iDomingo de la 30ª semana (B).
Jesús cura a los ciegos y nos da luz para que podamos ver cuando no somos
capaces.
“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y
bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde
del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: -
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se
callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se
detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo,
levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
Jesús le dijo: - «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: -
«Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: - «Anda, tu fe te ha curado.» Y al
momento recobró la vista y lo seguía por el camino” (Marcos 10,46-52).
1. El Evangelio nos dice que Jesús sale de Jericó camino de Jerusalén.
Va con sus discípulos y más gente. De pronto se escuchan unos gritos. Es un
mendigo ciego que, desde el borde del camino, se dirige a Jesús: «Hijo de David, ten compasión de mí». Su
ceguera le impide disfrutar de la vida como los demás. Él nunca podrá
peregrinar hasta Jerusalén. El mendigo ciego Bartimeo está sentado en el camino
de la vida. Entonces los caminos eran los lugares de paso; por tanto, todos los
que deseaban encontrarse con la gente iban a los caminos. Jesús camina con
nosotros. Al oír que pasaba Jesús, lo llama por su nombre: Jesús, Hijo de
David.
Decir el Nombre de Jesús salva. "Esta
invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la
oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más
habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte
Athos es la invocación: «Jesús, Cristo,
Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno
cristológico de Flp 2,6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego.
Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la
misericordia de su Salvador" (2667).
Jesús se acerca, a pesar de que
la gente trata de alejar al ciego del Señor. San Josemaría comentaba con
frecuencia esta escena: "¿No te entran ganas de gritar a ti, que estás
también parado a la vera del camino, de ese camino de la vida… a ti, que te
faltan luces…: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí? ¡Qué hermosa
jaculatoria, para que la repitas con frecuencia!".
“Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo
de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron
al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio
un salto y se acercó a Jesús” A veces hemos de dejar cosas, para seguir
mejor a Jesús, porque cargados de tonterías no podemos seguirle.... y “comienza
un diálogo divino, un diálogo de maravilla, que conmueve, que enciende, porque
tú y yo somos ahora Bartimeo. Abre Cristo la boca divina y pregunta: …“¿qué quieres que te conceda?” Y el ciego: “Maestro,
¡que vea!”… Yo no puedo dejar de recordar que, al meditar este pasaje
muchos años atrás, al comprobar que Jesús esperaba algo de mí -¡algo que yo no
sabía qué era!-, hice mis jaculatorias. Señor, ¿qué quieres?, ¿qué me pides?
Presentía que me buscaba para algo nuevo y Maestro, que vea- me movió a
suplicar a Cristo, en una continua oración: Señor, que eso que Tú quieres, se
cumpla… Ahora es a ti, a quien habla Cristo. Te dice: ¿qué quieres de Mí? ¡Que
vea, Señor, que vea! Y Jesús: anda, que tu fe te ha salvado. E inmediatamente
vio y le iba siguiendo por el camino.
Seguirle en el camino. Tú has
conocido lo que el Señor te proponía, y has decidido acompañarle en el camino.
Tú intentas pisar sobre sus pisadas, vestirte de la vestidura de Cristo, ser el
mismo Cristo: pues tu fe, fe en esa luz que el Señor te va dando, ha de ser operativa y
sacrificada… hemos de andar a su ritmo con obras llenas de generosidad,
arrancando y soltando lo que estorba.”
Hace algunos años, en los Juegos
Olímpicos Especiales de Seattle, nueve participantes, todos con discapacidad
mental o física, se alinearon para la partida de la carrera de los 100 metros lisos. A la
señal, todos partieron, no exactamente rápidos, pero con ganas de dar lo mejor
de sí, terminar la carrera y ganar. Todos, menos un muchacho que tropezó en la
pista, cayó rodando y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron el llanto,
disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Entonces, se voltearon y
regresaron. Una de las muchachas, con Síndrome de Down, se arrodilló, le dio un
beso al muchacho y dijo: "Listo, ahora te vas a mejorar."
Entonces, los nueve competidores se dieron los brazos y
caminaron juntos hasta la meta. El estadio entero se levantó y los aplausos
duraron muchos minutos. Todavía hoy, las personas que ahí estaban siguen
repitiendo esta historia. Jesús estuvo ahí, en esos chicos, abriendo los ojos a
los que miraban, para que aprendieran que la vida se vive mejor com-partiendo
que com-pitiendo.
2. Jeremías dice de parte de Dios unas palabras de consuelo, que
curará ciegos y cojos. “Se marcharon
llorando, los guiaré entre consuelos… Seré un padre para Israel”. Es un
himno de alegría, la marcha llorosa del pueblo se cambia en un volver gozoso,
el llanto se transforma en alegría, por el gran amor de Dios hacia Israel. Hay
momentos oscuros en los que parece que Dios calla, se oculta... pero nunca se
olvida: Dios es siempre fiel con su pueblo. Y ésta debe ser también la razón de
nuestra alegría. Cuando nosotros sintamos la tristeza, el abandono, hemos de
creer –saber- que Dios sigue ahí a
nuestro lado y no tener miedo. Es el buen pastor que cuida de los que van despistados
y se preocupa de que nadie se quede en el camino. El corazón de Dios es el de
un padre que nos quiere con locura, es Padre de Israel.
El Salmo recuerda cómo “el
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”: “nos parecía soñar: la boca se nos llenaba
de risas, la lengua de cantares”, y es que uno canta cuando está contento,
porque con Dios vamos bien, aunque a veces lo hemos pasado mal: “los que sembraban con lágrimas cosechan
entre cantares. Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve
cantando, trayendo sus gavillas”. Es un cantar para la fiesta de la
cosecha, cuando todo es alegría, y así el torrente de agua viva que hace
florecer toda la tierra en primavera, hace que las semillas del grano de trigo
que mueren bajo tierra den lugar al nacimiento a la alegría de las cosechas.
Esto recuerda la salida de la esclavitud de Egipto y la conquista de la tierra
prometida, la cárcel de Babilonia y la liberación y reconstrucción de
Jerusalén, y la única verdadera "liberación" que es la Pascua de
Jesús. Jesús habla de la "semilla" muchas veces, y del grano de trigo
y de sembrar y de dar fruto. Ante los fracasos hemos de pensar que Jesús está
ahí, en nuestro corazón, y que nos dice “venga, no te rajes, que tú puedes”, y
con su fortaleza damos un paso más, y aquello se va haciendo como una bola de
nieve, que al principio cuesta, pero se va volviendo más grande, y lo que
costaba mucho ya no nos cuesta: estudiar, pedir perdón, hacer las paces, o lo
que sea… nos vamos haciendo más fuertes, más bondadosos, con un corazón cada
vez más grande, si lo hacemos todo con Jesús, que no quiere que nos amarguemos
cuando algo no nos sale sino que lo arreglemos enseguida con humildad, con
alegría, volviendo a comenzar enseguida.
Nuestra esperanza no es la vaga
esperanza de que las cosas se arreglarán algún día, en el cielo… Es la certeza
de que Dios "está en acción" para curarnos hoy, cada día, está
haciendo madurar la cosecha. Dios quiere sólo nuestra colaboración. La
salvación es un "don gratuito". Entonces la risa llena nuestra boca,
¡el canto nuestra lengua! La admiración y belleza de este canto continúan en el
de la Virgen después de la Anunciación cuando exclama: “porque ha hecho en mí
cosas grandes el Todopoderoso”. Y hará grandes cosas con nosotros si le dejamos
hacer: “nos parecía soñar”.
3. La Carta a los Hebreos nos dice esta semana que Jesús
ha sido proclamado por Dios: «Tú eres mi
Hijo: yo te he engendrado hoy», y «Tú eres sacerdote eterno.» Es el
sacerdocio de Cristo, y de ahí viene que somos con Él sacerdotes. Cuando yo
vivía en Roma un seminarista amigo, alemán, me decía que ser sacerdote es lo
más importante que se puede ser en la vida. Le dije que celebrar Misa era lo
más alto, pero que la santidad no era eso, que mi madre era mucho más santa que
yo y no era sacerdote. Eso le hizo pensar y no confundir dos cosas: misión de
cada uno en la Iglesia, la función que tenemos, y la importancia de la santidad
que está en otra cosa, en el amor, porque entonces sería menos importante una
mujer por no poder ser sacerdote. Lo esencial en la Iglesia es la santidad,
como vemos en María Virgen.
Lo más importante en mi vida es
mi ser hijo de Dios, mi sacerdocio real, lo que aprendí de mi madre: procurar tener
buen corazón, hacer el bien, y para eso, rezar a mi Dios, a mi Jesús. Las
oraciones aprendidas de mi madre, al levantarme y acostarme, tratar a Jesús y
María, y pedir ayuda a mi ángel de la guarda, cosas que aunque abandonemos en
algún momento nunca olvidaremos. La Misa de los domingos en familia, la primera
comunión y las siguientes con una preparación exquisita, por parte de la
parroquia. Cuando vemos que la gente nos quiere, nos sentimos en casa, y nos
quedamos con ellos. Esto es lo que pasó con Jesús y la Iglesia, la familia de
los cristianos, los amigos de Dios. Y algunos de estos son sacerdotes para
seguir lo que Jesús nos dejó, los Sacramentos. Este año está dedicado a rezar
por los sacerdotes, y podemos hacer una oración especial por ellos, y para que
haya más y sobre todo sean santos, buenos.
Llucià Pou Sabaté
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