MIÉRCOLES DE LA SEXTA SEMANA DE
PASCUA: el Espíritu Santo es pedagogo, maestro de la Verdad que
buscamos, que está en la
Iglesia , y que hemos de propagar como vemos que hace san
Pablo.
Hch 17,15.22-18,1: 15Los que conducían a Pablo le llevaron hasta
Atenas y se volvieron con la indicación, para Silas y Timoteo, de que se
uniesen con él cuanto antes. 22Entonces Pablo, de pie en medio del Areópago,
dijo: Atenienses, en todo veo que sois más religiosos que nadie23pues al pasar
y contemplar vuestros monumentos sagrados he encontrado también un altar en el
que estaba escrito: Al Dios desconocido. Pues bien, yo vengo a anunciaros lo
que veneráis sin conocer. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él,
que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos fabricados por
hombres, 25ni es servido por manos humanas como si necesitara de algo el que da
a todos la vida, el aliento y todas las cosas. 26Él hizo, de un solo hombre,
todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra. Y fijó
las edades de su historia y los límites de los lugares en que los hombres
habían de vivir, 27para que buscasen a Dios, a ver si al menos a tientas lo
encontraban, aunque no está lejos de cada uno de nosotros, 28ya que en Él
vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vuestros poetas:
Porque somos también de su linaje.
29Si somos linaje de Dios
no debemos pensar por tanto que la divinidad es semejante al oro, a la plata o
a la piedra, escultura del arte y del ingenio humanos. 30Dios ha permitido los
tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas
partes se conviertan, 31puesto que ha fijado el día en que va a juzgar la
tierra con justicia, por medio del hombre que ha designado, presentando a todos
un argumento digno de fe al resucitarlo de entre los muertos.
32Cuando oyeron
«resurrección de los muertos», unos se reían y otros decían: Te escucharemos
sobre esto en otra ocasión. 33De este modo salió Pablo de en medio de ellos.
34Pero algunos hombres se unieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio el
Areopagita y una mujer llamada Dámaris, y algunos otros.
18,1Después de esto se fue de Atenas y llegó a
Corinto.
Salmo responsorial:
148,1-2.11-12ab.12c-14a.14bcd:
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
«Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en
lo alto, alabadlo todos sus ángeles, alabadlo, todos sus ejércitos. Reyes y
pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo, los jóvenes y también las
doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor, el único
nombre sublime. Su majestad sobre el cielo y la tierra. Él aumenta el vigor de
su pueblo. Alabanza de todos sus fieles, de Israel, su pueblo escogido».
Jn 16, 12-15 (se lee también en la Solemnidad de la Santísima Trinidad ): “Jesús siguió hablando a sus discípulos:
Muchas cosas me quedan por deciros; pero no podéis
cargar con ellas por ahora. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad , os guiará hasta la verdad plena, pues lo que
hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por
venir.
Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os
irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que
tomará de lo mío y os lo anunciará”.
Comentario: 1. Atenas significa mucho en la antigüedad, más allá
de su medio millón de habitantes, esa ciudad en la que los esclavos y los
pobres constituyen los dos tercios de la población, es la ciudad cosmopolita en
la que se mezclan y se enfrentan todas las razas, centro de la cultura antigua
aunque en esos momentos ya no es la brillante de los tiempos de Aristóteles y
Platón. Ahí va Pablo para conectar con la búsqueda titubeante de Dios que
llevan en el corazón. Entra en el universo cultural de aquellos a quienes se
dirige.
Es el más largo discurso de Pablo. El conocimiento
de Dios es el tema fundamental del discurso. ¿Cómo puede un pagano conocer a
Dios? Hay una ignorancia de Dios considerada culpable, fruto de las pasiones
desatadas (Rom 1,18-32; Sab 13,14; Ef 4,17-19). Pero Pablo usa una simpatía con
sus creencias, y les señala que Dios no habita en templos construidos por
hombres (v. 24). Recoge una corriente del pensamiento griego, pero que era
igualmente una idea bíblica que Esteban había ya defendido ante un auditorio
judío (Act 7, 48) y que se remonta a las antiguas polémicas de Israel contra la
idolatría (v. 29; cf. Sal 113/115; Is 44,9-20; Jer 10,1-16). Pablo presenta la
pertenencia a la raza de Dios a partir de la cita de un filósofo griego (v. 28:
-Dios no está lejos de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y somos. Pero
comprendida a la manera bíblica (v. 26), como un anuncio del reagrupamiento de
la humanidad tras el nuevo Adán (Rom 5,12-21; 1 Cor 15,21-22- y en la filiación
divina). Cuando en los últimos versículos trata de la resurrección, provoca la
ruptura. En ellos Pablo acumula una serie de expresiones totalmente
incomprensibles para los griegos: la idea de un "ahora" (v. 30), es
decir, de un momento privilegiado en una historia que, por tanto, tendría
sentido, la noción de un juicio de Dios (v. 31), demasiado directamente
vinculado a un sentido escatológico de la historia poco en armonía con las
concepciones paganas, la idea de resurrección sobre la que, además, se pedirá a
Pablo que se detenga, concepción que incluso numerosos judíos se negaban a admitir
(cf. vv. 31-32). Aún cuando tiene un “éxito” limitado, nos enseña Pablo a
dialogar con la cultura y la historia: «la Iglesia
Católica no rechaza
nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero.... Considera con
sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que,
por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, aportan sin
embargo, no pocas veces, un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los
hombres» (Vaticano II). Como se sabe, Justino siguió este camino del diálogo
con el pensamiento pagano, llegando a decir que “los que cumplieron lo que
universal, natural y eternamente es bueno fueron agradables a Dios, y se
salvarán por medio de Cristo en la resurrección, del mismo modo que los justos
que les precedieron”, pues ahí está Dios, como comentó Agustín: “Tú, Dios mío,
estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo
más excelente mío” (san Francisco de Sales insistirá mucho en esta línea: ver
los comentarios de la Biblia de Navarra ad loc.). Santo Tomás de Aquino se
encontró en su tiempo que la teología estaba siendo desprestigiada, no era
considerada ciencia, y estudió a Aristóteles, que causaba furor en París, y
sobre el concepto de ciencia del Filósofo edificó una “catedral” del
pensamiento medieval, que aún hoy es la más sólida. Pero no es punto final del
pensamiento, el Aquinate estaría abierto al pensamiento de nuestro tiempo, como
estuvo abierto al suyo, y así lo hacen Juan Pablo II con el personalismo,
Ratzinger, etc.
Hemos de reconocer en Pablo una preocupación real
por estar atento a la mentalidad de sus interlocutores. En efecto, Pablo
abandona la argumentación clásica del kerygma apostólico, basado sobre una
cultura demasiado bíblica para los paganos. Además se tomó el trabajo de
conocer las principales corrientes espirituales del paganismo griego y
especialmente la concepción de una paternidad universal (v, 28), así como la de
una religión liberada del materialismo y del formalismo (v. 29). Su discurso es
modelo de apología, parte de la idea religiosa para ir profundizando en un Dios
personal, providente, Juez… Pablo encontró dificultades, como también hoy las
tiene su concepción de una historia que tiene un sentido más allá de sí misma
en la voluntad de Dios que la lleva a su realización, esto choca con el desarrollo
cíclico y fatal de la historia (como para los ateos de hoy, convencidos de que
la historia, lo mismo que la naturaleza, se explica por sí misma sin recurso a
lo divino). Pero es difícil saber si son los discursos los que mueven al no
creyente, o es el insertarse del cristiano en el mismo corazón de las
actividades humanas y tocar el corazón de cada persona, para realizar un hondo
apostolado personal con los compañeros: como decía san Josemaría Escrivá, se
meten así en la vida de los demás —sin distinción de ideas sociales, políticas
o religiosas—, igual que Cristo se ha metido en sus vidas. La necesidad de este
apostolado de amistad y de confidencia –transmitir la experiencia de Cristo- es
lo más básico.
-Dios, pues, anuncia ahora a los hombres... que ha
designado a un hombre, que habiéndolo resucitado de entre los muertos... ¡Aquí
está lo esencial!: ¡La resurrección de Jesús! Después de los preliminares de
orden cultural o filosófico, llega a hablar de «Jesús» en su misterio principal
(Maertens-Frisque/Noel Quesson). Por eso escribió a los Corintios: «Me he
presentado a vosotros débil y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi
predicación, no se han basado en palabras persuasivas de sabiduría, sino en la
manifestación del Espíritu y del poder» (1 Cor 2,3-4). Hay algunos, hombres y
mujeres, que abrazan la fe, pero se encontró con la cerrazón del ambiente. Nosotros
seguimos teniendo este problema del lenguaje. El Concilio Vaticano II puso a la Iglesia en diálogo con el mundo y con sus varias
religiones. Pero no es fácil este diálogo. ¿Cómo podemos anunciar a Cristo a la
juventud de hoy, o a los alejados, o a los agnósticos?, ¿cómo podemos ayudarles
a pasar del mero materialismo a una visión más espiritual de la vida y del
destino sobrenatural que Dios nos prepara?, ¿cómo podemos tomar como puntos de
partida tantos valores que hoy son apreciados -la justicia, la igualdad, la
dignidad de la persona, la ecología, la paz- para pasar claramente al mensaje
de Jesús y proponerles su persona y su Evangelio como la plenitud de esos y de
otros valores? Se puede decir que a veces la Iglesia ha sido lúcida en la adaptación, pero que otras
veces no ha tenido ese fino instinto de encarnación cultural, no sabiendo aprovechar
valores autóctonos, sino destruyéndolos. No se trataba de «europeizar» o
«romanizar» a los de África o Asia o América, sino de invitarles a la fe en
Cristo, con una teología y una liturgia que muy bien podían ser seriamente
inculturadas en sus respectivos lenguajes, sin dejar de ser radicalmente
cristianas. Es admirable Pablo. No sólo por la firmeza de su camino -no hay
nada que le cierre caminos cuando él quiere, ni siquiera los fracasos que va
cosechando, como en este caso de Atenas- sino también por su creatividad:
cuando un recurso no da resultado, busca otros. Pero nunca se resigna a callar
(J. Aldazábal). Y aprende… “los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio
predicamos a Cristo crucificado… necedad para los gentiles” (1 Cor 1,22). «Te daré
gracias, Señor, contaré tu fama a mis hermanos» (entrada); «llenos están el
cielo y la tierra de tu gloria» (salmo).
2. Este
salmo, decía Juan Pablo II, “constituye un auténtico «cántico de las
criaturas», una especie de «Te Deum» del Antiguo Testamento, un aleluya cósmico
que involucra todo y a todos en la alabanza divina. Así lo comenta un exégeta
contemporáneo: «El salmista, al llamarlos por su nombre, pone en orden los
seres: en lo más alto del cielo, dos astros según los tiempos, y aparte las estrellas;
a un lado los árboles frutales, al otro los cedros; a otro nivel los reptiles y
los pájaros; aquí los príncipes y allá los pueblos; en dos filas, quizá dándose
la mano, jóvenes y muchachas… Dios los ha creado dándoles un lugar y una
función; el hombre los acoge, dándoles un lugar en el lenguaje; y así los
presenta en la celebración litúrgica. El hombre es el "pastor del
ser" o el liturgista de la creación» (Luis Alonso Schökel). Unámonos
también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que
tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la
alabanza que todas las criaturas elevan a su Creador (...) la mirada se dirige,
después, al horizonte terrestre, donde aparece una procesión de cantores, al menos
veintidós, es decir, una especie de alfabeto de alabanza, diseminado sobre
nuestro planeta. Se presentan entonces los monstruos marinos y los abismos,
símbolos del caos de las aguas sobre el que se cimienta la tierra (cf Sl 23, 2)
según la concepción cosmológica de los antiguos semitas.
El padre de la Iglesia san Basilio observaba: «Ni siquiera el abismo fue
considerado como despreciable por el salmista, que lo ha colocado en el coro
general de la creación, es más, con su lenguaje particular completa también de
manera armoniosa el himno al Creador» (…) aparece el hombre, que preside la
liturgia de la creación. Está representado según todas las edades y
distinciones: niños, jóvenes y ancianos, príncipes, reyes y pueblos del orbe
(cf v. 11-12).
Dejemos ahora a san Juan Crisóstomo la tarea de
echar una mirada de conjunto sobre este inmenso coro. Lo hace con palabras que
hacen referencia también al Cántico de los tres jóvenes en el horno ardiente… El
gran Padre de la Iglesia y Patriarca de Constantinopla afirma: «Por su
gran rectitud de espíritu los santos, cuando van a dar gracias a Dios, tienen
la costumbre de convocar a muchos para que participen en su alabanza,
exhortándoles a participar junto a ellos en esta bella liturgia. Es lo que
hicieron también los tres muchachos en el horno, cuando exhortaron a toda la
creación a alabar por el beneficio recibido y a cantar himnos a Dios (cf Dan 3).
Este Salmo hace lo mismo al convocar a las dos partes del mundo, la que está
arriba y la que está abajo, la sensible y la inteligente. Isaías hizo lo mismo,
cuando dijo: "¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los montes en
gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se
ha compadecido" (Is 49,13). El Salterio vuelve a expresarse así: «Cuando
Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro..., los montes
brincaron igual que carneros, las colinas como corderillos» (Sl 113, 1.4). E
Isaías, en otro pasaje, afirma: «Derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra
y produzca salvación, y germine juntamente la justicia» (Is 45, 8). De hecho,
los santos, considerando que no se bastan para alabar al Señor, se dirigen a
todas partes involucrando a todos en un himno común».
De este modo, nosotros también somos invitados a
asociarnos a este inmenso coro, convirtiéndonos en voz explícita de toda
criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones fundamentales de su misterio.
Por un lado tenemos que adorar su grandeza trascendente, porque «sólo su nombre
es sublime; su majestad resplandece sobre el cielo y la tierra», como dice
nuestro Salmo (v. 13). Por otro lado, reconocemos su bondad condescendiente,
pues Dios está cerca de sus criaturas y sale especialmente en ayuda de su pueblo:
«Él acrece el vigor de su pueblo..., su pueblo escogido» (v. 14), como sigue
diciendo el Salmista.
Frente al Creador omnipotente y misericordioso,
acojamos, entonces, la invitación de san Agustín a alabarle, ensalzarle y
festejarle a través de sus obras: «Cuando observas estas criaturas, te
regocijas, y te elevas al Artífice de todo y a partir de lo creado, gracias a
la inteligencia, contemplas sus atributos invisibles, entonces se eleva una
confesión sobre la tierra y en el cielo... Si las criaturas son bellas, ¿cuánto
más bello será el Creador?». Pedimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios, que por el
admirable trueque de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad;
concédenos que nuestra vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que
conocemos». Todos, sin excepción, ricos y pobres, cultos e incultos, hombres y
mujeres, jóvenes, ancianos y niños, alaben al Señor. Nosotros hemos sido
creados para convertirnos en una continua alabanza del Nombre del Señor.
Quienes creemos en Él, quienes ya lo alabamos y queremos llevar una vida recta,
debemos ser los primeros responsables en dar a conocer a todos su Nombre y sus
obras, llenas de amor y de misericordia para con nosotros, de tal forma que
todos puedan hacer de su vida una auténtica alabanza al Señor. Alabar al Señor
de un modo sincero hará que desaparezcan de nosotros todos los signos de pecado
y de muerte; pues quien diga que alaba al Señor pero continúe destruyendo su
propia vida, destruyendo la vida de los demás o destruyendo irracionalmente la
creación, será un hipócrita, que alaba al Señor con los labios pero su corazón
está lejos de Él. Siguiendo con el discurso paulino, vemos a Dios en todas las
cosas; Taciano dice así: «La obra que por amor mío fue hecha por Dios no la
quiero adorar. El sol y la luna hechos por causa nuestra; luego, ¿cómo voy a
adorar a los que están a mi servicio? Y ¿cómo voy a declarar por dioses a la
leña y a las piedras? Porque al mismo espíritu que penetra la materia, siendo
como es inferior al espíritu divino, y asimilado como está a la materia, no se
le debe honrar a par del Dios perfecto. Tampoco debemos pretender ganar por
regalos al Dios que no tiene nombre; pues el que de nada necesita, no debe ser
por nosotros rebajado a la condición de un menesteroso». Le pedimos: «escucha,
Señor, nuestra oración y concédenos que, así como celebramos en la fe la
gloriosa resurrección de Jesucristo, así también, cuando Él vuelva con todos
sus santos, podamos alegrarnos con su victoria».
3. Jesús
lleva a los discípulos hasta la Verdad plena, completando sus enseñanzas y dándoles a
conocer las realidades futuras. Comenta San Agustín: «El Espíritu Santo, que el
Señor prometió enviar a sus discípulos para que les enseñase toda la Verdad , que ellos no podían soportar en el momento en
que les hablaba –del cual dice el Apóstol que hemos recibido ahora en prenda,
para darnos a entender que su plenitud nos está reservada para la otra vida–
ese mismo Espíritu enseña ahora a los fieles todas las cosas espirituales de
que cada uno es capaz. Mas también enciende en sus pechos un deseo más vivo de
crecer en aquella caridad que les hace amar lo conocido y desear lo que no
conocen, pensando que aun las cosas que conocen en esta vida no las conocen
como se han de conocer en la otra vida, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni
el corazón pudo imaginar».
Ayer meditamos el papel del "Defensor"
que el Espíritu ejerce en el curso del "proceso de Jesús" que se
desarrolló en Jerusalén en aquel tiempo... y que se desarrolla en el curso de
toda la historia. Hoy vamos a considerar otro cometido del Espíritu, su papel
de pedagogo, el que hace comprender, el que hace crecer. -Muchas cosas tengo
aún que deciros, mas no podéis comprenderlas ahora. Sí, la Fe es una progresión. Es una vida que va
desarrollándose. En Dios hay siempre cosas nuevas a descubrir, tales como en el
desarrollo de una relación de amor con alguien, un prometido, un esposo, un
amigo. Al igual que los apóstoles no estoy sino en el inicio. Acepto, Señor, lo
que Tú me dices también a mí... Hay cantidad de cosas que no podría comprender
ahora, pero que Tú me revelarás poco a poco... más tarde... si soy fiel en
escuchar a ese Espíritu, que me habla al corazón, que me habla de ti, Jesús. Guarda
mi espíritu abierto... que jamás me considere como satisfecho, conocedor de
todo, orgulloso de mis conocimientos doctrinales. Señor, pienso también en
aquellos con quienes vivo. A ellos también les pasa lo mismo: están en el
camino de la Fe... Hay verdades y actitudes que no han descubierto
todavía... que no podrían comprender ahora. Dame, Señor, tu paciencia, tu
pedagogía. Que no aplaste a los demás con verdades que no pueden aún
entender... que sepa caminar al ritmo de tu gracia, al ritmo de tus pasos...
acompañando a mis hermanos en su propio caminar.
-“Cuando venga Aquel, el Espíritu de verdad… no
hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere... Recibirá de lo mío y os
lo anunciará”... Ya sabíamos que Jesús está totalmente vuelto hacia el Padre,
que no "hace nada por sí mismo" que es una perfecta transparencia del
Otro. Esto es lo que Jesús nos revela aquí; la absoluta transparencia de las
relaciones de amor entre las Tres personas divinas: ninguna guarda nada de
"lo suyo", todo es participado, comunicado, dado, recibido...
Nuestras palabras terrenas son inválidas para expresar esta cualidad inaudita
de la relación que une al Padre, al Hijo y al Espíritu. Todas nuestras
relaciones humanas brotan de ella.
-Todo cuanto tiene el Padre es mío... El Espíritu
tomará de lo que me pertenece y os lo anunciará… Las revelaciones del Espíritu
en el curso de la historia no pueden ser nuevas revelaciones, contradictorias
con lo que ha sido revelado en Jesucristo. ¡El Espíritu lleva a Jesús como
Jesús lleva al Padre! Así nos lleva a la unidad, a la comunión con las personas
divinas (Noel Quesson). El Catecismo de la Iglesia
Católica presenta
al Espíritu como nuestro pedagogo y maestro. Cuando se proclama la Palabra de Dios, «el Espíritu Santo es quien da a los
lectores y a los oyentes la inteligencia espiritual de la Palabra de Dios... pone a los fieles y a los ministros en
relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de que puedan hacer
pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y realizan en la
celebración» (1101). «Es el Espíritu quien da la gracia de la fe, la fortalece
y la hace crecer en la comunidad» (1102). «En la liturgia de la Palabra , el Espíritu Santo recuerda a la asamblea todo lo
que Cristo ha hecho por nosotros... y despierta así la memoria de la Iglesia » (1103).
En toda la Cincuentena , pero sobre todo en estos últimos días, haremos
bien en pensar más en el Espíritu presente en nuestra vida, que nos quiere
llevar a la plenitud de la vida pascual y de la verdad de Jesús. “Cuando
proclamamos el Evangelio Viviente del Padre, que es Jesús, no podemos hacerlo
bajo nuestras propias luces, sino a la luz del Espíritu Santo. Es Él quien
engendra la vida de Dios en nosotros para que seamos, en Cristo, hijos de Dios.
No son nuestras palabras, por muy elocuentes que estas sean. Por eso, siempre
que proclamemos el Nombre de Dios, siempre que queramos darlo a conocer a los
demás con toda su eficacia salvadora, debemos ponernos en manos de Dios y orar
al Espíritu Santo para que sea Él, y no nosotros, quien lleve adelante la obra
de salvación en el mundo. Hay muchas cosas que el Señor quiere aún decir a la
humanidad por medio de la Iglesia , pues la revelación que Dios nos ha hecho en
Cristo Jesús debe ser profundizada y vivida por cada una de las personas,
conforme a su propia cultura. Por eso debemos estar abiertos a la Nueva
Evangelización :
nueva en sus métodos, nueva en su lenguaje, nueva en sus expresiones, nueva en
su ardor. Que el Espíritu Santo sea quien haga en nosotros nuevas todas las
cosas.
Gracias sean dadas a nuestro Dios y Padre porque
nos hace llegar a la plenitud de la Verdad en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro.
Mientras vamos como Iglesia peregrina hacia la Patria eterna, el Señor nos va conduciendo por medio de
su Espíritu; y en la Eucaristía somos instruidos por Dios no sólo acerca de lo
que hemos de hacer, sino de la forma como lo hemos de hacer. Pues la Palabra de Dios no sólo se pronuncia sobre nosotros, sino
que además el Señor va delante de nosotros como Aquel que no se quedó en
enseñarnos el camino de la perfección con los labios, sino con el ejemplo de su
vida misma. Por eso, los que entramos en comunión de vida con Él, conducidos
por su Espíritu Santo, vamos viviendo, con todo el compromiso que dimana de Él,
el Evangelio que Dios ha querido confiarnos no sólo para nuestra salvación,
sino para la salvación de la humanidad entera.
Nosotros debemos ser un auténtico testimonio en el
mundo de Aquel que es la Verdad. El Evangelio llevado a la práctica no sólo nos hace
actuar conforme a las enseñanzas de Cristo, sino que nos hace ser un signo en
el mundo de su presencia salvadora. La Iglesia , Esposa del Cordero inmaculado, es la Palabra encarnada en las diversas culturas, que hoy sigue
pronunciando Dios a favor de todos los hombres. Por eso debemos siempre estar
abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo. Quien ha recibido el Don del
Espíritu Santo, pero continúa siendo esclavo de la maldad, o sigue destruyendo
a su prójimo, está demostrando, con esas actitudes contrarias al Espíritu de
Dios, que finalmente ha apagado la voz del Señor en su propio interior. Seamos
una Iglesia testigo de Cristo desde la propia vida. No nos conformemos con
anunciarlo a los demás con palabras elocuentes y discursos bien armados, que si
bien es bueno hacerlo, sin embargo es necesario que el anuncio del Evangelio
nazca del Espíritu Santo y no de nosotros. Pongámonos humildemente como siervos
del Evangelio, con lo que somos, con nuestros recursos, con nuestra mejor
preparación; pero que sea el Espíritu Santo el que haga la obra de salvación en
nosotros y en los demás. Entonces, junto con Pablo diremos: No nosotros, sino
la gracia de Dios con nosotros.
Que Dios nos conceda, por intercesión de
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