Viernes de la 29ª semana (par).
Jesús nos ayuda a entender los
signos de los tiempos, a ver la salvación, en acoger la llamada divina
“En aquel tiempo, decía Jesús a la gente: -«Cuando veis subir una nube
por el poniente, decís en seguida: "Chaparrón tenemos", y así sucede.
Cuando sopla el sur, decís: "Va a hacer bochorno", y lo hace.
Hipócritas: si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no
sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos
lo que se debe hacer? Cuando te diriges al tribunal con el que te pone pleito,
haz lo posible por llegar a un acuerdo con él, mientras vais de camino; no sea
que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al guardia, y el guardia te
meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no pagues el último
céntimo» (Lucas 12,54-59).
1.
Jesús, hoy nos quieres hacer entender que hay quien niega lo previsible:
-“Cuando veis subir una nube por el poniente
decís enseguida: "Tendremos lluvia", y así sucede. Cuando sopla el
viento sur decís: "Hará calor", y así sucede”. Por medio de esas
palabras, Jesús reprocha a sus conciudadanos no saber interpretar los
"signos de los tiempos", cuando son perfectamente capaces de
interpretar los signos meteorológicos. La Iglesia contemporánea cuida
especialmente de ser fiel a esa invitación de Jesús. En el Concilio Vaticano II
decía: "Es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de
los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose
a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de
la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura... Es necesario, por
ello, conocer y comprender el mundo en que vivimos, sus esperanzas, sus
aspiraciones y el rasgo dramático que con frecuencia le caracteriza.
-“¡Hipócritas! si sabéis interpretar el
aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo es que no sabéis interpretar el
"momento presente"? Los hombres del campo y del mar, mirando el
color y la forma de las nubes y la dirección del viento, tienen un arte
especial, a veces mejor que los meteorólogos de profesión, para conocer el
tiempo que va a hacer. Pero los judíos no tenían vista para "interpretar
el tiempo presente" y reconocer en Jesús al Enviado de Dios, a pesar de
los signos milagrosos que les hacía. Jesús les llama "hipócritas":
porque sí que han visto, pero no quieren creer.
La ofuscación
no era exclusiva de los contemporáneos de Jesús. Hay algunos muy hábiles en
algunas cosas y necios y ciegos para las importantes. Espabilados para lo
humano y obtusos para lo espiritual. Cuando Jesús se queja de esta ceguera
voluntaria, emplea la palabra "kairós" para designar "el tiempo
presente". "Kairós" significa tiempo oportuno, ocasión de
gracia, momento privilegiado que, si se deja escapar, ya no vuelve. Nosotros ya
reconocemos en Jesús al Mesías. Pero seguimos, tal vez, sin reconocer su
presencia en tantos "signos de los tiempos" y en tantas personas y
acontecimientos que nos rodean, y que, si tuviéramos bien la vista de la fe,
serían para nosotros otras tantas voces de Dios.
Voces quizá
ocultas bajo las ansias de libertad que tienen los pueblos, la solidaridad con
los más injustamente tratados, la defensa de los valores ecológicos de la
naturaleza, el respeto a los derechos humanos, la revalorización de la mujer en
la sociedad y de los laicos en la Iglesia... Podríamos preguntarnos hoy si
tenemos una "visión cristiana" de la historia, de los tiempos, de los
grandes hechos de la humanidad y de la Iglesia, viendo en todo un
"kairós", una ocasión de crecimiento en nuestra fe (J. Aldazábal).
El Concilio ha
reconocido algunos "signos de los tiempos" esenciales. He ahí
algunos: - la solidaridad creciente de los pueblos (A.S.,14) - el ecumenismo
(D. Ecum. 4) - la preocupación por la libertad religiosa (L.R.15) - la
necesidad del apostolado de los laicos (A.L.I). "Movido por la fe que le
impulsa a creer que quien le conduce es el Espíritu del Señor, que llena el
universo, el pueblo de Dios se esfuerza en discernir en los acontecimientos,
las exigencias y los deseos que le son comunes con los demás hombres de nuestro
tiempo y cuáles son en ellos las señales de la presencia o de los designios de
Dios" (G.S. 11).
"¡Darnos
cuenta" del momento en que nos encontramos! Dios conduce la historia, Dios
sigue actuando hoy. Más que dolernos añorando la Iglesia del pasado... Más que
evadirnos soñando la Iglesia de mañana... Es preciso, según la invitación de
Jesús, "darnos cuenta del momento en que nos encontramos". Sus
contemporáneos en la Palestina de aquella época no supieron aprovechar la actualidad
prodigiosa del tiempo excepcional que estaban viviendo. ¿Y nosotros? La
finalidad de la "revisión de vida" es tratar, humildemente de
"reconocer" la acción de Dios en los acontecimientos, en nuestras
vidas... para "encontrarlo" y participar en esa acción de Dios... a
fin de "revelarlo", en cuanto fuere posible, a los que lo ignoran.
Señor, ayúdanos a vivir los menores acontecimientos de nuestras vidas, como los
mayores, a ese nivel. Reconocer participar, revelar tu obra actual.
-“Y ¿por qué no juzgáis vosotros mismos lo
que se debe hacer?” El tiempo en el que "yo" estoy viviendo es el
único verdaderamente decisivo para mí. "Juzgad vosotros mismos"...
Nadie, nadie más que yo puede ponerse en mi lugar para esa opción.
-"Cuando vas con tu contrincante a ver
al magistrado, haz lo posible para librarte de él mientras vais de camino; no
sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el
alguacil te meta en la cárcel..." En Mateo, esa misma parábola (Mt 5,25)
servía para insistir sobre el deber de la caridad fraterna. Lucas coloca esa
parábola en una serie de consejos de Jesús sobre la urgencia de la conversión:
no hay que dejar para mañana la "toma de posición", el discernimiento
de los "signos de los tiempos" (Noel Quesson).
Los signos
de los tiempos: El Señor sigue pasando cerca de nuestra vida, con
suficientes referencias, y cabe el peligro de que en alguna ocasión no lo
reconozcamos. Se hace presente en la enfermedad o en la tribulación, en las
personas con las que trabajamos o en las que forman nuestra familia, en las
buenas noticias esperando que le demos las gracias. Nuestra vida sería bien
distinta si fuéramos más conscientes de la presencia divina y desaparecería la
rutina, el malhumor, las penas y las tristezas porque viviríamos más confiados
de la Providencia divina. La fe se hace más penetrante cuanto mejores son las
disposiciones de la voluntad. Cuando no se está dispuesto a cortar con una mala
situación, cuando no se busca con rectitud de intención sólo la gloria de Dios,
la conciencia se puede oscurecer y quedarse sin luz para entender incluso lo
que parece evidente. Si la voluntad no se orienta a Dios, la inteligencia
encontrará muchas dificultades en el camino de la fe, de la obediencia o de la
entrega al Señor (J. Piepper, La fe, hoy).
La limpieza de
corazón, la humildad y la rectitud de intención son importantes para ver a
Jesús que nos visita con frecuencia. Rectifiquemos muchas veces la intención:
¡para Dios toda la gloria! Todos vamos por el camino de la vida hacia el
juicio. Aprovechemos ahora para olvidar agravios y rencores, por pequeños que
sean, mientras queda algo de trayecto por recorrer. Descubramos los signos que
nos señalan la presencia de Dios en nuestra vida. Luego, cuando llegue la hora
del juicio, será ya demasiado tarde para poner remedio. Este es el tiempo
oportuno de rectificar, de merecer, de amar, de reparar, de pagar deudas de
gratitud, de perdón, incluso de justicia. A la vez, hemos de ayudar a otros que
nos acompañan en el camino de la vida a interpretar esas huellas que señalan el
paso del Señor cerca de su familia, de su trabajo... Hemos de saber descubrir a
Jesús, Señor de la historia, presente en el mundo, en medio de los grandes
acontecimientos de la humanidad, y en los pequeños sucesos de los días sin
relieve. Entonces sabremos darlo a conocer a los demás (Francisco Fernández
Carvajal).
2. La carta de
Efesios insiste en esa vida de hijos de Dios:
-“Yo, preso por Cristo, os exhorto a que
viváis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados...”
Pablo, «cautivo de una causa divina», anima a sus fieles a mantenerse firmes.
-“Todo con mucha humildad, mansedumbre,
paciencia, soportándoos unos a otros por amor... Reunidos en la paz, poniendo
empeño en conservar la unidad en un mismo Espíritu”. La fe no es sólo una
idea hermosa y justa, es una convicción que compromete todo su ser, y que le
obliga a adoptar unos comportamientos muy concretos, muy prácticos en la vida
corriente... en particular en el ámbito de las relaciones humanas elementales.
Humildad, Dulzura, Paciencia, Ayuda mutua.
Cuidado de
conservar la unidad. Señor, ayúdame a mirar mi vida cotidiana desde este
ángulo.
-“Un solo Cuerpo... Un solo Espíritu... Un
solo Dios y Padre...” Fórmula Trinitaria: la exigencia de la unidad de
todos los hombres es absoluta, esencial... el secreto de la «unidad» del género
humano procede de la vida común de las Tres divinas personas. En el esquema
sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II ha revalorizado esta convicción: «La
Iglesia es el sacramento, es decir, el «signo» e «instrumento» de la intima
unión con Dios y de la unidad de todo el género humano... Las condiciones de
estos tiempos añaden a este deber de la Iglesia una nueva urgencia. Es preciso
que todos los hombres, unidos hoy más íntimamente entre ellos por toda clase de
relaciones sociales, técnicas y culturales, consigan también la plena unidad en
Cristo» (Lumen Gentium 1).
«La Iglesia se
manifiesta como una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo» (ibid, 4). Quiero contemplar, Señor, tu Dinamismo
Trinitario obrando en el mundo: el progreso de toda solidaridad, de todo
trabajo en equipo, de todo acuerdo entre gentes que no se entendían, de todo
compromiso al servicio de los demás, de todo servicio prestado... etc. Dios
está allí donde «varios forman uno solo». Quisiera, Señor, que toda mi vida
concreta, humilde, modesta, pequeña, cotidiana, marchase en el sentido de tu
Dinamismo Trinitario.
-“Cristo... El Espíritu... El Padre...” La
labor de Cristo, en el Espíritu, hasta el Padre. La humanidad se remonta hacia
la unidad (Noel Quesson).
-“Una sola esperanza... Una sola fe... Un
solo bautismo...” Una sola vocación, en la Iglesia, que se concreta en el
lugar donde cada uno estamos, en ese diálogo entre Dios y el hombre que es la
historia.
3. El salmo
nos muestra el Señor del que “es la
tierra y cuanto la llena, / el orbe y todos sus habitantes: / él la fundó sobre
los mares, / él la afianzó sobre los ríos”. Ante él está “el hombre de manos inocentes / y puro
corazón, / que no confía en los ídolos”. En la liturgia pedimos al Padre: "danos
entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la
palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado" (Plegaria V b), y
también que "crezcamos en la fidelidad al evangelio, que nos preocupemos
de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las
esperanzas de los hombres" (Plegaria V c).
Llucià Pou
Sabaté
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