Sábado de la 28ª semana de Tiempo Ordinario. El Espíritu
Santo, Espíritu de Jesús, nos ilumina y da fuerza para seguir sus inspiraciones,
y ser sus testigos
“En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi parte ante los hombres,
también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante los ángeles de Dios. Y si
uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los ángeles de Dios. Al
que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme
contra el Espíritu Santo no se le perdonará. Cuando os conduzcan a la sinagoga,
ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a
decir, o de cómo os vais a defender. Porque el Espíritu Santo os enseñará en
aquel momento lo que tenéis que decir»” (Lucas
12,8-12).
1. “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si uno se pone de mi
parte ante los hombres, también el Hijo del hombre se pondrá de su parte ante
los ángeles de Dios”. Nos animas, Jesús, a ser valientes a la hora de dar
testimonio de ti. Antes nos has dicho que Dios nunca se olvida de nosotros: si cuida
los pajarillos y los cabellos de nuestra cabeza, ¡cuánto más con cada uno de
nosotros, que somos sus hijos! Hoy tú nos das otro motivo para ser intrépidos
en la vida cristiana: tú mismo, Jesús, darás testimonio a favor nuestro ante la
presencia de Dios, el día del juicio.
“Y si uno me reniega ante los hombres, lo renegarán a él ante los
ángeles de Dios”. Ser cristiano es dar testimonio de Ti, Señor, con
mi vida. Además, muchos dependen de lo que haga, con mi buen o mal ejemplo, con
la comunión de los santos mando gracia o dejo de mandarla a quienes están
incluso lejos. “Jesús, hay momentos en los que cuesta especialmente dar
testimonio cristiano. Por ejemplo, cuando mi grupo de amigos se divierte
ridiculizando a la Iglesia o a personas consagradas; o cuando algunos planes a
los que me invitan no son dignos de un cristiano; o cuando es difícil ser
honrado en los negocios” (Pablo Cardona). Ayúdame, Señor, a dar la cara aunque
cueste, ir contra corriente. Puede costarme también –y te pido ayuda, Jesús-,
cuando sufro algún revés físico, económico o moral, cuando me entra rebeldía
por cosas que no me gustan. Para estos momentos te pido serenidad, fortaleza,
esperanza y paz.
«Vosotros tenéis que desarrollar una tarea
altísima, estáis llamados a completar en vuestra carne lo que falta a los
padecimientos de Cristo, a favor de su cuerpo, que es la Iglesia. Con vuestro
dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a
las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas.
Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de
los del crucificado, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por
la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos insidian a
la humanidad contemporánea. En vosotros, Cristo prolonga su pasión redentora» (Juan Pablo II).
“Al
que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que blasfeme
contra el Espíritu Santo no se le perdonará”. No sabemos exactamente qué
quieres decir, Señor, con esa blasfemia. Intuyo que es impedir que entre tu
gracia en mi, por la presunción o la
desesperación que aún es peor, el descorazonamiento, o la perversión de hacer
daño a los demás sin buscar el bien sino la maldad… por eso te pido vivir
abierto a tu gracia, y cuanto más grandes sean mis pecados, más me abandonaré
en tu misericordia. «Nuestro Señor Jesucristo lo quiere: es preciso
seguirle de cerca. No hay otro camino. Esta es la obra del Espíritu Santo en
cada alma -en la tuya-, y has de ser dócil, para no poner obstáculos a tu Dios»
(J. Escrivá, Forja 860).
Sólo hay una clase de personas
sin remedio, los que "blasfeman
contra el Espíritu Santo", o sea, los que, viendo la luz, la niegan,
los que no quieren ser salvados. Son ellos mismos los que se excluyen del
perdón y la salvación. Quiero no cerrarme a tu Espíritu, Jesús, que es el
santificador de mi alma…
“…no
os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. Porque el
Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir»”… Jesús, hoy me dices que
no me preocupe ante las acusaciones y las insidias de los incrédulos. Fortalecido
e iluminado por la gracia del Espíritu Santo sabré responder bien por mal,
verdad por mentira, honestidad por hipocresía. Tú sugieres en mi alma lo que
tengo que decir. Quiero ser dócil, dejarme conducir por ti. Quiero cuidar la
oración, para recibir tu fortaleza para
hacer lo que me pides, la humildad para pedir perdón y arreglar lo que no hago
bien, y la alegría por saberme en tus manos, y llevado por tu amor corresponder
a esa entrega que tú has hecho por mi con tu vida, pasión y muerte y
resurrección.
Por
eso he de acudir a esos medios santos –los Sacramentos- para llenarme de tu
gracia, el Espíritu
de Dios. Así se completa la cercanía del Dios Trino. El Padre que no nos
olvida, Jesús que "se pondrá de
nuestra parte" el día del juicio, y el Espíritu que nos inspirará
cuando nos presentemos ante los magistrados y autoridades para dar razón de
nuestra fe.
Jesús, nos aseguras el amor de
Dios y la ayuda eficaz de tu Espíritu. Y además, nos prometes que tú mismo
saldrás fiador a nuestro favor en el momento decisivo. No te dejarás ganar en
generosidad, si nosotros hemos sido valientes en nuestro testimonio, si no
hemos sentido vergüenza en mostrarnos cristianos en nuestro ambiente. No
tenemos motivos para dejarnos llevar del miedo o de la angustia (J. Aldazábal).
La angustia es la conmoción y dolor del alma por el miedo ante algo malo que,
si pasara, nunca sería tan malo como lo que sufrimos por el miedo de que pase…
El redil de las falsas
seguridades también puede provocar angustias, pero tú, Señor, nos dices siempre
que no nos preocupemos por el futuro, aquí nos dices que no temamos por
preparar nuestra defensa o justificación ante cosas. «Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo que tenéis que
decir». En la tarea de la nueva evangelización, tú eres mi esperanza,
Señor, tu gracia sigue activa ante cualquier contrariedad, como en tiempo de
los apóstoles (Josep Rius-Camps).
2. Pablo, al final de su himno
de bendición, pide a Dios la gracia del conocimiento de su designio, para los
destinatarios de su carta. La revelación del destino de un hombre Dios es
también nuestro destino, y la herencia de gloria suya también es la nuestra.
Todo está manifestado ya en la resurrección de Cristo, que garantiza nuestra
propia transfiguración.
-“He tenido noticia de vuestra fe... y no ceso de dar gracias por
vosotros, recordándoos en mis oraciones”. Una buena manera de orar:
recordar a los que amamos... dar gracias a Dios por ellos... pronunciar sus
nombres... Juan, Ignacio, María Teresa, Eulalia... etc.
-“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os
conceda el espíritu de sabiduría para conocerle perfectamente”. Detenerse
para descubrir y conocer a Cristo. ¡Dame esa «sabiduría», Señor! ¡Concédela a
todos los que amo! A todos los hombres. ¡Que sepa yo trabajar para que te
descubran y conozcan!
-“La soberana grandeza de su poder para con nosotros los creyentes es la
misma fuerza, el poder y el vigor que desplegó en Cristo, resucitándole de
entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos”. ¡La «fuerza
divina» que trabaja en mi corazón de creyente, es, ni más ni menos, la misma
que resucitó a Jesús y lo elevó a los cielos! ¿Y me atreveré a desesperar de
mis pecados y de mis debilidades? Pero, esta maravilla que me ofreces, Señor,
¿la creo de veras, firmemente? ¿Qué hago de hecho, para conectar con esa
«corriente de fuerza» con este voltaje divino? En lugar de gemir en mis
momentos bajos, ¿busco la comunión con Cristo, me aferro a la fuerza de
resurrección que trabaja en el fondo de mi mismo?
-“Dios estableció a Cristo por encima de todas las potestades y seres que
nos dominan, sea cual fuere su nombre, no sólo en este mundo sino también en el
venidero. Pablo se complace en contemplar a Cristo elevado por encima de todas
las potencias angélicas”. Los efesios vivían en el temor de los
«espíritus»: se trata de una tendencia supersticiosa, todavía hoy, lejos de
desaparecer completamente. El cristiano es un hombre liberado de esos miedos.
Jesucristo es vencedor. Los ángeles malos, demonios, son criaturas, no pueden
mucho…
-“Dios sometió bajo sus pies todas las cosas... Le constituyó «Cabeza
suprema de la Iglesia» que es su Cuerpo, la Plenitud total del que lo llena
todo en todo”. Tú si puedes, Señor, y tu Iglesia, ¡el «cuerpo» de Cristo!
¡El lugar de su presencia activa, el cumplimiento total de Cristo! Entre Cristo
y la Iglesia rigen las relaciones de la cabeza con el resto del organismo. Un
influjo vital pasa de Cristo a la Iglesia. La Iglesia es también «el pueblo que todos nosotros formamos»,
un pobre grupo humano, lleno de debilidad y de pecado y que a menudo hace de
pantalla que oculta a Cristo, en lugar de ser su «cumplimiento». Ruego, Señor,
por la Iglesia..., para que sea de veras lo que Tú quieras que sea (Noel
Quesson).
3. Señor, nos has hecho tan
grandes que no tenemos miedo de nada, como dice el salmo sobre Cristo y a todo
hombre: "lo hiciste (en apariencia)
poco inferior a los ángeles, (pero) lo coronaste de gloria y dignidad, le diste
el mando sobre las obras de tus manos".
Llucià Pou Sabaté
No hay comentarios:
Publicar un comentario