Viernes de la semana 5ª: Se independizó Israel de la casa de David, por no escuchar a Dios y perderse en idolatrías. Jesús, que hace oír a los sordos y hablar a los mudos, nos trae el amor del Padre y su misericordia
Primer libro de los Reyes 11, 29-32;12.9: “Un día, salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuevo, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán: «Cógete diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: "Voy a arrancarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él, en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel."» Así fue como se independizó Israel de la casa de David hasta hoy.
Salmo 80,10.11ab.12-13.14-15. R. Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.
No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.
Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: en un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.
Evangelio según san Marcos 7,31-37. En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Comentario: 1.- 1R 11, 29-32.12,19. Ha terminado, no muy gloriosamente, la historia de David y Salomón, que habla conocido días tan felices. A Salomón le sucede su hijo Roboán, pero muy pronto diez de las tribus del Norte se separan y se van con Jeroboán, uno de los arquitectos más brillantes del Templo, a quien Salomón había nombrado ministro. Es bien expresivo el gesto simbólico del profeta Ajías con el manto rasgado en doce trozos. Probablemente los motivos concretos de la desgraciada separación entre Israel (Norte) y Judá (Sur) fueron de índole política y económica, junto con la falta de habilidad en el trato con las tribus del Norte, que en el fondo seguían fieles a la memoria de Saúl y se sentían marginadas en relación con las de Judá. Pero en este libro de los Reyes todo se interpreta como castigo por el mal que había llegado a hacer al final Salomón.
-El cisma de las diez tribus del Norte. Una vez más, la Biblia nos interpela. No podemos quedarnos simplemente con el relato de esos acontecimientos "antiguos"... interesantes para el historiador o el curioso de antigüedades. Es preciso escuchar lo que Dios quiere decimos HOY, a través de esos textos. De nuevo, la aventura humana, vivida por el Pueblo de Israel, tiene un valor simbólico ejemplar: el cisma, la separación de los que estaban destinados a vivir unidos... ¿Quién de nosotros no vive, más o menos, en situaciones de ese género? Evoco situaciones parecidas en mi vida... Evoco en mi medio de trabajo, en mi vida de familia, en la Iglesia, entre las Iglesias, en la vida del mundo de hoy, unos hechos, unos cismas, en el más hondo sentido: divisiones, rechazos de diálogo, oposiciones.
-Las causas del cisma. La Biblia reflexiona e interpreta. Son las faltas de Salomón que recogen sus frutos. -Al casarse con mujeres extranjeras, por razones de prestigio político, introdujo cultos idolátricos: los profetas de Yahvéh reaccionan. -Los fastos grandiosos y las construcciones de Salomón pesaron sobre la economía del país, en particular sobre los pobres. La rebelión está a punto. -Las reformas administrativas favorecieron el feudo real -la tribu de Judá- en detrimento de las provincias del norte; que reclamarán la autonomía. Tratando también de interpretar a la luz de la Fe, las "divisiones" que encuentro a mi alrededor y en el mundo, me pongo a reconsiderar mi conducta: no todo depende de mí, ciertamente, y no debo culpabilizarrne de manera excesiva... pero tampoco tengo derecho de cargar todas las culpas sobre los demás. ¿Cuál es mi parte de responsabilidad, en las «faltas de unión» entre los míos, o que yo mismo sufro? ¿Cuál es mi parte de pecado en las «faltas de comunicación» entre personas, o entre grupos?
-Así habla el Señor, Dios de Israel: «He ahí que voy a arrancar el Reino de la mano de Salomón...» y el profeta rasgó su manto nuevo en doce jirones. Al pie de la cruz, los soldados no quisieron rasgar «la túnica de Jesús que era sin costura», y la echaron a suertes. Pero los cristianos han desgarrado la tela sin costura. Están separados. Y ¡esto es un escándalo! Jesús había rogado a su Padre para que «sean uno como nosotros, a fin de que el mundo crea». ¿No es ésta una de las grandes razones de su incredulidad, del rechazo a la Fe?: ¡entendeos primero entre vosotros, vivid lo que decís, vivid como hermanos! Repito la oración de Jesús. Ruego por la unidad... -Dichosos los artesanos de paz. Serán llamados hijos de Dios. ¿Soy de los que se resignan a los cismas, a los racismos, a las opresiones? o, más modestamente, ¿de los que no se esfuerzan ya para reanudar los contactos perdidos? Vivimos cerca, los unos al lado de los otros y nos ignoramos. ¿Se puede ser llamado «hijo de Dios», si uno se contenta con esto? «Artesano de paz». Pienso en la lenta paciencia del artesano. En los medios modestos del artesano. En la tenacidad humilde del artesano. Para la paz (Noel Quesson).
La historia está llena de misterios, y se pone en boca de Dios la culpabilización de ciertos hechos como castigos debidos a los pecados de los hombres, pero es difícil distinguir cuándo tiene un valor pedagógico, y cuándo es una intervención divina real, pues Jesús ha corregido ciertas exageraciones que hacían los judíos. Cierto que Dios es Señor de la historia: «no dejó de cumplirse una palabra de todas las promesas de Yahvé a la casa de Israel; todas se cumplieron» (Jos 21,45). Aquí se subraya la idolatría (Jue 3,6; Sal 106,35) y sus consecuencias fatales del comportamiento de Salomón. La interpretación histórica que se hace es: la consideración de los males que los matrimonios de Salomón con extranjeras habían traído a la casa de David apartaría al pueblo de continuar siguiendo aquel ejemplo. Dios, fiel a su amor a la casa de David y a la ciudad escogida, reserva Jerusalén y una tribu para los sucesores de David, mas da el resto del pueblo a la dinastía de Jeroboán, con la promesa de conservarla para siempre si guarda la fidelidad que no ha guardado Salomón. Y el pueblo queda definitivamente dividido en dos.
Con esta narración, por tanto, ponen en guardia los profetas deuteronomistas al pueblo de Dios, que somos nosotros, contra la ilusión de creer asegurada nuestra felicidad únicamente por el hecho de que Dios nos haya escogido y nos haya concedido sus promesas. A menudo, en lugar de la felicidad esperada, el pueblo escogido ha sido víctima de cismas y otros desastres, tanto en razón de sus propias infidelidades como por las de sus dirigentes. En el caso de Salomón, el cálculo político de unos matrimonios que le aseguraban buenas relaciones con los Estados vecinos le hizo perder la verdadera felicidad de su pueblo, que sólo habría hallado guardando fidelidad a su Dios (G. Camps).
El Reino del Norte en Israel finalmente volverá a vivir separado, como antes de los reinados de David y de Salomón. Aun cuando se da una interpretación religiosa a esa separación, sin embargo los del Norte siempre quisieron liberarse de los de Judá y Jerusalén; finalmente lo logran teniendo como su rey a un siervo de Salomón: Jeroboam. En el futuro siempre estará presente la nostalgia de la unión, en un sólo pueblo, de todas las tribus de Israel; sin embargo Judá y su capital, Jerusalén, siempre reclamarán estar al frente de todos los Israelitas. Hay muchas divisiones que constantemente se generan en los pueblos. No podemos negar, incluso, las divisiones que, por diversas causas, se han generado dentro de los cristianos. El Señor nos llama a la unidad. Él pide a su Padre para nosotros esa unidad en la última cena. San Pablo nos recordará que hemos de vivir unidos por un sólo Señor, una sola fe, un solo Bautismo; un solo Dios y Padre. Sólo el Espíritu Santo, que habita en el corazón de los creyentes logrará la unidad entre todos los hombres; sin embargo, por querer manipular al mismo Espíritu, muchos lo han convertido también en motivo de división por dar preeminencia, no al amor, sino a los carismas que nos deberían ponen al servicio de los demás.
2. Sal. 80. Juan Pablo II comentaba: “la religión bíblica no es un monólogo solitario de Dios, una acción suya destinada a permanecer estéril. Al contrario, es un diálogo, una palabra a la que sigue una respuesta, un gesto de amor que exige adhesión. Por eso, se reserva gran espacio a las invitaciones que Dios dirige a Israel. El Señor lo invita ante todo a la observancia fiel del primer mandamiento, base de todo el Decálogo, es decir, la fe en el único Señor y Salvador, y la renuncia a los ídolos (cf Ex 20,3-5). En el discurso del sacerdote en nombre de Dios se repite el verbo "escuchar", frecuente en el libro del Deuteronomio, que expresa la adhesión obediente a la Ley del Sinaí y es signo de la respuesta de Israel al don de la libertad. Efectivamente, en nuestro salmo se repite: "Escucha, pueblo mío. (...) Ojalá me escuchases, Israel (...). Pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer. (...) Ojalá me escuchase mi pueblo" (Sal 80, 9.12.14). Sólo con su fidelidad en la escucha y en la obediencia el pueblo puede recibir plenamente los dones del Señor. Por desgracia, Dios debe constatar con amargura las numerosas infidelidades de Israel. El camino por el desierto, al que alude el salmo, está salpicado de estos actos de rebelión e idolatría, que alcanzarán su culmen en la fabricación del becerro de oro (cf. Ex 32,1-14).
La última parte del salmo (cf. vv. 14-17) tiene un tono melancólico. En efecto, Dios expresa allí un deseo que aún no se ha cumplido: "Ojalá me escuchase mi pueblo, y caminase Israel por mi camino" (v. 14). Con todo, esta melancolía se inspira en el amor y va unida a un deseo de colmar de bienes al pueblo elegido. Si Israel caminase por las sendas del Señor, él podría darle inmediatamente la victoria sobre sus enemigos (cf. v. 15), y alimentarlo "con flor de harina" y saciarlo "con miel silvestre" (v. 17). Sería un alegre banquete de pan fresquísimo, acompañado de miel que parece destilar de las rocas de la tierra prometida, representando la prosperidad y el bienestar pleno, como a menudo se repite en la Biblia (cf. Dt 6,3; 11,9; 26,9.15; 27,3; 31,20). Evidentemente, al abrir esta perspectiva maravillosa, el Señor quiere obtener la conversión de su pueblo, una respuesta de amor sincero y efectivo a su amor tan generoso. En la relectura cristiana, el ofrecimiento divino se manifiesta en toda su amplitud. En efecto, Orígenes nos brinda esta interpretación: el Señor "los hizo entrar en la tierra de la promesa; no los alimentó con el maná como en el desierto, sino con el grano de trigo caído en tierra (cf. Jn 12,24-25), que resucitó... Cristo es el grano de trigo; también es la roca que en el desierto sació con su agua al pueblo de Israel. En sentido espiritual, lo sació con miel, y no con agua, para que los que crean y reciban este alimento tengan la miel en su boca".
Como siempre en la historia de la salvación, la última palabra en el contraste entre Dios y el pueblo pecador nunca es el juicio y el castigo, sino el amor y el perdón. Dios no quiere juzgar y condenar, sino salvar y librar a la humanidad del mal. Sigue repitiendo las palabras que leemos en el libro del profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) ¿Por qué habéis de morir, casa de Israel? Yo no me complazco en la muerte de nadie, sea quien fuere, oráculo del Señor. Convertíos y vivid" (Ez 18, 23.31-32). La liturgia se transforma en el lugar privilegiado donde se escucha la invitación divina a la conversión, para volver al abrazo del Dios "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" (Ex 34,6)”.
No seamos rebeldes al Señor. Ojalá y jamás se cumplan en nosotros esas terribles palabras que el Señor pronuncia en este salmo: Pero mi pueblo no quiso escuchar mi voz, Israel no quiso obedecerme. Por eso los abandoné a la dureza de su corazón, a merced de sus caprichos (vv 12-13) Dios siempre está dispuesto a perdonarnos. Él nos ama, y nos sigue contemplando amorosamente cuando nos alejamos de su presencia, sin embargo jamás nos retira su amor. Él siempre está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos nuevamente como a hijos suyos. Lo único que espera es que volvamos a escuchar su voz y, arrepentidos, nuevamente vayamos por sus caminos haciendo en todo su voluntad. En aquel que cumpla sus mandamientos el Padre Dios y Jesucristo harán su morada. Si queremos que nuestro mundo tome un nuevo rumbo desde nuestra propia vida, es porque antes nosotros mismos hemos escuchado la voz del Señor y le hemos sido fieles.
Pronto o tarde pagamos siempre las consecuencias de nuestros fallos y de nuestro pecado. Salomón había faltado gravemente nada menos que al primer mandamiento, adorando a dioses extraños. Pero además en su acceso al trono -como también había sido el caso de David- hubo intrigas y violencias, llegando a eliminar a los enemigos que se les ponían en el camino. Nosotros también caemos en idolatrías a voces inconfesables, siendo infieles a la Alianza que hemos prometido a Dios. También podemos llegar a ser intolerantes y hasta violentos, en nuestra vida doméstica, con una actitud que tiene sus raíces en el egoísmo, la ambición, el ansia de dinero y de oír los aplausos de los demás. No nos extrañemos que eso produjera división y cisma en tiempos de los sucesores de Salomón y que los siga produciendo ahora en nuestra vida comunitaria. Roto el equilibrio, todo se precipita y decae. Una de las consignas de Juan Pablo II para el Jubileo del año 2000 ha sido la de la unidad. El reconoce que en el doble cisma que existe en la Iglesia, con los orientales desde el siglo XI y con los protestantes desde el XVI, la culpa hay que considerarla repartida entre ellos y nosotros. Y quien dice en la esfera eclesial, dice también en la familiar o la de una comunidad religiosa. El pecado de la idolatría y del egoísmo tienen consecuencias fatales a corto o largo plazo. Tendremos que oir también nosotros, en silencio y con la cabeza inclinada, la queja de Dios en el Salmo de hoy: «Yo soy el Señor Dios tuyo, escucha mi voz... no tendrás un dios extraño... pero mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer... ojalá me escuchase mi pueblo y caminase por mi camino».
3. Mc 7,31-37. La curación del sordomudo provocó reacciones muy buenas hacia Jesús por parte de los habitantes de Sidón: «Todo lo ha hecho bien, hace oir a los sordos y hablar a los mudos».
Jesús curó al enfermo con unos gestos característicos, imponiéndole las manos, tocándole con sus dedos y poniéndole un poco de saliva. Y con una palabra que pronunció mirando al cielo: «effetá», «ábrete». El profeta Isaías había anunciado -lo leemos en el Adviento cada año- que el Mesías iba a hacer oír a los sordos y hablar a los mudos. Una vez más, ahora en territorio pagano, Jesús está mostrando que ha llegado el tiempo mesiánico de la salvación y de la victoria contra todo mal.
Además, Jesús trata al sordomudo como una persona: cada encuentro de los enfermos con él es un encuentro distinto, personal. Esos enfermos nunca se olvidarán en su vida de que Jesús les curó.
El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia. Los gestos sacramentales -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y crisma- son el signo eficaz de cómo sigue actuando Jesús. «Una celebración sacramental está tejida de signos y de símbolos». Son gestos que están tomados de la cultura humana y de ellos se sirve Dios para transmitir su salvación: son «signos de la alianza, símbolos de las grandes acciones de Dios en favor de su pueblo», sobre todo desde que «han sido asumidos por Cristo, que realizaba sus curaciones y subrayaba su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos» (Catecismo 1145-1152).
El episodio de hoy nos recuerda de modo especial el Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «El Señor Jesús, que hizo oir a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre».
Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos ni en el testimonio de nuestra fe.
Pensemos un momento si también nosotros somos sordos cuando deberíamos oir. Y mudos cuando tendríamos que dirigir nuestra palabra, a Dios o al prójimo. Pidamos a Cristo Jesús que una vez más haga con nosotros el milagro del sordomudo (J. Aldazábal).
Es casi seguro que Marcos ha incorporado este milagro dentro de un ritual de iniciación al bautismo ya existente. La actitud de Cristo levantando la vista al cielo antes de curar al mudo (v 34) no aparece más que en el relato de la multiplicación de los panes (Mc 6, 41). ¿No es esto un indicio del carácter litúrgico de este episodio? Este pasaje parece ser, efectivamente, un eco del primer ritual de iniciación cristiana. Los más antiguos rituales bautismales preveían ya un rito para los sentidos (ojos, en Act 9, 18; nariz y oídos, en la Tradición de Hipólito, núm 20, 35c). Si se tiene en cuenta que, para la mentalidad judía, la saliva es una especie de soplo solidificado, podría significar el don del Espíritu característico de una nueva creación (Gen 2,7; 7,22; Sab 15,15-16). Marcos conserva, sin duda, la palabra aramea pronunciada por Cristo, Ephphata (v. 34), porque así la había conservado la tradición.
Los elementos de este ritual de iniciación podrían ser, pues, un exorcismo (Mc 7, 29, inmediatamente antes de este Evangelio), un padrinazgo de "quienes les llevan", un rito de imposición de las manos (v. 32), un "apartamiento" (v. 33, sin ser el arcano, más tardío, refleja ya la toma de conciencia de la originalidad de la fe), un rito sobre los sentidos (v. 34), tres días de ayuno preparatorio (Mc 8, 3; Act 9,9), y después la participación en la Eucaristía.
Volveremos aquí, a propósito del aspecto particular de las curaciones de mudos en la Biblia, al tema de la fe, que es el punto principal de esta época. La mayoría de los relatos que tratan de la vocación de profetas, es decir, de personajes que han de ser portadores de la Palabra de Dios, refieren al mismo tiempo curaciones de mudos o tartamudos (Ex 4, 10-17; Is 6; Jer 1). Se trata de un procedimiento literario cuya finalidad es dar a entender que el profeta es incapaz, apoyado tan solo en sus facultades naturales, de comenzar siquiera a hablar, sino que recibe de Otro una palabra que hay que transmitir. Por eso, la curación de un mudo, que proclama la Palabra, es considerada como un signo evidente de lo que es la fe: una virtud infusa que no depende de las cualidades humanas.
Hay otro elemento que interviene con frecuencia en las curaciones de mudos. En períodos de castigo divino, los profetas permanecían mudos: no se proclamaba la Palabra de Dios porque el pueblo se tapaba los oídos para no oírla (1 Sam 3, 1; Is 28, 7-13; Lam 2, 9-10; Ez 3, 22-27; Am 8, 11-12; Gén 11, 1-9). El mutismo está, pues, ligado a la falta de fe: el mudo es muchas veces sordo con anterioridad.
Pero si los profetas hablan, y hablan abundamentemente, es señal de que han llegado los tiempos mesiánicos y de que Dios está presente y la fe ampliamente extendida (cf. Lc 1, 65; 2, 27-29). Hay un texto profético muy significativo a este respecto: Jl 3, 1-2, que se verá precisamente cumplido con el milagro de Pentecostés (Act 2, 1-3).
El crecido número de curaciones de sordos y mudos operadas por Cristo es signo de la inauguración de la era mesiánica (Lc 1, 64-67; 11, 14-28; Mt 9, 32-34; 12, 22-24; Mc 7, 31-37; 9, 14-18), como si también ellos tuvieran que salir del mutismo.
La curación del mudo quiere darnos, pues, a entender que debemos tomar conciencia de que la fe es un bien mesiánico. Mas, al relatar esta curación, Marcos quiere hacer suyo el tema del Antiguo Testamento que relaciona mutismo y falta de fe. El evangelista subraya repetidas veces que la multitud tiene oídos y no oye, y tiene ojos y no ve (Mc 4, 10-12, repetido en 8, 18). Por otra parte, toda la "sección de los panes" (Mc 6, 30-8, 26) es la sección de la no inteligencia (Mc 6, 52; 7, 7, 18; 8, 17, 21). Ahora bien: para curar al sordomudo, Cristo le lleva fuera de la multitud (Mc 7, 33), como para subrayar que el mutismo es característica de la multitud y que es necesario apartarse de su manera de juzgar las cosas para abrirse a la fe.
La característica de los últimos tiempos es la de situarnos en un clima de relaciones filiales con Dios, capacitarnos para oír su palabra, corresponderle y hablar de El a los demás. El cristiano que vive estos últimos tiempos se convierte así, en cierto modo, en profeta, especialista de la Palabra, familiar de Dios. Para ello debe poder escuchar esa Palabra y proclamarla: para hacerlo necesita los oídos y los labios de la fe (Maertens-Frisque).
-Dejando de nuevo los confines de Tiro, se fue por Sidón hacia el lago de Galilea, atravesando los términos de la Decápolis.
Todos estos desplazamientos son significativos. Jesús se encuentra en territorio extranjero. Este milagro, una vez más será hecho a favor de un pagano, en pleno país de misión, en pleno territorio de la Decápolis .
-Le presentan a un sordomudo. De hecho el texto griego pone la palabra "tartamudo", "le presentaron pues un sordo que hablaba con dificultad". En toda la Biblia esta palabra se encuentra sólo dos veces: en Is 35, 6 y en Mc 7, 32. Y es precisamente este pasaje de Isaías el que citan las gentes: Es admirable todo lo que hace, los sordos oyen y hablan bien los tartamudos. Marcos subraya pues que Jesús cumple la gran esperanza prometida por Isaías. Es como una nueva creación, un hombre nuevo, ¡con oídos bien abiertos para oír y con la lengua bien suelta para hablar! La salvación que Dios había prometido por los profetas es como un perfeccionamiento del hombre, una mejora de sus facultades: por la fe la humanidad adquiere como unos "sentidos" nuevos, más afinados.
-Y tomándole aparte de la muchedumbre... y después del milagro les recomendó que no lo dijesen a nadie. Consigna del silencio. Hay que evitar que la muchedumbre saque enseguida la conclusión: es el Mesías. Pues este título es demasiado ambiguo. Debe ser purificado, desmitologizado por la muerte en la cruz. Cuando Cristo habrá sido crucificado, solamente entonces podrá decirse que es el Mesías. Esto vale siempre. No nos equivoquemos de Mesías, no carguemos a Cristo ni a la Iglesia de nuestros mitos ni de nuestras esperanzas demasiado humanas: Jesús no acepta nuestros sueños de grandeza, ni nuestro esperar éxitos fáciles. Contemplo a Jesús cuidando de hacer sus milagros "aparte, lejos de la gente"... y "recomendando silencio". Rezo a partir de esto.
-Le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Gestos humanos, corporales, sensibles. Se tiende hoy a borrar esta imagen de Jesús, para presentarnos a un Jesús más moderno, más racional. ¡Ciertamente quedaríamos desconcertados si una filmación grabada en vivo nos presentara a Jesús tal como fue, al hacer estos gestos! Todos los sacramentos, son también gestos sensibles, humanos, corporales. Inmensa dignidad del cuerpo, instrumento de comunicación, de expresión. La gracia más divina, más espiritual, pasa por esos humildes y modestos "signos": al sordo-tartamudo no le estorbaron nuestras teorías desencarnadas... y pudo experimentar, como extremadamente reveladores de la ternura de Jesús, estos gestos de contacto tan sencillos y naturales.
-Y mirando al cielo, suspiró y dijo: "¡Efeta!"... "Abrete". "Mirando al cielo": este gesto indica que la omnipotencia divina es la que hará el milagro. Gesto familiar en Jesús, observado ya en la multiplicación de los panes (Mc 6, 41). Luego Jesús "¡suspira!" ¡Un gemido de Jesús! ¿Participación en el sufrimiento del enfermo? quizá... Pero sobre todo ¡una profunda llamada a Dios! Jesús reza y en su oración participa su cuerpo, su respiración.
-Y se abrieron sus oídos. Se le soltó la lengua. Y hablaba correctamente. Los primeros lectores de Marcos han asistido a "bautizos", en los que el rito del "Efeta" se practicaba concretamente. Yo, por mi bautismo, ¿tengo los oídos abiertos o tapados?... la lengua ¿muda o suelta? ¿Me "comunico" correctamente con Dios y con mis hermanos? (Noel Quesson).
Hoy, el Evangelio nos presenta un milagro de Jesús: hizo volver la escucha y destrabó la lengua a un sordo. La gente se quedó admirada y decía: «Todo lo ha hecho bien» (Mc 7,37).
Ésta es la biografía de Jesús hecha por sus contemporáneos. Una biografía corta y completa. ¿Quién es Jesús? Es aquel que todo lo ha hecho bien. En el doble sentido de la palabra: en el qué y en el cómo, en la sustancia y en la manera. Es aquel que sólo ha hecho obras buenas, y el que ha realizado bien las obras buenas, de una manera perfecta, acabada. Jesús es una persona que todo lo hace bien, porque sólo hace acciones buenas, y aquello que hace, lo deja acabado. No entrega nada a medias; y no espera a acabarlo después.
—Procura también tú dejar las cosas totalmente listas ahora: la oración; el trato con los familiares y las otras personas; el trabajo; el apostolado; la diligencia para formarte espiritual y profesionalmente; etc. Sé exigente contigo mismo, y sé también exigente, suavemente, con quienes dependen de ti. No toleres chapuzas. No gustan a Dios y molestan al prójimo. No tomes esta actitud simplemente para quedar bien, ni porque este procedimiento es el que más rinde, incluso humanamente; sino porque a Dios no le agradan las obras malas ni las obras “buenas” mal hechas. La Sagrada Escritura afirma: «Las obras de Dios son perfectas» (Dt 32,4). Y el Señor, a través de Moisés, manifiesta al Pueblo de Israel: «No ofrezcáis nada defectuoso, pues no os sería aceptado» (Lev 22,20). Pide la ayuda maternal de la Virgen María. Ella, como Jesús, también lo hizo todo bien.
San Josemaría nos ofrece el secreto para conseguirlo: «Haz lo que debas y está en lo que haces». ¿Es ésta tu manera de actuar? (Joan Marqués Suriñach).
¿Podremos conformarnos con anunciar el Evangelio, llenando la cabeza de los demás con conceptos? Ciertamente no podemos prescindir de la Palabra anunciada con los labios. Sin embargo el Evangelio también lo hemos de anunciar con nuestras buenas obras a favor de los demás. Mientras no iniciemos en los demás un auténtico proceso de liberación del pecado y de sus consecuencias, nuestra proclamación del Evangelio se quedará como algo inútil. Jesucristo no sólo vino como Maestro; vino también como aquel que nos conduce a su Reino libres del pecado y de la muerte en todas sus manifestaciones. Por eso la gente del tiempo de Jesús exclama: ¡Qué bien lo hace todo! Ojalá y nosotros no sólo hablemos bien, sino que pasemos, al igual que Cristo, haciendo el bien a todos.
La Eucaristía nos reúne, de toda raza y condición social, en torno a nuestro Dios y Padre común. Él no hace distinción alguna entre nosotros. Él nos creó a todos y a todos nos llama a participar de su Vida eterna. En este Memorial de la Pascua de Cristo pregustamos esa Gloria a la que estamos llamados. Por eso también aquí, en la Eucaristía, debemos iniciar el camino de nuestra unión fraterna. No cerremos nuestros oídos a la Palabra de Dios. No nos conformemos con escucharla como discípulos distraídos. Dejemos que la Palabra de Dios nos cure de nuestras fragilidades, y nos capacite para que estemos dispuestos a dar testimonio de nuestra fe y razón de nuestra esperanza.
El Señor nos quiere fraternalmente unidos. Y la unidad no podemos reducirla a una alharaca inútil. No basta con hablar, no basta con hacer foros sobre la unidad que debe reinar en la humanidad. No basta orar para la unidad entre los cristianos. Hay que implementar acciones concretas, bajo la inspiración del Espíritu Santo, para que desaparezcan de entre nosotros los odios y las divisiones. La unidad debe vivirse, debe propiciarse desde la vida familiar. Es en el seno de la familia donde aprendemos la solidaridad, el respeto y el amor hacia los demás. Quienes creemos en Cristo no podemos ser sinceros cuando, teniendo al Señor como Cabeza de su Cuerpo, que es la Iglesia, vivimos destruyéndonos unos a otros. No seamos sordos ante el mandato de Cristo que nos pide amarnos unos a otros como hermanos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar la voz de Dios y de confesar nuestra fe no sólo con nuestros labios, sino con nuestras obras y con nuestra vida misma. Entonces podremos decir que en verdad Dios sigue realizando su obra salvadora en el mundo por medio de su Iglesia. Amén (www.homiliacatolica.com).
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