Hechos 20,17-27: 17Desde Mileto envió un mensaje a Éfeso y convocó a los presbíteros de la iglesia. 18Cuando llegaron les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado en vuestra compañía desde el primer día que entré en Asia, 19sirviendo al Señor con toda humildad y lágrimas y con las dificultades que me han venido por las insidias de los judíos; 20cómo no dejé de hacer nada de cuanto podía aprovecharos, y os he predicado y enseñado públicamente y en vuestras casas, 21anunciando a judíos y griegos la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús. 22Ahora, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin conocer lo que allí me sucederá, 23excepto que por todas las ciudades el Espíritu Santo testimonia en mi interior para decirme que me esperan cadenas y tribulaciones. 24Pero en nada estimo mi vida, con tal de consumar mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús de dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios.
25Sé ahora que ninguno de vosotros, entre quienes pasé predicando el Reino, volveréis a ver mi rostro. 26Os testifico por ello en este día que estoy limpio de la sangre de todos, 27pues no dejé de anunciaros todos los designios de Dios. Hch 20, 17-27
Salmo responsorial: 67, 10-11.20-21: Derramaste una lluvia copiosa, oh Dios, / reconfortaste tu heredad extenuada. / Tu grey habitó en la heredad / que, en tu bondad, oh Dios, preparaste al pobre. // ¡Bendito sea el Señor, día tras día! / Él lleva nuestras cargas, es el Dios de nuestra salvación. / Dios es para nosotros el Dios que salva, / y al Señor, nuestro Dios, / debemos el escapar de la muerte.
Evangelio según san Juan 17,1-11 (también se lee el domingo 7ª de Pascua A): Jesús, dicho esto, elevó sus ojos al cielo y exclamó: Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique; ya que le diste poder sobre toda carne, que él dé vida eterna a todos los que Tú le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado. Yo te he glorificado en la tierra: he terminado la obra que Tú me has encomendado que hiciera. Ahora, Padre, glorifícame Tú a tu lado con la gloria que tuve junto a Ti antes de que el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los que me diste del mundo. Tuyos eran, me los confiaste y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo sino por los que me has dado, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y he sido glorificado en ellos. Ya no estoy en el mundo, pero ellos están en el mundo y yo voy a Ti.
Comentario: 1. Un motín dirigido contra Pablo obliga a éste a abandonar Éfeso. Las constantes persecuciones de los judaizantes le obligan a modificar continuamente sus planes de viaje: está acosado. Se acerca el desenlace. Sabe que, desde ahora no tardarán en atraparle. En su escala a Mileto se despide de los «Ancianos», venidos expresamente de Éfeso. En este tercer gran discurso de Pablo, el discurso de despedida emocionada a todas las iglesias que ha fundado, tenemos un verdadero testamento pastoral, está destinado especialmente a los que ejercen un cargo en la Iglesia (segunda parte). He aquí el retrato del «apóstol» según san Pablo (primera parte). Hoy y mañana escuchamos este discurso de despedida, y como en todo discurso de despedida, encontramos una mirada al pasado, otra al presente y una final al futuro de la comunidad (esta última la leeremos mañana). Pablo, ante todo, hace un resumen global de su ministerio, en el que se presenta a sí mismo como modelo de apóstol y de responsable de comunidad (tal vez hay que entender que es Lucas quien redactó un panegírico tan encendido de Pablo): «he servido al Señor», «no he ahorrado medio alguno», «he predicado y enseñado en público y en privado», «nunca me he reservado nada». Y todo esto con mil contratiempos y «maquinaciones de los judíos» contra él. La teología y la situación de las Iglesias que se manifiesta en su trasfondo hacen pensar que se trata de una composición literario-teológica de Lucas, como ocurre generalmente con los discursos de los Hechos. Pero no por eso tendría menos valor o es menos; pero la Biblia de Navarra indica al contrario que el patetismo, la agilidad y la hondura espiritual del discurso nos hablan de la autoría de Pablo.
Ahora Pablo se dirige a Jerusalén, «forzado por el Espíritu». Y de nuevo es admirable su actitud y disponibilidad: «no sé lo que me espera allí», aunque sí «estoy seguro que me aguardan cárceles y luchas». Y sin embargo va con confianza: «no me importa la vida: lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el SeñorJesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios».
-«Sirviendo al Señor, con humildad...» ha hecho un servicio, imitar a Cristo o dejar que Cristo hiciera por él: ser instrumento de Jesús. Lo que dice no es su propia palabra: Pablo es «servidor» de otro. En la humildad. Danos, Señor, da especialmente a los sacerdotes ese desprendimiento de cualquier suficiencia, de cualquier orgullo, para estar siempre y exclusivamente a tu servicio.
-“Con lágrimas y en medio de muchas pruebas... que me han ocasionado las maquinaciones de los judaizantes”. Ya sabe Pablo que «el servidor no está por encima de su amo». Tú lo dijiste, Señor. El apostolado no es un tranquilo entretenimiento. Toda responsabilidad en la Iglesia, toda vida cristiana auténtica están marcadas por la cruz. Para Pablo, su cruz principal vino de los que no aceptaban evolucionar, pasar del judaísmo a la fe en Cristo. Cada uno de nosotros tiene su cruz. Toda "prueba" tiene valor si sabemos asociarla a la redención. La salvación de la humanidad no se logra de otro modo, sino de la manera que Jesucristo ha establecido. Es duro Señor... pero danos la gracia de aceptarlo.
-“Yo nunca me acobardé, cuando era necesario anunciar la palabra de Dios”. Valentía. Seguridad. Audacia. «Yo nunca me acobardé» Esta fórmula deja suponer que alguna vez, Pablo sintió la tentación de «acobardarse», de huir, de callarse, de renunciar. Perdón, Señor por todas nuestras cobardías, por todos nuestros silencios.
-“En público y en privado, daba testimonio a judíos y a griegos para que se convirtieran a Dios”. Este fue el auditorio y la búsqueda de Pablo. ¡Sin discriminación! Si los judíos, por su estrechez de miras, perjudicaron tanto a Pablo, éste no les guarda ningún resentimiento: también a ellos ha de proclamar la Palabra de Dios, como la proclama a los griegos… diríamos hoy: «creyentes de siempre» y «no-creyentes»... También hoy la Palabra de Dios se dirige a todos. En los conflictos del mundo nuestro, en el que las clases sociales están, a veces, tan diferenciadas, ¡suscita, Señor, apóstoles como san Pablo! (cf. Presbiterorum ordinis 5).
-“Ahora, yo, encadenado por el Espíritu... sin saber lo que me va a suceder...” Este es el motor profundo de su acción apostólica. Está acabado. El dice «encadenado», pero por el Espíritu. No hace lo que quiere. Va donde el Espíritu le lleva. Es la aventura integral, sin ninguna previsión posible por adelantado. Decía san Josemaría Escrivá: “El camino del cristiano, el de cualquier hombre, no es fácil. Ciertamente, en determinadas épocas, parece que todo se cumple según nuestras previsiones; pero esto habitualmente dura poco. Vivir es enfrentarse con dificultades, sentir en el corazón alegrías y sinsabores; y en esta fragua el hombre puede adquirir fortaleza, paciencia, magnanimidad, serenidad (…) Lógicamente, en nuestra jornada no toparemos con tales ni con tantas contradicciones como se cruzaron en la vida de Saulo. Nosotros descubriremos la bajeza de nuestro egoísmo, los zarpazos de la sensualidad, los manotazos de un orgullo inútil y ridículo, y muchas otras claudicaciones: tantas, tantas flaquezas. ¿Descorazonarse? No. Con San Pablo, repitamos al Señor: siento satisfacción en mis enfermedades, en los ultrajes, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias por amor de Cristo; pues cuando estoy débil, entonces soy más fuerte”
-“Mi propia vida no cuenta para mí, con tal que termine mi carrera y cumpla el ministerio que he recibido del Señor Jesús”. Ha dado su vida. Ya no le pertenece. No cuenta para él. Ama. Vive para otro: Jesús.
-“Dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios...” Anunciar, por entero, la voluntad de Dios. Tal es el contenido del feliz mensaje: el don gratuito (Noel Quesson).
Pablo fue en verdad un gigante como apóstol y como dirigente de comunidades. El retrato que hemos visto hoy está más que justificado con las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo estas semanas: su entrega a la evangelización, su generosidad y su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Es un misionero excepcional y un líder nato. Pablo nos resulta un estímulo a todos nosotros. Lo que él hizo por Jesús y lo que estamos haciendo nosotros en la vida, probablemente no se pueden comparar. Al final de un curso, o de un año, o de nuestra vida, ¿podríamos nosotros trazar un resumen así de nuestra entrega a la causa de Cristo, de la radicalidad de nuestra entrega y del testimonio que estamos dando de El en nuestro ambiente? Confusión y vergüenza, en cuanto que la generosidad que vemos en Él no tiene límites en la entrega, mientras que la nuestra adolece casi siempre de cobardías, medias tintas, ambigüedades, reservas. No acabamos de ser totalmente de Cristo. También nosotros lo podemos todo con la fuerza del Espíritu. Recuerdo aquella poesía de Ernestina de Champourcin: “Espíritu que limpias, santificas y creas. / Espíritu que abrasas y consumes la escoria, / Tú que aniquilas todo lo inútil y lo impuro / y puedes convertirnos en antorchas vivientes, // ciéganos con tu luz, ven y arrasa este mundo, ven y arrasa este mundo / sucio de tantos siglos que lo surcan y agobian… / Se nos derrumba el suelo maltrecho y abrumado / bajo la carga inmensa del tiempo y del dolor. // Sana esta pobre tierra enferma de nosotros, / de nuestro andar confuso que no sabe abrir rastros, / de nuestra eterna duda con su temblor constante, / de las vacilaciones que ahogan la semilla. // Desgaja, rompe, azota… Seremos leño dócil / si quieres inflamarnos para prender tu hoguera. / Visítanos, al fin, con un viento de gracia / que aniquile y destruya para sembrar de nuevo. // Espíritu de Dios, quémanos las entrañas / con ese fuego oculto que corroe y devora. / Cuando sólo seamos unos huesos ardientes / se iniciará en nosotros la gloria de tu reino”.
A nosotros nos falta generosidad y nos sobra cobardía. Es que no nos dejamos ganar por la voluntad del Padre, por la oración de Jesús, por la invitación del Espíritu. Cristo dice al Padre que ha cumplido su misión y que nos ha adoctrinado. Pero reconoce que nos encuentra siempre débiles; y ardientemente ruega por nosotros al Padre. Y al hacer su oración por nosotros, nos va señalando el buen camino: Reconocernos como somos, y confiar en el que puede más que nosotros y está a nuestro lado. ¡Qué hermoso es aventurarnos en la gran aventura de ponernos en sus manos, y, al mismo tiempo, ponernos al servicio del bien, de los hermanos, de los pobres, de cuantos nos necesitan! (J. Aldazábal).
Anunciar a Cristo a tiempo y a destiempo. No escatimar nada, con tal de que el Evangelio llegue a todos. Esa es la Misión que el Señor nos confió. Si no queremos ser responsables de la condenación de los demás anunciémosles en su totalidad el Mensaje de Salvación. Hagámoslo no sólo con las palabras, sino con el testimonio de nuestra vida misma. Dios nos quiere fieles a Él, hasta que lleguemos, junto con Cristo, victoriosos al final de nuestra carrera, ahí donde Cristo nos espera para hacernos participar de su Gloria. Ante esta esperanza que tenemos depositada en Él ¿nos angustiará la muerte? No. Nuestra única preocupación es estar con Cristo eternamente. Y esto sólo lo lograremos en la medida en que hayamos unido a Él nuestra vida, y hayamos cumplido el encargo que recibimos del Señor Jesús: anunciar a todos el Evangelio de la gracia de Dios.
2. Sal. 67. Dios ha sido nuestra fortaleza, nuestro poderoso protector, nuestro amparo, nuestro auxilio. Dios jamás nos ha abandonado en nuestros sufrimientos, en nuestras pobrezas y enfermedades. Como Padre lleno de amor por sus Hijos Él nos ha colmado de sus favores. Más aún, viéndonos desorientados como ovejas sin Pastor, envió a su propio Hijo para que quienes creamos en Él, en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Esos bienes y esa herencia es lo que el Señor ha preparado para los pobres, que somos nosotros. Por eso sea Él bendito ahora y por siempre, pues nos lleva sobre sus alas para salvarnos y librarnos de la muerte.
3. Leemos hoy y en los dos próximos días, toda la oración-testamento de Jesús (Jn 17,1-26). En el uso litúrgico se llama oración sacerdotal, desde el siglo XVI. Y en el contexto ecuménico, oración por la unión de los cristianos. Tiene, pues, diferentes lecturas, según los contextos en que se use. En la Biblia es una síntesis de la teología joánica, escrita en el género literario “oracional”. A este género literario pertenecen los discursos-testamento que el AT pone en boca de personajes como Jacob (Gn 49) y Moisés (Dt 31-34). Esta oración-testamento del evangelio de Juan, resume en boca de Jesús los temas importantes de su misión y su enseñanza, centrándolos en la unidad de amor y de vida de Jesús con el Padre. Unidad, por la que el Hijo participa de la gloria del Padre. La gloria de Dios se manifiesta en la actividad salvadora por la que Dios da nueva vida. De esa gloria participa Jesús como su enviado, porque, unido a Dios Padre, lo da a conocer dando nueva vida (Pere Oliva).
Hacia el final de su última reunión con sus discípulos, la tarde del Jueves santo, el tono de Jesús cambia. Juan nos lo muestra rogando al Padre como a su único interlocutor. Esta oración sacerdotal que leeremos estos días tiene tres partes: en los vv. 1-5 pide Jesús la glorificación de su Humanidad y la aceptación por parte del padre de su sacrificio en la Cruz. En vv. 6-19 ruega por sus discípulos a los que va a enviar al mundo; y vv. 20-26 ruega por la unidad de todos los creyentes.
-“Jesús, levantando los ojos al cielo, añadió”: Una actitud corporal de oración. Los "ojos" de Jesús... expresan la actitud de todo su ser. Nosotros, por la fe, querríamos participar de este anhelo divino, de esta “presencia a oscuras” que decía Ernestina de Champourcin: “Estrella que viste a Dios, / dame un rayo de su luz. / ¡Oh nube que me lo ocultas, / desgarra un poco tu velo! / Águila que lo rozaste, / inclina hacia mí tus alas. / Sol que estuviste a sus pies, / ¡abrásame con tu fuego”: querríamos entrar en él Cenáculo, “en silencio”: “Quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / para verte, Señor, / quiero cerrar los ojos y volver la mirada / al faro de tu amor; / quiero cerrar mis ojos y olvidar los paisajes / de tan lánguido ardor, / que en el alma despiertan morbosas inquietudes / de escondido dulzor; / quiero olvidar pupilas que en las mías clavaron / su hechizo tentador, / dejando para siempre temblando en mi recuerdo / su místico dolor. / Quiero cerrar los ojos y sentir de tu fuerza / el terrible vigor, / quiero cerrar los ojos y mirar hacia dentro / ¡para verte, Señor!” Es el “¡Señor, que vea!” que decía san Josemaría en su barruntar, cerca de 10 años buscando…
-"Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique". Este verbo "glorificar" se repetirá cuatro veces en unas pocas frases. Esta palabra expresa una densidad de oración de una intensidad extrema: la "gloria", para toda la tradición bíblica, era lo propio de Dios (resplandor, honor: “hemos visto su gloria”… Jn 1,14). La palabra hebrea "Kabod" sugiere la idea de "peso". A diferencia de nuestra lengua, la "Gloria" no es pues sobre todo este "brillante exterior del renombre" que desgraciadamente puede existir sin valor real... sino que justamente es aquel peso real de un ser lo que define su importancia efectiva. Lo que Jesús pide a Dios, su Padre, es que esta Gloria divina se manifieste a la hora misma de su muerte (cf. Fil 2,6s).
-“El dará la vida eterna a todos los que Tú le diste y la vida eterna es que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. La gloria de Dios, es la salvación del hombre, y la salvación del hombre, es el conocimiento de Dios. La "vida"... "conocer a Dios". La "vida eterna..." Esta vida ha empezado ya en la medida en que avanzamos en este conocimiento, que no es sobre todo un avanzar intelectual, sino la unión de todo nuestro ser con Dios. Ciertas personas muy sencillas tienen un profundo conocimiento de Dios, que no alcanzan a tener jamás ciertos sabios. ¡Danos, Señor, este conocimiento vital de ti!
-“He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran y Tú me los diste y ellos han puesto por obra tu palabra”. La segunda palabra importante, después de la de glorificar es la de "dar: en la única página del evangelio de hoy, Jesús la pronuncia diez veces... El Padre ha "dado" poder al Hijo... ha "dado" la Gloria al Hijo... ha "dado" palabras al Hijo... Y Jesús "da" la vida eterna a los hombres... "da" las palabras del Padre a los hombres... Sí, la obra de Jesús, es hacer participar a la humanidad en todo lo que ha recibido del Padre. Dar. Darse. Actitudes esenciales del amor.
-“Todo lo que es mío es tuyo, todo lo que es tuyo es mío”. Es una de las más perfectas definiciones del amor, de la Alianza. He aquí lo que Jesús decía de Dios, he aquí lo que él decía a Dios. ¿Puedo yo mismo repetirlo pensando en Dios? Pensando también en todos aquellos a quienes creo amar... Verdaderamente ¿hago participar de lo mío a los demás? ¿Es verdad también que no guardo nada? Señor Jesús, ven a enseñarnos a amar de verdad (Noel Quesson).
También aquí -en un paralelo interesante con el discurso de despedida de Pablo- Jesús resume la misión que ha cumplido: «yo te he glorificado sobre la tierra», «he coronado la obra que me encomendaste», «he manifestado tu nombre a los hombres», «les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos han creído que tú me has enviado». Dentro de poco, en la cruz, Jesús podrá decir la palabra conclusiva que resume su vida entera: «consummatum est: todo está cumplido». Misión cumplida. Ahora, su oración pide ante todo su «glorificación», que es la plenitud de toda su misión y la vuelta al Padre, del que procedía: «glorifica a tu Hijo». Pero es también una oración por los suyos: «por estos que tú me diste y son tuyos». Les va a hacer falta, por el odio del mundo y las dificultades que van a encontrar: «ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
Es la hora de las despedidas: la de Jesús en la Ultima Cena y la de Pablo en Mileto. La oración de Jesús está impregnada de amor a su Padre, de unión íntima con Él, y a la vez de amor y preocupación por los suyos que quedan en este mundo. Todos nosotros estábamos ya en el pensamiento de Jesús en su oración al Padre. Sabía de las dificultades que íbamos a encontrar en nuestro camino cristiano. No quiere abandonarnos: - pide sobre nosotros la ayuda del Padre, - él mismo nos promete su presencia continuada; el día de la Ascensión nos dirá: «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»; como dice el prefacio de la Ascensión, «no se ha ido para desentenderse de este mundo»; - y además nos da su Espíritu para que en todo momento nos guíe y anime, y sea nuestro Abogado y Maestro. Con todo esto, ¿tenemos derecho a sentirnos solos?, ¿tenemos la tentación del desánimo? Entonces ¿para qué hemos estado celebrando durante siete semanas la Pascua de Jesús, que es Pascua de energía, de vida, de alegría, de creatividad, de Espíritu? (J. Aldazábal).
Jesús es como si nos dijera lo de este himno de Laudes: “Me voy, sí, pero / Yo no dejo la tierra. / No. Yo no olvido a los hombres. / ya se marca nuestra hora, / comienza nuestra tarea, / y hay que partir a la aurora”. Jesús ha llevado a cabo la obra que el Padre Dios le confió: darnos a conocer a Dios como nuestro Padre, y hacernos partícipes de la vida eterna. Conocer, hacer nuestro al Padre y al Hijo, vivir en Él y que Él viva en nosotros en una auténtica comunión de vida, en eso consiste la Vida eterna. Ahora Jesús, llegado al momento supremo de su amor por nosotros y de su fidelidad amorosa a su Padre Dios, le pide a Él que lo glorifique. Es decir que el Padre Dios cumpla también su obra en Cristo Jesús, glorificándolo, elevándolo a su Diestra como Dios y Señor, para que el mundo crea y se salve. Así Cristo se convierte en el único camino que nos conduce a la perfección en Dios, pues no hay ni habrá otro nombre en el cual podamos salvarnos. Nosotros, junto con Cristo, hemos sido glorificados, perdonados, santificados. La salvación, la vida de la que participamos es para que la manifestemos a los demás. Los que hemos sido liberados de nuestras esclavitudes, por medio del Misterio Pascual de Cristo, no podemos continuar viviendo como condenados. Tratemos de continuar trabajando para que el Nombre de Dios sea glorificado entre nosotros.
Reunidos en esta celebración Eucarística, venimos para entrar en una más intima comunión de vida con el Señor. Él nos glorifica a nosotros, pues nos salva y nos hace participar de su Vida y de su Espíritu. Tal vez nosotros no hemos vivido totalmente comprometidos con la glorificación de Dios, dando a conocer su Nombre a los demás con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestras actitudes y con toda nuestra vida. El Señor sabe que somos frágiles; y con gran amor ha escuchado nuestra petición de perdón, que le hemos hecho con humildad. Pero Él no sólo quiere perdonarnos por medio del Sacramento de la Reconciliación. También quiere vernos comprometidos en la manifestación de su Nombre a todas las naciones, para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Así también nosotros, toda la Iglesia debemos tener ese señorío sobre el mundo; señorío que nos debe llevar a estar al servicio del evangelio, y no como dominadores conforme a los criterios de este mundo. Toda nuestra vida, por tanto, tiene como finalidad convertirse en una continua glorificación del Nombre de nuestro Dios y Padre.
Y glorificamos a nuestro Dios y Padre cuando damos a conocer, desde el rostro descubierto de la Iglesia, el Rostro amoroso de Dios a nuestro prójimo. Habiendo sido renovados en Cristo vivamos amando, como nosotros hemos sido amados por Él. Sepamos perdonarnos mutuamente, sabiendo que si Dios nos ha perdonado no podemos condenar a nadie. Sepamos socorrer a los necesitados, pues Dios no quiere que vivamos de un modo egoísta; los bienes que ha puesto en nuestras manos deben ser como las armas con las que venzamos al mal, pues, como dice la Escritura, el que socorre a los pobres borra la multitud de sus propios pecados. Tratemos de llegar al final de nuestra carrera con las manos y el corazón llenos de buenas obras. Entonces, no importando que hayamos perdido la vida por nuestro amor a Cristo y a nuestros hermanos, seremos coronados con la Vida eterna, pues, siendo de Cristo y permaneciéndole fieles seremos del Padre eternamente. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber abrir nuestro corazón al perdón, a la Vida y al Espíritu de Dios en nosotros, para que podamos glorificar a Dios con una vida recta, dándolo a conocer a nuestros hermanos, hasta que, algún día, nuestro Padre Dios nos glorifique junto con su Hijo en la eternidad. Amén (www.homiliacatolica.com).
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