VIERNES DE LA SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA: Pedro, pescador y pecador, por la misericordia divina es
ahora pastor, su vida es llevar a las almas a Dios.
Hechos de los
apóstoles 25, 13-21: Pasados algunos días llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice y fueron
a saludar a Festo. 14Como se detuvieron allí unos días, Festo mencionó al rey
el asunto de Pablo, diciendo: Hay aquí un hombre que Félix dejó en prisión,
15contra quien presentaron acusación los Sumos Sacerdotes y los ancianos de los
judíos, cuando estuve en Jerusalén, pidiendo sentencia condenatoria. 16Yo les
contesté que no es costumbre entre romanos entregar a un hombre antes de que el
acusado tenga delante de él a sus acusadores y la oportunidad de defenderse de
la acusación. 17Cuando llegaron a mí, me senté al día siguiente en el tribunal,
sin ninguna dilación, y ordené que trajeran a aquel hombre. 18Los acusadores se
presentaron ante él, pero no alegaban ninguna acusación de los delitos que yo
sospechaba. 19Tenían contra él ciertas cuestiones de su religión y de un tal
Jesús, ya muerto, de quien Pablo afirma que vive. 20Perplejo por estas
cuestiones, le propuse si deseaba ir a Jerusalén para ser juzgado allí de estas
cosas. 21Pero como Pablo apeló para que su causa sea reservada a la decisión
del César, mandé custodiarlo hasta que lo pueda enviar al César.
Salmo
responsorial: 103/102, 1-2.11-12.19-20: Bendice, alma mía, al Señor, / y con todo mi
ser a su Nombre santo. / Bendice, alma mía, al Señor, no olvides ninguno de tus
beneficios. / Pues cuando se elevan los cielos sobre la tierra, / Así prevalece
su misericordia con los que le temen. / Cuanto dista el oriente del occidente,
/ así aleja de nosotros nuestras iniquidades. / El Señor estableció su trono en
los cielos, / su reino domina todas las cosas. / Bendecid al Señor, ángeles
suyos, / fuertes guerreros, que ejecutáis sus mandatos, prestos a obedecer a la
voz de su palabra.
Evangelio según
san Juan 21, 15-19 (Jn 21,1-19 se lee en el 3º domingo de Pascua C): Después de la resurrección,
habiéndose aparecido Jesús a sus discípulos junto al mar de Tiberíades, y
comiendo con ellos, preguntó a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más
que éstos? Pedro contestó: sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Y Jesús le dijo:
apacienta mis corderos. Por segunda vez le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me
amas? Él le contestó: sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Y Él le dijo:
apacienta mis ovejas. Por tercera vez le preguntó: Simón, hijo de Juan, ¿me
quieres? Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo
quería, y le contestó: Señor, Tú lo conoces todo, Tú sabes que te quiero. Jesús
le dijo: apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más
joven te ceñías tú mismo e ibas a donde querías; pero cuando envejezcas
extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieras. Esto lo
dijo Jesús indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto,
añadió: sígueme.
Comentario: 1. Los personajes históricos que se van citando
en estas páginas últimas de los Hechos -gobernadores, oficiales, soldados- se
conocen por los documentos civiles de la época: en Cesarea, por ejemplo, se ha
encontrado recientemente una inscripción que indica el asiento que ocupaba
«Pontius Pilatus» cuando asistía a las representaciones teatrales. Allí Pablo
encontró al gobernador Felix, luego al gobernador Festus, después a Agripa… Al
ver Pablo que Festo había ido ya demasiado lejos, apeló al César haciendo uso
de nuevo de su derecho de ciudadano romano y bloqueando su proceso en el punto
en que se encontraba.
Pablo afirma que Jesús está
vivo. Y ciertamente Él no se ha alejado de entre nosotros; sólo se ha hecho
invisible, pero continúa con nosotros; más aún: habita en nuestro propio
interior. Por Él debemos estar dispuestos a ir hasta el último rincón de la
tierra para proclamar su Evangelio. Pues el cumplimiento de la misión que el
Señor nos ha confiado debe impulsarnos no sólo a darlo a conocer, sino a
esforzarnos denodadamente para que su salvación y su vida lleguen a toda la
humanidad, y surja así una humanidad nueva en Él.
2. Sal. 102. Bendigamos al Señor por su bondad
y su misericordia para con nosotros. Él nos ha hecho el mayor de todos los
beneficios y ha ido más allá de nuestras esperanzas, pues por medio de su Hijo
no sólo nos ha perdonado nuestros pecados, sino que nos ha hecho hijos suyos.
Nuestra alabanza al Señor no la daremos sólo con nuestros labios, sino con todo
nuestro ser, pues a pesar de que Dios tiene su trono santo en el cielo, no nos
contempla como juez, ni conforme a los criterios de los gobernantes de este
mundo, sino como un Padre lleno de amor y de ternura por sus hijos.
“La bendición a Dios expresada
en este salmo, una de las piezas más bellas y de espiritualidad más profunda
dentro del Antiguo Testamento, es asumida, adquiriendo nuevas dimensiones, en
la bendición del comienzo de la Carta a los Efesios. Ahí, en efecto,
se alaba a Dios por colmarnos de toda clase de bendiciones en Cristo (Ef 1,2;
Sal 103,3-5), porque nos ha redimido mediante su sangre de todos nuestros delitos
(Ef 1,7; Sal 103,10), y porque no sólo nos ha tratado como hijos (Sal 103,13),
sino que incluso nos ha hecho sus hijos de adopción (Ef 1,5)” (Biblia de
Navarra). La Iglesia lo proclama también en la
fiesta del Sagrado Corazón, pues se proclama aquí la inmensidad de la
misericordia divina (vv. 11-12), imagen de la que Dios nos da en Jesús.
3. Jn. 21, 15-19. Puesto que ya hemos leído la
Pasión según san Juan el Viernes Santo... y las apariciones de Jesús
resucitado en los días de Pascua... saltamos hoy y mañana seguidamente, a las
dos últimas páginas del evangelio de san Juan. Ya habíamos leído esta aparición
en la primera semana de Pascua -por tanto el final de la
Pascua conecta con su principio- pero hoy escuchamos el diálogo «de
sobremesa» que tuvo lugar después de la pesca milagrosa y el encuentro de Jesús
con los suyos, con el amable desayuno que les preparó. El diálogo tiene como
protagonista a Pedro, con las tres preguntas de Jesús y las tres respuestas del
apóstol que le había negado. Y a continuación Jesús le anuncia «la clase de
muerte con que iba a dar gloria a Dios».
-“Simón, ¿me amas más que éstos?”
Tres fueron las negaciones de Pedro, y para que no esté triste tres son las
veces que Jesús pregunta a Pedro si le quiere. Jesús necesita que le digamos no
tres sino 33 veces cada día que le queremos. Las faltas de amor no nos han de
agobiar, se arreglan con actos de amor. Esto nos hace pensar en el sacramento
del perdón, para confesar nuestros pecados, y tener una alegría inmensa. Jesús,
a las orillas del lago, acaba de comer con sus discípulos; que los momentos de
desafección acaben así, con una fiesta. En la gran corriente de la
Historia del mundo, de que hablan la prensa y la radio se halla esta
"mi" aventura personal que se desarrolla desde "mi" fe.
"¿Me amas, Tú?" No puedo refugiarme en la respuesta de los demás. Es
a mí a quien concierne, soy yo el preguntado: -“Sí, Señor, Tú sabes... Es
así... también el Señor conoce muy bien la debilidad de Pedro. Pero Pedro apela
a ese conocimiento aun más profundo que Jesús tiene de él: "¡Tú bien sabes
que yo te amo!"
-“Apacienta mis corderos”.
Después del perdón, vuelta al trabajo… La intimidad de la Fe y la respuesta de amor de Pedro
no se han escrito para ser saboreadas sentimentalmente sino para ser transformadas
en responsabilidad. La relación personal con Jesús, ciertamente indispensable
no es un "dúo afectivo" que se cierra sobre "los dos". Este
amor es la fuente de un lanzamiento hacia los demás. Puesto que amas a Dios, sé
responsable de los demás; sé su pastor... vela sobre ellos... condúceles a los
verdes pastos.
-“Tres veces Jesús le preguntó
"¿Me amas, tú?" Las tres preguntas sucesivas quizá recuerdan a Pedro
las tres veces que había negado a su Maestro. Jesús usa dos veces el verbo amar
(agapás me) y Pedro contesta siempre con otro verbo: te quiero (filo se), no se
atreve a decir que ama con un amor tan grande como el que Jesús nos ama. La
tercera vez Jesús toma el verbo de Pedro: me quieres (filéis me). También usa
el Señor verbos distintos: boske y póimaine, que traducimos respectivamente
apacienta y pastorea (así también de la Torre ), teniendo el segundo un
sentido más dinámico: llevar a los pastos. En cuanto a corderos (arnía) y
ovejas (próbata) - el probátia: ovejuelas, que algunos prefieren la segunda
vez, no añade nada (cf. Pirot) - indican matices que han sido interpretados muy
diversamente. Según Teofilacto, los corderos serían las almas principiantes, y
las ovejas las proficientes. Según otros, representan la totalidad de los
fieles, incluso los pastores de la
Iglesia. Pirot hace notar la relación con el redil del Buen Pastor (10, 1 - 16; cf.
Gál. 2, 7 - 10). El Concilio Vaticano invocó este pasaje al proclamar el
universal primado de Pedro (Denz. 1822), cuya tradición testifica autorizadamente
S. Ireneo, obispo y mártir. Ello no obstante es de notar la humildad con que
Pedro sigue llamándose simplemente copresbítero de sus hermanos en el
apostolado (I Pedr. 5, 1; cf. Hech. 10, 23 y 26 y notas), a pesar de ser el
Pastor supremo. Él había afirmado en la
Ultima Cena que, aunque todos abandonaran a Jesús, él no lo abandonaría. Pero
luego lo negó tres veces, jurando que ni le conocía. Ahora, a la pregunta de
Jesús: «Pedro, ¿me amas más que éstos?», tiene que contestar con mucha más
humildad: «Señor, tú sabes que te quiero». Se cuida mucho de no añadir que «más
que los demás». “Pedro se entristeció de que le preguntara por tercera vez”. La
triple negación es ahora una triple pregunta. Esto es lo que evidentemente
piensa Pedro. Un buen responsable en la
Iglesia o en un grupo cualquiera. Ciertamente no es el que aplasta a los
otros con su superioridad... es el que conoce su propia debilidad y cuenta más
con la amistad de Dios que con sus propias fuerzas humanas. En la
Iglesia sobre todo, el Papado o el Episcopado deben distinguirse por esta
señal: ser conscientes de sus propios límites, amar, acordarse de su propia
debilidad. El primado de Pedro, su responsabilidad sobre sus hermanos, es una
carga que Cristo le confió, y que se apoya en una "profesión de
amor": Jesús le ha pedido incluso ser superiormente amante... "¿Me
amas tú, más que éstos?"
El momento será inolvidable.
Están los ocho alrededor de las brasas. Tienen frío y hambre, aunque no se
atreven a comer. Jesús les anima sonriendo. El ambiente tiene un clima familiar
y cálido propicio para las confidencias. Jesús va repartiendo el pan, como un
recuerdo del pan de cada día prometido.
Sólo una vez finalizado el
almuerzo, cuando todos hubieron reparado sus fuerzas, el Maestro comenzó a
hablar. Le gusta hacerlo en esa intimidad. Jesús se dirige a Simón para
confirmarle en la vocación de apóstol y otorgarle el primado. La conversación
está llena de matices; pues en ella se mezcla la ternura, el perdón y la
llamada a una mayor entrega. Y ocurre a orillas del mismo lago donde tres años
antes le había dicho: "Sígueme", y dejándolo todo, le había seguido.
Jesucristo interroga a Pedro,
por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la
triple negación. La primera pregunta se inicia con el nombre antiguo de Pedro
al decirle Jesús: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?" Pedro
debió sentir un sobresalto al sentirse llamado Simón, aunque no era infrecuente
que Jesús lo hiciese; pero sintió como si Jesús le dijese: "acuérdate de
tus orígenes, si quieres puedes volver a tu tranquila vida anterior. ¿Te
acuerdas de tus antiguas preocupaciones?". Y Pedro recuerda todo,
incluidas sus negaciones. "Sí, Señor, tú sabes que te amo" es la
respuesta de Pedro, quizá pronunciada en voz baja. (cf. Josemaría Escrivá). ¡Qué
lejos quedan los alardes de entusiasmo y fervor!; pero no es menos sincero que
antes. Ahora Pedro no se ha atrevido a responder a todo lo que el Señor le
preguntaba; por esto respondió ´Yo te amo´, sin decir ´más que estos´. No quiso
exponerse de nuevo. Él podía responder de su propio corazón; no debía ser juez
del corazón ajeno. La lección de humildad ha sido aprendida, debe confiar mucho
en Dios y poco en sí mismo si quiere ser fiel, y, desde luego, no compararse
con nadie.
"Apacienta mis
corderos" es la respuesta de Jesús. En las tres ocasiones que interroga a
Pedro sobre su amor confirma su misión como pastor a semejanza de Cristo.
“Las dos siguientes dice el
Señor: “Pastorea y apacienta mis ovejas”. Los matices son importantes. Lo
primero es nombrarle pastor. Al llamarle después de la primera pesca milagrosa
le dice que será “pescador de hombres”, ahora le nombra “pastor”. Cristo nunca
habla de sí mismo como pescador, en cambio muy frecuentemente se muestra como
"el buen pastor", el que cuida las ovejas, el que busca buenos
pastos, y defiende el rebaño de los lobos, no es un asalariado que huye ante el
peligro, llama a cada oveja por su nombre, va delante de ellas; las ovejas
conocen su voz pues es el pastor único que forma un sólo rebaño. Pedro será
Pastor del rebaño de Cristo” (Enrique Cases).
¿Qué significa que “el pescador”
es ahora “pastor”? Benedicto XVI trató del tema al comienzo de su pontificado,
cuando tiene lugar “la entrega del anillo del pescador. La llamada de Pedro a
ser pastor, que hemos oído en el Evangelio, viene después de la narración de
una pesca abundante; después de una noche en la que echaron las redes sin
éxito, los discípulos vieron en la orilla al Señor resucitado. Él les manda
volver a pescar otra vez, y he aquí que la red se llena tanto que no tenían
fuerzas para sacarla; había 153 peces grandes y, “aunque eran tantos, no se
rompió la red” (Jn 21, 11). Este relato al final del camino terrenal de Jesús
con sus discípulos, se corresponde con uno del principio: tampoco entonces los
discípulos habían pescado nada durante toda la noche; también entonces Jesús
invitó a Simón a remar mar adentro. Y Simón, que todavía no se llamaba Pedro,
dio aquella admirable respuesta: “Maestro, por tu palabra echaré las redes”. Se
le confió entonces la misión: “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”
(Lc 5, 1.11). También hoy se dice a la
Iglesia y a los sucesores de los apóstoles que se adentren en el mar de la
historia y echen las redes, para conquistar a los hombres para el Evangelio,
para Dios, para Cristo, para la vida verdadera. Los Padres han dedicado también
un comentario muy particular a esta tarea singular. Dicen así: para el pez,
creado para vivir en el agua, resulta mortal sacarlo del mar. Se le priva de su
elemento vital para convertirlo en alimento del hombre. Pero en la misión del
pescador de hombres ocurre lo contrario. Los hombres vivimos alienados, en las
aguas saladas del sufrimiento y de la muerte; en un mar de oscuridad, sin luz.
La red del Evangelio nos rescata de las aguas de la muerte y nos lleva al
resplandor de la luz de Dios, en la vida verdadera. Así es, efectivamente: en
la misión de pescador de hombres, siguiendo a Cristo, hace falta sacar a los
hombres del mar salado por todas las alienaciones y llevarlo a la tierra de la
vida, a la luz de Dios. Así es, en verdad: nosotros existimos para enseñar Dios
a los hombres. Y únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida.
Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No
somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es
el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno
es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados,
sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y
comunicar a los otros la amistad con Él. La tarea del pastor, del pescador de
hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en
definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer
su entrada en el mundo.
Quisiera ahora destacar todavía
una cosa: tanto en la imagen del pastor como en la del pescador, emerge de
manera muy explícita la llamad a la unidad. “Tengo, además, otras ovejas que no
son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz y
habrá un solo rebaño, un solo Pastor” (Jn 10, 16), dice Jesús al final del
discurso del buen pastor. Y el relato de los 153 peces grandes termina con la
gozosa constatación: “Y aunque eran tantos, no se rompió la red” (Jn 21, 11).
¡Ay de mí, Señor amado! ahora la red se ha roto, quisiéramos decir doloridos.
Pero no, ¡no debemos estar tristes! Alegrémonos por tu promesa que no defrauda
y hagamos todo lo posible para recorrer el camino hacia la unidad que Tú has
prometido. Hagamos memoria de ella en la oración al Señor, como mendigos; sí,
Señor, acuérdate de lo que prometiste. ¡Haz que seamos un solo pastor y una
sola grey! ¡No permitas que se rompa tu red y ayúdanos a ser servidores de la
unidad!”
-“Cuando eras joven te ceñías e
ibas adonde querías; cuando envejezcas, otro te ceñirá y llevará adonde no
quieras”. Una última parábola de Jesús, sobre la "juventud" y la
"vejez", sobre la "libertad" y la "coerción".
Llega una edad en la que no puede hacerse todo lo que se quisiera. ¿Cuál es la
significación, el valor de todo esto?
-“Jesús lo dijo indicando con
qué muerte había de glorificar a Dios”. Toda coerción, todo lo que nos conduce
"allá donde no quisiéramos ir", puede transformarse en
"martirio", en "testimonio" de amor: valor inmenso del
sufrimiento aceptado, participación en la redención universal de Jesús. Yo te
ofrezco, Señor, todas mis coerciones y limitaciones del día de hoy… (Noel
Quesson).
Pedro, el apóstol impulsivo, que
quería de veras a Jesús, aunque se había mostrado débil por miedo a la muerte,
tiene aquí la ocasión de reparar su triple negación con una triple profesión de
amor. Jesús le rehabilita delante de todos: «apacienta mis corderos...
apacienta mis ovejas». A partir de aquí, como hemos visto en el libro de los
Hechos, Pedro dará testimonio de Jesús ante el pueblo y ante los tribunales, en
la cárcel y finalmente con su martirio en Roma. Al final de la
Pascua , cada uno de nosotros podemos reconocer que muchas veces hemos sido
débiles, y que hemos callado por miedo o vergüenza, y no hemos sabido dar
testimonio de Jesús, aunque tal vez no le hayamos negado tan solemnemente como
Pedro. Tenemos la ocasión hoy, y en los dos días que quedan de Pascua, y cada
día, para reafirmar ante Jesús nuestra fe y nuestro amor, y para sacar las
consecuencias en nuestra vida, de modo que este testimonio no sólo sea de
palabras, sino también de obras: un seguimiento más fiel del Evangelio de Jesús
en nuestra existencia. También a nosotros nos dice el Señor: «sígueme». Desde
nuestra debilidad podemos contestar al Resucitado, con las palabras de Pedro:
«Señor, Tú sabes que te amo». Y también, imitando esta vez a Pablo, podemos
reafirmar que «creemos que Jesús, ese a quien el mundo da por difunto, está
vivo» (J. Aldazábal).
Con Juan Pablo II vimos este
seguimiento a la voz de Dios por parte de ese Papa grande, en muchas cosas: en
su testamento dijo que no dejaba nada material: en realidad, todos sabemos que
lo ha dado todo, y lo que es más, que se ha dado del todo. El Cardenal
Ratzinger dijo en el funeral que desde que Karol escuchó la voz del Señor:
“¡Sígueme!” comenzó aquella respuesta a la vocación que fue dando con su vida,
en una respuesta total a la llamada divina (cf. Juan 15, 16), como el buen
pastor que “da su vida por las ovejas” (Juan 10, 11) y les lleva a permanecer
en el amor (cf. Juan 15, 9). El recuerdo de la entrega de este gigante de la
Historia puede aprovecharnos, para sacar propósitos de santidad: «¡Levantaos,
vamos!», nos decía hace poco con las palabras que Jesús dirigió a sus apóstoles
somnolientos; palabras que hoy resuenan en nuestros oídos con un tono especial
de más exigencia, para “levantarnos” en una entrega al ritmo de la suya, pues
lo hemos visto luchar sin cansancio hasta el final, superando todo tipo de
dificultades, fiel hasta la muerte, en una vida llena. No se reservó nada para
él, quiso darse del todo. “El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro
querido Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo
sabe”, sigue diciendo Ratzinger: A Juan Pablo II le pasó como a san Pedro, a
quien Jesús dijo: “«cuando eras joven…, ibas adonde querías; pero cuando
llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no
quieras» (Juan 21, 18)... En el primer período de su pontificado el Santo
Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los
confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de
Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: «Otro te
ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el
Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta
el fin”.
Jesús profetiza a Pedro el
martirio en la cruz, lo que ocurrió en el año 67 en Roma, en el sitio donde hoy
se levanta la Basílica de S. Pedro (cf. II Pedr. 1, 12
- 15. Véase 13, 23). Con Pedro y María, vamos preparando la fiesta de la
Pentecostés : Ven, Espíritu divino, espíritu de este amor para seguir a Jesús
haciendo nuestra su vida de entrega... Riega la tierra en sequía, sana el
corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el
espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Y también nosotros “encontramos
consuelo en este poder de las llaves que Jesucristo otorga a todos sus
sacerdotes-ministros, para volver a abrir las puertas de su amistad. —Señor,
veo que un desamor se arregla con un acto de amor inmenso. Todo ello, nos
conduce a valorar la joya inmensa del sacramento del perdón para confesar
nuestros pecados, que realmente son “des-amor”.
El amor a Cristo no puede ser
auténtico mientras no se traduzca en un verdadero servicio a nuestro prójimo.
Cuidar, velar de él, procurar su bien, defenderlo del mal y de las insidias de
los malvados, estará indicando el grado de amor que realmente le tenemos a
Cristo. Si en verdad amamos a Cristo debemos dejarnos conducir por su Espíritu.
Mientras uno es joven, inmaduro, va por los propios caminos, por los propios
caprichos e imaginaciones. Una fe madura debe llevarnos a dejarnos conducir por
el Espíritu que, como el viento, nos llevará por donde Él quiera. Entonces
podremos ser auténticos testigos de Cristo, dispuestos incluso a derramar
nuestra sangre por Él en favor de nuestro prójimo, a quien amaremos como
nosotros hemos sido amados por el Señor. En la
Eucaristía el Señor nos comunica su Vida, su Amor para que realmente podamos
transformarnos por obra de su Espíritu en nosotros. El Señor espera de nosotros
no sólo un momento de oración, tal vez muy devota; Él quiere de nosotros un
auténtico compromiso de amor que nos lleve a amar y servir a nuestro prójimo
hasta el extremo, como nosotros hemos sido amados por Cristo. El Señor nos pide
que vayamos tras sus huellas de servicio, de entrega en favor de los demás.
Junto con Él nuestra vida se ha de entregar por los demás y nuestra sangre se
ha de derramar para el perdón de sus pecados. Unidos al Sacrificio redentor de
Cristo estamos aceptando darlo todo, con amor, para que el Reino de Dios y su
salvación llegue a todos. Cristo ha velado por nosotros, por nuestro bien, por
nuestra salvación. Ahora quiere que su Iglesia continúe con esa misma obra a
través del tiempo. Vivamos totalmente comprometidos con la obra de salvación
que el Señor nos ha confiado. Por eso, quienes vivimos la
Eucaristía debemos ir hacia nuestro prójimo como testigos de la
Resurrección de Cristo, hombres renovados y nacidos del Espíritu para estar al
servicio del Evangelio, amando, socorriendo, perdonando, levantando a nuestro
prójimo. Ir tras las huellas de Cristo no puede quedarse en un estar con Él en
algunos actos de piedad; ir tras las huellas de Cristo nos debe hacer testigos
de Él con la vida y las obras. Velar por nuestro prójimo no puede quedarse sólo
en remediarle sus necesidades materiales o corporales; mientras no procuremos
que el amor a Dios y al prójimo se haga realidad en ellos, mientras Cristo no
signifique todo para ellos, mientras no se dejen conducir por el Espíritu
Santo, mientras no les enseñemos a ir tras las huellas de Cristo estaremos
errando en la finalidad principal del anuncio del Evangelio. Roguémosle al
Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos
conceda la gracia de saber vivir en un auténtico amor a Dios, convirtiéndonos
en templos suyos, de tal forma que, desde ese amor y presencia del Señor en
nosotros, podamos vivir también con autenticidad el compromiso de salvación que
debemos cumplir en favor de nuestro prójimo. Amén (www.homiliacatolica.com)
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