemas que más interesaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios" --así los llamaba-- en los que, según la sensibilidad de la época se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de los decretos de los papas. De estos textos se sirvieron también los "carolingios" en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. A este mismo objetivo pastoral respondían obras como "De disciplina ecclesiastica" y "De institutione clericorum" en los que, citando sobre todo a Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su misma diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.
Quisiera concluir la presentación de este gran "hombre de la Iglesia" citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: "Quien descuida la contemplación, se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar por las preocupaciones y permite que sus pensamientos queden arrollados por el tumulto de las cosas del mundo se condena a la absoluta imposibilidad de penetrar en los secretos del Dios invisible" (Lib. I, PL 112, col. 1263A). Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en las vacaciones, tenemos que reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración, y sobre todo no tenemos que olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.
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