Domingo
de la 29ª semana (B). Para vivir la vida hemos de servir a los demás, como
Jesús que ha venido a salvarnos con su amor
“En
aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le
dijeron: - «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.» Les preguntó:
- «¿Qué queréis que haga por vosotros?» Contestaron: - «Concédenos sentarnos en
tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Jesús replicó: - «No sabéis
lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de
bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: - «Lo
somos.» Jesús les dijo: - «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os
bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi
derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» Los
otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús,
reuniéndolos, les dijo: - «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los
pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el
que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea
esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan,
sino para servir y dar su vida en rescate por todos» (Marcos
10,35-45).

Propósito: - Cada noche al
acostarme miraré a Jesús a la cara y, si en algo te he disgustado, le pediré
perdón. Demos gracias a Jesús, que con su Sangre nos ha purificado de nuestros
pecados, diciéndole: - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten
piedad de nosotros. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten
piedad de nosotros. - Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la
paz (Fomento).
¿Cada cuándo tengo que
confesarme? La Iglesia pone el mínimo una vez al año, pero el Espíritu Santo
nos sugiere que nos acerquemos con más frecuencia, la que cada uno quiera (semanal,
quincenal, mensual…) pues la confesión además de limpiar de los pecados nos da
fuerzas, nos hace amigos de Dios. Me decía un sacerdote anciano que mientras
que la comunión a veces no sentimos nada, siempre que nos confesamos sentimos
un gozo y paz, una alegría hasta física, como un regalo del cielo.



El Salmo nos dice que “la palabra del Señor es sincera… y su
misericordia llena la tierra”, que la gran obra de Dios es la salvación de
Jesús, donde la mirada eterna e
invisible de Dios se transparenta en la retina visible del Cristo. "¡Los
ojos deseados que tengo en mis entrañas
dibujados!" (S. Juan de la Cruz). Y mirada también de la Virgen que dice al Dios enamorado, que viene a
visitarnos, que también en la tierra se mira como se mira en el Cielo. Le preguntaron a unas
monjas carmelitas descalzas cómo hacían para no aburrirse sin ver la tele, sin
estar al día de las noticias… y ellas contestaron que su “tele”
era el Sagrario… ahí está el Corazón de Jesús, la
puerta del cielo, la ventana mágica para sentir sobre nosotros la "mirada
de Dios", para sentir cuando nos sintamos débiles la defensa más segura
para todas las tentaciones, y la fuerza más grande de todo poder humano. Ante
un mundo de violencia, ambición y guerra, pienso en las personas comprometidas
a favor de la vida, las actividades que organizan respiran alegría, paz y “buen
rollo”, orden, optimismo, esperanza… una lucha pacífica que da confianza para
que las familias puedan hacer oír su voz en la calle sin que los políticos las
manipulen, y poco a poco puedan cambiar la sociedad. En una de esas
manifestaciones escuché la “canción de los niños”, de Perales, sonaba como una
canción de paz para cambiar las leyes… y al final, «el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de
edad en edad», que es lo que hace feliz al hombre, por tanto hemos de tener
confianza: Dios nos ha hablado, Cristo nos ha prometido que todo irá bien.

3. Es lo que nos dice la Carta a los Hebreos: “Hermanos: Mantengamos la confesión de la
fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús,
Hijo de Dios”, y desde allí nos prepara un lugar, y cuida de que no nos
descaminemos, nos va guiando; además nos comprende porque ha pasado por lo que
pasamos nosotros: “No tenemos un sumo
sacerdote incapaz de compadecerse nuestras debilidades, sino que ha sido
probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso,
acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y
encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”. Pues acudamos a Él, a
través de la Virgen, su Madre y nuestra.
Llucià
Pou Sabaté
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